BartlikAnales/1642

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Año 1642 de Cristo. Cuadragésimo quinto de las Escuelas Pías. Vigésimo de Urbano VIII.

Ephemerides Calasactianae XXIII (1954, 89-92)

El presente año viene anotado con una piedra negra, tanto por los crueles movimientos bélicos de Marte, y los miedos que pasaron los nuestros en Moravia, como por las varias perturbaciones que nuestro instituto sufrió, principalmente en la provincia de Toscana, y luego por los males que oprimieron a la cabeza de la Orden (me refiero al P. General con sus asistentes) en todo el orbe, y en la ciudad de las ciudades. Presentaremos, y en orden requerido, sólo las cosas que conviene extraer para noticia de los venideros.

Comienzo diciendo que Mario, el nuevo provincial enviado a Toscana por orden del Santo Oficio e intruso en este cargo, es la raíz y el origen principal de todos los males que se originaron en esa provincia y en la ciudad. Este, después de enviar al P. Bernardino como su comisario a Florencia, para que explorase los principales asuntos de su provincia, en enero del corriente año (alguno dice que en marzo, pero está equivocado, porque en febrero se leen ya varias cartas escritas por él) salió de Roma hacia Florencia, después de publicar la patente de su cargo. Poco después, olvidando las promesas hechas al P. General y propias de su cargo, inflado por su espíritu fastuoso, se puso a nombrar y quitar superiores caprichosamente; se lee que en Florencia hubo tres en un año. Y en las escuelas hacía lo mismo, perturbando el curso con los frecuentes cambios de maestros, y a causa de ello desde el principio de su mandato su presencia no fue grata, y de este modo desapareció toda confianza hacia él, y consecuentemente se vio que era difícil prestarle obediencia. Lo cierto es que con respecto a la autoridad que tenía para llamar según su voluntad sujetos para su provincia (pues el mismo P. General daba rigurosas obediencias), no rehusaron ir a Florencia, a pesar de las grandes incomodidades de algunas casas, la pérdida de tiempo y el despojo de algunas comunidades pobres a causa de los gastos de los viajes, pero no siempre se apresuraron a darle gusto poniéndose rápidamente en camino, pues sus humores eran bien conocidos por casi todos. El P. General por su parte hizo bastante para que los enviados más próximos fueran rápidos, porque si no volaban inmediatamente, se atrevía a quejarse de ellos al santo tribunal de la Inquisición, por lo que el P. General era fuertemente presionado, como se ve por la carta que sigue.

“Día 22 de marzo de 1642.Por orden de Rvmo. Sr. Comisario General del Santo Oficio en la ciudad. Yo etc. llegué al convento de San Pantaleo, en el que residen los padres de las Escuelas Pías, y presentes ante mí, y con testigos, les mandé por orden de la S. Congregación del Santo Oficio, y del Rvmo. Sr. Comisario, que cuanto antes y sin ninguna réplica envíen a Florencia todos aquellos padres de dicha orden llamados y requeridos por el P. Mario, provincial de esa orden en la ciudad de Florencia, con graves penas al arbitrio de la misma Sagrada Congregación en caso de mínima repugnancia y oposición. De lo cual etc. En Roma, en el mismo convento. Francisco Ricardo, sustituto del D. Juan Antonio Tomás, notario de la Santa Inquisición romana y universal.”

Y entre los casos que ocurrieron de los que el P. General no tenía culpa, quizás está el del P. Juan Lucas de la B. Virgen, que entonces estaba al servicio del gobernador de Savona, y que no pudo despedirse tan pronto como urgía el P. Mario. Llegó en mayo, y aceptó el oficio de superior, como muestra la carta de fecha 31 de mayo enviada al mismo P. Mario, que comienza así: “Me alegro de que haya llegado el P. Juan Lucas y de que haya aceptado el cargo de Superior; espero que lo ejerza para el bien común y con toda satisfacción”. Así escribió el P. General. En Pisa sin embargo el mismo P. Mario no pudo hacer nada para ejercer su jurisdicción, pues se le opuso el gobierno de la ciudad, y no quisieron en modo alguno admitir al P. Camilo de S. Jerónimo, ni el cambio de los demás maestros. ¿Qué hizo Fanano? No aparece anotado específicamente, pues, como en Pisa, tampoco permaneció mucho tiempo en Fanano, por las razones que se citan más tarde.

Entre tantos disturbios ocurridos en la casa de Florencia, como dijimos, ocurrió uno en especial, pues lo mismo que solía hacer antes, ahora tampoco dejó de buscar la familiaridad con la gente de fuera, y estaba muy pendiente de lo que ocurría en el exterior; quizás se sentía más atraído por lo de fuera que por lo de casa. Además del citado Rvmo. Inquisidor Mozzarelli, del que ya hemos hablado antes, buscó el trato de otros mecenas, visitando y saludando aquí y allá, ofreciendo los respetos a la gente. Al final visitaba también la corte ducal, y como los parásitos, a veces solo, a veces paseando mezclado con los oficiales, contando y escuchando noticias, perdía el tiempo.

Incluso entraba muchas veces en la secretaría y en la cancillería del serenísimo duque, y no enrojecía al preguntar curioso por las cosas secretas que se iban haciendo, como Hefestión con respecto a Alejandro. El mismo podía haberse dado cuenta fácilmente de que esa curiosidad desagradaba, por ciertas señales, pero como, incauto, fue delatado al Serenísimo como molesto, se le prohibió la entrada a la corte en lo sucesivo, por lo cual, sintiéndose tratado con desprecio por este hecho, se puso hablar mal ante varias personas de los cortesanos e incluso del serenísimo, para mal suyo. Pues denunciado sobre ello ante el Serenísimo, se le ordenó abandonar Florencia en 24 horas, por las buenas o por las malas. Lo tuvo merecido. Luego fue a Pisa, creyendo que podría vivir más libremente, pero le fue peor. Pues hablando también allí más de la cuenta, poco después fue obligado a irse, ciertamente con gran oprobio y deshonor para nuestro instituto. Por fin fue a Fanano, pero por decreto del Duque tampoco pudo ser reconocido y respetado como provincial. ¿Qué hacer, a dónde ir? El necio volvió después a Roma, para que el tribunal de la Santa Inquisición tendiera su escudo y le protegiera. Y estos son los preliminares de los hechos de Mario en este año. Seguirá el resto.

