General30/Vicario General

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Vicario General

Durante tres años largos ejerció su cargo de Asistente General, yendo y viniendo a Roma cuando era necesario. Sucedió en el cargo, por fallecimiento, al P. Domenico Chelini; sus compañeros de asistentazgo fueron los PP. Giovanni B. Perrando (ex General), Angelo M. Bellincampi y Prospero Passera, todos de la Provincia Romana, excepto el P. Perrando, de Liguria. El P. Calasanz Casanovas, que ya había presentado a la Santa Sede varias veces su deseo de ser relevado en el cargo de General, en 1884 por fin fue escuchado. Así lo cuenta el P. Ricci en su primera Carta Circular a la Orden:

Cuando el Rvmo. P. José Calasanz Casanovas Prepósito General de toda la Orden de las Escuelas Pías, a causa de su vejez y enfermedad, se declaró incapaz de mantener su cargo, la Sagrada Congregación de Obispos y Religiosos, a quien se consultó sobre la necesidad de nuestra congregación, apoyó las peticiones del óptimo varón, y con un decreto del 2 de agosto de 1884 SU SANTIDAD EL PAPA LEÓN XIII acogió benignamente los ruegos del P. José Calasanz Casanovas de S. Francisco, “con la condición sin embargo de que conserve el simple título de Prepósito General y que siga viviendo en la casa general. Además nombró, diputó y constituyó el Vicario General de la Orden citada hasta la celebración del Capítulo General que se tendrá el próximo año 1885, y a tenor del presente decreto se diputa, se nombra y se constituye al religioso P. Mauro Ricci, hasta ahora tercer Asistente General de la Orden, con todas las facultades y derechos del Prepósito General, mandando a todos los alumnos y profesores de la misma de cualquier grado y preeminencia, en virtud de Santa Obediencia, que reconozcan al citado P. Mauro Ricci como Vicario General de toda la Orden, y todos le presten la debida reverencia y obsequio. Sin que obsten…”

Esto es doloroso para mí, sin embargo, acepto el trabajo con valor, confiando en el auxilio de Dios y de nuestro Padre Fundador, rogándoos que todos mostréis el amor hacia vuestro Instituto, vejado en Italia por tantas calamidades, y que trabajéis conmigo para levantarlo, con ánimos concordes. Si pasamos el tiempo cavilando y charlando, mientras hombres impíos se atreven a atacar la educación cristiana de la juventud, ¿qué nos queda por hacer, sino abdicar de nuestra tarea?

Digo esto rápidamente; ya os escribiré más cosas oportunamente. Mientras tanto cuidaos todos y cada uno, a quienes abrazo en Cristo, bendiciéndoos.

En Florencia, S. Giovannino, Asunción de María, 1884.

Posiblemente en aquel momento él pensaba que se trataba de un cargo que debía asumir durante un año escaso, y luego podría volver a sus clases y sus escritos, pero de hecho ya no sería así: el P. Ricci estaba llamado a “morir con las botas puestas”, uniendo su nombre a la lista (no muy larga) de los Generales de las Escuelas Pías que murieron ejerciendo su cargo hasta el final.

Digamos dos palabras sobre la situación general de la Orden en 1884. Tras el largo generalato del P. Calasanz Casanovas (16 años) se sentía un cierto desánimo, especialmente en las provincias dependientes del general romano. El P. Casanovas había tomado con empeño su tarea de mantenedor de la Orden tras los momentos dificilísimos que siguieron a la supresión de las Órdenes Religiosas en Italia (1866) y el comienzo del desmoronamiento de las provincias de Bohemia y Austria a partir de 1870. Pero al final de su mandato se sentía ya cansado, enfermo, y por eso insistía en ser relevado en el mismo. En Italia la situación era preocupante: en el ambiente todavía se percibía una fuerte tensión entre la Iglesia y el Gobierno de una Italia reunificada, en unas provincias y localidades más que en otras, según el partido político que estuviera en el poder. Los religiosos no estaban en absoluto tranquilos, pues sabían que en cualquier momento podían perder lo poco que habían conservado. Liguria, que había conocido un vigoroso renacer durante el provincialato del P. Escriu (1872-1880), se encontraba ahora estancada en las dudas; Toscana florecía aún, pero las amenazas no faltaban; la Provincia Romana seguía descomponiéndose entre rivalidades personales; Nápoles no acababa de levantar cabeza; Cerdeña y Sicilia caminaban hacia una extinción inexorable, a pesar de los esfuerzos de unos pocos. En Europa Central las leyes josefinistas había perdido vigor, pero tras un siglo de alejamiento de Roma, los religiosos se habían habituado a arreglárselas por su cuenta. Tan sólo Hungría navegaba a velas desplegadas, manteniendo una clara cohesión y empeño. Bohemia y Austria, más afectadas por una legislación educativa desfavorable, experimentaban una lenta decadencia. Polonia luchaba por salir adelante en la única casa de Cracovia, presa de dificultades internas. En España, por el contrario, las cuatro provincias, gracias al ambiente político tranquilo y a diversas iniciativas del Vicario General Juan Martra (1875-1885) conocían una notable prosperidad. La semilla escolapia de Tucumán (Argentina) permitía mantener la esperanza en un futuro desarrollo de la Orden en el continente sudamericano.

Muy poco después de su elección, el P. Perrando se atreve a dar al P. Ricci, junto con su enhorabuena, un consejo[Notas 1]: En mi opinión no es ahora tiempo para pensar en extender el Instituto, sino más bien para purificarlo y conservarlo sano y compacto para tiempos mejores, los cuales harán más lejanos los errores y exageraciones actuales. Yo ciertamente espero un esfuerzo por parte de V.P. para asegurar al Instituto un pie firme en Roma, es decir, una casa propia, como sería San Pantaleo, que, en mi opinión, el Capítulo anunciado podría hacernos perder. Mientras tanto llame en torno a sí no digo a hombres doctos, sino de buen espíritu, y póngase en guardia contra los menos sinceros, los ambiciosos y los egoístas.

