GinerMaestro/Cap11/02

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11.02. Los franciscanos del convento de los Santos Apóstoles

Es curioso: durante los diez años que residió Calasanz en el palacio de los Colonna (1592-1602), uno de los más suntuosos de Roma, se puso en contacto con la pobreza, la buscó, la encontró y se enamoró de ella. Y no es que en sus años de correrías pastorales por los arciprestazgos urgelitanos no palpara la pobreza y la miseria de la gente del pueblo; pero, sin duda, aquí en la gran urbe, tuvo que notar el contraste entre la opulencia de unos y la indigencia de otros, entre la pompa de los palacios y la miseria de los tugurios. Y —lo que es decisivo en su vida espiritual— vivió de cerca y quedó cautivado para siempre por el espíritu franciscano, al ponerse en contacto directo de amistad y familiaridad con los conventuales del convento anejo a la basílica de los Doce Apóstoles.

El P. Caputi escribió en sus ‘Notizie historiche’ esta página, traducida por Bau con cierta libertad:

'Para evitar el aplanamiento, el sueño y los peligros del demonio meridiano en los extremos calores del estío de Roma, de la casa Colonna acostumbraba a pasarse [Calasanz] al segundo claustro de los Santos Apóstoles y allí paseaba rezando el Rosario o tomaba algún librito y hacía la lectura espiritual… Un día, mientras paseaba, salieron al claustro dos jóvenes franciscanos, llamado el uno P. Bagnacavallo y el otro Fray Juan Bta. de Larino, estudiantes de los Menores, y sin darse cuenta de que estaba él paseando, comenzaron a retozar, persiguiéndose, alcanzándose, esquivándose, provocándose de columna a columna, jugando, en fin, como chiquillos o como pájaros en libertad. El P. José los llamó con corteses y amables maneras, e iniciando suave reprensión, vino a decirles cuánto mejor sería emplear aquel tiempo en el estudio o en la plegaria, porque ellos dos precisamente habían de ser más tarde los Supremos Moderadores de su Religión conventual y debían dar ejemplo a los demás en bien de su propia Orden. Quedaron ambos no ya corridos sino maravillados de la seguridad con que les hablaba y enmendaron su juvenil fogosidad y se aplicaron más a su seria formación. No tardó el tiempo en sacar cierta la profecía del Venerable;. El suceso de la predicción del Generalato a ambos hecha por el P. José nos fue contada a mí y al P. Vicente [Berro] de la Concepción por el propio Larino en 1652, si mal no recuerdo, cuando vino a Roma. Pretendíamos que tomara parte en el proceso informativo que se estaba entonces haciendo vía ordinaria para la beatificación de nuestro Padre; pero marchó a Nápoles, donde murió'.[Notas 1]

El interés de Caputi y de los hagiógrafos posteriores se centró en la predicción, como prueba del don profético del Siervo de Dios. Parece, sin embargo, más interesante constatar el acercamiento —otro más— a la vida religiosa, y concretamente a la franciscana, por espacio de un decenio al menos, en el que, además, echó raíces una profunda amistad de Calasanz con varios conventuales, que duró toda la vida. y entre ellos, naturalmente, se distinguieron los dos futuros Generales de la Orden, PP. Jacobo Montanari de Bagnacavallo (1570-1631) y Juan Bta. Berardicelli de Larino (1577-1656), protagonistas de la famosa anécdota.

En el convento de los Doce Apóstoles había instituido Sixto V (que perteneció a la misma Orden) el Colegio de San Buenaventura con facultad de dar títulos académicos. Fray Jacobo Montanari de Bagnacavallo, después de ser profesor en el Estudio de los Conventuales de Bolonia (1593-1595), pasó al Colegio romano de San Buenaventura en el que durante los años 1595-1599 fue también profesor mientras completaba sus estudios para el doctorado en Derecho Canónico. Berardicelli de Larino, según atestigua Calasanz, fue 'alumno y discípulo de Bagnacavallo', y lo más probable es que lo fuera precisamente en esos años de profesorado romano del maestro. Ambos eran estudiantes, como escribió Caputi.[Notas 2] Bagnacavallo tenía entonces de veinticinco a veintiocho años y Larino de dieciocho a veintidós. No eran, pues, unos jovenzuelos, por lo que estaba justificada la reconvención de Calasanz, que tendría más de amable y aun jocosa admonición que de reproche serio, dado que ni tenía autoridad ni obligación de reprenderles. Quizás tampoco la predicción de los cargos futuros tuvo el énfasis de una profecía sobrenatural, pero quedó grabada en la memoria de Larino y afloró luego cuando se cumplió.

