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Entre los primeros que recibieron nuestro Santo Hábito en la ciudad de Nápoles, se encontró un joven napolitano, de alta estatura, y muy bien presentado en el cuerpo. Vistió el hábito para clérigo con el nombre de Silvio Tomás de Santa María. Hizo su profesión solemne con otro joven de La Fragola, cerca de Nápoles, también clérigo, llamado Marcos de San José. Ambos se ordenaros sacerdotes en Roma, por cuanto recuerdo. Silvio Tomás daba la clase de escritura y gramática, y fue también corrector de los alumnos en la Casa de San Pantaleón.
 
Entre los primeros que recibieron nuestro Santo Hábito en la ciudad de Nápoles, se encontró un joven napolitano, de alta estatura, y muy bien presentado en el cuerpo. Vistió el hábito para clérigo con el nombre de Silvio Tomás de Santa María. Hizo su profesión solemne con otro joven de La Fragola, cerca de Nápoles, también clérigo, llamado Marcos de San José. Ambos se ordenaros sacerdotes en Roma, por cuanto recuerdo. Silvio Tomás daba la clase de escritura y gramática, y fue también corrector de los alumnos en la Casa de San Pantaleón.

Última revisión de 17:37 27 oct 2014

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CAPÍTULO 10 De algunas cosas graves Que ocurrieron a uno de los Nuestros Que importunó a N. V. Padre Para ir a su tierra

Entre los primeros que recibieron nuestro Santo Hábito en la ciudad de Nápoles, se encontró un joven napolitano, de alta estatura, y muy bien presentado en el cuerpo. Vistió el hábito para clérigo con el nombre de Silvio Tomás de Santa María. Hizo su profesión solemne con otro joven de La Fragola, cerca de Nápoles, también clérigo, llamado Marcos de San José. Ambos se ordenaros sacerdotes en Roma, por cuanto recuerdo. Silvio Tomás daba la clase de escritura y gramática, y fue también corrector de los alumnos en la Casa de San Pantaleón.

Transcurrido un largo tiempo, parecía tan pacífico, que incluso N. V. Padre Fundador lo envió fuera de Roma en este distrito. Pero como en éste estaba vacilante, insistió en hacer más presiones para ir a la patria. N. V. P. no se lo concedió, pues sabía que no podía sino causar daño a su alma; incluso se lo avisó con dolor, para que no se dejara vencer por el demonio.

Pero como la tentación estaba en el cerebro, y nuestro P. Silvio Tomás no resistía como debía, vencido por la tentación de ir a su patria, buscó apoyos para conseguir el permiso. Forzaron éstos la voluntad de N. V. P. Fundador y General, quien, llamando a sí al P. Silvio Tomás, lo exhortó a serenarse. Le indicó que el demonio le había tendido una trampa, bajo este deseo tan vehemente de ir a su patria; que pensara que nuestra patria es el Paraíso, y no sabemos cuánto nos queda de vida para ganarlo; y otras advertencias parecidas.

Tan amables palabras no impresionaron el corazón del P. Silvio Tomás, pues su entendimiento estaba tan ofuscado, que lo le dejaba ver su bien. Por eso, dijo que deseaba ir, tal como Su Paternidad había prometido a aquellos Señores, cuyo nombre no recuerdo.

-“P. Silvio Tomás, usted quiere ir a Nápoles sólo por apego a su tierra y a sus padres, que no tienen ninguna necesidad de usted, y esto va contra la voluntad de Dios. ¡Vaya, pues! ¡Dios no lo llama allí! ¡No verá a su padre! ¡Morirá sin disfrutar de la belleza de su tierra!”

Se fue en la chalupa a su patria, es decir, a Nápoles. Tuvo un viaje feliz. Al llegar a Gaeta (según recuerdo) encontró marineros de Nápoles conocidos suyos, y recibió una carta de su hermano carnal en la que le informaba ¡Oh sorpresa! ¡Oh terror! Que su padre había muerto. Nuestro pobre P. Silvio Tomás se aterrorizó ante esta mala noticia. Se le heló la sangre; se perturbó de todo; continuó su infausto viaje; y así, con la ayuda de Dios, llegó a Nápoles sano y salvo; pero con una fiebraza tal que, bajando a tierra desde la chalupa, y no pudiendo tenerse en pie por la fiebre, se cerró en una cabina o silla portátil, y así cerrado, ordenó que lo llevaran a la casa paterna. De forma que ni siquiera en aquel poco tiempo y viaje, desde el funeral a la casa paterna, pudo disfrutar de la belleza de su patria ¡Oh estupor, oh estupor!

Al llegar a casa llamaron a los médicos; se hicieron las gestiones y remedios necesarios; pero de nada servía para su salud corporal; por lo que él mismo, entrando en sí, mandó escribir y pedir perdón a N. V. P. Fundador y General por las impertinencias usadas con él para ir a su patria. Y encomendándole su alma, le pidió su Santa Bendición.

Después recibió los SS. Sacramentos, y con paz, pasó a la eternidad. Con grandísimo terror de todos nosotros, en Roma y en Nápoles, y de cualquier otro que supo cómo había sucedido el hecho. Esta es la verdad del suceso aquí descrito por mí, para perpetua memoria nuestra.

Vicente [Berro] de la Concepción, etc.

Notas