GinerMaestro/Cap06/16

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06.16. Antecedentes remotos: Valladolid y Montserrat

El problema de Montserrat tenía cierta semejanza con la reforma de los agustinos, tratada en Monzón. Ambos casos entraban en las preocupaciones del rey Felipe II por mantener el movimiento de reforma monástica, promovido por las 'Congregaciones de Observancia'. Y concretamente, en ambos casos los conflictos habían surgido por la reacción de los religiosos de la Corona de Aragón frente a la actitud dominadora y abusiva de los que procediendo de la Corona de Castilla habían introducido “la observancia”. En Monzón se trataba de los agustinos, en Montserrat de los benedictinos.

Hacía ya casi dos siglos que había surgido en Valladolid el monasterio de San Benito con la finalidad de volver a la estricta observancia de la Regla. Y con el apoyo de los papas y de los reyes fue transformando otros cenobios benedictinos con su nueva visión de reforma, haciéndolos girar en su propia órbita hasta conseguir la creación de una Congregación independiente, cuya cabeza fue el abad del monasterio de Valladolid, por lo que se llamó 'Congregación de San Benito de Valladolid'.[Notas 1]

Los Reyes Católicos quisieron introducir la reforma de Valladolid en la Corona de Aragón en que había unos treinta monasterios que formaban la Congregación Claustral tarraconense, pero a pesar de sus esfuerzos sólo consiguieron su propósito en el de Montserrat (1493) y en San Felíu de Guíxols (1512).[Notas 2] Y no fue fácil. En Montserrat, el abad Juan de Peralta fue nombrado obispo de Vich, y los monjes que no quisieron aceptar la reforma fueron expulsados. Sólo quedaron tres.

A finales de junio de 1493 llegó al monasterio el Prior General fray Juan de San Juan de Luz con catorce monjes de Valladolid y tomó posesión en nombre propio y del monasterio de San Benito de Valladolid, a cuya jurisdicción quedaba sometido, como todos los de la Observancia. Y el 3 de julio fue elegido primer prior reformador fray García de Cisneros, sobrino del famoso cardenal.

La gran personalidad de fray García logró crear un ambiente de observancia ejemplar, favorecida, sin duda, por el hecho de que su comunidad venía ya reformada y no había elementos discordantes. Pero medio siglo más tarde fue impuesto como abad el ex general fray Alonso del Toro, en 1544, y al no ser aceptado benévolamente por la comunidad, renunció a su cargo y se volvió a Castilla, quejándose al general de la actitud hostil con que había sido tratado.

El general, fray Diego de Sahagún, reaccionó irritado y descargó sus iras contra los culpables, inhabilitando para cargos de abad y prior a los ’monjes de la Corona de Aragón’, y dispersándolos luego a todos por diversos monasterios de la Corona de Castilla y priorato montserratense de Nápoles. La indignación ante semejante castigo desproporcionado conmovió a los obispos y jerarquías civiles de Cataluña. Incluso el todavía príncipe Felipe (II), airado también, escribió al general el 12 de agosto de 1545 una larga y enérgica carta, en que decía:

'Vos dezimos, encargamos y mandamos que, para quitar todo escándalo hagáys volver todos los monjes y Religiosos que de aquellos Reynos estaban en la dicha Casa y sacar de allí los extranjeros y volverlos a sus Casas o en otros lugares que os pareciera de vuestra Religión y que los officios de la Casa sean administrados por los hijos de aquella y naturales de la tierra y no por extranjeros; y aquellos, ni alguno dellos, ni los que de aquí adelante entrarán por ningún tiempo saquéys ni permitáys vos ni vuestros sucessores se saquen de aquella contra su voluntad…'[Notas 3]

Las aguas volvieron a su cauce. Hubo paz. Pero probablemente no se cumplieron exactamente los deseos y mandatos del Príncipe, que hubieran evitado futuros conflictos. La solución propuesta era dejar el monasterio en manos de los monjes 'naturales' de la Corona de Aragón, no precisamente catalanes, y sacar de allí a todos “los extranjeros”. No se insinúa siquiera la cuestión de la independencia del monasterio, sino que se admite tácitamente que siga formando parte de la Congregación de Valladolid, a cuyo abad general seguirá sometido.

Notas

  1. Sobre sus orígenes, cf. E. ZARAGOZA, ‘Los Generales de la Congregación de San Benito de Valladolid I. Los Priores’ (Silos 1973).
  2. Cf. ID., o.c., II, ‘Los Abades Trienales’ (Silos 1976), p.66.
  3. Ib., II, p.191-193. Cf. también J. POCH, ‘El Fundador…, p.439-441