Desde 1612 hasta 1647, en efecto, los dos amigos tuvieron en sus manos las riendas del gobierno supremo de su Orden, excepto el período intermedio de los años 1623-1632.[Notas 3] Simultáneamente, Calasanz estuvo al frente de su propia Obra de las Escuelas Pías desde finales del siglo XVI hasta su muerte, en 1648. No faltan datos del mutuo aprecio y recíprocas influencias, ayudas y consejos en momentos de necesidad entre los tres Generales, que dan pie para pensar que fueron más abundantes de lo que consta documentalmente. Según los indicios, empero, las relaciones entre Calasanz y Bagnacavallo fueron mucho más profundas, constantes y variadas que las habidas entre Calasanz y Larino.

El P. Bagnacavallo, siendo General de su Orden, fue uno de los que revisaron las Constituciones de las Escuelas Pías, aprobadas en 1622 por Gregorio XV, como recordaba Calasanz en un informe de finales de aquel año.[Notas 4] Durante su largo generalato desarrolló una incansable labor reformadora o restauradora de la disciplina y observancia regular, sobre todo respecto a la estricta pobreza, llevada a cabo con interminables visitas personales a todas las provincias, no sin oposición de quienes se mantenían aferrados a los privilegios y costumbres que atenuaban el rigor del auténtico espíritu franciscano. No faltan alusiones expresas de que en este empeño reformador comprometido recurriera muchas veces el General de los conventuales a su amigo Calasanz en demanda de consejo y aliento. El P. Caputi, después de la narración de la escena del claustro, añade que 'el P. Bagnacavallo no solo llego a ser dignísimo General de su Orden, sino que con el consejo y parecer de nuestro P. José [Calasanz] pretendía reformar su Religión como la había instituido S Francisco y luego la había restaurado S. Buenaventura'.[Notas 5]

Algunas páginas más adelante vuelve Caputi a ratificar esta idea recordando que cierta vez hablando con dos Padres conventuales les preguntó si sabían algo especial sobre el P. José, y le respondieron que le habían tenido siempre por un gran Siervo de Dios, pero no le habían tratado personalmente; y le aconsejaron 'que escribiese a Mons. fray Buenaventura Claver, Obispo de Potenza, porque él sí le había tratado por mucho tiempo y consultaba con él todo lo referente al P. Bagnacavallo, que no hacía cosa alguna sin tratarla con el P. José nuestro Fundador'.[Notas 6] Ni corto ni perezoso, el P. Caputi escribió a Mons. Claver, quien en fecha del 27 de septiembre de 1658 le respondió con una preciosa declaración jurada —de la que volveremos a ocuparnos—, y entre otras cosas recordaba lo siguiente:

'Decía [el P. José] que en el mundo no había fe y por ello se pecaba con tanta facilidad. Deseaba, además, ardentísimamente la reforma de todas las religiones que la necesitaban. Y me dijo que en este sentido había hablado siempre con el P. Jacobo Bagnacavallo, General de la Orden de los Menores Conventuales'.[Notas 7]

Al terminar su generalato el P. Bagnacavallo, le sucedió el P. Miguel Misserotti por breve pontificio y no por votación capitular, el 2 de junio de 1623. Mas sólo duró hasta el próximo febrero, pues habiendo sido elegido papa Urbano VIII en agosto de 1623, le nombró obispo de Bitetto para que ocupara su puesto el P. Félix Franceschini, amigo íntimo del nuevo papa, que le nombró Vicario General Apostólico el 7 de febrero de 1624. Fue confirmado luego superior general en el capítulo de mayo de 1625 y se mantuvo en el cargo hasta el 29 de enero de 1632 en que fue nombrado obispo de Andria y le sucedió como vicario general apostólico el P. Larino.

