Diferencia entre revisiones de «GinerMaestro/Cap03/04»

De WikiPía
Saltar a: navegación, buscar
(Página creada con «{{Navegar índice|libro=GinerMaestro|anterior=Cap03/03|siguiente=Cap03/05}} {{OCR}} '''''03.04. Los principios de su piedad El H°. Lorenzo Ferrari, que cuidó al Santo...»)
(Sin diferencias)

Revisión de 14:03 23 oct 2014

Cap03/03
Tema anterior

GinerMaestro/Cap03/04
Índice

Cap03/05
Siguiente tema


Aviso OCR

Este texto ha sido obtenido por un proceso automático mediante un software OCR. Puede contener errores.

03.04. Los principios de su piedad

El H°. Lorenzo Ferrari, que cuidó al Santo durante sus últimos seis años, certificó en el proceso ordinario:

Oí decir al mismo P. José que su padre y su madre le educaban en el temor de Dios y le hacían aprender las buenas letras; y por él mismo supe también que, siendo pequeñito, sus padres lo educaban separándole de las malas compañías, para que se acostumbrara desde entonces al temor de Dios; y que así deberían hacerlo todos los padres y madres para formar a los hijos en el temor de Dios';<ref group='Notas'>SANTHA, SJC, p.5, n.5.</ref> “y una vez que me exhortaba a mí y a otros súbditos jóvenes a la piedad cristiana, nos decía que él, de pequeño, atendía a las devociones y rezaba siempre el Oficio Parvo de la Virgen y otras devociones, pero muy particularmente el Santísimo Rosario”.<ref group='Notas'>BAU, BC, p.81.</ref>

Hubo, además, otro testigo de excepción, que acudió a la Iglesia de San Pantaleón, mezclado entre la muchedumbre, para venerar el cadáver del Santo, expuesto el día 26 de agosto de 1648. Se llamaba don José Marquet<ref group='Notas'>En italiano le llaman Muschez o Mosques, etc., pero debe ser Marquet, pues todavía hoy existe en el pueblo de Calasanz la llamada 'Casa Marquet' y alguna que otra vez aparece ese apellido en los libros parroquiales. No obstante, ha desaparecido por completo en Peralta de la Sal.</ref> y había sido Arcediano de la Iglesia de Perpiñán en el Rosellón, entonces español. Estaba hospedado junto a la iglesia de Montserrat, de la Corona de Aragón, en Roma. Una vez cumplido su homenaje, entró en la sacristía y se presentó: era natural de Peralta de la Sal, había sido compañero del P. José Calasanz y tenía su misma edad.<ref group='Notas'>Caputi decía que tenía 93 años en esta ocasión (26 de agosto de 1648) (cf. Notizie historiche, VI, n.479: EcoCen 4 [1946] 20), pero en otro lugar (Miracoli e grazie, RegCal 27, p.91 v) afirma que en 1649 tenía 92; luego en 1648 tenía 91, como el Santo al morir, pues los hubiera cumplido al empezar septiembre. El P. C. Scassellati dice que 'era de su misma edad' (cf. BAU, BC, p.83).</ref> Y con la emoción del momento empezó a evocar recuerdos de la lejanísima infancia de su santo amigo. Y en torno a él debieron de arremolinarse algunos Padres, que luego hicieron sus declaraciones procesales, como Scassellati y Quarantotto o el historiador Caputi, apelando a esta conversación.

Entre otras cosas dijo el viejo sacerdote que había asistido a la escuela de Peralta junto con el P. Fundador y que a veces el maestro le hacía subir a una silla y 'le hacía recitar los milagros de Na. Sra., tal como se los enseñaba su madre'.<ref group='Notas'>Cf. BAU. RV. P.32.</ref> La insinuación evoca naturalmente la celebérrima obra de Gonzalo de Berceo, y es probable que mucha gente supiera de memoria gran parte de tales poemas, aun sin saber leer. Y no es de maravillar que el pequeño José Calasanz hubiera aprendido algunas estrofas de labios de su madre, y subido a una silla empezara, por ejemplo, diciendo:

Amigos e vasallos de Dios Omnipotent
Si vos me escuchássedes por vuestro consiment
Querría vos contar un buen aveniment:
Tenédeslo en cabo por bueno verament...'.

Y más de una vez acabara recitando:

A la Virgen gloriosa todos gracias rendamos,
De qui tantos mirados leemos e provamos:
Ella nos dé su gracia que servirla podamos,
E nos guíe fer cosas por ond salvos seamos'.

La entrañable devoción mariana de José de Calasanz 'de la Madre de Dios' hundía sus raíces profundas en aquellas horas de Peralta en que su madre le hacía repetir una y otra vez, con ternura, las bellísimas estrofas monorrimas de Berceo. Y probablemente, en los atardeceres de invierno, junto al fuego del hogar, mientras la madre preparaba la cena y las hermanas ponían la mesa, el pequeño José dirigía el Rosario, contestándole devotamente toda la familia.

Notas