ViñasEsbozoGermania/Cuaderno04/Cap22

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Capítulo 22º. Sobre el agradecimiento de Moravia, Bohemia y Polonia hacia el Instituto de las Escuelas Pías durante la tribulación.

Nuestro Santo Patriarca, José de Calasanz escribía lo siguiente al P. Onofre Conti del Stmo. Sacramento el 18 de abril de 1643 a Nikolsburg: “Quizás V.R. se haya enterado de que el Papa nos ha dado un Visitador Apostólico para calmar los disturbios que tenemos en la Orden con ocasión del P. Mario. Espero que Dios bendito, por medio de este Visitador Apostólico de la Orden de los somascos arregle nuestras cosas. Ya le informaré de lo que vaya ocurriendo”. [Notas 1]

Y, en efecto, “Juan Bautista Alterio, hombre de gran preparación y vicegerente, vino el seis de marzo de 1643 a San Pantaleo, donde en nombre del Pontífice depuso públicamente de sus cargos a José y sus compañeros, y comunicó por orden de Su Santidad los nombramientos de sus queridos Agustín Ubaldini, somasco, como visitador de la Orden, y como asistentes suyos Mario Sozzi, Santino Lunardi, Juan Esteban Spínola y Juan Francisco Bafici, y de Esteban Cherubini como Procurador. Por lo demás el Santo, aunque era un asunto grave, hizo todo lo que pudo, y se alegró mucho de que viniera un hombre tal, del cual pensaba que su sabiduría, a pesar de ser amplia y nada vulgar, no se podía comparar con su inocencia, justicia, fe y otras virtudes.

El resultado de la inspección minuciosa fue que Ubaldini dijo públicamente en San Pantaleo que se alegraba mucho de que no había encontrado nada que corregir, sino que tenía que alabar lo que otras comunidades podrían desear; y que no dudaba que si algo podía desearse para la perfección de la virtud religiosa y la continencia era la concordia fraterna, de modo que unos y otros abandonen sus propios errores, y no sigan los pasos de los disidentes…

Mario se inflamó y porque de ningún modo quería que se hiciera la paz entre unos y otros, y comenzó a odiar a ese hombre óptimo y a ofenderlo con un ánimo impío e inicuo, perjudicando audazmente con su colega la fe en él, movido por la ambición; y a decir abiertamente que había deliberado destruir toda la Orden junto con aquel anciano inepto.

No se escapaban estas cosas al hombre integérrimo, el cual obraba de acuerdo con su fama. Como hemos dicho otras veces, él informaba al santo colegio de los cardenales no sólo de palabra, sino por escrito, de lo que encontraba en las Escuelas Pías, y dijo que había muchos religiosos que desempeñaban su trabajo de manera loable, y unos pocos de manera deficiente, por lo que no había que perder la esperanza de la sanación si José era devuelto a su prístino estado, y a dos que excitaban a los demás se les retiraba severísimamente de su cargo, pues si no quizás haría otros atrevidos, si no se castigaba a los rebeldes de manera clara. Estas cosas, que fueron expuestas francamente, y eran muy ciertas, fueron consideradas serias por la maldad de los calumniadores, y él consideró prudente para su tranquilidad volver a su estudio de los obispos de Aviñón, y después de informar a los padres y consejeros lo que pensaba, renunció al encargo que le habían confiado.

Así, pues, Ubaldini, que merece la eterna alabanza de nuestra Orden, fue sustituido por un nuevo visitador el 9 de mayo de 1643, el P. Silvestre Pietrasanta de la Compañía de Jesús… que pronto envió cartas a los provinciales y nombro a Esteban Procurador de la Orden, quien se esforzaba por tener ese cargo. Bien porque tenía el visitador una manera de pensar igual que la de Mario, o bien por otros motivos, tan pronto como entró en vigor el nuevo estado de cosas, se propagó, para compasión de los de fuera y para dolor nuestro, lo que luego ocurrió, que se estaba preparando la ruina de la familia…

