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[201-250]

201.- Al pasar por allí el P. Baltasar, el P. Buenaventura lo llamó y le dijo que hiciera el favor de decir al P. Esteban que tenía necesidad de decirle una cosa, que si podía ir a decírsela. Le respondió que fuera, que se diera prisa, pues tenía mucho que hacer. Entró el P. Buenaventura, le pidió la bendición y le dijo: “Dígame una cosa V. P. – “¿Adónde puedo ir a hacer mis necesidades?” Le respondió el P. Esteban: “A los servicios, ¡adónde va a ir, si no!” Le entregó el papelucho, y le dijo si hacía el favor de firmarle la licencia, para que, si alguien le veía ir al servicio, no le tuviera por desobediente, y se lo impidiera. El P. Esteban cogió el papel, lo leyó, lo firmó, y le dijo que se fuera. Los que estaban en Secretaría vieron firmar el papel, pero no sabían de qué se trataba. Con el papel en la mano, el P. Buenaventura se fue adonde los servicios, y allí se entretuvo un rato hablando con el P. Francisco [Baldi] de la Anunciación; luego fue otro y otro, e hizo lo mismo; de tal forma que, sin marcharse de allí, habló con muchos de la Casa, informándose de lo que pasaba, que era precisamente lo que no quería el P. Esteban, para que no tuviera ninguna influencia en Casa, y pudiera disturbar su gobierno. Luego, pacífico y contento por haberse enterado de lo que quería, se volvió a la celda.

202.- A la mañana siguiente el P. Buenaventura se fue a la sastrería para hablar con el H. José [del´Orso] de la Purificación, muy afecto al P. General, y allí encontró al P. Juan Antonio [Ridolfi], Secretario del P. Esteban, quien le dijo:

-“¿Qué hace aquí el P. Buenaventura? ¿No sabe que tiene que estar en la Celda? ¡Qué hace por la Casa!”. Frotándose el pecho, e respondió: “¡Buena licencia canta!”; y, al ver que tenía licencia del P. Esteban, no le dijo más. Salió de la sastrería se fue al Refectorio; después a la cocina, y a la sacristía, y comenzó a charlar con todos, muy satisfecho.

203.- Se encontró con el P. Baltasar, que le preguntó: “¿Dónde va? ¿Está en prisión, y anda por todas pastes?” Él le respondió, frotándose el pecho: “¡Buena licencia canta!”. Y así pasó más de quince días, sin que nadie le contara nada al P. Esteban. Iba con frecuencia adonde el P. General, el P. Pedro [Casani], el P. Castilla, y sus Compañeros, y conversaban juntos sobre los asuntos de la Orden.

Se enteró, finalmente, el P. Esteban de que el viejo andaba por todas partes. Preguntó al P. Juan Antonio si era verdad que el P. Buenaventura no estaba todo el tiempo en la Celda, y le respondió que sí, que lo había encontrado por todas las oficinas; que le preguntó por qué andaba fuera, debiendo estar en prisión, y le respondió que tenía una buena licencia; que le decía se ha había hecho él mismo. “¿Yo? –le dijo- yo no he hecho tal licencia de poder andar por Casa, quizá la haya hecho el P. Visitador, o quizá Monseñor Asesor”.

Pero, pasados otros quince días, Monseñor Asesor dijo que él no se entrometía en tales cosas. Pensaron si sería Monseñor Farnese, Secretario de la Congregación de Obispos y Regulares. El mismísimo P. Esteban fue a hablar con él; pero le respondió confusamente, ni sí ni no. Ante esto, no siguió más, seguro de que había sido la Congregación de Obispos y Regulares.

204-. Entre tanto, el P. Buenaventura no sólo andaba por toda la Casa, y comía en el Refectorio, sino que, una mañana, fue a la Minerva y habló con un Compañero del Maestro del Sacro Palacio, para preguntarle si podía, con la buena licencia, decir la Misa, sin incurrir en ninguna censura. Le respondió que sí, que fuera a decir Misa a la Minerva, que él no sentía ningún escrúpulo, pues se trataba claramente de un acoso.

Salía todas las mañanas, muy de mañana, por la puerta pequeña de la Iglesia de San Pantaleón; lo sabía, no sólo del Secretario, sino también los demás, que se reían de él. Iba a la Minerva, decía la Misa, y después se volvía a la Celda. A veces no salía, precisamente para hacerse ver. Iban a llamarlo y respondía que no había podido dormir aquella noche. De esta manera los iba burlando, y ellos se irritaban.

Irritado El P. Pietrasanta porque algunos le decían que no lograba sujetar al P. Buenaventura, un día se fue adonde el Cardenal Ginetti, Prefecto de la Congregación de Obispos y Regulares, Vicario del Papa, y uno de los delegados de la Congregación delegada sobre las Escuelas Pías, y le dijo que el P. Buenaventura de Santa María Magdalena, Superior de la Casa de Moricone, había venido a Roma sin licencia, lo había puesto en la Celda, como ordenan las Bulas Pontificias, pero que él no obedecía esta orden y andaba por donde quería; que había ido a hablar también con Monseñor Farnese, Secretario de la Congregación de Obispos, para saber si había obtenido licencia de la Congregación, pues él decía siempre que tenía licencia, pero sin mostrarla, y Monseñor le había respondido con palabras generales. Por eso, suplicaba a Su Eminencia que le solucionara esto, y no verse sometido a un súbdito; además, todos pondrían en práctica su ejemplo, y, de esta manera, no podría gobernar.

205.- El Cardenal le preguntó quién era ése que hacía tales cosas. Le dijo que era el P. Buenaventura, el Asistente viejo, a quien al que nadie estimaba. A lo que respondió el Cardenal que se lo enviara, hablaría con él, y le obligaría a cumplir la obediencia.

Al volver a casa el P. Esteban, llamó al P. Buenaventura y le dijo que fuera adonde el Cardenal Ginetti, que quería hablarle; y volviera pronto, porque debía ir a Moricone. El P. Buenaventura le pidió que le diera un acompañante; que sí iría, y volvería enseguida. El P. Esteban le dio un confidente suyo, con orden de que le observara adónde iba, con quién hablaba, y lo que le ordenara el Cardenal Ginetti.

206.- Cuando el Cardenal vio al P. Buenaventura, lo llevó a su Cámara, y, preguntándole qué sucedía. Él le dijo que era el Asistente del P. General, y que, con engaño, lo había enviado a Moricone durante unos días. De allí le escribía, para saber lo que sucedía en la Orden, pero nunca tenía respuesta; que por eso se había decidido a ir a Roma. Pero que, en cuanto llegó, el P. Esteba lo había encerrado en la Celda ´por la transgresión de la Bula´, sin tener en cuenta, no sólo su ancianidad, sino el cargo; pues, aunque estaba suspendido de él, tenía derecho a saber lo que sucedía en la Orden, hasta de la resolución definitiva de la Visita Apostólica; y que por eso le había fingido una licencia, y le dijo que necesitaba ir a los servicios comunes a hacer sus necesidades; que la firmó el mismo P. Esteban; pero él cree que quizá la haya firmado Vuestra Eminencia. Cuando el Cardenal leyó tal licencia, se echó a reír, diciéndole que ya hablaría con el P. Esteban.

