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Capítulo 17º. Sobre la introducción del Instituto en Polonia

“Al P. Onofre del Stmo. Sacramento, Provincial de las Escuelas Pías en Nikolsburg.
La Paz de Cristo.
He recibido la carta de V.R. con el aviso de las 140 misas y al mismo tiempo he recibido una carta del P. Ambrosio, en la que escribe de la conversión de un hereje que no había podido convertir en 10 años, noticias de esas tierras que me dan una gran alegría. Ha venido aquí un Vicario General de la Pomerania, sometida al rey de Polonia, para visitar al Papa en nombre de su obispo, y tiene un gran deseo de que nuestro instituto vaya a aquellas tierras ofreciendo dar alguna compensación por el viaje y por las cosas necesarias, pero está lejos, unos ocho días en carro desde Lipnik.
También me ha escrito una carta el Duque que fue embajador del Rey de Polonia invitando a nuestra Orden, que espera con gran deseo, ofreciendo todo lo necesario. También ha venido a verme en la escuela un obispo polaco que dice tener órdenes de su Rey (Ladislao IV) de pedir la obra y de fundar dos casas en aquel reino, porque la mies es abundante y sus obreros pocos. Roguemos al Señor que ya que tenemos entre nosotros un sacerdote polaco profeso (en el siglo se llamaba Juan Adán Bogatka; en la Orden, P. Casimiro de la Concepción de la V. María) que puede predicar a la gente en su lengua, pueda en su momento con el P. Pedro y otros dos o tres hacer una fundación en aquel reino, que sería de gran utilidad. Aquí oraremos al Señor para que guíe nuestros deseos para mayor gloria suya. Salude de mi parte a todos los de la casa de Nikolsburg, y también a los de Straznice y Lipnik, a quienes bendiga el Señor siempre.
En Roma, a 30 de julio de 1639. Siervo en el Señor, José de la Madre de Dios, p.m.”[Notas 1]

No tiene nada de extraño que el P. José confiara en el P. Pedro para introducir nuestro instituto en Polonia. Pues había trabajado mucho para obtener conversiones de herejes en Moravia, como puede leerse en una carta suya desde Straznice, el 1 de septiembre de 1640, al Eminentísimo Cardenal Cesarini, protector de la Orden:

“Recientemente recibí una carta de nuestro P. General, en la que se me ordena enviar a tu Eminencia las humildes respuestas de algunas dudas, en las que algunos herejes más bien incultos se apoyaban para dar nombres bajos a la religión católica, y a las que yo intenté responder, escribiendo de corrida, casi como si estuviera haciendo otra cosa. Por lo cual, para cumplir con los deseos de nuestro P. General, envié a buscarlas al noviciado. Estaban no poco acomodadas a la inteligencia de aquellos hombres, como más tarde probó el hecho de su conversión. Y aunque se trata de simplezas para quien tenga una erudición mediana, porque son simples y vulgares, escritas sin ninguna elegancia literaria, sin llevar ninguna cita de autores, entonces era lo mínimamente decente que podíamos hacer, aunque hubiéramos querido hacer más, pues no lo impedía tanto la falta de erudición como la falta de libros, pue no tenemos a ningún autro de controversias de nuestro tiempo. Así, pues, Eminentísimo Señor, sólo obligado por la obediencia sufriré poner estas bagatelas en tus manos. Tu Eminencia vea que, conscientes de sus propias deformidades, buscan con vergüenza esconderse en las tinieblas, y compadecido de sus faltas, te ruego que una vez leídas las rasgues y las eches al fuego, para que no te den más molestias.
Postrados a los pies de tu Eminencia y besándolos, espero la bendición paterna que te suplico. Te saludo, decoro de los purpurados, columna de la cristiana república; que Dios te guarde durante mucho tiempo en buena salud para bien de la república cristiana y remedio de nuestra despreciable religión. En Straznice, 1 de septiembre de 1640.
Siervo humilde en Cristo de vuestra eminentísima y reverendísima grandeza,
Pedro de la Natividad de la Virgen, Pobre”.[Notas 2]

