CaputiNoticias01/251-300

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[251-300]

251.- Monseñor le respondió que tuvieran paciencia, que, con el tiempo, verían lo que deseaban. Y con esto los despidió. Pero, pasados unos pocos días, el H. Lucas fue de nuevo adonde Monseñor Asesor, y le suplicó le diera el Breve, que no podían seguir así; que aquello no había sido una forma de publicar una cosa, bajo palabra de la Sede Apostólica, y mantenerla escondida; y otras palabras inoportunas.

252.- Así que Monseñor le respondió: -“¿Queréis el Breve? Muy pronto lo tendréis. ¡Y no quiero verlo más delante de mí!”. –“Usted ha arruinado la Orden con sus supercherías, y quiere terminar arruinándola del todo. ¡Vaya, imprímalo dentro de dos días!” Y con esto, el H. Lucas se marchó.

Monseñor Asesor no tenía intención de que saliera el Breve, con el que había hecho todo lo posible para llevar adelante la promoción del P. Esteban; pues la ida de Palamolla fue más bien un engaño que otra cosa, urdido por el P. Esteban para atemorizar a los Padres. porque el Breve aún no estaba hecho ni presentado al Papa; era sólo la minuta; con seguridad, aún no había salido, que así me lo contó a mí Monseñor Albizzi, cuando fui enviado adonde el P. General, el año 1647, como se dirá más adelante.

Al cabo de seis días, salió el Breve y, una vez publicado, se lo llevaron al Sr. Cardenal Ginetti, Vicario del Papa, para que fuera a tomar posesión, como Ordinario. Él envió un aviso de que iría a la mañana siguiente a hacer la ceremonia. Cuando el P. Esteban conoció esta noticia, pensaba que en el Breve estaría lo que había conseguido escribir en el Decreto, para ser Rector perpetuo del Colegio Nazareno. A la mañana siguiente fue a la Sacristía de San Pantaleón, para decir la Misa, esperar la llegada del Cardenal, y encontrarse presente en la función.

253.- Cuando los Padres se enteraron, comenzaron a decir: -“¡Qué cara tiene el P. Esteban, que se atreve a venir aquí; él que nos ha arruinado la Orden y nos ha avergonzado, hasta el punto de no poder ya comparecer entre los Religiosos!”

Enseguida corrieron a la Sacristía tres o cuatro Hermanos, y fingieron querer asaltarlo; pero, en cuanto pudo, se volvió al Colegio Nazareno, pues lo amenazaban con que, si volvía más por San Pantaleón, lo echarían por las ventanas; que no compadeciera de ninguna manera.

254.- Llegó el Cardenal a San Pantaleón. El P. General salió enseguida a su encuentro, y, con rostro alegre, le dio la bienvenida. El Cardenal comenzó a consolarlo, diciéndole que él siempre le sería afecto; y no sólo a aquella Casa de San Pantaleón, sino a todas las Casas de la Orden; que lo que habían hecho había sido por una imprudencia cometida por Monseñor Asesor, haciendo que saliera el Breve, que ya había salido. “Lo publicaremos, para que todos estén tranquilos y en paz; pues todo el día iban a molestarme, para que fuera, diciéndome que de esta manera no podían vivir. Por eso he venido, dejando de asistir a una Congregación de muchísima importancia”. Se leyó el Breve, y, besándole la mano -primeramente el P. General, y después todos los demás, según su grado y Profesión-, lo reconocieron como Obispo y Ordinario, según mandaba el Breve.

255.- Concluida la reunión, se despedía el Sr. Cardenal para volver a Casa, cuando se levantó el H. Lucas, y dijo: “Eminentísimo Señor, es conveniente que sepamos quién queda como Superior de la Casa, porque no queremos al P. Fernando [Gemmellario], que lo han puesto el P. Esteban y el P. Pietrasanta; ni siquiera queremos queden restos de su gobierno. Y todos los Padres y Hermanos comenzaron a decir que no lo querían de ninguna manera; que querían a una persona observante, espiritual, temerosa de Dios, que los gobernara con Caridad, tranquilidad y paz, para recuperar la antigua observancia; pues, desde que el P. General faltaba en el gobierno, se había perdido todo; desde el P. Mario hasta ahora ya no había vestigio de Religiosos en las Escuelas Pías, como había antes. Esto le dijeron al Cardenal que les parecía conveniente para poder levantarla; y que tuviera Caridad con todos.

