GinerMaestro/Cap19/03

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19.03. Fundación en Nápoles y Sicilia: los precursores

El 6 de octubre de 1625, el P. General firmaba en Roma una extraña licencia a favor del P. Melchor Alacchi, cuyo núcleo sustancial era el siguiente:

'Habiendo sido pedido nuestro Instituto de las Escuelas Pías por muchos Cardenales, Arzobispos, Obispos, Príncipes y Señores seculares, así como por municipios de diversas partes de Italia y ultramontes, a tenor de las presentes te concedemos licencia y facultad y te mandamos por mérito de Santa Obediencia, que vayas a aquellos-lugares que te parecieren más convenientes y oportunos dentro de Italia pero sobre todo en el Reino de Nápoles y Sicilia, en los que cómodamente pueda ejercerse nuestro instituto y para cumplir los piadosos deseos de los que nos lo piden, puedas fundar casas a iglesias y aceptarlas y recibirlas según la disposición de nuestras Constituciones, con tal que antes de recibirlas o fundarlas nos lo comuniques, para que lo aprobemos si fuera conveniente. Te concedemos también que puedes admitir al hábito de nuestra Religión a los que cumplan los requisitos o privarles de él a los que te pareciere por sus deméritos. Y para llevar a término con comodidad esta misión te damos por compañeros a algunos de nuestros Hermanos, bajo tu obediencia y nos será muy grato que lo realices cuanto antes'.[Notas 1]

El primero en extrañarse por esta 'misión' tan singular fue el analista P. Bernardo Bartlik, que nos da el documento. Y añade que rebuscó entre las fundaciones pedidas en este año 1625 y en los dos años anteriores -Bartlik escribió entre 1700 y 1706-y no encontró nada que justificara esta empresa. No obstante, da razón al General recordando dos cartas suyas en las que alude en términos generales a tales peticiones. El 4 de febrero de 1623 escribe: “Un gentilhombre napolitano me ha hablado, acerca de introducir nuestras escuelas pías en la ciudad de Campania y son tantos los que quisieran nuestro instituto, que si cada uno de los nuestros valiera por diez, no bastarían”.[Notas 2] Y el 2I de agosto de 1624 vuelve a decir: “nos llaman de tantas partes que no daba abasto una religión muy numerosa”.[Notas 3]

La vaguedad de estas peticiones concuerda con la licencia de fundar. Pero no deja de ser insólita e inexplicable esta manera de emprender nuevas fundaciones sin meta definida, más propia de una misión a las Indias. Y es curioso que tanto el Fundador como Berro califican esta expedición de ‘misión’. Sería más comprensible si se tratara del P. Alacchi solo o, a lo más, acompañado de un religioso; como ocurrirá luego, cuando se le mande a fundar a España o cuando él mismo en solitario intentará fundar en Venecia. Mas aquí va acompañado de una docena entre novicios y profesos.[Notas 4] Y, por añadidura, el Fundador no está muy seguro del éxito, pues el mismo día que firma la extraña licencia, escribe al P. García: 'El P. Melchor va a una misión con algunos profesos y novicios y espero que volverán pronto. Por esta noche procure pedir prestados un par o más de colchones o de cualquier manera procúreles comodidad para dormir'.[Notas 5] Y al día siguiente, 7 de octubre, vuelve a escribir en castellano: “me avise quando se partió de ay el P. Melehor y qué gente dexó ay de los que traxo de Roma, o si fueron todos doze con él”.[Notas 6] Ni siquiera a su confidente P. García le dice adónde van.

El P. Melchor era entonces el maestro de novicios en Roma. Y lo más probable es que instara machaconamente al P. General para que le dejara tantear la situación en Nápoles y en Palermo, de donde seguramente habían tenido peticiones de fundación, aunque no hubieran concretado nada. De hecho, los expedicionarios, con Alacchi a la cabeza, van directos a Nápoles, y concretamente a casa del marqués de Belmonte, don Carlos Tapia, regente de la Real Cancillería y –como dirá Calasanz-'hoy es el primero en el gobierno, después del Virrey”.[Notas 7] Este ilustre napolitano será, en realidad, el principal protector, bienhechor, admirador y amigo de Calasanz. Y si Alacchi y su grupo van directamente a buscarle en Nápoles, quiere decir que les era ya conocido. No, iban, pues, a la ventura cuando salieron de Roma aquellos trece de la fama, el día 6 de octubre, como conquistadores del Reino de las Dos Sicilias.

