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Año 1643 de Cristo. Cuadragésimo sexto de las Escuelas Pías. Vigésimo primero de Urbano VIII.

Ephemerides Calasactianae XXV (1956, 42-45)

Este año que comenzamos ofrece una nueva mortificación a nuestro óptimo P. General, y una magnífica ocasión de paciencia extraordinaria. Pues el padre Mario, no contento con todo lo que contamos que hizo el año anterior para hundir a su padre, removió cada piedra para procurar hundirlo más, y puesto que la calumnia que hizo llegar a Su Santidad no produjo efecto, envió un escrito a la Congregación del Santo Oficio de la Inquisición buscando el cargo del P. General, quien en su opinión era ya demasiado viejo y había perdido el juicio. Añadió además que no hacía caso de los decretos de la S. Congregación ni de los consejos de los Asistentes, sino que todo lo dirigía y disponía según su propio juicio, y esa era la razón por la que surgían entonces tantas disensiones y desórdenes en la casa, y en otras provincial, para resolver las cuales no bastaba una cabeza cualquiera.

Habiendo recibido la S. Congregación el documento, pronto dictaminó lo que sigue.

“Jueves día 15 de enero de 1643.
En reunión general de la S. Romana y Universal Inquisición, en el palacio apostólico de S. Pedro, en presencia de S.S. nuestro Sr. Urbano VIII Papa por la gracia de Dios, y de los eminentísimos y Rvmos. Sres. Cardenales Roma, S. Onofre, Pánfili, Spada, Verospi, Barberini de S. Clemente y Ginetti, inquisidores generales contra la maldad herética en toda la cristiandad, especialmente diputados por la S. Sede Apostólica, en presencia también del R. S. Asesor y Comisario General de la Sta. Inquisición.
En la causa del P. Mario de S. Francisco, provincial de Toscana, y en el asunto de toda la religión, enterado Su Santidad el Papa y después de escuchar las opiniones, etc., ordenó que se nombrara alguien para hacer una visita general regular a toda la Orden de dichas Escuelas Pías, que tenga facultad para visitar dicha Orden tanto en la cabeza como en los miembros, y que informe a Su Santidad y a la Congregación.
Además mandó que se nombrar al mismo P. Mario primer asistente de dicha Orden, a quien corresponderá junto con el visitador citado y los demás asistentes el gobierno de dicha Orden.
Para que no aumente el número de los religiosos de dicha religión, mandó ordenar al P. General y a los demás que de ningún modo abran ni reciban ninguna casa, ni aquende ni allende los montes, ni siquiera a instancias de algún príncipe dignos de especial o especialísima mención. Y no admitan a nadie ni como legos ni como clérigos sin consultar a Su Santidad y a la S. Congregación, bajo pena de excomunión y privación de la voz activa y pasiva.
Además mandó por medio de R. Sr. Vicegerente suspender del oficio de General al P. José de la Madre de Dios hasta que Su Santidad provea de otro modo, y quitar de su cargo al P. Pedro de la Natividad de la B. Virgen, al P. Francisco de la Purificación, al P. Juan de Jesús María y al P. Buenaventura de Sta. Mª Magdalena, actuales asistentes de dicha Orden.
Francisco Albizzi, Asesor”.

Una vez recibido este escrito, no se lee otra cosa sino que el P. General con los suyos se resignó a la divina voluntad.

Después de esto se trató en la Sagrada Congregación a quién se le ofrecería el cargo de visitador. Se propuso el Rvmo. P. Calificador de los religiosos carmelitas descalzos, pero él (como lo entienden los nuestros), a causa de la reverencia que debía a nuestro P. General no quiso aceptar el cargo, lo cual no desagradó al P. Mario, quien prefería que ejerciera el cargo algún clérigo regular. Recibió pues esta tarea el Rvmo. Consultor del S. Oficio D. Agustín Ubaldini, somasco del colegio de S. Blas en Monte Citorio, que por exigencia de la cosa y para conocer la verdad, comenzó a ejercer su oficio llamando primero al P. General y asistentes en privado, para poder continuar la visita en el orden adecuado una vez conocidos cuáles eran los temas que necesitaban corrección. Y esto lo hizo antes de que llegaran a la ciudad los nuevos asistentes que fueron nombrados por la S. Congregación según el deseo del P. Mario. Estos eran, además del P. Mario, el P. Santino de S. Leonardo, el P. Juan Esteban de la Madre de Dios, el P. Juan Francisco de la Asunción. Varones, por lo demás, de muchos méritos en la Orden, y que se esforzaban por la observancia religiosa. Antes de que llegaran los padres citados, y de que fueran informados de su cargo, el Rvmo. P. Visitador fue a S. Pantaleo con su secretario para cumplir con su cargo, y al son de la campana convocó a la comunidad y quiso que se leyera la patente en la que se le encargaba el oficio apostólico, y tras una breve exhortación anunció que comenzaría la visita al día siguiente.

El P. Vicente y el P. Juan Carlos dicen que esto ocurrió el 10 de marzo. Al día siguiente, es decir, el 11 del mismo mes, comenzó la visita con la inspección del sacramento de la Eucaristía, según indica el ceremonial romano, y hasta el 13 de abril revisó consecuentemente el ajuar tanto doméstico como eclesial, los locales de la casa, las escuelas y las personas particulares, y cuando terminó, escribió y publicó todo lo que le pareció que era digno de corrección. A saber:

“Don Agustín Ubaldini, clérigo regular de la Congregación de la Somasca, visitador apostólico de la Orden de los Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, salud en el Señor a esos religiosos.
Deseando que el ejemplo y la observancia de la disciplina regular sean sumos en la casa de S. Pantaleo de las Escuelas Pías de la ciudad, como corresponde a la cabeza de la Orden con respecto a las demás casas, de modo que se cumpla lo que se indica en las órdenes dadas a ellas en las bulas pontificias y decretos apostólicos, así como lo prescrito en sus propias Constituciones, y Capítulos Generales, por el escrito presente ordenamos al P. Superior de dicha casa de S. Pantaleo que vigile diligentemente y procure que sea observado lo que se ordena en los documentos citados, principalmente en relación con los votos, el silencio y las oraciones, y que se abstengan de hablar con los seglares. Y para que se corten ciertos abusos y transgresiones más notables contra las citadas bulas y constituciones prescribimos también, bajo las penas descritas allí y otras que serán impuestas a nuestro arbitrio,
1.Que todos asistan a las oraciones, tanto mentales como vocales con la debida reverencia, modestia y silencio, y que ninguno falte, o salga de allí sin el permiso del Superior, o del vicario allí presente.
2.Que todo el mundo preste obediencia al superior sin oposición ni repugnancia, y al mismo tiempo que todos se abstengan en decir palabras injuriosas y contenciosas al superior, o a los de la casa. Notifíquesenos los transgresores, para castigarlos y que sirvan de ejemplo a los demás.
3.Nadie tenga dinero en depósito ni en casa ni fuera, bajo ningún pretexto, ni lo gaste por sí mismo o por medio de otro bajo pena de excomunión automática, cada vez.
4.Cualquier tipo de regalitos recibidos de los escolares o de gente del exterior, los presenten al superior, bajo pena a su arbitrio.
5.Cuando se salga y se vuelva a casa, obsérvense los decretos de Clemente VIII, especialmente en lo referente al compañero, y en la relación de lo hecho que deben hacer.
6.Nadie se detenga en lugres públicos como la puerta de la casa, en la sacristía o en la iglesia, a no ser que esté destinado a ese oficio y que lo exija alguna necesidad.
7.Cada cual pase el tiempo en su propia habitación, y no se atreva nadie a entrar en la habitación de otro sin el permiso del superior.
8.Todo el mundo se abstenga de charlar durante largo tiempo con seglares o escolares fuera de las escuelas, ni vaya a ninguna casa a comer y beber sin permiso del superior, ni los traigan a casa, y mucho menos tengan conversaciones con aquellos que en otro tiempo abandonaron escandalosamente la Orden.
9.No se envíe ninguna carta, ni se reciba ninguna de fuera, sin permiso del superior, ni tampoco ningún aviso o embajada.
10.En el tiempo de las comidas, obsérvese en la mesa el silencio y la modestia, y acudan todos a la hora señalada a comer, si no están impedidos por alguna causa legítima, y nadie lleve furtivamente ningún fruto o alimento extraordinario bajo pena al arbitrio del superior.
11.Tanto los maestros como los demás que están asignados a acompañar a los discípulos desde las escuelas, estén listos a la hora, y nadie de los que trabajan en las escuelas salgan de ellas in conocimiento del prefecto de las escuelas, y al castigar observen el modo señalado por las reglas.
En Roma, en el colegio de S. Blas de Monte Citorio, 13 de abril de 1643.
Don Agustín, como más arriba. Mucio María Carracciolo, canciller de los C. R. de la Congregación de la Somasca.”

Archivum Scholarum Piarum 1 (1977, 8-48)<ref group='Notas'>Siguiendo el criterio del P. Claudio Vilá, que continúa en Archivum la publicación de los Anales empezada en Ephemerides por el P. Picanyol, pondremos los títulos de los parágrafos tal como aparecen en la publicación (en el original están al margen; a veces los del editor coinciden con los del autor; a veces no). </ref>

Renuncia del P. Ubaldini

Así decía el decreto una vez terminada la primera visita; pero el mismo día, quizás porque lo había olvidado, apareció otro, que dice lo siguiente:

“D. Agustín, como más arriba.
Para que se conserve la biblioteca en el debido orden y para uso común, se prescribe que en el plazo de ocho días a partir de este decreto se entreguen al bibliotecario todos los libros que están en los cuartos y no sean necesarios para alguna profesión; para los que serán retenidos, deberá escribirse una nota por mano propia para que lo saque el bibliotecario, que nos será mostrada, y pedirán permiso para guardarlos, y en adelante no saque ninguno sin expresa licencia nuestra, y siempre los tenga encerrados con llave. Roma, 13 de abril de 1643.
D. Agustín Ubaldini, visitador. Mucio María Carraciolo, canciller.”

Ambos decretos fueron publicados, como atestigua la firma del P. Juan Crisóstomo de Sta. Catalina de Siena por orden del P. Juan de Jesús María, Asistente y Superior de la casa de S. Pantaleo.