Llegaban a los cardenales y al obispo de la ciudad quejas unánimes contra ellos (el visitador y Mario), y se corría la voz: las Escuelas Pías están caídas a causa de las divisiones internas, y en esa situación ya no pueden gobernarse por sí mismas, por lo que la Santa Sede pensó en aplicar una medicina para curar las heridas de las que manaba sangre en toda la Orden. Así que el Pontífice nombró a cuatro cardenales para tratar este asunto, Roma, Spada, Falconeri y Ginetti, a los que se añadieron dos prelados, Paoluzzi y Albizzi. Tuvieron la primera reunión el 1 de octubre de ese año 1643 en casa del Cardenal Roma. El visitador envió dos escritos en los cuales no diré sino que buscaba y preparaba de manera criminal la ruina de toda la Orden, y así lo decía claramente. Pues ese es el consejo que proponía a los padres, y sólo ese le parecía resolutivo, y es que se exterminara la Orden de las Escuelas Pías. Y sabemos el resultado de lo que se recomendó por los escritos de Paolucci, que salieron a la luz ochenta años más tarde (el 10 de diciembre de 1717). Gracias a la Providencia pudieron disolverse con ellos los obstáculos que se oponían a que José fuera proclamado santo.

El resumen de lo que se recomendó es: las Escuelas Pías son muy indignas, por lo que deben extinguirse, pues desde el principio se establecieron así con tres Pontífices (Paulo V, Gregorio XV y Urbano VIII; viven la pobreza de manera saludable, lo cual incluso el mismo visitador aprueba; y en ellas hay muchos hombres sabios y virtuosos (esto no podía negarlo, por lo que lo ensalza); el fundador de la familia es un hombre santo, cosa que uno puede imaginar, pero que no se puede ver con los ojos. En otro momento Paolucci añadió que la Orden ya florecía en Germania, Polonia y otros reinos, cuyos magnates tomarían a mal que se extinguiera, como también se dañaría a la gente…

Paolucci siempre tuvo un recuerdo agradable de nuestra familia; cada cual puede imaginarlo mejor que yo puedo escribirlo. Lo que sabemos es que se discutió la cosa durante mucho tiempo, y de manera seria. Cuál era la idea de los demás padres, no lo sabemos; nadie dudaba lo que intentaba el asesor. No debemos admirarnos de que sólo nos quede una opinión sobre el asunto, sino que nos debemos alegrar mucho de ello”. Hasta aquí el P. Francisco Bonada.

Mi objetivo es detallar el proceso desgraciado por el cual el santo fundador de nuestra Orden recibió el glorioso nombre de segundo Job. Y no puedo silenciar los esfuerzos enormes que gente de gran calidad de Germania y Polonia hicieron a favor de las Escuelas Pías, tanto por medio de cartas como por embajadores.

Sea conocida primero la carta que escribió de Varsovia a Roma el 10 de agosto de 1643 el Gran Canciller de Polonia, Duque Ossolinski, al cardenal Barberini, vicecanciller de la S.I.R., la cual nos ofrece el citado P. Bonada:

“Un rumor infausto angustia de manera vehemente los ánimos de aquellos para quienes las Escuelas Pías son de utilidad, y grata su propagación, a causa de que aquí se ha comenzado a hablar de algunas diferencias causadas por algunos problemas de los cuales raramente ninguna sociedad religiosa se vio nunca libre, ni puede verse. Pues no hay ninguna ciudad ni ninguna familia que no tenga de vez en cuando algunos malvados. Ciertamente yo consideré siempre a esta Orden integérrima y sumamente necesaria para la sociedad. No sería yo quien siempre quise ser, tenaz en la justicia y rectitud, si no implorase tu clemencia como lo hago, y espero que no en balde, para que protejas esa comunidad después de tener en cuenta la opinión de los óptimos, es decir, de casi todos, y que hagas castigar a los pocos que de manera impune y contumaz, por ambición, maltratan al Padre. Si consigues que esta Orden permanezca en pie y continúe floreciendo, te estaré sumamente agradecido, y conmigo los que piensan como yo (y piensan exactamente como yo todos aquellos con quienes trato), y merecerás egregiamente el agradecimiento de toda la Orden. Y además, si los herejes, que aprecian mucho la Orden, oyeran que había sido destruida, pienso que hablarían mucho menospreciando vuestras leyes”.

Incluso el mismo rey de Polonia Ladislao IV el día 20 de agosto del mismo año escribió una carta al cardenal Julio Savelli, protector de aquel reino, con estas palabras:

“Acerca de la Orden de los Pobres de la Madre de Dios, no podemos tener sino una óptima propensión e inclinación por nuestra parte, porque no hace mucho vinieron a nuestro reino algunos padres de dicha Orden para hacer una fundación, y ellos viven allí con una vida tan ejemplar que son realmente merecedores de nuestro patrocinio, que deseamos que tales religiosos permanezcan en estos lugares”. Y como habían llegado rumores de lo que hacía el visitador, aquel hombre, tan benévolo con nosotros, decía abiertamente en su carta: “En Roma los padres están en grave peligro”, por lo que le pedía al purpurado Savelli: “Sepa Su Eminencia que satisfaciendo nuestro deseo hará una cosa gratísima para nosotros, y lo recordaremos agradecidos”.

