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Como de las cosas públicas, sobre todo cuando el paciente no tiene la culpa, se puede hablar sin detracción, y mucho más cuando hay motivo bueno como el mío, que no es otro sino la gloria de S. D. M. en primer lugar, con la enseñanza del prójimo, en una pura y verídica narración, en cuanto sea posible, en estas mis anotaciones, por eso pienso, sin desdoro, poder narrar aquí el suceso ocurrido con grandísimo disgusto, no sólo de todos nosotros, los Religiosos de las Escuelas Pías, sino también de todos nuestros amigos y devotos; y, sobre todo mío, que lo veneraba como amadísimo Padre en Cristo, por haber sido mi Maestro en el noviciado, y siempre mi Superior, cuya muerte escribo con lágrimas en el corazón, igual que las derramé de los ojos cuando sucedió.
 
Como de las cosas públicas, sobre todo cuando el paciente no tiene la culpa, se puede hablar sin detracción, y mucho más cuando hay motivo bueno como el mío, que no es otro sino la gloria de S. D. M. en primer lugar, con la enseñanza del prójimo, en una pura y verídica narración, en cuanto sea posible, en estas mis anotaciones, por eso pienso, sin desdoro, poder narrar aquí el suceso ocurrido con grandísimo disgusto, no sólo de todos nosotros, los Religiosos de las Escuelas Pías, sino también de todos nuestros amigos y devotos; y, sobre todo mío, que lo veneraba como amadísimo Padre en Cristo, por haber sido mi Maestro en el noviciado, y siempre mi Superior, cuya muerte escribo con lágrimas en el corazón, igual que las derramé de los ojos cuando sucedió.

Última revisión de 17:40 27 oct 2014

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CAPÍTULO 15 Muerte de otro de los Nuestros De no poca enseñanza [1648]

Como de las cosas públicas, sobre todo cuando el paciente no tiene la culpa, se puede hablar sin detracción, y mucho más cuando hay motivo bueno como el mío, que no es otro sino la gloria de S. D. M. en primer lugar, con la enseñanza del prójimo, en una pura y verídica narración, en cuanto sea posible, en estas mis anotaciones, por eso pienso, sin desdoro, poder narrar aquí el suceso ocurrido con grandísimo disgusto, no sólo de todos nosotros, los Religiosos de las Escuelas Pías, sino también de todos nuestros amigos y devotos; y, sobre todo mío, que lo veneraba como amadísimo Padre en Cristo, por haber sido mi Maestro en el noviciado, y siempre mi Superior, cuya muerte escribo con lágrimas en el corazón, igual que las derramé de los ojos cuando sucedió.

El P. Francisco [Castelli] de la Purificación, natural de Castiglion Fiorentino, de la nobilísima familia Castelli, vistió nuestro santo hábito en el tiempo de la Congregación Paulina, siendo entonces muy estimado en Roma, y amado por los Ilmos. y Excmos. Papalini Borghesi, y los Vittori, en cuya corte era de los principales Señores. Precisamente en aquel tiempo sus Señores padres en Toscana trataban de concertar para él matrimonio, con una Señora con dote de veinticinco mil escudos, y aún más.

Después de haber vestido el hábito, haberse ordenado sacerdote, y nombrado Maestro de Novicios en tiempo de la Congregación Paulina, fue también dado como Asistente General a N. V. P. Fundador por el Papa Gregorio XV, de feliz memoria, cuando erigió las Escuelas Pías en Orden. Fue Provincial de Génova, el primer Provincial de Toscana, Visitador del Reino de Nápoles y, a continuación, Asistente General. Fue Religioso de gran mortificación, gran conocedor de la propia nada, y de su nulidad. No sólo hombre de oración, sino de contemplación también, había obtenido de S. D. M. el don de lágrimas con mucha abundancia. Fue celosísimo en la observancia regular, amiguísimo de la santa pobreza regular, y pacientísimo en las persecuciones y sufrimientos, como también celosísimo del Instituto de las Escuelas Pías y de su pureza, por cuya mayor gloria procuró siempre sacar adelante a los que le parecía podían llegar a ser honorables, presuponiendo que todos caminarían con la exquisitez de corazón y santa humildad que él tenía para con Dios y con el prójimo.

