LituaniaMateriales/Dabrowica

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El P. Josafat Wojszwillo
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[Dabrowica]

Vale la pena recordar Dabrowica: en el pasado era el principal pueblo del distrito, bien construido en un lugar bastante hermoso y saludable, junto al río Horyn. El Conde Carlos Dolski, Mayordomo del Gran Ducado de Lituania, fundó aquí las Escuelas Pías para educar a los niños en 1684, asignando 46.000 áureos asociados a una hipoteca en Dabrowica, y después de cuatro días inscribió el capital en el registro público de Pinsk. En el mismo acto concedió terreno para construir una iglesia, un colegio y escuelas; también cedió un huerto y un terreno con árboles frutales, y más tarde prados y una fábrica de ladrillos más allá de de Cozacos, a la que llamaban Cozacia. El 8 de febrero de 1714 Miguel Korybut Wisniowiezki, heredero del Príncipe Dolski, a la suma anterior añadió 10.000 áureos y traslado el capital como hipoteca sobre las aldeas de Skzelsk, Kruszyna, Kleszovia y Karpilovna. Su heredero Miguel Brzostowski, Tesorero del Gran Ducado de Lituania, lo confirmó y añadió con derecho perpetuo dos siervos con sus mujeres, hijos y animales.

Los Padres con su sagacidad aumentaron no poco estas fincas y capitales. Skzelsk con todas sus pertenecías, o sea las casas de campo y las y aldeas Kluszyna, Kleszovia y Karpilovna, bajo el P. Pablo Chlebawski. En su tiempo se construyeron tres nuevas villas: Kleszowia, Kniazypol y Mastpinszcre. Tenían alrededor de 300 casas rústicas, con 1107 varones y 880 mujeres. Para comprarlas tomaron un préstamo de la caja provincial de 56.000 áureos; 50.000 del colegio de Lubieszow al 7% de interés, y 24.000 de los Franciscanos de Zogienz, con lo cual se compró Kluszyca. La última deuda la pagó el Rector Lucas Filipowski; las dos primeras, a causa de las desgracias que ocurrieron luego, nunca fueron pagadas.

Los primeros edificios de la iglesia y el colegio eran de madera, y fueron incendiados en tiempo de la guerra con los suecos. Cuando se calmaron las cosas, los Padres reconstruyeron en piedra la iglesia, un amplio colegio, escuelas, sala caliente; cultivaron árboles y plantas resistentes al frío. Tenía también un jardín hermoso, y una biblioteca con magníficos libros, algunos de no poco precio.

Había dos capitales a interés que habían sido entregados a los Padres, pero no sé de dónde venían. El primero era de 20.000 áureos al 7%, a cargo del Conde Narciso Olizar, con el cual se pagó la deuda con los Franciscanos. El segundo era de 4240, al 5%, que estaba depositado en la sinagoga de los judíos. Por la fundación había que celebrar cada año 76 misas cantadas, 6 aniversarios y 877 misas sencillas. La parroquia tenía 1814 fieles, de los cuales 259 varones y 218 mujeres. En la escuela había 34 alumnos y 15 religiosos. No menos de 68 criados a sueldo. No me entretendré más con detalles locales: contaré solamente los últimos días de la casa.

En el mes de abril de 1831 los Padres de Dabrowica fueron acusados de ocultar armas para los sediciosos. El general ruso Halvig vino de improviso al colegio e inspeccionó todo minuciosamente. Echó mano del Rector al que quería interrogar, el cual antes había dejado sus facultades al P. Luis Jerzykowicz, y se lo llevó consigo a Zytomir. El colegio se quedo sin autoridad: escribieron sobre el caso al Provincial y al Obispo rogando que nombran un superior. Las comunicaciones sin duda estaban cortadas: no llegó ninguna respuesta. Los Padres que quedaban convocaron un capítulo local, y unánimemente designaron en qué manos confiar el gobierno de la casa. El autor narra cuántas cosas difíciles tuvo que hacer, pues encontró totalmente vacía la bodega, el granero y la caja. Era especialmente difícil conseguir asesores que le dieran consejo para cobrar los ingresos impagados y satisfacer a los acreedores, que querían llevarse los muebles. Después de remover todas las piedras y con la ayuda de Dios el P. Wojszwillo consiguió arreglar felizmente las cosas del colegio, y ese mismo año 1831 el P. Provincial durante su Visita lo confirmó como Superior hasta el próximo Capítulo Provincial. Poco después tuvo lugar la supresión del colegio, que el P. Wojszwillo narra de la siguiente manera:

“El 2 de enero de 1832 el Prefecto ruso Osipov, junto con el Delegado Eclesiástico el Canónigo Tomás Rutkowski hizo público un decreto según el cual todos los bienes del colegio de Dabrowica pasaban a poder del tesoro público. Sin demora entregué las llaves, los libros, la administración, y a partir de entonces ya no me ocupé más del asunto.

