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San José de Calasanz. Maestro y fundador
Severino Giner Guerri, Sch. P.

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Índice

Capítulo 01: Peralta de la Sal, su patria

01.01. A los cuatro vientos
01.02. La Villa de Peralta
01.03. Mirando hacia atrás
01.04. Los primeros señores de Peralta
01.05. Peralta de la Sal en la diócesis de Urgel
01.06. Peralta y Cataluña: raíces profundas
01.07. En el Reino de Aragón
01.08. José de Calasanz y Zaragoza, San Lorenzo y la Virgen del Pilar
01.09. La Real Casa de Castro y los barones de Peralta
01.10. Autoridades y jerarquías
01.11. Lugares de la tierra de Castro y baronía de Peralta

Capítulo 02: Linaje y familia

02.01.Mentalidad barroca
02.02. Raíces, tronco y ramas
02.03. Los últimos intentos de solución
02.04. Infanzonía de los Calasanz
02.05. 'Etnicamente...'
02.06. El apellido 'de Calasanz'
02.07. Pedro Calasanz, baile de Peralta
02.08. Pedro Calasanz, 'ferrero'
02.09. Las herrerías de Peralta
02.10. María Gastón, la madre
02.11. Una familia bien acomodada

Capítulo 03: INFANCIA HOGAREÑA Y PRIMEROS ESTUDIOS

03.01. La fecha de nacimiento
03.02. Una tradición equivocada
03.03. Lo que seguramente no fue
03.04. Los principios de su piedad
03.05. El demonio entre los olivos
03.06. La profecía de las acémilas
03.07. Sus primeras letras
03.08. La escuela de Estadilla
03.09. El poeta perdido
03.10. 'El santet'
03.11. La temprana vocación sacerdotal
03.12. El bandolerismo ribagorzano

Capítulo 04: EN LÉRIDA: ARTES Y LEYES

04.01. Una tradición insegura
04.02. Un esquema aceptable
04.03. En la Facultad de Artes y Filosofía de Lérida
04.04. Estudiante de Leyes
04.05. El enigmático título de 'Prior'
04.06. Rector de la Universidad de Lérida?
04.07. Prior del Colegio de la Asunción?
04.08. El ambiente estudiantil de Lérida
04.09. 'Lo que se fue para siempre'
04.10. Primera tonsura y bodas en familia
04.11. La residencia del clérigo universitario
04.12. La reforma del Estudio General
04.13. Los primeros encuentros con los jesuitas

Capítulo 05: TEOLOGIA Y ORDENACIONES

05.01. La Valencia que conoció Calasanz
05.02. La Universidad, entonces
05.03. La Facultad de Teología
05.04. Los jesuitas y la Universidad
05.05. El Patriarca Ribera y la Universidad
05.06. Supuestos desórdenes en la Universidad
05.07. Calasanz en Valencia
05.08. La tentación de una dama
05.09. En Alcalá de Henares
05.10. La Universidad y sus Colegios
05.11. Los jesuitas y la Universidad
05.12. Las inquietudes de Ribagorza
05.13. La muerte de su hermano Pedro
05.14. Regreso a Peralta y enfermedad providencial
05.15. De nuevo en Lérida
05.16. Peldaño a peldaño hasta el sacerdocio

Capítulo 06: PRIMEROS AÑOS DE SACERDOCIO FUERA DE SU DIOCESIS

06.01. Desorientación de biógrafos
06.02. Nuevos documentos y aclaraciones
06.03. Por qué fuera de su diócesis
06.04. Hacia Barbastro
06.05. Familiar del obispo Urríes
06.06. Calasanz en Barbastro... 'maestro sacerdote'
06.07. Otras experiencias en Barbastro
06.08. De Barbastro a Monzón
06.09. Monzón y las Cortes de 1585
06.10. Al servicio del Obispo de Lérida
06.11. Mons. de La Figuera y la reforma monástica
06.12. La reforma de los agustinos
06.13. Otra confusión histórica
06.14. Una escapada urgente a Peralta
06.15. Camino de Montserrat
06.16. Antecedentes remotos: Valladolid y Montserrat
06.17. Antecedentes próximos: visita apostólica
06.18. Intervalo dramático
06.19. Llegada a Montserrat y principio de la visita de La Figuera
06.20. Nuevos y graves disturbios
06.21. Calasanz, testigo de la tragedia final
06.22. A modo de epílogo

