ViñasEsbozoGermania/Cuaderno07/Cap48

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Capítulo 48º. Sobre el Ven. P. Juan Crisóstomo Salistri de San Pablo, Superior General, y sobre el final de la rebelión de Rackoczy.

Juan Crisóstomo de S. Pablo, en el siglo Mateo Salistri, nació en Florencia, hijo de Juan y de Catalina de Montelatici, el 4 de marzo de 1654. Tomó el hábito en Florencia el 1 de noviembre de 1668 de manos del P. Carlos Casani de Sto. Domingo, sobre el cual escribió el mismo P. Salistri en el necrologio: “Falleció con los ornamentos litúrgico puestos después de celebrar la misa, cuando iba a llevar la comunión a las monjas de San Fridiano, después de haberles dirigido una piadosa exhortación que tenía como tema las palabras del apóstol: ‘Hagamos el bien mientras tengamos tiempo’. Verdaderamente falleció recibiendo el beso del Señor, él que había ofrecido con sus manos a Cristo el Señor. Fue un hombre de costumbres íntegras, y tenido como tal en Florencia, de modo que en sermones públicos se citaba el ejemplo de su feliz muerte. Fue un hombre tenaz y propugnador de la observancia religiosa, asiduo a la oración, poco hablador, de modo que entregaba a la lima las palabras antes de pasarlas a la lengua. Tardo para la ira, atento a los ministerios que recibió a menudo en la Orden, y formaba a los novicios en el Espíritu de manera suave y cuidada, de modo que no se podría hacer mejor”. Nuestro P. Juan Crisóstomo hizo su profesión solemne en manos del mismo P. Carlos, provincial de Toscana, el 1 de noviembre de 1670. Después de hacer sus estudios en Castiglione y Florencia, fue ordenado sacerdote por el Ilmo. y Rvmo. De Caballo, obispo de Brictino, el 9 de abril de 1678.

Este venerable padre fue admirable desde la primera edad por el candor e inocencia de sus costumbres, la obediencia pronta, la constante preocupación por instruir a los niños en la piedad y en las letras, por la oración, la mortificación, la austeridad, la templanza y el esfuerzo por la genuina humildad y el celo por la observancia regular de nuestro instituto. Enseñó a los nuestros en Castiglione, Pieve di Cento y Florencia. Difundida por todas partes su gran fama de virtudes y ciencia, instituyó, erigió y mejoró junto con el Ilmo. y Rvmo. D. Carlos Tomás Odescalchi, pariente del S.P. Inocencio XI, el Hospicio Apostólico de S. Miguel en la Orilla Mayor del Tíber para mantener y educar a niños pobres. No sólo se preocupó y aconsejó, sino que fue obra de sus manos, y gastó varios años en la construcción del edificio y en el cuidado de los niños, con caridad insigne y ejemplo de humildad, siendo admirado por toda la ciudad. Después fue enviado a Florencia y se dedicó a instruir en las virtudes religiosas en el noviciado, hasta que poco después fue nombrado maestro de juniores en la casa florentina de Ricci, en la que además fue rector.

En el año 1690 fue enviado con el cargo y función de Comisario General y Visitador a Germania, Polonia y Hungría por el Rvmo. P. Alejo Armini, Superior General. Después de sufrir muchas y grandes tribulaciones en el viaje, fue puesto a prueba cuando recibió una carta de Roma en Prievidza en la que no solamente se declaraba nula su patente de visitador, sino que le prohibían salir de su habitación, pues había sido acusado ante el tribunal de la Santa Inquisición como seguidor del hereje Miguel de Molinos. El padre, inocente, mereció ser consolado con una aparición divina mientras estaba arrodillado a los pies de un crucifijo, y para mostrar la autenticidad de su fe, escribió un opúsculo precioso titulado Teopisto instruido en la verdad de la recta fe[Notas 1], por medio de la cual confirmó de sobra su fe cristiana, y se libró de la ignominia. Renovada entonces la delegación, cumplió felizmente la misión que le habían confiado.

