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Capítulo 33º. Sobre la tiránica rebelión tokoliana.

Como dijimos antes al hablar de la fundación de la casa de Muranyi, el conde Wasseleny falleció siendo sospechoso de rebelión contra el emperador, dejando un recuerdo de súbdito que no había sido fiel a su señor, como debía, ni a las promesas de fidelidad, sino que vilmente le había traicionado. El oficio de palatino, que desempeñaba el difunto, era deseado por el conde Francisco Nadasti, que había conseguido disimular su defección pasada de Leopoldo, fingiendo contrición, y decía que estaba dispuesto a verter su sangre por su Real Majestad. Pero el prudente emperador quiso gestionar la cosa a su manera, y concedió el cargo al arzobispo de Esztergom.

A principios del año 1668 falleció el conde Aversberg, que tenía confiada la fortaleza de Carlestot, y el conde Zrin deseó el cargo, y encargó a su mujer que le pidiera el cargo al Emperador, pero no se les concedió la gracia. Sin embargo le dejaron entender que obtendría algún honor o alguna dignidad en la corte. Respondiendo con ánimo ingrato, corrompió a un carpintero con quinientos florines, el cual incendió la corte imperial el 23 de febrero, mientras otros provocaban incendios en otros lugares, esperando el corruptor que haría morir al fugitivo Leopoldo en la trampa preparada. Pero la mente providente de Dios burló la mente impía del hombre, y quiso que el hecho criminal quedara casi oscurecido, pues el precioso Lignum Crucis de N. S. Jesucristo escapó íntegro en medio de las llamas crepitantes, por lo que admirada la piadosísima emperatriz Leonor en memoria de un milagro tan grande creó una asociación de señoras a las cuales, lo mismo que a los miembros de la Orden de los Caballeros, se les dio una cruz insigne y muy noble.

Pero los rebeldes no se conformaron con esto. El conde Francisco Nadasti preparó una nueva insidia el 5 de abril en Puttendorf, cuando se reunieron la Corte Imperial y los notables del Reino. Aprovechando que había un banquete, hizo poner veneno en el pescado. La mujer del conde se las arregló para cambiar ese arreglo funestísimo, pero poco después, por orden del Conde, se le dio muerte por medio de veneno, y también al cocinero, al cual mató el conde con su propia mano cuando descubrió la maquinación.

Entonces los jefes rebeldes movilizaron a la gente contra el Emperador, y exacerbaron a aquellos que estaban oprimidos por el hambre y por los crímenes. Tomó el liderato de los rebeldes el conde Esteban Tököly, el cual pensó que no debía defender el castillo que le había confiado el emperador, sino que debía poner la fortaleza del ejército imperial al servicio de la causa bélica de los turcos, y así lo hizo. Los rebeldes decidieron poner sus fuerzas bajo los turcos, y los habitantes de Transilvania sometieron el reino de Hungría bajo la protección de Constantinopla. Los turcos pidieron que pusieran a su disposición los soldados, instrumentos de guerra y fortalezas que había en Hungría. El conde Pedro Zrin prometió que así lo harían, ofreciendo entre otras cosas poner de momento a su disposición cuarenta mil húngaros preparados para la guerra.

Para poner remedio a tantos males, y principalmente porque los herejes preparaban unirse a los rebeldes con el pretexto de la libre conciencia, Leopoldo reunió a los notables del Reino. No podía dormir porque había interceptado una carta del marqués Francisco Cristóbal Frangipani, prefecto de Sequia, al prefecto Tscolnitsch, en la cual informaba sobre los grupos, armas y jefes de los rebeldes, y una carta de Orfeo Frangipani, conde de Terstaz a Schahnovich, prefecto de Litka, y a Erasmo, conde de Tattembach, prometéndoles su adhesión, y el favor amplísimo del príncipe Ragozzi. Les declaró la guerra, y le fue bien al Emperador, pues los ejércitos de los rebeldes fueron vencidos. El general Spoork los derrotó en la Hungría Superior y en las tierras de Transilvania. El Duque de Lorena tomó la fortaleza de Muranyi, en la que el palatino Conde Wasseleny había estado involucrado en la sospecha de traición, y detuvo allí a su viuda; en ella se decía que se habían reunido los nefastos conjurados. Se destruyó la fortaleza de Muranyi y se encontraron cinco grandes cajas llenas de documentos, cuya custodia se confió a Francisco Nagy, secretario del gobierno.