Poco tiempo después, el 10 de noviembre de 1643, Mario Sozzi, “cubierto completamente de escamas, de una clase mala de lepra”, que no pudo curar ningún tipo de remedios, pues ofendía no sólo a los hombres sino también a Dios, exhaló el espíritu. Aquel a quien él mismo había designado como su heredero en el gobierno de la Orden, Esteban Cherubini, fue anunciado al día siguiente como tal en cartas a todas las provincias por el visitador.

El 29 de julio de 1644 falleció el Sumo Pontífice Urbano VIII, de feliz memoria, y le sucedió el cardenal Juan Bautista Pánfili, con el nombre de Inocencio X. Este Pontífice “por sí mismo favorecía a nuestra Orden, pero tenía junto a sí algunos con quienes compartía las cuestiones de gobierno”. El envío de Roma a Nursia, por una razón secreta, del P. Pedro Andrés Taccioni, hombre íntegro, confesor de Olimpia Maldachini Pánfili, fue atribuido a José, y la matrona a la que se le había quitado el director espiritual, por este motivo lo que antes había sido amistad luego se convirtió en odio hacia José y toda la familia. “Había otro motivo de temor, quizás más grave, y era el siguiente. Quien había sido el autor de que los Barberinis, de cuyo favor gozaba, hicieran salir a las Escuelas Pías del Quirinal, pensaba que si ellas florecían, más tarde se vengaría de él; y ahora gozaba de un puesto de máximo honor ante el Pontífice, aunque se sentía temeroso y culpable”. Este era el cardenal Juan Jacobo Panziroli, secretario del Pontífice[Notas 2]. Y como cuando llegaban escritos suplicando la conservación de la Orden, por orden del Pontífice este los enviaba al asesor Albizzi, a quienes los adversarios lo consideraban de su parte, éste tenía mucho miedo de los nuestros, y lo comunicaba a los demás. (P. Bonada).

Mientras tanto fue añadido un quinto cardenal, Alfonso de la Cueva, a los cuatro que se ocupaban de las cuestiones Calasancias, de los cuales José esperaba decisiones favorables, como le dice al P. Pedro Pablo Grien en una carta del 29 de noviembre de 1644: “Espero que estos señores cardenales resolverán a favor de la Orden, aunque hay algunos que buscan la ruina total del instituto. Le avisaré de lo que vaya ocurriendo. Mientras tanto es necesario que todos encomendemos nuestras cosas a Su Divina Majestad para que suceda lo que más convenga para mayor gloria suya”.[Notas 3]

Y realmente las molestias, sufrimientos y tribulaciones, pacientemente soportadas por José, ocurrieron para mayor gloria de Dios y glorificación del Siervo.

El rey de Polonia envió una carta al Barón Juan Domingo Orsi, su embajador, a favor de las Escuelas Pías, para que la entregara a Inocencio X. Orsi informa al Rey que la carta fue entregada, en una que le escribe el 21 de enero de 1645, y que dice lo siguiente: “Entregué a Su Santidad la carta escrita por propia mano por su Majestad, y le dije que Su Majestad recomienda insistentemente a los religiosos de las Escuelas Pías, puesto que son un óptimo ejemplo y muy útiles en Polonia, y que pide que se digne quitar al señor asesor de la congregación en la que se tratan los asuntos de dicha Orden, pues les tiene una gran aversión, y vuelva a poner en su cargo origina al Padre General. Su Santidad dijo que se alegraba mucho de saber de que los padres de las Escuelas Pías fueran un buen ejemplo en Polonia, y de gran utilidad, y que enviara saludos a Su Majestad”. (P. Talenti).

Pero el mismo Barón vio que los adversarios tenían una gran influencia ante el Pontífice, y en especial el asesor Albizzi, y así se lo indicó: “Vi poco inclinado a Inocencio X a favor de las Escuelas Pías”.