Mientras tanto en Moravia y en Bohemia, lo que se hacía para el incremento de nuestra Orden molestaba muchísimo a los envidiosos. Algunos, queriendo poner obstáculo a que continuáramos en nuestros edificios y a que nos extendiéramos en nuevas fundaciones, se pusieron a propalar que nuestra Orden no estaba aprobada por la Sede Apostólica, ni había sido legítimamente introducida en los reinos hereditarios de la cesárea Majestad.

Así que lo que se decía en la corte cesárea creaba una cierta ansiedad en nuestros padres, más lo segundo que lo primero. Porque para echar abajo lo de la expansión se podía presentar el breve apostólico, pero acerca de lo segundo, no se podía mostrar ningún derecho auténtico para residir. Pero también este obstáculo fue removido por la autoridad del fundador de Nikolsburg. Este les recordó a los charlatanes que su tío el eminentísimo cardenal de piadosa memoria nunca obró imprudentemente, sino que pudo verse que gobernó el marquesado de Moravia con la completa satisfacción de la cesárea Majestad, y afirmando que en este negocio no pudo errar, pues declaró que, habiendo expresado su deseo, había recibido al menos de viva voz la aceptación del derecho de residir por parte de los enemigos. Además, Su Majestad nos había visto ya en Nikolsburg, y se había dignado hablar con nosotros, y prometió, en carta dirigida a nosotros, que tomaría el instituto bajo su patrocinio y protección.

Estas habladurías fueron la ocasión para que la construcción comenzada en Litomysl en Bohemia, que nuestros enemigos querían robarnos más que favorecer, se retrasara. Y lo mismo ocurrió con el Ilmo. Sr. Conde Kurz y su propósito de introducir este año nuestro instituto en Horn, pero se echó atrás. Pero, lo mismo que se continuó la construcción de Litomysl (disponiéndolo así Dios) hasta terminarse, también el conde Kurtz hizo firme su propósito. Qué ocurrió con él (los nuestros sí querían), lo veremos más tarde.

Ephemerides Calasactianae XXIII (1954, 114-115)

Entre estas preocupaciones que le abrumaban, el P. Provincial de Germania urgía casi con cartas continuas para que diera satisfacción al Serenísimo Rey de Polonia, que había pedido muchas veces nuestro instituto para su reino el año pasado y el presente, tanto por carta, como por medio de su embajador en Roma, el Abad Orsi. Y parece que la idea del P. Provincial (como antes el P. Pedro, Asistente General en relación con Pomerania), a pesar de ser urgido tantas veces para aceptar una fundación, era más partidario de que se proveyese a las regiones de Moravia y Bohemia, inclinándose más bien a aceptar la fundación de Horn, pues estaba más cerca de Nikolsburg, y se comenzaría a vivir de este modo en la nueva provincia de Austria, al recibir esta casa. Sin embargo, la admirable disposición de Dios hizo que no se admitiera esta casa cercana de Austria, y se fundara otra, mucho más lejos, en el reino de Polonia, dando ocasión para ambas cosas el Marte sueco.

El soldado sueco armado contra el emperador invadió repentinamente Moravia, y pronto sometió bajo su poder Olomuc, la capital de la región. También hizo sentir su furor en Lipnik, que estaba cerca, por lo que en nuestra casa noviciado sólo quedaron dos para protegerla de los desmanes, y los demás fueron a buscar protección (la fortaleza de Helfstyn se encuentra próxima a la ciudad). También se temía el peligro inminente en las casas de Strasnize y Nikolsburg. Ni siquiera Litomysl en Bohemia estaba a salvo. El P. Provincial se sentía entre la espada y la pared, sin saber qué hacer. Algunos, como el fiel Achates, clamaron que volver a Italia, y en relación con ello el 18 de junio el P. Ambrosio, superior en Nikolsburg, notificó a Roma que 24 de los nuestros, bajo la guía del P. Provincial, se habían refugiado en Viena. Y como allí les daba vergüenza estar divididos en monasterios causando molestias a los benévolos receptores, el P. Provincial, después de consultarlo con el Sr. Nuncio apostólico (que era entonces D. Gaspar Mattei) acerca de las fundaciones ofrecidas en Polonia, decidió felizmente enviar algunos a Italia, dejar algunos con el Nuncio, y marchar él mismo con los que pudiera a Polonia. Así, pues, después de enviar 4 a Italia, y dejar 5 en Viena, el P. Provincial se puso en marcha con el resto hacia Cracovia, y después de superar los peligros de los valacos (gentes dadas al latrocinio) y de los herejes en los confines de Silesia y Hungría, con la protección de Dios, llegaron allí sanos y salvos a comienzos de julio. Y esta fue la ocasión para entrar en Polonia. Pero cómo llegaron a Varsovia, y cómo empezó la fundación allí, lo diremos en otro momento.

Mientras sucedían estas cosas en Germania, nuestros padres que el año pasado fueron enviados a Vercelli para comenzar una fundación, como no se pudo obtener el permiso para residir por parte del gobernador de Milán a causa de la guerra inminente, a pesar de que lo pedía el obispo fundador, se les anuló la obediencia y fueron dispersos en Liguria y la provincia de Florencia. Sólo el P. Juan Bautista de Sta. Tecla fue llamado y vino a Roma, y apartado por ciertas cusas el P. Esteban de los Ángeles del cargo de Procurador General, él fue nombrado para el cargo con los votos de todos el 18 de abril.

También el P. Melchor de Todos los Santos que había dejado la construcción de Guisona sin terminar a causa de la guerra de Cataluña, ya se había puesto en camino el año pasado hacia Livorno, donde permaneció enfermo durante bastante tiempo, y el presente año llegó a Roma enfermo con un cáncer de pecho. Aunque no se había curado del todo, el 25 de mayo, como no podía volver a Guisona, navegó hacia Palermo en Sicilia, para promover a la perfección las fundaciones que había procurado con su habilidad, investido con el cargo de Provincial.

