MussestiVida/Cap08

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Cap. 8. Es introducido al servicio del Cardenal Marco Antonio Colonna

Los efectos de la virtud son difusivos y comunicativos por naturaleza; no pueden mantenerse ocultos por mucho tiempo.

D. José de Calasanz había venido a Roma para vivir virtuosamente desconocido y apartado de la gloria del mundo, pero la misma virtud lo hacía patente, y divulgaba su fama. Por lo cual el Emmo. Cardenal Marco Antonio Colonna (de feliz memoria), habiendo oído hablar de las buenas cualidades de Calasanz, deseó tenerlo en su casa y lo recibió en ella con tareas honorabilísimas, y al conocerlo mejor con su trato, se le aficionó y le tomó mucho afecto. Lo nombró su teólogo y se servía de él cuando necesitaba consejo, encontrándolo de gran provecho. Cuando más tarde vio que era fuera de lo común tanto en las letras como en el espíritu, quiso honrarle más dándole la superintendencia de su familia para regular las costumbres, declarándole padre espiritual de su casa, con orden expresa al Príncipe su sobrino de no salir de casa sin haber pedido antes permiso al Padre José, que Padre fue llamado después, y así lo llamaremos en los sucesivo.

Las causas por las que este gran cardenal tenía en buena estima a su teólogo eran no sólo las buenas referencias suyas, sino mucho más el comprobar de hecho que el P. José, estando en Roma y en su palacio, no aspiraba a pretensiones, sino más bien a retirarse, y no salía de casa para ir a cortejos ociosos, ni se hacía ver en los reductos y círculos de los otros cortesanos, para escuchar o contar noticias de este mundo; más bien su pasatiempo y descanso era quedarse en su habitación y entretenerse con los libros que tratan de espíritu o de doctrina, y cuando salía era o para el servicio de su señor, o para visitar iglesias, o para otro beneficio espiritual o corporal del prójimo.

Dicen que cuando el P. José entró en Casa Colonna le asignaron las habitaciones contiguas a la iglesia de los Santos Apóstoles de los padres Conventuales de S. Francisco, lo que él consideró una gran suerte enviada por Dios, porque de este modo tenía ocasión de satisfacer sus devociones, y poder adorar el Santísimo Sacramento cada vez que quisiera sin salir de casa, y encomendarse a su Seráfico San Francisco y a los apóstoles y santos cuyas reliquias se adoran y veneran en aquel sagrado templo. Razón de más por la que se gloriaba el cardenal de tener un cortesano tal, dando con ello ejemplo a los otros príncipes de la Iglesia de qué clase de servidores debían tener en sus palacios.

De verse tan apreciado el P. José no tuvo motivo de hincharse y considerarse digno, sino más bien cada día se volvía más temeroso de sí y más vil a sus propios ojos, pidiendo tener siempre vivo el temor filial hacia la divina majestad. Tenía fijos los ojos de la mente en sus defectos, encontrando motivo en estos para humillarse, y si algún prójimo suyo caía en algún exceso, lo tomaba como motivo para aprender él mismo, y compadeciendo al caído, decía: “peor hubieras hecho tú si te hubieras visto en una tentación semejante y Dios no te hubiera sostenido”. Compadecía tanto a los pecadores que deseando su salvación usaba todos los medios posibles para exhortarles, y además solía rezar frecuentemente por ellos, y hacía recitar a los escolares al final de la misa por ellos un Ave María.

Notas