Pero cuando dicho P. Visitador dio cuenta en el santo Oficio de la Inquisición una vez terminada la visita, de haber encontrado que la verdad estaba, contrariamente a lo que se creía, en la Cabeza de la Orden, y contra él sólo se habían dicho calumnias, para que no pareciera que pecaba de inocencia, y para evitarse algunas dificultades que preveía iban a producirse a la larga, espontáneamente renunció al cargo de visitador en lo sucesivo, y los padres asistentes, es decir, los tres últimos creados hacía muy poco, también se fueron de Roma y volvieron a sus lugares anteriores. Tal renuncia correspondía con el deseo del P. Mario (que sabía que Ubaldini no podía ser útil para su intento), quien pronto pidió insistentemente al Ilustrísimo Albizzi y los que estaban con él que nombraran otro.

Pietrasanta, nuevo Visitador

Ocurrió pues, no sé por medio de qué consultor, que fue recomendado el R. P. Silvestre Pietrasanta, sacerdote profeso de la Compañía de Jesús. Mario, oliendo que tomaría su partido, procuró que también fuera notado por Su Santidad cuanto antes, y que lo nombrara para ese cargo citado de Visitador Apostólico. Y así ocurrió.

“Urbano VIII
A Silvestre Pietrasanta de la Compañía de Jesús.
Querido hijo, salud y bendición apostólica.
Deseando que se conserve la observancia de la disciplina en la Congregación de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, y allí donde está caída, se vuelva a levantar, y habiendo retirado algunos visitadores nombrados antes para dicha Congregación, sus clérigos y casas, a tenor de las presentes te constituimos y delegamos a ti, de cuya piedad, prudencia, doctrina, destreza y celo religioso confiamos mucho en el Señor, Visitador General y Especial nuestro y de la Santa Sede de toda la Congregación citada, de sus superiores incluido el general, de los clérigos y toda categoría de personas, de las casas y de los locales regulares, a beneplácito nuestro y de la Sede, para que con nuestra autoridad visites todas y cada una de las casas y lugares regulares, así como a los superiores, clérigos y todo tipo de personas de dicha Congregación, tanto en la cabeza como en los miembros, y para que diligentemente inquieras acerca de sus reglas, instituciones, forma, estado, costumbres, ritos y disciplina, tanto en conjunto como separadamente; si respetan los santos cánones de la doctrina evangélica y apostólica, lo prescrito por los concilios generales y principalmente los decretos tridentinos, así como las tradiciones de los Santos Padres, y las Reglas de la misma Congregación instituidas y confirmadas por la Sede apostólica. Y, si hay ocasión para ello, y lo exigiera la situación de las cosas, y crees que es necesario algún cambio, corrección, enmienda, revocación o arreglo, para que reformes, cambies, corrijas, revoques, renueves y, siempre confirmando íntegramente lo determinado por los sagrados cánones y los decretos del Concilio de Trento y no contrario a las Reglas citadas del Instituto, quites cualquier tipo de abusos allí donde no respeten las Reglas, Constituciones y disciplina regular y eclesiástica, y de modo congruente lo restituyas, repongas e reintegres. E invitarás a las mismas personas a un modo de vida honesto y correcto, y harás observar todo lo que determines y establezcas, pues a tenor de las presentes te concedemos y otorgamos que rijas y gobiernes toda la Congregación citada con los queridos hijos Mario de S. Francisco, Santino de S. Leonardo, Juan Esteban de la Madre de Dios y Juan Francisco de la Asunción de la B. María, clérigos regulares y constituidos asistentes de dicha Congregación por nuestros hermanos los cardenales de la S. R. Iglesia constituidos delegados como inquisidores generales para luchar contra la maldad herética en todo el orbe cristiano , que tendrán contigo voto decisivo en el gobierno de dicha Congregación, y te damos plena y amplia facultad para castigar a cualquiera que desobedezca lo dicho anteriormente, por medio de censuras y penas eclesiásticas, y otros oportunos remedios de derecho y de hecho, sin apelación, y para hacer, decir, mandar y ejecutar lo que sea necesario en relación con ello.
Por consiguiente mandamos en virtud de santa obediencia a todos y cada uno de los superiores, clérigos y demás personas de la Congregación citada, de sus casas y lugares regulares relacionados con ella, que os acojan a ti y a los asistentes citados prontamente, en conjunto y a cada uno, y que reciban y obedezcan humildemente tus órdenes y las de ellos, y procuren cumplirlas eficazmente, pues de otro modo daremos por buena la sentencia o pena que darás o impondrás debidamente a los rebeldes, y la haremos cumplir inviolablemente hasta su plena satisfacción, como obra del Señor. Queremos también que si en tu visita descubrieras algunas cosas más graves, nos hagas llegar toda la información diligentemente cerrada bajo tu sello, para que veamos qué hay que hacer tras madura consulta. No obstante las constituciones y órdenes apostólicas, los estatutos y costumbres, privilegios e indultos de la Congregación, de las casas y lugares religiosos citados, incluso con juramento y confirmación apostólica, o reforzados con cualquier tipo de autoridad, y de sus superiores y clérigos, bajo cualquier forma, incluso cualquier tipo de cláusulas derogatorias y otras cláusulas eficaces e inusuales, en general o específicas, que vayan en contra de lo dicho, no importa quién las haya concedido, confirmado o innovado, pues por las presentes y especialmente para conseguir los efectos deseados expresamente las derogamos, lo mismo que cualquier otra cosa que vaya en contra, por lo que todo lo que ha sido expresado lo damos por plena y claramente expresado, con todas las cosas afirmadas, y para que guarden su vigor.
En Roma, en San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el 9 de mayo de 1643, 20º de nuestro pontificado. M. A. Maraldi.”

Para que arranques y disipes…

Así escribió Su Santidad al P. Pietrasanta, con el título que sigue “querido hijo Silvestre Pietrasanta sacerdote de la Compañía de Jesús”. En nuestro archivo no existe el original auténtico de la carta presente, pero hay un copia registrada por notario público, reforzada con sello, donde figuran como testigos D. Juan García Valentino y Antonio Francisco María Simio, auditores del Eminentísimo cardenal Marzio Ginetti, a quienes, para dar mayor fe, dicho eminentísimo añadió su firma y sello, con la firma de José Ganossi por D. Leonardo de Leonardis con fecha 12 de septiembre del presente año 1643.

No consta ninguna noticia que explique en qué ocasión nos fue consignada tan solemnemente en una fecha tan tardía con respecto a la publicación y el comienzo del cargo de visitador de P. Pietrasanta.

Lo cierto es que, con el efecto de aceptar el oficio de visitador apostólico, se leyó la patente escrita en el oratorio común de S. Pantaleo, y en signo de obediencia se le mostró reverencia besándole la mano, lo mismo que a los padres asistentes, que fueron obligados a volver inmediatamente a Roma. A lo cual siguió un sermón por parte del visitador apostólico sobre aquello de Jeremías: “Te he constituido para arranques y disperses, etc.” De ello ya podía augurarse entonces algún acontecimiento infeliz, aunque en la carta que dirigió a nuestras provincias con ocasión de asumir su cargo no se podía esperar en el futuro sino prosperidad. Decía lo siguiente:

“Reverendos padres y hermanos en Cristo, de mi mayor consideración.
Puesto que Su Santidad Urbano VIII por medio de un breve especialmente expedido el 9 del mes corriente me nombró visitador apostólico de vuestra venerable Congregación con la tarea de gobernarla, con cuatro asistentes nombrados por el Sto. Oficio de la Inquisición encargados de esta tarea, como el pasado domingo ofrecí de buena gana mi servicio verbalmente a los que estaban en San Pantaleo en la ciudad, de la misma manera me ofrezco por las presentes a los ausentes asegurando a vuestras reverencias que no pretendo otra cosa sino llevar a cabo la intención de Su Santidad, que es únicamente establecer, confirmar y mejorar las cosas que permitan a vuestra Orden un conveniente aumento de la gloria de Dios y beneficio de toda la cristiandad. Si se observa todo ello a tiempo, y todo se pondera prudentemente y con juicio maduro, y se aguarda con paciencia, y todo lo cumplen con prontitud, será para beneficio suyo.
Para ello es muy necesario que el Altísimo nos asista con su gracia. Por lo que deseo que con esta santa intención cada uno haga oraciones, y ruego que celebren algunos sacrificios de la misa al Espíritu Santo, invocando a la Santísima Virgen María, principal protectora de vuestra santa Orden, con la oblación de santísima comunión, de disciplinas y otras mortificaciones que hagan alguna amable violencia a Dios y al cielo, y esperamos que obtendrán de la divina clemencia los frutos que rogamos.
Como pienso obtenerlos mediante vuestras oraciones, no añadiré nada más sino señalar que si alguien tuviera que escribir algo por el bien común dirigido a nuestro gobierno y oficio, escriba en la carta: Rvdos. PP. Visitador Apostólico a Asistentes de las Escuelas Pías. Pero si escribe algo que sólo me lo quiere comunicar a mí, que escriba R. P. Visitador de las Escuelas Pías. Por lo demás, de la misma manera que entiendo que es laudable escribir acerca de lo que es necesario, considero reprensible escribir de lo que es menos necesario, o movido, dictado e impulsado más por la propia pasión que por el celo por el bien de su Orden, que es madre universal de todos. Deseo mucho que los superiores locales me informen sobre su comunidad a Roma, y que durante la visita no admitan a nadie al hábito ni a la profesión, sin pedirnos permiso, y sin obtenerlo por escrito. Es un gran consuelo para mí y para mis asistentes no intentar otra cosa sino vuestro bien común, cuya satisfacción ellos están prontísimos conmigo a corresponder. Dios haga que se cumpla esto en todo. Termino abrazándoles a todos con entrañas de caridad, y encomendándome de nuevo a sus santos sacrificios de la misa y a sus oraciones.
En Roma, 13 de mayo de 1643. Humildísimo siervo en Cristo de vuestras reverencias,
Silvestre Pietrasanta.”

