GinerMaestro/Cap23/17

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23.17. Efímero gobierno y trágica muerte de Mario

Hacia finales de julio de 1643 fueron cesados por disposición superior los tres Asistentes generales, Lunardi, Spinola y Bafici, quedando solos en el gobierno supremo de la Orden el P. Pietrasanta y el P. Mario. En las cartas del Fundador no faltan quejas sobre el modo de gobernar de Mario, que confirman las de los Asistentes, forzados a dimitir. Así, en carta del 28 de agosto escribe al P. Salazar: 'estamos con no poca inquietud general por la guerra [de Castro], movida contra la Iglesia y demás por las discordias nuestras particulares, movida por el bendito P. Mario'.[Notas 1] Pero, indudablemente, la prepotencia del Primer Asistente se dejó sentir muy pronto, quizás desde la toma de posesión del P. Visitador Pietrasanta, a mediados de mayo, como hacen suponer las protestas de los Asistentes.

La actitud personal de Mario respecto al suspendido P. General fue de mal en peor, y no es de extrañar si se tienen en cuenta los gravísimos atropellos cometidos y provocados anteriormente por él contra el Santo Viejo, difícilmente excusables por algún motivo razonable. Ahora estaba más seguro que nunca, en la cumbre del poder, respaldado honorablemente por su fiel protector, el omnipotente Asesor del Santo Oficio, y por el Visitador. Y abusó de todo ello, llegando incluso a la degradación, al regusto malicioso de humillar al anciano y venerable y humillado Fundador, que mantenía aún legalmente el título de P. General.

Los cronistas de primera fila y los testigos procesales han dejado abundantes declaraciones de hechos vistos y oídos, que bastan por sí solos para enjuiciar la bajeza moral de este hombre, por mucho que intentemos suavizar los tonos o achacar exageraciones a la justa indignación de quienes aducían sus recuerdos para exaltar la memoria del venerable y amado P. Fundador. Uno de los deponentes más tardíos, el P. Armini, recordaba que cuando ya no era superior, 'cada vez que salía o entraba en casa, iba a pedir la bendición al P. Mario, y aunque anciano, siempre para ello se hincaba de rodillas'. Uno de los Asistentes, el P. Lunardi, protestaba por aquellas humillaciones del P. General, pero el Santo Viejo no quiso nunca que le eximieran de esta práctica, diciendo que 'le era de grandísimo consuelo'.[Notas 2]

Berro, siempre pródigo en detalles, tiene una página magnífica en que resume sobriamente una larga enumeración de agravios de este período:

'Nunca se lamentó por escrito o de palabra, diciendo: 'Dejemos obrar a Dios...'
Nunca procuró para sí mismo favor alguno; no quiso jamás hablar ni con el embajador de España, ni con otros príncipes, que podían mucho y le ofrecieron ayuda, ni quiso hacer diligencia alguna en defensa propia…
No se lamentó nunca de que le fueran quitadas las cartas que le llegaban de fuera, ni impedidas, retenidas o quitadas las suyas que escribía a otros, nuestros o seglares, y que además se lo decían luego burlándose de él.[Notas 3]
No se quejó de que le hubieran quitado al Secretario [Bandoni], ni procuró que se lo dejaran
No mostró resentimiento cuando le quitaron los libros de la Religión, tanto públicos como privados.
No dijo palabra cuando le rasgaron el libro del Fondamento della Religione,-en el que tenía anotadas todas las profesiones hechas desde que Gregorio XV la hizo Religión hasta entonces.
No opuso resistencia cuando le quitaron el corazón del Ven. Siervo de Dios, Glicerio Landriani.
No protestó, ni hizo manifestación alguna, cuando vio que prohibían ir a su cuarto y mortificaban y aun desterraban de Roma a quienes iban.

