GinerMaestro/Cap09/01

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09.01. El sueño de José

Hacia 1672 escribió en sus Noticias históricas el P. Caputi esta página maravillosa:

'… es cosa digna de recordarse y saberse la visión que tuvo [Calasanz], cuando era Vicario General del Obispo de Urgel, como él mismo muchas veces me la refirió a mí, que como curioso de saber algo de su boca le iba interrogando. Le pareció una vez que estaba en Roma y predicaba a un grupo de niños, que le parecían ángeles. Enseñábales el modo de vivir cristianamente, los bendecía y después los acompañaba a sus casas, y con él le parecía que iban muchos ángeles y le ayudaban a acompañar a aquellos pobres niños. Sin hacer caso de esta visión, pensaba que tal vez fuese un sueño fantástico. Pero a la mañana siguiente empezó a pensar que lo que había visto era un despropósito, por no haber tenido nunca la intención de marchar a Roma. No pasaron muchas semanas, cuando empezó a oír una voz interior que le decía: José ve a Roma; ve a Roma, José'.[Notas 1]

Las narraciones de Caputi tienen generalmente matices novelescos, fruto de su fantasía típicamente meridional. En este caso nos asegura que esta revelación 'él mismo [Calasanz] muchas veces me la refirió a mí'. Y no dudamos de que en los dos escasos años que convivió con el Fundador, siendo incluso testigo de su muerte, le iba interrogando y tirándole de la lengua, siendo por tanto depositario de muchas noticias. Pero es probable que después de casi veinticinco años no recordara exactamente los detalles, y aun quizá no supiera distinguir silo que escribía lo había oído de labios del Santo o de algún otro testigo directo.

El caso es que en 1659 y en 1670 el mismo Caputi hizo sacar respectivamente dos copias del Proceso Informativo Ordinario, llevado a cabo en los años 1651-1653[Notas 2] , en las que leyó, sin duda, la siguiente declaración del P. Francisco Castelli, fiel compañero, confidente y colaborador de Calasanz desde los primeros tiempos de la Congregación:

'… Y esto lo sé por haberlo oído contar o al mismo Padre [Fundador] o a otros que se lo oyeron a él, que encontrándose en España dicho Padre, después de ser sacerdote, sentía en sí una voz interna que le decía: “Ve a Roma'. Muchas veces le inculcaba lo mismo y se respondía a sí mismo: “Yo no tengo pretensiones. ¿Qué tengo que hacer en Roma?” Pero con mayor insistencia y más a menudo percibía el mismo impulso: “Ve a Roma, ve a Roma”. Y por obedecer a este impulso, se vino a Roma. Y a los pocos días, pasando por una plaza, que no sé cuál fuese, vio una multitud de muchachos descarriados, que hacían mil diabluras y tiraban piedras. Y sintió entonces como una voz que le decía: “Mira, mira”. Y repitiéndose más de una vez los mismos acentos mientras él miraba y pensaba en el sentido de aquellas palabras, le vino a la mente y se dijo a sí mismo: “Quizá el Señor quiere que yo me haga cargo de estos muchachos”. Y desde aquel instante se aplicó al remedio de aquellos niños tan mal educados...”.[Notas 3]

Los ángeles de Caputi han volado y el sueño se ha desvanecido, pero han quedado esas voces interiores, misteriosas, pero perceptibles para quienes tienen cierto oído interior atento a los mensajes de Dios. Y que José de Calasanz sabía de estas cosas nos lo dice él mismo en una carta de 1622, con una seguridad que asombra: 'La voz de Dios es voz del espíritu que va y viene, toca el corazón y pasa; no se sabe de dónde venga o cuándo inspire; por lo que mucho importa estar siempre atentos para que no venga de improviso y pase sin fruto'.[Notas 4] El P. Berro afirma haberle oído decir: “… la voz de Dios es una brisa suave y delicada; quien no está atento no la puede oír, y quizá en ella ha puesto Dios su salvación y ¡ay de aquel que la pierde y no aprovecha la ocasión!”.[Notas 5]

