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Capítulo 31º. Presentación del sacrilegio de Olas por el P. Francisco Hanak ante las Cortes Generales de Polonia.
Los católicos de Olas estaban reunidos en la casa citada más arriba del generoso señor Esteban Roskowany, practicando sus devociones, el día 8 de septiembre de 1671, fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen. Francisco celebraba la misa ante la imagen de la Virgen cuando en el momento de la elevación, en aquella habitación reseca y cálida, se vieron brillar lágrimas en los ojos de la seca imagen, como perlas. Cuando se enteró el Ilmo. y Rvmo. Sr. obispo de Varad, que residía en el Cabildo vecino, quiso averiguar la verdad del hecho, y pidió al P. Francisco que cambiara de lugar, y suspendieran los actos de culto en la casa privada.
Por lo cual el juez de Olas Daniel Schnel fue con dos nobles a la casa de Roskowany y de Palffalevay, y mostró la carta del magnífico Señor Vicecapitán, con copia de los reales privilegios, enviadas por el Excelso Príncipe Lubomirski, y pidió que se entregaran las escuelas. Como aquel día 12 de octubre se iba a celebrar el entierro de un niño católico, quiso que se organizara una procesión fúnebre, y ordenó que se llevara al lugar que se iba a ocupar todos los objetos religiosos, con las imágenes del Crucifijo y de la Santa Virgen, y pidió que, según la costumbre, y de acuerdo con la últimas órdenes, tocaran todas las campanas durante la procesión, y se evitara todo tumulto y todo tipo de insolencia.
Lo prometieron todo, pero los luteranos no cumplieron su palabra. Pues tan pronto como comenzó la procesión, con Francisco que llevaba a la vista sobre el pecho los privilegios y órdenes anteriores, cuando se dirigían desde la plaza hacia la iglesia y las escuelas, con toque de campanas, los herejes acudieron con bastones, piedras, terrones de arcilla y otros instrumentos visibles, y armaron tal alboroto y tumulto que parecía que querían poner toda la ciudad patas arriba. Francisco lo soportó todo pacientemente, y como no fue admitido en la escuela porque se oponían los luteranos y la tenían cerrada, puso junto a la pared de la misma una mesa y la adornó como un altar, con los manteles, imágenes sagradas, el crucifijo y los candelabros, y entonces envió a dos católicos para que fueran al vecino venerable Cabildo, para informarle de lo ocurrido, y otros dos a la fortaleza de Lublo al magnífico Vicecapitán, y se encomendó al Señor.
Tan pronto como se fueron los delegados católicos, un predicador luterano, Daniel Kles, desde una ventana de la parroquia se puso a gritar: “¡Golpea, mata!”, a cuyas voces hombres y mujeres acudieron con gran ímpetu hacia el altar, tiraron el crucifijo y los candelabros, y desfiguraron vergonzosamente las imágenes sagradas de Cristo el Señor y de la Santa Virgen María, pisotearon los manteles y todos los ornamentos litúrgicos y atacaron con palabras y golpes a los católicos hasta derramar sangre. Francisco lloraba al pie del altar, a quien se dirigieron de repente los furiosos herejes, y empezaron a golpearle, unos con arcilla, otros con piedras, otros con palos y otros objetos. Él estaba de rodillas, con los brazos en cruz, elevados los ojos al cielo, encomendando su alma a Dios. Al final, gravemente golpeado, pisoteado, con las manos bajadas, apoyó la cabeza sobre el altar. Recuperando fuerzas, se sentó al pie del altar y recogió e crucifijo y las imágenes de Cristo el señor y de la Beata Virgen María dañadas por las piedras y la arcilla, y las besaba piadosamente y con lágrimas. Entonces de nuevo volvió la turba insolente, y le golpearon más que antes, y lo habrían matado a no ser por algunos luteranos prudentes que llegaron y dispersaron a los invasores, y terminó el tumulto.
Una vez perpetrado el sacrilegio, Francisco volvió a poner en su lugar las imágenes y el crucifijo, y colocó al niño difunto al pie del altar, y orando allí con los padres del niño muerto, que no querían irse del lugar, esperó la llegada de los señores del Cabildo. El mismo día, hacia la hora cuarta, vinieron a Olas dos reverendísimos canónigos del Cabildo de Szepes, y después de depositar ante el juez una protesta contra la violencia, vinieron al lugar del crimen, y se hicieron contar por el Padre Francisco, con lágrimas en los ojos, cómo había ocurrido el sacrilegio, y volvieron al Cabildo con la relación hecha. A todos los prelados les afectó el hecho impío, pero más que a ninguno al Ilmo. Obispo de Varad, presidente del Cabildo, quien a partir de entonces se esforzó fervorosamente ante Su Santidad, la Imperial Majestad, el Rey de Polonia, el Nuncio Apostólico y el Príncipe Lubomirski para que expulsaran a los predicadores y se recuperaran las iglesias. Consiguió el cargo de misión apostólica para el P. Francisco, con su protección y la del Ilmo. Ángel Ranucio, arzobispo de Damieta y Nuncio Apostólico en el reino de Polonia.