Las Escuelas Pías eran invitadas con insistencia a ir a la ciudad de Leoburg en Pomerania. Esta provincia, por fallecimiento de su señor Boguslav fue devuelta al Rey de Polonia, y el Rey Ladislao quería propagar la fe católica en aquellas regiones. Vio que en Leoburg había un monasterio erigido en tiempo inmemorial por los príncipes de Pomerania, y que después de haber sido expulsados y dispersos los monjes estaba devastado y desolado, de modo que sólo se veían algunas casitas en la zona, y no había manera de saber por qué monjes o religiosos había sido construido y había pertenecido, y había decidido llamar a los padres de las Escuelas Pías e instalarlos allí. Envió a menudo cartas al Fundador Calasanz urgiéndole a que enviara algunos religiosos para tomar posesión del monasterio. Como Calasanz quería satisfacer el deseo del Rey, envió una carta al P. Pedro Asistente que vivía en Straznice, encargándole que fuera a Pomerania, viera el lugar y viera la mejor manera de concluir este asunto. Pedro hizo lo que le habían mandado, y con dos compañeros se puso en camino hacia Pomerania. Pero, fatigado por lo largo del viaje, habiendo gastado el dinero, además de la debilidad causada por una fiebre cuartana, sólo llegó hasta Cracovia, metrópoli polaca. Allí fue a ver al Canciller del Reino Ossolinski, al que indicó todo lo referente a este negocio, y le explicó la dificultad de los caminos, la falta de personal, la distancia de la Provincia y otros inconvenientes. Vuelto de Cracovia a Moravia, escribió también a Roma explicando lo difícil que sería crear comunidades en aquellos lugares y regiones tan apartados.

El Asistente Pedro esperaba que después de tantas fatigas gozaría de descanso, pero he aquí que el Siervo de Dios de nuevo se puso en camino. Pues el Eminentísimo Protector Alejandro Cesarini envió una carta a Moravia en la que invitaba al Asistente Pedro a ir a Roma para asistir al Capítulo General que iba a celebrarse. El Siervo de Dios quería excusarse de ponerse en camino, por lo cual escribió al Cardenal Protector las siguientes palabras:

“Yo soy un gusano y no un hombre, vergüenza de los hombres y desprecio de la gente, que recibí del Sumo D.O.M el beneficio de no celebrar ningún sacrificio de la S. Misa en el que no me acordara de tu Eminencia ante el Señor, para que tu Eminentísima Grandeza no tuviera horror de aguantar el clavo de nuestra bajísima religión. En verdad nunca me he animado a dirigir una sola palabra a tu Eminencia; además se considera injurioso e indigno que un hombre despreciable hijo de la tierra y de inútil valor importune a un príncipe tan alto con mis ineptitudes, y que sus ojos puedan detenerse en él, distrayéndole de asuntos tanto públicos como domésticos necesarios para la vida de la curia, y que pierda tiempo con él. Sin embargo ahora, empujado por la necesidad y rotas las barreras de la vergüenza, y lleno de rubor me acerco a besar los sagrados vestidos de tu Eminencia, y vuelo a donde tú estás y pido confiadamente el remedio a mis necesidades.
Ya soy un anciano, Eminentísimo Señor, de casi setenta años, con una constitución corporal débil, afectada por la vejez, y lo que es más importante (como prueba la experiencia), que no soporta los esfuerzos de los caminos: en los días pasados, tras un viaje de apenas un día me vino una fiebre de la que estuve enfermo durante más de 15 días. Acudo, pues, pobre de mí, a la bondad de tu Eminencia, a la que todos reciben beneficios y a la que todos veneran, para que me permitas abstenerme de un viaje de dos meses, que estoy seguro que me lleva a no hacer nada, y de este modo estar ausente sin castigo de la Congregación General que tendrá lugar la próxima primavera. Pues aunque tuviera un gran interés en ella, es tal la pobreza de mi ingenio, y mi ignorancia e impericia para hacer cosas, que no dudo que no podría hacer nada útil sin detrimento y múltiples incomodidades para nuestras cosas”.

Hasta aquí lo que dijo el Siervo de Dios, el cual como de ningún modo pudo excusarse de hacer el viaje, por obediencia lo hizo, cediendo a la voluntad del santo fundador, como le escribe en esta carta:

“La profecía que V.P. hace en la suya de fecha 12 de enero y recibida por mí el 1 de febrero, que Dios va a darme salud para ir a Roma y para ayudar a la Orden me ha dado mucho ánimo. Pero confieso que a causa de la debilidad que a veces siento que me conviene imitar en esto a Abraham, que esperaba contra toda esperanza. Sin embargo, en el nombre de Dios y de V.P. echaré la red, y el lunes próximo, si nada lo impide, partiremos de aquí hacia Viena. Sé que nos ayudarán las oraciones de V.P. y de los hermanos. Demos gracias a Dios. Benedicite. Nikolsburg, 2 de febrero de 1641. Hijo y siervo en Cristo de de Vuestra Muy Reverenda Paternidad, Pedro Pobre.”

