Diferencia entre revisiones de «ChiaraVida/Cap19»
(Página creada con «{{Navegar índice|libro=ChiaraVida|anterior=Cap18|siguiente=Cap20}} Ver original en Italiano =Cap. 19. El visitador nombra al segundo vicario general...») |
(Sin diferencias)
|
Última revisión de 16:26 18 feb 2016
Ver original en ItalianoCap. 19. El visitador nombra al segundo vicario general, para daño de la Orden
El visitador general estuvo de acuerdo con la apetencia del difunto vicario para nombrar al sucesor de su misma opinión, quien era muy nefasto en política, y “todo hombre cauto obra con conocimiento”[Notas 1], se hizo aprobar por el visitador. En aquellos mismos días de su vista, uno de su Orden[Notas 2] de santa mente y mucho saber dijo que estaba asombrado de que los padres de las Escuelas Pías con los ojos cerrados hubieran aceptado a aquel como visitador suyo, con otras palabras de consideración, pues no siendo del mismo espíritu que su santo fundador, con toda seguridad le traería toda clase de daños y ruina. Y así fue, pues que hizo sentir y proclamar como vicario general de la Orden al seguidor del difunto de manera torcida, y lo quiso mantener, y conjuntamente conmovieron todo el cuerpo de la Orden, que fue cosa de llorar. Obraron de tal modo que vinieran a Roma sujetos que actuaban a su gusto, y con instrucciones los enviaban a aquellas casas de ella, dándoles todos los oficios de gobierno, y a algunos los enviaron a otras casas de las provincias para conseguir sus fines, para lo cual anhelaban el poder ganar a otros, con los que podrían llegar al punto de que perdiera la Orden la forma de aquel espíritu en el cual florecía antes. Ya habían escrito otras constituciones y reglas nuevas, que querían que se pusieran en práctica para cambiar de hecho la primera observancia del instituto, y creyendo haber hecho una gran cosa, con temeridad y estupidez las hicieron ver a algunos señores principales, pero cuando llegaron a manos del cardenal Ginetti, las escondió como indignas y sin forma de espíritu divino y nunca las volvió a sacar. Así me lo contó este eminentísimo, y me las quiso dar.
Además tenían oprimidos y en la oscuridad a todos aquellos que sabían que eran de mente justa, los cuales apenas podían hablar, sino que eran mortificados y ultrajados, y enviado a lugares lejanos con el objeto de hacerlos terminar con su incomodidad y padecimiento. Las faltas se habían hecho comunes, con artificios, de donde sólo podía surgir la inquietud de las reclamaciones y disensiones, para que estas les sirvieran de excusa cuando tenían que dirigirse a alguien, exageraban los defectos que ellos originaban, y en la expresión de su celo y del empeño que encontraban en su gobierno después de tales comportamientos, para hacer crecer el fuego que encendían con daño para la pobre Orden, de modo que, como dice el Sabio, se veía que “cuando gobiernan los malos, se multiplican los delitos, pero los justos contemplarán su caída”[Notas 3].
El vicario general no se veía nunca en la oración y en los ejercicios comunes de la Orden, sino que con el pretexto de comer en otra casa de la Orden en la que le habían dicho que era necesaria su presencia, se iba a cenar e incluso a dormir a casa de sus parientes o de seglares amigos. Y esto ni podía decirse ni creerse, lo mismo que otras cosas malas que hacía, sin ser tenido por impostura de calumnia o maledicencia. El visitador lo acreditaba, haciendo todo para que consiguiera su intento. Sofocaba el calor natural el alimento que excedía en sus vientres como el agua y el vino ocasionan en los hidrópicos mayor saciedad en los engaños, y con arte siempre daban a conocer que obraban por buena voluntad. Promulgaban en todas partes la esperanza de que todo se iba a arreglar, y los enviaban por la calle de después a la casa de nunca jamás.
Teñían sus actos con el fingido manto de piedad, incluso mostrando estima y afecto hacia el Padre fundador, cuando no les quedaba otro remedio. Pero los vientos que estos soplaban de manera indebida no aceleraban el camino de la lamentable nave, sino su naufragio; manejándolo todo con arte y engaño lo que de verdad buscaban era abolir al buen viejo y su Orden. Con el aparato de todo ello, consideraban adquirir lo que ellos buscaban en el mal, esto que la virtud concede al oprimir a su padre con daño del pobre instituto. Por otra parte, apoyándose solamente el siervo de Dios en quien conocía verdadera su esperanza, deplorando siempre aquella miseria con serenidad de su alma, suplicaba la ayuda divina para tantos daños que sufría la pobre Orden, con resignación de su mente a todo lo que quisiera Dios, sin abrir jamás la boca. Si alguna palabra le salía era: “Dejemos obrar a Dios, en buena hora, paciencia. Tiene que cumplirse lo que Dios quiere de nosotros, y como dice el Eclesiástico, “porque el Señor lo hizo todo, y dio a los piadosos la sabiduría”[Notas 4].
