ViñasEsbozoGermania/Cuaderno02/Cap09

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Capítulo 9º. Sobre la fundación de la casa de Lipnik

Después que el Eminentísimo y Excelso Príncipe Cardenal Francisco Dietrichstein, Obispo de Olomuc y Gobernador de toda Moravia, fundara nuestro instituto en su ciudad hereditaria de Nikolsburg, deseando que se extendiera por toda Germania, fundó el noviciado en su ciudad de Lipnik. Preparó para ello rápidamente una casa para que pudieran vivir en ella cómodamente los nuestros, y una vez estuvo preparada convenientemente con un ajuar adecuado a nuestra pobreza religiosa, el 31 de octubre de 1634 llegó desde Straznice hasta Lipnik el P. Juan Bautista Constantini de Santa Tecla con siete novicios, primer maestro de novicios y superior de aquella casa, y el 19 de noviembre celebró la primera solemne con gran asistencia de público en la iglesia adjunta que en otro tiempo había servido a los herejes picarditas y ahora estaba dedicada al Seráfico San Francisco. Como no había un edificio preparado para las escuelas, estas no se abrieron hasta el 18 de febrero de 1636 (P. Nicht).

El fragrante olor de la vida religiosa llenó desde el principio toda esta casa, principalmente a causa de las virtudes en las que brillaba el P. Juan Bautista. Sus mismos novicios alabaron la total ejemplaridad de este hombre, y vemos que enviaron un testimonio a Roma. Me parece que vale la pena copiar aquí lo que escribieron, para edificación nuestra:

“Nosotros los novicios infrascritos escribimos esta carta para dar testimonio de la verdad, diciendo que no recibimos ni la más mínima ofensa de los hechos y de los dichos de nuestro Maestro el P. Juan Bautista de Santa Tecla; al contrario, con su ejemplo nos indujo a adquirir las virtudes que para el religioso, y especialmente para los novicios, son necesarias. Concretamente:
La humildad: humillándose muchas veces, besándonos los pies, practicando humildes mortificaciones, sentándose el último con nosotros en la mesa y en otros lugares, lavando lo pies tanto a nosotros como a los huéspedes de fuera, remendando nuestros vestidos, y haciendo otras cosas semejantes.
Modestia: comportándose en toda circunstancia como conviene a un varón religioso, sacerdote y superior.
Mansedumbre: formándonos en la vida espiritual de manera benigna y plácida, tanto en público como en privado, suplicándonos que corrigiéramos nuestras imperfecciones.
Paciencia: tolerando nuestras imperfecciones, en algunas ocasiones imponiéndonos severas mortificaciones si eran necesarias, a causa de las cuales a veces se conmovía, pero el hecho estaba motivado por la necesidad de la enmienda, y después de las correcciones y enmiendas se mostraba y hablaba con el que había caído en la culpa de manera benigna y amistosa.
Sobriedad: comiendo los mismos alimentos que nosotros, salvo en caso de enfermedad, absteniéndose a menudo de la comida, y muy a menudo de la cena, contentándose con comer muy poco.
Vigilancia: evitando el ocio, visitándonos a nosotros en las celdas, y toda la casa; estudiando a menudo por la noche; preocupándose mucho de que cada cual ejerciera su oficio, ayudándonos a preparar el comedor, a cocinar la comida, a fregar los platos, y tareas similares.
Caridad: proveyéndonos a nosotros de todo lo necesario según lo prescrito en las Reglas en cuanto a comida y vestido; procurando los remedios necesarios para los enfermos, y todo ello sin acepción de personas.
Obediencia y reverencia para con los superiores: transmitiéndonos sus mandatos, obedeciéndolos y mandándonos que los obedeciéramos, hablando siempre de manera muy honrosa del P. General y del P. Provincial.
Pobreza: obrando de manera que nunca seamos dañados por lo superfluo.
Castidad y demás virtudes: obrando de tal manera que nosotros conociéramos siempre claramente por sus dichos y hechos su integridad de costumbres y pureza de vida.
Finalmente, la piedad: practicando con nosotros siempre nuestros ejercicios espirituales, tratando piadosa y religiosamente todo lo que pertenece al culto divino, como la tarea de la misa del sacerdote, sin omitir nunca los deberes de las oraciones a Dios, hablando de las cosas divinas, promoviendo nuestro provecho espiritual, así como el del prójimo.
Yo, Jorge (Schubert) de la Purificación de la B. Virgen María confirmo todo lo dicho más arriba.
Yo, Agustín (Steinbeck) de S. Carlos, confirmo todo lo dicho más arriba.
Yo, Juan Jacobo (Ollarius) de S. Francisco, confirmo todo lo dicho más arriba.
Yo, Francisco (Kefer) de Jesús María, confirmo todo lo dicho más arriba.
Yo, Joaquín (Grien) de la Madre de Dios, confirmo todo lo dicho más arriba.
Yo, Nicolás (Kreüczinger) de la Cruz, confirmo todo lo dicho más arriba.”