No se alteró, cuando el mismo Mario le achacaba algo, respondiendo simplemente: 'Dios juzgará entre los dos.[Notas 4]

Esta sublime catarata de silencios, tan admirable como una antología de milagros, termina con este broche de oro:

'Le mandó un Príncipe cerca de cien escudos para que atendiese a su defensa, con otras ofertas abundantes. N. V. P. Fundador y General agradeció a S. Excia. la limosna y ofertas y llevó en seguida todo el dinero al P. Mario, que lo cogió con mucha alegría, sin ofrecerle un céntimo. El Santo Viejo humillándose le dijo: 'Algunos de los nuestros de fuera me suelen pedir estampas muchas veces; si le pareciera bien darme algo para comprar algunas, pues ya no tengo…' Entonces el P. Mario le dijo: 'Tomad'. Y le fue contando en la mano algunos julios, diciendo: 'Uno, dos, tres, cuatro, etc.' Cuando llegó a 25, el Santo Viejo dijo: 'Basta'. Y sin ofrecerle uno más, le despidió'.[Notas 5]

No menos pródigo en recuerdos fue el Hº. Lorenzo Ferrari, quien generalmente habla como testigo presencial. Entre las escenas dramáticas de esta época merece la pena evocar la siguiente:

'Recuerdo que un día, habiendo llegado cartas de Superiores de las casas de fuera de-Roma, se produjeron discordias entre el P. Mario y sus Asistentes. El P. Mario fue a buscar al P. General y le dijo palabras de poco respeto, esto es: 'Viejo chocho, viejo alocado, éstos no me quieren obedecer y vos no los aquietáis. Yo he reducido la Orden casi a la ruina y no descansaré hasta que termine de arrasarla', con-otras palabras de cólera. Entonces el P. General le respondió con toda mansedumbre: 'Esos hombres los habéis elegido vos; no os los he dado yo. Guardaos del castigo de Dios, por el daño que hacéis a la Orden; que no os llegue pronto su ira'. Entonces, el P. Mario se marchó. Esto sucedió en el oratorio cercano a la habitación del P. General, donde estaba yo mientras ellos paseaban. Yo estaba en la habitación y lo oía todo, y lo podía oír bien porque hablaban fuerte. Esto ocurrió dos meses antes de morir el P. Mario. Al entrar en el cuarto, el P. General dijo muy afligido más de una vez: 'Dios se lo perdone. El nos remediará'. Y en efecto, no estaba muy lejos el castigo, pues antes de 15 días empez6 a venirle una especie de roña muy menudita, y para curársela tomó purgas, se le aplicaron grandísimos remedios, hasta darle vinos con ponzoña de víboras, baños, lo metieron dentro de una ternera abierta en canal al vivo y todo fue en vano. Los médicos dijeron que era pésima lepra y cuantos más remedios le aplicaban, más crecía. Cuando se le cambiaban las sábanas, se encontraban escamas a puñados…'.[Notas 6]

Con más o menos extensión y detalles hablan de esta horrorosa enfermedad mortal del P. Mario muchos otros, sobre todo Caputi, Berro y Bianchi,[Notas 7] coincidiendo casi todos en que era lepra, pero ni los médicos, cuyos diagnósticos recuerdan, estaban plenamente de acuerdo, insinuando que se trataba quizá de sífilis. Tan repugnante era el mal como los remedios aplicados y la dieta alimenticia, de todo lo cual hace notar Berro: 'Los médicos le trataron y le medicaron como si fuera un Príncipe supremo y absoluto, no ahorrando gastos, aun grandísimos, sin que nunca la Orden se echara atrás'.[Notas 8]

