GinerMaestro/Cap25/05

De WikiPía
Saltar a: navegación, buscar

Cap25/04
Tema anterior

GinerMaestro/Cap25/05
Índice

Cap25/06
Siguiente tema


Aviso OCR

Este texto ha sido obtenido por un proceso automático mediante un software OCR. Puede contener errores.

25.05. Los que se fueron

No sería justo pensar que esta gran desbandada es una prueba del mal estado en que se hallaba la Orden y que tanto los buenos como los malos aprovecharon la ocasión para marcharse: los buenos lamentando la falta de ambiente religioso y observante, y los malos para buscar mayor libertad y librarse a la vez de las austeridades y rigores de la pobreza y de la regla. No hay que olvidar, ante todo, que había terminado hacía años aquel período en que algunos o muchos habían conseguido salirse apelando a la nulidad de su profesión. Ahora, salvo rara excepción, todos salían con votos solemnes no dispensados.

Hay que comprender que el ambiente que se había creado favorecía la salida aun de los buenos e ilusionados con su vocación religiosa. Se requería cierto temple de héroe para soportar las humillaciones, dudas, acusaciones y amenazas de total aniquilación; la inseguridad del futuro y las presiones familiares; los consejos píos e impíos de quienes querían tranquilizar las conciencias declarando inexistentes los votos y sus obligaciones; las enormes dificultades que se acrecentaban para mantener casas y escuelas con tan poca gente; las facilidades legales que se daban para ceder y abandonar. Ni se puede dejar de afirmar que el gobierno impuesto por el Santo Oficio, por Albizzi y por la Comisión Diputada y concentrado en las indignas manos de Mario y Cherubini y del complaciente y veleidoso Pietrasanta, había crispado los nervios de todos y exaltado los ánimos y las iras de tantos que se rebelaban inútil e imprudentemente contra la injusticia y el abuso de poder. Y aunque sea contra la injusticia, la protesta no deja de ser protesta y la rebelión no deja de considerarse delito. Y todo ello repercutía forzosamente en el seno de las comunidades, haciendo el ambiente irrespirable y provocando las salidas. No era justo que se lamentaran de desórdenes y rebeldías los mismos que las habían provocado.

No se puede, pues, considerar este desangramiento de la Orden como una expurgación saludable, consolándose con el consabido refrán 'no hay mal que por ien no venga'. Quizá la mayor parte de los que se fueron hubieran perseverado hasta la muerte dignamente, de no haberse provocado el desorden e impuesto la prepotencia desde el encumbramiento de Mario. Quizá aquel grupo selecto de ‘galileyanos’ florentinos hubiera sido una espléndida escuela de científicos para la Orden, pero, excepto Morelli, todos se fueron, unos antes y otros después de la muerte del Fundador.

Sin embargo, hubiera sido saludable que se marcharan unos cuantos más, precisamente aquellos que la mayoría esperaba y deseaba que se fueran y no se fueron, aun teniendo algunos de ellos el breve en el bolsillo, como Cherubini, Ridolfi, Gavotti, Cerutti y otros del mismo jaez. A ellos, y a otros descontentos, inquietos y viciados por las circunstancias ambientales, se referían las quejas de quienes escribían al Fundador, como Berro: 'ya que parece que el Papa da fácilmente licencia para salir a quien no quiere estar con nosotros, vea V. P. al menos de obtener que cada casa pueda despachar a quien crea conveniente'.[Notas 1] O el P. Patera: 'en cierto modo estaría bien que algunos sacaran el Breve y se fueran. Siento que por no tener de qué vivir en sus casas estos tales no salgan y queden viviendo a su modo, infectando a los demás y dando continuo tormento a los pobres Superiores y a quienes tienen celo por el Instituto'.[Notas 2] Pero quien así escribía obtuvo el breve al año siguiente y se marchó.

Sin duda, en esta atmósfera de derrotismo, de confusión e inquietudes, exageraban algunos Ia situación, como los beneméritos PP. Provinciales de Germania, escribiendo al pobre ex General: 'Ruego a V. P. -decía Conti desde Cracovia- que dé ánimo a todos los que tienen deseos de ser verdaderos religiosos… y por el contrario empuje hacia fuera a los díscolos y malcontentos del estado religioso… Bien está, que ahora que tienen la puerta abierta, que se vayan, y nos basta que queden de 50 para abajo ahí en ltalia, incluso en toda la Religión, como opinan todos los que aman a nuestra pobre Religión y son celosos del honor de Dios'.[Notas 3] Y el P. Novari desde Nikolsburg: 'le hago saber a V. P. en nombre de toda la Provincia, que ni yo, ni dicha Provincia queremos recibir en modo alguno ni bajo ningún pretexto el Breve que nos mandarán… Así que quien quiera estar en ‘Congregación’ que esté. Todos nosotros, de esta Provincia, no queremos estar. Y sepa V. P. que apenas se publique dicho Breve en estos lugares de Germania, Polonia y Bohemia, todos unánimemente se saldrán, haciéndose párrocos seculares para tener su libertad… Escribe V. P. que los profesos que quieran pasar a otra Religión más laxa, lo pueden hacer. Respondo en nombre de todos, que no se preocupen de tal licencia… pues queremos ser Religiosos de las Escuelas Pías o sacerdotes seculares y ‘numquam amplius et in aeternum’ religiosos de cualquier otra Religión'.[Notas 4] Eran gritos de dolor y de angustia, pero Novari –como Conti- se mantuvo firme y salvó para la Orden, con otros fieles, aquellas fundaciones centroeuropeas de tan glorioso futuro.