Con este consejo acusaba recibo de la Circular que el P. Ricci había enviado a los religiosos de las Provincias Italianas[Notas 2]:

Al anunciaros a vosotros por primera vez el pesado encargo que me impuso el Sumo Pontífice León XIII, de Vicario General de la Orden, os prometía hablaros de nuestras cosas en una ocasión más oportuna, y este tiempo ha llegado. Recibid, os ruego, estas palabras no como dichas por mí, sino por Aquel en cuyo nombre os las dirijo, el fundador y padre nuestro santísimo José de Calasanz.

En primer lugar, y para consuelo común, os digo que las Escuelas Pías todavía pueden mirar al futuro con confianza, sin miedo a morir: la Iglesia y la Santa Sede, de donde vienen la vida y el vigor a las Órdenes Religiosas, no sólo aprecian nuestra obra, sino que hoy más que nunca, en medio de la instrucción y la educación corruptoras, desean el antídoto cristiano de los sacerdotes maestros. Ellas no han olvidado aquellos tiempos gloriosos en los que sobre las puertas de cien institutos se leía la modesta sentencia “Ad majus pietatis incrementum”, y de ellas salían multitud de jovencitos, futuros hombres, que alimentados en el más fervoroso espíritu católico, desde las oficinas, desde los dicasterios, mantenían encendida en las ciudades la única verdadera luz y consuelo, la fe; salían religiosos, científicos, militares, honor del claustro, de las cátedras, del ejército; Obispos, Cardenales, Pontífices, honor del mundo. Ellas incluso van más allá de nuestras previsiones, apresurando con los deseos el momento en el que las más remotas casas de la Orden, unidas en más estrecha hermandad, miren a Roma, busquen el escuálido domicilio de S. Pantaleo, y se dejen inspirar todos juntos por aquellas escaleras de madera subidas y bajadas por el venerable viejo José; por sus objetos, celosamente conservados en aquella habitacioncita pobre; por las reliquias de aquel corazón riquísimo, con el solo intento de emular aquella santa laboriosidad, por la que nuestro Instituto fue llamado por el orbe católico “nuevo apoyo para la Iglesia”

Pero cuando, despertados de estos recuerdos y esperanzas, miramos a las Escuelas Pías en Italia, un sentimiento de profunda tristeza nos invade el alma. Antiguas casas destruidas, Provincias florecientes eliminadas de nuestro registro, multitudes de hijos separados de su madre la Orden, cuando ella más clamaba, invocando su ayuda: este es el espectáculo al que asistimos. Sólo alivia el dolor el pensamiento de que la devastación vino de fuera, no de dentro; el único consuelo es suponer que, en aquellos mismos miembros separados hoy del cuerpo del Instituto, el espíritu de aquellos hálitos todavía respira. Y precisamente con esta esperanza, yo digo a nuestros hermanos: "Volved a los brazos de la anciana madre y os dará la bienvenida con júbilo; pero volved con el fervoroso amor de aquellos momentos cuando pronunciasteis los votos solemnes, jurando estar con ella no sólo mientras durasen los días de prosperidad, sino también en los de la desventura. En esos lugares donde estéis en número de tres o cuatro, esforzaos por reuniros, antes de que desde un lugar más alto os pidan cuentas de vuestra manera de vivir actual; los dispersos aquí y allá en hogares domésticos, busquen estas nuevas familias nuestras, que yo luego veré cómo ordenar, si no son del todo regulares, y bendeciré, si veo genuinos brotes del árbol primitivo”.

A las provincias que, sin miedo ante tanto movimiento de guerra de muchas partes, han sido hasta ahora capaces de resistir y conservarse compactas; a las que ya están a punto de ganar poniéndose en un estado capaz de vivir una vida propia y sin necesidad de someterse a sugerencias extrañas, les digo felicitándome: "Continuad, sin asustaros nunca del trabajo: Si el Instituto está caído por tierra en un lugar, reedificadlo en otros lugares; de modo que se cansen antes las manos empeñadas en demoler que las vuestras ocupadas en reconstruir. Mientras tanto, ceñíos más a la Santa Iglesia, que os hará partícipes de su inmortalidad; siempre más al Papado, único refugio seguro; a su piedra inmóvil, a las instituciones que él creó”.

No es necesario renovar los programas: los ejemplos, las enseñanzas, las Constituciones del Fundador son programas perennes; los que hicieron surgir y crecer las Escuelas Pías, todavía tienen el poder para conservarlas. Lo que se necesita por nuestra parte es la reanudación no sólo de las prácticas antiguas, sino el auténtico espíritu de abnegación, que formó en nuestro grupo nuestros muchos hombres modelos de perfección de vida, ejemplos de excelente doctrina. Nosotros debemos educar un grupo de jóvenes sucesores, fuertes en su vocación, provistos con todos los requisitos exigidos por las autoridades civiles a los maestros, que al amor de su estado y al franco celo sacerdotal unan el patrimonio de aquellas doctrinas que exigen los tiempos y que la Iglesia no desaprueba.

Pero entre las necesidades básicas debemos procurar a la Orden en Roma una sede propia, donde el Superior General no deba cada día temer una amenaza, y con seguridad pueda hacerse cargo de su oficio, ofreciendo allí refugio a los que regresen con buenas intenciones, reunir a su alrededor como un padre a los hijos, los estudiantes de las distintas provincias, para que a la sombra reconfortante del Vaticano y entre las venerables memorias de los nuestros, alcancen el verdadero fervor de la piedad, junto con el amor vivo por las ciencias sagradas y profanas, para dilatarlo o reavivarlo después en los otros domicilios del Instituto. Yo trabajaré duro para conseguir este propósito sin dejarlo por un momento; y a partir de ahora pido el apoyo moral de todas las casas, pero más tarde también haré un llamamiento a la ayuda material de las mismas y de cada religioso, en cualquier parte de Italia y de fuera, buscando a todos los verdaderamente fieles a la Orden, encargándoles que exciten la caridad de los seglares más benévolos. Esta sola victoria, si pudiera conseguirla, me compensaría lo suficiente por el sacrificio hecho al cargar sobre mis hombros un oficio demasiado extraño a mis inclinaciones y que me distrae totalmente de los estudios, entre los cuales he consumido mi vida.