Por eso, lo primero que hizo, fue dar el hábito a algunos a Hermanos Operarios laicos, que demostraban cierta aptitud para la escritura y la aritmética, a fin de que en la escuela estuvieran con más decoro (decía él); y quitándoles el gorro usado siempre por ellos, desde el principio de toda función, les permitió durante la clase el birrete clerical. Y, como algunas veces aquéllos, encontrándose con el birrete cuando iban a comer –siendo así que casi inmediatamente después de la comida se volvía a la clase- tenían que pedir licencia para ir a la celda para coger el gorro, le parecía al P. Francisco un tiempo perdido ir a la celda a coger el gorro para tan poco tiempo. Por eso les concedió llevar el birrete también a la mesa. Con ésta y otras circunstancias parecidas, poco a poco, los Hermanos Operarios introdujeron el uso continuo del birrete clerical, tanto en casa como fuera. Sacando de ello veneno, bajo pretexto de poderla llevar jurídicamente, obtuvieron licencia para poder llevar la primera tonsura. Viendo que con esto quedaban inscritos entre los clérigos, no se pararon aquí. Como dos de ellos, es decir, el H. Francisco [Castelli] de San José, romano, y el H. Ambrosio [Ambrosi] de la Concepción, también romano, habían hecho notable adelanto en las matemáticas, el P, Francisco de la Purificación, anteriormente Castelli, comenzó a protegerlos de tal manera, que en 1636 los elevó al sacerdocio, con gran preocupación de toda nuestra Orden.

Después, con este mal ejemplo, se movieron todos los Hermanos Operarios laicos de la misma manera, con distintos medios, aun ilícitos.

Entre éstos, al cabo de algunos años, fue ordenado un cierto napolitano, llamado Juan Leonardo [Vitali] de Santa Ana, que había recibido el hábito para Hermano Operario laico; y era tan ignorante que, aun después de algunos años de sacerdocio, no sabía decir “Per Dominum nostrum Jesum Christum”, sino que decía “Per Dominus noster Jesu Christo, etc.”

Con esto, saca las consecuencias en cuanto a las demás cosas, y respecto a su ciencia. Por esta ignorancia fue suspendido por Monseñor Vicegerente en el tiempo del Papa Inocencio X. Pero luego fue rehabilitado, diciendo la Misa en privado. El P. Francisco lo llevó después a nuestra casa del Borgo S. Spirito, aprovechando la ocasión de que debía salir de Roma Leonardo, por un exceso que hizo, abofeteando a un sacerdote de San Pantaleón, y haber luego respondido con soberbia e irreverencia al P. General, que lo reprendió por no sé qué.

Estando, pues, en las Escuelas Pías del Borgo Leonardo, en compañía del P. Francisco de la Purificación, Asistente General, la emprendió contra otro sacerdote, llamado Miguel [Micheli] de la Purificación, de Lucca, que también había tomado el hábito y profesado para Hermano Operario laico. Mientras el P. Miguel estaba en el refectorio, hablando con el P. Francisco, Asistente General, el P. Juan Leonardo, enfurecido, dijo en voz alta: “Qué falsedad dices de mí al P. Superior? Y, cogiendo de la mesa un cuchillo ordinario, intentó dar al P. Miguel, quien quedó algo herido. Como el P. Francisco, el Asistente, dijo: “¡Deténgase, P. Juan Leonardo, que no es nada. Váyase!”, éste tiró de golpe el cuchillo e hirió en la frente al P. Francisco, Asistente General, de cuya herida, a los siete días, el mismo P. Francisco subió al cielo con señales de grandísima perfección. Esto ocurrió a primeros de mayo de 1651. Él me había dicho: “Padre Vicente, por la gracia de Dios, ni siquiera me he alterado, en el primer impulso, contra dicho Padre Juan Leonardo. Dios lo perdone, que yo por mí le he perdonado, y nunca le he deseado mal alguno”.

El P. Juan Leonardo fue condenado con siete años de galera, y el Papa le añadió más, “et ultra ad beneplacitum Summi Pontificis”.

Por eso, considera que el Padre fue matado por un [H.Operario] laico, por causa de otro [H. Operario] laico, que tanto protegía a los [HH. Operarios] laicos.

Notas