Después que se fueron los señores del Cabildo, el juez y los notables del pueblo rogaban a Francisco que desmontara el altar y guardara todas las cosas, y se fuera a casa, pero él no quiso hacerlo, a no ser que se anotaran todas las cosas, y se colocaran una guardia que estaría allí día y noche hasta que llegara una respuesta de la fortaleza de Lublo; cuando esta llegara, él se retiraría a su casa. Los herejes de Olas nunca sufrieron más vergüenza cuando entonces, día y noche, en el lugar público según la orden dada, tuvieron que ver el altar con la arcilla, las piedras y el cuerpo del niño difunto durante cinco días, de modo que cada vez que entraban o salían de la iglesia tenían ante sus ojos el acto impío que habían hecho. Mientras tanto los generosos señores Andrés Morzkowski y Valentín Keski, delegados por el magnífico Vicecapitán (que se llamaba Juan Zworzyanski) como comisarios, vinieron con la debida asistencia a Olas, e hicieron una investigación rigurosa sobre el sacrilegio perpetrado, y lo enviaron a Lancut al príncipe Lubomirski. Luego aconsejaron al juez y a los notables del pueblo que obedecieran las órdenes del rey y de Su Excelencia, y ellos, temiendo a causa del crimen cometido, entregaron espontáneamente todas las llaves del edificio escolar a los señores comisarios. De este modo la escuela fue devuelta a los católicos; el P. Francisco la arregló, adornó y bendijo para que sirviera de capilla, y se hizo el funeral de aquel niño, a toque de campana, con gran consuelo de los padres y de los católicos.
Una vez transmitidas y leídas las informaciones por el príncipe Lubomirski, este hizo un decreto muy riguroso contra los sacrílegos, que luego mitigó tras recibir algunas peticiones, teniendo además en cuenta que era tiempo de guerras, rebeliones, desconfianzas y facciones. Por lo cual los luteranos de los 13 pueblos, y en especial los de Olas, no dejaban de molestar e insultar a los católicos. Por lo cual el P. Francisco, nombrado misionero apostólico de los 13 pueblos, a instancias del Ilmo. Jorge Barsony, obispo de Varad, bajo cuya protección y jurisdicción espiritual estaba, para promover la religión católica y con el deseo de volver a ocupar las iglesias, con el acuerdo también de la Congregación de Propaganda Fide, con su autoridad de misionero apostólico, tras obtener suficientes certificados, testimonios, permisos y la recomendación del Augustísimo Emperador Leopoldo, fue a Varsovia, a presentarse a las Cortes Generales del Reino, al Serenísimo Rey, a toda la república congregada, y al Ilmo. Nuncio Apostólico.
Nos agrada reproducir la carta del Emperador.
- “Carta de recomendación de la Sagrada, cesárea real majestad de Leopoldo, gran rey apostólico, a favor del P. Francisco de S Wenceslao de las Escuelas Pías, delegado de los 13 pueblos de Szepes, con motivo de la práctica del catolicismo, y del sacrilegio cometido en el pueblo de Olas por los luteranos el día 12 de octubre de 1671, al Serenísimo Rey Miguel de Polonia, y al Congreso de la república reunido en Varsovia, en el año 1672.
- Leopoldo, por la gracias de Dios Emperador de los Romanos siempre augusto; rey de Germania, Hungría, Bohemia, Dalmacia, Croacia y Eslavonia; archiduque de Austria, Duque de Borgoña, Estiria, Carintia, Carniola; marqués de Moravia, Conde de Habsburgo, Tirol y Gorizia, etc.
- Al serenísimo y potentísimo príncipe D. Miguel, Rey de Polonia, Gran Duque de Lituania y Rusia, Prusia, Mazovia, Samogicia y Lucovia.
- A nuestro muy querido hermano y pariente.
- Serenísimo y potentísimo rey, hermano y pariente nuestro muy querido.
- En los 13 pueblos de Szepes, mientras trabajaba por la fe católica el P. Francisco de S. Wenceslao, religioso de las Escuelas Pías, con vuestro permiso y había comenzado ciertas devociones católicas celosamente, sufrió una ignominia, que nos hizo saber para pedir que Nos intervengamos de algún modo, por lo que copio al pie de la letra el memorial que nos envió, para que se vea más claramente qué ocurrió.
- Su intención saludable y grata a Dios nos movió fácilmente a cumplir su deseo, por lo que recomendamos a Vuestra Serenidad con tanto más interés cuanto que nos parece que se trata de algo para más gloria de Dios e incremento de la S. R. Iglesia, por lo que rogamos a Vuestra Serenidad abrace y promueva esa piadosa obra con su afecto acostumbrado y su celosa inclinación, de modo que reciba una amplia bendición como recompensa de Dios, retribuidor de todas las obras buenas.
- Por lo demás rogamos por una vida larga y sana para Vuestra Serenidad, y el éxito en todas las cosas.
- En nuestra ciudad de Viena, 26 de enero de 1672.
- Hermano y pariente de Vuestra Serenidad, Leopoldo”.