El P. Franceschini era contrario a la reforma de la Orden, emprendida por el P. Bagnacavallo, de modo que en su generalato no sólo destruyó toda la labor realizada por el intrépido reformador, sino que mantuvo una increíble actitud de aversión y persecución contra él. En octubre de 1628, en una especie de fuga disimulada, salió Bagnacavallo del convento de Todi, donde vivía retirado después de su generalato, y se trasladó a Venecia, donde podría sentirse seguro y alejado de las iras del general. Y en Venecia permaneció hasta el 4 de noviembre de 1631 en que murió.[Notas 8]

Durante los años de sufrimientos y persecución que precedieron a su llegada a Venecia no existen datos de las relaciones entre Bagnacavallo y Calasanz. Pero lo más probable es que continuaran, y que el atribulado ex general buscara el consuelo y ayuda espiritual de su gran amigo. Y la suposición es tanto más verosímil si se piensa que durante su período veneciano se intensificaron las muestras de su mutua estima. Ello fue debido a que el P. Melchor Alacchi, escolapio, llegó a la ciudad de las lagunas en marzo de 1630 con ánimo de embarcarse para Tierra Santa. Mas las circunstancias le impidieron proseguir el viaje y se decidió a fundar allí una casa de Escuelas Pías. Esto dio ocasión a Calasanz de confiar la empresa a la protección, influencias y consejos del P. Bagnacavallo, y de recordarle constantemente en las cartas dirigidas a Alacchi, en las que le llama amigo, queridísimo, a quien quiere que visiten, reverencien, pidan consejo y aun se confiesen con él Alacchi y sus compañeros.[Notas 9] Ni faltan expresiones en que pone de manifiesto el altísimo concepto que tiene de él.[Notas 10]

Al enterarse de su muerte (4 de noviembre de 1631), alude Calasanz a los trabajos y persecuciones que sufrió, con lo que se trasluce que estaba al corriente de todo lo que le había ocurrido al amigo y probablemente lo sabía por confidencias suyas. El 15 de noviembre de 1631 escribía a Alacchi: 'El Señor ha querido pagar con la vida eterna las santas fatigas del P. Bagnacavallo, porque si hubiera vivido, se tenía por cierto que hubiera sido honrado en este mundo, pero el Señor no ha querido darle recompensas temporales, como sucedió también en tiempo de Pablo V que le puso en la lista de cardenales'.[Notas 11] Y que tales elogios eran justos lo comprueba la fama de santidad que dejo en su propia Orden.[Notas 12]

El P. Berardicelli de Larino, después del lamentable generalato del P. Franceschini, volvió al surco de la reforma, abierto por su amigo Bagnacavallo, teniendo que superar igualmente graves dificultades. Y a ejemplo de su predecesor y amigo recurrió igualmente con confianza al P. José en busca de luz y aliento, confirmando con su declaración expresa el recurso del P. Bagnacavallo.[Notas 13] Por otra parte, la profunda veneración y estima que sintió por Calasanz el P. Larino durante toda su vida queda patente en las dos cartas que escribió al P. Berro desde Asís, a raíz de la muerte del Santo Fundador. En la primera habla de la 'preciosa muerte de nuestro P. José de la Madre de Dios' y de su “santa alma”, dando a entender que estaba enterado de todo lo que le había ocurrido a su amigo en los últimos años diciendo: “En verdad, digo a V. P. que haciendo esto [rezar por el difunto] pensaba que me hacía un bien útil a mí mismo más que por la necesidad que tuviera un alma tan rica de méritos por las fatigas pasadas y tan purgada por el martirio sufrido en estos últimos años”.[Notas 14] En la segunda carta, un año más tarde, agradecía las estampas que le había enviado el P. Berro, diciendo: le doy gracias “al hacerme partícipe de los retratos de nuestro Padre y su General, Fundador y Corona eterna. He estimado esa donación tal como quería a su vivo original y ahora lo honro vivísimamente todavía”.[Notas 15]