Capítulo 07: AL SERVICIO DEL CABILDO DE URGEL

07.01. Un año entero en Peralta
07.02. La muerte de su padre
07.03. La llegada a Seo de Urgel
07.04. La diócesis de Urgel
07.05. La ciudad de La Seo
07.06. En casa de Antonio Janer
07.07. Época de postconcilio
07.08. Secretario del cabildo
07.09. Maestro de ceremonias de la catedral
07.10. En pie de guerra
07.11. Arcabuces para los canónigos
07.12. 'Sede vacante'
07.13. El Vicario General Antonio de Gallart y de Mongay
07.14. Llegada a Urgel del nuevo obispo, Fray Andrés Capilla

Capítulo 08: LA GRAN EXPERIENCIA PASTORAL

08.01. En el palacio episcopal de Urgel
08.02. ¿Procurador de beneficios eclesiásticos?
08.03. ¿Calasanz, maestro en Urgel?
08.04. Claverol y Ortoneda
08.05. Visitador del arciprestazgo de Tremp.
08.06. Oficial eclesiástico de Tremp
08.07. Vicario General
08.08. Tremp: villa, colegiata y oficialato
08.09. El Visitador y Oficial eclesiástico en acción
08.10. En sus plebanías de Ortoneda y Claverol
08.11. Sort, Tirvia y Cardós
08.12. Fundar colegios de religiosos, aspiración de Gervás de las Eras.
08.13. Recuerdos y añoranzas

Capítulo 09: HACIA ROMA

09.01. El sueño de José
09.02. Las pretensiones de canonjías
09.03. La visita ‘ad limina’ del obispo Capilla
09.04. Procurador de la diócesis de Urge! en Roma
09.05. Momento inoportuno para irse a Roma
09.06. Supuestas renuncias antes de hora
09.07. Los frutos de la renuncia a las plebanías de Ortoneda y Claverol
09.08. El doctorado en Teología
09.09. Despedidas
09.10. De Barcelona a Roma

Capítulo 10: LOS AÑOS ROMANOS DE PALACIO, DE CURIA Y DE PRETENSIONES.

10.01. Un español en Roma
10.02. La Roma monumental de fin de siglo
10.03. Acogido por dos canónigos
10.04. En el palacio de los Colonna
10.05. Teólogo del cardenal Marco Antonio
10.06. Capellán de palacio
10.07. Con el joven cardenal Ascanio Colonna
10.08. El Procurador de Urgel
10.09. Proceso contra el obispo Capilla
10.10. La supresión de los Canónigos Regulares de San Agustín en Cataluña.
10.11. Desmembración de la diócesis de Urgel
10.12. El primer fracaso del pretendiente de canónigo
10.13. Segundo fracaso de canonjía urgelitana
10.14. Tres canónigos para una misma canonjía
10.15. Tercero y último fracaso: no será canónigo

Capítulo 11: LA ROMA DE LOS SANTOS

11.01. Una especie de conversión
11.02. Los franciscanos del convento de los Santos Apóstoles
11.03. Calasanz, Bagnacavallo y el jesuita Cordeses
11.04. Tres venerables carmelitas españoles
11.05. El santo reformador de los trinitarios
11.06. Otro insigne carmelita: P. Jerónimo Gracián
11.07. El P. Soto, oratoriano ilustre
11.08. En el círculo e los santos
11.09. A modo de colofón

Capítulo 12: LA ROMA DE LA POBREZA, LA CARIDAD Y LA DEVOCIÓN

12.01. Pobreza, caridad y cofradías
12.02. Cofradía de los Doce Apóstoles
12.03. Cofradía de la Doctrina Cristiana
12.04. Cofradía de las Llagas de San Francisco
12.05. Cofradía de la Sma. Trinidad de Peregrinos y Convalecientes
12.06. Cofradía de la Sma. Virgen del Sufragio
12.07. El Venerable Oratorio de Santa Teresa
12.08. Visitas a las siete iglesias
12.09. La tullida andariega
12.10. Predilección por ciertas iglesias de Roma
12.11. Peregrino por los santuarios de Italia
12.12. En las moradas místicas

