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Confieso y digo, ante todo, que quiero siempre respetar, obedecer, y, sobre cualquier otra cosa, apreciar las disposiciones de los Sumos Pontífices Romanos, como verdadero hijo de la Iglesia; y no alejarme lo más mínimo de la Santa voluntad de aquéllos. Y, si es necesario, estoy prontísimo y completamente dispuesto, no sólo a comprometer en ello (con la ayuda divina) toda mi sangre, sino también a soportar cualquier cruelísima y penosísima muerte por su honor. | Confieso y digo, ante todo, que quiero siempre respetar, obedecer, y, sobre cualquier otra cosa, apreciar las disposiciones de los Sumos Pontífices Romanos, como verdadero hijo de la Iglesia; y no alejarme lo más mínimo de la Santa voluntad de aquéllos. Y, si es necesario, estoy prontísimo y completamente dispuesto, no sólo a comprometer en ello (con la ayuda divina) toda mi sangre, sino también a soportar cualquier cruelísima y penosísima muerte por su honor. |
Última revisión de 17:39 27 oct 2014
Ver original en ItalianoCAPÍTULO 2 Observaciones En torno al susodicho Breve [1646]
Confieso y digo, ante todo, que quiero siempre respetar, obedecer, y, sobre cualquier otra cosa, apreciar las disposiciones de los Sumos Pontífices Romanos, como verdadero hijo de la Iglesia; y no alejarme lo más mínimo de la Santa voluntad de aquéllos. Y, si es necesario, estoy prontísimo y completamente dispuesto, no sólo a comprometer en ello (con la ayuda divina) toda mi sangre, sino también a soportar cualquier cruelísima y penosísima muerte por su honor.
Por eso, digo que, en las determinaciones de dicho Breve, el Sumo Pontífice Inocencio X estuvo malísimamente informado por personas apasionadas contra nuestro Santo Instituto, y contra el V. P. José de la Madre de Dios, Fundador de aquél. Y que el engaño que sufrió dicho Sumo Pontífice fue con el pretexto de hacer, primeramente, mayor bien al pueblo de la Cristiandad; y después, a los pobres Religiosos de dicha perseguida Orden, como claramente se ve en el mismo Breve, y él mismo lo dijo de viva voz.
Añado más, (como confirmación del mismo que yo tengo) que el Breve no fue nunca firmado por el Sumo Pontífice, porque cuando fue publicado en San Pantaleón por el Sr. José Palamolla, éste no llevaba más que un trozo de papel, y no un Breve. Así me lo han dicho y escrito nuestros Religiosos que estuvieron presentes; y, preguntado sobre esto el Sr. Palamolla, no respondía más que: “Tranquilizaos, tranquilizaos, que es mejor para vosotros”. Y el mismo Emmo. Cardenal Ginetti, Vicario del sumo Pontífice, al tomar posesión de nuestra Casa, replicó muchas veces: “Estad tranquilos, que pronto se arreglará todo”. Esto lo dijo en San Pantaleón.
Además, habiendo ido yo de Nápoles a Roma, cuando lo oí, junto con el P. Juan Carlos [Caputi] de Santa Bárbara, hicimos una gestión para ver el Registro de los Breves; y, con una pequeña propina, lo vimos y leímos; no contenía más que ocho o diez líneas, y puedo decir, con la mayor seguridad que lo contrario, que no estaba firmado por el Sumo Pontífice. Y no hablaba de sumisión a los Ordinarios, ni de muchas otras cosas que después han ido añadiendo, para afligir más a nuestro P. Fundador, pues decían que se había hecho sólo para él.
Observa cómo se extiende acerca del Colegio Nazareno, y te darás cuenta de que todo fue cosa del P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles, que se había puesto como Rector perpetuo de él. Pero, al imprimirlo, el Emmo. Cardenal Vicario eliminó esto. El P. Esteban lo hacía para no tener que estar sometido al V. P. Fundador, ni al P. Pedro [Casani], su primer Asistente. Y para darle más satisfacción a él, el que lo compuso añadió muchas otras cosas de mayor mortificación y vilipendio para toda nuestra Orden. Después de mucho tiempo, fue impreso con muchas cláusulas destructivas.
