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Ver original en ItalianoCap. 3. Después de graduarse en aquella Universidad, es apreciado por muchos señores, y lo que le ocurrió
Habiendo ya terminado con suma alabanza todos los estudios de las ciencias, y tomado en aquella universidad los grados de Doctor en leyes, cánones y sagrada teología, con fama universal, se volvió conspicuo a los ojos de todos, por lo que era admirado in todas partes por la idea no menos de su ingenio y gran saber, que de su bondad y virtud. Sin embargo D. José estaba alejado de la búsqueda y seguimiento de los aplausos, de los honores y de los gozos terrenos, y viviendo para sí mismo, dedicado de lleno a la adquisición del verdadero bien, meditando asiduamente lo que había obrado y padecido Nuestro Señor Jesucristo en su vida y pasión, hasta morir por el hombre. Día y noche no pensaba en otra cosa sino en su santa cruz, y sólo anhelaba y quería estar unido a su divina voluntad para seguirlo entre cortes y pinchazos.
Sus cualidades singulares y un vivir tan virtuoso no podían pasar desapercibidos, y cuanto más procuraba él esconderse con su humildad y modestia, y huía del apetito de las ambiciones, tanto más encontraba la estima y el honor de sus mayores. Por lo que D. Juan Gaspar de la Figuera, obispo de Barbastro, de quien fueron discípulos Báñez y Medina, maestros entonces en la universidad de Salamanca, hizo lo posible por tenerlo junto a sí, lo que fue con mucho gusto y satisfacción suya, y también de Calasanz, por poder aprender más una doctrina superior con la conversación de un prelado tan señalado y docto en las ciencias[Notas 1].
El Demonio no podía contener ya sus fieros asaltos para aplastar a este siervo de Dios, del cuyos fuertes y grandes avances temía una guerra cruel, a no ser que encontrase la manera de vencerlo y aplastarlo. Vivía en aquel país una gran señora, cuyo nombre se omite por el debido respeto, a cuyos oídos llegó la fama y el prestigio de D. José de Calasanz, y después de haberlo visto se aficionó mucho a su persona, y por todos los medios posibles quiso tenerlo como amigo y confidente para servirse de sus consejos y consultar con él en cosas de importancia (de este modo el mentiroso traidor ocultaba en su mente la máscara que no podía durar mucho). Admiraba ella los discursos virtuosos y santas acciones del casto joven, como también el que fuera de hermosas facciones y aspecto agraciado, así como de angélica modestia y cortés en el trato. No quiso el Demonio perder una ocasión tan favorable para encender el fuego y atar el pecho de la mujer, del mimo modo que tejió y urdió la red contra José el justo y casto en la mujer de Putifar, príncipe del ejército del rey Faraón. La mezquina se le fue aficionando, y creciendo el fuego de la concupiscencia, se sirvió de las artes y engaños que le suministraba el tentador para reducir a José el pío y casto a sus caprichos, tal como el Sabio describe a aquella en los Proverbios: “Con sus muchas artes le seduce, le rinde con el halago de sus labios”.[Notas 2]
No se está en el campo de batalla sin enemigos, y es necesario que haya con quien combatir para quien quiere ser fiel a su Dios. Entró el Demonio en casa de esta señora y sirvió para que D. José se acercara más a Dios. Él al principio no conoció el aspecto de la guerra de su fiero enemigo, que urdía la tela par vencerlo, despojándolo de la preciosa joya de la castidad, a pesar de que él siempre estaba armado contra su contrario con las virtudes de la templanza y el santo temor. Con su recta intención, no creía que hubiera malicia en la afabilidad y gentileza de ella. Pensar mal fácilmente suele ser ligereza, y un alma buena no suele tener pensamientos sino correspondientes con sus justas y rectas operaciones. Finalmente la ciega, como quien ya había sido vencida por el fuego del infierno y perdido su decoro y honradez, se atrevió a descubrirse manifiestamente para atraer a su desenfrenado apetito a José el casto. Se dio cuenta entonces el continente joven de que el pecador con sus secuaces “tensan su arco, ajustan a la cuerda su saeta, para tirar en la sombra a los rectos de corazón”.[Notas 3] De repente, como el otro, gritó “¡al ladrón!” el fiel perrito, y dijo: “¡Jesús mío, nunca ocurra tal!”. Consideró que sólo en la huida tenía segura su victoria en un asalto tan abominable; cerró los oídos a los silbos infernales, y volviendo la espalda al áspid, generosamente sordo, y con gran velocidad se puso a huir, mientras decía gritando: “Dios me ciñe de fuerza y hace mi camino irreprochable, hace mis pies como de ciervas, y en las alturas me sostiene en pie”[Notas 4]. Y así, corriendo velozmente, salió de aquella casa e incluso de la ciudad para no volver nunca allí, tomando el camino de su patria Peralta de la Sal. Donde, llegado con increíble alegría suya, dobladas humildemente las rodillas y vuelto solamente a su Dios, le dio las debidas gracias por haberlo liberado de todos los lazos impuros de Satanás, y por haber fortalecido su debilidad contra su feroz enemigo en una ocasión tan abominable, diciéndole así: “Te doy gracias, Señor Jesucristo, porque desde la infancia custodiaste mi juventud, para no ser arrebatada mi mente por mis enemigos, ni ser desviado por las sendas que llevan al interior de la muerte. Ayudado por ti atravesé las inmundicias del diablo por una calle inmaculada. A ti solamente te entrego mi fe como un siervo, y a mí mismo con toda devoción”.
Notas
- ↑ D. Juan Gaspar de La Figuera fue Obispo de Jaca (1578-83). Ordenó de diácono a Calasanz en su pueblo, Fraga, cuando iba a tomar posesión de su sede en Albarracín (1583-85). Algunos historiadores suponen que Calasanz acompañó a La Figuera a Albarracín, y luego a Lérida cuando fue nombrado obispo de esa sede (1585). En realidad el obispo de Barbastro (primero de la diócesis) era D. Felipe Urriés Urriés (1573-1585), y los historiadores modernos afirman que Calasanz estuvo en Barbastro, cerca de Peralta y de su padre, ya mayor, de 1583 a 1585. (N. del Trd.)
- ↑ Pr 7, 21
- ↑ Sal 11, 2
- ↑ Sal 18, 33-34