Capítulo 13: ORIGEN DE LAS ESCUELAS PIAS

13.01. La llamada vocacional
13.02. La subida al Capitolio
13.03. Recurso a los jesuitas y dominicos
13.04. La escuela de Santa Dorotea: versión tradicional
13.05. La moderna versión histórica
13.06. Precisando los hechos
13.07. El nacimiento de una escuela nueva
13.08. Los primeros pasos
13.09. El paso del Rubicón
13.10. Plaza del Paraíso
13.11. Fracasos providenciales
13.12. Quema de las naves

Capítulo 14: CONGREGACIÓN DE LAS ESCUELAS PIAS DE ROMA

14.01. Escuelas Pías: nombre y Congregación
14.02. Los principios de la 'vida en común'
14.03. Algo más que una simple convivencia
14.04. Otros aspectos de la vida comunitaria de aquella Congregación
14.05. De nuevo la sombra del diablo
14.06. Los cardenales Antoniano y Baronio en las Escuelas Pías
14.07. El motín de los maestros municipales y el 'certificado de pobreza' de los niños
14.08. Otros conflictos externos e internos
14.09. Los colaboradores de Calasanz
14.10. Traslado a la Plaza de San Pantaleón
14.11. Pobreza y Providencia
14.12. El abate Glicerio Landriani
14.13. La mansión definitiva: San Pantaleón

Capítulo 15: LA EFIMERA UNION CON LOS LUQUESES

15.01. Preliminares
15.02. Iniciativa y protagonistas
15.03. Los firmantes y sus motivaciones
15.04. El breve apostólico
15.05. Satisfacción y optimismo
15.06. Novedades de un trienio
15.07. Los nuevos ángeles custodios
15.08. Los luqueses en la escuela
15.09. Esperanzas de expansión universal
15.10. Primeras muestras de cansancio
15.11. La Dieta General de otoño de 1614
15.12. El primer gran desengaño
15.13. Calasanz, reformador audaz… fracasado
15.14. La comisión cardenalicia
15.15. En busca de una fórmula de concordia
15.16. Hacia una Congregación nueva
15.17. Las Escuelas Pías en Frascati
15.18. Reacción decisiva de los luqueses
15.19 No fue posible la concordia

Capítulo 16: LA FUNDACIÓN

16.01. La gran decisión
16.02. Antecedentes inmediatos del breve fundacional
16.03. El breve fundacional
16.04. Los pobres, sobre todo
16.05. El grupo inicial y la primera vestición
16.06. Usos y costumbres en los comienzos
16.07. Qué fue y qué no fue el P. Pedro Casani
16.08. El noviciado, los novicios y su Maestro
16.09. La muerte de una esperanza
16.10. Fundación en Narni
16.11. Otras fundaciones de la Congregación Paulina
16.12. A lomos de borriquillo
16.13. Las primeras profesiones de votos
16.14. Las Constituciones
16.15. Pablo V y Gregorio XV, dos buenos amigos de Calasanz
16.16. Aprobación de las Constituciones
16.17. El último peldaño: Orden religiosa
16.18. Mayoría de edad: los votos solemnes
16.19. Admirable como un milagro

Capítulo 17: NATURALEZA Y NOVEDAD DE LA OBRA DE CALASANZ. PIEDAD Y LETRAS

17.01. Por el bien de la sociedad
17.02. Una obra de Iglesia
17.03. Carisma y espiritualidad peculiar
17.04. Selección de los candidatos
17.05. Formación religioso – sacerdotal
17.06. La preparación de los maestros
17.07. Ilustres maestros de maestros
17.08. EI caso especial de Campanella
17.09. Las nuevas escuelas romanas de Calasanz
17.10. El nuevo ciclo de estudios primarios.
17.11. El nuevo ciclo de estudios medios
17.12. Cuestiones complementarias:
17.13. El santo temor de Dios
17.14. La educación humana y el 'sistema preventivo'

