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21.04. Acusado y acusadores
Si para el despechado Clº. Castiglia el P. Cherubini 'había sido acusado sin razón' y, por tanto, el P. General había actuado contra él con “auténtica injusticia”, la camarilla de los amotinados de Nápoles, mejor enterados sin duda, presentaba “el caso” bajo otro punto de vista, es decir: partiendo de la verdad de los hechos, se lamentaban de que el P. General hubiera dejado impune al culpable y anulado su proceso, pero no perdonaba los defectos, inobservancias o libertades de los demás. Lo cual era injusto, según ellos.
Una y otra versión presentaba como reo al P. General, y además quedaba como telón de fondo la gravedad del delito de Cherubini, envuelto en las nieblas de la duda. Por ello, el cardenal Antonio Barberini, confusamente informado de palabra y por escrito, como hemos visto, reaccionó al fin con cierta explicable vehemencia y llamó a su presencia al anciano Fundador. No se puede leer esta página de Berro sin cierta conmoción profunda:
- Por este incidente [del caso Cherubini] pretendió el demonio mayores males, pues queriendo N. V. P. Fundador y General mortificar a otros religiosos poco mortificados y con algún defecto, se unieron éstos, que eran sacerdotes y clérigos, y queriendo encubrir sus culpas dieron un memorial al Emo. Cardenal Antonio Barberini, capuchino, entonces Provicario del papa Urbano VIII, contra N. V. Fundador, como que una cosa tan grave hubiera pasado sin castigo. S. Emcia. mandó llamar al N. V. P. Fundador y al llegar a su presencia, a pesar de que en la sala y antecámara hubiera mucha gente y Señores de la Corte y forasteros, sin miramiento a la edad, ni a la dignidad de General y Fundador de una Religión, se volvió S. Emcia. hacia N. V. P, como una serpiente y le dijo tales palabras, que más que mortificaciones religiosas, se pueden llamar injurias. Al oír esto N. V. y pacientísimo Padre se Puso de rodillas y en el mismo sitio donde estaba y con humildísima actitud y rostro de ángel se estuvo sin proferir ni una sola palabra, escuchando lo que le reprochaba el Emo. Desagradó mucho a todos los presentes la actitud de S. Emcia. con N. V. P. Terminada la reprimenda, S. Emcia. le hizo levantar con términos parecidos y lo introdujo en otra sala, donde N. V. P. con toda sumisión desengañó a S. Emcia, diciéndole particularmente que cuanto había hecho en aquel caso, había sido por mandato y orden del Emo. Cardenal Francisco Barberini, y que no había podido hacerse de otra manera por los grandes favores que el delincuente recibía de Casa Ludovisi. Por ello quedó S. Emcia no sólo desengañado y satisfecho, sino también edificado de la paciencia y humildad, así como admirado de la prudencia de N. V. P. Fundador y General'.<ref group='Notas'>Cf. c. 1977 </ref>
¿Cuándo ocurrió esta escena? No es fácil situarla en el tiempo. Durante el mes de febrero de 1633, en las cartas de Calasanz se repiten dos ideas: 1) la esperanza de que el Clº. Castiglia se retracte públicamente y por escrito de todas las calumnias vertidas en sus memoriales presentados a la Santa Sede; 7) el deseo de Calasanz de hablar con las autoridades vaticanas para aclarar los hechos y desmentir las acusaciones calumniosas.<ref group='Notas'>C.1984 </ref> El 23 de febrero anuncia a su confidente Cherubini que ya se ha retractado ante Mons. Vicegerente uno de los cómplices.<ref group='Notas'>C.1987, 1994. </ref> Y el 2 de marzo le escribe satisfecho:
- En cuanto a ir yo a la Santa Casa [de Loreto] y luego ahí [Ancona], me parece imposible ahora, porque me será necesario dar satisfacción a los Superiores de la verdad y probar que fue calumnia cuanto ha escrito ese infeliz sujeto, aunque él mismo, reconociendo el error con público memorial firmado por su mano, se haya retractado de cuanto escribió; así que pienso no dejar en el ánimo de los Superiores ninguna mala impresión de nuestra obra, y esto no se podrá hacer en poco tiempo'.<ref group='Notas'>Cf. c.2059 y 2050, 2052; EHI, p.73-74 y 67. </ref>
Y tenía razón. No obstante la retractación del 'jefe de la facción',<ref group='Notas'>Cf. c.2071. </ref> no daban aún permiso para mandar a Ancona a los tres religiosos prometidos por el General. A finales de mayo los representantes de Ancona tuvieron una entrevista con el Card. Ginetti, quien les ordenó que recurrieran al cardenal Antonio Barberini. Por sugerencia de Calasanz, los de Ancona escribieron a dicho cardenal un memorial, cuyos efectos esperaba aún Calasanz el 2 de junio. Con fecha del 9 del mismo mes le escribían los Diputados de Ancona, agradeciéndole que hubiera dado órdenes al P. Cherubini de abrir las escuelas, y el mismo Santo, el día 11 escribía de nuevo a este último diciendo: “Por fin hemos quedado satisfechos respecto a las escuelas, como ya le he escrito dos veces”.<ref group='Notas'>C.2068. </ref> Esta actitud benigna y concesiva del cardenal Barberini, después de tantos meses de forcejeo, hace pensar en una entrevista explicativa entre el Cardenal y el Fundador, que empezara con los ex abruptos del purpurado y acabara concediendo lo pedido, tal como la relató Berro en tono dramático.
