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Cap. 17. La Congregación de los Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías es erigida en Orden Religiosa, y de sus progresos

Después de la muerte de Pablo V, de feliz memoria, le sucedió en el gobierno de la Iglesia Gregorio XV, quien con el mismo afecto y sentimiento que su antecesor, y con la asistencia del Espíritu Santo favoreció y vio bien el instituto de las Escuelas Pías y al Padre fundador, por lo que diremos luego. En los primeros días de su pontificado, el 18 de noviembre de 1621, habiendo visto cumplido el pronóstico que le hizo el P. José en Narni, cuando pasó por aquella ciudad siendo cardenal yendo a Roma para la elección del Papa Pablo V de feliz memoria, quiso cumplir la otra cosa que le anunció el Padre, que haría en favor de su instituto, el cual abrazó, y para signo claro, de congregación lo convirtió en orden religiosa. Concedió muchos privilegios particulares, además de la comunicación de los que gozan las demás órdenes mendicantes. Y aprobando las Constituciones, que había escrito poco antes en Narni, nombró al P. José General de la Orden por nueve años. Y sin duda todo el mundo hubiera celebrado la suma piedad de este Sumo Pontífice para con el Padre General y su instituto si al poco tiempo no hubiera cambiado su vida mortal por la eterna.

No fue menor la gracia y la benignidad de Su Santidad Urbano VIII que sucedió a Gregorio XV hacia nuestra Orden, a la cual favoreció en toda ocasión. Confirmando todos los privilegios que le habían concedido sus antecesores, los aumentó, y concedió a beneficio del instituto otros, con la confirmación del mismo Prepósito General en su oficio, que quiso que fuera durante toda su vida por el futuro de la Orden.

Así protegido el instituto por la Santa Sede Apostólica, florecían las Escuelas Pías no sólo en Roma, sino que también fue buscado y recibido en la provincia de Liguria, Lombardía, Toscana, Marca de Ancona, y en la Umbría, donde envió sus primeros compañeros para aquel efecto en el año 1626. Presentado el deseo que tenían en la ciudad de Nápoles algunos señores de santa mente, con los votos de los mismos ciudadanos, por el anhelo que tenían de gozar del beneficio de una obra tan santa, el Padre General consideró cuánto mérito pierden los favores suplicados, y que las verdaderas ayudas son las que no vienen buscadas, incesante en sus actos de caridad él mismo quiso ir a Nápoles con la bendición de Su Santidad. Una vez llegado allí, el señor Regente Carlos Tapia, que con los demás estaba esperando los efectos de su caridad, al enterarse tuvo que hacer aquella demostración de su afecto con la que reconocía tan señalado favor de haberse dignado él mismo satisfacer a su piadosa mente, a lo que se dispuso inmediatamente con otros que anhelaban lo mismo. También se unieron los complatearios de aquella óptima ciudad, quienes dejando de lado muchos otros lugares, propusieron al Padre como conveniente para el servicio de Dios uno en el barrio de la Duchesca, para eliminar tantas ocasiones de pecado que se producían en las continuas comedias que se representaban, que parecía un prostíbulo.

No estaban conformes los comediantes, que con el daño de sus almas sostenían sus cuerpos, y dieron en la locura de no querer permitir que se les quitara aquel lugar y su modo de vida. Pero vencidos y persuadidos al fin por las exhortaciones del siervo de Dios, no sólo dejaron de practicar aquellas malas costumbres, sino que se dedicaron a enmendar su mala vida pasada, y se convirtieron en ejemplares de espíritu divino, con maravilla de toda aquella ciudad, que quisieron convertir muchas almas al reconocimiento de Dios todos los día que vivieron, y terminaron con fama de gran bondad por el cambio de los mencionados, edificados. Los demás se aficionaron mucho al Padre, y principalmente los que vivían cerca de aquel lugar, al ver que hablaban de Dios allí los que antes habían sido ministros de Satanás, representando en su teatro todo vicio y pecado, y después estaban convertidos al Señor, deplorando sus malas acciones pasadas, y convertidos en norma y ejemplo de penitencia, servían al Padre en las escuelas, en las cuales sus operarios tenían que instruir a los niños, con júbilo y alegría de todos los que se disponían a la nueva fundación de la casa.

Fueron muchos los que cooperaron ayudando al Padre, de los cuales Anielo de Falco con su mujer Angélica decidieron darle una casa grande que tenían, y con muchas otras limosnas demostraron su liberalidad, así como hicieron otros, que contribuyeron con dinero muy pronto. El primero que se movió a cambiar con la citada ocasión fue su sobrino Juan Antonio, que dejó una mala práctica que tenía con una mujer desde hacía mucho tiempo al ser reprendido por el Padre General, y después se hizo miembro de nuestra Orden, en la cual dio señales de vida laudable el año que vivió, y se fue al cielo. Las hijas del citado de Falco testifican en estos días cómo su padre, teniendo una llaga incurable en una pierna, que había gastado mucho para curarla, sanó cuando el siervo de Dios la tocó con su mano, dándole la bendición y pidiéndole que dijera con fe un Padrenuestro, un Avemaría y el Credo; pronto le cesaron los dolores tremendos que sufría, y la llaga apareció curada, de la cual ya nunca volvió a sufrir, aunque le impuso que de ningún modo hablase de ello. Aquella gente era movida a aficionarse al instituto de verdadera piedad al darse cuenta de lo grande que era la bondad del Padre General y sus méritos ante Dios por el bien que hacía en las almas de la gente con su manera de tratarlos. Pedro Cotignola declara en el proceso que la primera vez, tal vez, que vio al Padre José salía de su rostro un gran resplandor, que brillaba también alrededor de su cabeza, con otras cosas sobre su vida. El cual, habiendo obtenido el permiso del Consejo Real, y el permiso del Sr. Cardenal arzobispo Buon Compagno, quien honró y quiso ver la nueva casa, y favoreció al Padre General a su satisfacción, en cuanto tuvo a bien su bondad. El 9 de noviembre de 1626 abrió sus escuelas en aquella ciudad, y después de dejar las cosas bien ordenadas en aquella nueva fundación, se volvió contento a Roma.

Le presentaron también peticiones de Sicilia, Cerdeña, Bohemia y Polonia. En pocos años, estando el Padre fundador atento a todo con su rara prudencia y bondad de su vida, se multiplicaron en los sobredichos reinos en muchas ciudades las casas de las Escuelas Pías, y cada día se pedía el instituto para beneficio de la juventud por el gran beneficio que le atribuían. Y se habría extendido más si la penuria de sujetos no le hubiera hecho contener la mano al Padre fundador, con lo cual el Demonio, que le había perseguido tanto, como hemos dicho, podemos pensar ahora que premeditase en aquellos gloriosos avances el odio que tiene contra nuestro Dios, permitiéndolo este, en el que participan todos los que sólo miran por la exaltación de su Santo Nombre, y de los felices progresos se va al mar tempestuoso de este mundo, hace falta que surjan tribulaciones, y no se llega a coger la rosa de la patria bienaventurada si antes no prueba el hombre las espinas de la aflicción y la contrariedad, a fin de que “aquellos que siembran con lágrimas cosechan entre gritos de júbilo”[Notas 1]. El enemigo nunca dejó de asaltar a este fuerte guerrero en su invicta paciencia y generosidad de ánimo, pero en esta última persecución que le suscitó antes de su muerte lo hizo tan glorioso y triunfante en el mundo su guerra, que lo glorificó en el cielo.

Notas

  1. Sal 126, 5