En Chieti el 20 de marzo nuestros padres fueron declarados herederos universales de los bienes del Ilmo. D. Juan Tomás Valignani por el Ilustrísimo Sr. Carlos Tapia, Marqués de Belmonte, después de ver la información y el testamento depositado a favor nuestro. Sin embargo, como se había hecho el inventario y no aparecían algunas joyas que pertenecían a Dña. Hortensia de Biscis, se sospechaba que nuestros padres las habían tomado ocultamente y las habían llevado a Roma (se las había llevado el P. Esteban, procurador), quizás para venderlas. Por lo cual, como se hablaba mal de los nuestros en esa ciudad, el P. General presentó excusas por ese hecho al Ilmo. Gobernador de Chieti, y al arzobispo de la ciudad.

Ephemerides Calasactianae XXIII (1954, 141-142)

(en el modo que sigue:)

“Ilmo. Sr. de toda mi consideración,
Ha llegado a mis oídos y a los de mis asistentes el rumor escandaloso y la siniestra opinión que concibieron de nosotros los ciudadanos de Chieti, de que hemos sido infieles mirando nuestro beneficio en el caso de no sé qué joyas de la herencia Valignani tomadas por nosotros y traídas a Roma. ¡Cuánto dolor y cuánta vergüenza nos produce! Vuestras Señorías pueden concluir lo opuesta que es esta calumnia a nuestro voto solemne de suma pobreza del que aprovechamos en nuestra Orden, en virtud del cual no sólo no tomamos lo que es de otros, sino que dejamos incluso lo que podría ser nuestro, pues nos hacemos incapaces de poseer la más mínima cosa. Conociendo, pues, que la causa de la calumnia se encuentra en las dos herencias citadas en el testamento de Valignani, que intentaban fueran aceptadas para introducir nuestro instituto de manera más fácil, por ese motivo hemos decidido todos no solo devolver cuanto antes esas joyas que se esperaban gastar para la construcción, sino declarar al respecto, como declaramos ahora, que no podemos recibir esa herencia ni ninguna otra en virtud de nuestras Constituciones. Pues la parte 2, Cap. 5 dice: ‘No se admita ningún bien inmueble, excepto la iglesia, el edificio para nuestras escuelas y vivienda, y una huerta contigua. Nuestras casas, iglesia y religiosos profesos tienen incapacidad absoluta para poseer estos bienes o herencias, densos, réditos, intereses anuales, etc., y no tienen ningún derecho para exigirlos judicialmente’.
Hasta tal punto que renunciamos libremente y resignamos a favor de quien se deba por derecho, privándonos de todo derecho a poder disfrutar de lo anterior, con cualquier título haya sido adquirido. Lo cual lo firmamos para que sea conocida de todos esta declaración de nuestra voluntad, deseando sin embargo que se cumpla la voluntad del testador.
En Roma, a 17 de mayo de 1642. José de la Madre de Dios, Superior General de las Escuelas Pías.”

Y así los citados Sr. Gobernador y Arzobispo, que siempre habían mostrado un gran afecto hacia nuestra Orden, habiendo aprendido con ocasión de la calumnia, pasaron a proteger a nuestros religiosos que vivían en Chieti, y a eliminar aquella sospechosa calumnia entre la gente. Y para que se viera más claramente que estaban a favor de la fundación de nuestro instituto, también accedieron a las súplicas de los padres para cambiar el lugar donde se iba a fundar el colegio sin ningún problema, y con fecha 13 de septiembre les firmaron el permiso para edificar en otro lugar magnífico y mucho más adecuado. El mismo arzobispo, que se llamaba Esteban Saulio, al día siguiente, que era la fecha de la Exaltación de la Santa Cruz, en presencia del vicario general y de su venerable clero, y de muchos ciudadanos y pueblo de Chieti congregados, bendijo los cimientos y puso la primera piedra para la nueva iglesia dedicada a Sta. Ana, abuela de Cristo, según el rito romano, con la siguiente inscripción:

“Esteban Saulio, arzobispo y conde de Chieti puso esta primera piedra en honor de Sta. Ana y de la B. Virgen María el 14 de septiembre de 1642. Estaban presentes el P. Juan Bautista de la Virgen del Carmen, superior; el P. Ángel de Sto. Domingo; el P. Sabino de Santiago; el P. Lucas de Sto. Tomás de Aquino; el H. Juan de Sta. María Magdalena; el H. Juan Bautista de la Asunción; el H. Francisco de S. Pedro; el H. Jacinto de S. Francisco; el H. Horacio de S. José, y otros.”

Antes de que ocurrieran los hechos que hemos contado, también aquí ocurrió algún caso con los padres de la Compañía, que fue denunciado por nuestro P. superior citado más arriba al P. General de su Compañía, y por él al nuestro. ¿Qué pensaría sobre ello? Se puede ver por la carta enviada a dicho P. Superior. Así le escribió nuestro P. General:

“En cuanto a la carta escrita al P. General de la Compañía, deseo que otra vez muestre mayor reverencia a los padres de la Compañía, porque nosotros no somos dignos de ser siervos suyos por muchas razones, y debemos soportarlo todo con paciencia. Recuerdo que ellos han superado muchas oposiciones no sólo en ciudades, sino en reinos y provincias principales. Con fecha 19 de enero.

Ephemerides Calasactianae XXIV (1955, 34-38)

Lo mismo pudo escribir al P. Vicente de la Concepción en Mesina, quien fue el único en oponerse a los padres jesuitas, que habían pedido el ingreso para establecerse en dicha ciudad, y tenían ya el permiso benévolo de excelso gobierno de la ciudad, y la votación favorable de los demás religiosos establecidos allí. ¿Qué hizo, cómo reaccionó rápidamente nuestro P. General? Puede verse en la carta que sigue, enviada a cierto magistrado principal de Mesina, y que dice como sigue:

“Dios sabe cuánto he sentido la resolución desconsiderada del superior de nuestras Escuelas Pías en Mesina de mostrarse contrario a los PP. Jesuitas, máxime sabiendo que iba contra la voluta del Ilmo. Senado. Escribo al citado P. Superior para que inmediatamente dé su acuerdo con los demás. Y a V. S. le ruego humildemente que aplaque de mi parte a los citados señores, y que sepan que la falta ha sido personal y no de la Orden. Por lo cual le estaré muy agradecido en el Señor. Roma, 15 de marzo”.