Notificación a las provincias

Así se expresó él. Los padres asistentes lo imitaron, y escribieron a las mismas provincias la carta que sigue:

“Reverendos padres y hermanos en Cristo, de la mayor consideración.
Agradó a Su Santidad el Papa Urbano VIII extender una mano auxiliadora a nuestra pobrecilla Orden nombrando un visitador apostólico, y quiso que nosotros los abajo firmantes le asistiéramos, y como el domingo pasado tomamos posesión de dicho cargo, nos pareció conveniente al P. Visitador y a nosotros notificarlo a vuestras reverencias, y rogarles abrazándoles en el Señor que nos ayuden con sus santas oraciones a llevar este cargo nada fácil de nuestras cosas. Y como el P. Visitador ha escrito con suficiente claridad acerca de algunas cosas que se nos han ordenado, no es necesario que volvamos a cocer la col; únicamente deseamos rogar a vuestras paternidades que no comiencen a censurar nuestras acciones antes de que vean sus efectos, pues esto no sólo no sería grato al P. Visitador, que con toda simplicidad y óptimo celo busca dar remedio, sino que también apartaría su confianza de nosotros para continuar en nuestro oficio, que no tiene otra finalidad sino en procurar la paz y la unión de toda la Orden, y trabajamos por ello, tanto por la salvación de nuestras almas como por la perpetua conservación de nuestra Orden. Que Dios secunde nuestros deseos, y multiplique las gracias para conseguir ese fin.
Roma, 14 de mayo de 1643. Humildísimos siervos en Cristo de vuestras reverencias,
Mario de S. Francisco, Santino de S. Leonardo, Juan Esteban de la Madre de Dios, Juan Francisco de la Asunción.”

Visitadores particulares

Después de enviar estas cartas, el P. Visitador y los asistentes fueron a hacer ejercicios espirituales, y una vez terminados se dispusieron a comenzar la visita, tomando del P. General las llaves del archivo, escrituras y libros en relación con la visita, y quitándole también su secretario el P. Santiago de Santa María Magdalena. Instituyeron visitadores para cada provincia: el P. Nicolás María del Smo. Rosario para Liguria y Cerdeña; el P. Glicerio de la Natividad del Señor para el reino de Nápoles; el P. Juan Lucas para Sicilia; el P. Vicente María de la Pasión para Etruria, y les dieron una lista de preguntas que deberían formular:

1.¿Qué pensaba cada cual acerca de la validez de su profesión y de las constituciones?
2.¿Eran observadas las bulas pontificias?
3.¿Cuáles son los medios necesarios en la Orden para procurar más espíritu en los súbditos?
4.¿No le parecía que la Orden iba a la ruina a causa de estar tan extendida? ¿Y los súbditos estaban fatigados con tanto trabajo?
5.¿Qué piensas de andar descalzos? ¿Y de un hábito tan rudo? ¿Y de un mobiliario tan vil para dormir?
6.¿Qué piensan de los ayunos tan abundantes, y de tomar de pie la cena de la tarde?
7.Hasta ahora, ¿han sido tratados con caridad los enfermos? ¿Han sido provistos de los remedios oportunos?
8.¿Se cree que la Orden puede mantenerse sin ninguna entrada?
9.¿Se espera que se habiliten sujetos para el ejercicio escolar en la Orden, de manera que no se defraude al prójimo?
10.¿Qué se cree mejor, que el General sea temporal o perpetuo?
11.¿Parece mejor que sean los súbditos quienes elijan al General, y no los Capítulos Generales, como aconseja el Concilio de Trento?
12.¿De qué manera se cumplen los ejercicios espirituales, y el ministerio? ¿Se prescriben suficientes medios en las Constituciones para realizarlos convenientemente?
13.¿Conviene seguir acompañando a los discípulos a su casa después de terminar las clases, o es mejor suprimirlo?
14.¿No sería mejor abandonar algunas casas y fundaciones?
15.¿Se explican los casos de conciencia y las ceremonias eclesiásticas, como lo piden las bulas apostólicas?
16.¿Parece mejor que cada cual sea asignado a su provincia? ¿Cómo se les pagaría el viaje?
17.¿Cómo está provista cada casa de comida, ropa y mobiliario?
18.¿Se sabe de algún escándalo cometido tanto por un superior como por los súbditos?
19.¿Se ha hecho alguna alienación o donación de bienes de una casa a otra? ¿O a algún seglar?
20.¿Qué piensa cada cual de su estado?
21.¿Cómo están servidas las casas en cuanto a confesores y predicadores?
22.¿Qué le parece de la recreación ordinaria? ¿Y de la extraordinaria? ¿Se concede alguna vez?
23.¿Cómo se observan los votos de castidad y obediencia?
24.Este modo de vivir, ¿no pone la castidad en peligro?
25.¿Cómo se observa el voto de pobreza comunitaria?
26.¿Cómo son tratados los huéspedes de nuestra Orden?
27.¿Cómo se administran las limosnas de las misas? ¿Se emplean más en los de fuera que en los de casa?
28.¿Es posible observar el silencio según lo prescrito en nuestras Constituciones?
29.¿Trabajan todos en las escuelas?
30.¿Existe algún defecto en el programa de las escuelas?
31.¿Son formados los discípulos en las virtudes en oratorios?
32.¿Qué remedios se ven oportunos para remediar la dignidad de la Orden?
33.¿Existen algunas persecuciones en la Orden?
34.¿Qué piensa sobre la elección y duración de los asistentes?
Estos son los puntos o cuestionario confiado a los PP. Visitadores con los que cada cual fue a su provincia, con la bendición y carta de obediencia. ¿De qué modo fueron recibidos por aquellos a los que fueron a visitar? ¿Cómo cumplieron su tarea? Más abajo lo veremos. Nos detendremos con más detalle en la visita a S. Pantaleo.
El modo desagrada…
Enviados los padres visitadores nombrados más arriba a las provincias que les habían sido asignadas, el P. Pietrasanta, habiendo elegido como secretario suyo al P. Juan Antonio de la Natividad de la Virgen con el único voto del P. Mario, comenzó su visita con las ceremonias habituales en la iglesia, y después de ver en la sacristía los armarios con el ajuar eclesial, fue a ver los locales de la casa, la biblioteca y las escuelas, y comenzando el examen de las personas, oyó solamente a los que habían sido preparados por el P. Mario; a los que se creía partidarios de la exigencia en la Orden, no se les admitió: al contrario, fueron enviado con cualquier excusa a otro lugar.
Parece que esta manera de proceder desagradó mucho a los padres asistentes desde el principio, principalmente cuando alguno fue promovido y nombrado superior sin su opinión y voto, cosa que se les había concedido por autoridad apostólica. ¿Qué hicieron? Los tres últimos decidieron tener una reunión entre ellos, y rechazar las acciones tanto del P. visitador como de su fidelísimo director, el P. Mario, y después decidieron abdicar de su cargo en lo sucesivo, cosa que hicieron por medio de un escrito de mano del citado P. Juan Antonio, secretario, con fecha 9 de junio, y que dice como sigue:
“Nosotros, Santino de S. Leonardo, Juan Esteban de la Madre de Dios y Juan Francisco de la Asunción, espontánea y libremente renunciamos a la dignidad del asistentazgo que tenemos ahora en la Orden de las Escuelas Pías, remitiendo este oficio en las manos del Rvmo. Visitador apostólico Silvestre Pietrasanta, a quien pedimos con insistencia que acepte nuestra renuncia. En fe de lo cual queremos que esta renuncia quede por escrito de la mano de nuestro secretario el P. Juan Antonio de la Natividad de la Virgen.”

Con estas palabras aparece la renuncia citada, que fue necesario llevar a la S. Congregación del S. Oficio, con un escrito del citado P. Antonio al Rvmo. Sr. Asesor, que decía lo siguiente:

“Yo, Juan Antonio de la Natividad de la Virgen, como más arriba, fui hecho secretario del Rmo. Visitador apostólico Pietrasanta en la casa de San Pantaleo de las Escuelas Pías, y se me rogó que escribiera la renuncia al oficio de asistentes, como me había pedido de palabra el Ilmo. y Rvmo. Sr. Asesor de la Sagrada Congregación. En fe de lo cual firmo la presente en Roma, a 9 de junio de 1643. Juan Antonio de la Nat. De la V., Sec. de la visita apostólica.”

De este modo, presentada la renuncia de los asistentes, y siendo aceptada la misma, aunque no se explican las causas, la visita apostólica continuó a plena satisfacción del P. Mario, pues las cosas se dictaban y se escribían según lo indicaba y lo disponía él; nunca fueron escuchados ni el que era cabeza de la religión, ni los que habían sido depuestos del cargo de asistentes, y tampoco los que habían renunciado espontáneamente al cargo, y así se terminó la visita. Antes de que hablemos de su contexto y de su contenido, el orden pide que digamos cómo fueron recibidas las cartas intimatorias de la visita apostólica en las provincias.

¿Cómo fueron recibidas las cartas?

Si duda la carta de los PP. Asistentes fue reverentemente recibida en todos los lugares a los que fue enviada, y se cumplió fielmente su contenido acerca de las oraciones y las misas por el feliz transcurso de aquella visita, aunque en muchos despertó no poca admiración esta novedad, y principalmente la suspensión de recibir al hábito, y de la profesión. Por lo cual principalmente en Cerdeña fueron a consultar con teólogos y peritos en derecho. Ciertamente fue duramente afectado el superior, ya que la provincia se vio privada por tal prohibición de nuevos ingresos en la familia del instituto, cuando tenía candidatos para vestir para el crecimiento de aquella provincia, y otros que tenían ya el tiempo para profesar.

La misma Germania se llenó también de amargura, porque pedía que se enviaran sujetos a varios lugares, por lo que pedían con insistencia al P. visitador que atendiera y proveyera a estas necesidades.