La casa propia en Roma aparece como una prioridad absoluta para el P. Mauro, pues sabe que una vez desaparecido el P. Casanovas (todavía General) de San Pantaleo, el municipio va a reclamar el espacio ocupado ahora por la Curia General. Quiere además hacer de esa casa un símbolo de la unión de la Orden: por eso pide ayuda a todas las provincias de la Orden, ofreciéndola además como casa de estudios para los jóvenes que fueran enviados a Roma a estudiar. Desea que los jóvenes se formen de manera sólida, en una casa pensada para ellos. Así lo explica en la circular (en latín) a las provincias no italianas[Notas 3]: Como ha habido un cambio en las cosas públicas, las Escuelas Pías de Italia sufren mucho en estos días. Pero en muchas Provincias se ha recuperado el vigor, y existe una clara voluntad de superar las dificultades. Mientras tanto yo hago todo lo que puedo para que vivan y florezcan de nuevo, pues son queridas de todos y tenidas en gran estima. En Roma no tenemos ninguna casa propia; la misma casa de San Pantaleo, famosa como santuario de nuestro padre José, nos proporciona una vivienda temporal. Pero es una urgente necesidad comprar con dinero propio algún edificio, donde, constituida firmemente nuestra Sede, el Prepósito General pueda ocuparse tranquilamente de nuestras cosas; allí morarían padres respetables por su ingenio y prudencia, cuyo consejo usaría; allí los juniores que constituyen la esperanza del Instituto, dedicados a la piedad y a los estudios, de modo que puedan volver a la prístina disciplina de las costumbres y al esplendor de las doctrinas. Para llevar a cabo esta obra, en la cual principalmente se basa la salvación de la Orden, os ruego e insisto para que unidos, tanto cada religioso como cada casa, en lo que podáis, me ayudéis.

El P. Ricci se dirigió al Papa, pidiéndole le ayudara a encontrar un local provisional, mientras la Orden podía comprar o construir el local definitivo. Hay que reconocer que durante su mandato el P. Ricci siempre procuró honrar a León XIII, y que este, por su parte, procuró apoyar a los escolapios, de los que tenía buena opinión: nombró obispos durante su pontificado (1878-1903) a Celestino Zini (Arzobispo de Siena 1889-1892), a Alfonso M. Mistrangelo (de Pontremoli 1892; luego en 1899 Arzobispo de Florencia, falleció en 1930 tras ser nombrado Cardenal por Benedicto XV), Vicente Alonso (1894-1931, primero de Astorga y luego de Murcia) y Giovanni Oberti (de Saluzzo, 1901-1942). Durante el pontificado de su predecesor Pío IX (1846-1878), nuestro exalumno de Volterra, habían sido elevados al episcopado Michele Todde-Valeri (1850-52, de Ogliastra, Cerdeña), Nicolás Gorki (1854-55, de Kamienice, Lituania), Valentín Baranowski (1857-79, de Lublin, Polonia), Adam S. Krasinski (1858-1895, de Vilna, Lituania) y Salvatore M. Nisio (1875-1888, de Ariano). Y habrá que esperar hasta Juan Pablo II para que otros escolapios sean nombrados obispos.

Durante los primeros meses de 1885 se intensifica la búsqueda, y parece que se ha encontrado una buena solución. El P. Andrea Leonetti escribe el 4 de febrero al P. Ricci que el Papa les ofrece la mitad de un edificio adjunto a la iglesia de S. Nicolás de Tolentino. La superficie es de 1200 m2, y el alquiler anual, 4000 L al año, lo que le parece una oferta generosa[Notas 4]. El P. Antonio Rolletta[Notas 5] escribe una circular a las comunidades de la Provincia Romana el 30 de junio en la que les informa de que se ha podido obtener en buenas condiciones y por medio del S. Padre la Casa de S. Nicolás de Tolentino, que, con la ayuda de Dios, abriremos en septiembre de este año. Nuestros juniores, junto con los de las demás provincias, serán educados en el espíritu del Fundador con la observancia regular y con estudios sólidos y legales deberán prepararse para el ejercicio de nuestro Instituto.[Notas 6] Pide además contribuciones a todas las casas de la Provincia, igual que ya han colaborado otras provincias, e incluso pide a los religiosos que personalmente hagan sus ofrendas, para el resurgir de la Orden. El 6 de octubre escribe al P. General diciéndole que ya puede hacer venir a los juniores, pues las habitaciones están listas[Notas 7]. El 10 del mismo mes le informa que ese mismo día a las 10 ½ se ha hecho la entrega del edificio, en presencia del P. Procurador General Andrea Leonetti[Notas 8]. Dice además que el local es bueno, y será óptimo cuando se termine el piso superior, en el que habrá 36 habitaciones.[Notas 9] Sin embargo, pronto surgen dificultades. El P. Leonetti informa al P. Ricci el 3 de enero de 1886 que los Armenios, usufructuarios del edificio, no quieren que viva nadie en su casa[Notas 10]. Un mes después informa que el Papa lamenta la situación creada en S. Nicolás, y van a tratar de salir de la misma sin perder mucho (habían hecho obras; lograrán que les abonen las mejoras)[Notas 11]. León XIII, para ayudar a los escolapios a resolver su problema, incluso les ofrece una casa perteneciente a su familia[Notas 12]. Sigue informando el P. Leonetti, el 17 de mayo, que el Cardenal Protector, tras hablar con el Papa, les recomienda que renuncien a San Nicolás y vayan a un nuevo convento abandonado que les ofrece en el Foro Trajano[Notas 13]. Naturalmente, aceptan la propuesta e inmediatamente se ponen a hacer las reformas necesarias para hacer el convento de Santa Eufemia habitable. El P. Leonetti informa en julio de 1886 que las obras van a buen ritmo[Notas 14].