256.- El H. Lucas comenzó de pronto a decir: “El mejor de todos sería el P. Juan Esteban [Spinola] de la Madre de Dios, que está retirado en Moricone, hombre de gobierno, que compadece a todos, es fiel, y provee de todo lo necesario; y exige que cada uno cumpla con su deber”. Dirigiéndose el Cardenal al P. General, para saber su parecer, le respondió que era buenísimo. Y, recogidos los votos de todos, tanto de los Padres como de los Clérigos y de los Hermanos, todos a una dieron el voto al P. Juan Esteban. Se determinó que el Cardenal le escribiera una carta, y le ordenara, en virtud de Santa Obediencia, ir a Roma cuanto antes, pues tenía que hablar con él; de lo contrario no hubiera ido, porque rehuía ser Superior. Aceptó el Cardenal escribirle, y, en cuanto hizo la carta, un Hermano cabalgó enseguida, fue a Moricone, y le llevó la carta, sin decirle más. El P. Juan Esteban, al ver la orden del Sr. Cardenal, sin poner ninguna dificultad se fue a Roma, para saber qué le ordenaba. Cuando llegó a San Pantaleón, todos salieron a su encuentro, diciéndole que le habían hecho su Superior, y que por eso lo había llamado el Sr. Cardenal. Al oírlo, quedó muy disgustado, diciendo que no era bueno, y por eso se había retirado a hacer sus cosas, y a llorar sus pecados.

257.-Enseguida fue adonde el P. General a recibir la bendición. Éste le dijo que Dios lo había elegido como Superior suyo y de aquélla Casa; que no dejara de aceptarlo, para no ir contra la Voluntad Divina; tanto más, cuanto que todos habían contribuido a la elección con gusto y satisfacción, tanto de él, como del Sr. Cardenal; y que haría siempre oración por él, para que todo le saliera a mayor gloria de Su Divina Majestad. -“Le pido ponga de nuevo en pie la observancia, que se ha perdido del todo, y usted es el mejor para ponerla en pie”. Puso muchas dificultades el P. Juan Esteban, porque sabía que había muchas deudas, la Comunidad era grande, había perdido el crédito y el buen nombre “que teníamos antes”; y que ya había sido informado de todo, desde cuando era Asistente con el P. Mario. El P. General le dijo que le ayudaría lo que pudiera, y lo mismo dijeron el P. Pedro [Casani] y el P. Castilla, y que no temiera, que le ayudarían lo que pudieran.

258.- Ante estas peticiones, se plegó el P. Juan Esteban, y dijo que le ayudaran con oraciones a llevar aquella grave carga que ponían sobre sus hombros, pues tendría mucho que hacer con algunos poco observantes, y quizá escandalosos, pues había oído lo que sucedió en el Corso el último Carnaval.

No prestó atención a estas palabras del Corso, porque no sabía qué querían decir; por eso cortó la conversación, diciéndole que fuera a recuperarse, pues era bueno ir adonde el Sr. Cardenal y hablar con él, para saber cómo se debía comportar en el gobierno.

Se despidió el P. Juan Esteban, y, cuando fue a la comida, todos andaban a su alrededor, pidiéndole aceptara el gobierno, que todos le ayudarían, que no temiera, que todos harían más de lo que pensaba, a lo que les contestó que haría lo que le ordenara el Sr. Cardenal.

259.- Aquel mismo día, el P. Juan Esteban fue adonde el Cardenal. Después de reverenciarle, le dijo que había ido para conocer sus órdenes. El Cardenal comenzó a conversar con él sobre varios incidentes que habían sucedido en la Orden: Que había salido el Decreto de la Congregación; que ésta se lo había enviado a Monseñor Asesor; que, imprudentemente, había salido el Breve; que, por unanimidad, había sido elegido él como Superior; que le daba toda su Autoridad, para castigar a quien lo mereciera; que él siempre le ayudaría y sostendría; que viera quién era bueno para Superior del Borgo, y, si él consentía, le daría todo su beneplácito. De esta manera, el P. Juan Esteban aceptó el gobierno, pidiendo al Sr. Cardenal le ayudara en las ocasiones, pues no dejaría de haber alguno que se lamentaría de quienes no eran observantes; y que para poner la Casa en pie sería necesario cambiar las costumbres de algún relajado.

260.-El Cardenal le replicó: -“Haga, pues, todo a su manera, que siempre tendrá sustento, defensa y ayuda”. Y con esto se despidió del Cardenal, pero volvía a Casa con la Patente que le hizo el Cardenal.

Por la tarde, mandó leer la patente en el oratorio, y, después de unas breves palabras, pidió que cada uno cumpliera con su obligación; que, por su parte, procuraría dar a cada uno la satisfacción que pudiera. Y, a continuación, tomó posesión con satisfacción de todos.