En la misma fecha nuestro P. General escribe al P. Santiago de Jesús acerca del mismo asunto, y le insinúa que pida excusas ante alguien principal del Senado consultado por la inconsideración cometida con respecto al Ilustrísimo Consejo. Sin duda debió hacerlo, pues también el P. Vicente dio su consentimiento.

Y ahora, ¿qué hacía el P. Mario, expulsado de Florencia y de toda su provincia, en Roma? Sigamos.

Parecía que todo el infierno conspiraba contra el P. General en la persona de dicho padre. Tan pronto como apareció en la ciudad, enviado por el comisario florentino de la Santa Inquisición con nuevas recomendaciones al tribunal romano, fue a contar a la oficina todo lo ocurrido, y atribuyó toda la causa de su exilio al P. General, diciendo que él era la cabeza y origen de su confusión para la correspondencia que había tenido con el Gran Duque de Florencia, en la cual le denunciaba al Duque como delator y destructor de aquel internado escandaloso.

Así decía el P. Mario, pero falsamente, ya que para decir la verdad de los hechos la carta del Duque daba testimonio de que el P. Mario era de viciosas costumbres, las cuales eran motivo de escándalo tanto para los de casa como para los de fuera, que no podían tolerarse más, por lo que había tenido que prohibirle las iglesias y las casas de toda la provincia. Tal carta debió dar testimonio ante el S. Tribunal, a no ser que Mario les persuadiese de que eran falsa y subrepticia, hablando en contra del P. General y de sus asistentes. Molestó también al eminentísimo protector tantas veces que él mismo pidió que se hiciera un proceso contra Mario. Después de lo cual se vio claramente que en el P. Mario lo único que había de religioso era el hábito, y como se jactó a boca plena ante D. Sebastián Gentilli que tenía muchos escritos con los que podía perder no sólo al P. General, sino a toda la Orden, este pensó que no debería ocultar esa presunción, así que se lo contó al eminentísimo protector. Consultó prudentemente qué podría ocurrir de malo. Y entonces el eminentísimo, como no pudo adivinar todo el daño que podría ocasionar la malicia del hombre por un acto indigno, decretó que se le trajeran todos los escritos del P. Mario, y aunque el P. General le intentó convencer de lo contrario y le dijo que la orden sería como echar aceite en un camino en llamas, el eminentísimo fue inflexible en su decisión, y envió a S. Pantaleo a su auditor el Sr. Corona con un notario, y en virtud de santa obediencia mandó al P. Mario que le diera todos los escritos, y que fielmente fueran anotados y sellados en presencia del notario, y una vez anotadas los guardara en un lugar aparte, y lo sellara. Aunque el P. Mario se opuso evidentemente a la ejecución de la orden, sin embargo los escritos fueron registrados, y con ellos uno en el que se decía que pertenecía al Santo Oficio. Además se le prohibió al P. Mario salir de casa sin permiso del eminentísimo protector, y que tampoco saliera sin permiso del P. General, a no ser que fuera llamado por un asunto urgente al Santo Oficio. Estas cosas ocurrieron el 7 de agosto. ¿Qué ocurrió después? Ningún hijo auténtico y verdadero amigo del P. Fundador puede leerlo o escucharlo leer sin dolor en el corazón[Notas 1].

Apenas aquél de quien se narra lo anterior llegó, tras un anoche de insomnio, a las horas antes del amanecer, salió de casa sin conocimiento del General, y contó todo lo ocurrido el día anterior al asesor de la Santa Inquisición, Mñr. Albizzi, procurando por todos los medios, ya que no se podía vengar en el cardenal protector, que cayera sobre la cabeza inocente del P. General y de los asistentes. ¿Parece demasiado? Albizzi, no desconfiando de lo que le decía Mario como si fuera el oráculo de Delfos, y para que no pareciera que él, como patrón del cliente, lo abandonaba (algunos dicen que después de saludar antes al cardenal Antonio Barberini), fue en carroza a S. Pantaleo, se presentó de pronto en la sacristía y allí pidió con furia que se presentaran el P. General, los Asistentes y el Procurador, El P. General corrió a venerar al nuevo huésped a la primera señal, y los padres asistentes vinieron uno tras otro (el tercero estaba en el noviciado, y el cuarto enfermo), y presentaron humildemente sus respetos religiosos. Aquí podía haberse calmado el furor del Sr. Albizzi a la vista de los graves padres, pero como la maldad de Mario había hecho su corazón de piedra, sin ningún respeto por los Marqueses de Torres, y de Maximis, que quiso que fueran tomados como testigos, manda que sean presos, sin intimación de causa, con soldados a su servicio, y que los lleven atados al palacio de la Santa Inquisición.