El proceso de la enfermedad fue extremadamente rápido, si se piensa que tenía treinta y cinco años y una 'fortaleza de complexión de toro', según Berro, quien dice que el mal empezó a manifestarse en agosto. Pero el Hº. Ferrari, testigo ocular, parece más exacto en sus cálculos, al decir que la mencionada conversación entre Mario y CaIasanz ocurrió dos meses antes de la muerte del primero y que antes de quince días aparecieron los primeros síntomas del mal; es decir, que la enfermedad duró tan sólo mes y medio. Dado que murió el 10 de noviembre, debió declararse en torno al 25 de septiembre. Y así parece confirmarse por una carta del P. General, escrita el 19 de septiembre, en la que habla del P. Mario y nada dice de su enfermedad. Y algo debería decir si empezó a detectarse en agosto y era de características tan aterradoras. Por el contrario, presenta al P. Mario en plena euforia de mando y de prepotencia frente a todos. Y no deja de llamar la atención el fatal presagio de que aquello va a acabar pronto, lo cual, sin sutilizar demasiado, puede parecer una asombrosa profecía, con la que ratifica la recordada por el Hº. Ferrari: 'Que no os llegue pronto su ira [la de Dios]. Escribe, pues, el Santo:

'… es muy cierto que el P. Mario, con el favor de Mons. Asesor del Sto. Oficio, gobierna y manda en la Orden según su capricho, con no poco disgusto de muchísimos de la Religión. Y da órdenes como le place, incluso suscritas por el P. Visitador. Mas ‘espero que pronto acabará este modo de proceder’ y se volverá a la observancia religiosa'.[Notas 9]

Quizá más que el dolor y las horrorosas molestias de las medicaciones, sentía Mario la vergüenza de su postración y la repugnante desfiguración de su cuerpo, convertido todo en una costra maloliente, como decía un testigo ocular.[Notas 10] Por ello se le trasladó al Colegio Nazareno, sito entonces en el llamado Palacio Mutti, ‘a Capo le Case’, que gozaba de mejores aires y amplios jardines.[Notas 11] Pero quedó recluido, pidiendo, según Caputi, que no se admitiera a nadie a visitarle y que después de su muerte no expusieran en público sus despojos. Por dos veces intentó el P. General ver al enfermo, pero éste le rechazó con excusas. Sí que fueron admitidos, sin embargo, sus defensores y amigos, Mons. Albizzi y el P. Pietrasanta, a quienes recomendó vivamente el enfermo que protegieran al P. Cherubini, rogándoles Mario o prometiéndole ellos, que le nombraran sucesor suyo, como así fue.[Notas 12]

Más confusa queda la cuestión de la última asistencia espiritual. Berro la deja entre dudas al escribir: 'Dicen que se confesó con el P. Esteban [Cherubini], y aunque rogó al P. Pedro [Casani]… que le asistiera, como lo hizo durante algunos días, no recibió de él nunca ningún sacramento, como expresamente me dijo el mismo P. Pedro, añadiendo que no sabía ni había visto a nadie que le confesara o le diera la comunión'.[Notas 13] Hubo también preocupación para que se reconciliara con el P. General, y aunque no se consiguió que le recibiera, le mandó un billete mediante el P. Jorge Chervino, en el que decía: 'P. General, yo estoy mal, y si le hubiese ofendido en algo, le pido perdón. Mario de S. Francisco'.[Notas 14]

Murió el 10 de noviembre. El mismo día escribía en una carta el P. Cherubini: 'Plugo a N. Sr. llamar hoy al Paraíso a nuestro P. Mario de S. Francisco con aquellos sentimientos de S. D. M. que tienen los que han cuidado del alma y del cuerpo'. Y al día siguiente, el P. Pietrasanta escribía a su vez: 'Plugo a S. D. M. llamar a sí ayer tarde al P. Mario de S. Francisco con aquellos sentimientos de las cosas celestiales, que se pueden desear en todo buen religioso'.[Notas 15] Quizá las cosas quedaron en un término medio, entre la impenitencia, tradicionalmente supuesta y apoyada en los cronistas, y los sentimientos deseables en todo buen religioso, que aseguran Cherubini y Pietrasanta. Nunca se supo, sin embargo, quiénes estuvieron presentes a su muerte.