Y se llevaba mal el que en todas las ciudades y lugares con fundaciones nuestras los discípulos de los padres de la Compañía proclamaban que nuestro instituto era reformado por uno de sus padres; ciertamente aunque se supusiera que esto se divulgaba en detrimento nuestro, el P. Francisco Antonio de la Purificación, superior de la casa de Mesina, nunca lo entendió de esa manera, como se ve en la carta siguiente al P. Pietrasanta:

“Reverendísimo y respetabílisimo padre en Cristo.
Estando afligida nuestra Orden, hija de la Madre de Dios, tuvo que recibir ayuda del brazo derecho de su único hijo Jesús. Y he aquí que encontrándose en su mayor miseria, le cayó la suerte de la piedra del paraíso de Pietrasanta. Tenemos que dar las debidas gracias a Su Santidad nuestro señor Urbano VIII, que se ha dignado favorecernos enviando al P. Pietrasanta a visitar, a fundar y establecer bien esta pobre y piadosa Orden nuestra. Claramente hizo Su Santidad lo que en otro tiempo Dios con el pueblo de Israel, cuando los sació con la miel de la Piedra, y cuando los abrevó de su sed en la piedra. Si con una piedra insensible hizo tales prodigios, ¿por qué no los hará con una Pietrasanta racional? Y precisamente Jesús fue la piedra angular, y vuestra paternidad es hijo de Jesús; esta piedra, aquella piedra. ¡Qué esperanza más sólida tiene nuestro orden! Póngase pues como un feliz presagio entre nuestras piedras esta lustrosa Pietrasanta, de modo que la Madre tenga sólidos fundamentos, y los hijos queden estables.”

Así escribió el citado P. Francisco Antonio desde Mesina con fecha 14 de junio. Su deseo era razonable porque nacía del ardiente deseo de un óptimo celo, y del afecto, pero en cuanto al efecto fue pésimo, pues la Piedra Santa se convirtió en infeliz escándalo, como mostrarán más adelante los acontecimientos.

El citado P. Pietrasanta fue respetado por encima de los demás por el mismo P. General, pues no sólo envió cartas a las provincias exhortándoles a prestarle obediencia, sino que él mismo enseñaba con su ejemplo, y actuaba según el arbitrio de él, haciendo aquello que quizás no tenía derecho a pedirle, pues ¿con qué derecho le pidió el 3 de septiembre que le entregara los libros de entradas y salidas del colegio Nazareno, que debería haber pedido a la Santa Rota, y no a él? Del mismo modo no tenía por qué entregar al P. Mario una limosna de 100 escudos, o de 60 según algunos, que un príncipe le había dado como ayuda para su vejez, obteniendo de esa suma sólo algunas monedas para regalar pequeños premios a los alumnos. Pero el ingrato, que ocultó a sus seguidores la liberalidad del Padre para con él, se vio castigado con la lepra, castigo a los malvados de la justicia vengadora, pues todo su cuerpo se vio cubierto de lepra. Dejémosle sufrir durante el mes de septiembre y octubre con esa enfermedad, y veamos lo que ocurrió en Moravia, Bohemia y Polonia a favor o en contra de la orden durante el corriente año.

Sucesos en Polonia y Germania

Volviendo con el P. Onofre, provincial de Germania, este, después de conseguir las fundaciones en el reino de Polonia, pasó allí un semestre fundando y estableciendo nuestro instituto en Varsovia y Podolín. Después del primero de enero del año presente salió de Cracovia con el Ilmo. D. Estanislao Scarsewsky y el Rvmo. Sr. Archidiácono de Cracovia que iban de camino hacia Roma por Hungría, llegó a Poronin<ref group='Notas'>Original: Poroniu. ASP: Poloniam. </ref> y de allí continuó su viaje sano y salvo hasta Viena. Allí, después de enviar al P. General algunos encargos de los viajeros que iban a Roma, presentó con la debida reverencia una carta del serenísimo rey de Polonia al Ilmo. Nuncio Apostólico pidiéndole que lo acogiera, a quien después de contarle también el éxito de las nuevas fundaciones de la orden en Polonia para darle gusto, le suplicó que compusiera una carta en forma de memorial de la corte cesárea dirigida a su Majestad para obtener asilo en Viena y al mismo tiempo pidiendo permiso para habitar en todas sus provincias hereditarias.

El cual no sólo no defraudó al suplicante, sino que pro el contrarió después de entregarle el memorial deseado le ayudó a conseguir una audiencia con la cesárea Majestad por medio del Prefecto de la corte, y felizmente, pues el P. Onofre, obtenida la audiencia que había pedido humildemente al Emperador, recibió la promesa y la seguridad de recibir la protección cesárea en todo y en cada cosa, y lo mismo le confirmó la emperatriz, “de manera (dijo) que Dios se digne conceder a nuestros reinos la deseada paz”. Esto ocurrió el 20 de enero, como lo atestigua la carta que escribió al P. General al día siguiente, en la cual anuncia también que va camino de Nikolsburg al tercer día, sin duda con ocasión de llevar a su príncipe de Nikolsburg una carta del Rey de Polonia. Y como es digno de conocer el mucho afecto que su Majestad expresa en las cartas, las copio para gusto de quien las lea:

“Al Nuncio Apostólico en Viena.
Ladislao IV, rey de Suecia y Polonia por la gracia de Dios.
El P. provincial de las Escuelas Pías, que trajo una carta de recomendación de V. Ilma. y Rvma. Señoría en su primer viaje a nuestro reino, poco después de conseguir la posesión de un lugar aquí en nuestra ciudad para noviciado con la intención de abrir más adelante unas escuelas pías, vuelve a Germania, y lleva otra carta a V. Señoría Ilma., en la cual atestamos que el citado P. Provincial con su singular bondad de vida, y simplicidad de vida en todo hizo mucho, y en conformidad con la recomendación de V. Señoría Ilma. nos hemos dignado darle los favores reales; por lo cual, si reconocimos el afecto de Vuestra Señoría en la recomendación que nos hizo, le rogamos que se digne seguir mostrándonos el mismo afecto en cualquier otra ocasión que se le ofrezca para servirle. Varsovia, 26 de septiembre de 1642. Ladislao, como más arriba”.
“Al Príncipe Dietrichstein.
Ladislao IV, rey de Suecia y Polonia por la gracia de Dios.
El P. Onofre, volviendo a Germania a causa de su cargo de Provincial lleva un atestado de la total satisfacción de nuestra persona en razón de su vida religiosa, de su honradez y rectitud de costumbres, que ha mostrado abundantemente, según la carta de recomendación de Vuestra Excelencia, a la que hizo honor y respeto, por lo cual a él y a sus compañeros nos hemos dignado ofrecerles nuestros favores reales, que esperamos reciban aumentados también por parte de Su Excelencia, pues ya ha experimentado cuánto aprovecha este instituto para el bien y el fruto de la juventud, que se ha hecho digno de la protección de Vuestra Excelencia. Puesto que Vuestra Excelencia tuvo el gusto de recomendarlo, nosotros no dejaremos de favorecer el instituto, a causa de los méritos de Vuestra Excelencia, y por la gran estima que le tenemos le manifestamos nuestro afecto. En Varsovia, 26 de septiembre de 1642. Ladislao IV.”

Por las cartas anteriores se puede cuánta estima sentía el Rey de Polonia hacia nuestro instituto, y cómo se preocupaba también en promoverlo entre otros.

En Moravia y Bohemia

En lo que se refiere a Moravia y Bohemia, el Marte Sueco estaba causando grandes daños en los dos lugares, a los cuales no eran inmunes nuestras casas. En Litomysl de Bohemia sólo vivían 3 de los nuestros, y apenas entraron en el nuevo edificio para vivienda nuestra el 14 de junio, al día siguiente tuvieron que huir rápidamente a causa de la llegada de los soldados, a causa de la cual aunque nuestros padres no sufrieron daños personales, sí tuvieron muchos daños materiales. El P. Alejandro de S. Bernardo cuenta la serie de catástrofes sufridas a la Ilma. Fundadora con estas palabras:

“Ilma. Sra. Fundadora Clementísima.
Creo que la Ilma. estará enterada de la llegada del ejército sueco a nuestro lugar, que ocurrió el 14 del mes corriente cuando se tocaba para el ángelus de la tarde. Este numeroso ejército ha asolado no sólo todo el dominio, sino todas las casas de Litomysl. El mismo daño ha alcanzado a la fortaleza, y a nuestro pobrecillo colegio, pues todo lo que llevamos a la vivienda cayó en presa del enemigo. Aunque nos llevamos los libros y nuestra ropa, las camas y el ajuar, y los comestibles guardados para comida de la comunidad, todo se lo llevaron los enemigos. Así que nosotros durante dos días y dos noches no tuvimos ni una migaja de pan; sin embargo, confiando en Dios, permanecimos sin comida ni bebida escondidos entre las hierbas de nuestro huerto, y así con la ayuda de Dios conservamos nuestra vida.” Así escribe el P. Alejandro a su Sra. Fundadora.

Que Dios los protegió de manera especial, bien pudo verse tiempo más tarde. El Rvmo. y Muy Ilustre D. Adán Ignacio Mladota, canónigo de la iglesia metropolitana de Praga, en la oración fúnebre que hizo con ocasión del funeral del Magnífico doctor en filosofía y medicina D. Enrique Proxa, patricio de Litomysl, cuenta lo siguiente. Cuando el Marte Báltico devastó su patria, el reino y muchas provincias, y retuvo prisioneros para servicio suyo, también fue apresado Enrique entonces niño. Pero ¡oh maravilla! Apareció un adolescente desconocido, más hermoso que ningún hombre, y llevó a un lugar seguro a Enrique, al colegio de los RR. PP. Escolapios, con la advertencia de que se quedara allí hasta que volviera él a llamarle al escondite. Enrique se preparó para ser llevado al asilo como le pedía su buen amigo, y allí estuvo esperando a su protector, sin comida ni bebida. Después que se marcharon los enemigos, apareció el ángel custodio de Enrique, y devolvió felizmente su libertad al cautivo. Hasta aquí lo que dijo el orador en el funeral de dicho Enrique que se celebró en Lesse, y publicado impreso en el año 1687.

Por lo demás, no debemos pasar por alto aquí la carta de consuelo que el P. Alejandro recibió de la Ilma. Fundadora. Por lo tanto la copiamos tal como fue enviada de Praga a Litomysl:

“Muy reverendo padre,
Leí con dolor la carta lamentable de vuestra reverencia, con el martirio de la gente, y luego la calamidad y ruina de todo el señorío de Litomysl, por todo lo cual me compadezco desde el fondo de mi corazón, y más me dolería si no pensara que estas cosas vienen de la mano paterna de Dios, que seguramente sacará de esta tribulación mayor provecho para nosotros. Me duele mucho que los enemigos turbaran vuestra entrada, pero como no pudieron llevarse nada del colegio (porque no había nada) aparte de las vituallas, fácilmente se os proveerá de ellas con la gracia de Dios. Entren en su convento felizmente y oren por nosotros. Praga, 24 de junio de 1643.” Así decía la ilustrísima fundadora.