Vamos a seguir el desarrollo de este tema de la vivienda romana bajo el gobierno del P. Ricci, aun dando un salto en el tiempo hasta la época en que ya es General de la Orden. En efecto, tras su elección (mediante votación por papeleta enviada por correo; no se celebró Capítulo General), el P. Mauro Ricci comunica mediante una Circular fechada el 10 de octubre de 1886 su nombramiento como General de la Orden por el Papa, y entre otras cosas informa sobre el tema de la nueva casa romana[Notas 15]. Dice que durante su mandato al menos espera poder cumplir con el objetivo de ofrecer una casa a la Orden en Roma.

Pero la casa no es la misma que ya os anunciamos, en San Nicolás de Tolentino. El placer de ser nosotros los inquilinos del Santo Padre, la esperanza de ver disminuida con el tiempo la carga del alquiler, el poder utilizar para uso nuestro una magnífica iglesia, que ya se anunciaba como parroquia, el extendernos alrededor en caso de posibles acontecimientos y el derecho de hacer nuestro 18 años después aquel lugar, me hicieron pasar por alto la lejanía de los principales centros de estudio, y por tanto la incomodidad de nuestros estudiantes, a quienes sobre todo se intentaba servir. Pero extraídas las conclusiones e iniciadas las obras, a causa de las quejas de los monjes armenios apoyados por su Patriarca en Constantinopla, habiendo parecido al Santo Padre someter la cuestión a una delegación de Eminentísimos Cardenales, yo, perdidas estas ventajas, con el fin de liberarle a Él y a nosotros mismos de cualquier problema en el futuro, con el acuerdo de mis Asistentes, me eché atrás, esperando en Florencia la cancelación solicitada de los pactos. Y ni siquiera las casas de su familia ofrecidas luego por la bondad del Papa parecían útiles para el Instituto, porque después de importantes gastos para adaptarlas, no ofrecerían nunca la posibilidad de abrir escuelas; pero estando vacante el pequeño monasterio de Santa Eufemia en el Foro Trajano en S. Lorenzo ai Monti, oportuno, además de por una pequeña iglesia, por su proximidad a las principales instituciones educativas, y ya dispuesto para usos religiosos, lo solicité, y asintiendo el Santo Padre, con la colaboración de nuestro Cardenal Protector Lucido Maria Parocchi, lo obtuve.

De esta manera empezamos lo que queríamos, sin renunciar a otras cosas más adelante: vuestros subsidios rentan para pagar el gasto del alquiler, permaneciendo intactas, y libre el brazo de mis sucesores para diseños más grandes, cuando la Orden se haya recuperado y cese en Roma el valor ficticio de las viviendas (cosa que ninguno de los entendidos predice lejano) y se pueda apuntar a la compra de esa casa que nos es tan querida, o de otra, con beneficio nuestro, y no los especuladores codiciosos.

En Sta. Eufemia vivirán los novicios, y no sólo los estudiantes de la Provincia Romana, interesados particularmente en conseguir diplomas educativos, sino también de otras provincias y del extranjero, como espero y deseo, si queremos revigorizar el Instituto con hechos, no con discursos. Tampoco hemos rechazado el pensamiento de abrir alguna escuela. Aquí de momento procuraremos revivir nuestras costumbres de los buenos tiempos, cuando las casas escolapias, con la marcada piedad fertilizando los profundos estudios sagrados y profanos, eran palestras de sacerdotes ejemplares, de maestros admirados; y los Sumos Pontífices les felicitaban, y con amistosas cartas les animaban. Aquí entre estos jóvenes, si ustedes los envían buenos y dignos, moraré yo mismo, con la mirada en un futuro, consolando la tristeza presente al separarme de las memorias inspiradoras de S. Pantaleo, bien dejadas en custodia a la gran piedad y la virtud de mi Antecesor.

El P. Ricci siempre intentó comprar la casa de San Pantaleo, desde que era Asistente General. Pero las circunstancias políticas y económicas no lo permitían de momento, como explica en esta carta. Durante su generalato seguirá haciendo todo tipo de gestiones para comprarla, mientras va aviando la nueva sede de la Vía Toscana, pero no logrará su objetivo: San Pantaleo no volverá al poder de los escolapios hasta 1923.

Trasladados a la casa de Santa Eufemia, junto a la antigua iglesia de San Lorenzo ai Monti, que también les fue confiada a los escolapios, en ella residieron algunos padres con juniores y novicios, desde octubre del año 1886 hasta junio de 1891, en que se mudan a la nueva casa. Para dejarlo todo en orden, el P. Nicola Morfini, encargado por el P. General, hace una visita canónica a la casa el 10 de mayo de 1591[Notas 16]. Encuentra que todo está en orden, Se hace la visita personal. Todo va bien, pero se señalan algunas imperfecciones: recomiendan a los sacerdotes que estén presentes en la oración para servir de modelo a los juniores y novicios. Algunos novicios poco observantes; no se les puede mandar de paseo sin el Maestro. Mientras tanto se busca activamente algún terreno en roma donde construir la casa soñada, con iglesia, escuelas, etc. Y se encuentra. Como lo explica el mismo P. Ricci en su circular de fecha 1 de julio de 1889[Notas 17]:

La casa, ahora deseada durante mucho tiempo, bajo la mirada del Papa, en Roma, que suele juzgar a toda una Orden por lo que ve ante sí mismo; esta casa, donde tengan su residencia el General y su congregación, los jóvenes estudiantes y profesos de la provincia romana, como los de las demás que lo deseen, y que sea una residencia decente para escolapios italianos y extranjeros, finalmente vamos a construirla. La Provincia Romana, con un esfuerzo que la honra, se ha unido a mí y hemos ya comprado, en el barrio más saludable de la ciudad, un terreno para construir un edificio cómodo y suficiente. Podemos tener, además de las habitaciones de la casa, un bloque para escuelas, con salas para un semi internado, un patio descubierto para el recreo, una biblioteca, que recoja tantos libros preciosos dispersos, un archivo para ordenar las Memorias del Instituto y una conveniente iglesia dedicada a nuestro gran Padre San José, con la capilla del hermano Pompilio Pirrotti, que se espera que pronto sea elevado a los honores del altar.