El Conde Francisco de Magnis también envió una carta a su hermano el P. Valeriano, que estaba entonces en Roma, con fecha 24 de febrero: “La introducción de los padres de las Escuelas Pías en esta provincia, y en los reinos de Austria, Bohemia y Polonia, con su ejemplo ha producido un aumento tal de la fe católica, y un beneficio del bien común, que Vuestra Paternidad, testigo ocular, podrá ponderar de palabra mejor que yo por escrito. Piense sólo en el número de conversos a la fe sólo en esta ciudad y condado nuestro de Straznice, donde estos buenos religiosos continuamente se fatigan en la conversión de los herejes, en absolver y dar la comunión sacramental a los católicos y en catequizar y enseñar tanto las letras como las costumbres cristianas a los niños pobres. He aquí que este instituto tan útil y tan necesario en nuestras partes no es arrancado de raíz, pero a causa de alguna víscera podrida[Notas 4] suya que va extendiendo el mal, poco a poco se muere, pues a los superiores se les ha retirado la potestad de recibir al hábito para propagar el instituto. Por lo tanto, a falta de operarios, esta mies tan abundante va a perecer”. El Rvmo. P. Valeriano le mostró esta carta a nuestro atribulado José, que se alegro mucho al ver la solicitud del Conde y los frutos de los nuestros, pero luego se entristeció al saber que esta carta no había producido ningún efecto, como otra enviada el 4 de marzo por el Rey de Polonia a través del citado Barón Orsi.

Este embajador ya había entregado una carta al Rvmo. Asesor el 28 de enero anterior, en la cual el Rey de Polonia recomendaba ardientemente el asunto calasancio. Escribió al Rey acerca de su comisión estas palabras de gran importancia: “Con respecto al señor citado, fui a verle y traté con él de nuestro asunto, y le recomendé calurosamente de parte de Vuestra Majestad a los padres citados, contándole las muchas cosas buenas que hacen en Polonia, y especialmente del gran escándalo que se originaría, especialmente entre los herejes, si desapareciera esta Orden. Me dijo como cosa segura que la Orden no desaparecería, y que podía decir a su Majestad de parte suya que puede ocurrir que sea reducida a congregación de votos simples, como era antes; que es posible que se le devuelva su cargo al P. General, y se le nombre un vicario, para que le ayude, ya que es bastante anciano, y así junto con este hermano pueda gobernar óptimamente la Orden. He hablado durante un buen rato con el Cardenal Pallotta, quien me dijo que estuvo hablando con Su Santidad de lo que Vuestra Majestad le decía en su carta acerca de la Orden citada, y que lo vio pésimamente informado sobre ellos, y principalmente sobre el Padre General, al que su eminencia le tiene una gran estima. Yo fui quien sugirió que se pida con insistencia a Su Santidad que se nombre un protector para ellos, piadoso y activo, que los defienda, y que presente sus razones; a lo cual el cardenal respondió que yo podría ser un excelente candidato para ese cargo de defender la Orden, la cual él considera utilísima para la cristiandad y la Iglesia de Dios”.

Ya sabemos cuál fue el resultado de todas las recomendaciones: el 17 de marzo de 1646 el señor José Palamolla, secretario del Cardenal Vicario de Su Santidad en la ciudad, ante la comunidad religiosa congregada con el P. José en S. Pantaleo, leyó el Breve por el cual la Orden de las Escuelas Pías era reducida. A lo cual el venerable anciano dijo: “El Señor dio, el Señor quitó; bendito sea el nombre del Señor”.

Es digna de admiración la inquebrantable confianza del Siervo de Dios; es digna de contemplar la solicitud con que exhortaba a sus hijos a tener paciencia y a encomendarse firmemente a la voluntad de Dios. En la primera carta que escribió desde Roma al P. Alejandro Novari de S. Bernardo, en Nikolsburg, el 7 de abril del mismo año, dice lo siguiente: “… V.R. me escribe que sale hacia Praga para arreglar las cosas del colegio de Litomysl, con no poco miedo de las cosas que pueden ocurrir durante el viaje. Creo que antes de salir de Nikolsburg habrá recibido la información de la ruina de nuestra Orden, y aunque parece una cosa irremediable, no será difícil a Dios ponerle remedio. V.R. tenga ánimo y lo dé a todos los nuestros que están ahí, y que sean perseverantes en el ejercicio de la escuela para ayudar al prójimo durante estos pocos meses del verano, máxime porque dentro de pocos días llegarán ahí los cuatro sacerdotes germanos que huyeron de ahí en el tiempo de la guerra y que hace ya tres o cuatro días que han salido de Roma. Cuando se imprima el Breve (con la abolición de la Orden) les enviaremos copia, y consultará ahí de qué modo se podrá responder a las dificultades que puedan presentarse. Ya les he escrito otras voces que sean fuertes, porque espero que Dios encontrará el remedio que los hombres no saben encontrar. Siervo en el Señor, José dela M. de Dios, m.p.”