Los oficiales comenzaron a hacer el inventario, en lo que trabajaron todo el mes. Una vez terminado y firmado, vino de Zytomir el Sr. Czernikow, ejecutor de los decretos pecuniarios, y nos informó que se iban a comenzar a retirar todos los fondos del suprimido colegio de Dabrowica. El Prefecto se opuso: dijo que sólo tenía derecho a escribir el inventario. El ejecutor, molesto, le dijo que obraba contra el derecho si no hacía lo que esperaba de él. El prefecto se negó, y los dos discutieron acaloradamente. El Sr. Czernikow para vengarse contra el colegio, emborrachó a los siervos, incitándoles a acusar al Prefecto de diversos crímenes y abusos. Ellos no querían mentir, pero se las arregló a base de aguardiente para que, según les instruyó él, dijeran que para pagar sus deudas les había hecho entregar bueyes, caballos, ovejas y trigo después de la promulgación del decreto, y lo acusó de este crimen. A mí mismo en muchas partes me hizo estas acusaciones en muchos lugares, de manera estúpida y vana, sin ninguna prueba. Pero con tantas molestias mi salud comenzó a resentirse, y se agravó mi estado, de manera que después de recorrer todos los caminos rusos, en abril me vi obligado a irme.

De modo que de acuerdo con el P. Provincial el 7 de abril vine a Lubieszow, donde me dediqué especialmente a los libros, que había comenzado unos años antes, y empecé a reunir materiales para componer una historia y un diccionario de matemáticas. Allí permanecí hasta febrero de 1833, cuando a ruegos del Ilmo. Obispo Mateo Lipski, de Minsk, y forzado por la autoridad de los Superiores, para no contrariar a su Excelencia D. Eduardo Wacikowicz, Presidente del Gobierno, que también insistía mucho, fui como capellán doméstico y maestro a su casa, siendo además capellán de los Hermanos de S. Juan de Dios de Minsk. Seguí en este cargo hasta finales de abril de 1834. Allí, mientras estuve en Stepianca, a ruegos de las esposa del Presidente, escribí: 1. Consejos para enseñar a leer. 2. Preparación de los niños a leer. 3. Un método más fácil para enseñar a los niños a leer. 4. Preparación para enseñar aritmética a los niños. Resultaron todos de uso comodísimo. Y a todos asombró la rapidez con que se aprendía con ellos.

D. Domingo Moniuszko, hermano de la esposa del Presidente, ilustrado y bienhechor de sus campesinos, me pidió consejo sobre cómo enseñar a leer y contar en su escuela de Radhorzcyzni. Con esta finalidad me envió algunos buenos discípulos suyos, rogándome que los hiciera maestros a mi estilo. Procuré hacer lo que me había pedido, y después de enseñarles de palabra, puso por escrito lo que les había dicho. Este trabajo compensó ampliamente el esfuerzo. Si mi obra fue de mucha utilidad lo ignoro, pues ya no estuve más tiempo en Stepianca.

Durante largo tiempo permanecí en aquella casa, que podría ser ejemplo de honradez y concordia, y de amor de toda la familia unida, hasta que fui llamado públicamente para comparecer ante las acusaciones del Sr. Czernikow. Me despedía para siempre de la familia del Presidente, salí el 1 de mayo y el 16 del mismo mes llegué a Dabrowica. Avisé de mi llegada a la Comisión, rogando al mismo tiempo que se llevara a cabo cuanto antes lo que había de hacerse. Pero la Comisión se retrasó durante largo tiempo.

La Sra. Marquesa Mancurzyna, nuestra bienhechora, me recibió amablemente en su Worobina, donde estaba su heredero Felipe Plater, quien me rogó insistentemente que me estableciera con ellos de manera permanente, como fiel amigo suyo. Di gracias y preferí trabajar en la casa del Señor, pues no sé estar ocioso.