Tan pronto como el P. Francisco llegó a Varsovia, tras invocar el auxilio de Dios, llegó a la reunión de la Orden de Caballeros, y expuso la causa de su presencia, conto el nefando sacrilegio de los luteranos, mostró la imagen de la Santa Virgen lamentablemente desfigurada, y habló con tanto celo por el honor de la Divina Majestad que se deshizo en lágrimas, y muchos de los asistentes también se echaron a llorar. Escuchada y comprendida en lo esencial la cosa, muchos de los que estaban allí propusieron que no se tratara de otro asunto hasta que se hubiera terminado este asunto de la Madre de Dios. Finalmente, tras diversas votaciones, se llegó a la sentencia unánime y sin excepción, de ir con la imagen de la Santa Virgen a la reunión del Serenísimo y los senadores, para promover y urgir el asunto.
Llegados ante el Rey, el Ilmo. Martín Oborski, mariscal de los condes, habló durante un cuarto de hora de manera no menos celosa que facunda a favor del honor de la Madre de Dios, y expuso con todo lujo de detalles el sacrilegio cometido, y pidió que se diera una especial comisión a algunos delegados reales con la autoridad de la presente asamblea para expulsar a los predicadores, ocupar las iglesias y proteger a los padres de las Escuelas Pías y a los católicos, y se confirmaran los privilegios y órdenes dadas hasta entonces con una constitución perenne. Reivindicaba y propugnaba con tanto celo el honor de la Madre de Dios, que muchos se pusieron a llorar. El mismo serenísimo Rey, enterado mientras estaba sentado en el trono por la carta de la Sagrada Majestad imperial y del Ilmo. Obispo de Varad del sacrilegio indignamente cometido sobre la sagrada imagen por los luteranos, no pudo retener las lágrimas.
¿Qué debería hacerse? Varios senadores daban sus opiniones, y también le preguntaron al P. Francisco qué pensaba él, a lo cual respondió: “Yo no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y que se salve. No deseo nada más, una vez recibidos benignamente los privilegios acordados, la protección de las Escuelas Pías, del clero y de los católicos de aquella región, además de la expulsión de los predicadores herejes, la devolución de las iglesias en los 13 pueblos con todas sus posesiones y la promoción de los católicos al gobierno de las ciudades. Por lo demás, pido gracia para todos los delincuentes, para que se conviertan a lo mejor, y se salven”.
Después de oír esto, el Ilmo. D. Andrés Olszowski, obispo de Chelm y Pomerania y pro-canciller real, en nombre del Serenísimo y de todos los senadores, haciendo suyo el deseo del P. Francisco, dijo: Absuélvase a los reos, puesto que nadie les acusa; para satisfacer las peticiones de los señores vocales de la Orden de los Caballeros, se les encomiende plena potestad, con la autoridad de esta asamblea, para que elijan dentro de su grupo delegados y fijen un plazo para que vayan al lugar para hacer una investigación, y hagan una relación en la próxima reunión de las Cortes Generales del Reino, y de acuerdo con las órdenes antiguas y nuevas, reciban todas las iglesias sin excepción y las devuelvan a los católicos. Copiamos a continuación el decreto entero:
- “Constitución contra los luteranos sacrílegos de Olas, recomendada a instancia celosa y eficiente por la autoridad apostólica de S.S. Clemente X, y de la S. C. y Real Majestad, en las Cortes del Reino del año 1672.
- Deseando evitar el castigo de la ira divina inminente sobre nuestros territorios y aplacar el furor de la Santísima Majestad, asumimos la venganza con el debido celo de los monarcas cristianos, contra la injuria (que se ha cometido hace poco tiempo contra una imagen sagrada de la B. V. María por manos sacrílegas de los habitantes de un cierto pueblo de Szepes), y delegamos comisarios para que vayan a indagar sobre la verdad de la cosa al lugar mismo, con la autoridad de esta Asamblea, para que vayan dentro de un tiempo razonable al lugar del crimen e investiguen acerca de tan impío exceso, y juzguen ante todos en un tribunal especial, sólo en este caso, y dejando salva la facultad de las partes a recurrir. Mantenemos en vigor los decretos a favor de la Santa Religión referidos al principado de Mazovia. Varsovia, 8 de marzo de 1672.
- Martín Obosky, conde de Obori, Capitán de Liv, Mariscal de la Orden de los Caballeros, Ministro íntimo del sello de la Cámara, m.p.
- Estanislao de Sitro Siciusky, Juez de la tierra de Prezmysl, diputado para las Constituciones del Reino de la Polonia menor, m.p.”
Una vez tomada esta decisión, Francisco se acercó al trono de su Real Majestad y le dio gracias por su celo, le entregó unas cartas que le traía, y se encomendó a sí mismo, las Escuelas Pías y los católicos a su protección, y pidió lo mismo de los Senadores y de toda la República.
Una vez vueltos a su reunión a los delegados, designaron comisarios para hacer la investigación en Olas y los 13 pueblos de Szepes. La imagen de la Virgen María fue llevada a la Iglesia de los Padres de las Escuelas Pías, con acompañamiento de los cuatro delegados de la Orden de los caballeros, y unos días más tarde, a petición de la Serenísima Reina Leonor, fue trasladada a la real capilla de la fortaleza.