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Ver original en ItalianoCap. 22. Surgen persecuciones domésticas contra nuestro Padre Fundador
Continuaba gobernando nuestro Padre con toda fidelidad, y aunque cotidianamente era molestado por muchas persecuciones, él soportaba con gran paciencia todo, y no se apartaba un ápice de su objetivo, vigilando la observancia de la disciplina religiosa entre los suyos y procurando que las escuelas estuvieran bien dirigidas, a fin de que la juventud recibiese aquella instrucción que le aprovechase para la salud de sus almas, y para utilidad del vivir civil. Cada día se descubría tan provechoso a la cristiandad el instituto, que lo pedían de muchas partes, lo cual desagradaba no poco al Padre, porque padecía escasez de sujetos, y no podía satisfacer a todo el mundo, como lo habría deseado su caridad. Con todo se iba extendiendo la Orden por Italia y las islas circundantes, y pronto se fundó también en Germania y en Polonia, con beneficio notable de muchas almas que en los reinos citados fueron conducidos por nuestros padres por la vía de la salvación.
Como el enemigo de la salvación humana no podía tolerar la adquisición de tantas almas para el Paraíso, como se hacía, y se preparaba para ser mayor aún por medio del Padre fundador y de sus religiosos, aumentó (permitiéndolo Dios) las persecuciones contra él y contra la Orden sirviéndose de algunos de la misma Orden que no querían vivir según su profesión, y al ser corregidos y mortificados a causa de ello por el Padre, sin poderlo soportar se sublevaron contra él con tales detracciones y calumnias que lo hicieron suspender del oficio y gobierno. Dios, para ofrecer una prueba ejemplar de la virtud de este siervo suyo, permitió que incluso ministros principalísimos de la Santa Iglesia dieron crédito a las imposturas de los malignos perseguidores, y no conocieron sus fraudes y astucias hasta que el mismo Dios tuvo a bien manifestar con signos la inocencia de su fiel siervo y la malignidad de los perversos religiosos. A la cabeza de ellos estaba un tal padre Mario de Montepulciano, que murió de lepra incurable por castigo de Dios, quedando su cuerpo consumido por un fuego interno, que parecía que lo habían rustido en el horno. Yo lo vi con mis propios ojos tan deforme, y me encontraba presente cuando murió y también cuando los médicos le hicieron la autopsia para ver las causas de su mal, que todos dijeron que era venganza de Dios, incurable para los medicamentos humanos.
Fue tal la deformidad de este infeliz que sus compañeros que estaban al mando no quisieron que se expusiera a la vista pública y lo tuvieron cubierto y cerrado todo el tiempo de las exequias, y después, sin dejar que fuera visto, lo hicieron enterrar.
Debo decir sin embargo que el último día de su vida yo me encontraba presente y le vi hacer diversos actos de virtud, pidiendo que yo y otros le leyéramos, así que podemos esperar de la misericordia de Dios que en aquel último momento le tocaría el corazón y lo acogería en un lugar de salvación como sabe y puede hacer cuando y a quien quiere, porque “justifica a los que quiere justificar y se compadece de los que se quiere compadecer”. Posiblemente esto sería fruto de las oraciones que el buen Padre presentaba a Dios por él.
El otro jefe o sucesor de Mario fue el P. Esteban Cherubini, que se llamaba de los Ángeles, el cual persiguió también con mil injurias, insultos y calumnias al Padre fundador y a la Orden, hasta reducirla casi a la extinción. Finalmente, avergonzado y perseguido por sus horribles males y pecados, enfermó de una enfermedad parecida a la del padre Mario, y oyendo que no podría ser librado de ella, por habérsela enviado Dios en castigo por los daños que había causado a su Orden y a su fundador, por gracia especial del mismo Dios se arrepintió, y para satisfacer en parte la obligación de su conciencia pidió al P. Camilo de San Jerónimo, que ahora es General, que fuera en su nombre a pedir perdón, como hizo de rodillas, a los pies del Padre fundador y de otros padres, por los daños causados por su maldad, tanto a nuestro Padre como a su Orden.
Con alegría le perdonó el Padre, y visitó personalmente varias veces al moribundo, que se encontraba en el colegio Nazareno, consolándolo con exhortaciones y palabras de vida como solía. Y de la misma manera que había sobrellevado con paciencia a los perseguidores y sus injurias orando con ánimo tranquilo por su conversión y perdón, sin preocuparse jamás de justificar su inocencia como le aconsejaban, y habría podido hacer, así con todo corazón perdonó y oró por este padre Esteban, que se mostraba arrepentido, para que Dios aceptara su penitencia y lo recibiese en el descanso eterno, como esperamos que haya sido recibido. Pero de esta gran persecución se habla largamente en otro lugar; aquí solamente se resume.
No quiero sin embargo dejar de contar cómo por obra del citado padre Mario, el cual con malos fines, como ha demostrado el resultado, se hizo inscribir entre los ministros de la Santa Inquisición de Florencia, fue denunciado en Roma nuestro Padre a este tribunal, y conducido como reo públicamente en compañía de sus asistentes y secretario a mediodía, delante de la carroza del Monseñor Asesor, al palacio del Santo Oficio en el Borgo, donde después de unas horas fueron licenciados todos por haberse conocido que estaban sin culpa. De tal afrenta no sólo no se turbó nuestro Padre, sino que la recibió con increíble alegría y paz, añadiendo que tal hecho ocurrió un viernes, lo que podía aumentarle aún más la alegría con el recuerdo de que fue en tal día preso Cristo, y completó su Pasión.