Pero sin vuestro concurso no se podrá llevar nada a cabo: este supremo esfuerzo lo hicimos confiando en que todos os mostraréis verdaderos Escolapios.

Las ayudas, que otra vez os pedí, apenas han bastado para pagar la cuarta parte del terreno comprado. Vuelvo pues con una forma que os resulte menos onerosa, como lo han hecho felizmente otros Superiores de Religiosos, pobres, pero ricos de corazón, a solicitar vuestra caridad en pro de la Orden, que es lo mismo que decir en pro de vosotros mismos, emitiendo las siguientes disposiciones:

Todas las casas de la Orden, a partir del corriente julio, deberán celebrar cada mes, según la intención del Padre General, tantas misas cuantos sacerdotes religiosos haya en cada comunidad, hasta que se paguen los gastos de la construcción.

Igualmente, todos los padres sacerdotes válidos celebrarán por su parte una o más misas, cada mes, en las mismas condiciones.

Las casas y las personas que puedan y quieran hacer aún más, o conseguir ayudas de amigos y bienhechores o enviar limosnas de misas para la finalidad anteriormente mencionada, más merecerán ante la Orden y ante Dios.

Los hermanos operarios pueden ayudar con una limosna anual.

En su circular de fecha 6 de enero de 1890[Notas 18], en la que anuncia la ya próxima beatificación de Pompilio María Pirrotti, vuelve a hablar de la casa de Roma, como una gracia que todos los religiosos deben pedir al Beato: Y entre las primeras, pedidle la gracia, si no debemos decir el milagro, de poder llevar a cabo la nueva Casa, que confiando en el Señor y en vosotros hemos comenzado en Roma; casa destinada no sólo a revivir la primera de las provincias de la Orden, sino en Italia sobre todo, al beneficio de todos. Allí volveremos a abrir como antes, incluso mejor que antes, las escuelas para el pueblo; allí cada año, si el edificio se concluye totalmente, se enviará un número de religiosos a hacer ejercicios espirituales, cosa necesaria en cualquier Instituto bien organizado.

Inspirador del ideal de la nueva casa y seguidor minucioso de su construcción fue el P. Dionisio Tassinari, Asistente General de 1889 a 1900. No confiaba mucho en la labor ni en la continuidad de los Escolapios en los colegios de Alatri y Nazareno, por eso escribe al P. Ricci, que reside normalmente en Florencia: La nueva casa tendrá de bueno que será citada como ejemplo a los estúpidos de los dos colegios: empezará a hacer escuela y a enseñar seriamente y con convicción la verdadera piedad que debe instilarse en los jovencitos, piedad unida a la buena educación civil. Ya no basta para los escolares aquel poco de doctrina enseñada mediante pregunta y respuesta, y tampoco aprenden nada de algunos sermonuchos puramente ascéticos e ininteligibles para la mente de los chicos, que les aburren. Esta nueva casa servirá para formar escolapios, y una vez estén formados, no les faltarán casas e internados para ejercer el ministerio escolapio.[Notas 19] Le repite otras veces su plan para la nueva casa de S. José de Calasanz: La casa va adelante, y no desespero con la ayuda de Dios; pero ciertamente hace falta que sea una casa de orden, de observancia, en la que se formen los nuestros y los de fuera con celo y empeño, y no según la manera de Alatri y el Nazareno, casas de cuchipandas, de gente que sólo piensa en beber buen vino, comer bistecs hasta reventar, dar pocas horas de clase, parlotear, ir a casa de seglares a beber, etc. y no observar, ni siquiera por aparentar, las más elementales reglas religiosas, civiles, educativas. A los bribones es mejor que nos los quitemos de encima, o de lo contrario nunca tendremos un joven bueno y aficionado a la Orden. Que la nueva casa sea un lugar para formar buenos y bravos escolapios, que no estén echados a perder por malos ejemplos.[Notas 20]

Piensa además el P. Tassinari que la casa puede servir también para instalar una escuela normal, en la que se formen los juniores escolapios y de otras congregaciones: Estoy pensando en dar una vuelta a todas las casas de los Superiores de las diversas Órdenes enseñantes, que en Roma son 8 o 9, para ver si se unirían a nosotros para abrir una escuela normal privada, pues tenemos el local listo en el 1er piso para la enseñanza de 1er y 2º año normal, de modo que en julio los jóvenes hicieran el examen de grado inferior.[Notas 21] Prepara un comunicado para las diversas órdenes enseñantes (masculinas) de Roma.[Notas 22] Incluso se le ocurre otro uso provisional de la casa, que puede ayudar a amortizarla, además de dar prestigio a los escolapios. Se ha enterado de que el Papa quiere crear un colegio para Sirios y Caldeos en Roma, y propone al P. Ricci que le ofrezca de momento la casa de Vía Toscana, aún en construcción, mientras ellos construyen la suya.[Notas 23]

La casa comenzó a funcionar como escuela, sin terminar aún los pisos superiores, en noviembre de 1891. En agosto de 1892 se celebró allí el Capítulo General, y a partir de entonces funcionó ya normalmente para los propósitos establecidos. El P. Mauro Ricci dijo unas palabras conmovedoras en el momento de su inauguración, dirigidas especialmente a los juniores que venían a formarse allí. Tenemos las notas que usó para dirigirles la palabra[Notas 24]:

Ninguno de nosotros ciertamente hace dos años y ni siquiera el año pasado, habría pensado reencontrarse en el lugar en que estamos en este momento. Hombres de fe, debemos pensar que la Providencia nos guía, y especialmente lo creo yo.

Yo os he reunido aquí para sacaros de aquellas casas que ahora unos pocos viejos desanimados habían reducido a sus propias necesidades, haciéndoos envejecer antes de tiempo. Perecía en sus santas, sí, pero gélidas manos no sólo toda esperanza de vida, sino que desaparecían poco a poco todos nuestros usos y costumbres, que incluso si no aprovechan al espíritu, constituyen la urdimbre de nuestra hermandad.