Había muchos que pretendían ser Superior del Borgo, y ya comenzaban a llegarle los favores y recomendaciones. Por eso, P. Juan Esteban consultó al P. General quién le parecía más a propósito, y se determinó que el P. Camilo [Scassellati] de San Jerónimo; él podía ser Ministro y atender a las escuelas. Y es que lo conocían como hombre observante. Así que le hicieron la patente, y lo enviaron al gobierno de aquella Casa.

261.- Mientras tanto. El Pa Esteban [Cherubini] estaba en el Colegio con el P. Juan Antonio [Andolfi] y otros Amigos suyos, haciendo lo que quería, sin reconocer a nadie. Sólo fue adonde Monseñor Donazet, Decano de la Rota, a decirle que el Colegio Nazareno, donde él era Superior, estaba bajo su protección; que, cuando quisiera ir a verlo, le esperaría.

Le respondió que hablara a Monseñor Ghislieri, Vicedecano, que él se encargaba de estas cosas; que se pusieran ambos de acuerdo, que él aceptaría lo que dijera dicho Prelado. El P. Esteban fue adonde el Vicedecano, y, con elocuentes palabras, comenzó a decirle que el Cardenal Tonti había fundado el Colegio Nazareno, donde él era Rector; que Nuestro señor el Papa había confirmado esta protección con un Breve, del que había hablado a Monseñor Decano, y se lo había enviado a su Reverencia Ilma., para que hablaran juntos; y que si, cuando le fuera cómodo, iba a ver el Colegio, le haría un favor.

Monseñor Ghislieri le respondió que ya había visto el Breve; pero que la Rota no tenía una protección, sino la potestad absoluta; que quería antes hablar con otros Auditores, y después iría a verlo. Y después, le despidió.

262.- Esta respuesta no agradó mucho al P. Esteban, porque, en realidad, no quería hablar de ello con los demás -sabe Dios dónde pensaba ir a defender el negocio- ni quería hablar con nadie, para no descubrir esta decepción. Quizá pensó que le llevarían la contra los Padres de San Pantaleón; pero seguía contemporizando, y esperando la ocasión oportuna.

Para eso, ordenó hacer un espectáculo público, preparado por el P. Juan Antonio [Andolfi], al que invitó a todos, y a muchos Cardenales, para tenerlos a favor de la obra, y no hicieran ninguna manifestación contra él.

263.- Pasaron pocas semanas para representar la obra en el Palacio de los Sres. Rusticani -donde entonces estaba el Colegio Nazareno, cerca de San Pedro in Borgo-; se pasó incluso una invitación a todos los Auditores de la Rota, y a otros Señores. La representación resultó mucho mejor de lo que pensaba; ante esto, lo único que dijeron fue que siguiera adelante, y procurara tratar bien a aquellos jóvenes, que parecían de buenísima índole y de buen porvenir. Ante esto, él se animó, y les prometió desempeñar su cargo como debía.

264.- Mientras el P Juan Esteban [Spinola] gobernaba la Casa de San Pantaleón, con grandísima tranquilidad, hubo uno, no sé quién, sólo sé que era de Savona -como me escribió el P. General en una suya del 12 de abril de 1646-, que intentó hacerse con el PRIMER BREVE para poder salir de la Orden, que dice de esta manera: “Al P. Juan Carlos [Caputi] de Santa Bárbara de las Escuelas Pías. Nápoles. Pax Christi. He recibido la carta de V. R. del 7 del corriente, y me parece que las diligencias más a propósito, en estas aflicciones nuestras, serían las cartas, tanto de la Ciudad como del Virrey, y de las personas y Congregaciones que V. R. señala en su carta. Aquí hay también muchas personas principales que nos ayudarían. Pero, si el Breve no se publica, no se sabe en qué puedan ayudar. Estaremos al tanto de cómo están y cómo caminarán las cosas, y le informaremos ahí continuamente de todo.

Se dice por aquí que a los sacerdotes se les expedirá un Breve “dummodo habeant patrimonium vel aliud modum quo commode vivere possint”, para volver al siglo, bajo la obediencia del Obispo. Y ya se oye que uno de Savona ha pedido el Breve. A los Hermanos operarios se dice que tendrán también más libertad; pero todos deberán pagar el Breve que pidan.