Vuelto a Roma, promovió la recta educación de los niños y el esplendor de la observancia regular, primero en el colegio Nazareno y luego como rector de la casa de San Pantaleo. Fue nombrado Asistente General, y cuando la Orden suplicó a Clemente XI que, vista la dificultad de celebrar el capítulo General a causa de la guerra y de la peste, nombrara a los superiores con autoridad apostólica, Su Santidad lo nombró General de la Orden, mediante un rescripto que comenzaba Comissi Nobis, de fecha 1 de mayo de 1706, y la sirvió como hijo queridísimo y padre amantísimo y prudentísimo. Al terminar el sexenio fue nombrado primer asistente y, con dispensa apostólica, rector del citado Hospicio Apostólico, y se encargó de buena gana de los niños pobres, por los cuales ardía en increíble caridad, de cuya educación, instrucción y amor nada pudo distraer su espíritu, ni los negocios, ni el gobierno, ni las dignidades ni el estudio hasta el final.

Su erudición tocaba todos los campos, y se conservan muchas composiciones suyas, tanto sueltas como ligadas en el Archivo de las Escuelas Pías de Roma, sobre la Biblia, teología, filosofía, geometría, aritmética, meteoros, retórica, perfección cristiana. Parte de sus escritos, pero no la mayor, fue impresa; y todas las cosas las había aprendido por sí mismo, sin apoyo humano, basado más en la oración que en el estudio.

A los sesenta y dos años de edad, con una salud debilitada de siempre, a causa de sus trabajos, estudios y práctica de todas las virtudes, viendo que le resultaba difícil continuar dirigiendo el Hospicio a causa de la salud, espontáneamente renunció al rectorado, y logró que se le nombrara un sucesor, insistiendo mucho. A causa de una larga y pertinaz diarrea se quedó sin fuerzas. Cuando el P. General Andrés Boschi informó sobre la situación a Su Santidad Clemente XI, le envió la bendición apostólica in articulo mortis, y mandó al P. General que le pidiera en nombre de Su Santidad que cuando llegase a la patria feliz después de una santa muerte, confiara a Dios a él y a su Iglesia, añadiendo que, si hacía falta, ponía a su disposición toda la farmacia pontificia. Pocos días después, habiendo recibido todos los sacramentos, y la confesión y comunión varias veces, perfectamente compuesto de mente, sintiéndose y alegrándose de morir, devolvió plácidamente su alma a Dios, dejando en todos opinión de gran rectitud, en Roma, en el Hospicio Apostólico de S. Miguel en la orilla mayor del Tíber, el 10 de diciembre, después de las 19 horas, del año 1717. Vivió 63 años, 9 meses y 11 días; y en la Orden 49 años, un mes y 9 días.

El Rvmo. P. Andrés Boschi, Prepósito General, mandó escribir la necrología del Venerable P. Juan Crisóstomo en pergamino, metida en una caña sellada con cera roja por los dos extremos, y luego dentro de un tubo de plomo, y la mandó depositar en el mismo sepulcro en el que fue depositado el cuerpo, a sus pies.

El Venerable P. Salistri conmovió fuertemente el ánimo de las Provincias Septentrionales en los tiempos calamitosos por la preocupación que manifestó durante su visita por la observancia de la disciplina regular y el incremento de las letras, por la recta formación de los novicios. En nuestra casa de Krems hay un volumen con algunos escritos suyos, que se titulan:

  • Instrucción para admitir al hábito y a la profesión a los novicios de los CC.RR.PP. de la Madre de Dios de las Escuelas Pías en la provincia de Polonia (en latín).
  • Directorio para visitar la Provincia de los CC.RR.PP. de la Madre de Dios de las Escuelas Pías (en latín).
  • Instrucción para los religiosos de las provincias de Polonia y Hungría, presentes y futuros, superiores y súbditos. Consta de treinta y tres consejos con un epílogo, en Varsovia, 9 de agosto de 1692 (en latín). Al final del escrito dice: “Vuestras Paternidades no permitan que este escrito caiga en manos de juniores. Juan Crisóstomo”.