Os he reunido de varias provincias para que aprendáis a conoceros, a hermanaros, no sin la confianza en que a continuación se produzca la unión de todas las Escuelas Pías de Italia, de modo que, igual que la unión italiana ha sido, para decirlo con Dante, motivo para nosotros de triste ventura, sea luego una buena ventura.

Os he reunido para que os comuniquéis recíprocamente el ardor en los estudios, y forméis todos juntos una sola persona al servicio del Instituto, recompensado con servir con indiferencia en un oficio o en otro; en una clase inferior o superior.

Pero sobre todo os he reunido para que en vosotros renazca un poco el espíritu de nuestro Fundador, para que os encendáis en el verdadero fervor, y no creáis que para ser buenos escolapios basta con ponerse el hábito, hacer mejor o peor un poco de escuela y luego vivir distraídamente como seglares, o como sacerdotes sin ninguna piedad y descuidados. Las Constituciones. La iglesia. El papado. Las teorías modernas.

No os falta el buen ejemplo porque os he puesto en manos de personas ejemplares. Si no consigo esto, habremos fallado en nuestro objetivo. Si estuvierais aquí indiferentes, haciendo por rutina las confesiones y comuniones; si no tendieseis a corregiros, a mejoraros, a pensar en vuestro bien, en el deseo de difundir el cristianismo en las almas de los jovencitos.

Muchos de vosotros habéis hecho, y los demás se preparan a hacer tres grandes promesas: pobreza, castidad y obediencia, aquí se deberán ver las disposiciones.

Restauración. Este es el momento. Si vosotros fracasáis, el Instituto está arruinado por otra cincuentena de años.

No fue nada fácil conseguir los recursos financieros para pagar primero el terreno, y luego la construcción, que se hizo con ayuda de préstamos bancarios. El P. Raffaele Cianfrocca, Procurador General, informa al P. General que después de haber gastado 700.000 L en la construcción de la nueva casa, “hemos quedado exhaustos”[Notas 25]. Pero al fin el P. Ricci había logrado su sueño. Le quedaba aún la pesadilla de acabar de devolver los préstamos. En otra circular, con fecha 23 de enero de 1895[Notas 26], sigue pidiendo ayuda a toda la Orden para mantener la nueva casa, dedicada a S. José de Calasanz:

Cuando os invité a venir en mi ayuda para que la Orden tuviese en Roma una casa de su propiedad, vuestra disposición para responder a la llamada demostró con elocuencia que la supresión civil había sido capaz de quitarnos de las manos muchas cosas, pero no el verdadero afecto filial del corazón como hijos a nuestra querida madre la Orden. Ahora, entre las angustias y temores, gracias a la ayuda fraterna, la casa está hecha y abierta desde hace dos años con un seminternado privado y con escuelas públicas, que recientemente el Papa León XIII ha llamado suyas, y que la Provincia Romana sin duda sabrá conservar. En este momento con gran placer mío, dándoos las gracias en nombre del Fundador, hubiera querido deciros: “Basta ya con lo que habéis hecho, y de las limosnas de vuestras misas y de las ayudas especiales de las familias; ya no existe la necesidad urgente”. Pero en lugar de deciros estas palabras, me veo obligado a pediros que continúen las subvenciones durante un poco más, incluso pidiéndoos que aumente la precisión para enviarlas, porque su disminución podría poner en peligro los gastos hechos y los esfuerzos sufridos. Cada uno de vosotros puede fácilmente imaginar que, en medio del desastre de los asuntos públicos en Roma, no podíamos nosotros quedarnos en un lecho de rosas, y que más de una vez hemos tenido que cambiar los planes y decisiones para no ser atraídos también nosotros al precipicio común.

Aquella magnífica casa de Vía Toscana, que fue un tiempo sede de la Curia General y de la Curia Provincial Romana, siguió creando dificultades a la Orden hasta que esta se deshizo de ella en 1918. Pero de ello ya trataremos al escribir la vida de Generales posteriores.

Como Vicario General, el principal encargo que había recibido el P. Mauro Ricci era convocar el Capítulo General en 1885 para que se eligiera el nuevo Superior General. Y para ello él se puso en contacto con los Superiores de las provincias italianas, que no tenían mayores dificultades, y con los de las provincias de fuera, que veían muchos inconvenientes para acudir a Roma. Así que decidió dirigirse al Papa para que permitiera la elección de otro modo[Notas 27]:

Como, de acuerdo con la orden de V.S. de convocar en el año 1885 el Capítulo para la elección del General, habiendo interrogado a las Provincias extranjeras, estas, con válidas razones, han expresado la imposibilidad en el momento actual de intervenir en Roma. Se añade que por ahora falta aquí a la Orden una casa en la que poder tener con toda libertad una reunión. Por lo tanto, el suplicante y su Congregación General creen que dicho Capítulo no puede tenerse con presencia personal, sino solamente como otras veces, mediante papeletas de voto. Por ello suplica a S.S. que autorice este modo de elección, y que conceda a tal fin al suplicante en unión con su Congregación General la facultad de derogar, como otras veces se ha derogado, aquellos artículos de las Constituciones de la Orden que, a causa de la escasez de tiempo, y en algunos lugares debido a la escasez de individuos, no se puedan observar.