Por aquel tiempo nuestros padres de Lipnik también experimentaron el mismo peligro; no había otro medio de conservar la vida que dándose a la fuga. Pues aunque los ciudadanos habían rechazado rendir la ciudad como habían pedido los enemigos, cuando estos comenzaron a atacar, golpeando los muros de nuestras escuelas con máquinas de guerra, ya no quedaba ningún lugar seguro, por lo que como los ciudadanos se vieron forzados a rendirse por la violencia, antes de que ello ocurriera los nuestros huyeron a refugiarse al vecino castillo de Helfenstein, que era inexpugnable, sin omitir sin embargo, cuando los enemigos estaban ausentes, de dar una vuelta por la casa.

Como una nave agitada por el viento…

Nuestro P. Provincia Onofre se encontraba como una nave agitada por el viento en medio del mar, sin atreverse a ir aquí o allá. Estaba incluso dispuesto a morir por su grey, como lo dice en una carta del 26 de junio al P. General. Sin embargo, el sueco no quería arrebatar la vida, sino el oro, poniendo un precio intolerable para el rescate si querían recobrar la vida los que capturaba; tras hacer consultas comprendió que debía escapar al peligro, porque su cautividad, si ocurriera, ocasionaría un gran daño a la Orden, así que pasando sus poderes al P. Ambrosio, superior de Nikolsburg, se fue a Viena primero, y luego, persuadiéndole así el Nuncio apostólico y el príncipe de Nikolsburg, salió hacia Roma, para informar a los superiores sobre tantos peligros, llevando como salvoconductos la carta dirigida a dichos superiores por el príncipe de Nikolsburg, que dice como sigue:

“RR. Padres,
Habiendo venido a Viena el P. Onofre del Smo. Sacramento para pedirme consejo sobre qué debería hacer en medio de tantos peligros como hay en toda la provincia de Moravia y en los reinos vecinos, yo le persuadí para que se fuera a Italia, sobre todo porque el enemigo toma prisioneros a los pobres superiores religiosos, y de buena gana se los lleva cautivos para pedir un rescate por su vida. Como dicho padre es la cabeza de la provincia, sería difícil redimirlo. Y tampoco parecía posible pasar a Polonia sin un claro peligro de muerte, porque hay que atravesar territorios de herejes, que se insurgieron principalmente contra los jesuitas, cuyo hábito es parecido al que llevan ustedes, y creo que sin duda si se quedara en Polonia entraría él mismo en el matadero. En fe de lo cual quise recomendar a un varón tan emérito y celoso promotor de su santo instituto, y querido para mí, en pocas palabras, encomendándome a sus santos sacrificios de la misa. En Viena, 22 de julio.
Príncipe Maximiliano de Dietrichstein, fiel siervo de vuestras paternidades.”

Y así el R.P. Onofre, recomendado por nuestro príncipe y asociado con un P. conventual, asesor del S. Oficio de la Inquisición en Polonia, salió a finales de julio hacia Venecia, y después hacia Roma. Poco después se vio forzado a seguirle el P. Alejandro, superior de Litomysl, pues se encontraba en un peligro semejante, pues se anunciaba que los ciudadanos de Litomysl serían llevados cautivos a Landskrom. En realidad él, con el auxilio divino, frustró la esperanza de los enemigos, porque se escapó muchas veces de improviso de Litomysl.

Visitas y protección real

En medio de estos peligros y tumultos bélicos el emperador convocó un Consejo Provincial en Nikolsburg, al cual no desdeñó acudir en persona para tratar sobre los asuntos del bien público. Se dice que en esta ocasión adornó con su augusta presencia nuestra iglesia en la fiesta de la degollación de S. Juan por la tarde, y que fue recibido con reverencia religiosa por el P. Ambrosio de Sta. María, superior de la casa.

Se escribió que el serenísimo rey Ladislao hizo el mismo honor a nuestro oratorio de Varsovia en la fiesta de los SS. Primo y Feliciano, mártires. Acompañado por su serenísima reina consorte, el príncipe Carlos de Neoburgo, y muchos miembros de la nobleza polaca, descendió allí para honrarlos como patronos suyos, y después de celebrada la misa solemnemente por el obispo de Poznan, se dignó interesarse con gran afecto. Aunque nuestra casa allí estaba aún sin fundamentos, no era el problema material lo que le preocupaba, sino nuestras dificultades en Roma, que fácilmente habían sido comunicadas a los oídos reales, sin que pareciera que estuviera inclinado a dejar de favorecernos, sino más bien todo lo contrario, pues quiso que se hiciera público que él era nuestro protector escribiendo de la manera siguiente al eminentísimo Cardenal Savelio:

“Eminentísimo y reverendísimo señor,
Acerca de la Orden de los Pobres de la Madre de Dios, comúnmente llamada de las Escuelas Pías, no podemos tener sino una óptima propensión e inclinación por nuestra parte, porque no hace mucho vinieron a nuestro reino algunos padres de dicha religión para hacer una fundación, que constituimos gratis, y ellos viven allí con una vida tan ejemplar que son realmente merecedores de nuestro patrocinio. Hemos oído que en Roma todo el cuerpo de la religión padece no pocas perturbaciones, quizás por culpa de algún miembro corrompido, el cual, una vez separado, creemos que todo el resto puede salvarse; por su mérito nos inclinamos a recomendar este negocio a la autoridad de vuestra eminencia, para que se haga justicia a quienes amamos; no vacile en interponer su oficio a instancia nuestra ante quienes pueden favorecer a la religión citada según convenga. Sepa Su Eminencia que dando a conocer nuestro deseo hará una cosa gratísima para nosotros, y recuerde que con ello nos obliga eternamente a estar a su disposición.”

Así escribió el serenísimo rey en Varsovia a favor de nuestra orden el 20 de agosto de este año.

Otra del mismo lugar

No fue menos solícito por nosotros el duque Ossolinsky, que escribió al eminentísimo Cardenal Barberini lo que sigue:

“Eminentísimo y Rvmo. Sr. Cardenal,
Se afligen en exceso todos los que movidos por el ejemplo y la santidad de vida del instituto de las Escuelas Pías procuraron introducirlo aquí, porque al parecer por el exceso de unos pocos se busca ahí la dispersión y la infamia de toda la Orden. Hace algún tiempo que yo conocí este instituto santísimo, y es más necesario para la república cristiana que la enseñanza de las ciencias especulativas. No podemos, por lo tanto, sino recomendar con gran fervor a Vuestra Eminencia la conservación del buen nombre de esta Orden, dedicada a la vida apostólica, contra los temerarios y ambiciosos que intentan dañar a su madre. Será para mí y para los demás agradable<ref group='Notas'>En el original: volupe; ASP: volupte (?). </ref> oír que se ha tomado alguna piadosa resolución de acuerdo con nuestro deseo, cosa que ardientemente suplico, para que podamos evitar los escándalos que podrían originarse en estas tierras septentrionales nuestras el hundimiento de esa Orden, que es muy estimada incluso por los herejes. Varsovia, 10 de agosto de 1643. Devotísimo y obligadísimo siervo, Duque de Ossolinsky”.

Y hasta aquí las noticias de Varsovia.

Se ponen los fundamentos del colegio de Podolín

El 27 de mayo se puso la primera piedra o piedra angular del colegio de la fundación de Lubomirsky, pues el P. Juan Domingo, superior local, aún no había tenido noticia del visitador apostólico Pietrasanta, y en consecuencia puso a trabajar a 20 albañiles con 50 peones. Como la fama de la obra llegó hasta el obispo de Eger, este invitó al padre superior, y según lo prescrito en nuestras Constituciones le ofreció una fundación de nuestro instituto en su ciudad residencial. La cual gracia habría sido aceptada sin duda si no hubieran sido obstáculos nuestros asuntos romanos y la falta de sujetos.

El 18 de junio, después de cantar la misa del Espíritu Santo y el Veni Creator Spiritus en presencia del vicepalatino de Cracovia, del capitán de Podolín, los jueces y consejeros del senado, se abrieron las puertas de las Escuelas de Podolín, de las cuales leo que los primeros maestros fueron el P. Agustín de San Carlos y el P. Lucas de S. Luis. Se esperaban más maestros, que de hecho estaban viniendo de Italia.

Sin embargo pronto tuvo lugar el comienzo del curso en la casa de formación de los clérigos, y se explicaba al mismo tiempo públicamente la doctrina cristiana, con tal provecho que en poco tiempo 30 herejes pasaron de su error a la verdad ortodoxa, con la habilidad del P. Juan Francisco y la ayuda del Señor, de lo cual fue también informada la Sagrada Congregación de Propaganda Fide el 4 de septiembre.

Se crea una Congregación de cardenales para decidir sobre nuestras cosas

Ahora referiremos lo que se hacía en Roma por parte del P. visitador.

Quizás al principio de septiembre se terminó la visita. Pero mientras se sondeaba<ref group='Notas'>Original: foret. ASP añade (?)</ref> qué relación emitir sobre ella, quizás a instancia del P. visitador o del P. Mario se constituyó una nueva Congregación de cinco cardenales por orden de Su Santidad el Papa, para discernir sobre nuestras cosas. Los nombres de esos cardenales son los que siguen: Em. Card. Julio Roma, Em. Card. Bernardino Spada, Em. Card. Juan Bautista Pamphili; Em. Card. Lelio Falconeri; Em. Card. Marcio Ginetti; Rvmo. Sr. Paolucci, secretario de la Sag. Congr. tridentina; Rvmo. Sr. Albizzi, asesor de la Sag. Congr. del Santo Oficio de la Inquisición.

Nombra esta Congregación nuestro P. General escribiendo una carta el 26 de septiembre al P. Vicente de la Concepción con estas palabras: “El P. visitador ya ha entregado la relación a los Sres. Cardenales delegados, quienes se espera que darán una resolución en pocos días. Quiera Dios que, como esperamos, sea para bien de nuestro instituto”.

