MussestiVida/Cap23

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Cap. 23. Cómo se portó nuestro Padre con sus perseguidores cuando fue suspendido de su oficio

Aunque ya se ha dicho alguna cosa sobre la manera como se portó con sus perseguidores, con todo, habiendo sido una cosa singular en nuestro venerable Padre, considero que no es desdeñable ver con brevedad algún otro hecho particular para edificación de quien lea con ánimo sincero.

Cuando fue suspendido de su oficio, pues, como se dijo, que fue en el año del Señor de 1643, no sólo no dio ninguna muestra de indignación, sino que con singular humildad y alegría obedeció retirándose de todo gobierno, y como este se entregó en buena parte a los mismos calumniadores y perseguidores de nuestro buen viejo, él se sometió de tal modo a su obediencia que nada hacía sin pedir su bendición, y cada vez que le ocurría salir de casa, lo mismo que si hubiera sido un novicio se presentaba ante ellos a la ida y a la vuelta para pedirles la bendición de rodillas, y como tal sumisión no era tomada quizás por alguno o por ninguno de ellos en buen sentido, un día en que al Padre se le ocurrió pedir permiso para hacer no sé qué comisión, uno de ellos lo embistió mientras estaba de rodillas delante, y lo llenó de improperios enormes e indiscretos, llamándole hipocritón, fingido, engañador, viejo loco, y añadió que finalmente se habían descubierto sus maldades e hipocresías, y se indignaba aún más al ver al humilde viejo estar con el rostro sereno sin turbarse, y cargándolo aún de más injurias y de amenazas lo apartó de sí. De insultos similares que le hicieron incluso sus súbditos y vilísimos hermanos, y que fueron soportados con ejemplar mansedumbre por nuestro Padre, se podrían contar buen número, muchos de los cuales se escriben en otro lugar.

Se encontraba tan habituado a la fe que más actuaba movido por ella cuanto más parecía que más debería dudar, viéndose pagar con tal moneda en su vejez el largo y fiel servicio mantenido a su Dios, viéndose de una manera tan extraña enfrentado contra aquellos que por todas las razones deberían estar unidos a él.

Su esperanza era tan perfecta que cuando parecían las cosas más desesperadas, entonces la mostraba más viva, por lo que viéndose suspendido y perseguido por los malvados, e incluso por quienes parecía que no tenían mala intención, como se debe creer de pontífices y prelados de la Santa Iglesia, a quienes a veces Dios, para afinar más la virtud de algunos de sus siervos, permite que no llegue inmediatamente el conocimiento de la verdad, y den algún crédito a la impostura, haciendo mientras tanto que incluso ellos sean instrumentos para ejercitar y perfeccionar mucho más a quien place a su infinita bondad, como se ha visto suceder con nuestro Padre. El cual, viendo suprimida su Orden, nunca quiso hablar en su defensa, considerándose reo y merecedor de todo castigo, y en tantas tribulaciones mientras esperaba constantemente en Dios, siempre animaba a sus hijos exhortándoles de palabra y con cartas a no dudar. Nunca dijo a los amigos que le aconsejaban a menudo a defenderse y justificarse sino estas palabras: “dejemos obrar a Dios, tengamos confianza en Él, que Él cuidará de los suyos”, y cosas semejantes, mostrando la gran esperanza que tenía en su Divina Majestad, la cual, como era verdaderamente un don especial de Dios, como tal era reconocida por su siervo, y deseaba obtener aún una nueva gracia de su Dios: no ser ingrato a la gracia que recibía de sufrirlo todo por amor suyo.

El gran amor hacia Dios hacía también que fuera indecible la caridad y afecto que sentía hacia los mismos contrarios suyos, mientras a imitación de Jesucristo buscó siempre devolver bien por mal, prefiriendo vivir con deshonor antes que defendiéndose ocasionar a sus calumniadores más daño del que ellos mismos se habían hecho, no dejando con oraciones y con otros medios de procurar su salud espiritual, como procuraba la suya propia.

Yo sé que fue más de una vez de San Pantaleo al colegio Nazareno, que entonces estaba en el lugar de los señores Muti al principio de las casas, para visitar al P. Mario que yacía leproso en su lecho de muerte. Yo vivía también allí, y oí decir que nunca quiso recibirlo, por lo que el buen viejo tuvo que volverse sin haberlo visto, pero no creo que sin el premio Dios destinado a la obra de misericordia de visitar a los enfermos, y de soportar por amor de Dios a las personas molestas.

Notas