Curiosamente, el P. Caputi empieza sus monumentales memorias (‘Notizie Historiche’) hablando de la primera entrevista habida en San Pantaleón entre Calasanz y el marqués de Belmonte, con ocasión de haber ido éste a Roma aganar el jubileo de 1625. Pues habiendo oído hablar del P. José y sus Escuelas Pías 'quiso visitarlas, quedando muy satisfecho, y quiso hablar con el P. Fundador y le dijo que si quería fundar en Nápoles le habría ayudado en todo lo que fuera necesario, y no faltarían algunos amigos que harían lo mismo'.[Notas 8]

Llegaron, pues, a Nápoles el 18 de octubre y fueron acogidos cortésmente por el marqués de Belmonte en su propia casa, donde permanecieron algunos días, en los que tanto el marqués como el P. Alacchi intentaron obtener licencia de fundación del arzobispo de Nápoles, cardenal Decio Caraffa, totalmente contrario a nuevas fundaciones en su diócesis. Todo fue inútil, incluso con la mediación del virrey de Nápoles, don Antonio Alvarez de Toledo, duque de Alba (1622-1629). Calasanz conocía esta actitud adversa del cardenal Caraffa, y tal vez por esa razón no quiso determinar los lugares de posible fundación para no herir susceptibilidades.

Confiando en días mejores, el P. Alacchi y su trashumante comunidad abandonan Nápoles y prosiguen el viaje hacia el sur. Pasan el estrecho y se detienen en Mesina a primeros de diciembre de 1625, porque la peste les impide llegar hasta Palermo, última meta que se había propuesto el P. Melchor. Su alma y su cuerpo tiemblan de emoción al respirar los aires de su tierra siciliana. No pudiendo por el momento llegar hasta la capital del virreinato, se pone en contacto con las autoridades civiles y eclesiásticas para conseguir fundar allí mismo, en Mesina.

Estando la diócesis sin obispo, se entrevista con el vicario general, don Lucas Cochiglia, quien acepta complaciente la fundación y da su consentimiento de viva voz 'en el coro de la catedral, en presencia de muchos canónigos',[Notas 9] Habla con los senadores de la ciudad, que acogen también con gran satisfacción la iniciativa, y en la sesión oficial del 17 de diciembre de 1625 deciden “que se reciban y se les dé por la ciudad una casa adecuada, tanto para su residencia como para tener escuelas cómodamente y en cuanto a los gastos que se les dp cuanto sea necesario del primer dinero que entre o deba entrar a la ciudad por cualquier cuenta o precio .[Notas 10] Seguidamente se les asignó una casa junto a la iglesia de Todos los Santos y se les compró todo lo necesario.

La justa satisfacción del P. Alacchi y compañeros duró poco, pues cuando todo parecía resuelto se levantó un clamor de protesta de algunos religiosos, sobre todo de los jesuitas, que sacaron sus bulas contra nuevas fundaciones en la ciudad, recurriendo al vicario general, quién, atemorizado, se negó a confirmar su licencia por escrito para no perjudicar a los demás regulares ni comprometer la decisión del futuro obispo. La nobleza, el Senado y el pueblo estaban a favor de la fundación de las Escuelas Pías. Se protestó ante el General de la compañía de Jesús, P. Mucio Vitelleschi, quien exigió a los jesuitas cedieran, como lo hicieron aparentemente, apoyando, sin embargo vicario general para que mantuviera su negativa.