El Papa accedió a su deseo, por medio de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares. Con todo, el tiempo se echaba encima; no había tiempo material para que se reunieran los capítulos en las provincias (precedidos de los capítulos locales) para elegir a los vocales que debían votar, así que se tuvo que recurrir a una prórroga en el mandato del Vicario General, como se informaba en un decreto de fecha 9 de septiembre de 1885[Notas 28]:

A nadie se le oculta que para el recto gobierno de las comunidades debe haber siempre un supremo moderador. Como resulta que termina el mandato del Vicario General de las Escuelas Pías y que hay obstáculos para la celebración del capítulo General para la elección del Prepósito, según sus Constituciones, principalmente fuera de Italia, el Procurador General suplica que se tome alguna providencia para el caso para el gobierno de su Orden, al menos hasta que se resuelvan las dificultades para la celebración del Capítulo General. Tras haber referido todo lo anterior a Su Santidad el Papa, en audiencia concedida benignamente al infrascrito Secretario de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares el 4 de septiembre de 1885, Su Santidad, tras haber pensado maduramente la cosa, prorrogó por un año la elección del Prepósito General, y confirmó por un año al actual Vicario General en su cargo.

Como además habían muerto dos Asistentes Generales (Perrando y Passera), pidieron al Papa que permitiera que le propusieran (el Vicario General, el Procurador General y el otro Asistente) directamente otros tres. El Papa accedió. La nueva Congregación General quedó formada por los PP. Benedetto Pincetti (Toscana), Pietro Stella (Liguria), Antonio Rolletta y Andrea Leonetti (Romana). El último era, además, Procurador General. Con tiempo se procedió a la celebración de los diversos Capítulos Provinciales. Las provincias centroeuropeas, en principios reacias a participar en la elección, para evitar posibles represalias del gobierno que no admitían superiores religiosos extranjeros, acabaron aceptando enviar sus papeletas. Quienes de ningún modo aceptaron fueron las provincias españolas, en virtud de la Bula Inter graviores de 1804 que separaba el gobierno de las Escuelas Pías de España de las de Roma. En total se formó una lista con 28 religiosos que tenían voz pasiva y activa para participar en la elección. Como era de esperar, fue el mismo P. Mauro Ricci el elegido General. Así lo comunicaba en su circular de fecha 10 de octubre de 1886[Notas 29]:

De la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares he recibido, con la venerada firma del Emmo. Viceprefecto Ignazio Masotti y del Rvmo. Secretario Luigi Sepiacci, con fecha 13 de septiembre, un decreto, en el que, tras narrar mi nominación y confirmación como Vicario General de la Orden, se anuncia que, tras abrir las papeletas de voto en número de veintiocho enviadas por los Vocales para la elección del nuevo General, se ha encontrado que “23 son a favor del P. Mauro Ricci de S. Leopoldo, Vicario General. Tras informar de ello a Su Santidad el Papa León XIII por medio del infrascrito Secretario de la citada Sagrada Congregación de Obispos y Regulares en audiencia del día 3 de septiembre de 1886, Su Santidad, teniendo sobre todo en cuenta el resultado de la votación, y demás consideraciones, con Autoridad Apostólica diputó y constituyó, y a tenor del presente Decreto diputa y constituye como Prepósito General de la Orden de los Clérigos regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, para el tiempo marcado por las Constituciones, al citado religioso P. Mauro Ricci de S. Leopoldo, con todas las facultades, derechos y privilegios de los que gozan legítimamente los Prepósitos Generales en dicha Orden, como si hubiera sido elegido en un Capítulo General. Y además Su Santidad manda a todos los alumnos y profesores de la misma Orden de cualquier grado y preeminencia, en virtud de Santa Obediencia, que reconozcan al citado P. Mauro Ricci de S. Leopoldo como Prepósito General, y todos le presten la debida reverencia y obsequio. Manda además Su Santidad al nuevo Prepósito General que, tras escuchar a los actuales Consultores o Consejeros Generales, proponga a la S. Congr. de OO. y RR. el nombramiento de religiosos para los demás cargos de la Orden que deben renovarse”.

Estas, hermanos míos, son las disposiciones del Santo Padre. Yo, aunque esperaba verme relevado de tanta pena, no daré ahora pasos vanos en contrario, sino que para no entristecer su benévolo ánimo y no causar perturbaciones en la Orden, con la esperanza de que me dispense de los trabajos literarios que me ha encargado, me resignaré por un poco más de tiempo al doloroso oficio; hasta que al menos se hayan resuelto las más urgentes necesidades, y el establecimiento en Roma, para beneficio común, de la nueva Casa.

Conociendo el P. Leonetti, Procurador General, antes que los demás el resultado de la votación, escribe inmediatamente una amable carta[Notas 30] en la que le dice que comprende sus sentimientos de pena por haber sido elegido General; de hecho, él no voto por él, sabiéndolo. La pena es que no hubiera capítulo general, donde podría haber explicado sus razones para no ser elegido. Pero tras usar el método de las papeletas, y haber sido proclamado por el Papa, no le queda más remedio que aceptar. Lo bueno es que el sexenio termina en 1890, y ya lleva casi la mitad. Le recomienda reunir al menos a los Provinciales de Italia, los vocales si puede ser, y discutir planes de futuro. Nombrar nuevos Asistentes, Secretario, Procurador General.