La mano del emperador castigó duramente a las tropas insolentes. Entre los jefes de los rebeldes, Esteban Tököly, conde de Kermark y prefecto del condado de Arve en la frontera con Polonia, se obstino en probar su inocencia con las armas, desde su fortaleza de Arve. Los imperiales, mandados por Haisler, la atacaron, y en los esfuerzos por defenderla vertió la sangre y la vida el conde Esteban Tököly, no antes de preparar la huida de su hijo Emerico y de guardar una importante cantidad de dinero en la fortaleza de Likaba, no muy distante. Haisler consiguió tomarla, y casi todos los conjurados cayeron en sus manos, e inmediatamente fueron conducidos a Viena. El conde Emerico se salvó disfrazado de mujer y huyó, refugiándose en Polonia, pero sus riquezas, valoradas en setecientos mil florines, las perdió, y pasaron al erario imperial.

El emperador estaba inclinado a la bondad para con los rebeldes si se arrepentían, pero al final se cansó, y el 30 de abril de 1671 fue ejecutado en Viena el conde Francisco Nadasti, acusado de lesa majestad, y el mismo día sufrieron la misma pena en Neustadt el conde Pedro Zrin y el marqués Francisco Cristóbal Frangipani, a los cuales acompañó en el suplicio en Graz el conde Tattembach. Parecía que el severo castigo de las cabezas y el prudente pacto de las condiciones para la paz tranquilizarían a los rebeldes, que al final se abstendrían de mostrarse hostiles con armas, asesinatos y conjuras contra el Imperio y la religión católica. Pero no ocurrió así, pues según su principio de libre religión, apoyaban a aquel que les diera permiso por medio de leyes para seguir su libre conciencia, y cambiaban de bando fácilmente. Y de hecho ofrecieron diez mil hombres, reclutados en Hungría, Turquía y Transilvania, a sueldo, a los cuales se les dio por jefe el citado conde Emerico Tököly, digna simiente de Esteban, que odiaba los misterios de la santa fe católica, cabeza salvaje contra las castas y venerables tradiciones ancestrales[Notas 1].

Pero pasemos ya a referir las consecuencias del furor de los rebeldes para nosotros los escolapios.

En el año 1673 se recibieron de los herejes las parroquias de las ciudades de las montañas, y las Escuelas Pías fueron introducidas en Brezno a partir de la casa de Prievidza, donde, como hemos dicho, el emperador Leopoldo nos concedió una parroquia perpetua.

En el año 1674 disminuyó el número de estudiantes a causa del miedo a los turcos, y las Escuelas Pías se trasladaron del local municipal al nuevo colegio de Prievidza. El señor Muslay en nombre del fundador nos entregó las llaves en presencia de una nutrida multitud de nobles y ciudadanos.

En el año 1675 los nuestros enseñaban filosofía a catorce oyentes. Se añadió la retórica. Las nuevas clases del colegio abrieron el 1 de septiembre, con abundante número de niños. La iglesia fue terminada, y la cofradía de la Asunción de la Virgen se propagaba de manera admirable.

En el año 1676 se terminó la construcción del colegio y el arco triunfal de la iglesia. Se enseñaban todas las humanidades con la filosofía. El año anterior se había introducido la cofradía de la Virgen del Carmen.

El año 1678 fue realmente calamitoso. Los estudiantes desparecieron, y también los nuestros, a causa del miedo a los herejes rebeldes que actuaban tiránicamente en todas partes. Emerico Tököly, príncipe de Transilvania y abanderado de Calvino, apoyado por tropas polacas, a las cuales se unieron las del Rey de Francia por medio de su delegado el marqués de Betunia, mandadas por el francés Esteban Boham, el 26 de septiembre invadieron Hungría, y devastaron de manera cruel y desvergonzada este municipio de los Palffi, en venganza por la devastación causada en la ciudad calvinista de Debrecen y otros lugares de los herejes causada por el Ilmo. Conde Carlos Palffi y el duque Strasold con el ejército imperial. El sexo inerme fue entregado, desnudado y prostituido por la lujuria de los soldados, ante la mirada burlona y salaz de la gente. Se veía a las jóvenes solteras y casadas, intentando cubrir el pudor de sus senos y pubis y protegerse contra la suerte de las infortunadas violadas. Pero estas cosas podían aún haber sido consideradas humanas, si no hubieran estado unidas a otros crímenes horribles. El valeros jefe militar Tököly pudo saciar su sangre vertiendo la sangre de los civiles con las armas, pero no su avaricia. Envió varios miles de esclavos católicos al tártaro y al turco, y en agradecimiento a su protector el emperador asiático, le envió muchas vírgenes y jóvenes hermosas a Constantinopla para saciar su lujuria.

