ViñasEsbozoGermania/Cuaderno02

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(Cuaderno 2)

La defensa de la religión católica contra los engañosos errores de los herejes pedía entonces en aquellas tierras un tipo de hombres, que con la firmeza de la fe, la amplitud y solidez de doctrina y el fervor de la predicación evangélica custodiaran la corona los dogmas y pusieran de manifiesto el desvergonzado absurdo de los innovadores y lo arrancaran de raíz. A ello se ofreció el P. Valeriano en Praga, Linz, Viena y otros lugares diciendo sermones, a los cuales acudían el pueblo, los magnates y los mismos emperadores. Cuando en 1613 ejercía su ministerio en Viena, fue introducido en la corte imperial por las alas de la fama. Después su vida transcurrió entre las cortes europeas y púlpitos sagrados, y entre las muchas conversiones que logró fue especialmente honrada y feliz la del Príncipe de Liechtenstein.

Cuando en 1616 el rey Segismundo de Polonia, habiendo sido devastada la región de Podolín por la incursión de los tártaros, decidió establecer allí colonias, pidió la ayuda del P. Valeriano, a quien envió como legado a Roma para pedir al Sumo Pontífice la facultad de crear los Caballeros de la Inmaculada Concepción, los cuales se opondrían como una poderosa barrera a las irrupciones de los bárbaros. Pero la guerra sueca impidió que se llevara a cabo la idea. Por lo cual el P. Valeriano continuó su ministerio en Viena, predicando con tanto ardor contra los herejes que estos decidieron eliminarlo. Había comenzado entonces el periodo que se llamó de la Defenestración de Praga, desde el año 1618 hasta 1620, desgraciado para todos los bohemos, cuando el P. Valeriano se había retirado a Linz para conversar con el visitador general de los Capuchinos, el P. Claudio de Sacile. De pronto una multitud de herejes atacaron los muros que protegían la ciudad, le amenazan ferozmente, le atacan a puñetazos, le hacen tres heridas en la cabeza, y lo dejan como muerto, sin poder mover sus miembros. Se recuperó, sin embargo, y después de tres años en que fue puesto a cargo de los novicios, se unió a la legación imperial que fue a Francia para tratar de las cosas de la Valtellina con el rey. Allí actuó de tal modo que conmovió el ánimo de todos, por lo que le fueron confiadas gravísimas cuestiones para ser resueltas de parte del Sumo Pontífice Gregorio XV.

En el año 1624 fue hecho superior de la provincia bohema, y fue al Capítulo de la Orden que se celebraba en Roma. Mientras tanto llegó una petición de parte del Rey de Polonia a la sagrada congregación de Propaganda Fide, para que los capuchinos hicieran misiones en su reino. La citada sagrada congregación accedió a ello de muy buena gana el 20 de abril de 1626, con la exclusión del P. Valeriano, para que pudiera continuar su obra contra los innovadores, con gran alegría de su patria y de su Orden. Y además porque el Cardenal Ernesto de Harrach, arzobispo, quería llevar a cabo la reforma religiosa en Bohemia, que ya antes habían promovido el P. Jacinto Natta, el P. Lorenzo de Brindis y el P. Matías Bellintani, varones célebres de la orden de los Capuchinos, y eligió al P. Valeriano como teólogo y confesor. Los superiores de la reforma se reunieron en el consejo de estado de Viena, y después de estudiar a fondo las cuestiones, y redactarlas sabiamente, llegaron a las siguientes conclusiones:

1.Extirpar la herejía.
2.Propagar la fe cristiana, pero no de manera coercitiva, sino dirigiéndose benignamente a los herejes, y debían erigirse cuatro seminarios en la diócesis de Bohemia, y dos en Praga.
3.Restituir los bienes eclesiásticos (para lo cual se dio el decreto de 1629).
4.Devolver los estudios de la Universidad Carolina (llamada así por su fundador Carlos V) a su prístino estado (lo cual debió diferirse).

