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:'''CAPÍTULO 12 De la afrenta hecha a N. V. P. Fundador y General José de la Madre de Dios Por el P. Mario de San Francisco [1642]
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=CAPÍTULO 12 De la afrenta hecha a N. V. P. Fundador y General José de la Madre de Dios Por el P. Mario de San Francisco [1642]=
  
 
Lector, en este capítulo estoy seguro de que acompañarás a mis ojos, no sólo leyéndolo, sino también recordándolo, deplorando un nefando parricidio -creo que así lo puedo llamar- cometido por el P. Mario, inventor de todo engaño.
 
Lector, en este capítulo estoy seguro de que acompañarás a mis ojos, no sólo leyéndolo, sino también recordándolo, deplorando un nefando parricidio -creo que así lo puedo llamar- cometido por el P. Mario, inventor de todo engaño.

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CAPÍTULO 12 De la afrenta hecha a N. V. P. Fundador y General José de la Madre de Dios Por el P. Mario de San Francisco [1642]

Lector, en este capítulo estoy seguro de que acompañarás a mis ojos, no sólo leyéndolo, sino también recordándolo, deplorando un nefando parricidio -creo que así lo puedo llamar- cometido por el P. Mario, inventor de todo engaño.

Pues bien, aquella misma tarde se movió tanto el P. Mario, que llegó a entregar un escrito a Monseñor Ilmo. y Revmo. Asesor del Santo Oficio, [Albizzi], en el cual contaba lo sucedido en la visita que le habían hecho por orden del Emmo. Protector [Cesarini], y lo de las escrituras que le confiscaron; a todo lo cual añadía mil falsedades y mentiras, todas contra N. V. P. Fundador, sus Padres Asistentes Generales, y su Secretario.

A la mañana siguiente, que fue el 8 de agosto de 1642, el mismo P. Mario fue al palacio de la sagrada Inquisición, y, de viva voz, dijo lo que había pasado, añadiendo muchas cosas y falsedades, echando la culpa de todo a N. V. P. General y Fundador, diciendo que él había insistido muchas veces ante el Emmo. Protector, y que por eso había enviado allí a su Secretario, a quien acompañaban sus Padres Asistentes, para persuadir a Su Eminencia a que hiciera aquella inquisitoria.

Todo, de verdad, era falso, como he dicho en el capítulo anterior. Los Padres Asistentes no fueron allí a hacer tal cosa, ni solos ni acompañados, ni en dicho tiempo, ni aquellos días.

Cuando el Ilmo. y Revmo. Monseñor Asesor oyó aquellas cosas, como celoso protector del P. Mario, --por el honroso título que le había dado el Revmo. P. Muzzarelli, Inquisidor de Florencia, por haber descubierto las falsedades execrables de la Madre Faustina, y por eso mismo benemérito del santo Tribunal de la Santa Inquisición-- estimulado, digo, por ese celo, aceptó el hecho tal como le acababa de contar el P. Mario.

Le ordenó que hiciera un memorial, donde pusiera todo lo que le había, primero escrito, y luego ordenado de viva voz sobre este punto, (sin saber que era falsísimo aquello de lo que acusaba a nuestro V. P. Fundador y General y a sus Asistentes y Secretario). Dicho Ilmo. y Revmo. Monseñor tomó pie de este memorial para comenzar las persecuciones contra N. V. P. Fundador y General, y la ruina de nuestra pobre Orden.

Su minuta o esbozo la he tenido yo en mi mano; la he tenido, y guardado entre las demás escrituras de las que he hablado antes; quizá la hayan quemado, como han hecho estos años con tantas otras. La tuve, porque el P. Mario la dejó la misma mañana en la casa del Sr. Orsini de Rosis, que en aquel tiempo vivía enfrente de la iglesia de San Pantaleón, en la misma casa donde, durante muchos años, estuvieron las Escuelas Pías entes de que fuera instituida la Congregación Paulina; y aquel mismo Señor nos dio dicho memorial.