El mismo P. visitador, en relación con lo mismo, escribe a alguien: “Me parecía conocer los suficientemente bien en qué estado se encuentra la Orden como para dar una relación a los señores cardenales, y se la di, tanto oralmente como por escrito. Escribo esto para que algún día cualquiera sepa lo que quede y lo que pueda resultar de todo lo que dije… Pues procuré ser fiel a mi obligación, que es ser fiel ante Su Santidad, y el tribunal supremo.” Confirma lo dicho escribiendo desde Frascati: “Llevé a cabo esta visita apostólica lo mejor posible, a pesar de todos mis asuntos, e indisposiciones, y por mandato de Su Santidad entregué la relación a la Sagrada Congregación, y me preocupé de que se les enviara rápidamente, pero dudo que quizás ellos se tomarán mucho tiempo, pues los eminentísimos están ocupados en mil asuntos. Estaré también ocupado en la visita de una abadía de Tres Fontes, donde pasaré alrededor de un mes. Roma 26 de septiembre.”

Relación de la visita entregada a la Congregación de cardenales.

Por lo demás, aquí está la relación de esta visita escrita y enviada a los cardenales:

“Eminentísimos y reverendísimos señores.
Puesto que ya he realizado la tarea que me señaló Su Santidad de visitar la Orden de las Escuelas Pías, me siento obligado por mi condición a exponer el presente escrito a vuestras eminencias.
La Orden de las Escuelas Pías tuvo su origen en algún momento bajo el pontificado de Clemente VIII; Paulo V la admitió como Congregación de sacerdotes seglares con votos simples dispensables por él y la sede apostólica. Finalmente Gregorio XV la sublimó como Orden con votos solemnes mediante un breve propio, y además confirmó sus Constituciones con otro.
La Orden así nacida creció en Italia, y llevó sus fundaciones a Germania y Polonia, de las que tiene divididas en varias provincias unas cincuenta; quizás un centenar de sus religiosos viven en Roma.
Este instituto, en lo que se refiere al bien del prójimo consiste en enseñar a los niños desde los primeros elementos a leer, escribir, hacer cuentas, latín y principalmente la piedad y la doctrina cristiana. Por lo cual muchos consideran que esta orden es útil y necesaria en la Iglesia de Dios.
En lo que se refiere a la vida religiosa, es de gran perfección: profesa la pobreza y austeridad de vida en verdad rigurosas, y se puede dudar si acaso los esfuerzos con que se fatigan continuamente son discretos y mesurados.
El cuerpo místico de este instituto tiene una cabeza y unos miembros totalmente sanos, ya que el General es virtuoso junto con muchos religiosos, y de rectitud irreprochable. Sin embargo, al considerar el estado presente, se ve que sufren alguna alteración corrompida.
Pues en primer lugar hay muchos, tanto aquí en Roma, como en otras provincias, que piden que se pruebe la nulidad de su profesión, con la intención de volver al mundo, y se fundan en que no se observaron las bulas de los sumos pontífices que dicen que la admisión y educación de los novicios deben hacerse en un lugar separado de los profesos; igualmente dicen que no se observaron las Constituciones propias, en lo referente a la visita cuatrimestral, y en la votación acostumbrada por parte de los profesos antes de emitir la profesión.
Y aunque Su Santidad nuestro señor el Papa Urbano decretó por un breve especial imponiendo silencio en esta materia, diciendo que las profesiones hechas de ese modo eran válidas, y supliendo todos los defectos que pudieran aparecer, y que de hecho ocurrieron en tales profesiones, sin embargo como parece que no se ha logrado lo suficiente, piden que se escuche lo que prescribe al respecto el S. Concilio de Trento, pues dice que ya empezaron a reclamar hace cinco años.
Y es necesario decir que hay un número no pequeño de tales reclamantes, que ya han salido de la Orden, según consta por algunos más celosos. Lo cual puede ser confirmado por la misma Sacra Penitenciaría romana; en cualquier caso son numerosos los que quieren la anulación, y que se alegran de lograrla. Y puesto que esto ocurre en una Orden que no tiene muchos sujetos y que además está en los principios, cuando los sujetos deberían crecer en el espíritu, se puede fácilmente presumir que todo el cuerpo está infecto con una grave alteración.
La causa de tantos males viene de que no se ha cuidado y se ha descuidado el examen de los sujetos que son admitidos en el instituto. Además, de una mala formación en el noviciado, pues está claro que la plebe no tiene disciplina y carece de educación civil, antes de que puedan aprovechar algo en el espíritu son arrojados a enseñar en las escuelas y a hacer las colectas para completar las casas que los reciben, que más bien necesitan sujetos hábiles.
A aumentar los males citados contribuye no poco la austeridad del mismo instituto, que si bien es en sí laudable, en la práctica no parece que sea adecuada para tantos trabajos. Ahí está lo que dijeron muchos con los que hablé en el curso de la visita, y que se quejan bastante contra los ayunos, los pies descalzos, las camisas de lana, las frecuentes disciplinas, la dureza de la cama y otras mortificaciones, de las cuales desean alguna moderación los que en el fondo aman a su Orden.
En relación con esto, los que claman por la nulidad de las profesiones ponen completamente en duda si la Orden está confirmada por las causas que luego se exponen, de lo cual llegan a concluir que no están obligados a observar los votos esenciales. Por lo cual la obediencia parece más servil que religiosa; la pobreza degenera en el vicio de la propiedad, por lo cual no llevan camisas de lana sino de lino (excepto el cuello, para que parezca que toda es de lana) que les traen a escondidas sus amigos. Sin embargo la castidad es observada, pero por propia honradez cristiana por parte de los hermanos operarios, y por reverencia al orden sagrado por los sacerdotes y demás que se distinguen por ello.
De aquí que hay muchos además de los reclamantes que están persuadidos de que la religión es nula, y por consecuente lo son los votos, y tienen como cosa segura que al final de esta visita apostólica se dará un edicto público para que cada cual abandone el hábito y se vaya a su casa. Con tal fin incluso hay muchos que han juntado alguna suma para comprar ropa seglar, dejándola en casa de amigos. De todo lo cual no puede sino deducirse que en este cuerpo místico se esconde algo grave, o más bien que hay un problema evidente.
Por otra parte, hay un gran número de hermanos operarios en esta orden que aspiran al clericato y presbiterado, aunque la mayor parte son ya de edad avanzada e ignoran los requisitos para este honor, pues son iletrados e ignorantes. Estos se basan para ello en que fueron admitidos al cuerpo de la Orden antes de que hubiera una distinción clara entre clérigos y laicos, y en que hicieron la profesión común con los clérigos, con el voto de enseñar en la escuela. Y como el P. General, fundador del instituto que de hecho aún vivo, dijo que en este instituto enseñar en la escuela era el equivalente del coro, de ahí arguyen que lo mismo que en otras órdenes los que son admitidos al ministerio del coro entran en el camino del clericato, lo mismo los que enseñan en las escuelas por esa razón deben ser incorporados al estado clerical.
La mayor parte de ellos vienen de una familia de bajo origen, por cuya causa no habrían podido tener suficiente patrimonio para conseguir el sacerdocio. Además en la Orden sólo ejercieron oficios humildes, con los cuales se ganaban el pan en el mundo, y sólo por accidente fueron dedicados a la actividad escolar, y enseñaban a leer y a escribir. Si a partir de ahí aspiran al sacerdocio, lo hacen movidos no por el espíritu divino, sino más bien por un espíritu ambicioso de precedencia.
Lo tercero es que los que aspiran al clericato, no se conforman con la eminencia sacerdotal, sino que también piden el derecho de antigüedad. Una vez admitido y concedido el cual, uno que haya vivido muchos años como laico, por el hecho de ser hecho sacerdote debería preceder incluso a aquellos que en la orden han sido adornados con el cargo de superior provincial, o visitador general. Y este derecho lo exigen con tanto ardor, incluso antes de alcanzar el clericato, que uno durante mi visita, en el momento de acercarse a comulgar se atrevió a pedirlo no sin grave escándalo y perturbación de los demás.
Estos son los tres desórdenes principales, expuestos hasta aquí, de esta Orden. ¿Qué otras razones los producen? No omitiré presentarlo claramente a vuestras Eminencias en otro momento.
Los demás que no están mezclados con estos pretendientes son buenos religiosos, y en cuanto pude conocer de sus disposiciones, en lo que se refiere al voto de castidad tienen buen olor, buena fama, buen nombre. Solamente se podría decir que hay una cierta sombra oculta de ambición a la que están pegados principalmente los que ejercen el gobierno. Pues buscan mantenerse o conservarse perpetuamente en sus cargos, y son más bien una carga que un honor para los súbditos, pues ellos mismos se eximen de las cargas y hacen gemir a los súbditos bajo ellas, y proceden con ellos no sin ordinario rigor, y conservando la caja del dinero que viene principalmente de legados de bienhechores piadosos, levantan la sospecha de avaricia al amontonar, de prodigalidad al distribuir, no queriendo en modo alguno asociarse a los demás.
Pero también en los súbditos se ve que reinan muchas pasiones, especialmente la irascibilidad, que ciertamente tienen menos mortificada que muchos seglares. La cual muestran muchas veces no tanto con palabras sino con golpes, con signos y ejemplos de ello. Un espléndido testimonio podría ser el caso que ocurrió con el P. Mario en Florencia, quien por los golpes recibidos cayó al suelo medio muerto, todo ensangrentado. El P. Santiago, compañero del P. General, fue golpeado tres veces, de manera que para librarlo de ese peligro al principio de mi visita lo envié a Nápoles. Hace unas pocas semanas en Poli un sacerdote golpeó a un maestro, y no contento amenazaba, si no lo hubieran apartado del otro, de no parar hasta verle exhalar el alma. Al formar un proceso por ese caso se vio que era ya reo de ese crimen por tercera vez, sin ningún respeto por los cánones. Una vez fui advertido aquí en Roma por la tarde de que dos de los pretendientes al clericato rodeaban armados de puñales a uno u otro sacerdote con idea de herir a los que les contradijesen. Procuré evitar este peligro con buenos remedios. Y estos excesos no son sólo de temer viniendo de parte de los ordinarios hermanos reclamantes, sino también de los superiores, como nos enseña el ejemplo del P. Mario.
Y que lo que me dijeron no es falso me lo enseña la experiencia. Pues en la ejecución de mi cargo, que tengo en común con 4 asistentes, tuve que obrar para calmar las pasiones de los mismos asistentes, pues en mi presencia prorrumpieron en tales furias que son indignas de un religioso. A la segunda vez les puse cara seria, para que se dieran cuenta, y de hecho se humillaron, y reconocida y confesada la culpa, me dieron un abrazo como signo de reconciliación. A la tercera vez que reincidieron en lo mismo, tuve necesidad de mostrarme enfadado, por lo cual como signo de protesta con respecto al cargo que comparten conmigo, les dije que ya no asistiría a ninguna reunión de Congregación, y de hecho no aparecí en dos meses. ¿Hará falta que les diga, lo dejo a la consideración de vuestras Eminencias, qué es lo que no ocurrió en mi ausencia? Pues los mismos celebraban sus reuniones, aunque privados de la reverencia de mi presencia, y decidieron cosas que no se atreven a hacer, carentes de virtudes, empequeñecidos más de lo normal por la fuerza de sus pasiones e incapaces de controlarlas.
Y estas son las cosas que tenía que decir con respecto al estado de esta Orden. Para acomodarlo no encuentro remedio más oportuno que el que propongo<ref group='Notas'>En el original, subministro. En ASP, aubministro.</ref> en este escrito. A saber, que se abra la puerta, y que salga toda la sangre podrida de este cuerpo afectado por la enfermedad. Quiero decir que se dé la libertad de salir a los que quieran irse, y de quedarse a los que quieran seguir, de modo que estos sean reducidos a un tipo de Orden mejor. Están de acuerdo con migo en esta decisión muchos cuidadosos celadores de la observancia religiosa, entre los cuales también hay algunos que dicen que si yo no consigo de sus Eminencias o de Su Santidad esta libertad, se puede temer que en la Iglesia de Dios, si continúa esta Orden, se sufra un drama mayor que el de Lutero y Calvino en otro tiempo.
Alguien podría responder que difícilmente se podría encontrar en esta Orden alguien comparable a Lutero en ingenio y erudición, y a Calvino en astucia; sin embargo surgiría un problema considerable si una orden relajada de la que brota la corrupción y que se dedica a educar a la juventud, que es como cera para el vicio, imprimiera en ella depravados ejemplos de costumbres y modelos de dogmas. El remedio propuesto me parece tan necesario como fácil de poner en práctica, sin ninguna duda. Pues la opinión de muchos teólogos es que en Italia el instituto de las Escuelas Pías no es una auténtica Orden, y por consiguiente las profesiones de votos son nulas. Y esta opinión no se funda en que no hayan sido observadas las bulas pontificias, o la solemnidad prescrita por sus Constituciones en el caso de emitir las profesiones, sino en que están convencidos de que el breve de Gregorio<ref group='Notas'>En el original: XV</ref> confirmando el instituto y las Constituciones es subrepticio, como se muestra desde el principio. Subrepticio, porque comienza con un relato falso de cuestiones principales y de gran importancia, cuando dice: ‘Como nuestros queridos hijos el Prepósito y los Clérigos de la Congregación de los Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías nos presentaron, para lograr un estado más feliz y próspero de su Congregación, e hicieron otras Constituciones para regirlo, y las escribieron en un volumen según el tenor siguiente… Nosotros, inclinados a las súplicas que nos han presentado humildemente sobre este asunto, aprobamos y confirmamos las Constituciones citadas, en todos y cada uno de los puntos contenidos en ellas, a tenor de las presentes, y les damos fuerza apostólica perpetua e inviolable etc.’
No sólo es falso que los mismos religiosos hicieran estas Constituciones, sino que es incluso falso decir que las vieron, lo cual era necesario si querían aceptarlas para observarlas. Pues la voluntad no actúa a ciegas. Porque el mismo P. General no sólo no las mostró y las comunicó antes de la confirmación, sino que incluso después de la confirmación las mantuvo ocultas para que no las vieran, según dicen los primeros que se consagraron a la Orden.
Sucedió que el mismo P. General me contó que, el Papa le había ordenado que preparara unas Constituciones con un consejo de padres más antiguos en la Congregación, pero el cardenal protector le mando que se fuera a Narni y allí redactara las Constituciones por completo, y después las llevó al Pontífice para que las confirmara.
Es obrepticio porque hay un punto en las Constituciones que repugna al derecho común. Se trata de la concesión al P. General de declarar absueltos de los votos solemnes y despedir de la Orden a los reos de ciertos crímenes, inmunes y exentos por completo de la observancia religiosa. Pues si Paulo V al erigir esta Congregación de votos simples se reservó para sí y para la Sede Apostólica el poder absolverlos, no es verosímil que Gregorio XV quisiera dar este privilegio al P. General de poder dispensar de los votos solemnes. Pues entonces se ofrecería a los súbditos la posibilidad de cometer crímenes, para ser expulsados de los votos y de la vida regular cuando ya no les gustara continuar en ella.
Y estos son dos puntos capitales que prueban de manera suficientemente evidente que la confirmación de esta Orden y de sus Constituciones es nula. Y por consiguiente Su Santidad, conformándose a la opinión de estos teólogos con respecto a la Congregación de votos simples erigida por Paulo V, puede dispensar de los votos a los reclamantes y enviarlos al mundo, y convalidando el sacerdocio a título de pobreza de los que son ordenados, los puede declarar suspensos del ejercicio de las sagradas órdenes hasta que prueben tener un patrimonio suficiente, u obtengan los beneficios para conservar dignamente el decoro sacerdotal. Este es el remedio que me parece mejor para proponer a Vuestras Eminencias, aunque quizás puedan encontrar otros.
Por lo demás pido que se conserve este instituto, acerca del cual yo tenía la intención de exponer solamente las cosas dignas de alabanza, pero puesto que Su Santidad me obligó a presentar a Vuestras Eminencias también las cosas viciosas, me veo obligado a cumplir mi oficio para serle fiel.
El santo concilio de Trento quiso solamente que las religiones relajadas fueran reformadas y devueltas a su pureza original; no parece entrar en la práctica de la Iglesia la destrucción de una Orden a no ser que se la viera totalmente depravada, es decir, que ni la cabeza ni los miembros estuvieran sanos. Pero esto en verdad no lo puedo decir de las Escuelas Pías, pues tiene la cabeza y muchos miembros sanos, de los cuales la Iglesia puede esperar mucho bien, una vez apartados los miembros podridos. De esta manera se cumplirá la primera parte de mi intención como lo insinué al principio de la visita a estos religiosos con palabras del profeta: para que arranques y disipes.
La segunda parte para conseguir fácilmente su fin: para que edifiques y plantes; si se convoca un Capítulo General y las constituciones son puestas a examen por los padres de más autoridad, y se seleccionan y ordenan las cosas que pueden ser practicadas, que ellos mismos procuren su confirmación por un breve sanativo de Su Santidad.”