El P. Buenaventura añadió que, después de consultar con el Compañero del Maestro de Palacio, había celebrado Misa muchas veces en la Minerva, a lo que el Cardenal respondió que siguiera celebrando, sin ninguna dificultad. El P. Buenaventura le suplicó tuviera a bien decírselo a su Compañero, para que él se lo dijera al P. Esteban y al sacristán, y no se lo impidan. El Cardenal acompañó al P. Buenaventura hasta la Sala, y dijo al Compañero del Padre que dijera al P. Esteban le permitiera al P. Buenaventura celebrar; y, cuando tuviera tiempo, fuera a hablar con él. Después de esto, el buen Viejo volvió victorioso.

207.- Cuando llegó a San Pantaleón el P. Buenaventura, el P. Esteban creía que habría sido castigado; pero él, recibida la bendición, se retiró a la Celda sin decir más.

El P. Esteban llamó al Compañero del P. Buenaventura, y comenzó a preguntarle dónde había estado, con quién había hablado, y si había oído lo que había dicho. Él le respondió que, en presencia suya, el Cardenal le había dicho que podía celebrar, y dijera al Padre Esteban que, cuando tuviera tiempo, fuera a hablar con él. Es esta conversación, le dijo también otras cosas a favor del P. Buenaventura, que no las había oído.

208.- Cuando el P. Esteban oyó esto, dio en extravagancias, llamándolo viejo loco, mentiroso, impertinente, y otros apodos, que pudo oír el P. Buenaventura, que estaba en la Celda, enfrente de la Secretaría, donde sucedía todo. El viejo dio en reír, y contó todo a sus Amigos, que, burlándose de él, hacían Comedia de él por la Casa. Cuando el P. Esteban lo supo, dijo que pondría remedio a todo y a toda costa; que se fuera a Moricone, y que no volvería a ver Roma nunca más.

A la mañana siguiente, fue el P. Esteban a ver al Cardenal, a ver qué ordenaba. Le respondió que, después de haber dado la licencia a aquel pobre viejo, Asistente del P. General, lo maltrataban, no sólo él, sino los demás. El P. Esteban le respondió que, por el contrario, no le había dado la licencia, que era fingida. El Cardenal le replicó que él mismo la había visto firmada, pues conocía su mano. Que se olvidara de ello, pues no estaba bien que un Asistente estuviera lejos del P. General. De esta manera, el P. Esteban se volvió a Casa sin decir ya nada al P. Buenaventura, que seguía haciendo sus cosas, andando por donde le parecía.

209.- No se paró aquí el asunto, porque el P. Nicolás Mª [Gavotti] se pudo de acuerdo con el Palafrenero del Sr. Cardenal, para que fuera de parte del Cardenal a San Pantaleón, y dijera al P. Buenaventura que fuera a Moricone. Una mañana, cuando iban los Cardenales a San Pedro a la procesión del Corpus Christi, mientras el P. Buenaventura estaba a la puerta de la Iglesia a ver a los Cardenales que pasaban, al pasar el Cardenal Ginetti, el Palafrenero se apartó de repente del lado de la Carroza, y dijo al P. Buenaventura que el Sr. Cardenal ordenaba que se fuera a Moricone; pero luego, bajo mano, le dijo, no es verdad, no se asuste, P. Buenaventura. Pero, el mismo día, fue adonde el Cardenal, diciéndole que había recibido una embajada de parte de Su Eminencia de que fuera a Moricone, que se la había transmitido su Palafrenero.

Le respondió el Cardenal que no se acordaba de tal cosa; pero que fura, que dentro de pocos día lo llamaría, como hizo.

210.- Esta historia me la ha contado muchas veces el mismo P. Buenaventura, que fue Compañero mío durante dos años, y me enseñó la famosa licencia, que aún conservaba; y, cuando murió, quedó en mi poder en Roma. Se la he enseñado a muchos, explicando a los Padres todo lo sucedido, y el P. General se reía.

Le pareció bien al P. Esteban, en su política de hacerse Amigos, llamar a Roma desde Moricone, donde estaba exiliado, al P. Gabriel [Bianchi] de la Anunciación. Él, pensando que lo volvería al Colegio de donde lo había sacado el P. Mario, estaba siempre esperando algo Mejor; pero como la cosa se alargaba demasiado, comenzó a acercarse al P. General y al P. Pedro [Casani], adonde iba con frecuencia a hablar largo y tendido. Iba también parloteando por la Casa; decía que no se veía ninguna solución a las cosas de la Orden; que se habían hecho Dueños de ella –inseparables- los Padres Esteban [Cherubini], Juan Antonio [Ridolfi], Nicolás Mª [Gavotti], y otros que no tenían ningún mérito; y otras cosas que incomodaban al P. Esteban.

211.- Le parecía al P. Esteban que era mejor mandarlo fuera de Roma, con algún ascenso; y, comunicándoselo todo al P Pietrasanta, decidieron enviarlo de Visitador a Nápoles, para algunos asuntos importantes. Lo llamó el P. Esteban y le dijo aceptara hacer la Visita de Nápoles; que había surgido un Caso de Contrabando en Posilipo, y era necesario remediarlo; y que, cuando volviera, sería encargado de algo más importante que aquello. Pensaba, con esta ocasión, que hiciera la Visita General -como Comisario del P. Visitador Apostólico- tal como lo había ordenado el mismo P. Visitador; y ordenara hacer la instrucción de todo lo necesario, para hacer el Proceso de la Visita Apostólica. Con tanta unción y suavidad hacía, que el P. Glicerio aceptó el cargo de Visitador.

212.- Salió de Roma el P. Glicerio el 22 de octubre, y llegó a Nápoles el 26 y 27, la víspera de los Santos Simón y Judas. Llegó a Posilipo, donde yo estaba Superior; conmigo estaban el P. Juan Esteban [Spinola] de la Madre de Dios, uno de los nuevos Asistentes del P. Mario; el P. Pedro [Maldis], que fue fundador de la Casa de Campi; el H. Pedro [Bagnoli], de Sassuolo; y el H. Carlos [Vuolo] de San Francisco, llamado “el Enfermero”. Traía consigo el P. Visitador, como Secretario suyo, al P. José de Santo Tomás, apellidado Valuta. Hechas las debidas diligencias, encontró que el P. Miguel [Bottiglieri] del Smo. Rosario había cogido en la feria de Salerno las provisiones de las Casas de Nápoles, y las había llevado a Posilipo, en vez de llevarlas a la Aduana. Este fue el tema de la Visita. Cuando se comprobó esto, llamó una noche al Refectorio al P. Miguel; éste dijo su culpa, tuvo que comer en tierra por la falta cometida, y fue obligado a llevar las cosas, a escondidas, a la Casa de Posilipo.

Pero el P. Miguel le dijo que no tenía ninguna culpa,, ni quería hacer otra mortificación, pues había llevado las provisiones de la Casa comprada por orden del P. Provincial; y si le obligaba a considerarse reo, con más el castigo, se marcharía muy pronto de Nápoles, e iría a Chieti, adonde ya tenía obediencia del Visitador Apostólico.