Todos se quedaron atónitos, sin poder decir una palabra, incluidos los señores marqueses, ante una orden tan inesperada e inexplicable. Los señores marqueses habían intentado evitar el oprobio a tales hombres, pero era como escarbar en el fuego, y provocar el ánimo a un furor mayor. ¿Qué hacer? El P. General, aunque ignoraba por qué culpa, podía haber apelado a su inmunidad personal, por la cual no estaba sometido a ninguna sagrada Congregación ni a ningún cardenal, sino sólo al Papa; podía haber protestado por la violencia y haber apelado inmediatamente a Su Santidad, pero olvidándose de toda apelación y protesta, dijo a sus compañeros: “Vayamos, Dios nos ayudará. No pecamos en nada contra el Santo Oficio”. Y como el otro José egipcio a la cárcel, caminó hacia la corte de la Santa Inquisición bajo el sol de mediodía, en medio de mucha gente que salía verlo, aunque libre de cadenas. Mario estaba en la ventana de D. Orsini de Rossis, aplaudiendo y alegrándose de la malvada acción ocasionada contra su padre. Así llega la infame comitiva a la corte de la S. Inquisición, donde inmediatamente el Sr. Asesor, bajado de la carroza, interpela al P. General y sus compañeros, con rostro furioso, ojos llameando y voz clamorosa, como si hablase a soldados, y les pregunta: “¿Dónde están los escritos que le arrebataron ayer violentamente al P. Mario?” El P. General, humildemente, le responde que no sabe nada, pues se trata de un asunto del Cardenal Protector, quien, estando él ausente, los mandó tomar por medio de su auditor Sr. Corona. “No saldrán de aquí, dijo Albizzi como un rayo, hasta que hagáis devolver todos los escritos que le fueron tomados”. Dicho, y hecho. Mientras tanto, el eminentísimo protector, enterado por medio de algunos de nuestra casa de tan inesperado acontecimiento, lo sintió mucho, y envió a su auditor el Sr. Corona en una carroza con un escrito para el Asesor explicando cómo ocurrieron las cosas, y atestiguando la inocencia de los cautivos, para que ordenara su liberación, cosa que fue hecha inmediatamente. Naturalmente se devolvieron los escritos tomados el día anterior, y el P. General con sus compañeros fueron liberados de la cárcel, y pudieron irse libremente a casa en la carroza cardenalicia, conduciéndolos el mismo Sr. Auditor, y volvió muy fatigado a causa de la sed y el calor. Esto ocurrió el 8 de agosto, como anota el P. Vicente en el tomo 2 de sus escritos, aunque en el Proceso de su Vida Santiago Bandini dice otra cosa, que no fue Albizzi, sino el Cardenal Antonio Barberini quien ordenó el encarcelamiento.

Y como si lo que había hecho Mario no bastase para la aflicción de nuestro venerable Padre Fundador, su malicia intentó añadir aflicción al afligido. Pues tan pronto como le llegó la noticia de que ya no estaban en el palacio de la S. Inquisición, el Sr. Albizzi decretó que no saliera de casa, al mismo tiempo que le prohibía la entrada en la iglesia. Y así se hizo. Pues al día siguiente el notario de la Santa Inquisición, llegando oficialmente a la casa de S. Pantaleo, publicó la prohibición citada en presencia de toda la comunidad, aunque poco después se mitigó el edicto para que el P. General pudiera decir misa en el oratorio, y los demás en la iglesia.

Después de esto, algunos pretenden que el P. General quiso reivindicar su honor y el de sus asistentes, suplicando a Su Santidad por medio del eminentísimo protector que se dignara darle audiencia con los suyos para poder explicarle las cosas que habían ocurrido, pero más bien parece que fue el P. Pedro asistente, sin conocimiento del P. General, quien suplicó que se escuchara a la Orden, aunque esta súplica pudo mancillar al mismo P. Pedro, pero este no logró nada, como consta por las declaraciones de la S. Congregación que siguen:

“El 14 de agosto de 1642, en la reunión general celebrada de la S. y Universal Inquisición de Roma, en el palacio del Monte Quirinal, en presencia de Su Santidad el Papa por la divina Providencia Urbano VIII y los eminentísimos y Rvmos. Cardenales de la S.R.I., inquisidores generales contra la maldad herética, especialmente delegados por la Sede Apostólica,
Su Santidad N.S. el Papa Urbano VIII, después de oír la relación hecha por el P. General, los PP. Juan Bautista procurador general, Santiago de Sta. María Magdalena Secretario, Pedro de la Natividad de la Virgen, Juan de Jesús María, Buenaventura de Sta. María y Francisco de la Purificación, asistentes de la Orden de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, leídos los memoriales y otros entregados por parte de los padres citados, y escuchadas las opiniones,
1.Aprobó lo hecho por el Rvdo. Sr. Asesor con las personas del P. General y asistentes.
2.Mandó advertir al dicho P. General y sus asistentes que el P. Mario de S. Francisco, provincial de la provincia de Toscana, está bajo protección y jurisdicción del Santo Oficio, y que por tanto no tienen jurisdicción sobre su persona dicho P. General y otros oficiales y superiores de dicha Orden, hasta que se provea de otro modo por parte de Su Santidad y la S. Congregación, por lo que a partir de ahora se le exime por completo de la jurisdicción del P. General.
3.Si hasta ahora se hubiera hecho algún proceso contra dicho P. Mario por parte del P. General o de cualquier otro superior, Su Santidad ordenó que se entregara a la S. Congregación o a su Rvdo. Sr. Asesor.
4.También mandó Su Santidad en virtud de santa obediencia y bajo pena de la indignación de Su Santidad que procuren por todos los medios y hagan lo posible para que los superiores de las casas de dicha provincia de Toscana acojan y obedezcan los mandatos del P. Mario, y de otro modo la S. Congregación procederá contra los desobedientes.
5.Su Santidad mandó que a partir de ahora no se reciban, abran o funden casas en ninguna provincia o país de la cristiandad sin permiso de Su Santidad o de la S. Congregación.
6.Su Santidad canceló el mandato al P. General y los otros padres citados de no salir de la casa de S. Pantaleo.
Juan Antonio Tomás, notario de la S. Romana y universal Inquisición.”

Ephemerides Calasactianae XXIV (1955, 72-74)

Al recibir este documento el P. General no respondió nada en contra, sino que con el rostro tranquilo se resignó en todo, como solía, a las disposiciones divinas, e intentó lo mejor que pudo que todos los de la provincia de Toscana, según el deseo de Su Santidad, prestaran obediencia al P. Mario, como consta en la cartas escritas al superior de Florencia con fecha 21 de octubre, y al P. Camilo en Pisa, y al P. Simón en Fanano, el 27 de septiembre. Por lo demás, aunque se habían formado bastantes procesos contra Mario, fueron suprimidos, y no fueron mostrados a la S. Congregación para que se conservara la estimación que le tenían, pero parece que esto fue perjudicial, para la cabeza y para el cuerpo de la Orden, pues si se hubieran mostrado sus malvadas acciones, Su santidad habría tenido ocasión para cambiar su opinión en relación con el respeto que merecía, y en consecuencia habría pensado de otro modo del P. General y de toda la Orden.