Capítulo 18: UN LUGAR EN LA HISTORIA

18.01. Un olvido lamentable
18.02. La escuela primaria, obligatoria y gratuita del Estado
18.03. La Iglesia católica y la escuela primaria
18.04. Escuela primaria para niñas
18.05. Las primeras Congregaciones femeninas de enseñanza. María Ward y Pedro Fourier
18.06. Juana de Lestonnac, las Ursulinas y Nicolás Barré
18.07. Lutero y la escuela popular primaria en Alemania
18.08. Los tres documentos programáticos de Lutero
18.09. Las escuelas primarias de la Reforma
18.10. Gratuidad y obligatoriedad
18.11. La enseñanza primaria en Gran Bretaña

Capítulo 19: GENERALATO TEMPORAL: LA EXPANSIÓN

19.01. La fundación de Savona
19.02. La subida de Calasanz a Liguria
19.03. Fundación en Nápoles y Sicilia: los precursores
19.04. Salió el Fundador a fundar en Nápoles
19.05. El fracaso de Mesina y el regreso del Fundador a Roma
19.06. El Colegio Nazareno
19.07. Las Escuelas Pías de Fiammelli
19.08. Los escolapios en Florencia
19.09. La peste de 1630 y la consolidación definitiva de la fundación
19.10. En defensa del nombre de las Escuelas Pías
19.11. La increíble aventura de un impostor: Mateo Massimi
19.12. Primera fundación fuera de Italia: Nikolsburg, en Moravia

Capítulo 20: GENERALATO TEMPORAL: CUESTIONES GRAVES

20.01. El Año Santo de 1625
20.02. La Visita Apostólica de 1625 antecedentes
20.03. La brevísima Visita Apostólica
20.04. El desenlace de la Visita: desilusión
20.05. Enfermedades y curaciones
20.06. Otra grave enfermedad y sus consecuencias
20.07. El Capítulo General de 1627
20.08 La institución de los Clérigos Operarios
20.09. Graves acusaciones contra el p. Alacchi
20.10. El lamentable caso del P. Cherubini
20.11. Un proceso controvertido
20.12. EI Capítulo General de 1631

Capítulo 21: GENERALATO VITALICIO: LA EXPANSIÓN COMO PROBLEMA

21.01. Los inobservantes y sus memoriales
21.02. El 'Memorial de los Inconvenientes'
21.03. Nueva campaña de memoriales
21.04. Acusado y acusadores
21.05. El inquietante problema de la expansión
21.06. No era posible atender a tantos
21.07. Gravedad de la prohibición pontificia
21.08. La mediación de los cardenales Dietrichstein y Ginetti
21.09. Reaparición del P. Alacchi
21.10. La fracasada fundación en Venecia
21.11. De nuevo hacia Sicilia: fundación definitiva

Capítulo 22: EL CONFLICTO DE LOS HERMANOS OPERARIOS Y LOS CAPITULOS GENERALES DE 1637 Y 1641

22.01. La institución de los Clérigos Operarios
22.02. Tonsura y bonete exclusivamente
22.03. El recurso a los decretos clementinos
22.04. Cambio de actitud: concesión del sacerdocio
22.05. Satisfacción de unos y oposición de otros
22.06. Las quejas del P. General contra sus Asistentes
22.07. Preparación del Capítulo General de 1637
22.08. El Capítulo General de 1637. Incidentes desagradables
22.09. La temática del Capítulo General
22.10. El problema de los Operarios
22.11 'Los reclamantes'
22.12. El breve ‘Religiosos viros’ de Urbano VIII
22.13. Dos ausencias notables: Casani y Alacchi
22.14. El capítulo General de 1641 y su relación con el de 1637
22.15. Otras disposiciones capitulares
22.16. Atando cabos sueltos

Capítulo 23: LAS PERTURBACIONES DEL P. MARIO

23.01. Los primeros síntomas
23.02. La comunidad florentina de los 'escolapios galileyanos
23.03. El caso inquisitorial de 'Madre Faustina'
23.04 Nueva refriega, acusaciones y proceso
23.05. La peor denuncia contra los galileyanos
23.06. Los principios de un mal gobierno
23.07. Rebeldías y complicaciones políticas
23.08. Presos del Santo Oficio
23.09. Injusta reacción del Santo Oficio
23.10. Pacificación de Toscana y destierro de Mario
23.11. La culpabilidad de Michelini y las gravísimas amenazas de Albizzi
23.12. Exaltación de Mario y humillación de Calasanz
23.13. El primer Visitador apostólico, P. Ubaldini
23.14. El nuevo Visitador Pietrasanta y los Asistentes generales
23.15. Los colaboradores directos en la Visita
23.16. La finalidad de la Visita Apostólica
23.17. Efímero gobierno y trágica muerte de Mario