213.-Comenzada la Visita personar por el P. Provincial que era el P. Juan Lucas [di Rosa] de la Virgen María. En el cuarto punto le preguntó qué pensaba de su Profesión. Esto lo habló con los demás Padres, y en particular con el P. Vicente [Berro] de la Concepción, hombre no sólo experimentado en las cosas de la Orden, sino celosísimo de la observancia. Éste, enseguida fue a Posilipo y habló con el P. Esteban y conmigo todo lo que hacía en la Visita; que claramente se veía no llevaba la buena intención de contener las persecuciones contra la Orden, por lo que se determinó que hablara con los que eran más observantes, todos los cuales dijeron que sus votos eran buenos, y nunca habían tenido ninguna dificultad en esta materia. Al poco fui yo a Nápoles, para algunos asuntos ordinarios, y, encontrándome de pronto con el Visitador, le pregunté con toda libertad por qué interrogaba sobre la profesión y los votos. Me respondió que ésta era la instrucción que le había dado el P. Pietrasanta, Visitador Apostólico; a lo que le repliqué que serviría mal a la Orden, por poner dificultad y escrúpulo donde no lo había, sobre todo a uno de nuestros Padres Antiguos. Comencé a presionarlo, y de tal manera lo convencí, que no tocó más este punto con los que estaban descontentos; y así se remedió en parte lo que ya había comenzado; y precisamente por esto comenzó vigilado por algunos que no lo veían con gusto, sobre todo los más observantes.

214.- Una vez echó una Conferencia sobre la Visita, que estaba ya para terminar, y dijo que gracias a Dios no había encontrado nada que necesitara de enmiendas, sino que eran todas cosas frívolas y ligeras; y que, terminada la Visita, después de un mes más, quería volver a Roma, y que esperaba pronto el arreglo de la Orden; y que en su Visita había visto muchas cosas.

Por la noche robaron a la Congregación de los Artista, sin saber quién había sido. Se llevaron un Alba y un Roquete nuevos con volantes, de punto francés; dos tendales de tapicería nuevos, con otras cosas de la sacristía; y dos cajas llenas de dinero, tanto de cobre como de plata, que metían dentro de dichas Cajas tal como veían de las limosnas de los cofrades. Cuando el P. Visitador supo esto, dio en decir extravagancias, diciendo que este era una afrenta que se le hacía a él; que a toda costa quería descubrir quién había cometido esta sustracción. Pero, hechas las pesquisas, nunca pudo saber la verdad. Así que, por la tarde, envió a un Hermano a Posilipo a llamarme, con la orden de que al día siguiente por noche fuera a la Duchesca por asuntos importantes; que no dejara de ir. Nada más leer el aviso comenzamos a pensar, con el P. Esteban, qué importancia podía tener esto. Llamamos a aquel Hermano, le dijimos tantas cosas, que dijo que todos estaban en suspenso, al haber sido robado el Oratorio de los Artistas; que no sabía más; y que le había dicho el Visitador que no dijera nada; sólo que fuéramos juntos por la mañana temprano por la montaña.

215.- Cuando llegué a la Duchesca, fui adonde el P. Visitador; me dijo que fuera a decir la Misa, que después había que hacer algunas investigaciones secretas; que no se podía fiar de nadie. Al preguntarle de qué se trataba, no me quiso decir nada, si antes no decía la misa. Estaba tan enfurecido que parecía cambiado.

Cuando volvió de la Misa, me dice que habían robado en la Congregación de los Artistas la última noche, pero que habían conseguido ninguna pista, ni sabía qué podía hacer para encontrar al culpable.

Le respondí que yo estaba en Posilipo, y hacía quince días que no había ido a Nápoles, ni podía saber lo que había sucedido, ni qué actuación podía emprender en este asunto.

Me pidió que hiciera alguna investigación, para encontrar algún indicio, porque no se podía fiar de nadie, pues todos le eran contrarios.

216.- Llamé al H. Domingo, el Cocinero, que viniera conmigo y cogiera la llave del Torreón, para ver algunas cosas que quería para Posilipo, y encontramos el telar del paramento, y una cajita vacía del dinero; y otra en la bodega. Más de esto no se pudo encontrar. Se lo enseñé todo, y quería poner la cuerda al cuello, meter en prisión con grilletes y cepos en los pies, incluso a quien no lo sabía. Por eso, yo le respondí que no se metiera en estos precipicios, porque chocaría contra algún escollo, tanto más cuanto que era forastero y no sabía de seguro qué había pasado; e incluso podría tener algún enfrentamiento, habiendo en Casa personas fastidiosas, que podían prender algún fuego que luego no se pudiera apagar; que disimulara, por ahora; que después, con el tiempo se podría descubrir. Con esto se tranquilizó, y no hizo más.

217.- A primeros de mayo el P. Glicerio [Cerutti] partió para Roma, y prometió hacer grandes cosas a favor de la Orden, esperando que muy pronto sería repuesto en su gobierno de la Orden al P. General, porque tenía noticias de Roma, que muy pronto se reuniría la Congregación de Cardenales y Prelados sobre las Escuelas Pías, y acerca de ella había buenas esperanzas, según le habían escrito.

Llegó una carta de Roma, del P. Carlos [Patera] de Santa María, que representaba al P. General, según la cual, de casi toda la Orden había salido Memoriales a la Sagrada Congregación, firmados por todos los Padres de las Casas de las Provincias, que pedían la reintegración del P. General y de sus Asistentes; y les parecía bien enviar Memoriales de las dos Casa de Nápoles, y de las demás de la Provincia, para que causaran mayor efecto, tal como había comenzado la Casa de Florencia y la de Pisa. Envió la minuta del memoriales, y enseguida se hizo, no sólo el Memorial, suscrito por todos los Padres y Hermanos de todas las Casas, sino también cartas particulares a los Cardenales de la Congregación, y también al P. Pietrasanta, a fin de que se suprimieran los obstáculos y concedieran a nuestro Padre [el gobierno]; porque, desde que no gobernaba él se había olvidado la obediencia.

218.- Uno de los Padres de Nápoles avisó enseguida al P. Esteban de que se habían escrito memoriales y cartas, obligados a firmar por la fuerza, porque casi nadie tenía esa intención, y que también se habían cometido otros despropósitos; que nadie pidió0 nunca que se firmara, sino que cada uno, espontáneamente, había aceptado cuando se reunió la Congregación.

El P. Esteban se sirvió de esta carta, y comenzó a informar a sus amigos de que en Nápoles se estaba usando esta manera de negociar. Después escribió al mismo que le había informado, para que hicieran memoriales contrarios a los primeros, diciendo que los memoriales que habían firmado a favor del P. General, eran mendigados y firmados más por miedo que por otra cosa; y que muchos no los habían leído, ni sabían el contenido; que en la actualidad estaban bien gobernados bajo su mandato.

219.- Comenzó aquel Padre a negociar con algunos más simples, mostrándoles la carta del P. Esteban, que estaba llena de amenazas; y, además, decía que algunos eran falsarios, por haber firmado lo que no sabían; algunos le prometieron firmar ya, pero, avisados otros Padres, se produjo tal rumor, que el Padre se amedrentó y se detuvo, porque le reprochaban haberlo solicitado él mismo; que quería firmar, sin que nadie se lo hubiera pedido. Después de esto, escribió al P. Esteban que, por ahora, no había podido hacer más; que esperaba mejor coyuntura, para librarse de lo que le podía suceder. Con todo esto, el P. Esteban se sirvió de la carta; pero, descubierto por los Padres, no enviaron a los Cardenales ni memoriales ni ninguna carta, porque así lo mandó el P. General. Estos memoriales y la carta han estado en mis manos más de quince años en Roma; después los entregué al P. General con otros escritos, para que los metiera en el archivo de San Pantaleón, donde se conservan los demás escritos.