Sobre todo en Italia, el desconcierto era mayor, y aun los buenos y acérrimos defensores de la Orden y del Fundador dudaban de sí mismos por las dificultades o por el despotismo de los obispos locales, como era el caso de Nápoles, cuyo arzobispo-cardenal Filomarino y su Vicario General dejaron sentir su pesada y caprichosa mano sobré las comunidades. El P. Carlos Patera escribe al P. General: 'Por amor de Dios, vean de poner remedio, pues pocos van a quedar; … el que tenía algo de ánimo para perseverar, lo perderá de hecño. y dudo aun de mí mismo, pero espero en Dios que no llegaré nunca a tales extremos de dejar el hábito. Pero en Nápoles seguro que no me quedo, a pesar de que voy dando ánimo a los demás de perseverar'.[Notas 5] Y antes dé un año pidió el breve y se fue.

Conmovedoras las palabras del P. Vanni, que se atormenta entre dudas y esperanza en la virgen, y escribe al Santo desde Nursia: 'Estamos aquí arriba entre montañas y creemos más que sentimos. Nos dicen que la Religión después de todos estos sucesos está trastornada más que nunca, si bien no puedo creer que la Virgen María, bajo cuyo escudo y protección estamos, nos quiera abandonar. V. P. díganos algo. Esto es seguro, que yo por mi parte, con palabras y obras quiero ayudar al Instituto y perseverar ‘in vocatione qua vocatus sum’, aunque se preparen y se prevean mayores tribulaciones en el porvenir que las que ha habido en el pasado… yo espero que no estaremos siempre en esta humillación y oprobio de las gentes, mas espero que la Virgen María se acordará de sus siervos'.[Notas 6] Y tampoco resistió. y se fue.

Y el óptimo P.Mussesti, que le escribe desde Florencia: 'Ruego a V. P. que me diga libremente si se puede esperar algún bien, o si las cosas están en tal estado, que lo mejor sería que cada cual provea por sí mismo, como parece que escriben y dicen todos. porque viendo que unos se van, que otros se procuran patrimonio y otros ya se lo han procurado, me da que pensar y me mueve a hacer lo que veo que hacen todos'.[Notas 7] Pero se quedó.

No es de extrañar que muchos de estos religiosos que se fueron a disgusto, como empujados por las circunstancias adversas o desconfiando del futuro incierto, abrumados por la convicción de que todo había terminado por la voluntad del papa, sintieran deseos de volver cuando -pasado un decenio de supresión- se restableció la Congregación, primero con votos simples y luego con votos solemnes, recuperando la categoría de Orden. Los que se quedaron no temían el regreso de estos buenos religiosos, cuyo delito era más debilidad y pusilanimidad que otra cosa, sino la vuelta de los inquietos e indeseables. y por ello, ya antes de morir el P. Fundador se fue imponiendo la idea unánime de no admitir a nadie de los que se habían ido. Con cierta floritura poética se lo proponía así al Santo Viejo el P. Bianchi:

'Conviene dejar que el mal tiempo haga su curso en espera del bueno, en el cual, si de nuevo quisieran embarcarse los rechazados en laplaya por el mar del mundo para hacernos peligrar más que antes, estoy seguro que, habiendo nosotros sentido el daño que nos supuso su pesada presencia en la pobre barquilla de nuestra Religión, no los admitiremos tan fácilmente, a no ser que algún descabezado les dé entrada. No es conveniente que habiéndonos desprendido de malos humores, volvamos a acoger otra vez la serpiente en nuestro seno'.[Notas 8]

Y así se cumplió, sin excepciones, a pesar de las instancias.

Todas estas cartas angustiosas de los hijos buenos que expresaban sus dudas, ansiedades, temores y promesas al Santo Viejo, debieron llenar su alma de una amargura profunda, y su pobre cuerpo, que sentía el peso de sus casi 89 años, acusaba los golpes. El 25 de agosto de 1646 -cinco largos meses después de la promulgación del breve fatal- escribía: 'Todavía estoy con los dolores causados por el calor del hígado, y hace más de un mes que no digo Misa por no poder estar de pie tanto rato; me siento, sin embargo, más aliviado con la esperanza, si Dios quiere, de volver pronto a celebrar Misa'. Pero a primeros de diciembre aún se siente débil para caminar 'después de la enfermedad del pasado verano'[Notas 9] Ni la santidad puede impedir que se resienta por los disgustos el hígado de los santos.

Notas

  1. EHI, p.327.
  2. EHI, p.1597.
  3. EEC, p.323.
  4. EEC, p.886-887.
  5. EHI, p.1601
  6. EHI, p.2212.
  7. EHI, p.1520.
  8. EHI, p.385.
  9. C.4396 y 4428.