Esto es lo que escribieron sobre su maestro en la casa de Lipnik en el año 1635.[Notas 1]

Nuestro piadosísimo hermano el P. Alejandro Novari de S. Bernardo, que sucedió al P. Juan Bautista de Sta. Tecla en 1636, continuó el mismo camino que preparaba a nuestros novicios para elevarse continuamente en la vida religiosa.

Había nacido en Diano, de la diócesis de Albenga. Hombre en el que resplandecía todo el brillo de la rectitud religiosa, simple, recto, temeroso de Dios, adornado con el pudor virginal no sólo en el ánimo, sino también en el rostro, que conservó sin mancha hasta el final de su vida. Una mujer impudente que quería desafiar sus votos, con artificio lo puso a prueba, y para ello si fingió enferma, y le pidió que viniera para confesar sus pecados. Cuando ella le manifestó su deseo, el pudoroso varón la increpó agriamente y se fue, consiguiendo un doble triunfo con su huida, pues ganó el cielo para ella, que se convirtió a Dios. El año 1635 fue enviado por José a Germania en lugar del P. Juan Bautista de Santa Tecla, siendo el segundo superior y maestro de novicios de la casa de Lipnik, y ejerció los dos cargos de manera distinguida y con máximo provecho de sus súbditos hasta el año 1640. En esa fecha fue destinado a la casa que se iba a abrir en Litomysl, y permaneció en esa casa hasta el año 1644, en el que el P. Esteban Cherubini, en aquel tiempo Superior de la Orden, lo nombró Viceprovincial, y con ese cargo es muy digno de alabanza el que, reducida la Orden a simple Congregación por Inocencio X, bajo la autoridad de los obispos, conservó su cargo y oficio durante casi doce años, y yendo en ese tiempo a Polonia, dio comienzo a la nueva fundación de Rzeszów. Sufrió mucho a causa de las incursiones de suecos, húngaros y cosacos en Bohemia, Moravia y Polonia, y consumido su cuerpo por los dolores de la podagra, falleció en su celda de Rzeszów el 15 de abril de 1657, a los 50 años de edad (P. Nicht).

Es digno de conocer lo que nuestro Santo Legislador escribió al P. Alejandro acerca del noviciado:

“Al P. Alejandro, Maestro de Novicios en Lipnik. La Paz de Cristo.
En cuanto a los tres jóvenes que han terminado el noviciado, harán el escrutinio los profesos en dicho noviciado, y pareciéndoles bien a dos o tres de los profesos, los admitirán a la profesión. Vuestra Reverencia procurará, no sólo con las palabras, sino mucho más con los hechos, atraer a los novicios a la santa observancia de nuestras Constituciones, que si V.R. tiene esta óptima finalidad y objetivo, sin duda será ayudado en todas las cosas por Dios bendito. Y puesto que el General y toda la Orden le han confiado a V.R. esta responsabilidad del noviciado, procure ganar muchos méritos ante Dios, y buena opinión y estima ante los Superiores, y yo rezaré especialmente por ello. Es todo lo que se me ocurre ahora. He recibido la lista de los dos novicios vestidos recientemente. Que el Señor les bendiga siempre a todos. Roma, 2 de enero de 1638. Siervo en el Señor, José m.p. de la Madre de Dios.”[Notas 2]

Tampoco creo que deban omitirse otras dos cartas enviadas por nuestro Santo Padre José al mismo P. Alejandro, con las cuales inculca el espíritu que deben tener los novicios, y con el que deben practicar el ministerio los hermanos:

“Al P. Alejandro de S. Bernardo, Maestro de Novicios de las Escuelas Pías en Lipnik, 25 de septiembre de 1638. La Paz de Cristo.
Me ha sido de gran consuelo la carta de V. R. del pasado 21 de agosto con las buenas noticias de ese noviciado de Lipnik. El Señor haga que siempre vaya de bien en mejor, con el continuo aumento del espíritu y la devoción, puesto el fundamento de la Orden está en el buen funcionamiento del noviciado. Y puesto que el Señor lo ha elegido para este servicio, use toda diligencia para educar a los novicios con aquella santa humildad que busca nuestro instituto”.(P. Nicht).
“Al P. Alejandro de S. Bernardo, Maestro de Novicios en Lipnik, 3 de marzo de 1640.
Procuren ahí educar a los novicios con gran observancia de nuestras Constituciones y con gran humildad si quieren que el Señor haga grandes cosas por medio de ellos. Y V.R. y los demás profesos que están en el noviciado deben enseñar con su ejemplo el camino de la perfección religiosa. Les exhorto, pues, a que sean los primeros en los actos de humildad, haciéndolos por imitar a Cristo bendito, que nos los enseñó por medio de las obras, y de este modo aprovecharán mucho a los novicios.
Aquí no dejamos de orar al Señor por el continuo crecimiento de esa Provincia nuestra en la perfección religiosa, pues es muy cierto que hacen mucho más unos pocos religiosos perfectos que muchos tibios.” (P. Nicht).

Para que no dejara de apoyarse en la roca firme de la perfección de la humildad de los novicios, a aquel que ya siendo sacerdote no honraba esta virtud en sí mismo, que tanto conviene a nuestro instituto, lo reprendía y le invitaba a actuar de otro modo. Véase como ejemplo la carta enviada al P. Juan Francisco Bafici de la Asunción el 1 de enero de 1639, en Straznice: “Llevo mal el ver a V.R. con el ánimo bajo, sobre todo porque no tiene escolares a los que pueda enseñar la lengua latina. Y le digo en verdad que a quien deja de enseñar los elementos de las primeras letras y la doctrina cristiana con el santo temor de Dios, podrá esperar cosas inesperadas, y no sólo espirituales, sino también materiales. Deseo por tanto que no vuelva a omitir los actos de humildad, y que instruya a algunos clérigos nuestros para que puedan enseñar luego a otros, y de este modo imitará a los albañiles, que no construyen un edificio poniendo una piedra, sino que añaden otras a las de los demás”. El P. Nicht opone oportunamente a esta carta un ejemplo brillante, escribiendo: “Con un ánimo diferente al del P. Juan Francisco obraba el P. Domingo de S. Ignacio, el cual aunque venía de la nobilísima familia de los Barberinis, y era pariente de Urbano VIII, durante alrededor de 40 años seguidos se dedicó a enseñar a los párvulos en Palermo con inexplicable caridad y paciencia, a los cuales abrazaba y cuidaba como una amorosa nodriza”.

Creo que vale la pena contar lo que ocurrió en nuestra iglesia de Lipnik, contado por el P. Atanasio Zanger y tomado del Archivo General: “Mientras yo (P. Atanasio) celebraba la misa en la capilla de San José, vino un peregrino, de origen moravo, que estuvo llorando durante toda la misa. Al terminar la misa entró en la sacristía, y me pidió la confesión de sus pecados. Allí mismo me dispuse a escucharle, y él me dijo: ‘Padre, durante su misa no pude ver la hostia en el momento de la elevación, porque mis ojos en aquel momento fueron cegados’. Después de escuchar lo demás que corresponde al santo tribunal, me di cuenta de que el hombre estaba endemoniado, y que por justo juicio de Dios, sufría a causa de sus pecados. Viendo pues que el inquilino del infierno moraba en aquel hombre, a veces porque casi le salían chispas de los ojos, a veces por algunas palabras que decía al confesar sus pecados, antes de darle la absolución le mandé que me dijera un Padre Nuestro y un Ave María. El energúmeno lo hizo, aunque mientras rezaba ante mí el espíritu le debía bloquear con gran fuerza. Cuando llegó a las palabras ‘y líbranos del mal’, no puedo explicar lo reticente que se volvió el genio malo, y qué signos de despreció y aversión hizo. Pero como era urgido a ello, debió sufrir el pronunciar esas palabras con una voz quebrada y con espíritu anhelante. Lo mismo ocurrió cuando al rezar el Ave maría llegó a las palabras ‘ruega por nosotros pecadores’. Entonces el espíritu intentó bloquear al hombre, enmudecer su boca, aterrorizar su cuerpo y no dejar nada sin hacer para impedirle decir esa fórmula. Está clara la fuerza que tienen esas palabras en una y otra oración, cuando los demonios las aborrecen y se oponen a ellas. ¡Ojalá fueran dichas siempre piadosa y atentamente!”

