Reunificacion1868-1906/La gran sacudida italiana en 1866: el Papa (y el P. Perrando) se vuelve hacia España

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La gran sacudida italiana en 1866: el Papa (y el P. Perrando) se vuelve hacia España

En medio de las guerras de unificación italiana, el Gobierno andaba escaso de recursos financieros, por lo que el 7 de julio de 1866 decretó la supresión de las Órdenes Religiosas, y se incautó de todas sus propiedades. A los individuos se les reconocían los derechos civiles y una pensión anual, y además se establecía la creación de un Fondo de Culto para atender a las necesidades religiosas. Eso significó que todos los bienes de los religiosos (inmuebles, capitales, etc.) pasaban a poder de los municipios, que asumían la responsabilidad de asegurar los servicios que antes ofrecían las congregaciones religiosas. En nuestro caso: todas las escuelas pasaban a ser municipales; los ayuntamientos podían permitir o no que los escolapios siguieran viviendo en las mismas casas (ahora propiedad del municipio), y que siguieran enseñando o no en las escuelas. La Santa Sede se apresuró a advertir que se trataba de una simple supresión civil, pero no canónica: los religiosos seguían obligados a respetar sus votos, obedecer a sus superiores, y, en la medida de lo posible, vivir en comunidad.

Esta ley apenas supuso cambios en las provincias del norte (Liguria y Toscana), porque los gobiernos municipales eran más favorables a los eclesiásticos, y los escolapios tenían ganada buena fama de maestros. Tan solo se presentaban dificultades ocasionales cuando se trataba de firmar contratos nuevos, con exigencias (sobre todo de un mayor número de religiosos y de títulos académicos) que los escolapios no estaban siempre en condiciones de proporcionar. En las provincias del sur (Cerdeña, Sicilia, Nápoles) las circunstancias fueron más duras: los gobiernos locales, de carácter en general radical, expulsaron de sus casas a todos los religiosos. La mayoría tuvieron que dispersarse, y buscarse la vida apoyándose en sus familias, o en la Iglesia como coadjutores parroquiales, o como profesores en las escuelas públicas. Los hermanos tuvieron que desempeñar oficios manuales para ganarse la vida. La Provincia Romana perdió también buena parte de su personal, pero conservó algunos colegios.

La supresión significó un rudo golpe, desmoralizador, para las provincias escolapias italianas en su conjunto. El P. Perrando había sido nombrado Superior General de las Escuelas Pía en 1861 por el Papa Pío IX, que le trataba con gran familiaridad, tal vez esperando que gracias a sus buenos contactos con el gobierno de Piamonte podría impedir la supresión de las Órdenes Religiosas[Notas 1]. Pero no hubo nada que hacer, la supresión llegó lo mismo. Viéndose impotente y además enfermo, el P. Perrando debió sugerir al Papa que volviera la vista hacia otro lugar para salvar a las Escuelas Pías del colapso que las amenazaba: concretamente hacia España, donde la Orden navegaba en aquellos años viento en popa. Y así llegamos al comienzo del periodo de nuestra historia en que nos queremos centrar. Digamos antes unas palabras sobre este primer protagonista de nuestra historia.

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Giovanni Battista Perrando había nacido en Sasello, Liguria, en 1804. Ingresó en las escuelas Pías en 1823. Tras unos años como profesor de primaria y director de internos, fue nombrado rector del colegio de Demonte en 1832. Pasó luego a desempeñar rectorados más importantes, en Ovada, Oneglia y Chiavari. Sin pasar por el cargo de Provincial, el Papa lo nombró General de la Orden en

1861. Hizo todo lo posible por defender la Orden de los peligros de supresión que la amenazaban, pero nada logró. El clima de Roma le hizo enfermar, por lo que presentó su dimisión como General al Papa y le sugirió que nombrase un superior español. El P. Casanovas quiso nombrarle Provincial de Liguria, pero él no quiso asumir el cargo. A los 60 años se sentía cansado, y pasaba la mayor parte del tiempo en su pueblo, con su familia, visitando y haciendo alguna gestión de vez en cuando en los colegios de Liguria. En 1874 el P. Casanovas le nombró Asistente General, cargo que ejerció hasta 1884. Pero su ritmo de vida siguió siendo el mismo: pasaba unos pocos meses en Roma (normalmente en primavera) y el resto del año en su pueblo, donde, entre otras cosas, se ocupaba de las fincas de la familia. Cuando el P. Casanovas debía tomar alguna decisión importante, le consultaba por escrito. Y él respondía, mostrándole siempre una gran devoción y un gran respeto. Después de su generalato, ya nunca tuvo una comunidad fija de residencia. Con el paso del tiempo fue aumentando su debilidad, y falleció en 1885, a los 81 años de edad. Fue un gran hombre y un gran religioso, a quien le tocó vivir un periodo muy difícil. Tuvo la habilidad de buscar una salida donde podía encontrarse: haciendo venir otro gran religioso desde España, el P. Calasanz Casanovas, al que siempre apoyó en todo.

Notas

  1. VILÁ, C. en DENES II.