220.- El P. Esteban no sabía cómo hacer para encontrar dinero para gastar y regalar a los que le ayudaban en sus negocios. Por eso, pensó vender 24 lotes de Montes que nos habían dejado los Sres. Cardenales Barberini, esto es, Onofre, Francisco y Antonio Barberini, que los habían asignado para el Noviciado que expropiaron, por la fuerza, en Monte Cavallo, que valía más de cuatro mil escudos. El P. Esteban para atraerse la benevolencia de los Señores Barberini se conformó sólo con que los lotes de Montes, reunidos, no pudieran dedicarse a otra cosa que a la compra del Noviciado. Llamaron al P. Lorenzo de San Pedro para firmar el Contrato en presencia de los tres Cardenales, y por parte de la Orden intervino el P. Glicerio de la Natividad, estando presente el Notario Domingo Fonti, Notario del auditor de la Cámara Apostólica, que servía a la Casa de los Barberini. El P. Esteban vendió estos lotes de Montes con un pacto “redimendi quandocumque”, el día 3 de octubre de 1645, según Actas del Gallo Nostro A.C. Pero los lotes, que valía 120 escudos cada uno, los vendió a cincuenta, todo secretamente, para que no lo supieran los demás Padres de San Pantaleón, y que no le inquietaran. Pero como en Roma no se hace nada que no se sepa, fue descubierto por el H. Felipe [Loggi] de San Francisco, de Lucca, que enardeció tanto a los Padres de San Pantaleón, que se lamentaron ante la Congregación de Cardenales de que había enajenado los lotes de Montes, sin que ellos supieran nada, y pedían que fuera castigado en conformidad con la Bula Paulina. Este encargo lo llevaba el P. Carlos [Patera] de Santa María, y el mismo H. Felipe de San Francisco.

221.- Por esto, y por otras querellas anteriores que no está bien poner en por escrito, se resolvió reunir cuanto antes a la Congregación de Cardenales acerca de las Escuelas [Pías]. Fue intimada el 17 de julio de 1645 en la Casa del Sr. Cardenal Roma, Presidente de la Congregación. Allí se decidió que fuera repuesto al P. José, Fundador, en la administración del Generalato, y también sus cuatro Asistentes; pero se debía añadir otros dos Asistentes, y que todos tuvieran voto deliberativo.

222.- El P. Esteban, que estaba esperando con el P. Juan Antonio [Ridolfi] su Secretario, corrió enseguida a dar la noticia al P. General y a sus Compañeros. Fue increíble la alegría de la Orden. Rápido corrió la noticia por todas las Casas de la Orden. Por la mañana escribieron a Frascati, al P. José [Fedele] de la Visitación, actual General, que en aquel momento era Provincial de la Provincia Romana. Éste hizo una demostración de alegría, ordenando sonar las Campañas, disparando salvas, y tocando trompetas. Inmediatamente escribieron esto a Roma, al P. Esteban, que vio con malos ojos estas demostraciones antes de que el P. General retomara la posesión.

223.- También en Nápoles, donde yo estaba, se cantó el Te Deum laudamus, en acción de gracias. Pero poco duró esta alegría, como se verá.

El P. Esteban, mientras tanto, iba con frecuencia adonde el P. General, y le preguntaba adónde quería que se pusieran las escrituras, y en dónde quería que se hiciera el Archivo, porque le quería entregar todo.

El Padre le respondió que habría tiempo; que ni sabía lo que había determinado la Congregación; que, cuando lo llamaran, entonces se tomaría la resolución conveniente.

El miércoles por la tarde, el Cardenal Roma envió a un Gentilhombre adonde el P. General, para que fuera donde él, y elegir a dos Asistentes que parecieran más a propósito; y que fuera a las 20 horas. En esta conversación quedaron de acuerdo en que iría.

224.- Sucedió que el H. Felipe [Loggi] de San Francisco fue a un escribiente ,que hacía los avisos públicos, y le dijo que le hiciera el favor de poner en los avisos públicos que había sido reintegrado el P. General con sus Asistentes. El escribiente puso en los avisos estas precisas palabras: “El martes tuvo lugar una Congregación de Sres. Cardenales delegados, en Casa del Emmo. Sr. Cardenal Roma, en la cual fue repuesto en su lugar el P. General, con sus Asistentes, con grandísima confusión y vergüenza de sus Adversarios”. El Hermano pensaba que con esto había hecho una gran cosa.

El miércoles, después de comer, se reunieron todos los Padres y Hermanos en la recreación habitual de una hora, que se suele hacer tanto por la mañana como por la tarde. Se mandó llevar los avisos ordinarios, que se suelen leer cada semana en la recreación. Los cogió, para leerlos, el P. Juan Antonio [Ridolfi], y, al llegar a los avisos de Roma, encontró el punto que decía: “El martes tuvo lugar una Congregación de Sres. Cardenales delegados, en Casa del Emmo. Sr. Cardenal Roma, en la cual se repuso en su lugar al P. General con sus Asistentes; con grandísima confusión y vergüenza de sus Adversarios”.

225.- No tardó mucho en leerlo el P. Juan Antonio. Después, dobló rápido los Avisos, se los guardó en el pecho, y llamó a un Compañero. Habló primero con el P. Esteban, y le enseñó el anuncio de los Avisos. y luego fue enseguida al Santo Oficio, adonde Monseñor Asesor [Albizzi], y le contó que el P. General había ordenado poner en los Avisos que “había sido repuesto de nuevo en el gobierno, lo mismo que sus Asistentes, con gran vergüenza de sus Adversarios”. Y continuó diciéndole: “Si ahora hace esto ¿qué no hará en el futuro? Y entiende por Adversarios no sólo al P. Esteban, al P. Pietrasanta y a nosotros, sino también a Vuestra Ilustrísima, que ha favorecido a Mario y al P. Esteban”.

Montó en cólera de tal manera Monseñor Asesor con estas palabras, que escribió una nota al Cardenal Roma, diciendo que sobreseyera el nombramiento de los dos Asistentes de las Escuelas Pías, hasta que hablaran ellos dos juntos.

226.- El P. Esteban se había quedado paseando por la Sacristía hasta que volviera el P. Juan Antonio, y se decía de continuo: “¡Se cree el español que todo ha terminado!”; y no decía más. Pero lo estaba observando el sacristán, quien comenzó a sospechar en alguna nueva estratagema; mas no en un mal tan grade como el que iba a suceder.

En efecto, los Padres que se encontraban en la recreación mientras se leían los avisos, cuando vieron al P. Juan Antonio marchar, nada más terminar de leer el punto sobre las Escuelas Pías, empezaron a sospechar de algo.