Quizás la anécdota del claustro de los Doce Apóstoles haya centrado excesivamente la atención de los biógrafos en las dos egregias figuras de los generales, desfigurando la realidad, pues fueron más los conventuales que trabaron amistad con él desde aquellos primeros tiempos de su estancia en Casa Colonna y la conservaron luego durante su vida.[Notas 16] Uno de ellos, que como los anteriores ha logrado incorporarse por derecho a la biografía calasancia, es el P. fray Buenaventura Claver, nombrado poco ha, de cuya preciosa declaración hablaremos luego; cuando era ya obispo de Potenza.[Notas 17] Otro digno de recordarse es el P. Maestro Santes Sala, que desempeñó un papel similar al del P. Bagnacavallo en Venecia en relación con el P. Melchor Alacchi y sus compañeros, desde que llegan a Palermo en 1633 para emprender la definitiva fundación de las Escuelas Pías en Sicilia. En las abundantes cartas de Calasanz a Alacchi, referentes a este período y conservadas hasta hoy, apenas si hay alguna en que no mande recuerdos afectuosos al P. Sala, o no recomiende al escolapio que acuda al conventual en demanda de consejo y asistencia espiritual.[Notas 18] De las que escribió al P. Sala sólo tenemos una, en cuyo saludo inicial se alude al largo tiempo de su amistad.[Notas 19] Más todavía, hay quien le cita como testigo —junto con Bagnacavallo— de las pláticas que solía tener Calasanz a la familia Colonna en la sacristía de la antigua basílica de los Doce Apóstoles.[Notas 20] Ni faltan tampoco elogios de Calasanz a la ejemplaridad de vida y fructuosa predicación del P. Sala, sugiriendo con ello que se había interesado siempre por la vida y milagros del amigo conventual.[Notas 21] Y un último detalle que manifiesta la confianza que tenía el P. Sala con Calasanz y la que éste gozaba con el P. Larino: el primero recurre al segundo para que le obtenga del tercero algún cargo de distinción en la Orden, y Calasanz interviene con éxito.[Notas 22]

Tuvo que tratar también, sin duda, con fray Felipe Rebaldi, un terciario del convento de los Doce Apóstoles, donde murió a los treinta y dos años el 30 de mayo de 1598 en olor de santidad, venerado por toda Roma, desde las más altas jerarquías hasta el pueblo bajo, como hombre de Dios por su espíritu de oración y penitencia y por su caridad con los pobres.[Notas 23]

Pero en aquellos diez años que vivió en el palacio Colonna no sólo trabó amistad con los conventuales, sino que solía participar también en los actos comunes de piedad, tanto públicos como privados, que tenían los conventuales, de modo que no sin razón se escribió que en este ambiente franciscano 'concibió el espíritu de la perfección evangélica por intercesión del Seráfico P. S. Francisco, de quien fue devotísimo'.[Notas 24]