Capítulo 24: PIETRASANTA, CHERUBINI, Y LA COMISION CARDENALICIA

24.01. La Comisión Diputada
24.02. La Primera Relación del P. Visitador
24.03. En torno a la sesión primera
24.04. Et P. Cherubini, Superior General
24.05. Reacción violenta contra Cherubini
24.06. Autodefensa de Pietrasanta y amenazas de destrucción
24.07. En torno a la segunda sesión
24.08. Un documento polémico
24.09. Tiempo de callar y tiempo de hablar
24.10. Forcejeos e intentos de conciliación
24.11. Hacia la sesión tercera
Esta ‘Apología’ está dirigida a la Comisión Cardenalicia, cuyo Presidente, cardenal Roma, se sabía de cierto que era decididamente contrario a la culturización de los pobres. Y dichas las cosas así, con esa crudeza y ese aire oratorio ciceroniano, es probable que produjeran un efecto contrario. Muchas veces la verdad desnuda ofende, sobre todo a los grandes.
Al terminar Paolucci su exposición, habló el secretario Mons. Albizzi y -dejando de lado, por lo visto, todo lo dicho en el ‘Documento siniestro’- aceptó las propuestas de Paolucci, con lo que cambiaron de opinión también los cardenales Roma y Spada, quedando todos providencialmente de acuerdo en que así se pidiera al papa. La sesión había concluido.
Además de estos nombramientos, la Comisión llegó a ciertas conclusiones en el transcurso del debate, aunque luego serían modificadas en la última sesión. Tales conclusiones fueron: 'que no puedan ejercitar los tres votos sustanciales', pero luego se especifica que los que profesaron dichos votos quedan obligados a éllos, mientras los que entren en adelante harán votos simples, sólo dispensables por la Santa Sede; estarán sometidos a los obispos, como los de la Doctrina Cristiana (no se nombra el Oratorio); cada casa tendría su Superior; podrán enseñar lo que los obispos crean conveniente. Tanto la fecha exacta de esta sesión cuarta como su contenido preciso fueron desconocidos por entonces.
La escena debió de sentar muy mal a la corte papal y al mismo Inocencio X y fue desaprobada igualmente por el P. General apenas se enteró, aunque luego con paterna compasión y aun con realismo justificó el hecho, escribiendo a Berro, a quien habían llegado ya noticias de lo ocurrido, acusando al Santo Viejo de ser el provocador: 'en cuanto a lo que se dice que los Padres de Roma fueron incitados por mí en sus motivaciones, V. R. no lo crea, pues todos estaban hartos hasta el gollete, como ellos mismos le han dicho [al papa] por el gobierno de tres años sin fruto y con mucho daño'. Esta insólita escena de palacio no influyó probablemente, ni en bien ni en mal, en lo que estaba ya decidido desde la última sesión de la Comisión, en septiembre, pero quizá aceleró notablemente los acontecimientos.

Con ello se puede decir que concluía sus tareas la Comisión Cardenalicia, aunque sus decisiones sólo serían efectivas al publicarse el breve. En efecto, después de tan larga andadura de la Comisión Diputada y bajo dos pontificados distintos, al fin se cumplió la voluntad de Mons. Asesor, manifestada desde la primera sesión: unos pedían la extinción absoluta, otros la conservación de ta Orden, mientras sólo Albizzi proponía la reducción de Orden a Congregación, aun sabiendo que no había antecedentes de semejante cambio en la Historia de la Iglesia. Y así fue.