Cuando todos los investigadores acudieron, me pidieron que respondiera por escrito a las acusaciones, y que jurara lo escrito ante la Comisión. Lo cual fue provechoso, pues me dio la ocasión de hablar con los amigos y pasar buenos momentos. El mayor fruto que recibí fue de tipo moral, pues conocí a un hombre de óptimo corazón, muy honrado y digno de honor, el Canónigo Diputado Eclesiástico, a quien después de terminar mis obras de Stepianca se las mostré con reverencia, y que me cautivó con su bondad, piedad, y santidad sacerdotal, de modo que consideré bueno conservar su memoria escribiendo lo siguiente:

Nuestro Rey Esteban Batory
Despreciando a sus enemigos
Ávido de gloria y victorias,
Construyó esta fortaleza.
En realidad el tiempo la desmoronó por completo,
Y apenas quedan sus restos.
Aquí el sacerdote de Dios ilumina a las ovejas
Encendiendo en sus corazones el amor y la piedad.
A sus hijos en Cristo
Ama y cuida como una verdadera madre.
Seca sus lágrimas, consuela a los tristes,
Ayuda a cada uno como puede.
Reparte el pan a cada uno,
Adorna la iglesia como a una esposa.
Obra milagros de bondad,
Esta alma benigna, sublime.
Es un verdadero Apóstol,
Digno de una mitra pastoral,
De sumo honor y suma alabanza.
Por tantas virtudes, ¡que todo le vaya bien!

Se trataba de D. Antonio Choroszynski[Notas 1], Canónigo de Olyci, párroco de Stepianca, pastor probo y docto, dulce, amable, tierno, de óptima fama, misericordioso, bondadoso, entregado a curar las tribulaciones de la gente, padre de los pobres y los infelices. Socorría amplia y generosamente a los pobres, era la ayuda de los indigentes en sus miserias, y sabía ocultar todo ello, para que se cumplieran las palabras del evangelio: que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda. Me alegré mucho de conocer a una persona tal, y por ello quise escribir estas palabras para que se sepa de él; confieso que se podrían decir muchas más cosas de este ejemplo vivo de virtudes cristianas. Lo recuerda hermosamente Kraszewski en el vol. I de Memorias de Volinia, Polesia y Lituania”.

Volvió luego el P. Wojszwillo a Lubieszow, donde siguió trabajando como antes en la historia y el diccionario de matemáticas, y desde allí fue enviado por el P. Provincial Silvestre Wialbutt al colegio de Wilkomierz como profesor de religión.

“A principio de marzo de 1835 el P. Provincial recibió una carta de D. Andrés Benito Klagiewick, obispo sufragáneo de Vilna, en la que le pedía que nombrara inmediatamente otro Rector para Lida, explicando la necesidad y las causas con todo detalle. El P. Provincial vino enseguida a verme con la carta, me la leyó y me dijo que saliera cuanto antes para salvar Lida, que estaba perdida. Yo negué que pudiera hacer tal cosa, pues me lo impedía la enfermedad. No viéndome dispuesto, intentó convencerme con alabanzas, rogándome que me diera prisa para llegar allí cuanto antes. Sofocado por el humo del incienso, respondí: ‘si allí hay algo estropeado, que lo repare el que lo haya estropeado. ¿Por qué ha de hacer uno penitencia por los pecados ajenos? Yo no he estropeado nada; no tengo nada que reparar’. Sin embargo él insistía en que saliera cuanto antes, diciendo que yo tenía que hacerlo. Durante tres días me estuvo molestando, y también el P. Rector Malukiewicz comenzó a persuadirme, y yo siempre respondía lo mismo: ‘Mi enfermedad no me lo permite; quien lo ha estropeado, que lo arregle’. Al final, rogándoles que me dejaran tranquilo, añadí: ‘¿Qué voy a hacer allí? Me pondré enfermo, no podré arreglar nada y me moriré’. Entonces el Provincial, indignado, exclamó: ‘Morirás a donde vayas, pero ponte en camino’. ‘Si se trata de que vaya a morir por las cosas estropeadas, no veo que sea necesario el ir’. Se tomó a mal estas palabras, y se fue. Me dolió causar esta molestia al Superior, y no hacerle el favor que me pedía. Más tarde envió a Lida en mi lugar al P. Gregorio Jankiewicz, un tanto sordo, con una carta al obispo en la que decía que actuaba así obligado por la necesidad, ya que todos los demás estaban ocupados en la escuela. Me había querido enviar a mí, pero no pudo aducir ninguna razón para hacerme ir, pues yo era un desobediente. Esta acusación no me atañe, pues los cargos no caen bajo la obediencia[Notas 2].

Me libré de esta carga, pero la alegría no fue duradera. Pues el obispo no aceptó un diálogo de sordos, de modo que se indignó, y despidió casi despreciándolo al inválido, pues Lida era un trabajo para una persona ágil y aguda. Con él envió una dura carta al Provincial, exigiendo absolutamente que yo fuera allí. Nuestro ex provincial, el P. Krukowski, que era Canciller diocesano, añadió una carta escrita por su mano en las que indicaba las causas por la que yo debía obedecer lo que mandaba el Obispo. Por el bien de la paz, y para evitar que las cosas se llevaran al extremo, me rogaba que tomara sobre mis hombros la carga que había rechazado.