Es cierto que del mismo modo que este quiso envolver en silencio su daño y el desprecio sufrido por parte de sus rivales, en algunos lugares fuera de Roma a unos pocos se mostró quejoso acerca del oprobio que le había caído encima. Al P. Vicente de la Concepción, en Mesina, le escribió lo que sigue: “Nuestros asuntos padecen algunas tribulaciones en estas partes”. Así decía el 13 de septiembre. Pero disimuló la calidad de su tribulación, para que no pareciera que disminuía algo el mérito de su paciencia, y para no entristecer los ánimos de los que seguían ejerciendo el instituto con óptimo celo y fervor. Y esto es lo que ocurría en la ciudad. Volvamos ahora a Polonia.

Estando el P. Onofre en Cracovia con algunos de los nuestros le llegó la noticia de que el Serenísimo Rey de Polonia iba ir a venerar la imagen milagrosa de Czestochowa en un futuro próximo, el cual lugar dista dos días de Cracovia, así que el P. Onofre salió el 9 de julio con el P. Jacinto de S. Gregorio, y por medio del Duque Ossolinski logró una audiencia con su real Majestad. En la cual expresó claramente las cosas necesarias para tratar sobre la fundación de nuestro instituto, y sobre todas las cosas necesarias para mantener las escuelas y para provisión de los nuestros. Y no sólo lo propuso de manera clara y distinta, sino, como lo exigía la ocasión, en detalle. Como todo ello satisfizo ampliamente a su Majestad, mandó a los padres que fueran a Varsovia, y les entregó por medio del secretario italiano 25 áureos para el viaje.

Muy alegre y contento el P. Onofre con unos preliminares tan favorables para comenzar la fundación, pensando poner rumbo a Varsovia reunió a los trece (todos los que habían venido huyendo de Moravia) y les presentó su intención, y para no ir todos juntos por el mismo camino, tomó una parte de ellos consigo, y otra parte los confió al P. Casimiro de la Concepción, y después de despedirse debidamente de los bienhechores de Cracovia que los habían acogido, se pusieron en camino, y llegaron sanos y salvos a Varsovia los que conducía el P. Onofre antes del 18 de julio, y fueron recibidos en casa de los carmelitas descalzos. Así escribe el P. Jacinto con fecha 18 de julio, donde dice que la hospitalidad fue procurada por el Ilmo. Sr. Scarewsky, y alaba la suma amabilidad de los Padres Carmelitas mostrada y ejercida para con ellos de muchas maneras y formas.

Mientras tanto el P. General escribió una carta a la real Majestad dirigida a Nikolsburg que dice como sigue:

“Sacra Real Majestad,
En relación con el gracioso mandato que vuestra sacra Majestad se dignó darme en relación con enviar religiosos de nuestro instituto al reino de Polonia, llegó mi P. provincial de Germania con unos pocos destinados a él. El cual, siendo tan pocos, no podrá abrir escuelas, pero con el permiso de V. Majestad podría al menos fundar un noviciado en el cual en unos pocos años se podrían preparar suficientemente algunos sujetos, y los que llegaron ahí podrían explicar la doctrina cristiana, oír confesiones y predicar cuando hubiera gente en la iglesia que les sea asignada, para no estar ociosos. Reciba mientras tanto vuestra Majestad la expresión de mi grato y sincero afecto, y le ruego me excuse por lo poco que puede hacer al principio esta naciente Orden, pero de una pequeña siembra nace una mies abundante. Devotísimo siervo de vuestra Sacra Majestad, José de la Madre de Dios, Superior General.”

Así dice la carta que el P. Onofre transmitió reverentemente a la Real Majestad a finales de julio en la primera audiencia, y vio que le agradó, pues inmediatamente recibió el mandato clementísimo de buscar algún sitio cómodo para el ejercicio cómodo de nuestro instituto, que precisamente se encontró en el centro de la ciudad con el consejo de los padres carmelitas, y se compró por 14.000 florines de la caja real, cuya cesión y posesión real se nos dio el 8 de septiembre y luego el 1 de diciembre, con una solemnidad máxima, en presencia de su real majestad y de la reina Cecilia Renata, del príncipe Carlos de Neoburg y una numerosa presencia de la nobleza polaca se puso la cruz bendecida por el Ilmo. y Rvmo. D. Mario Filonardo, obispo de Aviñón haciendo el oficio de Nuncio apostólico, según el ceremonial romano . Así lo cuenta la crónica de la casa de Varsovia.

Pero el P. Jacinto de S. Gregorio, testigo ocular, describiendo a Roma esta ceremonia el 4 de diciembre, dice que el Vicario General de la ciudad también llevó a cabo su tarea, bendiciendo al mismo tiempo el oratorio con dos canónigos, y numeroso clero de Varsovia, y después de terminar la bendición celebró la primera misa leída (como era tarde, no se pudo cantar), aunque había música coral e instrumental, y el predicador real ordinario la adornó con un sermón en lengua nativa. Nuestro P. Casimiro de la Concepción dio las gracias a los serenísimos, al venerable clero, y a la nobleza polaca, dando así fin a la ceremonia y solemnidad. Así lo cuenta el padre citado, quien fue el primer superior de esta casa, con otros cuatro religiosos, a saber, además del nombrado P. Casimiro, el clérigo Gregorio de la Natividad, el clérigo Sebastián de la Madre de Jesús, y el hermano Santiago de la Purificación.

En la citada solemnidad se bendijo también la imagen de SS. Primo y Feliciano, mártires, las reliquias de los cuales su real Majestad se dignó regalar para el templo futuro, de modo que fuera adornado no sólo con el título, sino también con sus sagrados huesos. La imagen bendecida entonces se puso en el centro del altar del oratorio bendecido, que era uno de los locales de aquel edificio de la huerta, para uso de los nuestros mientras se construían la iglesia y el colegio.

Luego se nos asignó un capital de 34.000 florines como fundación perpetua para nuestra alimentación, que debían producir un interés de 2.100 florines anuales para uso nuestro. Pero las limosnas, mobiliario y otras cosas necesarias para la casa al principio de esta nueva fundación fueron generosamente otorgados como gastos extraordinarios por el rey. Así lo cuentan las cartas tanto del P. Onofre como del P. Jacinto.