Siempre hubo en el corazón de este hombre mucha más esperanza que desesperación, mucha más confianza en la mano protectora de Dios, que no veía, que resignación en la adversa realidad que tocaba con sus propias manos. Y Dios se puso al fin de su parte.
Era la última vez que se cruzaban palabras en público entre el P. Pietrasanta y los escolapios, con toda la dureza de la autodefensa y del ataque. Las grandes esperanzas que habían puesto en el Visitador tantos escolapios en un principio, se fueron derrumbando poco a poco, y aún falta oír las quejas moderadas del Santo Fundador. Con todo, creemos que la historia ha sido excesivamente dura en juzgarle, atribuyéndole más culpabilidad y malicia de la que tuvo. Sin negar sus desaciertos, sus acciones y reacciones precipitadas o irreflexivas, quizá su culpa principal fue la que denunciaban los Padres de San Pantaleón en su última carta: no haberse esforzado por hacer cambiar el mal concepto que se habían formado de las Escuelas Pías en la Curia Romana, desde Mons. Albizzi hasta los dos papas, Urbano vlII e Inocencio X, indagando y descubriendo la verdad y la mentira. En cierto modo, también Pietrasanta fue víctima más o menos inconsciente de Mario y Cherubini, a quienes creyó y favoreció con 'superabundancia', y su deseo de salvar la Orden chocó contra las decisiones de la Comisión, cuyos hilos manejó con sutileza y diplomacia el omnipotente Mons. Albizzi.
Ni el visitador Apostólico por sí mismo, ni la Comisión Diputada como tal dieron decreto alguno de reforma. Todo se redujo al breve, cuya supuesta reforma quedaba encomendada a las nuevas Constituciones, que no salieron nunca a Ia luz del día. Mientras tanto, las facilidades para abandonar aguel despojo de Congregación -desprovista de Constituciones legítimas y de contextura interna jerárquica y la imposibilidad de darle savia nueva, la condenan miserablemente a la muerte.
Por segunda vez, y no ya solamente el Santo Fundador y sus venerables Asistentes, sino todos los pobres escolapios sin distinción, en Roma y fuera de Roma, pasaban por la ‘Calle de la Amargura’. Y no es fácil decir qué era más doloroso, si oír las voces exteriores que les llenaban de vergüenza, o las interiores que les incitaban a dejarlo todo, porque ya no había esperanza de sobrevivir.
A ejemplo de Cherubini, algunos o muchos que habían obtenido el breve para salir, no salían. Eran sobre todo sus partidarios y amigos de Mario, es decir, precisamente aquellos que se esperaba que se fueran. Estos tales -dice Berro- 'querían vivir a su capricho como seculares y estar en casas regulares, sirviéndose de las cosas de casa, guardándose limosnas para procurarse muebles para sus casas, sin trabajar en el ejercicio de las Escuelas Pías y mucho menos observar nuestras antiguas Constituciones y los ejercicios de mortificación y oración, lo cual era una molestia para todos los demás que con más afecto y diligencia que nunca, para obtener la misericordia de S. D. M., se desvivían por observarlas'. Ya en julio de 1646 advertía el Santo Fundador estos abusos y prometía que se pondría remedio. Y, en efecto, se cursó un memorial a la Santa Sede pidiendo que los que tenían el breve, que se fueran dentro de cuatro meses, y si no se iban, quedarían anulados los breves. Y el breve salió el 4 de diciembre de 1646.
Todas estas cartas angustiosas de los hijos buenos que expresaban sus dudas, ansiedades, temores y promesas al Santo Viejo, debieron llenar su alma de una amargura profunda, y su pobre cuerpo, que sentía el peso de sus casi 89 años, acusaba los golpes. El 25 de agosto de 1646 -cinco largos meses después de la promulgación del breve fatal- escribía: 'Todavía estoy con los dolores causados por el calor del hígado, y hace más de un mes que no digo Misa por no poder estar de pie tanto rato; me siento, sin embargo, más aliviado con la esperanza, si Dios quiere, de volver pronto a celebrar Misa'. Pero a primeros de diciembre aún se siente débil para caminar 'después de la enfermedad del pasado verano' Ni la santidad puede impedir que se resienta por los disgustos el hígado de los santos.