Incendiaba todos los lugares vecinos, hasta que al final la tormenta llegó también a Prievidza. El día 28 la redujo a cenizas; los ciudadanos fueron torturados, quemados, vendidos, sofocados por el humo. La iglesia de la ciudad fue saqueada, incendiada por dentro y por fuera, lo que hizo verter lágrimas a los mismos enemigos. No es difícil imaginar qué lúgubre resultaba a los ojos de Dios y de los hombres el espectáculo de la rabia calvinista. Durante dos días los huéspedes sanguinarios se alojan en nuestra casa; tocan las campanas de bronce sin cesar; se atracan de comer entre gritos y tumultos fanáticos. Destrozan o se llevan las ventanas, los hornos, las mesas, y todo el ajuar de la cocina. Derriban los altares, pisotean las estatuas y las reliquias de los santos, y después de pisotearlas las arrojan fuera de la iglesia, o las queman, de modo que la iglesia queda profanada como cueva de ladrones. Algunos auxiliares polacos de Tököly, después de ver la sacrílega impiedad y el secuestro de los hermosos jóvenes de uno y otro sexo llevados a su campamento, se compadecen de los católicos, e inclinándose a nuestros ruegos consiguen que el príncipe les confíe la custodia de nuestro colegio. Consiguieron alejar a algunos herejes, pero no sin nuevos daños, pues algunos vinieron a escondidas para incendiarlo. Pero fuimos afortunados, pues a pesar de que los edificios de alrededor ardieron, el colegio no ardió como un cementerio inflamable, pues lo impidió la gente que llegó para ocupar nuestra casa como futura residencia suya y lo impidieron luchando. ¡Pobres ciudadanos! Eran exiliados en su patria cuando llegaba el invierno; buscando una patria en la patria, no encontraron un lugar que les protegiera contra el frío del invierno. En nuestras escuelas se hospedaron muchos nobles, que residieron en la parte norte del colegio, hasta que fueron invitados a rehacer las casas quemadas.

Cuando se retiraron los enemigos de allí, el Dios vengador les siguió detrás, pues cuando era llevado a la fortaleza el Santísimo Sacramento por medio del Rvmo. Prepósito Juan Alejo Turkowicz, acompañándole el P. Rector Juan Martín de la Natividad del Señor y el P. Valeriano Berzewiczy de la Inmaculada Concepción de la B.V.M. y algunos de los nuestros, el conde Carlos Palffi, hijo de la difunta Fundadora, tribuno, con los duques Würben y Denewald, después de oír la desolación de su buena gente, y de reunir un ejército imperial considerable, los llevó consigo a la fortaleza de Santa Cruz, para hacer más daño a los rebeldes, como ellos lo habían sufrido antes. Pero un dolor de intestino que casi le llevó a la muerte le impidió llevarlo a cabo, como se dirá más adelante.

Creo que vale la pena anotar aquí lo que contó el P. Wenceslao Raussek de S. Lorenzo, a saber: “La imagen de nuestro Ven. P. Fundador que se encuentra ahora en el comedor de Prievidza, y que tiempo atrás había sido traída de Roma por el Siervo de Dios P. Domingo de la Santa Cruz, en el tiempo de la persecución tokoliana, por razones de seguridadfue trasladad al castillo de Bojnice, y puesta en una pared. Un oficial de la milicia, insolente calvinista, la descolgó insolentemente y la tiró al suelo, con lo que se dañó en la frente. Después el mismo oficial, atacado por fuertes dolores intestinales, exhaló su alma impía entre violentas blafemias.[Notas 2]

Notas

  1. Sobre lo que se ha dicho acerca de la rebelión, véase Casimiro FRESCHOT, Ristretto dell’Historia d’Ungheria, e singolarmente delle cose occorsevi sotto il Regno dell’Augusto Leopoldo, sino alla trionfante presa di Buda. Milano, 1688.
  2. Arch. Gen. De Roma, Anales de la Provincia de Hungría, año 1666.