Cuánto esfuerzo dedicó a esta reforma el P. Valeriano durante diez años, nos lo dicen las palabras de Ardinghelli (IV, 30): “Mucho se esfuerzan en el asunto de la reforma (los capuchinos), y entre ellos destacamos al R. P. Valeriano Magni, capuchino, defensor acérrimo de la fe católica”. Y por las de Caraffa: “En Bohemia el arzobispo, no sólo con su vigilancia, sino también por obra de los hombres, especialmente de Valeriano Magni, de la Orden de los Capuchinos, hombre en verdad Magno por su palabra, por su obra y por su cuerpo, comenzó a extinguir el incendio de los herejes”. Favoreció mucho la obtención de la reforma la edición de sus obras, entre las cuales es memorable Judicium de catholicorum regula credendi, ad studia universalia abiblistarum, in quo solidissimis rationibus evincitur illam ese veram Christi Ecclesiam, quae claret regeneratis: han vero non ese aliam, quam quae communicat in fide cum Romano Pontifice, en ocho volúmenes, Praga 1628. Para honrar al P. Valeriano, cuya autoridad reconoce, escribió Caramuel: “Escribió muchas cosas contra los herejes, demostrando su locura, entre otras el libro sobre las reglas a creer, que cualquiera que lo lea no puede ser ya luterano o calvinista”. Este libró se publicó con ocasión de la impugnación que intentaron hacer del libro Regulam fidei acatholicorum que había escrito él mismo, cinco innovadores de notable ingenio, concretamente Juan Maior y Jacobo Martini, profesores de la universidad de Jena; Juan Botsac, juez de Hervord; Conrado Berg, pastor de Bremen, y otro anónimo.

En 1628 presentó la renuncia al provincialato, la cual le fue aceptada por la S. Congregación con fecha de 21 de julio del mismo año, “para que liberado de su cargo, pueda ayudar al Arzobispo de Praga en los gravísimo asuntos de Bohemia, en todo lo referente a la propagación de la fe católica en ese reino, y servirle con su consejo y sus obras” (Archivo de los Capuchinos). Fue nombrado misionero, y cabeza de los misioneros, en Germania Septentrional, y se esforzó por llevar a cabo su obra por el bien de los fieles y para la conversión de los herejes también en Austria y en Silesia. Fue a Roma para tratar con el Papa en el año 1629 acerca de la cuestión de Toroiuliano en el patriarcado de Aquilea, y en el año 1632 sobre el consejo secreto sobre Waldstein. Asistió a la Dieta de Ratisbona en 1630, a donde acudieron el emperador y otros príncipes, con Julio Mazzarino y el P. Alejandro de Ales, capuchino, por parte del Papa, y con Carlos Brutart y el P. Joseph Leclerc, capuchino, delegados de Francia. Allí demostró estar dotado de la virtud de la prudencia, y buscar vivamente el bien de la religión de su patria. No dejó nada por intentar cuando llegó el gravísimo desastre que devastó a Germania con crímenes, y la contaminó con la herejía, en tiempos del rey Gustavo Adolfo de Suecia. ¿Qué no hizo por la paz de Polonia, resolviendo felizmente la lucha entre Wralisdao y Casimiro, hijos de Segismundo, cuando la muerte se lo llevó (1632)? ¿Cuánto para que Ladislao, coronado en Cracovia, no se casara con la hija del Palatino, manchada por la herejía, sino con la hija del emperador, Cecilia Renata? “Esforzado defensor de la fe católica” llama abiertamente el calvinista Bartolomé Nigrino al P. Valeriano, después de que el citado Juan Botsac, luterano, abandonó la disputa en la que tras cinco días de discusiones quedó sin palabras, con el cual estuvo unido después por el vínculo de la amistad, y por la gracia de Dios pudo abrazarlo en Brno cuando se convirtió a la verdad.

No tiene nada de extrañar si, viendo los muchos méritos que tenía, el rey de Polonia escribió una carta al Papa Urbano VIII en la que le pedía que hiciera cardenal al P. Valeriano. Lo recomendaban sus dotes de ánimo, su vida, su erudición, sus hechos, sus costumbres. Lo recomendaban su piedad y devoción hacia Dios y la Iglesia; el pecho ofrecido a la espada en la región de los herejes y su cabeza fue gravemente herida; lo recomendaba su voluntad dispuesta al martirio, vertiendo su sangre por la religión. Sin embargo a la petición real no siguieron los honores: tanta era la envidia suscitada por el triunfo del Padre Valeriano, tantos los clamores tanto en la Universidad Carolina, por cuya reforma trabajó esforzadamente, como en la corte real, perpetuo semillero de maquinaciones, que el Sumo Pontífice consideró prudentemente dejar en suspenso la concesión del cardenalato.