Por estos documentos y esfuerzo se ve el bien que el visitador hacía a aquellas provincias, y cómo sufría con las tribulaciones que hubo luego durante su generalato. Estará bien contar cuáles eran esas tribulaciones.

Después de dos años, 1706 y 1707, el resultado de la guerra era dudoso, pues ahora vencían los imperiales, ahora los de Rakoczy, estando los dos enemigos de acuerdo en una cosa: cuando uno quería dar la libertad a la patria, y otro tomarla, los dos hacían llorar sangre a Hungría. Mientras tanto a los campamentos de Rakoczy, bien por medio de franceses entrados ocultamente, bien por medio de germanos trásfugas de los campamentos imperiales de Hungría, había gente deseosa de hacer la guerra y causar la ruina de la Casa de Austria, y organizados militarmente fueron a saquear Moravia con tanta crueldad que arrasándolo todo, sembraron la muerte y la miseria entre los marcomanos hasta las entrañas de Moravia.

Pero Dios intervino oportunamente, y rechazó tanta violencia, y vengó la crueldad. Pues el ejército imperial dispersó fácilmente en Saxópolis a esa mezcla heterogénea de gente, y los puso en fuga. Pero reunidas de nuevo sus fuerzas, los descontentos van a la fortaleza Terenciana, en otro tiempo Terencio, cuando los romanos tomaron Panonia, situada en una roca junto al río Vag, y la sitiaron con gran esfuerzo, intentando tomarla, pero en vano, pues el comandante imperial Juan Palffi, nuestro fundador de Prievidza, y Haitser, aunque sólo tenían cinco mil soldados bajo sus banderas, no vacilaron en atacar el campamento de los rebeldes, que tenía veinticinco mil hombres armados, y los derrotaron con inaudita suerte, de modo que dados a la fuga con gran confusión, el príncipe Rakoczy, muerto su Bucéfalo, tuvo que tomar el caballo de su servidor para salvar la vida del inminente peligro en el que se encontraba, y huyó a ocho millas, dejando a los vencedores el campamento con todo el material.

Veinticuatro horas después de tomar la fortaleza de Nitra, Juan Palffi con sus imperiales intentó tomar el castillo de Ujvarin, el principal de los rebeldes, pero su intento fue fallido. Sin embargo liberó para el emperador las ciudades de las montañas, y luego tomando tres mil soldados fue a Prievidza para recuperar su Bojnice. Fijó su residencia con su esposa en nuestro colegio, y tomó la fortaleza después de diez días de sitio, y acompañado de los nuestros, entró vencedor en ella el 12 de noviembre de 1708. Los jóvenes, que antes eran numerosos, quedaron reducidos a un escaso número después de la derrota de los rebeldes en Terenciana, y su dispersión.

El año 1709, habiendo llevado a los traidores a Polonia, esperábamos que en el futuro podríamos estar libres de todo miedo, pero aquí que la guarnición de Ujvarin marchan en columna hacia la capital de la región, y matan no pocos ciudadanos de Bojnice, que completan con razias funestas y todo tipo de rapiñas, aunque los nuestros no sufren daños.

