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En la ciudad de Florencia se había fundado un Hospicio, no sé por qué tiempo. En él se protegía a las pobres chicas abandonadas y con peligro de perder la flor de su pureza. Había allí un número considerable de ellas. Vivían de limosnas y de sus labores.
 
En la ciudad de Florencia se había fundado un Hospicio, no sé por qué tiempo. En él se protegía a las pobres chicas abandonadas y con peligro de perder la flor de su pureza. Había allí un número considerable de ellas. Vivían de limosnas y de sus labores.

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CAPÍTULO 2 De un Hospicio de Florencia [1639]

En la ciudad de Florencia se había fundado un Hospicio, no sé por qué tiempo. En él se protegía a las pobres chicas abandonadas y con peligro de perder la flor de su pureza. Había allí un número considerable de ellas. Vivían de limosnas y de sus labores.

De este hospicio se cuidaba, como Superiora, una señora llamada la Madre Faustina, que en Florencia estaba considerada como una mujer de mucha prudencia y bondad de vida. Ella misma se confesaba y gobernaba dicho hospicio, bajo la dirección del Señor Canónigo Ricasoli, nobilísimo florentino, tenido también en gran estima, como óptimo sacerdote, por su doctrina, prudencia, y las virtuosas acciones que en él se veían. Por eso acudían a él como a un hombre de singulares cualidades.

Hacia el año 1639, el Revmo. P. Inquisidor de Florencia,

-ordinariamente lo son los Frailes Conventuales de San Francisco- se enteró de no sé qué despropósito que públicamente se cometía en dicho hospicio. Y, hechas sus debidas diligencias, descubrió que se trataba de un principio de pésima herejía, pues decían a las chicas que “tactus impudici etiam in partibus verendis”[Notas 1] no era pecado, con tal de que “vas naturalis non frangeretur”. Tanto era así que, con esta doctrina, muchas de aquellas chicas mantenían muchas amistades con jóvenes, a los que -dentro de aquellos límites- concedían toda satisfacción; y, por el contrario, ellas también se los procuraban, a cambio de lo que recibían de aquéllos. Así que dicho hospicio se había convertido en un solaz de la juventud rica, con mucha ofensa de Dios, enseñada como lícita y no pecaminosa.

Seguro de este hecho el Revmo. Inquisidor, por obligación de su oficio, al ver una herejía tan perniciosa y que tanto daño hacía a la República Cristiana, si no se ponía pronto remedio, comenzó con gran celo a actuar en contra; pero al mismo tiempo recibió orden de irse, por lo que no pudo proseguir tan santa intención

Cuando llegó a Roma y el Sumo Pontífice Urbano VIII fue informado de la doctrina, virtud, prudencia y celo de la pureza de la fe de aquel buen Religioso de Casata della Fratta[Notas 2], antiguo Inquisidor en Florencia, y de que había descubierto aquella ignominiosísima locura, lo eligió Obispo, a instancia del tribunal de la Santa Inquisición General, -aunque hasta ahora no he podido saber de qué ciudad.

Al partir de Florencia el Revmo. Inquisidor, y ahora Ilmo. Monseñor Della Fratta, le sucedió en el cargo de Inquisidor el Revmo. P. Maestro Muzzarelli, de la tierra de Fanano, pariente estricto de nuestro P. Lucas [Bresciani] de San José, también de Fanano, y entonces Superior de las Escuelas Pías de Florencia. Con este Revmo. Inquisidor entabló estrecha amistad nuestro P. Mario [Sozzi] de San Francisco; quien con frecuencia le obsequiaba con exquisitos vinos, sobre todo de Monte Pulciano, sin ningún permiso de sus Superiores; además, le contaba lo que se decía y sabía de todos los Religiosos de aquella casa (defecto que tenía también en Poli, para hacerse querer bien de aquellos Señores). No quería preocuparse nada, más que de censurar a sus Padres y Hermanos, sin dedicarse a ninguna otra tarea, cuando los demás estaban ocupadísimos. Esto generaba no pequeña amargura en nuestra Casa, entre nuestros Religiosos.

El Revmo. Inquisidor, Maestro Muzzarelli, cuando supo las cosas descubiertas por su antecesor, Monseñor Della Fretta, en aquel hospicio, quiso proseguir el proceso, como estaba obligado; y, para asegurarse bien de todo, fue al Serenísimo Gran Duque, exponiendo a Su Alteza la obligación que tenía de remediar tan maloliente herejía, nacida en la ciudad capital. Su Alteza Serenísima dio al Revmo. toda la ayuda que de su parte convenía. Fue verificado el hecho, extinguido el hospicio, y castigados Ricasoli y Faustina, que tuvieron que abjurar antes públicamente.

El Revmo. Inquisidor Muzzarelli, por su particular aprecio hacia nuestro P. Mario, y haber comenzado el proceso de aquella hedionda herejía, quiso honrar al P. Mario como acusador, aunque, de hecho, había sido el susodicho Monseñor Della Fratta el que lo conoció, y después, la Santa Inquisición General de Roma y el Sumo Pontífice; y por eso fue nombrado Obispo el P. Maestro Della Fratta.

Acerca de la extinción de aquel hospicio y el manejo de esta causa, me han contado ya hace muchos años que el Sumo Pontífice Urbano VIII dijo que se había podido remediar el mal con mayor tranquilidad y silencio. Esto me lo dijo una persona digna de fe.

Notas

  1. Los tocamientos impúdicos en las partes íntima no eran pecado, si no se rompía el himen.
  2. Hoy Umbertide.