Estas son las cosas propuestas por este visitador a la Congregación de los cardenales. ¿En qué fecha? ¿En el mes de septiembre? No aparece escrito.

Por lo demás, las consecuencias de este informe se presentarán en otro lugar. Ahora me gustaría recordar la enfermedad y muerte del P. Mario.

Muerte del P. Mario

En cama a causa del cáncer y la lepra durante dos meses e incluso más, dicho padre estaba tan deformado que más parecía un monstruo que un hombre. Los médicos hicieron todo lo que pudieron, o más bien todo los que su ciencia pudo hacer aplicando remedios. Pero todo fue en vano y equivocado. De nada sirvió hacerle sudar, ni los baños sulfúreos, ni prepararle cataplasmas, ni una oveja destripada en cuyo interior fue envuelto, ni amargas pociones, ni comer víboras y serpientes, ni ninguna otra cataplasma, que más bien le dieron un aspecto horrible. Hasta tal extremo le llevó esta enfermedad que su cuerpo parecía que no estaba cubierto de piel, sino de escamas y cortezas, de modo que parecía más bien tostado y asado, y por eso desesperado con respecto a los médicos. El P. General no desdeñó acercarse al colegio Nazareno, donde yacía, queriendo exhortarle, y prepararle mediante una sincera reconciliación para el tránsito eterno, pero el P. Mario prefirió evitar la reconciliación, pues le dijo que no quería incomodarle admitiéndole en su presencia, cuando tenía otras cosas mejores que hacer.

Con tales palabras despidió al Padre General. Sin embargó admitió al P. Pedro de la Natividad de la Virgen, pues le rogaba que le permitiera asistirle, aunque pasó algunos días sin que nunca le pidiera confesarse, ni que le administrara ningún otro sacramento. El P. Vicente, a quien seguimos al escribir esto, piensa que se confesó con el P. Esteban de los Ángeles, aunque no lo afirma. Llamó junto a sí al P. Visitador entre otras cosas para recomendarle a su sucesor, y lo mismo repitió al Rmo. Sr. Asesor, que vino a visitar al enfermo. El cual sin duda prometió que lo haría para darle un último consuelo, como lo probaron los hechos más tarde. Por fin, habiendo perdido todas las fuerzas, perdiendo también poco a poco el habla y la voz, expiró mientras el P. Pedro hacía la recomendación del alma, yendo al tribunal en el cual no tendría ningún asesor de la tierra que le ayudase. Este fallecimiento ocurrió el 10 de noviembre. Pero fue sepultado en la iglesia de San Pantaleo, sin nadie de fuera presente, tal como lo había pedido. Sin embargo al día siguiente se pidieron los sufragios a las provincias y casa con la carta siguiente:
Carta del P. Pietrasanta
“Complació a su Divina Majestad llamar a sí al P. Mario de S. Francisco con tales signos de las cosas celestes como puedan desearse en cualquier buen religioso. Vuestra Reverencia se encargará de que se hagan por él los debidos sufragios con las misas y oraciones acostumbradas, recomendándolo de mi parte a todos los padres y hermanos de sus comunidades. Debo comunicar también a vuestra reverencia que la Sagrada Congregación creada para los asuntos de las Escuelas Pías en lugar del difunto ha nombrado como superior único y universal de toda la Orden al P. Esteban de los Ángeles, al cual se le prestará la obediencia debida, que V. R. procurará en todos sus súbditos, para que todos le reconozcan a él como superior, a cuyas oraciones y sacrosantos sacrificios de la misa deseo encomendarme. 11 de noviembre de 1643. Siervo en Cristo de Vuestra Reverencia, Silvestre Pietrasanta. Juan Antonio de la Natividad de la B. Virgen, Secretario.”