Hay también otra carta que envió nuestro Santo Padre al mismo P. Viceprovincial a Nikolsburg el día 28 de abril de 1646:

“He escrito a V.R. últimamente dos o tres cartas seguidas, informándole sobre nuestras cosas, y creo que habrá recibido un escrito en un sobre de papel que va dentro de la carta, que contenía el resumen del Breve que nuestros enemigos han conseguido, por medio de grandísimos favores, para ruina de nuestra Orden. A pesar de ello tenemos firme esperanza en la esperanza divina contra la esperanza humana, y estamos resueltos a mantener el Instituto hasta que Dios bendito nos envíe el remedio. No sé si le enviarán también el Breve al Cardenal Harrach, superior ordinario de la casa de Litomysl, y otro Breve impreso al obispo de Olomuc, que es el ordinario de todas nuestras casas en Moravia.
Aquí se piensa que es difícil que se pierda el instituto en esas tierras, donde ha hecho cosas grandes y ha dado buen ejemplo no sólo a los católicos, sino también a los herejes con la pobreza y la vida apostólica. He escrito a todas las casas que procuren mantener en pie el instituto con mucha diligencia y observancia. El P. Provincial Onofre ha salido directo hacia Polonia, donde es conocido; si pasa por Moravia, ténganlo por recomendado. Sería bueno que consiguieran una carta testimonial del buen ejemplo y del servicio que hacen en esas tierras los nuestros, y en particular del Emmo. Arzobispo Harrach, superior espiritual de Litomysl y también de la misma municipalidad en la que están los nuestros, para presentarlas cuando haga falta. Que es lo que se me ocurre por ahora. Siervo en el Señor. José de la Madre de Dios”.

La tercera carta, con fecha 20 de octubre del mismo año, fue enviada desde Roma por Venecia al P. Pedro Pablo, superior de las Escuelas Pías de Nikolsburg:

“He recibido la carta de V.R. del 26 de septiembre y le digo que los adversarios de nuestro instituto, con razones políticas y aparentes, persuaden a nuestro superiores que nuestro Instituto es superfluo en la Iglesia de Dios. Cosa que no pensaban los Pontífices anteriores, sino que lo aprobaron como útil para todos y necesario para toda la sociedad cristiana, y Dios perdone a quienes en el presente intentan extirparlo de hecho a causa de sus intereses particulares. Por eso muchas personas principales han querido ayudarnos y no han encontrado buenas respuestas, por lo que es necesario que recurramos a la ayuda de Dios bendito y a la intercesión de la Santísima Virgen bajo cuya protección se ha fundado esta obra.
V.R. la mantenga con la observancia posible en esa casa, y mande hacer oración no sólo a los padres, sino también a los escolares y a otras personas devotas… Siervo en el Señor, José de la Madre de Dios m.p.”[Notas 5]

Notas

  1. Archivo de Bohemia en Praga, ahora en Roma.
  2. Para no olvidar un acontecimiento que ocurrió más tarde, y que prueba la justa y paciente providencia de Dios, hay que saber que José de Calasanz había trasladado el noviciado de los pies del Janículo al Quirinal el 20 de febrero de 1624. En el mes de marzo de 1639, por orden de Urbano VIII, y por medio de Panziroli, hubo que ceder el lugar a unas monjas de la familia de los Barberinis que venían de Florencia. Las fundadoras del monasterio romano llamado de la Encarnación fueron las hermanas Camila y Clara (en la religión Inocencia y María Gracia), sobrinas de Urbano VIII, que en el calendario de las santas carmelitas reciben el título de Venerables (cf. La santa di Firenze: Suor Gesualda. Florencia, 1906). Con ocasión de la venida el emperador de Alemania a Roma el monasterio fue demolido, cunto con otros edificios próximos, para que el palacio del Quirinal tuviera más espacio y zona verde alrededor. Las monjas Barberinis fueron desalojadas a otro, en el que vivían pobremente en Roma hasta que fueron llamadas de nuevo a Florencia a comienzos del siglo XX por el arzobispo P. Alfonso Mª Mistrángelo, escolapio.
  3. Archivo de Bohemia en Praga, ahora en Roma.
  4. Original: hectica. ASP: …
  5. Archivo de Bohemia en Praga, ahora en Roma.