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Última revisión de 16:06 15 jun 2015
(Cuaderno 4)
Estoy convencido de que nuestra pobre Orden podría dar mucho fruto en almas en esta región, pues somos queridos de todos, aunque tenemos envidiosos en la Corte”.
El P. Juan Domingo escribe desde Podolín el 5 de mayo siguiente al P. José: “Aquí por la gracia de Dios en estos días de Cuaresma se han convertido veinte herejes por obra de nuestros padres, que unidos a los otras convertidos desde que llegamos aquí, llegan a cien. Con la ayuda de N.S. Jesucristo y con las oraciones de V.P., esperamos que se conviertan otros. Los que se han confesado en nuestra capilla, además de nuestros escolares, son quinientos noventa y seis. Nuestra Orden es de gran provecho para la Iglesia de Dios; bien lo sabe el demonio”. El mismo P. Franco menciona el 6 de abril de 1646 que se han convertido tres, y el 24 de septiembre, que había recibido en la Iglesia a otros ocho herejes.
El tantas veces alabado P. Alejandro Novari escribe desde Litomysl el 26 de junio de 1647 al Santo Padre José esta noticia consoladora: “Una madrina y capitana de guerra del ejército de Piccolomini se ha convertido a la fe católica por obra nuestra”. Y el 9 de mayo de 1648: “Un hereje luterano de Sajonia, teólogo y predicador del ejército sueco, cuyos padres y dos hijos eran también predicadores, se ha convertido por medio de nuestro P. Nicolás de la Cruz. En nuestra iglesia de Straznice, con ocasión de la conversión a la fe católica de un hereje luterano y otro anabaptista, fueron admitidos también un matrimonio de picarditas”. (P. Talenti).
El primer año después de la preciosa muerte de nuestro fundador, es decir, cuando se había convertido en nuestro defensor y más presente que nunca ante Dios, se envió a la curia arzobispal de Praga y desde allí a la Sagrada Congregación de Propaganda Fide el número de conversos, que era de dos mil doscientos treinta; en el año 1650, ciento tres; en el año 1651, trescientos cuarenta. La citada Congregación viendo que convenía conservar la obra de las Escuelas Pías en aquellas regiones, sugirió al que ejercía el cargo de Viceprovincial en Germania y Polonia, el P. Alejandro Novari, que presentara el estado de nuestro instituto. Y él, obedeciendo, escribió desde Litomysl el 27 de junio al eminentísimo Cardenal Luis Capponi, Comisario de la Sagrada Congregación: “Quiero que sepa Vuestra Eminencia cuánto nos dedicamos en nuestro instituto de las Escuelas Pías a ayudar a que todos, grandes y pequeños, caminen por las sendas del paraíso. Los herejes convertidos se mantienen, con la gracia de Dios bendito, firmes y constantes en la fe; y no dejamos de ayudarles para que perseveren en ella hasta la muerte. Nos falta una cosa que si la obtuviéramos haría felices a las pobres Escuelas Pías, y además haría feliz a la santa fe católica en estas regiones de Germania, Bohemia y Polonia, y es que llegara más ayuda, para que fuéramos más obreros, pues ‘la mies es abundante y los obreros pocos’. Dígnese vuestra Eminencia interceder ante Su Santidad por la reintegración de nuestro instituto”. (P. Talenti).
Estas ayudas espirituales y otras muchas ofrecieron los nuestros en aquellas regiones azotadas por el hambre y la guerra, de modo que se podría decir de su apostolado, según Cornelio a Lápide, que es más importante en muchos casos sufrir que actuar; si era propio de los romanos hacer grandes cosas, fue propio de los cristianos el aguantar grandes sufrimientos, con un espíritu apostólico generoso.
El 21 de marzo de 1644 el P. Ambrosio Leailth escribía desde Nikolsburg a nuestro Santo José: “Los padres que están en Lipnik viven muy pobremente; apenas tienen pan que llevarse a la boca, pues los soldados se lo han comido todo”. El 28 de agosto siguiente: “En un pueblo que dista sólo dos leguas de aquí sufren la peste, y han muerto muchos”. El día 30 de octubre: “Ha llegado la peste aquí a Nikolsburg”. Lo mismo anuncia desde Straznice el P. Glicerio Mezzara el 6 de noviembre: “Nuestras escuelas están cerradas a causa del azote de la peste; así lo ha dispuesto el Sr. Conde para salvar todo su territorio”. Desde Podolín escribe el P. Juan Domingo Franco el 9 de diciembre: “El temor nos ha hecho enviar a nuestros estudiantes a sus casas, a causa de la peste, que se encuentra a una milla italiana de nuestra casa”.