Breve a favor del P. Cherubini

Así, pues, en la misma carta en que se describe el fallecimiento, se comunica que por un breve apostólico particular el P. Esteban de los Ángeles, que ejercía el cargo de Procurador General desde el 16 de mayo de este año, había sido declarado sucesor del P. Mario. Ese breve, que por muchos fue considerado subrepticio, le causó muchas contradicciones, pues decían que era indigno de ese cargo, y pedían a toda costa a la sagrada Congregación que lo depusieran. El breve expedido a su favor dice así:
“Urbano VIII, Papa, para futura memoria.
Como nos hemos enterado que Mario de S. Francisco, sacerdote de la Congregación de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, que en vida fue delegado por Nos para gobernar dicha Congregación y para dirigir el colegio Nazareno de la ciudad junto con nuestro querido hijo Pietrasanta, sacerdote de la Compañía de Jesús, ha dejado recientemente el reino de los vivos, queriendo en consecuencia proveer de un sacerdote de la misma Congregación para el cargo del dicho Mario, confiando mucho en el Señor en la fe, doctrina, prudencia y celo religioso del querido hijo Esteban de los Ángeles, sacerdotes de dicha Congregación y procurador general de la misma, le absolvemos y declaramos absuelto de cualquier excomunión, suspensión, prohibiciones y otras sentencias eclesiásticas, censuras y penas, de derecho y personales por cualquier ocasión o cualquier motivo si existieran asociadas a ellas para conseguir los presentes efectos, y tras pedir consejo a la Congregación particular para tratar sobre los asuntos de la Congregación citada, constituimos con apostólica autoridad a tenor de las presentes al citado Esteban en lugar del citado en otro lugar Mario para gobernar la citada Orden y dirigir el colegio citado con el nombrado Silvestre, independientemente de todas y cada uno excepto del mismo Silvestre presentado por<ref group='Notas'>En el original: ab. Falta en ASP.</ref> la Congregación encargada por nosotros, tal como fue propuesto por la misma Congregación, y damos facultad al mismo Esteban para gobernar dicha Congregación y regir el colegio en unión con el citado Silvestre, y nadie más, sin intervención del querido hijo Superior General, suspendido a beneplácito nuestro y de la Sede Apostólica del gobierno de la Congregación. Y concedemos la misma autoridad de los asistentes antiguos y nuevos, para que todo lo que fuera hecho por los citados Silvestre y Esteban en el gobierno tanto de las cosas espirituales como las materiales de la Congregación citada y de la administración de dicho colegio obtenga del mismo modo la firmeza y el vigor plenos como si fuera hecho por al superior general y sus asistentes según las Constituciones de la misma Congregación confirmadas por autoridad apostólica. Y de este modo y no otro deberá juzgarse en relación con lo dicho por los jueces ordinarios y sus delegados, incluso los auditores de las causas del palacio apostólico, y los cardenales de la S. R. E. delegados, y debe definirse y decidirse según ello, y declaramos nulo e inválido si a alguien, con cualquier autoridad, de manera consciente o inconsciente, atentase contra ello.
Además mandamos en virtud de santa obediencia, y bajo penas a nuestro arbitrio, a todos y cada uno de los Superiores, de cualquier tipo y demás clérigos a los que concierne que reciban al citado Esteban conjuntamente con dicho Silvestre como encargado del gobierno de dicha Congregación y administrador del colegio citado, y reconozcan sus órdenes y cumplan sus avisos reverentemente, y procuren cumplirlos eficazmente, de lo contrario la sentencia o castigo que reciban la declararemos firme, o serán considerados como rebeldes, y los dejaremos en manos de Dios hasta que observen inviolablemente una satisfacción digna, no obstante cualquier tipo de constituciones y ordenaciones apostólica y de dicha Congregación.
Dado en Roma, en S. Pedro bajo el anillo del Pescador, el 11 de noviembre de 1643, 19 de nuestro apostolado. M. A. Maraldo.”

¿Subrepticio?

Este es el breve a favor del P. Esteban. Nos hace pensar que es subrepticio en primer lugar la narración de la muerte, pues dice “recientemente” difunto en lugar de “ayer”. En segundo lugar, la misma rapidez en expedirlo, pues en un solo y mismo día debió haberse indicado el caso particular a la Congregación de los eminentísimos, tenerse la sesión, tomar la decisión, hacer una relación informativa a Su Santidad sobre lo anterior, y expedir al menos la minuta, si no el mismo breve, lo cual, viendo cómo funcionan los asuntos de la curia apostólica y el procedimiento para expedirlos, parece que sea totalmente increíble. Incluso la inscripción del año corriente de pontificado. ¿Por qué para la expedición del breve del P. Mario se dice que es el año vigésimo, y para el siguiente se dice que es el décimo nono? Callo el objetivo de dicho oficio, que resulta completamente de la recomendación de Mons. Albizzi y de Pietrasanta. Mereció ser contestado por la mayor parte de la Orden, y que en muchas ocasiones se pidiera a la S. Congregación creada para nuestros asuntos que no se anunciara aquél como nombrado para el gobierno de toda la Orden hasta que se discutiera sobre los méritos y se tomara una decisión sobre si merecía ser honrado para ocupar tal dignidad.

¿Restauración del P. General?

Y como lo que más quería la Orden para su propia marcha y para su decoro era que se restauraran en sus cargos y en su honor el P. General con sus asistentes, se enviaron reverentemente algunos escritos suplicando con ese fin a la S. Congregación, puesto que, como decía el mismo Pietrasanta, no se habían encontrado en la visita tantos desórdenes como se creía, y además no se veían defectos en la misma cabeza, como se ve en la primera relación. Sin embargo, todos los intentos resultaron inútiles, pues la Congregación estaba de parte de Albizzi, y también se hizo publicar al P. Esteban por medio de la carta del P. visitador en todas las provincias, y también por fin en la casa de S. Pantaleo, aunque toda la comunidad, o al menos la mejor parte de ella, se puso a temblar cuando el breve fue reconocido. Sobre ello escribe el mismo P. General al P. Vicente en Nápoles: “Por la presente le informo, como ya se habrá enterado por otros medio, de que el P. Esteban se ha colado a hurtadillas en el gobierno de la Orden en lugar del P. Mario, por ser favorecido por el P. visitador y Mons. Albizzi, y además (según dicen) por la Congregación de los señores cardenales delegados. No conviene, pues, oponerse a dicho P. Esteban, por el bien de la Orden. Sobre lo cual podrá informar a toda su comunidad. Roma, 21 de noviembre.”

El 28 del mismo al mismo: “Conviene tanto a V. R. como a todos los que aman la Orden, la tranquilidad común, tener paciencia durante un tiempo, y encomendarse a Dios. Procure pues que sea amado y temido por todos los que están al cargo de V.R., no sólo por los novicios, sino también por los profesos, de modo que, unidos en la caridad, promuevan el instituto para gloria de Dios y utilidad del prójimo.” Y él mismo repetía lo mismo en muchas otras, pues aunque ahora estuviese prácticamente fuera del gobierno, sin embargo nunca dejó de manifestar su preocupación por la Orden; al contrario, principalmente entonces cuando aquella nave evangélica experimentaba el peligro de hundirse, y no podía esperarse que iría a protegerse en un lugar seguro, cuando sin duda estaba confiada al gobierno de pilotos escasamente fieles. Mostraré esto claramente en una carta del P. Pietrasanta a algún bienhechor nuestro, para que adivinéis lo que se ve en ellas que se podía esperar. Así dice el texto:
“Ilustrísimo Señor,
Me son muy conocidos los favores hacia la Orden de las Escuelas Pías que Va. Señoría ha mostrado, por el relato de estos padres que guardan un vivo recuerdo de vuestra señoría con afecto grato, y lo dan a conocer con alabanzas dignas. Y yo considero magníficas todas las cosas, especialmente porque permiten ver, después de la gloria de la Divina Majestad, la virtud y la santidad del P. General y del P. Pedro. Las cuales (le aseguro a su señoría) no disminuyen en absoluto por la presente suspensión de sus oficios, al contrario, más bien crecen en la vida privada de uno y otro; por lo cual vuestra señoría tiene mayor ocasión, me digo, de seguir favoreciéndolos con su afecto. No digo que no pretenderé intentar volver sus asuntos a su prístino estado, al contrario, pretendo quebrar el insensato afecto de algunos, con aquellos medios que permitan a los que cayeron volver con esfuerzo a su estado primero. Vuestra señoría es prudente. Roma, 29 de agosto de 1643. Silvestre Pietrasanta.”

Expedición del Conde de Magnis a Milán

¿A quién fue dirigida esta carta? No es fácil decirlo, pues falta la dirección. Pero hay indicios de que fue escrita a nuestro conde de Strasnize, Francisco de Magnis, que siempre se encomendaba tanto a las oraciones del P. General y del P. Pedro. Este mismo año precisamente se encargó de conducir hacia<ref group='Notas'>En el original: versus. En ASP, … </ref> Milán un ejército de soldados alemanes que le fue confiada por el Marqués de Castro, embajador del rey de España en la corte imperial, para ponerla al servicio del rey católico. Que la llevó más tarde lo atestigua el mismo Ilmo. Sr. Conde de Pavía escribiendo a Roma con fecha 13 de agosto pidiendo que continuara ofreciendo por él sus santas oraciones, que confiaban que serían completamente saludables y eficaces por los méritos del P. General.

En este año hay que anotar el regreso de los PP. Visitadores de las provincias, así como la llegada del P. Onofre desde Germania a Italia, aunque no sabemos con exactitud en qué momento. Cierro el año presente con el recuerdo del H. Juan de S. Carlos, también llamado de la Pasión del Señor, que murió piadosamente en Poli el 19 de septiembre a los 59 años de edad, habiendo llevado el hábito de nuestra Orden durante 26 años de virtudes famosísimas, marcadas por la asidua meditación de la Pasión del Señor, de donde le viene el nombre que le dieron. Era de la diócesis de Alba, y profesó como hermano operario. Pasemos ya al

Notas