227.- Cando sonaron las 19 horas, el P. General se fue adonde el Cardenal Roma, para cumplir una comisión sobre los dos nuevos Asistentes, tal como le había avisado el día anterior el mismo Sr. Cardenal. Al subir la escalera, se encontró con el P. Juan Antonio, quien le preguntó: -“¿Adónde va, Padre General?”. Le respondió el Padre: -“Me ha llamado el Sr. Cardenal, y voy a ver qué me ordena”. A lo que replicó el P. Juan Antonio: -“Ya no es necesario, porque ha ordenado que se sobresea hasta nueva orden”. Él continuó a San Pantaleón, y el P. General subió adonde el Cardenal; pero éste mandó a decirle que le excusara, que estaba Enfermo, que le llamaría después, otro día. Y, con esta respuesta, el buen Viejo se volvió a Casa, sin saber lo que había pasado. Comenzó a conversar con algunos Padres, y adivinaron lo que podía ser.

228.- Cuando el P. Juan Antonio llegó a casa, fue a la Sacristía, donde le esperaba el P. Esteban; le dijo lo que había pasado, y se echaron a reír: “¡Nosotros, mientras tengamos tiempo, haremos lo que podamos!”

Es increíble la angustia que sintieron nuestros Padres y Hermanos. La pasión los ahogaba entre alguna palabra de amenaza, en particular el H. Juan Bautista [Viglioni] de San Andrés y el H. Lucas [Anfossi] de San Bernardo, que los acusaban de traidores a su Madre; y querían vengarse. Al oír esto, el P. Esteban aprovechó la ocasión. Se fue adonde el P. Pietrasanta, para que lo remediara, y no sucediera algún incidente, porque “algunos decían que se querían vengarse, llamándolos Traidores a todos, y hablaban mal de él y de Monseñor Asesor”. Esto avivó tanto el fuego, que el P. Pietrasanta le dijo se comprometía a hablar con Monseñor Asesor y también con el Cardenal Roma, pues no era bueno que sucediera algún inconveniente. De esta manera, todo quedó tan enconado, que no se habló ya de otra cosa, a pesar de las diligencias que hacían el P. Carlos [Patera] de Santa María y el H. Felipe [Loggi] de San Francisco.

229.- El H. Felipe de San Francisco tenía un hermano soldado, que iba con frecuencia a San Pantaleón a encontrarse con su hermano y con otro genovés, paisano del H. Juan Bautista [Viglioni], con los cuales a veces se entretenía hablando largamente de sus cosas y miserias, y de que, como soldados, siempre tenían necesidades. El P. Esteban y sus secuaces pensaban vengarse de aquellos dos Hermanos, diciendo que ellos dos, cuando conversaban a San Pantaleón, planeaban asesinar al P. Esteban. Cuando se enteró de esto el H. Juan Bautista, comenzó a decir que, si quisiera hacerlo no necesitaba Asesinos, lo haría él mismo, pues él tenía valor, y el otro se lo merecía; pero que, como era Religioso, tal pensamiento nunca le había pasado por la cabeza. Con esto, se despidieron los dos soldados, y no aparecieron más por San Pantaleón, pero las cosas seguían peor que nunca.

230.- Cuando el P. Nicolás Mª [Gavotti] fue enviado de Visitador a Cerdeña, se encontró con que el P. Pedro Francisco [Salazar Maldonado] de la Madre de Dios -fundador de las Escuelas Pías dentro de Sicilia- había dado el hábito a algunos Novicios; le hizo un proceso, y redactó una relación, en la que decía que había contravenido al Decreto hecho por la Sagrada Congregación del Santo Oficio, y fue llamado a Roma para ser castigado. Esta fue una invención más, tanto del P. Esteban, como de Nicolás María, y de Juan Antonio.

231.- El P. Pedro Francisco se fue a Roma. Informada la Sagrada Congregación, Monseñor Asesor lo animaba, porque no encontraba infracción. Cuando le preguntaban, el P. Pedro Francisco respondía que no había recibido ninguna orden o carta que le hubiera escrito el P. General; que quizá las cartas no habían llegado, dada la lejanía del mar. Así que recibió el favor de Monseñor.

Fray Buenaventura de Ávila, que se encontraba en Roma, tuvo la idea de absolverlo en plena Congregación del Santo Oficio. Fue absuelto, y se volvió a Cerdeña.

Pero no por esto se desanimó en este asunto. Como le faltaban individuos, envió aposta, desde de Cagliari, al P. Antonio [Boscarelli] de San Miguel, de Bisignano, para lograr que los que habían tomado el hábito pudieran hacer la Profesión, y dar el hábito a otros. Cuando esto se conoció en Roma, no sólo no pudo conseguir lo que le había encomendado, sino que muy pronto se puso de acuerdo con el P. Esteban y Nicolás María, en hacer lo contrario, y contra el mismo P. Pedro Francisco; y así, se ganaron a otro para su facción, contraria al P. General.

232.- Compañero de éste fue un tal H. Lucifer [Escatino], que era cocinero en Cerdeña. Cuando llegó a Roma, enseguida se encajó el bonete, y, como nadie lo conocía, pasaba por clérigo, y el P. Esteban se servía de él para algunas cosas, como forastero. De él se hablará en otro lugar con más amplitud, y se sabrá su final.

Mientras en la Casa de San Pantaleón se vivían estas angustias, por dar crédito a las maliciosas invenciones, una encontraron abierta la sacristía, destrozada la Cajita de las misas, y robadas cuarenta piastras florentinas, que habían metido la misma tarde, provenientes de Misas, además de otro dinero en oro y plata, que llegaba casi a la suma de 80 escudos. Se llevaron también cuatro copas de cálices de plata, con las patenas, y llenaron un alba con lo mejor de la sacristía. Abrieron la puerta pequeña de la iglesia, y colocaron esa ropa blanca detrás de la puerta, que dejaron abierta. Por la mañana fueron el P. Sacristán, llamado P. Carlos [Fossato] de San José, de Palermo, y el H. Salvador [Signorini], de Brescia, su compañero, vieron el robo y dieron la noticia al P. Esteban y a sus Compañeros. Comenzaron a decir se hicieran las investigaciones, y que no podía ser otro, sino el hermano del Hermano Felipe [Loggi]. Hechas las diligencias sobre dónde estaba, no se encontró indicio alguno de él, porque aquella misma noche estaba de guardia en el cuartel, y no podía salir, aunque quisiera.

233.- Dijeron esto al P. General, que, suspirando, no dijo solamente: “¡Alabado sea Dios; ¡qué vamos a hacer!, él lo ha permitido, encomendémonos a él, que nos ilumine a todos!”.

Llamaron al Guarda y al Notario; se llevó enseguida el Relato al oficio del Gobernador; hicieron investigaciones, y, no encontrando ninguna rotura, dijeron que el hurto provenía de Casa y no de fuera. Yo mismo mandé hacer cuatro copas de plata con las patenas, cuando fui sacristán, en el año 1648, después de la muerte del Venerable Padre Fundador.

234.- Este robo dio tanto pie al P. Esteban, que comenzó a decir al P. Pietrasanta que en casa se cometían hurtos por rencor; que era necesario usar rigor en el gobierno, de lo contrario acabarían destrozándolo; que siempre andaban amenazando; y que, como habían robado 200 escudos en Cosas y dinero, igual podrían atacar con algo que podría matarlos, porque se habían visto por allí muchas veces dos asesinos, hablando siempre con el H. Felipe y con Juan Bautista, el [Viglioni]; que, con el rigor, quizá aplacarían los rumores, pues algunos hacían lo que querían, sin reconocer a ningún Superior; y que cada día iban peor las cosas.