Un mes más tarde, con fecha del 6 de julio, escribía al P. Cherubini con plena satisfacción, como poniendo fin a una pesadilla, que había durado más de medio año: 'el Señor nos ha librado del mal concepto en que la malicia y la astucia del diablo nos había puesto ante los Superiores Mayores'.<ref group='Notas'>Cf. BERRO I,p.222-223. </ref> Esta expresión gozosa evocaba, sin duda, lo que escribió Calasanz al Card. Dietrichstein el 25 de junio, diciéndole que en la última reunión de la Congregación de Propaganda Fide se leyó una carta suya: “con aplauso común de todos los Señores Cardenales y también del Papa mismo, fue alabado nuestro instituto”.<ref group='Notas'>C.2485. Cf. además c.2485, 2798, 2799,2800, 3177; CCP, p.248-249; EHI, p.550, n.1, 1007, 1017, 1023. </ref> De hecho, los memoriales calumniosos de Castiglia habían tenido como efecto inmediato la prohibición de enviar religiosos no sólo a Ancona, sino particularmente a Moravia. Pero de esto trataremos luego.
La calumnia había sido, pues, superada, pero los calumniadores sólo poco a poco fueron descubriendo su verdadero rostro, que tenía muy poco de reformador, hasta que salieron de la Orden. De dos de ellos, los principales, habla Berro, es decir, de Juan Francisco Castiglia y Juan Bta. Carletti, aludiendo a sus escapadas nocturnas en busca de aventuras galantes.<ref group='Notas'>Cf. EHI, p.1013, 1025; SCOMA I, p.128. </ref> Las novelescas noticias de Berro se confirman abundantemente con el testimonio del Fundador y de otros. En efecto, respecto a Castiglia se lamenta Calasanz de la turbia amistad que mantenía con una mujer casada en la Abadía de S. Salvador Mayor en 1634-1635. Y vuelve a lamentar nuevos escándalos con otra viuda napolitana en 1638. Se intenta hacerle salir de la Orden y al fin se consigue en 1640. En una de sus cartas decía con sorna el Fundador al P. Alacchi: 'ya ve V. R. qué gran honor ha hecho siempre a la Religión este sujeto'<ref group='Notas'>Cf. EHI, p.1632 n.1; SCOMA 1, p.127-128; c.2557. </ref>
Más lamentable todavía fue la conducta del P. Juan Bta. Carletti, alejado de Roma en 1636 por sus indecencias y mandado a Campi, de donde hubo de salir por escándalos con mujeres y otras lindezas. En octubre de 1638 consiguió del cardenal Antonio Barberini facultad para salir del claustro, como cura secular, para ayudar a sus hermanas, pero pasados apenas dos años murió víctima de sus excesos en el hospital romano de los Hermanos de la Misericordia, consumido por la sífilis, el 23 de febrero de 1641. Por su repugnante aspecto no hubo párroco que le quisiera enterrar en su iglesia y Calasanz consiguió que le dieran sepultura en un camposanto detrás del Vaticano.<ref group='Notas'>C.2663. </ref>
En semejantes aventuras parece que anduvo también el Clº. Francisco Mª. Pavese, consiguiendo salir de la Orden en agosto de 1635.<ref group='Notas'>Cf. EHI, p.579, n.1, 1854; SCOMA 1, p.115; CCP, p.222-229. </ref> Inquieto, murmurador e intrigante pasó por Nápoles, Sicilia y Roma el lego Juan Castiglia, hermano del Clº. Juan Francisco, acudiendo al fin a Calasanz para que le consiguiera licencias de exclaustración, el cual escribía en enero de 1637: 'yo le ayudaré a salir de la Religión con todas mis fuerzas, porque es mucho mejor que semejantes sujetos estén fuera, pues en la Religión no sirven sino de escándalo'.<ref group='Notas'>Cf. EHI, p.2188, n.3. </ref> Pero todavía tuvo que aguantársele hasta 1642, en que salió.<ref group='Notas'>Ib., p.535, n.3. </ref> En 1635 dejó también la Orden el Hº. Juan Antonio Porri;<ref group='Notas'>EHI, p.539, n.15,562. </ref> ; el Clº. Benito Verucci murió en Nápoles en 1633;<ref group='Notas'>EEC, p.4, n.1. </ref> y el Clº. Pedro Antonio Barone, que llegó incluso a acusar al P. Casani ante el Santo Oficio por un motivo trivial, dejó la Orden en 1636.<ref group='Notas'>' il detto P. [Tomás Carello] più volte insieme con un altro sacerdote q uscito per l’istessa finestra per simili dishonestá'; y acaba de hablar de Juan Francisco Castiglia, de quien dice 'sarebbe stato meglio tenerlo costi [en Nápoles] ben serrato e custodito per farne sentimento che si doveva fare per tante sceleratezze da esso commesse che mandarlo cosi liberamente a Palermo' (c.2799. Fecha: 30 de enero de 1638). </ref>