No deje de hacer ahí las gestiones que le parezcan convenientes, sobre todo de recomendar a personas devotas la conservación de nuestro Instituto. Me gustaría que el H. Marco Antonio [Corcioni] vaya a Nápoles, y luego se acerque a Roma. Es cuanto me ocurre. Roma, a 12 de abril de 1646. Servidor en el Señor. José de la Madre de Dios”.

Cuando esta carta me llegó a Nápoles, se pensó que se trataba del P. Nicolás Mª del Rosario, pues escribió aquí a algunos amigos suyos si querían pedir el Breve ´antes de que se cierre la puerta´. Yo mismo vi esa carta.

Después se vio el Registro de la Secretaría de Breves, y se comprobó que sí había sido él el Primero, es decir, el P. Nicolás María Gavotti”.

265.- El 2º BREVE lo cogió el P. Fernando [Gemmellario] de San José, Chambelán siciliano de la Ciudad de Mazzara, que había sido nombrado Superior de San Pantaleón por el P. Esteban y el P. Pietrasanta; por él comenzaron los disgustos que movieron a los Padres a hablar con el Papa.

Una mañana, sin decir nada a nadie, se fue a los hebreos, vendió el hábito, el manteo y las sandalias; se compró una sotana y un manteo, y, a los dos días, apareció en la clase de Ábaco vestido de Cura secular, porque quería distinguirse. Al verlo así los Padres, avisaron al P. Juan Esteban [Spinola].Éste bajó a la clase, lo llamó aparte, y le dijo que si no se avergonzaba de aparecer ante los alumnos vestido de Cura, habiendo sido Superior de la primera Casa de la Orden; y de haber rechazado nuestro hábito sin devolverlo, lo que era una gravísima falta; que lo devolviera, de lo contrario lo castigaría; y no apareciera más por las clases, pues no era decoroso para él, ni tampoco para nuestro Instituto. Después de esta buena corrección fraterna, continuó diciéndole que se fuera pronto, no se produjera algún incidente, pues todos los Hermanos estaban enfadados contra él; y así lo hizo.

266.- Pasando nuestros limosneros por donde los hebreos, éstos les preguntaron si querían comprarse un hábito, un manteo, un gorro y unas sandalias de su Orden, que se los darían baratos. Comenzaron a preguntar de quién lo habían conseguido, y ellos les respondieron: -“De un Fraile vuestro, a quien aquí mismo le cambiamos el hábito y un herreruelo, todo lo cual costó treinta y cinco julios, que pagó el mismo P. Juan Esteban”. Éste quería castigarlo, pero después no hizo sino advertirle de que no volviera más por San Pantaleón, si no quería recibir algo que no le gustaría.

Cuando esto se supo por la Casa, pedían aclaración, pero el P. Juan Estaban no quiso que se hiciera ninguna publicidad de ello.

267.- Por entonces habían consagrado al nuevo Obispo de Mazzara en Roma. Fue a visitarlo ´D. Juan, el Chambelán´ –pues ya no era nuestro P. Fernando-. Le prometió hacerlo Canónigo de su Catedral, porque no tenía Patrimonio; pero, cuando salieron de Roma, el Obispo murió por el camino, en el viaje.

Cuando el Chambelán llegó a Nápoles, no sabía qué hacer. Se fue adonde el Gran Cruz de Malta, Brangiforte, y le pidió que le ayudara, porque no podía celebrar, al no tener Patrimonio. Le dijo que le haría Vicario y Párroco de su Encomienda; y así lo hizo. Pero no pasó mucho tiempo; pues, al disgustarse con él algunos de la Tierra, la autoridad lo acusó a los Reyes, por lo que anduvo huido mucho tiempo. Viéndose castigado por Dios, pidió al P. Juan Lucas [di Rosa] de la Santísima Virgen, Provincial, que le aceptara al hábito de la Orden. Éste escribió al P. Camilo [Sacassellati], General, que le concediera la rehabilitación, para poder recibirlo. Le respondió que fuera a Sicilia. Ante esta respuesta, se fue a Roma, habló conmigo, para que lo introdujera adonde el P. General, pues quería hablar con él. Le respondí que lo llamara el Portero.

268.- Avisado el P. Camilo, General, dijo que hablara con el P. Pedro [Mussesti] de la Anunciación, Asistente y Secretario de la Congregación.

Llamó al P. Pedro, e inició conversación con él. Le dijo que había salido de la Orden con vanas esperanzas, y, reconociendo su error, retornaba a su madre; que después de dejar el hábito ya nunca le había sucedido cosa buena; que, por amor de Dios, lo consolara, y pidiera licencia al P. Provincial de Nápoles que le ayudara.