235.- El P. Pietrasanta le respondió que diera las órdenes necesarias, que él mismo las firmaría, y, con esto, amainó por algún tiempo. Pensando poder implantar la paz completamente, cambió al Superior de San Pantaleón. Mandó para Provincial de Nápoles al P. Vicente Mª [Gavotti] de la Pasión, para castigar a los Padres de Nápoles; y como Superior de la Duchesca, al P. Pedro [Coralli] de San Agustín, porque se habían atrevido a escribir a la Congregación, y a hacer memoriales en favor del P. General; cambió todo el gobierno, para castigarlos; y, para imponer mayor autoridad, los mandó en compañía del P. Juan Antonio [Ridolfi], su Secretario, para obligarlos a obedecer, y a prestarles el respeto debido.

Cuando el P. Juan Antonio llegó a Nápoles con el Provincial y el P. Superior de la Duchesca, deshizo todo lo que había hecho el P. Juan Lucas [di Rosa] de la Santísima Virgen, Provincial; mandó fuera a todos los que había llamado a Nápoles de la Provincia, para castigarlos, pero prometiéndoles celebrar cierta cantidad de misas a su intención, para que tuvieran un poco más de dinero para su viaje de vuelta a Roma.

236.- En lugar del P. Vicente María, puso de Rector de San Pantaleón al P. Fernando [Gemmellario], siciliano. Cuando los Padres de Roma oyeron el ascenso del P. Fernando, armaron un grandísimo tumulto, y no quisieron, de ninguna manera, reconocerlo como superior; decían que iban a acudir al Papa, que Ira Inocencio X, recientemente creado a la muerte del Papa Urbano VIII, lo que causó cierto temor; ordenó suspenderlo todo, y que, entre tanto, gobernara el P. Francisco [Baldi] de la Anunciación, como primer Sacerdote. Con esto se serenó un poco, esperando el tiempo de publicar las nuevas órdenes, que ya tenía establecidas; pero iba con cierta pausa, para que no llegara a oídos del Papa.

El día de los Inocentes de 1644, el P. General tuvo audiencia con el nuevo Pontífice, quien le prometió ayudar al Instituto, dándole alguna solución, la más conveniente, como estimaba la Congregación delegada. De estas promesas nació el Decreto del la Congregación del 17 de julio de 1645. Por eso el P. Esteban no osaba ordenar demasiadas novedades, dado que el Papa Inocencio X era hombre muy decidido, de donde podían originarse disturbios, tanto más cuanto que el Papa había dado una orden al Sr. Pedro Lucri, íntimo Doméstico suyo, de que, cada vez que el P. General quisiera audiencia, lo mandara ir. El P. Esteban se enteró de esto, y por eso evitaba ejecutar las resoluciones propuestas, es decir, publicar las órdenes que ya tenía hechas.

237.- La víspera de Año Nuevo de 1646, fueron fijadas en público aquellas órdenes del P. Esteban, bajo pena de Galera, Cárceles, y otras penas reservadas a la Sagrada Congregación, acerca de las Constituciones. Mandaba que todos reconocieran por Superior al P. Fernando, además de otras cosas que daban miedo. Así que, atemorizados, comenzaron a pensar en la forma de obtener audiencia con el Papa, porque no querían aquella sujeción de esclavos, cuando se trataba de penas de galera, cárceles y otras, reservadas a la Sagrada Congregación. Todo firmado; primero por el P. Pietrasanta, y después, por el P. Esteban. Y, hasta que pudieran obtener audiencia con el Papa, escribieron una carta de cuatro folios de papel al P. Pietrasanta, en donde le reprochaban lo que había hecho contra la Orden; que siempre les había mantenido en la esperanza de reponer al P. General en el Gobiernos, tal como había resuelto ya la Sagrada Congregación de Cardenales; que, debido a algunas mentiras e intervenciones del P. Esteban, de Juan Antonio, y sus secuaces, había retardado el Decreto; que había firmado las órdenes del P. Esteban sin leerlas ni reflexionarlas, y a ellos los había tratado, no como a Religiosos, sino peor que a seglares; y todo para tener mando en la Orden de las Escuelas Pías, el que no había tenido en la Compañía de Jesús. Esta carta la compuso el H. Lucas [Anfossi] de San Bernardo, y él mismo la llevó al P. Pietrasanta.

238.- El P. Pietrasanta respondió a la carta de nuestros Padres, con carta escrita de mano del P. Juan Antonio [Ridolfi], bastante más larga que la propuesta. En ella decía muchas cosas, excusándose de que, por la impertinencia de algunos, se producían escándalos y rumores dignos de castigo; que él siempre había tenido buena y óptima intención, pero sólo reconocida por los que no eran apasionados; y que el tiempo reconocería la verdad de sus fatigas.

Su carta fue replicada con otra más larga, que contaba todo lo sucedido. Le reprochaban haber escrito a todas las Provincias cartas circulares, diciendo que muy pronto se solucionaría todo, con satisfacción de todos los Padres y de la Orden; pero que, después de este cuanto antes, habían pasado Años y nunca llegaba. Las copias de estas cartas se quedaron en Roma, dentro de mis escritos.

239.- El P. General nunca supo nada de esto, pues, si se lo hubieran comunicado, seguro que no les hubiera permitido que lo hicieran. La 1ª de estas cartas la escribió el H. Lucas de San Bernardo; la 2ª, el P. Francisco [Baldi] de la Anunciación, quien me enseñó el original.

La víspera de la Epifanía del año 1646, se pudieron de acuerdo 25 Padres y Hermanos para ir a hablar con al Papa, cuando saliera de la Capilla,. Querían tener audiencia con Nuestro Señor, pero la dificultad se lo desaconsejó. Sin embargo, el H. Lucas de San Bernardo dijo enérgico: “¡Dejadme, yo lo hago; le hablaré sin miedo!”. Y, tomada aceptada resolución, se dirigieron a San Pedro, cada uno con su Compañero. Reunidos en la sala regia, todos los Cardenales los miraban, cuando pasaban delante de ellos, y pensaban: “¿Qué andan buscando del Papa?” Y se maravillaban de tanta multitud, especialmente el Cardenal Roma.

Llegó el Príncipe Ludovisi. Se presentó como nepote del Papa. Ellos pensaron enseguida que no había otro mejor para conseguirles la audiencia, por haber sido Nepote de Gregorio XV, que había declarado Orden a las Escuelas Pías. Cuando terminaron las vísperas Papales, fueron todos a la Antecámara del Papa. Éste causó admiración a quienes le miraban. El P. Esteban, que vio todo, se volvió a Casa, muy pensativo. En medio de sus dudas, el P. Juan Antonio le dijo:

-“Dios quiera que éstos no logren hablar con el Papa, y no se rían de nosotros”. A lo que el P. Esteban le respondió: -“¡Dejémoslos, todo tiene remedio!”.