Al fin el visitador, a quien el Sabio describe de manera justa para saberse guardar de los semejantes a él con las siguientes palabras: “El que odia, disimula con sus labios, pero en su interior hay perfidia; si da a su voz un tono amable, no te fíes, porque hay siete abominaciones en su corazón”[Notas 5], publicó con el vicario general al mismo tiempo en cartas el arreglo de la Orden y la reintegración del P. General a su oficio, haciendo leer una hoja con la información que él decía haber hecho favorable al instituto, pero en realidad se supo todo lo opuesto y contrario a lo que se afirmaba en aquella. Y esto se puede comprobar hoy con la copia de los mismos originales. Y se sintieron así los efectos de la política con engaño del decreto obtenido en el Breve de reducción de la Orden a congregación seglar, que se publicó en San Pantaleo en Roma, el 18 de marzo de 1646, en presencia del Padre fundador, que a la manera de otro Job, lo único que dijo fue: “Como le agradó a Dios, así ha ocurrido. Bendito sea el nombre de Dios[Notas 6]. Dentro de poco estaremos todos delante de Dios, y entonces se conocerá la verdad”.
Esta era la finalidad de la visita del citado visitador y del vicario general, conocidos por los efectos que se vieron, para perjuicio de la Orden y sin ninguna utilidad para su bien, pero con doble medida de desgracia para ellos mismos. La justicia de Dios, cuanto más tarde llega, es más severa, por lo que ocurrió al segundo visitador mencionado, quien el 6 de mayo de 1647, justo tres años después de obtener la facultad de visitar nuestra Orden, al acabar su visita se sintió atacado por fuertes dolores de mal de piedra, por lo cual los médicos le hicieron un corte, y para no sentir la agudeza de aquellos dolores que le afligían tomó opio por la noche para poder dormir. Por la mañana lo encontraron muerto, tendido en el suelo, cerca de la cama, con admiración de toda Roma.
De manera parecida golpeó el látigo de Dios a la persona del segundo Vicario General en el año 1648, el cual con ocasión de hablarse de las desgracias que padecía la Orden a causa de su presencia, se dejó decir con temeridad que él podía y era capaz de erradicarla del mundo. Y porque le respondieron que más bien temiera no le ocurriera eso a él, oyendo esto, sumamente enfadado decidió sacar de la casa de San Pantaleo a todos los que le habían dicho aquello, e incluso al mismo Padre fundador, que no sabía nada. Pero dos días después apareció el pobre todo cubierto de lepra con una fiebre agudísima en la casa del colegio Nazareno. Fue a verle dos veces el buen viejo, y con afecto paterno le visitó, y él, vencido por la caridad y bondad tan grandes del siervo de Dios, se arrepintió por completo, y doliéndose de los males que había hecho, a él y a la Orden, llorando le pidió perdón, y resolvió querer manifestar con un escrito público ante notario al mundo cuanto él los otros citados habían hecho de mal. En modo alguno quiso el siervo de Dios que se hiciera tal, ni permitió que otros prestaran oídos a estos hechos, sino que habiéndole ya perdonado él de todo corazón y orado al Señor por el bien de su alma, quiso que él se preparase con dolor y rechazando aquel mal que reconocía haber hecho para obtener el perdón de Dios, en lo que él no dejaría de ayudarle. Con tal disposición y ayuda de su buen Padre, el cual después de algunas horas envió rápidamente a dos de la casa de San Pantaleo al colegio, a los cuales les dijo que inmediatamente le dieran los santos sacramentos, porque de otro modo ya no habría tiempo. Después de hacer esto y de haber recibido la comunión, le asaltó un delirio, y así murió el 9 de enero, con estupor grande de todos los que lo oyeron y vieron. El Padre fundador quiso que se llevase su cadáver a la iglesia de San Pantaleo, donde con toda caridad le hicieron las exequias nuestros religiosos. Fue enterrado en la sepultura de los padres, de lo cual toda Roma quedó muy edificada, y especialmente el cardenal Ginetti, el protector, quien entre otras cosas dijo: “No hay que meterse con los siervos de Dios”.
De la misma manera todos los que cooperaron en los daños de la Orden y de su fundador terminaron sus días malamente, víctimas de varios accidentes y desgracias, con los cuales castigos manifestó Dios su justicia y la gracia y protección que tenía para con su siervo, contra el cual al principio de estos sufrimientos se refiere, como el P. Juan Muzzarelli de otra orden, habiéndose visto que por haber sido él quien desconsideradamente había dado fe a las mentiras del primer vicario y le había apoyado con sus cartas, fue el origen de todo mal y el principio de todos los daños, quien se vio atacado por una enfermedad de cáncer en la cara, que lo llevó a la muerte en julio de 1643, y llorando su desgracia pidió a nuestros religiosos que le ayudaran pidiendo perdón en su nombre por el mal que había hecho creyendo en todo lo que falsamente le había dicho aquel en perjuicio de la Orden y en ofensa del Padre fundador, para que él con sus entrañas de misericordia le perdonara y le ayudase ante Dios en aquello que se sabía más bien culpable.