Cuando fue publicado en Roma, yo estaba en Nápoles. Y en cuanto se supo en Nápoles, no sólo fue acusado de persecución por parte de los jesuitas, sino me dijeron también los Ilmos. Regentes de aquel Reino, que aquel Breve no se publicaría nunca en aquel Reino, como, de hecho, nunca fue publicado. Aunque, como más abajo se dirá, fue puesto en práctica por el Ordinario al cabo de algunos meses.
Más aún, cuando llegó uno de dichos Breves impresos, yo se lo mostré a dos Ilmos. y Revmos. Prelados. Uno de éstos escribió sobre él a nuestro favor; aunque luego desistió, a petición mía, para no dar ocasión de escándalo, y por otros fines reverenciales. El otro, después de leerlo y reflexionarlo, me respondió: “Es un Breve hecho con el hacha. ¿Destruir una Orden sin razón ninguna? No dude, esté alegre, que otro Pontífice lo anulara”. Éstos fueron Monseñor Maranta, Obispo de Giovenazzo, en Puglia, y el Ilmo. Sr. Abad Orsi, Residente de Su Majestad el Rey de Polonia.
En Roma los Padres fueron compadecidos por todos, Cardenales y Prelados, Excmos. Duques, y Príncipes; más aún, Monseñor Ilmo. y Revmo. Ingoli, Secretario, y casi Fundador del Colegio de Propaganda Fide, al oírme a mí y al P. Juan Carlos [Caputi] contar lo que figura en el Registro, y lo que decía el Sr. Palamolla, me respondió: “Tenga paciencia, que estos impresos del Breve en otro Pontificado servirán para tapones de frascos, pues el Breve no ha sido firmado.
El desconsuelo que en Germania y Polonia sintieron, tanto el Rey como el Reino, cuando se supo esto del Breve, aunque nunca se publicó, se verá en los escritos que transcribiré por extenso, con toda fidelidad, en el libro siguiente.
El Emmo. Y Revmo. Cardenal Fabio Chigi (ahora Alejandro VII, a quien Dios conserve por muchos años), que era Secretario de Estado del Papa Inocencio X, hablando conmigo mismo de nuestras calamidades y afrentas, que recibían en muchos lugares nuestros pobres Religiosos, me dijo que quería ver el Breve; se lo llevé y se lo dejé. Al cabo de algunos días volví, y, charlando con él largo y tendido, me dijo: “Padre, he leído vuestro Breve, y no encuentro en él ninguna amenaza para destruir vuestra Orden. Las disensiones existieron también entre los Apóstoles; se pone remedio, no se destruye. Se ve que, por no considerar las cosas con prudencia, se han reducido a ´hacer una gran carrera´ sin prudencia. ¿Destruir la Orden sólo por las disensiones? ¿En qué Orden no hay disensiones?”
Viendo yo en este Príncipe Cardenal tanta caridad y compasión, escribí todo a nuestro P. Onofre [Conti] del Ss. Sacramento, Provincial de Polonia, para que procurara de aquel Rey una carta de recomendación, que llegó, y yo mismo llevé a Su Eminencia, a quien acudía con frecuencia. Cuando leyó la carta, como también la de Monseñor Ilmo. Y Revmo. Torres, entonces Nuncio en aquel Reino, me dijo: “Allí donde pueda defender a la Orden, lo haré siempre. Ahora son tiempos en que todas las Órdenes se derrumban, hay que tener paciencia”. Y, como yo añadiera que Su Eminencia, aprovechando la entrevista con Su Santidad, tuviera a bien, en el momento oportuno, decirle alguna palabra sobre nosotros, pobrecitos, él añadió: “No es mi oficio hablar de cosas de los Religiosos, pero prometo que, si sale la ocasión, la aprovecharé a vuestro favor”. Y, consolado, me fui.