240.- Cuando se fue el Príncipe Ludovisi, que había acompañado al Papa a sus estancias, y volver enseguida a su casa, el H. Lucas se adelantó, diciéndole:

-“Excelentísimo Señor, le pedimos el favor de conseguirnos audiencia con Nuestro Señor, por una necesidad de nuestra Orden, perseguida todo lo que se puede decir por el P. Esteban, y por el P. Pietrasanta, que, con el favor de Monseñor Albizzi, la han llevado al exterminio. Y, así como esta Orden ha tenido a los primeros orígenes en la Casa de Vuestra Excelencia, pues ha sido aprobada por el Papa Gregorio, su tío, háganos ahora el favor de apoyarla, y no perezca”. Otros Padres adujeron otras razones. Todo ello movió al Príncipe a volver adonde el Papa, y pedirle la gracia de que concediera la Audiencia a los Padres de las Escuelas Pías, que estaban muy preocupados por su Orden.

241.- Aceptó gustoso el Papa, y dio orden de que entraran. Todos querían entrar donde el Papa, pero el Maestro de Cámara dijo que ya los había visto Nuestro Señor, que bastaba con cuatro, y fuera breve la conversación, porque había vuelto cansado de las vísperas.

Entró el H. Lucas con otros tres, y, haciendo las tres reverencias acostumbradas, se arrodillaron. Comenzó el H. Lucas a decir: “Beatísimo Padre, se nos ha dado como Visitador Apostólico al P. Pietrasanta, jesuita, y -después de la muerte del P. Mario, a quien Dios castigó admirablemente, por haber perseguido a nuestro P. Fundador- le ha sucedido el P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles, sólo mediante una tarjeta de Monseñor Asesor, llevada por el P. Pietrasanta, con engaño. Ahora se han hecho Dueños de toda la Orden, como ha visto la Sagrada Congregación, y ha decaído mucho en su observancia de las Constituciones, pues el mismo P. Esteban no es observante de nuestra Regla, sino, por el contrario, destructor de ella, como tantas veces se ha hecho ver a la Congregación delegada. Además, este P. Esteban ha enajenado 24 lotes, llamados de Montes, donados por los Sres. Barberini para el coste de nuestro Noviciado, sin que los Padres sepan nada; ni se sabe en qué ha gastado. Y todo esto, a la sombra del P. Visitador y de Monseñor Albizzi, Asesor del Santo Oficio.

Por eso, pedimos a Vuestra Santidad la solución de nuestros problemas; y que no haya más Visitador, para no ser gobernados de esta manera; pues ha dado órdenes tan rigurosas, que no son buenas ni a los seglares, y no digamos a Religiosos, a quienes amenaza con Cárceles, Galeras, y otras penas reservadas a la Sagrada Congregación. Tampoco queremos a un Superior que no es observante, que depende totalmente del P. Esteban, a quien Vuestra Santidad conoce muy bien; son órdenes que han sido escritas tanto por el P. Pietrasanta, como por el P. Esteban, respaldados por Monseñor Asesor.

Por amor de Dios, háganos este favor, libérenos de los gravámenes del Visitador; y quítenoslo, para no estar más sujetos a un jesuita, que nunca ha tenido gobierno en su Orden, que es está sometido a los Barberini, y ha sido nombrado Visitador con el favor del Abad Pietrasanta, hermano suyo, que ha estado al servicio de los mismos Barberini. Esto es cuanto le suplicamos, en nombre de toda la Orden”.

242.- Le respondió el Papa: -“Pronto lo tendréis arreglado; pronto no tendréis Visitador, y se darán las órdenes necesarias para el arreglo”. El H. Lucas le entregó el Memorial, le besó el pie, pidiéndole la Indulgencia ´in articulo mortis´, como hicieron los demás, los bendijo y los despidió.

243.- Todos aquellos Padres, jubilosos, volvieron a Casa, pensando haber hecho una gran cosa, pudiendo hablar con el Papa, quien les había respondido que pronto serían atendidos, y que pronto no tendrían ya Visitador. Tanto es así que, por la noche, retiraron las órdenes que estaban fijadas en los anuncios. El P. Esteban nunca supo adivinar quién lo había hecho; y andaba como una gallina mojada. Cuando el H. Lucas lo encontraba, le daba la lata, diciéndole que había llegado el tiempo de ser castigado.

Una vez el P. Esteban le respondió que él se había sentido unido al P. Mario, pero, después había cambiado, como persona voluble, y le había traicionado. El H. Lucas le respondió que aquél hizo igual que Pedro, que había reconocido su error y había llorado amargamente, por haber obrado contra el P. General, engañado por las pasiones. Pero él era peor que Judas, porque conocía haber ofendido al P. General -a quien lo conocía muy bien- y a toda la Orden, por simples Caprichos y Ambición de Reinar, y no quería enmendarse; que, por eso, era incluso peor que Judas, de quien se conocía el final. Le dijo también que él nunca dejaría de decir la Verdad, como se la había dicho al Papa. “¡Ya no servirán para nada las invenciones, las mentiras, las ayudas, ni los favores!”; y que quería las Cuentas de la venta de los lotes de Montes. En el momento en que hablaban, fueron molestados; llamaban al H. Lucas a la puerta, que, si no, habría habido un escándalo; tanto iba creciendo el enfado que ya comenzaban a ir de aquí para allá, y a decirse despropósitos. Pero el P. Esteban, con su natural flema, bajó los hombros y salió de Casa, donde bien poco se le veía.

Todo esto me contaron muchas veces el H. Lucas [Anfossi] y el H. Juan Bautista [Viglioni] de San Andrés, cuando, a veces, salíamos juntos a hacer gestiones que yo aún no conocía, por no estar práctico en La Corte Romana.

244.- El Memorial llevado por el H. Lucas fue entregado a la Congregación particular, y, en consecuencia, cayó en manos de Monseñor asesor. Hubo más Congregaciones. En ellas vieron también la Relación hecha por el P. Pietrasanta

-que yo he visto muchas veces, y ha estado en mi poder unos doce años o más-. En ella se decía que se la habían mostrado a los mejores Teólogos de la Compañía de Jesús -en ocasión del Capítulo General por la muerte del P. Mucio Vitelleschi-, y todos afirmaban que los votos hechos por los Padres de las Escuelas Pías eran nulos, y ellas podían ser reducidas a simple Congregación.

Cuando los Cardenales oyeron esto, dijeron que los votos eran válidos; que no habían observado ninguna dificultad en ellos; que los habían visto también los mejores Teólogos de la Corte Romana, y todos concluían en que eran válidos; y que la santa Sede Apostólica sólo se fiaba de su opinión. Pero nada se resolvió, porque estaban en contra el Cardenal Cueva, Monseñor Fagnati, Monseñor Paolucci, Monseñor Maraldi, e incluso Monseñor Asesor [Albizzi], cuyos votos yo mismo he visto, como se dirá en su lugar. El Cardenal Spada no era en absoluto contrario. El voto del Cardenal Roma estaba sellado, por lo que no se podía leer; pero, después -por lo que muchas, muchas veces me dijo el Cardenal Ginetti, de feliz memoria, en presencia del P. Cosme [Chiara] de Jesús María, cuando era General, y del P. Francisco [Potestate] de Jesús, su Asistente, cuando íbamos a hacer gestiones- se supo que expresamente había sido contrario, como pronto se verá.

