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Capítulo 44º. Sobre la visita a Germania del Ven. P. Juan Crisóstomo Salistri.

Cuando el P. Benito Scholtz de Sta. Catalina vino de la provincia de Polonia a Roma para tratar negocios de su provincia, el Rvmo. P. Alejo Armini de la Concepción de la B.V.M., Prepósitio General, no encontró nada más adecuado para procurar el bien de los polacos que enviar a un religioso que con su prudencia, habilidad y caridad arreglase todas las cosas según nuestras Constituciones y los requisitos del lugar. Fue elegido para ello el venerable P. Juan Crisóstomo Salistri, que viajó como Comisario General y Visitador a Germania, Polonia y Hungría con espíritu de dulzura y justicia.

De los cuadernos de este hombre (del que hablaremos más detalladamente luego), que se conservan en el Archivo General como fascículos anejos de las respectivas casas, ya he copiado algunas descripciones, tanto de lugares como de personas en esta obra. Considero que vale la pone copiar algunas cosas que él dice tanto en esos cuadernos como en cartas escritas de Germania a Roma, con informaciones interesantes de las cosas de allí, traducidas al latín, y que seguramente producirán deleite espiritual. Las cartas se encuentran en un volumen manuscrito dorado en el que el venerable Padre manifiesta su vida espiritual íntima en virtud de la obediencia.