Nuestro mismo Santo Padre anota que recibía noticias de los nuestros de Bohemia y Moravia en las que les contaban sus tribulaciones a causa de la guerra. Antes de copiar esas cartas, quiero hacer notar a los lectores la delicada atención que José de Calasanz muestra en ellas al escribirlas al P. Pedro Pablo de la Madre de Dios, a veces a Palermo, a veces a Nápoles. Este religioso era moravo, natural de Nikolsburg, de la familia Grien, llamado en el siglo Tobías, y tomó el hábito de nuestra Orden el año 1634. Fue llamado a Roma por el santo fundador en 1641 para completar sus estudios, y luego fue nombrado superior en Mesina, Palermo y Nápoles hasta que en el año 1646 fue enviado a Nikolsburg. Nombrado superior de aquella casa, la gobernó prudentemente en aquellos tiempos turbulentos, y fue animado a tener fe y paciencia en numerosas cartas por el Santo Padre. El P. Pedro Pablo, que era un hijo amantísimo de Moravia, enviaba noticias de las cosas que en aquel tiempo agitaban su patria, de las cuales el benignísimo padre a veces hacía copias. Es una pena que este hombre, después de la muerte del Padre, en septiembre del año 1649, pidiera el breve del Pontífice para abandonar nuestra Orden.
Así, pues, el 29 de noviembre de 1644 escribía el Santo Padre al P. Pedro Pablo a Palermo: “Escriben de Nikolsburg que se ha hecho un último esfuerzo para reconquistar Olomuc, y de toda Moravia va un hombre de cada seis, cien de cada seiscientos y mil de cada seis mil, y de Viena han enviado grandes cañones. Quiera el Señor que quiten este obstáculo de Moravia, y que nos lo anuncien pronto. El Señor nos bendiga a todos. José de la Madre de Dios, m.p.” Y el 20 de abril de 1645, a Nápoles: “Han ocurrido terribles miserias no sólo en Bohemia, abandonada ya por los católicos, sino también en Moravia, de nuevo ocupada por el enemigo. Los sacerdotes de nuestra comunidad de Nikolsburg han huido; sólo ha quedado el P. Ambrosio con unos pocos hermanos, después de enviar a Viena las cosas de la iglesia y todas las que tenía el príncipe en el castillo. Dicen que el enemigo va corriendo hacia las puertas de Viena. No sé aún si Viena ha sido conquistada por el enemigo, ni tampoco Straznice, pero si no llega ayuda, sin duda caerán en manos de los herejes. Dios sabe si se recuperará aquella provincia, y el mismo Dios sabe en qué aflicción se encuentra el pobre Emperador. El P. Alejandro me escribe que oremos por él, vivo o muerto, porque ha prometido a los ciudadanos de Lipnik que no les abandonará en esta tribulación, y que quizás después de haber saqueado la ciudad la quemarán. Vuestra Reverencia haga rezar por la Orden y en particular por Germania, para que El Señor quiera perdonar las ofensas que le han hecho los católicos. Que es lo que se me ocurre en la presente. Que el Señor nos bendiga a todos. Siervo en el Señor, José de la Madre de Dios, m.p.” [Notas 1]
Creo que vale la pena transcribir la carta que envió el P. Alejandro Novari desde Litomysl el 13 de marzo de 1645 al Santo Fundador, después de la victoria de los herejes en Bohemia: “Se ven los enemigos a sólo tres leguas de nosotros, y bien pudiera ser que hoy mismo nos invadan y nos maten. Nosotros ya hemos prometido a la gente que nos quedaremos con ellos hasta la muerte, y si se presente la ocasión, moriremos con ellos”. (P. Talenti).