Lo más probable es que, dado el corto espacio de tiempo de la enfermedad, no muriera ni de lepra, ni de sífilis, que había contraído, sino cruelmente abrasado por dentro y por fuera, debido a los increíbles medios terapéuticos a que fue sometido de baños constantes de aguas minerales, aceites y vapores de azufre ardiente, inclusión en las entrañas vivas y humeantes de animales descuartizados en canal, comidas repugnantes en que predominaba el veneno de víboras y otros asquerosos brebajes… Hasta Caputi se siente conmovido al darnos esta descripción: 'Se vio el cuerpo del pobre Mario todo abrasado, como un cochinillo asado, y no se distinguía forma alguna en sus miembros, pues las piernas y los brazos se le encogieron, como si estuvieran quemados, de tal manera que sus amigos, aunque le lloraron, tenían miedo de mirarle'.[Notas 16] Y Berro añade: 'Una vez muerto el P. Mario, se abrió y le encontraron las entrañas cocidas como si las hubieran asado en un caldero, y el corazón tan pequeño y apretado que casi había perdido la forma de corazón'.[Notas 17]

Fue trasladado el cadáver a la iglesia de San Pantaleón de noche y, como él había ordenado, se le enterró allí sin exponer el féretro al público, para que nadie lo viera.[Notas 18] Hoy no queda ni rastro de su tumba.

Espontáneamente piensa uno en el famoso libro de Lactancio ‘De las muertes de los perseguidores’. Y es que en nuestro caso, Cherubini seguirá de cerca el camino de Mario, a quien precedió por unos meses .-agosto de 1643- su protector, confidente y amigo de antaño, el Inquisidor florentino, P. Juan Muzzarelli, muriendo de cáncer maligno. Pero no evocamos a Muzzarelli para recordar su 7dolorosa muerte, sino para consignar el juicio que dio del P. Mario en aquellos meses últimos de su vida, cuando todavía estaba vivo y en la plenitud de sus poderes el otrora delator del escándalo de la Faustina. El testimonio escrito es de un escolapio, que asegura haber conocido y tratado familiarmente con el P. Muzzarelli durante los años 1641-1642, en que estaba en Florencia, y mandó su declaración al P. Berro cuando estaba escribiendo sus Memorias hacia 1662-1663. A veinte años de los hechos no puede decirse que las palabras referidas de Muzzarelli sean exactas, pero la crudeza de las expresiones y lo sustancial del recuerdo merecen crédito. He aquí algunos párrafos más significativos:

… Padre carísimo, creo que todos los amigos sientan mi mal, que me temo habérmelo merecido por la protección dispensada a aquel desgraciado P. Mario, que sé muy bien que es un malvado (tristo), pero me viene recomendado por grandes personajes y bonetes rojos [cardenales] y no puedo menos de hacerlo. Y Dios os perdone, Padre, pues tantas veces os he rogado que pidierais a vuestro P. General que me mandara un informe de vida y milagros de dicho P. Mario y no lo he conseguido, para poderlo mostrar a quien me lo recomienda con tanto fervor a este desgraciado'. Yo ciertamente hice la instancia a N. P. Fundador, pero él respondió: 'Dejemos obrar a Dios bendito…' Muchas veces el mencionado Inquisidor me decía: 'No puedo vérmelo entorno a este Mariacho, tan maligno, ciego de pasión, alejado del estado religioso. Dios le ayude. Mezquino, demasiada libertad se ha tomado. Dios perdone a quien crea a este hipócrita, cara de bellaco, rostro de traidor, y a pesar de todo es escuchado y se cree todo lo que dice.[Notas 19]

La exquisitez del diplomático Albizzi no llegará a tales epítetos, pero sí a reconocer tardíamente que también él había sido engañado.[Notas 20]