No sólo los hagiógrafos de otros tiempos de mayor credulidad aceptaron esas voces interiores que marcaron nuevo rumbo providencial a la vida de Calasanz, sino también modernos biógrafos, como Bau, Picanyol y Sántha, no se atreven a negarlas, dándoles cierta consistencia,[Notas 6] aunque recurran a la vez a otras motivaciones más 'controlables'. De todos modos, quizá no sea necesario un examen escrupuloso y aceradamente crítico para dejar en claro si hubo visión, sueño, voces interiores o sensación indefinible. Ni aun los místicos más expresivos saben concretar los fenómenos interiores que van más allá de la percepción sensorial. Y apenas si ha existido santo alguno que no haya captado fenómenos similares, en los que ha recibido algún mensaje, que incluso a veces no ha sabido interpretar correctamente en un primer momento. Basta recordar la voz del crucifijo que ordena al Santo de Asís: “Francisco, ve y repara mi iglesia, que, como ves, amenaza ruina”. Y el santo cree que se trata de restaurar la iglesita de San Damián;[Notas 7] o la voz que percibe San Ignacio de Loyola en la visión de ‘La Storta’, y que tampoco sabe interpretar inmediatamente.[Notas 8]

La reacción de Calasanz ante la invitación misteriosa de ir a Roma es también de desconcierto. Se pregunta él mismo para qué. Y como lo más normal para un clérigo que decidía irse a Roma era entonces pretender algún beneficio eclesiástico, objeta que nunca ha tenido tales pretensiones. Y una vez en Roma, pasarán algunos años sin que vea con claridad cuál es la voluntad de Dios, o sea, el sentido de la voz misteriosa.

A nosotros nos puede parecer falsa su objeción, porque de hecho, apenas llegado a Roma, pretenderá obtener una canonjía; y aquellos largos años primeros nos darán la impresión lastimosa de desorientación, aunque no le falten ocupaciones. Pero una cosa y otra quizá sólo fueron el velo que ocultaba la angustiosa búsqueda de la voluntad de Dios por todos los caminos, hasta que exclame satisfecho y convencido: 'Encontré ya en Roma la manera definitiva de servir a Dios…'

Notas

  1. Cit. en BAU, BC, p.198, con retoques según texto original. Cf. A. GARCÍA-DURÁN, ‘Itinerario espiritual de San José de Calasanz de 1592 a 1622’ (Barcelona 1967), p.39 y 33, n.292.
  2. Cf. S. GINER, ‘El proceso de beatificación de San José de Calasanz’ (Madrid 1973), p.114-115. Ambas copias se conservan en el Arch. Gen. de la Orden (RegCal 30 y 31). La copia RegCal 30 la cotejamos personalmente con el volumen original del Arch. Secret. Vaticano (Arch. Congr. Ss. Rit., proc. 2696), cuyas variantes tenemos en cuenta cuando citamos dicho proceso en esta obra.
  3. Cit. en BAU, BC, p.196-197, con retoques, según ProcIn, p.446-448 (cf. A. GARCÍA-DURÁN, o.c., p.36).
  4. C.131.
  5. BERRO I p.168.
  6. 'Respetuosos con la versión antigua de la voz y el ensueño, que fueron sin duda confidencias del propio Santo, no les pedimos que se retiren' (BAU, BC, p.202). '… né si deve negare in maniera veruna che il pensiero del Calasanzio di andare a Roma non fosse accompagnato da qualche ispirazione interna e persino da una voce che misteriosamente gli suonasse agli orecchi: ‘Ve a Roma’' (L. PICANYOL, EGC II, p.31. 'Todo ello [la pretensión de canonjías] no impide, valga la advertencia, el creer que en su decisión haya tenido alguna parte cierta voz interior que le decía: Ve a Roma' (SÁNTHA, SJC, p.8, n.27). Quizá excesivamente crítico se muestra García-Durán negando no sólo la visión o sueño, sino radicalmente la voz interior (cf. A. GARCÍA-DURÁN, o.c. p.32-41).
  7. Cf. T. DE CELANO, ‘Vida segunda de San Francisco’, n. 10 (BAC, ‘San Francisco de Asís’, 19563, p.391-392). Y comenta Celano: '… y puso manos a la necesaria reparación de la iglesia… aunque el sentido de las palabras se refería a aquella otra Iglesia que Jesucristo adquirió con su propia sangre...' (ib., p.392).
  8. Laínez escribió de Ignacio: '… me dijo que le parecía que Dios Padre le imprimía en el corazón estas palabras: ‘Ego ero vobis Romae propitius’. Y no sabiendo nuestro Padre qué es lo que querían significar, decía: Yo no sé qué será de nosotros, si acaso seremos crucificados en Roma' (cit. en R. GARCÍA-VILLOSLADA, ‘San Ignacio de Loyola. Nueva Biografía’, BAC Maior, p.440).