El P. Mario se detuvo en esta casa para ver el resultado de sus trampas y falsedades, dichas contra N. V. P. General y Fundador y sus Padres Asistentes, con las que había exasperado tanto el ánimo de Monseñor Ilmo. y Revmo. Albizzi, Asesor del Santo Oficio, que había determinado hacer de ellas la mayor demostración posible, como en efecto hizo.

Pasadas algunas horas del día, aquella mañana compareció Monseñor Ilmo. y Revmo. Asesor en carroza ante nuestra casa de San Pantaleón, y poniendo sus pies sobre el umbral de la puerta de nuestra sacristía, dijo en voz alta y con suprema autoridad: -“Dónde está el General?” Nuestro Padre, que, como de costumbre, estaba sentado cerca de la ventana de aquélla, se levantó al momento, y, saliendo a su encuentro, le respondió con toda humildad: - “Aquí me tiene, Monseñor Ilustrísimo”. Monseñor replicó diciendo:-“¿Dónde están vuestros Asistentes, el Procurador General y el Secretario?” Respondió N. P. P., siempre con toda humildad:-“Aquí tiene al P. Pedro [Casani]; otro reside en el Borgo; otro está en enfermo en cama hace muchos días; el cuarto estará en la celda; -a quien mandó llamar enseguida- El Procurador General está por la ciudad a sus negocios; el Secretario está revestido para la Misa” –al que dio orden de despojarse de las vestiduras, como hizo.

Estando, pues, en la Sacristía N. V. P. General y Fundador con dos Asistentes y el Secretario, Monseñor Ilmo. y Revmo. Asesor, en voz alta y con suprema autoridad, en presencia de los que allí estaban, dio una advertencia, y echó una muy grave reprimenda a N. P. P. General y Fundador. Éste, puesto de rodillas al momento, permaneció así, con toda humildad, escuchándolo todo, sin decir la más mínima palabra en su defensa o exculpación, ni hacer otra cosa.

En esto, aparecieron los guardias del Santo Tribunal, sin tener ningún motivo. Monseñor Ilmo. quiso cerciorarse de la enfermedad del otro Asistente; y para hacerlo, subió él mismo a la celda donde estaba el enfermo, con lo que dio tiempo a que algunos de los nuestros de casa fueran a llamar al Ilmo. Marqués Torres y al Señor Pedro Massimi. Estos Señores hicieron todo lo posible para tranquilizar a dicho Ilmo. y Revmo. Monseñor Asesor; pero todo en vano, por la gran alteración que en su pecho habían causado las falsas calumnias del P. Mario. Dicho Monseñor quería sacarlos a los cuatro, maniatados por los guardias, al palacio del Santo Oficio. Mas dichos Señores suplicaron tanto, que resolvieron esta situación, y no los maniataron. Los mismos Señores pidieron la gracia de poderlos acompañar en la carroza al Santo Oficio, pero no pudieron de ninguna manera obtener este favor.

El Ilmo. Y Revmo. Monseñor se dirigió al N. V. P. Fundador y General, y le dijo: -“Id allá, al palacio del Santo Oficio”. A estas palabras respondió N. V. P. Fundador y General:- “Vamos, que el Señor nos ayudará, porque yo no he hecho nada contra este sagrado Tribunal”. Y por la puerta de la iglesia salieron a la plaza grande de aquélla.

Estaba el parricida del honor paterno y materno, quiero decir el P. Mario, a la ventana de arriba de dicho Sr. Orsini de Rosis, riéndose, y todo engreído al ver en aquella situación al Fundador e Institutor del santo hábito que él llevaba; y decía palabras de tanta alegría, que el Señor Orsini se lo reprochó duramente, aunque no tanto como merecía su temeridad, como el mismo Señor Orsini me lo contó de su propia boca, algún tiempo después.

Lector mío queridísimo, contempla con lágrimas en los ojos aquel espectáculo de mortificación y humildad. Iba el primero N. V. P. Fundador y General, hombre de ochenta y cinco años o más, con el primer Asistente, el V. P. Pedro [Casani] de la Natividad, de setenta años cumplidos, y caminaban a su laso los guardias del sagrado Tribunal; después los seguían los dos Padres Asistentes Generales, con el P. Secretario, también rodeados de guardias, todos a pie. Detrás de ellos, en carroza, iba Monseñor Ilmo. y Revmo. Asesor [Albizzi] con sus gentileshombres.