“Apenas entré en Austria (el día 22 de mayo de 1690) vi los restos de los destrozos causados por el sitio de los turcos y tártaros a Viena, y de las guerras húngaras: calaveras y huesos de hombres muertos, lugares destruidos por las llamas, recuerdos que quedarán durante mucho tiempo de aquella victoria calamitosa y gran castigo de Dios, al que por otra parte hay que dar gracias por haber librado a la cristiandad de la feroz tiranía de los turcos e infieles”[Notas 1].
“Durante cincuenta y cuatro días residí en Prievidza[Notas 2] (a donde había llegado el 14 de junio de 1690), buscando la santa soledad para recogerme en el Señor, y recibiendo su dulce gracia relegué al olvido todo el estrépito de mis preocupaciones. Mientras tanto también me recuperé en el cuerpo en las vecinas termas de Bojnice, pues el sol y las lluvias del camino me habían producido ampollas en la piel, además de que en los pantanos de Leopoldov tuvimos que nadar y vadear no sin peligro aguas estancadas y cenagosas. Me deleitaba especialmente en el santo sacrificio de la misa, que celebraba la mayoría de las veces con los escolares, que cantaban muy bien canciones devotas. Estas canciones tan bien cantadas por los niños inocentes elevaban mi corazón a los coros de los ángeles, y no eran una distracción para mí, sino que me ayudaban a estar más atento. De este modo los cantos de los niños fueron para mí un gran consuelo espiritual al celebra la misa y luego en la oración de la tarde durante dos años.
El Señor me permitió experimentar una noche cuando estaba en Prievidza lo que era el espíritu de rebelión que existe en el reino de Hungría. Tuve que levantarme de la cama y salir de la habitación, contener la respiración y elevar la mirada al cielo, percibiendo en mis venas la inclinación contraria, al oír a alguien que incitaba a las armas, animando a luchar por la separación. Me di cuenta de que era un espíritu diabólico, que agitaba a aquella pobre gente a la rebelión y la guerra, que han derramado tanta sangre, tantos incendios, tantos errores y sectas que oprimen desde hace tantos años aquel Reino Apostólico, conservado por la Gran Madre de Dios. En la fiesta de su cumpleaños fui invitado a la casa del Vizconde Ladislao Hunyadi, hombre anciano por la edad, venerable y grave, quien me dijo que no recordaba ningún año en el que en Hungría, en vida suya, no hubiera estado continuamente en guerra. ¡Cuántas agresiones debió sufrir para conservar debidamente la fe del Imperio Católico! Aproveché la ocasión para encomendar a Dios aquel Reino, como hacen muchos en estas partes, para promover esforzadamente la gloria de Dios”[Notas 3].
“Con la facultad que había recibido para visitar aquella provincia, el 7 de agosto de 1690 partí de Prievidza con dos religiosos nuestros hacia Brezno. Al llegar a Handlova el buen párroco nos ofreció hospitalidad, y él mismo, de la misma manera que otros en las iglesias húngaras, nos mostró las gloriosas memorias de S. Esteban, rey de Hungría, dejadas en los ornamentos sagrados, y erigidas en los templos para confusión de los herejes. Pero lo que más sorprenderá a Vuestra Caridad es que este buen sacerdote nos prometió enseñarnos un tesoro, y nos llevó a un lugar muy oscuro y bien cerrado, y allí, a oscuras, dentro de una caja bien cerrada con cadenas y llaves, la abrió y nos mostró el Santísimo Sacramento, exponiéndolo de este modo, pues lo conservada en aquel lugar y sin ninguna lámpara, de modo que nadie creería que estaba allí, para que no sospechen los herejes, que en estas partes son muy numerosos. ¡Oh buen Jesús! Tú que eres glorioso y te tienes que esconder de los insultos humanos y resides en un escondite, ayúdanos contra ellos.
Al día siguiente salimos de Banska Bystrica y fuimos a casa de un luterano, sin que yo supiera que lo era. Y durante la cena se puso a hablar de tal modo de Dios contra los herejes que me sorprendió. Desconozco por qué causa parecía tan conmovido aquel luterano, hasta que el compañero me hizo un signo con el pie, y entendí. Sin embargo continué la conversación separando las verdades de las mentiras, por lo cual el luterano se calló, salió y se escondió. Dejando la sede en nuestro poder con todas las cosas, no pudimos hacerle volver, ni pudimos agradecerle la hospitalidad”[Notas 4].
“Muy Rvdo. P. General, Roma. 13 de agosto de 1690.
“Llegué a esta residencia nuestra de Brezno el 9 del presente mes; describiré sucintamente a Vuestra Paternidad algunas noticias de estos pocos días.
Esta residencia está muy bien ordenada, por la diligencia del P. Andrés de la Conversión de San Pablo, superior, que trabaja mucho con su compañero religiosísimo el P. Wenceslao de S. Lorenzo en esta parroquia de luteranos. Su esfuerzo no falta ni para predicar cada día de fiesta, ni el trabajo en el tiempo dedicado a las escuelas, ni en el cuidado de la economía. ¡Oh Indias, oh Indias! Si alguien tiene deseos de consagrarse a ganar almas, que venga aquí, pues la mies es abundante y los obreros pocos. Pero que no espere encontrar aquí los recreos de Italia, ni los consuelos espirituales, ni los deleites corporales. En aquellos pueblos formados de muchas cabañas abundan los católicos de nombre, que en realidad son enemigos, rudos, indisciplinados y obstinados que, si pudieran, nos tragarían vivos. Ruego a Vuestra Paternidad que considere cómo debe ayudar toda la Orden a estos pobres padres para que mantengan en el culto de la santa fe el honor de Dios en estas partes en las que viven como ermitaños, solitarios, abandonados, odiados por la plebe perversa, bajo la persecución de los predicadores luteranos, que organizan sus conventículos en cada rincón. Cuando Vuestra Paternidad se ocupe de Hungría, no piense sino en ver cómo apoyar a los operarios de Cristo, que resisten en medio de tanta licencia de costumbres y desolación de la fe, para que obren de tal modo con su ejemplo en las escuelas y en la predicación que la Iglesia Católica no perezca por completo en estas partes, tan devastadas y maltratadas. Por lo tanto aproveche la primera ocasión de actuar que se le presente, lo mismo que la aprovecharon estos delincuentes, para que no tengamos que lamentarnos luego. Aquí hacen falta hombres fuertes, constantes, probados en la orden, como reconozco que lo son los pocos que están aquí actualmente. Por eso el P. Lucas de S. Edmundo, rector de Prievidza, tiene un gran deseo de ampliar el noviciado. Ciertamente no faltan lugares para fundar; lo que faltan son los hombres…”[Notas 5]
“El viernes 1 de septiembre fuimos de Cracovia a Varsovia, principal cabeza de nuestra provincia. Al salir de Cracovia tuve una visión prodigiosa. En aquellas regiones los crucifijos tienen la imagen de Jesús de tamaño adecuado, como hacemos nosotros en Italia en los sagrarios y en las cruces. Ante una de estas imágines vi a Jesús vivo como en el Calvario, que se me mostraba con indecible afecto, penetrando su persona en mi mente, mi corazón y mis vísceras, y me dijo: ‘Mira mi campo’. Cuando miré detrás de su sagrada espalda vi un campo sin separaciones, pero completamente cubierto de espinas y cardos. Y dije: ‘Jesús mío, ¿qué campo es este?’ ‘Es la Congregación de los Pobres de mi Madre, devastada por las persecuciones’. Entonces comprendí el estado de la Congregación de las Escuelas Pías, con todos sus problemas del pasado y la diversidad de vicios tolerados… la visión provocó el llanto en mis ojos y el sollozo en mi pecho. Y dije: ‘¿Qué puedo hacer yo, Señor?’ ‘Dirige el rostro al campo, y sanará’. Su deseo me conmovió tremendamente, y me quedé pegado a los pies de Jesús como un don votivo, para que hiciera lo que quisiera de mí para mayor gloria suya, incremento de la disciplina regular y mayor utilidad del prójimo en las Escuelas Pías”[Notas 6].
“El 1 de septiembre fui a Lowicz, donde tuve una santa conversación con el P. Adalberto de Sta. Teresa, hombre verdaderamente apostólico, tan estimado y venerado de todos; y con el P. Simón rector de esa casa… El 8 de noviembre llegué a Lipnik, ciudad en la que tenemos el noviciado de Germania; el 12 llegué a Kremsier, donde saludé al Rvmo. D. Carlos de Lietchenstein, obispo de Olomuc en Moravia y príncipe, fundador nuestro en aquel lugar, y su rostro me pareció brillante como el de un santo, que se esforzaba tanto por el honor de Dios y de su Iglesia como procuraba aumentar solícitamente los bienes de diversas fundaciones, y me alegro mucho de ver que obró según la santidad y dignidad citadas las dos veces que conversé con él”[Notas 7].

Notas

  1. Carta enviada a Roma el 21 de mayo de 1697.
  2. Con qué motivo, más adelante lo diremos.
  3. Carta del 23 de mayo de 1697, a Roma.
  4. Carta a Roma, 27 de mayo de 1697.
  5. Archivo General de Roma, prov. de Polonia, nº 46.
  6. Carta a Roma, 27 de mayo de 1697.
  7. Carta del 2 de junio de 1697, a Roma.