GinerMaestro/Cap01/01
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01.01. A los cuatro vientos
En un viejo censal, fechado en Peralta el 18 de agosto de 1566, se situaba al pueblo con estas palabras: 'Dicho lugar de Peralta de la Sal y sus términos están sittos dentro del presente reyno de Aragón y conffrontan con términos de los lugares de Calasanz, Sanct Esteban de Littera, del Campell, Tamarite de Littera, Çorita y Gavasa'[Notas 1]. La descripción no era completa, pues se olvidaron de Azanuy, que entonces y ahora se interpone entre Calasanz y San Esteban de Litera en la linde occidental, y también omitieron a Baells en la linde oriental, situado entre Alcampel y Zurita.
Los siglos transcurridos desde el citado censal han alterado notablemente esta descripción, mucho más si tenemos en cuenta la constitución reciente del municipio de Peralta de Calasanz, cuya extensión total es de 114,9 km2., mientras el solo término de Peralta de la Sal tiene 45,39 km2. El mencionado censal, en efecto, dice que Peralta confronta al sur con Tamarite de Litera, pero hoy día entre ambos términos hay tres enclaves (Alcaná, Pelagriñón y Rocafort), arbitrariamente anejos a Gabasa, Alcampel y San Esteban de Litera, que formaban parte de la histórica baronía peralteña, junto con el poblado de Cuatrocorz, incluido todavía hoy en el término de Peralta. Por otra parte, Zurita ha quedado incorporada a BaelIs[Notas 2].
De norte a sudoeste cruza el término de Peralta el río Sosa, formado por sus dos afluentes de cabecera, el Zurita y el Calasanz, que recogen sus aguas de los barrancales del este y del norte en tierras de Zurita, Gabasa y Calasanz, y se encuentran a pocos pasos de la salida de Peralta. Más al sur, otros dos barrancos, el Cananillo y el Lareñ, recorren el término de este a oeste, engrosando un poco más —cuando llueve— el escaso caudal del Sosa, que vierte sus aguas en el Cinca, después de pasar por Monzón.
Pocas son las tierras de Peralta que se benefician de las aguas del Sosa, ya sea por su escaso caudal, ya sea más bien por lo accidentado del terreno. Pero no faltan zonas de regadío en sus riberas y alguno que otro cañaveral, como el que acompaña al río Calasanz hasta su entrada en Peralta, que atraviesa de norte a sur partiendo en dos la población. En sus tierras de cultivo, casi en su totalidad de secano, predominan los olivares y viñedos y en menor grado el almendro y los cereales.
La mayor parte del término es montañosa e inculta, abundando el monte bajo. Aunque, propiamente hablando, no se trata de montaña, sino de colinas y altozanos que sitúan toda la superficie municipal a una altura media de 500 a 600 m. sobre el nivel del mar, quedando el pueblo a 523. Entre esas ondulaciones destaca el macizo del Tozal Gordo, con 784 m. de altura, y junto a él su gemelo, el collado de la Mora, con 769 m., en cuya plataforma se yergue aún, altivo y majestuoso, un torreón de dorada piedra de sillería, verdadera atalaya que domina todo el término de Peralta y alrededores, reliquia insigne de lo que fue castillo de Momagastre desde el tiempo de los moros. En torno a él se extiende una inmensa alfombra de pinos y encinas, mucho más abundantes en los siglos pasados, como asegura Ignacio de Asso a fines del siglo XVIII al mencionar los 'dilatados carrascales en los términos de Peralta, Zurita, Gavasa', etc[Notas 3].
A unos mil metros al este de la villa, en la confluencia de los barrancos del Manantial, la Collenera y la Poza Grande, se concentran las aguas de sus tres fuentes saladas en unas 300 balsas o salinas, que convierten toda aquella rinconada en un enorme tablero cuadriculado en que se combinan el blanco de la sal con las tonalidades de azul y verde de las aguas estancadas en evaporación. La producción anual a principios de siglo era de unos 500.000 kg. de sal y hoy día gira en torno a los tres millones, según declaración del actual dueño. Hasta no hace mucho, la explotación era comunitaria entre todos los propietarios de la villa.
En tiempos pasados, su peso económico debió de ser muy considerable. Cuando Felipe V, por Real Decreto de 1708, incorporó a la Corona todas las salinas del Reino de Aragón, el párroco de Peralta, don Antonio Zaydín, 'en nombre de su Capítulo Eclesiástico, Ayuntamiento y Vezinos', escribió un memorial al Rey suplicándole que devolviera a sus antiguos propietarios sus derechos sobre las salinas, poniendo de relieve, no sin cierta exageración, la importancia que tenían para la economía local: “La Villa —decía— y sus individuos padecen en sumo grado con el menoscabo del producto de las Salinas, por ayer dependido siempre de él para la manutención de sus casas y familias y quedan totalmente perdidos... Que aviendo franqueado la Divina Providencia a la escasez y miseria del terreno de la dicha Villa el arbitrio de la Salina para subvenirse en sus necesidades con sus réditos, desposseyéndose de ellos queda constituida en lance tan lastimoso, que a mucha parte de sus moradores les es preciso desertar con el dolor de no tener medio para no perecer, pues no dando de sí sus cortas tierras los frutos necesarios para alimentarse... no hallan senda para el alivio, en tanto que ya muchas familias le buscan mendigando por puertas.” Y no eran menores los efectos desastrosos para el mantenimiento del culto y el clero, pues “gran parte de las rentas del Curato han consistido siempre en los derechos de Primicia de la Sal y distribuciones del producto de dichas Salinas con que está dotado”, quedando por su incorporación al Real Patrimonio “en mísero y deplorable estado e imposibilitándose para los muchos y piadosos cargos que tiene annexos en la misma Iglesia, en tanto que se halla esta en el lastimoso lance de faltarle la devida asistencia y sus muchos feligreses pobres, defraudados de la limosna”. Y concluía, en síntesis, que este expolio de sus derechos dejaba “el Curato sin primicias; los Beneficios sin rentas; los Padres (escolapios) sin alivio; la Iglesia sin assistencia; el Culto Divino disminuido; las Almas sin sufragios; los Legados sin cumplimiento; la Villa extenuada y sus Vezinos sumamente desvalidos”[Notas 4].
Tal vez haya exageración en ponderar los desastres ocasionados por la nacionalización de las Salinas, pero ciertamente nos da la impresión de lo que significaban para la subsistencia del pueblo. Y aunque este memorial es de 1708 o algo posterior, no parece abusivo suponer que en tiempos de José de Calasanz tuvieran idéntica importancia económica dichas salinas. Realmente, el apelativo 'de la Sal' era para Peralta algo más que un distintivo nominal.