Ello no alteró en lo más mínimo el ánimo humilde el P. Valeriano. Al contrario, después que vino a Roma como delegado del Rey ante Inocencio X, se incorporó por orden del Pontífice a las misiones apostólicas en Bohemia, Moravia, Austria y Polonia, y otras como Sajonia, Brandeburgo y Hesse. Obtuvo en ellas un triunfo magnífico convirtiendo a la fe católica al Landgrave de Hesse-Rhinfels, Ernesto, nieto de aquel Felipe que, apoyado por la dispensa de Lutero, se había casado con otra mujer cuando aún vivía la primera. También se convirtió su consorte, con otros miembros de la corte, y el recibió en Colonia su abjuración el 5 de enero de 1652, después de las disputas celebradas en el Castillo de Rheinfels, a las cuales, además del landgrave, asistieron tres herejes, concretamente Crocio, Calisto y Haberon, tres capuchinos y otras egregias personas, según las actas del Maestro Hoff.

El año 1643 fue a Roma para el Capítulo General, y habría sido elegido Prepósito de toda la Orden, si no hubieran juzgado los padres capitulares que era mejor que él estuviese al servicio de la Iglesia luchando contra los herejes, y no en el gobierno de la Orden. Mientras tanto intervino en la renovada disputa doctrinal con los innovadores, y también con los que trataban de la unión de la Iglesia de los rusos con la Iglesia Romana; en el primer caso porque lo pedía la temeridad de los herejes, que atribuía el silencio de los católicos a miedo y cobardía; en el segundo caso porque lo demandaban no pocas conversiones, principalmente la del obispo de Moscú. Ninguna de las dos cosas salió bien, por lo que el Padre Valeriano, entristecido y encomendándose a la voluntad de Dios, se retiró a un suburbio de Cracovia, y luego a una casa en la que había vivido en otro tiempo S. Juan de Capistrano, cedida por el Duque Ossola; luego, llamado a Varsovia por el Rey para ir a una choza que se encontraba en el jardín real, donde convirtió a una vida conforme con el estado eclesiástico a un sacerdote apóstata adicto a las impías artes de la necromancia.

A medida que alcanzaba la edad del desgaste propio de todo ser vivo, más fuertes se hacían las persecuciones contra él (el Víacrucis que Jesucristo compartía con su siervo). Le herían con libelos maldicientes en aquello que es más querido a un hombre santo; una mano sacrílega con una pluma adulterada se atrevía a acusar de herejía las obras del mismo santo varón. El padre respondió a los calumniadores, cuidando de su buen nombre, diciendo: “Ningún crimen, gracias a Dios, se me puede imputar, desde el útero de mi madre hasta el día de hoy, en mi vida pasada y presente, que pueda considerarse una ignominia”. Pero el 1 de febrero de 1661, cuando iba a Viena, entraron hombres armados en el convento, apresaron al Padre Valeriano y lo metieron en una cárcel pública, y lo detuvieron sin proceso, sin juicio, sin escucharle, sin condenarle. Hubo una reunión en el ministerio de justicia y se decretó que devolvieran la libertad al padre Valeriano, por orden del landgrave de Baden, cuñado suyo, esposo de la nieta del Conde de Magnis, hasta quela corte romana decidiera otra cosa. Este ordenó liberar al padre de la cárcel, donde había pasado dos meses infames, con gran aplauso de la gente.

Fue conducido en la litera imperial a Salzburgo, recomendado por el nuncio apostólico al venerable arzobispo de esa ciudad, que siempre había tenido una amistad fraterna con el Padre Valeriano. Afligido por dolores de podagra, el atleta de Cristo tuvo que guardar cama. Tomando una cruz en las manos, solía meditar en la pasión de nuestro Redentor. Pidió que se le administraran los sacramentos de los moribundos; hizo la profesión de fe, y mostró las llamas de su amor con oraciones piadosísimas a Jesús, cuya imagen apretaba contra el pecho. Y mientras el arzobispo y sus hermanos capuchinos decían aquellas palabras de consuelo y esperanza “Acordaos, santo Dios, etc.”, inclinándose hacia la derecha, y poniendo la mano sobre la cabeza exhaló el espíritu el 25 de julio de 1661, a los 75 años de edad, de los cuales había pasado 60 de vida religiosa, y dedicados gloriosamente al ministerio apostólico[Notas 1].

Notas

  1. I Cappuccini della Provincia Milanese della sua fondazione -1535- fino a noi. Parte 2ª Vol. I, Biografi dei più distinti nei secoli XVI e XVII- Memorie storiche raccolte da manoscritti pel P. Valdemiro Bonari de Bergamo, Lett. Cappuccino. Crema, typ. S. Pantaleone de Luigi Meleri, 1898.