Ephemerides Calasactianae XXIV (1955, 113-114)

Mientras se preparaba todo esto para la fundación de Varsovia, el Ilmo. y Excmo D. Stanislao Jaroslaw Lubomirsky, Conde de Wisnitz, palatino y general de Cracovia, invitó también al P. Provincial para que viera y eligiera el lugar más cómodo para fundar las Escuelas Pías en su territorio de 13 pueblos. Este, como no sabía cuándo tendría lugar la ceremonia de la fundación de Varsovia, a causa de algunas dificultades surgidas con el ordinario de Varsovia (que no quería que se hiciera una fundación nuestra, sino de la manera señalada por los decretos pontificios), confiando todo el asunto de Varsovia al cuidado del P. Jacinto, superior, y recibido el debido permiso de su Majestad, salió de Varsovia el 4 de octubre, y llegó el 8 a Cracovia, y no encontrando allí al señor palatino, fue a su dominio cercano de Nepolomut, donde saludó reverentemente al deseado ilustrísimo, y se alegró mucho tanto porque fue acogido y recibido con gran amabilidad, como porque se concluyó rápidamente un acuerdo en el que se entregaba una nueva fundación.

Y como los peligros de Moravia no parecían terminar, y buscaba un lugar de refugio para todos nuestros padres, y un asilo seguro, pronto fue al día siguiente a ver el lugar de dicha fundación con dos arquitectos, uno italiano y el otro polaco, y pidió Podolín (que parecía al Ilmo. Palatino el lugar más cómodo), y después de encontrar allí y designar el lugar para la nueva construcción, volvió a Nepolomut para contarle al ilustrísimo fundador lo que había hecho en relación con el intento, el cual inmediatamente asignó uno de sus palacios edificados en Podolín para habitación de los nuestros, y mandó que les dieran un ajuar doméstico de acuerdo con las exigencias de nuestra pobreza, y pidió permiso al Ilmo. Obispo de Cracovia para abrir un oratorio doméstico. Hechas todas esas cosas al detalle, como había quien hiciera de cabeza y superior de la casa, para que pudiera venir de Lipnik en coche, el ilustrísimo fundador fácilmente obtuvo una comitiva de 20 cosacos a caballo con dos oficiales, bien provistos de las armas necesarias. Y ciertamente no sólo llegaron hasta Lipnik, pues llevó al P. Juan Domingo de la Cruz con los demás hasta Neositchin, y luego a todos a Cracovia, y luego los condujo hasta Nepolomut sanos y salvos. La carta enviada por el P. Onofre a Roma el 30 de octubre prueba que las cosas ocurrieron así.

Después (tras unos pocos días para descansar) le pareció bien al Ilmo. Fundador enviarlos a todos a Podolín, y el 20 de noviembre fueron introducidos en el palacio destinado como residencia suya, suficientemente provisto de víveres, por orden del Ilmo. Palatino, sin ninguna solemnidad, aunque recibieron el derecho de residencia el 10 del mes de diciembre por medio de los Rvmos. Sres. Cristóbal Sapido (alguno lo llama Sappienio) y Nicolás Oborsky, canónigos de Cracovia con autoridad episcopal, y delegados por el Venerable Cabildo a este efecto. El primero de los cuales plantó la cruz bendita en el espacio destinado a la construcción y adornó la solemnidad con un sermón a los asistentes, y al terminar la cual el P. Onofre celebró en el oratorio de la residencia la misa en honor de S. Estanislao obispo y mártir, bajo cuyo honor y nombre iba a construirse el templo, en presencia de aquellos señores comisarios y del obispo de Nagyvarad, presente en aquella celebración, que prometió al P. Onofre que le ofrecería su patrocinio en toda circunstancia, y la promoción de nuestra Orden.

El primer superior en este lugar fue el P. Juan Domingo de la Cruz; los otros miembros de la primera comunidad fueron el P. Agustín de S. Carlos, el P. Juan Francisco de Sta. María Magdalena con los clérigos profesos Pablo y Esteban, los HH. Estanislao, Carlos y Martín que iban a profesar pronto y tres novicios clérigos, además de los HH. Lucas de S. Luis, Pablo de la Anunciación y Felipe de S. Onofre, operarios. Esta fundación fue dotada con 800 táleros anuales. El contrato original de la fundación se encuentra en el archivo de Podolín con fecha del sábado después de la fiesta de Todos los Santos del presente año 1642 en la fortaleza de Cracovia.

Ephemerides Calasactianae XXIV (1955, 147-149)

Mientras se trataban estas fundaciones en Polonia, nuestras casas en Moravia, a pesar de que fueron evacuadas a causa del miedo al Marte sueco, no fueron completamente abandonadas, como se temía. En Lipnik quedaron dos, en Lichtenstein también dos para continuar con las obras, diez en Strasnize. En Nikolsburg, con los que volvieron de Viena, unos 14. Y en Litomysl, 9. Y parece que el P. General escribió desde Roma diciéndoles que si podían huir, se fueran a Italia, pero el P. Provincial le persuadió de lo contrario, y le escribió que, por el contrario, le enviase aquellos que habían sido enviados el año anterior para estudiar, y los que habían huido a Italia a causa del peligro presente, porque podrían ser acomodados con seguridad en las nuevas fundaciones polacas. Prometió que les enviaría a Roma 25 táleros por medio del Ilmo. Sr. Scarsevosky, para gastos de viaje. Así lo leo en la carta del mismo P. Provincial al P. General enviada el 28 de diciembre desde Nepolomut. Y baste con esto para conocer acerca de las fundaciones polacas en este año.