De este modo avanzaba el ´triunfo de la santa humildad´, con grandísima admiración y estupor de quienes lo veían. Desde nuestra plaza de los Matarazzari hacia el Pasquino; desde los Librari al Parione; desde el Gobernatore a la Piazza di Monte Giordano. Y pasando por los Banchi, llegaron a Ponte Sant´Angelo. Franquearon éste. N. V. P. Fundador y General -sea por su edad decrépita o por ser el recorrido tan largo, en el mes de agosto y a la hora de más calor- iba sufriendo tanto por la sed, que se acercó a una fontana, y, mojándose para mortificarse un poco los labios, siguieron el recorrido; y pasando por todo el Borgo, llegaron al palacio de la Santa Inquisición.

Se detuvieron los nuestros en el patio del palacio, todo dispuestos a entrar en cualquier prisión. Descendió el Ilmo. Sr. Asesor [Albizzi] de la carroza, y, con absoluta autoridad, les ordenó que subieran las escaleras. Llegados a la sala, allí los dejó durante un rato. Después, al irse, con áspera bronca y grave expresión, lo primero que hizo fue decirles: -“¿Dónde están las escrituras que ayer por la tarde quitasteis al P. Mario?” A lo que N. V. P. Fundador y General respondió con humildad: -“Monseñor Ilmo., de estas cosas yo no sé nada, ni tampoco los Padres. El Sr. Cardenal Cesarini, nuestro Protector, se lo mandó al Sr. Conde Corona, su Auditor; con la orden suya lo hizo todo, y se llevó consigo todas las cosas, para presentarlas a Su Eminencia”. Replicó Monseñor: -“No saldréis de aquí antes de que lleguen a mis manos todas las escrituras que quitaron ayer por la tarde al P. Mario”.

A lo que N. V. Padre replicó: -“Tenga a bien Su Señoría Ilma. concederme facilidad, para que yo se lo diga a Su eminencia; pues se las llevó el Sr. Conde Corona, y yo no sé más”. Repuso nuevamente Monseñor Ilmo. y Revmo. Asesor: -“Procure que lleguen, porque de aquí no saldrán, hasta que tenga todas las escrituras”.

Algunos de nuestros Padres, que habían ido al palacio a ver qué pasaba, fueron introducidos a la misma sala. Cuando se lo permitieron, fueron donde el Emmo. Protector, a suplicarle por dichas escrituras. -Si mal no recuerdo, Su Eminencia estaba descansando, y el Ilmo. Corona no estaba en casa, ni se le pudo encontrar, por muchas diligencias que hicieron-. Pero hablaron con Su Eminencia después de la comida, y él les contó también que las escrituras estaban en manos del Ilmo. Corona, y que había ido a un jardín a recrearse.

Mientras tanto, N. V. P. Fundador y General estaba en la sala con sus Compañeros, muy alegre en el alma por sufrir sin culpa, pero muy afligido en el cuerpo; tanto porque todos estaban en ayunas, y él hacía 28 horas que no había comido nada, como por el gran calor que hacía. Muy cansado por la debilidad, se relajó en uno de aquellos taburetes que estaban en la sala, pues ya no podía tenerse en pie, ni sentarse. Pidió a uno de aquellos estaferos de Monseñor Ilmo. y Revmo. Asesor un poco de agua para refrescarse, y le llevaron una garrafita, pero nada más; ni otro tipo de refresco. A eso de las 21 horas, apareció en carroza el Ilmo. Señor Corona, que llevaba las escrituras. Entró donde Monseñor Ilmo. Y Revmo. Asesor, y estuvieron un rato juntos.

Después fueron despedidos y volvieron a casa con el Ilmo. Sr. Corona, sobre la carroza que Su Eminencia había mandado. Pasaron por las mismas calles de Banchi, Parione y Pasquino, por donde habían ido a pie rodeados de guardias, y llegaron a San Pantaleón.

Notas