El Provincial, triunfante porque se me había impuesto el cargo que él había intentado imponerme, por orden del obispo y del canciller, me trajo la carta añadiendo acerbamente: “Ahí tienes: no quisiste oír al Provincial, haz lo mismo ahora, si te atreves”.

Lo leí todo, y me puse a pensar para ver de qué manera podía evitar ese cargo. Decidí alegar la razón de la enfermedad, confirmándolo con un testimonio médico. Lo cual no sería difícil de conseguir, pues el Dr. Savicki, médico regional, a cuyas hijas enseñaba aritmética, geografía y francés, deseando retenerme para continuar con las materias comenzadas, estaba totalmente dispuesto a darme ese certificado. Pero me pareció que esta posibilidad no podía ser tenida en cuenta, pues posiblemente enfadaría muchísimo al Obispo, y no quería que el enfado que ya tenía conmigo además se lo pasar a la Orden. Además, para evitar molestias futuras, empecé a pensar en dejar la diócesis a Vilna y pasar a otra, bien a la diócesis de Minsk, cuyo Obispo Lipski me había hecho diversas ofertas cuando me despedí de él, bien a Samogicia, mi tierra natal, donde tenía parientes. Pero seguramente no podría obtener este permiso del Obispo, que sin duda me diría: ‘si la enfermedad te impide ir a Lida, cuánto más a esos lugares mucho más lejanos’. Así que también abandoné esta idea. Después de haber descartado las demás alternativas, sólo me quedaba una para evitar a la vez la ofensa y la carga de Rector: ir a ver al obispo y tratar de convencerle.

En cuanto tomé esa decisión, inmediatamente fui a ver al P. Provincial, urgiéndole a que acabáramos con este asunto, pues yo deseaba terminar de una vez. Viendo que estaba dispuesto a hablar con el Obispo, y que quería hacerlo inmediatamente, lo preparó todo enseguida, para que no cambiara de opinión y para no recibir más quejas del Obispo. Yo le dije que estaba ya listo para salir, pues no quería llevar conmigo ningún equipaje, seguro de volver inmediatamente. El P. Rector me advirtió que tenía sus dudas de que las cosas fueran a ocurrir como yo las pensaba, y que sería mejor llevar mis cosas en el carro, ya que había que pagar lo mismo; si me volvía, no tenía que pagar nada más, pero si me quedaba, iba a ser difícil luego enviarme mis cosas. Me pareció un consejo sabio y oportuno, y me convenció, así que de buena gana tomé conmigo todas mis cosas.

Tras despedirme de los hermanos y amigos, salí hacia Vilconuria, y al día siguiente llegué a Vilna, y sin perder tiempo fui a ver al Obispo, con la intención de volverme el mismo día. En cuanto saludé al Pastor, no hizo ni un solo reproche, me tendió la mano, me hizo sentar junto a sí y me dijo: ‘Ya sabía que a causa de tu pobre salud no querías venir; pero si tú no hubieras venido, yo habría enviado ciertamente un administrador. Soy amigo de las Escuelas Pías; sé que ello sería una tremenda ignominia para ellas, pero ten en cuenta que lo haré si tú rehúsas’. Y comenzó a quejarse del Provincial, que le había enviado un anciano incapaz. Con esto me cerró la boca, de modo que no pude decir palabra, pues no sabía qué decir. Por el bien de mi Orden y su buen nombre, decidí evitar tal infamia, aun a precio de mi vida. Decidí sufrir cualquier cosa antes que ocasionar esta vergüenza. Frente a un mal tan grande, todo lo demás desapareció de mi vista. Así, pues, decidí ir a vivir a Lida si hacía falta, hasta el Capítulo.

Al tercer día me dieron lo necesario para el viaje; el 21 salí de Vilna y al día siguiente de madrugada llegué a Lida. Ocupé la habitación del Emperador, pues todas las demás estaban ocupadas”.

A partir de ahora la vida del P. Wojszwillo está estrechamente asociada a los sucesos del colegio de Lida. Así que volvemos a manuscrito original, y con el autor primero resumimos la historia de Lida, y después lo referente a las Escuelas Pías.

Notas

  1. El P. Tadeo Chromecki añade al margen: Ex jesuita de Polotsk: lo encontré en el año 1864. Era entonces párroco de Clevania en Volinia. 1870. (N. del Autor).
  2. Aquí el P. Chromecki añade el grano de sal merecido: “El autor del manuscrito se equivoca: en la Orden hay que obedecer aceptando los cargos de Superior. Es lícito dar a conocer la salud enfermiza, y la incapacidad, pero si el Superior insiste, hay que disponerse humildemente, y no rechazar, como hizo el joven P. Wojszwillo, a pesar de sus méritos en la Orden. Veremos que luego fue a Lida, sin que sufriera su salud”. (N. del Autor).