Notas

  1. Cf. BAU, BC, p.245-246. Hizo juramento para testificar en dicho proceso el 8 de mayo de 1652, pero no declaró (cf. S. GINER, ‘El proceso de beatificación de S. José de Calasanz’, p.69).
  2. Cf. C. VILÁ, ‘Dos amigos de Calasanz: los PP. Bagnacavallo y Larino’: Archivum 27 (1990) 82,135. Calasanz dice en carta del 7 de febrero de 1632: 'é fatto Vicario Generale de Minori Conventuali un allievo et discepolo del Bagnacavallo, detto Maestro Larino' (c. 1746). En un atestado de 1617, firmado por Calasanz y Bagnacavallo, éste afirmaba haber recibido de aquél un manuscrito —del que hablaremos luego—, y precisaba que ocurrió 'mentre noi studiavamo nel convento nostro de’SS. Apostoli di questa città [Roma], gi molti anni sono' (ib., p.145)
  3. Montanari fue Vicario General Apostólico, nombrado por Pablo V el 15 de septiembre de 1612, y luego Ministro General de la Orden, elegido en Capítulo (1617-1623). Larino, igualmente, fue nombrado Vicario General Apostólico por Urbano VIII el 29 de enero de 1632, y luego elegido en Capítulo Ministro General (1635-1647) (C. VILÁ, o.c., p.85, 87, 95-96, 137).
  4. Cf. EGC II, p.172; C. VILÁ, o.c., p.92-95. No parecen convincentes las razones aducidas por este autor para negar que Bagnacavallo fuera uno de los revisores 'oficiales', nombrados por la Sda. Congregación. Sin embargo, si sólo fue revisor 'oficioso' a petición de Calasanz, sería una prueba más del aprecio que sentía éste por su amigo conventual.
  5. CAPUTI, ‘Notizie historiche’, III, n.47; BAU, BC, p.245-246.
  6. Ib., n.55; BAU, BC, p.247-248.
  7. ReCal 28, p.71; BAU, BC, p.246-247.
  8. Cf. C. VILÁ, o.c., p.95-107.
  9. Cf. ib., p.112-129.
  10. '… no deje de aprovecharse de su consejo —escribe a Alacchi—, porque es un verdadero siervo de Dios, y yo le conozco muy bien desde hace más de treinta años' (c.1601); 'en cuanto al P. Bagnacavallo, le digo que si hace las cosas con el consejo de dicho Padre irá seguro, porque tiene verdaderamente el espíritu de Dios y no puede dar sino consejos sanos y provechosos' (c. 1617).
  11. C.1715. Cf. también CCP, p.147.
  12. Cf. C. VILÁ, o.c., p.129-131.
  13. 'Attestò il P. Giambattista Berardicelli, stato per quindici anni Superior Generale de’Minori Conventuali: nelle difficoltà e opposizioni patite nel governo della mia Religione, ricorrevo ad esso [Calasanz] e ricevevo consigli prudentissimi; cosi mi ricordo che faceva il P. Giacomo Montanari da Bagnacavallo, quando era egli Generale' (TALENTI, Vita, p.533-534).
  14. EC, p.283. Fechada el 5 de septiembre de 1648.
  15. Ib., p.284. Fechada el 12 de octubre de 1649.
  16. En un informe hecho por algún conventual entre 1695 y 1748 sobre los PP. Montanari y Berardicelli, probablemente a petición de los Postuladores de la Causa de Beatificación de Calasanz, se lee: 'Ambidue i descritti Generali furono amici ed assai familiari del Ven. Servo di Dio... come ancora altri molti Religiosi che in diversi tempi dimorarono nel convento dei SS. XII Apostoli di Roma' (RegCal 13,14).
  17. Sería deseable una adecuada investigación sobre el origen y ulteriores detalles de esta amistad, así como de la que citaremos a continuación.
  18. Cf. c.2186, 2194, 2225, 2240, 2272, 2336, 2360, 2361, 2424, 2616, 2738; CCP, let.31, 35, 36, 38, 42, 47, 50, 54, 55, 73…
  19. 'Molto Rev.do Padre da molto tempo oss.mo' (CCP, p.192).
  20. Respecto a tales pláticas declaró el P. Silvestre Bellei, Sch. P.: 'il medemo confirmó un altro P. Maestro del medesimo Ordine che si trovó al detto Capitolo, e chiamavasi Maestro Santi da Rimini, se non erro' (cit. en A. GARcÍA-DURÁN, ‘Itinerario...’, p.52, n.357).
  21. 'Ii P. Maestro Santi Sala in poco tempo diventó religioso di gran spirito et ha fatto frutto mirabile dove ha predicato et praticato' Calasanz a Alacchi, 28 de diciembre de 1633: CCP, p.192).
  22. C.2424.
  23. El P. Pedro Casani lo recordaba en 1629 diciendo que 'in quel tempo era nella corte di Roma in gran concetto di santitá, nel quale stato pur anco tenuto dopo la morte', y narraba un encuentro espiritual habido con dicho lego, el cardenal Baronio y San Juan Leonardi (cf, EC VI, p.2755-2757). Otros elogios en ib., p.2757, n.4.
  24. Sigue al texto citado en la anterior nota 26: '... dove [en dicho convento] esso - Servo di Dio pratticó per piú anni intervenendo continuamente coi medesimi Religiosi agl’esercizi di pietá si pubblici che privati soliti a farsi da essi e dove puó dirsi con veritá concepi egli lo spirito della perfezione evangelica per intercessione del Serafico P. S. Francesco di cui fu divotissimo' (RegCal XIII, 14).