Notas

  1. RG 249 a 4, 11. 25 agosto 84.
  2. RG 24, 16. 4 octubre 1884.
  3. RG 24, 17. 15 octubre 1884
  4. RG 249 l 6, 6.
  5. Fue Provincial de la Romana de 1884 a 1886.
  6. RG 247 a, 18.
  7. RG 247 f 1, 55.
  8. Contrato entre el Presidente del Colegio Armeno y el P. Mauro Ricci (RHN 133 A): Capítulo fiduciario o nota de las condiciones establecidas y concertadas entre S.E. Rvma. Mons. Serafino Cretoni, Presidente del Colegio Armeno en S. Nicola da Tolentino y el Rvmo. P. Mauro Ricci, Vicario General de los Escolapios. Roma, 23 de septiembre de 1885. En virtud de esta capitulación, concluida entre el Excmo. Mons. Serafino Cretoni, Presidente del Colegio Armeno, expresamente autorizado por el Sumo Pontífice Reinante en audiencia del 1 de septiembre de 1885, en el interés del colegio y en el interés de la Santa Sede, a la que pertenece todo el local de S. Nicola da Tolentino (como con acto notarial hecho en Constantinopla el 15/27 de diciembre de 1884 ha reconocido y atestado el mismo adquiriente y actual intestatario Mons. Patriarca Azarian) y el Rvmo. P. Vicario General de las Escuelas Pías P. Mauro Ricci, se confirma a los Padres Escolapios por nueve años el alquiler ya concluido por nueve años entre el citado Rvmo. P. General y el Ilmo. Mg. Paquale Rubian, dejando a los Padres Escolapios la potestad durante este plazo de tratar con la Santa Sede la adquisición de la propiedad o del dominio útil del local por un plazo más largo. Se considerará rescindido el contrato cuando una de las partes imponga la rescisión por razón de fuerza mayor o por acontecimientos impuestos e independientes de su voluntad. Los locales citados se conceden como residencia de los Padres Escolapios y para abrir un instituto de las Escuelas Pías. Se concede a los Padres Escolapios citados la facultad de reducir, ampliar y acomodar a costa suya el edificio para los fines citados, pero a condición de comunicar al propietario el plan de obras de ampliación y elevación, y otros que puedan comprometer la solidez, la seguridad y la libertad del edificio, necesitando la aprobación previa. Al concluir el contrato, y en caso de rescisión legítima, los Padres Escolapios serán indemnizados por el propietario por la mejoras y ampliaciones hechas, por el valor que será estimado entonces por dos expertos llamados para ello, comparando con el estado actual. En caso de que en el periodo de este alquiler el local quedase sujeto a expropiación forzosa, la indemnización percibida será dividida con los Padres Escolapios a prorrata de la mejora y ampliaciones, a determinar como se indica en el número anterior. Los impuestos de propiedad que pesan sobre el edificio, tal como está ahora, van a cuenta del Propietario, pero si por las ampliaciones citadas hubiera un aumento, o bien el edificio en razón de su uso fuese sometido a nuevos impuestos, el aumento irá a cargo de los Padres Escolapios. Se comprende también en este contrato el uso y oficiatura promiscua de la iglesia aneja de S. Nicola para servicio tanto de los Padres como de los escolares y de los fieles; quedando sin embargo firmes el destino primitivo y el título a favor del propietario según los compromisos adquiridos en el instrumento de adquisición del 27 de junio de 1882. Las normas según las cuales deberá ejercerse esta oficiatura promiscua entre los dos institutos y cómo deberán ser cubiertos los gastos de culto y de manutención, será determinado por un reglamento particular a cargo del Emmo. Vicario de Roma, tras sentir las partes y recibir las órdenes del Sumo Pontífice. El pago por este alquiler es de 4000 L, a pagar en dos plazos semestrales anticipados, tal como se determinó. El primer plazo se cuenta a partir de seis meses después del momento en que se entrega el local, como gracia especial implorada del Excmo. Mons. Presidente y concedida por el S. Padre en audiencia del 15 de septiembre de este año. Cualquier duda o divergencia que pudiese surgir entre las partes en relación con el contrato se someterá a los dos Cardenales Protectores del Pontificio colegio Armeno y de la Orden de las escuelas Pías, los cuales tras haberlo discutido procurarán arreglarlo pacíficamente, invocando si es necesario la decisión de Su Santidad. La entrega de los locales se hará por medio del arquitecto Sr. Parisi el próximo 1 de octubre. Firma. Serafino Cretoni, Mauro Ricci.
  9. RG 247 f 1, 56.
  10. RG 247 f 2, 1.
  11. RG 247 f 2, 3.
  12. RG 249 l 6, 19.20.
  13. RG 247 f 2, 6.
  14. RG 247 f 2, 7.8.
  15. R G 24, 27.
  16. R G 58 A, 1.
  17. RG 24, 32.
  18. RG 24, 35.
  19. RG 249 l 13, 25.
  20. RG 249 l 13, 36. 9 mayo 1891. También: RG 249 l 13, 90: La nueva casa no carecerá de nada para formar escolapios, incluso tendrá escuelas, noviciado, juniorato, habitaciones para los padres mayores, y todo ordenando, en fin, para poder vigilar a los juniores, a los novicios, y ejercitarlos para estar con los jóvenes, para darles formación religiosa, etc., y todo ello servirá para ver si son aptos para la enseñanza, y para educar escolapiamente a la juventud. Hasta ahora nuestros jóvenes estudiaban y aprendían ni más ni menos que los seglares que van a las escuelas públicas, pero luego no los poníamos a prueba para ver si tenían aptitud para la enseñanza, como requiere nuestra orden; si sabían atraerse a los jóvenes, si sabían poner orden en las clases, etc. Al escolapio no le basta con saber, necesita saber enseñar y saber mantener la disciplina.
  21. RG 249 l 13, 41.
  22. RG 249 l 13, 67. El P. General de las Escuelas Pías proyectaría, en unión con los Superiores de las Órdenes Enseñantes, abrir en el próximo octubre la enseñanza de los cursos 1º y 2º normales para la patente del grado inferior, con la intención de abrir la enseñanza del 3er curso en octubre de 1892, completando así el programa de las escuelas normales. El local y el equipo escolares serían ofrecidos por los escolapios, de modo que el gasto se limitaría al pago de los profesores. Cada Orden contribuiría al mantenimiento de esta escuela bien ofreciendo un profesor, o pagando una cantidad en proporción con el número de jóvenes que el Superior de la Orden enviase; podrían aceptarse también seglares, pagando una cantidad mensual. Los peligros a que son expuestos los religiosos jóvenes que frecuentan las escuelas laicas son evidentes, no hace falta que los señalemos. Del mismo modo que son evidentes las ventajas que se derivarían de esta escuela abierta de común acuerdo con los Superiores de las distintas congregaciones dedicadas a la enseñanza.
  23. RG 249 l 13, 164. 1 octubre 1890.
  24. RLS 300.
  25. RG 249 l 5, 42. 4 abril 1892.
  26. RG 24, 41.
  27. RG 2, 383. 5 junio 1885.
  28. RG 2, 385.
  29. RG 24, 27.
  30. RG 247 f 2, 15. 10 septiembre 1886.