Con el favor de Dios los nuestros de Litomysl se salvaron, lo mismo que en Nikolsburg, como se ve en la siguiente carta del Santo Padre José al P. Ambrosio Leailth, superior de Nikolsburg, con fecha 8 de julio del mismo año:
- “La paz de Cristo. El P. Maestro fray J. Bautista Alonisi que vivía en Nikolsburg al servicio del Excmo. Príncipe nuestro me ha consolado mucho con su carta contándome las cosas ocurridas en esas partes después de tantos meses de no tener ninguna noticia en Roma. Doy gracias a Dios bendito, que en medio de tantos peligros ha conservado a V.R. con salud y tal gracia ante los suecos que no han tocado ni a V.R. ni sus cosas; incluso me escribe con mucha modestia que el comandante (Torstenson) ha tenido bien ir a comer algunas veces a nuestro convento. Me alegro no poco de que V.R. mantenga las escuelas abiertas; mantenga firme esperanza en la devoción a S. Felipe Neri, para que las tribulaciones se conviertan en consolaciones, y nosotros haremos oraciones especiales por la buena marcha de esas escuelas y de la comunidad, a la cual quizás enviaremos algunos sujetos de refuerzo. Escribo estas pocas líneas para que V.R. sepa que aquí todos oramos no solamente por usted, sino por todas nuestras comunidades de esa provincia. Quiera el Señor escucharnos y nos bendiga siempre. Siervo en el Señor, José de la Madre de Dios, m.p.” [Notas 2]
¿Describiré los sufrimientos de nuestros hermanos padecididos durante la guerra de los Treinta Años? ¿Cómo fueron sostenidos en su constante e impávido ánimo, que se podría llamar espartano, por Dios y sus superiores? ¿Cómo incluso aquel tiempo es considerado por nuestro Santo Padre como una gracia extraordinaria por las oraciones hechas a Dios? “Se atribuyó a las oraciones del Padre, escribe el P. Francisco Mª Bonada, que en aquel año (1648) los católicos de la ciudad de Praga sostuvieran valientemente el repentino ataque de los suecos, y resultaran superiores en la batalla. En aquel mismo periodo de tiempo en el que los enemigos atacaban la ciudad, el Padre estaba dando una charla a los suyos reunidos en el oratorio doméstico como de costumbre, cuando de repente por inspiración divina supo que debían rezar más y más, pues los nuestros se encontraban en gran peligro de ser vencidos por los enemigos, y este acto piadoso lo hizo durante mucho rato, y de manera ardiente”. A causa de los traidores, el jefe Chinismarch de los suecos tomó la pequeña o nueva Praga, en la que se encuentra el castillo imperial, llamado Rotschin. Tomaron gran cantidad de botín. El cardenal arzobispo Ernesto de Harrach y más de doscientos magnates fueron hechos prisioneros, y faltó poco para que no cautivaran también al Emperador, que había huido poco antes. Los religiosos, cuando se enteraron de que la hora en que habían ocurrido esos acontecimientos coincidía con el tiempo en que el Santo Padre les había pedido orar, no tuvieron ninguna duda de que se debía a las oraciones de José que el Canciller Colleredo y otros se mantuvieran a salvo, y que los suecos sólo tomaran una parte de la ciudad Praga, la cual devolvieron a los católicos cuando llegó la paz, aunque debieron aceptar unas condiciones duras.
En todas las cartas que enviaba desde Roma a Germania en aquel tiempo, se ve que el Padre, lo mismo que si estuviera allí presente, enviaba continuamente ánimos a sus hijos. José escribe al P. Provincial Alejandro Novari el 25 de agosto a Nikolsburg: “Me duele que siendo usted el piloto de esa barca en esas tierras tenga dudas, debiendo tener por cierto que aunque los vientos sean contrarios, no se hundirá la barca aunque haya pocos con V.R, para sostener el instituto. Cuando más parece que estamos abandonados de las ayudas humanas, tanto más seremos ayudados por los auxilios divinos” Y al mismo Provincial le escribe el 25 de septiembre de ese mismo año: “Ruegue V.R. a Dios bendito que ya que le puso en este cargo de superior, le dé las virtudes necesarias para desempeñarlo con la perfección debida, y así se cumplirá en V.R. lo del dicho: ‘quien da la forma, da consecuencia a la forma’. Tenga ánimo, y recibirá del Señor todo lo necesario para cumplir bien su cargo en esas tierras”. (P. Nicht).