Indudablemente, los que se quedaron supieron mantener o recuperar el espíritu de la Orden, cumplir con fidelidad, con esfuerzo heroico y con plena esperanza en el futuro de la misión propia de la Orden, sin cerrar -repitámoslo- ni una sola de las casas en el crítico decenio de la reducción inocenciana. Estas cartas preciosas serían para el Santo Viejo un consuelo para las amarguras de su alma, e incluso un alivio físico para sus dolores de hígado, más eficaz que las placas de mármol que solía aplicarse como remedio.
El Fundador sigue siendo el centro de la Congregación, como en los tiempos pasados. A él se acude en demanda de gente, de consejos, de decisiones, y lo que no puede hacer por falta de autoridad -no tiene absolutamente ninguna- acude al cardenal vicario para que los autorice. Así, apenas publicado el breve de reducción consigue que Ginetti dé licencia al P. Onofre Conti y al Ho. Agapito para que vayan a Germania y Polonia, aunque no logra de la Congregación de Propaganda Fide que le den a Conti el título de Misionero apostólico, porque Mons. Albizzi les informa que era uno de los 'perturbadores de la orden' De Cáller le piden que les mande un visitador, y les manda en 1648 al P. Onofre Conti. De Turi le ruegan les envíe a dos sacerdotes, en 1648 . En Florencia, decide él la salida de algunos hacia otras casas. De Nikolsburg le escriben en julio de 1648: 'todas las decisiones y órdenes que se hagan, se mandarán siempre a V. P, ni haremos nada sin su conocimiento y consenso'. Y de Nápoles le dice al rector de Puerta Real: 'la carta de V. P, Rma. ha sido de gran consuelo, no sólo para mí, sino también para todos los padres y Hermanos de esta familia, los cuales nos preciamos de ser súbditos de S. P. y depender, en cuanto lo permitan los tiempos presentes, de su mandato y consejo. Y en cuanto al asunto de Aversa esperemos el resultado y la solución, como escribe'. son sólo ejemplos de una actitud generalizada.
Supo infundir esperanza y todas las esperanzas estaban puestas en éL. Pero en los últimos años no todo fueron palabras y promesas, ni se cruzó de brazos esperando que le llegaran del cielo auxilios milagrosos. Con una energía impropia de sus casi noventa años y con una profunda convicción de que el papa Inocencio X había sido mal informado, siniestramente informado, emprendió con entusiasmo la última batalla diplomática, muriendo prácticamente en la brecha.
Es una satisfacción saber que ése era el concepto personal que Inocencio X tenía del Santo Fundador, y por ello es lamentable que no hiciera nada para devolverle la honra personal -al menos, y por justicia-,tan maltrecha todavía, como se ve en el ‘Racconto difuso’ de Mons. Albizzi.
El 20 de mayo murió el rey de Polonia. Calasanz, entre las cartas que escribió hablando de su muerte y rogando oraciones por su alma, dijo al P. Orselli: esperamos 'que nos ayudará en el cielo con S. D. M. mucho más de lo que hizo con su Vicario en la tierra'. Orselli, por su parte, a principios de junio escribía al P. General diciendo que el Gran Canciller del Reino, duque Ossolinski, le había asegurado que seguiría protegiendo la Orden, y que había escrito a Mons. Roncalli que continuara con nuestra causa y dijera a S. S. (que mientras esté en pie la Corona de Polonia, siempre estará protegida esta Religión'. A principios de julio, al recibir esta carta el Santo Fundador, escribió otra en elegantísimo latín -increíble para sus noventa y un años- al duque Ossolinski, reconociéndole como el máximo protector en Polonia, después del rey, y asegurándole que era tal la esperanza que les infundía para conseguir favores futuros (que sintiéndonos perecer irremediablemente al morir el rey, nos parece con razón que sólo en ti podremos respirar y vivir'. Y con esos sentimientos de un futuro esperanzador llegó al final de sus largos días antes de pasar dos meses.