Para terminar el año nos queda añadir algunas cosas acerca del P. Mario, especialmente en lo referente a que el P. General procuró que se le prestara la obediencia y reverencia que le había pedido el S. Oficio, y no sólo de manera privada, sino también con una carta del 30 de agostó en la que mandaba publicar el decreto del Santo Oficio, y no quería otra cosa sino que toda la provincia estuviera con él con un solo cuerpo y una sola alma. Sin embargo creo que el P. Mario apenas tuvo ocasión de disfrutar de ella, pues no veo que volviera más a Florencia, y encuentro que sólo ejerció su oficio una vez, cambiando al superior de Florencia, pues con autoridad propia después de quitar al P. Juan Lucas nombró como superior de la casa al P. Fernando de S. Jerónimo el 6 de noviembre. Difícilmente intentaría ir a Pisa, y es muy raro que intentara visitar Pieve, porque tan pronto como el Duque de Módena se enteró de que el P. Mario había sido confirmado en su oficio, por medio del Conde de Montecuccoli, fundador de nuestro noviciado en Guía, pidió que se fundara una provincia nacional para las Escuelas Pías fundadas en Lombardía, lo cual el citado señor pidió al P. General escribiéndole una carta el 8 de octubre. No debe extrañar que incluso gentes de derecho de fuera consideraran que era inconveniente que los súbditos prestaran obediencia a alguien que quería ser exento de la obediencia a su cabeza y padre. Por lo demás, cuanto se esforzaba el P. General en honrar y promover al P. Mario, tanto más procuraba Mario deshonrar al P. General. Como sólo le faltaba robarle el título de general, actuaba con fraudes e imposturas manifiestos, y el mayor de ellos creo que fue el hacer llegar a Su Santidad falsos testimonios con los cuales probaba que el P. General no era afecto a Su Santidad como jefe suyo, porque había escrito y se había comunicado con la corona de los reinos de España, algo que era infortunado e infausto en aquel tiempo en que Su Santidad era más bien partidario del rey de Francia que del de España. Este ariete parece que fue muy potente y útil para que el pérfido Mario consiguiera su efecto. ¿Cuál fue su efecto? Lo veremos el año próximo.

Y ahora me complace terminar el año presente con la memoria de algunos de nuestros difuntos, que son dignos de memoria.

Entre los once que nos precedieron este año con el signo de la fe, está el P. Arcángel de la Natividad del Señor, de la familia de los Galetti de Castiglion Fiorentino, en la diócesis de Arezzo. Este, encendido en el amor al prójimo, no hacía nada que no oliera a piedad. En el año 1630 de nuestra salvación, cuando la peste oprimía a Florencia, ofreciéndose al servicio de los apestados se entregó a sí mismo en aquella mísera calamidad hasta el punto hasta el punto de, a falta de otros, llevar sobre sus propio hombros los cadáveres de los difuntos al sepulcro, por lo que le llamaban el padre de los apestados. Por aquel digno y famoso hecho y por otros actos heroicos mereció la suma benevolencia de Fernando II, Gran Duque de Toscana hacia toda la Orden, por lo cual no sólo se dignó recibirla bajo su protección, sino que decidió propagarla y no sólo en Florencia, sino en toda Toscana. Después de recibir y sufrir muchos trabajos por la Orden, se durmió en el Señor y fue depositado en la casa de nuestros padres de Pisa el 6 de abril, a los 60 años de edad. Lo recuerda Leopoldo Migliore en su libro I, parte 2, y el P. Rodolfo entre los varones venerables, n. 10.

El P. Melchor de Todos los Santos, llamado en el siglo Melchor Alacchi, de Naro, diócesis de Palermo. Este era gobernador de Naro, y fue invitado a Roma como auditor de cierto Cardenal; aceptó y vino, y encontrándolo muerto, empujado por el Espíritu Santo se unió a las Escuelas Pías, y desempeñó los oficios de Maestro de Novicios, luego Consultor y después Visitador General. Por la gracia de l devoción recorrió muchos lugares del mundo. Visitó Compostela, intentó ir a las Indias y a Tierra Santa, pero como, impedido, no pudo continuar, hizo grandes esfuerzos por la Orden en Venecia. Viajó varias veces a Sicilia, y fue el primero en introducir allí nuestra Orden. Luego fue a España, y entrando en la diócesis de Urgel construyó el noviciado de Guisona, que se vio obligado a abandonar cuando comenzó la guerra de Cataluña. Llegó a Roma, y luego por el bien común se trasladó por una obediencia urgente se nuevo a Sicilia, enfermo de cáncer, donde a causa de una caída de caballo se rompió la tibia, y su vida llegó a su fin, y habiendo predicho la hora de su muerte entre otros muchos signos de su religiosidad, encomendó su espíritu al Creador el 4 de julio, a los 50 años de edad. Lo recuerda el P. Juan Carlos de Sta. Bárbara, en el tomo I de sus noticias.

El P. Luis de S. Raimundo, oriundo de Sospello en el Piamonte, fue un hombre eximio, amante de la observancia religiosa, que sirvió como visitador general, y luego falleció de tisis en el cargo de Provincial en Nápoles, el 17 de octubre, a los 40 años de edad.

Notas

  1. Falta un párrafo: “Quod cum recensere aggredior, occurrat velim memoriae prius, non unum sed multiplex a Romanis fastis Caii Marii palmare facinus. Is nempe qui Quintum Metellum apud Populum Romanum perfide criminatus est, deinde ob inquietudinem illi causatam exultavit, atque triumphum celebrandum de Jugurtha subacto praeripuit, et quod in viro, qui Consulatum Urbis septies tenuit execrabile prorsus erat, sicut paludatus utilissimus, ita togatus perniciosissimus Reipublicae animadversus fuit. Haec eadem in Marium nostrum transfusa crimina facile comperire licebit.” Lo traducimos así: Intentaré mencionar el primer caso que me viene a la memoria entre los múltiples de la historia romana en que aparece la maldad de Cayo Mario. Este hizo pasar a Quinto Metelo como un pérfido criminal ante el pueblo romano, y luego se alegró por el daño causado, y le robó la celebración del triunfo sobre Yugurta derrotado. Lo cual en un hombre que obtuvo el consulado de la ciudad siete veces, fue más bien execrable. Lo mismo que fue utilísimo como soldado, fue perniciosísimo contra la república. Parece que estas mismas cosas se descubren fácilmente trasplantadas en los crímenes de nuestro Mario.