Tampoco quiero callar una cosa digna de ser recordada acerca del P. Atanasio Zanger de S. José que se cita en su consueta. Cuando este se encontraba muy enfermo en Litomysl, un discípulo suyo, junior de nuestra Orden, Eugenio de Csastolovitz, quiso averiguar cuándo tendría lugar el equinoccio de primavera según unas tablas que había preparado él. Lo encontró, y en el meridiano de Litomysl tendría lugar el 19 de marzo a las 4h y 56 m de la mañana. Oyendo esto el enfermo, dijo al calculador citado, “añade 4 horas y 34 minutos, y este será mi equinoccio, con el que la muerte me separará de los vivos”. Nuestro Eugenio suma las dos cantidades, lo que daban las 9 h y 30 m de la mañana, que es la hora exactamente a la que el enfermo salió del reino de los vivos. El P. Atanasio había nacido en Lanscron el 28 de diciembre de 1650; había ingresado en la Orden el 30 de septiembre de 1668.

Copio del Archivo General lo siguiente referente a la casa de Lipnik, para conocimiento de todos. En el año 1693 se construyó un puente de piedra para enterrar a los nuestros en el jardín, y los muros de piedra se cambiaron por columnas de hierro. Pues nuestra cripta estaba saturada con los cadáveres depositados en ella en los cuatro años anteriores. No había manera de hacer más sitio para sepultar a los de casa, y además para los de fuera. Pues por este tiempo fue traído aquí además el cadáver del R. D. Carlos de Bilyns, vicario de la iglesia catedral de Olomuc. Este Carlos en otro tiempo había sido de los nuestros, y había emitido no sólo los votos simples, sino también los solemnes. En cuanto fue ordenado sacerdote, sintió que le sonreía el mundo, y se atrevió a reclamar, y con sus obras logró obtener una sentencia favorable según la cual su profesión fue declarada nula. Así que colgó el hábito religioso, y hecho sacerdote secular tuvo no poca fortuna y halló gracia entre los magnates. Luego encontró muchos enemigos y pocos amigos, por lo que su esperanza de mejorar desapareció; al final quiso recibir el cargo de Vicario en la iglesia catedral de Olomuc. Y tampoco vio brillar la chispa de aquella promoción, pues cayó gravemente enfermo (timpanitis, se llama la cosa) y terminó para él la esperanza de una larga vida. Entonces el bueno de Carlos volvió en sí, reflexionó sobre sus errores anteriores e hizo todo lo posible para que nuestra Orden volviera a admitirlo. Cuántas letras escribió frecuentemente, cuántas veces llamó junto a sí a nuestros padres, con cuántas palabras condenó su temeridad, llamándose a sí mismo “oprobio de los hombres”, “vergüenza del pueblo”, “hijo abortivo de la Orden”, lo saben los que entonces leyeron sus cartas y trataron con él. Y así insistió tanto para que le pusieran nuestro hábito al menos después de muerto, y lo enterraran en la cripta de Lipnik, que al final obtuvo ambas gracias de los superiores, y tal como había pedido insistentemente, el 25 de noviembre fue enterrado en la cripta común entre los hermanos, vestido con el hábito religioso. Este fue el bueno de Carlos, que parecía que pisoteaba nuestra Orden, y que al final de su vida suplicó su gracia y consuelo. También hay que decir que hizo heredera de todos sus bienes a nuestra casa de Straznice, añadiendo una fundación para que se dijeran misas perpetuas. Y esto es lo que se refiere al reclamante Carlos, que tenía el mismo nombre de religión.

Notas

  1. Archivo General.
  2. Archivo de Bohemia de las Escuelas Pías, en Praga, ahora en Roma.