A mediados de enero de 1626, el Senado escribía al P. Fundador, al cardenal Antonio Barberini y a la Congregación de Regulares pidiendo que defendieran la nueva fundación.[Notas 11] No sabemos si el Senado de Mesina recibió contestación. En medio de estas contradicciones se debatía el P. Alacchi, informando al P. General de lo que pasaba. Y entre otras cosas le hizo saber que por allí andaba el P. Olderico Valmerana, ex jesuita y ex escolapio, echando leña al fuego de la oposición con calumnias, diciendo que el P. Fundador 'antes de fundar las Escuelas Pías había sido jesuita y por sus deméritos y mala conducta había sido expulsado, pero queriendo imitar como una mona a la Compañía, había instituido las Escuelas Pías'.[Notas 12] A esto respondía Calasanz con fecha del 14 de febrero de 1626:

'En cuanto a haber sido Jesuita o de otra Religión, es muy falso, porque yo llegué a Roma hace unos 35 años o coto más, sacerdote secular, y he llevado siempre dicho hábito hasta que Paulo V nos concedió el que llevamos,-que fue en 1617. Es muy-cierto que yo di nuestro hábito a un tal Valmerana, que había sido jesuita, y lo hice a instancia y orden del Card. Giustiniani, nuestro protector, y luego, no pareciéndome adecuado a nuestra humildad y bajeza, lo despaché'.[Notas 13]

Desde el primer momento la noticia de la fundación de Mesina ha sido acogida por Calasanz con inmensa satisfacción, como se lo ha manifestado al P. Alacchi en carta del 27 de diciembre: 'es muy cierto que me gusta indeciblemente el poner nuestro instituto en esa Ciudad por ser puerto y tan universal'.[Notas 14] Las contrariedades surgidas de improviso no podían menos de preocuparle, pero en sus cartas anima al P. Melchor, recordándole que en Génova el propio vicario general solucionó las mismas dificultades en que se apoya el de Mesina. A pesar de todo se siente optimista: “espero -le dice-que se superarán todas las dificultades”.[Notas 15] Y cinco días más tarde vuelve a escribirle, anunciándole que piensa mandarle al P. Casani por algunos meses “porque a él -dice-le gusta mucho más la gente de ese reino para religiosos, que la de Nápoles, y Se ha ofrecido voluntario por la esperanza de [encontrar] buenos sujetos”. Y al recordarle que ha recibido cartas del marqués de Belmonte, que seguramente le hablan de fundar en Nápoles, añade: “pero por lo común gusta más ese lugar que ningún otro, aunque está muy lejos”.[Notas 16]

El día 19 de febrero, mientras Calasanz firmaba en Roma esta carta, salía de Mesina el P. Alacchi, acompañado de siete novicios, camino de Roma. En Mesina quedaba el P. Lenzi con otros siete novicios, pues en esos meses habían vestido ya a algunos. ¿A qué se debía esta decisión? Los historiadores han supuesto que el P. General, dadas las complicaciones, que no parecían solucionarse, escribió al P. Melchor, mandándole que se volvieran todos a Roma. Pero creyéndole mal informado e intentando salvar la fundación siciliana, el P. Melchor decide obedecer a medias, dejando la mitad del grupo en Mesina y marchando él con la otra mitad a Roma para informar debidamente al P. General.[Notas 17] La verdad, sin embargo, parece ser otra, pues en las dos últimas cartas escritas por Calasanz a Alacchi, como hemos visto, no hay indicio alguno de que piense abandonar la fundación de Mesina, sino todo lo contrario. No sólo no exigió al P. Lenzi y a sus compañeros que regresaran a Roma, sino que incluso cumplió su promesa de mandar al P. Casani, como lo hizo el 19 de marzo, exactamente un mes después de la salida de Alacchi de la isla.[Notas 18]