Mientras tanto seiscientos rebeldes estaban en Prievidza preparándose para ulteriores rapiñas, sin temer ningún peligro, pero sin que ellos los supieran, llegaron por caminos ocultos desde el norte los soldados imperiales, y dada la señal entran cruelmente en la ciudad, y matan o hieren a muchos, y todos los demás se dan a la fuga abandonando su botín. Esto sirvió a la ingratitud de los ciudadanos de Prievidza como pintar con carbón. Pues, sin haber perdido del todo el miedo a la devastación causada por los rebeldes, algunos trajeron su ajuar con lágrimas para que se los guardaran, otros vinieron al colegio nuestro para proteger su vida, haciendo grandes promesas a los nuestros si ocurría que se salvaban sus bienes y además su vida gracias a nuestra protección. No negaron esta caridad a los ciudadanos, a la cual ya habían acudido otras veces antes; con gran incomodidad y daño suyo los guardaron como serpientes en el seno. Entre ellos no faltaron quienes en lugar de guardar sus cosas lo que hacían era apoderarse de las ajenas. Cuando llegaron con sus bagatelas se metieron también ladrones que escondían nuestros bienes al mismo tiempo que los de otros en arcones y detrás de puertas cerradas, y con engaños ingeniosos se llevaban de las habitaciones de los religiosos no poco del dinero que nos habían confiado, con grandes molestias para los nuestros cuando se conocieron los hurtos. Con gran ingratitud pidieron al colegio que les indemnizaran por las pérdidas.

En octubre y hasta el año 1710 hubo frecuentes incursiones de los rebeldes de Ujvarin, los cuales, cuando Ujvarin fue por fin conquistado, fueron expulsados con los rebeldes de Tibisco, y nuestro Palffi con Hayster los alejaron por fin de estas partes.

El hambre creciente en Hungría dio la bienvenida a la más agresiva peste; el Reino estaba tan oprimido y dañado por ellas como por los enemigos, como si los elementos también lucharan contra nosotros. Mientras el mal hacía destrozos alrededor, Dios libró a Prievidza de la epidemia. Los nuestros de Nitra, Brezno y San Jorge fueron a Prievidza a causa de que parecía más saludable, y creció el número de los nuestros, hasta que soplara un aire más saludable en las ciudades desiertas.

La peste se debilitó en julio del año 1711. Palffi, después de capturar Kosice, Eperjestin, Munkalsin y otras guarniciones, y escondrijos de rebeldes, ofreció unas condiciones amistosas al príncipe Rakoczy. Muchos aceptaron la clemencia de la casa imperial, que sentía amor y cuidado por la paz y la familia; la mayor parte de los próceres de Hungría, bajo la autoridad del príncipe Rakoczy y movidos por el inicuo consejo y ruego de Bersenyi , para que no creyeran en la perfidia germana y no se permitieran tomar aquellas espléndidas palabra como realidades, prefirieron antes ir al exilio a Polonia que ser dominados por el yugo austriaco en sus territorios, viendo herida la antigua libertad de Hungría.

Se creía que el arquitecto de tantos males en Hungría, y de tantas y tan largas guerras era el Francés, que se decía Cristianísimo, e incluso (¡por favor!) Primogénito de la Iglesia, el cual para favorecer su ambición, se alegraba de meterse como un tercero entre dos que litigaban, con toda mala fe, y de este modo sembró en los campos de Hungría las semillas de odio a la Casa de Austria con guerras crueles, con tremenda envidia, y propagó y afirmó en Hungría la inicua traición de los herejes, y transformó el hermoso rostro del reino en una ruina troyana. Llamó a asociarse para la guerra a dos óptimos príncipes, con un resultado infelicísimo, pues uno perdió Transilvania, y el otro Baviera, y cambió el dulcísimo suelo natal de uno y otro, vencidos uno y otro en la guerra, por el exilio, con eterna infamia para sus familias. Sin embargo el Galo, a pesar de tener tantos ejércitos federados añadidos a su cresta, no pudo imponer su soberbio dominio al Imperio. En aquellos tiempos Austria tuvo muchos enemigos, y a muchos venció ella sola.

Apagado por fin el humo de la guerra y de la peste, a Pascua las abejas de Palas volvieron a las colmenas desiertas en columnas numerosísimas.

Notas

  1. Dedicado al Ilmo. y Rvmo. D. Casimiro Juan de Bnin Opalenski, obispo de Culmen y Pomerania. Varsovia, Escuelas Pías, 1691, 353 pág. (latín).