El P. Pedro Agustín Abbate, pasada esta tormenta, se convierte desde 1638 en uno de los promotores de otra, conocida como la rebelión de los ‘reclamantes’, mucho más grave que la recién examinada. Sus abusos y desmanes excitan la indignación del cardenal Protector Cesarini, que ordena su encarcelamiento después de un proceso en regla en 1640. Se escapa de Roma y se le declara apóstata y excomulgado. Intenta pasar a otra Orden o que se anule su profesión, sin conseguirlo. Logró, al fin, en 1646, indulto de secularización.<ref group='Notas'>Ct. EHl, p.510, n.1. </ref> Ni fue menos azarosa la vida del P. Tomás Carello, acusado por Casani de complicidad con la camarilla napolitana de memorialistas en 1633, y también por Calasanz en 1638, como cómplice de Juan Francisco Castiglia en sus devaneos nocturnos de novela picaresca.<ref group='Notas'>Cf. CC n.272. </ref> En Campi llegó a abofetear al rector en 1638, fue encarcelado y escapó a los tres días; en 1639 fue expulsado del reino de Nápoles y fue a parar a Fanano, de cuyo colegio escapa y a fines de 1640 es apresado y encarcelado de nuevo. En 1641 se le instruye proceso canónico y se le expulsa de la Orden como incorregible. En 1646 logra entrar de nuevo, por mandato del Arzobispo de Nápoles, pero en 1655 vuelve a abandonar la Orden con breve Pontificio.<ref group='Notas'>Cf. EC, 508-511; G. SÁNTHA, ‘Maiora Ordinis Sch. P. problemata praesente S. Josepho Calasanctio in Cap. Gen. annorum 1637 et 1641 agitata’: EphCal 10-11 (1972) 269. Volveremos sobre el tema. </ref>
Y no están todos. Quedaban todavía algunos de esta calaña, a cuyos golpes acabaría de forjarse la santidad del Fundador, como otro Job paciente, pero la Orden llegaría al borde de la catástrofe. El remedio más eficaz era sin duda expulsar tempestivamente a los indeseables, y así constaba en las Constituciones como atribución del P. General.<ref group='Notas'>Cf. todos estos casos en PASTOR, o.c., vol. 28, p.283.284. </ref> Pero ya en 1624 había quedado abolida esta facultad por la Bula ‘De apostatis et eiectis’, de Urbano VIII, dada para toda la Iglesia. No obstante, en los años siguientes, y ante las situaciones y casos lamentables que ocurrían en la Orden, tanto el P. General y sus Asistentes como los Capítulos Generales tratarán de conseguir de la Santa Sede la vigencia de lo prescrito en las Constituciones, aunque sin lograrlo plenamente.<ref group='Notas'>C.2008; cf. n.43 anterior. </ref>
Por otra parte, no hay que rasgarse las vestiduras al constatar la presencia de tales individuos indeseables en el seno de las Escuelas Pías. Normalmente, las historias impresas de las Órdenes religiosas no suelen recordar páginas oscuras, que quedan inéditas en anales, crónicas o epistolarios. Sólo de vez en cuando aparece algún nombre, cuyas fechorías es necesario desvelar, como sombras que realzan la luz de los varones ilustres, sobre todo de los santos. Son parte de las ‘manchas y arrugas’, que afean inevitablemente el rostro de la Iglesia mientras peregrina por este mundo.
Sin ir más lejos, en esa década de los años treinta, y concretamente en Roma, hubo dos conjuraciones contra la vida de Urbano VIII, en las que participaron algunos frailes y un sacerdote. La primera entre los años 1633 y 1635, promovida por Jacinto Centini, sobrino del cardenal Félix Centini, en la que tomaron parte el ermitaño de mala reputación Diego Guiccilione de Palermo, el agustino Domingo Zancone de Furmo y el franciscano Querubín Serafino de Ancona. El atentado fracasó, los conjurados fueron apresados y procesados y, de ellos, Centini fue decapitado y los dos frailes ahorcados, el 23 de abril de 1635. El segundo caso fue descubierto en 1640, en que el sacerdote Francisco Orsolini y el agustino Domingo Branza tramaron envenenar al papa. Ambos fueron también ejecutados. Asimismo, entre los condenados por la Inquisición romana en esos años, fue entregado al brazo secular en 1635 para ser ejecutado el rector de la iglesia de San Carlos al Corso, acusado de sacrilegio, inmoralidad y nigromancia. Igualmente, en mayo de 1642, un franciscano conventual fue condenado a la hoguera por haber dicho misa y confesado repetidamente sin ser sacerdote.<ref group='Notas'>C.1974. </ref> ¡Hombres, al fin y al cabo!