Es probable, como cree Sántha, que Alacchi se dejara vencer por la oposición del vicario general y de los religiosos contrarios y perdiera la esperanza de superar la situación. Era un hombre de mayor ingenio, destreza y audacia que perseverancia; más nervioso, inquieto y emprendedor que reflexivo, paciente y constante.[Notas 19] Por ello, sin contar con la venia del P. General, y apoyado en la plena libertad de movimiento que le había concedido en las letras patentes, dejó Mesina y emprendió, desalentado, el camino del regreso. En dos días llegó por mar al puerto de Nápoles y volvió a encontrarse con el marqués de Belmonte, que le acogió de nuevo en su casa amablemente. El arzobispo Caraffa había muerto el 23 de enero, pero su sucesor, el joven cardenal Francisco Boncompagni, no sería nombrado hasta el 2 de marzo. Tanto el marqués como el P. Alacchi debieron de hablar de la fundación en Nápoles, ahora que había desaparecido el principal obstáculo, que era, Caraffa. Pero quizá Alacchi no quiso aprovechar aquella sede vacante -en Mesina el problema había surgido precisamente por ser sede vacante-y con promesas y esperanzas fundadas, dejó Nápoles el día 24 de febrero y por tierra llegó a Roma con su séquito el día 28. La aventura -no del todo inútil-había durado casi cinco meses.

Notas

  1. Cf. BARTLIK, Annales 3 (1939) 79-80.
  2. c.142.
  3. C.239.
  4. De los acompañantes se conoce el nombre del único sacerdote, además de Alachi, que era el P. Ansano Lenzi, y de los novicios clérigos Juan Domingo Franchi, Andrés Sabino y Pedro Agustín Abbate. De ellos, Sabino y Franchi fueron sucesivamente Provinciales de Sicilia (1637-1642), después de Alacchi, que fue el primero en llevar este título (1637) (cf. SCOMA, I, p.103-104; G. SÁNTHA, ‘P. Melchior Alacchi ’: Archivum 13 [1983] 24). Berro nombra sólo a un Hermano: Francisco Noberasco (BERRO I, p. i44 [¿144?]). Sántha dice que los acompañantes fueron once (cf. l.c. y EHI, p.9). Pero afirman que eran doce: Scoma (1.c.), Berro (o.c., p.144), Calasanz (c.332), etc.
  5. C.331
  6. c.332.
  7. C.596.
  8. CAPUTI, ‘Notizie ’ I, n.1. C-arlos de Tapia (Nápoles 1565-Nápotes 1644), Marqués de Belmonte y luego de Villamaia, vivié en Madrid los años 1612-1625 como miembro del Consejo de Italia. Al volver a Nápoles el Año Santo 1625 fue nombrado Regente de la Real Cancillería (cf. EHI, p.858-860, n.1).
  9. Cf. SCOMA I, p.105. El P. Scoma recogió del Archivo general de la Orden gran parte del material para sus Memorias, en el sexenio 1724-1730, siendo Asistente General. Las empezó en Roma y las concluyó en 1740, con la ayuda de documentos originales de los archivos de Sicilia. Se apoya, pues, en Berro, Caputi, Bartlik, cartas y escrito varios del Fundador y otros, y en unas ‘Adnotationes Siculae’, que escribió el P. Alacchi y que se han perdido, como también algunos de los documentos del Archivo general, por pl copiados
  10. Ib., p.106.
  11. De estas cartas habla Calasanz escribiendo a Alacchi (c.392 y 396).
  12. Cf, SCOMA I, p.107.
  13. C.392. Hizo mal el cálculo, pues si llegó a Roma en febrero de 1592 hacía treinta y cuatro años en febrero de 1626. Vilá lee treinta y cuatro (cf. SCOMA I, p.109), pero el original pone treinta y cinco (cf. RegProv 26, n.1, f.3r).
  14. C.380.
  15. C.392.
  16. C.396.
  17. El Fundador scrisse che se ne ritornassero con licentiarsi dalla cittá ringratiandola dell’affetto. Il che fecero ritornandosene verso Napoli' (BERRO I, p.144). Para Berro termina así la aventura siciliana. 'Alli 19 febraio il P. Melchiorre vedpndosi molto travagliato in Messina e perseguitato dall’Ordini Mendicanti risolse eseguire il consiglio del V. P. Fondatore che I'obligava a ritornarsene a Roma senza dilazione colli compagni..' (SCOMA, o.C., p.110). Cf. BAU, BC, p.545
  18. Cf. SCOMA I, p.111
  19. Cf. G. S’ANTHA, o.c., p.25-26