Con esta misma fecha escribe al Santo desde Nápoles el P. Patera: 'he oído que el P. Esteban ha sido cogido, etc., en el colegio por el Hº. Horacio; por favor, dígame cómo y qué., ha hecho porque aquí multi multa dicunt [muchos dicen muchas cosas]. Particularmente, escribe el P. Vicente M.' [Gavotti] a un partidario suyo, que todo son calumnias y persecuciones y que por ello lo acoge y favorece aún más Monseñor [Asesor], añadiendo que por esta razón hay peligro de que sea generalísimo'. . El P. Caputi, que estaba entonces de comunidad en S. Pantaleón, nos da otra Larga narración de estos hechos, cuyas líneas fundamentales nos acaban de dar las dos cartas precedentes. El caso fue que el P. Cherubini volvió a las andadas e intentó abusar de un alumno del Colegio Nazareno, el cual recurrió al Hº. Horacio Rinaldi. El nuevo escándalo se aireó pronto, como hemos visto por la carta de Nápoles, y llegó a conocimiento de los Auditores de Rota, algunos de los cuales con disimuladas excusas fueron al Nazareno para cerciorarse de los hechos. Confirmadas las acusaciones, Cherubini fue alejado del Colegio y mandado a Frascati, pero no volvió al siglo, como se esperaba. Los Auditores de Rota recurrieron al P. General para que designara nuevo Rector del Nazareno y propuso al P. Camilo Scassellati.
Así acabó la triste historia de Cherubini, sin que sepamos si su gran amigo y protector Mons. Albizzi se dignó hacerle alguna visita en su última enfermedad o a su cadáver, mientras estuvo expuesto en San Pantaleón.
La segunda petición se la dirigió el 4 de febrero de 1648, a nombre del Consejo Real de Aragón, don Miguel Pablo Gamón, que termina su carta diciendo: 'holgaríame cierto ser instrumento para la introducción de tan Santa Religión y tan provechosa al bien común y particularmente de los menesterosos'. A esta petición, cuya respuesta no conocemos, puso el Santo mayor interés, relacionándola con su amigo y casi paisano don Miguel Jiménez Barber, que había manifestado su deseo de ser escolapio y que Calasanz ya le veía en Cerdeña haciendo el noviciado y partiendo luego con algunos Padres a fundar el primer colegio de Escuelas Pías en sus tierras de Aragón. Pero todo quedó también en agua de borrajas.
En términos análogos hizo su declaración ese otro Padre, que era Scassellati, confirmándola otros, como Armini y Bianchi, que lo sabían de oídas, y especialmente Caputi, que asegura que el Santo lo volvió a revelar a él y a los PP. García, Berro, Morelli y al Padre barnabita Constantino Palamolla. A este último hizo otra portentosa revelación, estando presentes en la habitación el P. Castelli y el P. Berro, que es quien la cuenta. Debió ser otro sueño o visión en la que fueron a visitarle todos los escolapios difuntos hasta entonces. Unos estaban de pie y otros sentados. Y preguntó el Santo al P. Constantino qué podría significar esa diferencia. El barnabita le preguntó a su vez con quiénes estaba el P. Glicerio Landriani, y el Santo respondió que con los sentados. Dedujeron, pues, que los sentados estaban ya en la gloria y los demás en el purgatorio. Añadió todavía el Santo que solamente faltaba uno, y al preguntarle luego Berro quién era, no quiso responder.
A pesar del sigilo con que se hicieron las cosas, todavía se enteraron de la muerte y fueron a rendirle homenaje conmovido los Mons. Ferentillo, Oreggio, Totis, Biscia, Vannucci, Pallotta y otros Prelados, una vez trasladado el cadáver al oratorio después de concluida la autopsia. Y allí quedó toda la noche, velándole los PP. García y Caputi solamente.

El día 29 escribía a toda la Orden una circular el P. Juan García, comunicando la muerte 'de nuestro P. General' y animando a todos a alegrarse 'por haber ido él al lugar donde mucho mejor nos podrá ayudar, pudiéndolo esperar muy bien, dados los signos milagrosos ocurridos con el tacto de su cuerpo antes de enterrarle y después en la sepultura, donde todavía sigue frecuentísimo el concurso…'. Y tenía razón. Entre tantos milagros que habían empezado a florecer ante sus despojos mortales y su sepulcro, no cabía dudar que un día florecería también la firme esperanza que todos sus hijos tenían puesta en sus palabras proféticas, tan repetidas desde los días aciagos del breve de reducción: 'Yo espero que todo cuanto han hecho y harán nuestros adversarios, todo se deshará con la ayuda de Dios y podrá más la verdad qup la envidia. V. R. tenga buen ánimo junto con los que aman el Instituto, que sin duda volverá a ser quizás más glorioso que antes'. Era el mejor epitafio que podían poner sobre aquel sepulcro, que -como el de Cristo- hablaba más de resurrección que de muerte.