Este Cardenal (Roma) era contrario a todas las Órdenes; precisamente murió en un día señalado, como diré pronto. Destruyó la Orden de San Pancracio, de la que era Protector, reduciendo a aquellos pobres Padres al hábito de Curas seculares, aunque el Cardenal Maldacchini -nepote de Dña. Olimpia, que fue hecho Abad del San Pancracio, y a quien sabe Dios si le daba algo- les asignó ocho escudos por cabeza; así que andaban dispersos y vagabundos. El P. General de esta Orden se retiró a San Martino de Monti, Convento de los Padres carmelitas, porque no quería, de ninguna manera, dejar el hábito; pero el Cardenal (Maldacchini) procuró que le fueran asignados ochenta escudos anuales, que no quiso dejar, para no vivir inseguro; y por eso procuró que le dieran un beneficio en San Lorenzo in Damaso. Aún vive, y todo esto me lo ha contado él mismo muchas veces, cuando iba, con frecuencia, a confesarse a San Pantaleón.

245.- Los Agustinos tenían un convento en Tivoli, Obispado del Cardenal Roma, cuando, en tiempos del Papa Inocencio, se publicó la Bula de los Conventitos. El Cardenal Roma intentó incorporarlo al Seminario de Tivoli, y lo consiguió, sin que a dichos Padres les valieran muchas razones, por ejemplo, que era un convento fundado hacía 200 años, y que podía vivir en él una comunidad suficiente. Enseguida fue profanada la Iglesia, y convertida en establo, que yo mismo he visto. Pasaron pocos días, y el Cardenal Roma murió, el día 12 de septiembre, día de San Nicolás de Tolentino. Aquellos Padres lo consideraron un milagro del Santo, por tener tan gran aversión a los Religiosos.

246.- Reflexionaba un día al P. Francisco [Leuci] de San Carlos con el Cardenal Roma sobre el beneficio que hace nuestra Orden en la Santa Iglesia, ganando tantas Almas para Dios, por la buena educación que reciben sus hijos; y que, cuando tienen juicio, algunos se hacen Religiosos, y Predicadores excelentes, como diariamente se ve por experiencia, a lo que el Cardenal respondió que nuestra Orden era más bien perjudicial; porque ya hay en la Iglesia tantos Religiosos, que un día superarán a los seculares. Es tanta aversión que sentía este Cardenal contra los Religiosos que, si hubiera sido por él, no habría dejado a ninguna Orden.

247.- Llegó la reunión de la última Congregación, y se determinó que la Orden fuera reducida a Congregación de Curas seculares, como la Congregación del Oratorio, erigida en Santa María in Vallicella por San Felipe Neri; que todas las Casas y Padres quedarán sometidas a los Ordinarios; que no pudieran recibirse más Profesiones; que el P. Esteban [Cherubini] fuera Rector perpetuo del Colegio Nazareno (esto no lo determinó la Congregación, sino que lo añadió al Decreto Monseñor Asesor [Albizzi]; pero, cuando se lo llevó a firmar al Cardenal Ginetti, éste se lo tachó, diciendo que no le gustaba (este mismo Cardenal me lo dijo muchas veces); que no hubiera ya ni General ni Provinciales, y la Congregación se debía gobernar según unas Constituciones convenientes, que le serían asignadas por la Sede Apostólica; y otras cláusulas, como se puede ver en el mismo Breve, publicado el día 16 de marzo de 1646.

248.- Nunca habría podido imaginar el P. General lo que había determinado la Congregación, pero las señales de alegría que manifestaban el P. Esteban y sus Compañeros, indicaban a nuestros Padres ciertos indicios de que alguna desgracia había caído sobre la Orden. Y, hete aquí que, cuando se esperaba que el P. General fuera reintegrado, resultó todo lo contrario.

El 18 de marzo por la tarde, víspera de San José, hacia las 22 horas, fue D. José Palamolla a San Pantaleón; ordenó que tocaran la Campanilla, y que todos fueran al Oratorio; sacó un simple Papel de la bolsa, y dijo que era un Breve hecho por Nuestro Señor, acerca de la reducción de la Orden a Congregación. Leído el Papel, los Padres respondieron que querían una copia, para ver el contenido. Les respondió que a su tiempo la tendrían.

Cuando el P. General oyó la resolución del Breve, se retiró a su Celda a agradecer a Dios lo que había hecho el Sumo Pontífice. Llorando la reducción de la Orden, procuraba consolarse con la Voluntad Divina; y nunca más habló nada para justificarse a sí mismo, sino se entregó más aún a la oración, pidiendo a Dios que los iluminara a todos.

249.- Se creó tal confusión en todos los Padres de la Casa, que no sabían qué hacer; llamaban traidores a la propia Madre a los que la habían traicionado; decían despropósitos, y no miraban a nadie. Al ver esto, el P. Esteban se retiró al Colegio Nazareno con el P. Juan Antonio y los otros confidentes suyos, por miedo a algún incidente, pues ya no tenía tampoco el apoyo del P. Pietrasanta.

Cuando el P. Esteban vio que en el Breve no se decía nada de su derecho a ser Rector perpetuo del Colegio Nazareno, quedó muy corrido, pues pensaba situarse bien, mientras viviera, para lo que había hecho gestiones ante el P. Pietrasanta y Monseñor Asesor, quienes ya le habían respondido que había salido un Decreto de los Cardenales, y, mientras no se ordenara firmar el Decreto, no sabían qué pasaría.

Cuando terminó la Congregación, el P. General ordenó llamar al P. Esteban, y le preguntó qué había ordenado la Congregación, para saber algo, porque no había podido enterarse de nada.

Sólo le respondió que se las arreglara, que él ya estaba acomodado; que buscara algún acomodamiento, igual que él había arreglado ya sus cosas. Con esta respuesta lo dejó plantado, sin saber lo qué quería decir. Pero el P. Esteban se engañaba; Dios no permitiría que quedara Dueño de tantos Corderitos Inocentes, para que no sucediera lo que después sucedió, como se verá en su lugar. Más aún, la Congregación puso en el Breve que, en vez del P. Esteban como Rector perpetuo del Colegio Nazareno, transfería esta autoridad a la Rota Romana, para que lo gobernara y se ocupara de todo. A pesar de esto, la Rota le permitió gobernar el Colegio, hasta que Dios lo sacó de allí, milagrosamente, como se verá pronto.

250.- Pasaron dos semanas en las que no hubo ninguna novedad. Todos estaban atónitos; no sabían cómo podrían vivir. Acudieron al Cardenal Ginetti, Vicario del Papa, que los consolaba, diciéndoles que tuvieran paciencia, que estuvieran tranquilos, que él los ayudaría en todas las circunstancia. Con esto se tranquilizaron, porque, verdaderamente, lo que les había leído un día Palamolla, aquello no fue el Breve: era sólo una minuta, más para asustarlos que para otra cosa.

El H. Lucas de San Bernardo fue un día adonde Monseñor Asesor y, con grandísima imprudencia, le dijo que había ordenado a Palamolla leer un Papel, bajo el nombre de ´Breve del Papa´, sin saber qué contenía tal Breve; que le permitiera verlo, porque todos los Padres estaban deseosos de saber en qué situación tendrían que vivir.

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