Notas

  1. C. 124. El 18 de julio aún contaban algo los Asistentes, como escribe Calasanz: 'si no ordenan otra cosa estos PP. Asistentes' (c.41l6).
  2. BAU, BC, p.976. Cuando Armini hizo estas declaraciones en el proceso de 1690-1692 era General de la Orden (cf. S. GINER, ‘El proceso…’, p.169-170). Evoca lo ya declarado el 22 de enero de 1653 por el Hº.Lorenzo Ferrari (ProcIn, p.609).
  3. Llama la atención que desde el 31 de julio al 31 de diciembre de 1643 sólo se conserven 27 cartas del Santo (c.4121-4148) y que desde el 10 de octubre, en que escribe tres, hasta el 28 de noviembre, en que escribe dos, sólo hay-a tres (c.4140-4142.),y en ninguna de ellas ni en las posteriores aluda a la muerte de Mario, que ocurrió el 10 de noviembre
  4. BERRO II, p.61 y 45-46,48-49; EC, p.1085; BAU, BC, p.978-.979.
  5. BERRO II, p.61-62; BAU, BC, p.979. Un escudo romano equivalía a diez julios.
  6. ProcIn, p.615-616.
  7. BERRO II, p.62-67; BAU, BC, p.986-988.
  8. BERRO II, p.64.
  9. C.4131.
  10. BERRO II, p.63.
  11. En octubre de 1639 se alquiló el Palacio Mutti, donde estuvo el Colegio hasta 1644, en que pasó al Palacio Rusticucci, junto a S. Pedro, en la actual calle homónima. Había entonces 13 alumnos becarios y ocho religiosos. Precisamente entre los años 1643 y 1645, atendiendo a las varias instancias de mucha gente y para remediar las condiciones precarias de la economía del legado Tonti, se decidió admitir a alumnos internos de pago, cuya innovación se mantuvo y se amplió con el tiempo (cf. P. VANNUCCI, ‘Il Collegio Nazareno’, p.86 y 98, n.19; EC, p.845, 848, 850; c.3189; BERRO II, p.65).
  12. Caputi dice que Mario lo pidió a ambos y asimismo que mantuvieran de secretario al P. Ridolfi, y que ellos se lo prometieron (cf. cit. en PosCas, p.1791, n.178-179). Berro escribe que Mario pidió a ambos que protegieran a Cherubini y Monseñor se lo prometió, añadiendo que lo harían sucesor suyo (BERRO II, p.66).
  13. BERRO II, p.66. Caputi recuerda también el testimonio negativo del P. Casani (cf. PosCas, p.1214).
  14. CAPUTI, en PosCas,p.1792, n.180. El detalle de recordar el nombre del mensajero garantiza la veracidad de la noticia.
  15. BERRO II, p.67; EC, p.2094.
  16. PosCas, p.1793,n. 183.
  17. BERRO II, p.67.
  18. Ib.; BAU, BC, p.987-988.
  19. BERRO II, p.69. Las palabrejas en italiano son ‘sciaurato, tristo, gran maligno, accecato dalla passione, meschinaccio, hipocritaccio, mostaccio di facchino, fisonomia di un traditore’.
  20. Después de terminada nuestra obra presente ha aparecido el tercer artículo de Claudio Vilá sobre Mario Sozzi, con el título: ‘Mario Sozzi: último cuadrienio de su vida (1639-1643)’: Archivum 29 (1991) 83-182 y 30 (1991) l-93. Leídas con atención ambas partes, constatamos que sigue ‘in crescendo’ la actitud reivindicativa, absolutoria y exaltadora de Vilá respecto a Mario Sozzi, en descrédito del Santo Fundador, no sólo contra la opinión común de todos los historiadores, sino incluso contra la evidencia de los mismos textos -no aporta ninguno nuevo- citados u omitidos por Vilá. Mantenemos intacta, por tanto, nuestra versión de los hechos y juicio de los personajes, particularmente de Mario Sozzi.