Cuando se preparaba con el P. Provincial Onofre y los dos vocales electos para ir a Roma, el Príncipe Maximiliano de Dietrichstein vino a comer con toda su familia al colegio de Nikolsburg, y llamando a parte al P. Pedro le dijo: “Ayer fue el día de las Candelas, o fiesta hipapante, así que traigo un cirio mío para que le sirva a vuestra reverencia para el camino”. Era un cirio que tenía dentro 50 cequíes venecianos, y pidió excusas por ofrecer tan poca cosa. Los hijos del príncipe también dieron algo al P. Provincial para el viaje. Después de la comida vino el príncipe a la habitación del P. Pedro y le dio una cajita llena de rarezas de aquella tierra. ¿Qué cosas raras eran? No se sabe, pero consta que eran de gran precio, dignas de tan príncipe. Antes de que salieran Pedro de Nikolsburg el último día de las fiestas bacanales, el príncipe citado vino al colegio y para ver si les hacía falta algo más para el viaje, y les acompañó hasta el coche, que quiso que les llevara a Viena con seis caballos, a los cuales añadió para seguridad en el camino seis soldados dragones. Pedro, pues, salió el 12 de febrero de 1641 de Nikolsburg, y ya no volvió más a Moravia[Notas 3].

“El Venerable P. Pedro Casani fue un hombre que se distinguió por su nobleza, su ingenio, su santidad, sus letras. Brilló tanto por su teología y la gloria de sus milagros en Liguria, en Sicilia y en toda Italia, y principalmente en Germania, que muchos herejes por obra suya volvieron a la santidad, de modo que cuando iba de camino le seguían a veces tres mil, a veces cuatro mil hombres, bien para ser instruidos mejor por él, bien para ser librados de algunas enfermedades de las que sufrían desde hacía mucho tiempo”[Notas 4]

Pero vuelvo a la introducción del instituto en Polonia.

Yendo yo al Santuario de Czestochowa me vino el recuerdo gozoso de aquellos hermanos que introdujeron las Escuelas Pías en Polonia. Recuerdo que cuando estuve en Cracovia en 1905 hojeé un libro titulado “Relato breve sobre la introducción de las Escuelas Pías en Polonia y su crecimiento, así como en el ínclito reino de Hungría”, del famoso P. Domingo Choynacky de S. José, quien tomó las memorias del P. Miguel Krauss y de los documentos del archivo de Podolín. Leí lo siguiente en el citado libro:

“Año 1642. Entre ellos (los reyes que rogaban con insistencia la fundación de las Escuelas Pías) el principal era el invicto y poderoso Rey Ladislao IV de Polonia y Suecia, que tanto por cartas a nuestro Santo Padre y al Eminentísimo Cardenal Cesarini nuestro Protector, ya de manera extraordinaria por medio de su embajador ante el Sumo Pontífice Urbano VIII, el conde Ossolisnki, Canciller del Reino, intentaba traer la Orden de las Escuelas Pías a Polonia, y fundarlas por su Majestad en Varsovia, primera ciudad del reino. Tanto insistió que nuestro Santo Patriarca encomendó el asunto al P. Onofre Conti del Stmo. Sacramento, Provincial de Germania. Pero este, a causa de la carencia de personal, se retrasaba. Pero como una comunidad debía fundarse para gloria de Dios, la Providencia suministró el medio para eliminar todos los obstáculos, de modo que se llevara a cabo rápidamente la obra que satisfizo los deseos del piadoso príncipe.
Pues por entonces el rey sueco Gustavo Adolfo estaba haciendo la guerra en Germania, y afligía Silesia y Moravia con muchas calamidades. Las órdenes religiosas, sufriendo mucho, se vieron obligadas a trasladarse de lugar, y ese fue el consejo que se dio a los nuestros en medio de los peligrs. En cuando al lugar a donde dirigirse, se pusieron de acuerdo para ir a Viena. Algunos proponían volverse a Italia; otros proponían el camino de Polonia, a donde el Rey había invitado a los nuestros con toda benevolencia. Llegaron a la conclusión de ir a pedir consejo al Eminentísimo Cardenal Gaspar Mathei, Nuncio Apostólico ante el Augusto Emperador Fernando III, y ver qué pensaba él. El Eminentísimo Príncipe les persuadió de ir con el Rey de Polonia, y reforzó su persuasión (pues era muy amigo de nuestra Orden) proveyendo generosamente los suministros y otras cosas necesarias para el viaje, y dando a los nuestros consejos muy saludables. Provisto del consentimiento del Santo Padre y seguro de la invitación del Serenísimo Príncipe, y animado además por el impulso del Cardenal, el P. Provincial llevando consigo unos pocos sacerdotes, clérigos y operarios profesos, y novicios, toma el camino de Polonia. Y sin ser molestados, a través de los territorios de Moravia y Silesia llega felizmente a Cracovia a principios de julio del año 1642.
Ocurrió entonces que el Rey había dado recientemente en matrimonio su hermana al duque de Neoburg, y acompañando a los esposos en su viaje, se encontraba en Czestochowa (que se encuentra a 18 leguas de Cracovia) a causa de la devoción de la famosa imagen milagrosa de la B. Virgen María. Por lo cual el P. Provincial, dejando al P. Casimiro Bogatka de la Concepción de la B.V.M. con otros seis religiosos en el monasterio de los Carmelitas Descalzos, decidió ir a saludarle, satisfaciendo el deseo del Rey de que vinieran los nuestros, para que llevara a cabo la fundación prometida. Como los PP. Carmelitas iban a celebrar en breve un encuentro provincial en Cracovia, su padre provincial buscó un lugar de descanso para los nuestros, y los envió como huéspedes a Wisnicz, donde entonces preparaba una nueva fundación para los padres el Escelentísimo Conde Lubomirski, palatino de Cracovia, en su ciudad hereditaria, la cual se llevó a cabo por designio de la Providencia.
Tan pronto como los nuestros llegaron a Czestochowa y se enteró de ello el Rey, los mandó llamar, los recibió amablemente, los oyó y habló afectuosamente con ellos, y cuando se enteró de que habían venido 13 con el P. Provincial se alegró mucho, y les urgió a que fueran todos con él a Varsovia, donde tendrían una lugar adecuado para residir y vivir. Él lo prepararía todo en breve tiempo, y todo se dispondría según sus deseos. Mientras tanto dio órdenes a Estanislao Skarzanski, oficial de Sandomir, de recibir dignamente a los padres, y hacerlos llegar a Varsovia a su costa. El P. Provincial sale de Czestochowa, y escribe al P. Casimiro a Cracovia para que venga cuanto antes a Varsovia con nuestros religiosos…” Hasta aquí el P. Choynacki (1769).

Y así se fundó la casa de Varsovia, de la cual tomó posesión el citado P. Onofre, Provincial de Germania, el 1 de diciembre de 1642, y de la cual fue el primer superior el P. Jacinto Orselli de S. Gregorio, que la gobernó hasta el año 1642, muy querido del fundador el Rey Ladislao IV, de la reina, de los príncipes y nobles de Polonia. Este hombre había nacido en Brisighella, en la diócesis de Faenza. Tomó el hábito en el noviciado de Roma, de manos del P. Pedro Casani, en 1633. En 1636 nuestro Santo Padre lo envió a Nikolsburg, y en aquella casa fue nombrado prefecto del santuario y el seminario lauretano, y después superior y asistente provincial. Se deduce que regresó a Italia en el año 1652 por el catálogo de los que pidieron el certificado pontificio para abandonar las Escuelas Pías desde 1646 hasta 1653, y rompió su vínculo con nuestra Orden. El catálogo citado se encontraba en el Archivo Provincial de Nikolsburg. No se sabe qué causas movieron a un hombre de tantos méritos a hacerlo. (P. Nicht).

Notas

  1. Archivo de Bohemia en Praga, ahora en Roma.
  2. Romana seu Lucana Beatif. et Canon. Positio. Roma, 1915.
  3. Ephem. Domest. Calasanct. Año III bim. V y VI.
  4. Discurso en e Capítulo General de las Escuelas Pías de 1748, por el P. Francisco Bonada. Roma, 1748.