269.- El P. Pedro le respondió en presencia mía que eran muchas las dificultades. Primero, porque había vendido el hábito, y ésta era una falta insanable; había engañado a la Madre a quien amaba, y no era digno de ser escuchado, lo que él creía no era cierto. La segunda era que estaba a punto de celebrarse el Capítulo General, y, por el momento, no se podía innovar nada; que tuviera paciencia, que a los quince días comenzaba el Capítulo, y se lo propondría a los Padres Capitulares; si lo aceptaban, sería atendido, y él debería realizar cualquier servicio, pues venía con tanta sumisión.

Respondió que era verdad que había vendido el hábito a los hebreos, pero por grandísima necesidad; sin embargo, confesaba había cometido un error; y que, como quedaba tan poco tiempo para el Capítulo General, esperaría lo que deseaba.

270.- Al comenzar el Capítulo, fue elegido General el P. Cosme [Chiara] de Jesús María, siciliano. Cuando supo la elección, enseguida se fue, sin esperar más. Aún vive; es uno de los sirvientes de los Caballeros de Malta, y ejerce la custodia del Comendador Brangiforte, en un Caserío cerca de Nápoles.

El 2º que cogió el Breve fue el P. Esteban [Cherubini], y el 4º el P. Juan Antonio [Ridolfi]; después, todos sus secuaces, pero no se sirvieron mucho de él.

El P. Juan Antonio lo usó de él a la fuerza, como se verá en otro lugar; el P. Esteban, y el P. Nicolás Mª [Gavotti] del Rosario no lo usaron.

271.- Después de la publicación del Breve del Papa Inocencio X, en marzo de 1646, le sucedió un caso triste y lamentable al P. Nicolás María del Rosario. Una día del mes de marzo del mismo año, mientras los Padres estaban en la recreación de la tarde, como se suele hacer, llegó un Hermano y llamó al H. Lorenzo [Ferrari] de la Anunciación, Acompañante del P. General, y dijo, con estas palabras: “Hermano Lorenzo, el P. General le llama”. A esto, el P. Nicolás María del Rosario, apellidado Gavotti, respondió: “¡Qué General! Se llama el Padre José; ya no es General, que lo ha quitado el Papa”. Ante estas palabras, se levantó del asiento el H. Juan Bautista [Viglioni] de San Andrés, llamado Juan Bautista el Moro, cogió por los brazos al P. Nicolás María, y lo echó de la recreación; y los demás se le echaron encima, para maltratarlo, diciéndole:

-“¿Aún te atreves a hablar contra el P. General?” Armaron tal jaleo que llegó el P. General, que había oído el ruido y la gran confusión, y le hizo falta mucho para serenarlos, pues querían matarlo. El P. General dijo sólo que lo recibieran todo de la mano de Dios, quien, a veces, permite Superiores que ejercitan la paciencia de aquellos a quien él quiere. –“Así que compadezcámonos todos unos de otros, si queremos ser compadecidos en algunas ocasiones”. Y al P. Nicolás María le dijo que se retirara, y no diera ocasión de mayor desorden; que todos estuvieran tranquilos, dedicados a la oración, y dejaran de lado las cosas humanas, “pues estamos llamados a un Instituto de tanta piedad que, con nuestro ejemplo, haciéndolo como se debe, podemos convertir a todo el mundo”.

Enseguida se tranquilizaron todos, y se comportaron con una grandísima modestia, como si nunca hubiera ocurrido nada. El Padre dijo que se sonara la campanilla para las letanías, hicieran la disciplina, y luego fueran a descansar, con la bendición de Dios. Todo se cumplió puntualmente, y de esto no se habló más.

272.- El P. Nicolás Mª se retiró enseguida a su celda sin más comentarios. Por la mañana, al llamar a la oración, no asistió; tenía miedo de algún otro incidente, y, al terminar, fue adonde el P. General para justificase. El Padre le respondió que lo único que quería era que todos estuvieran tranquilos y observaran las Constituciones; que si cada uno hubiera cumplido la Regla de cómo se debe hablar en las recreaciones, no hubiera sucedido aquel incidente. “Ya diré yo al H. Juan Bautista que no hable de esto; que otra vez sea prudente, y no dé motivo de desórdenes, sino que procure el fina al que Dios lo ha llamado a la Orden”. Y con esto lo despidió.

273.- Llamó después el Padre al H. Juan Bautista [Viglioni] de San Andrés; le preguntó la Causa del incidente de la tarde anterior con el P. Nicolás María, y le respondió: -“Este traidor a la Orden aún se atreve a hablar. Cuando llegó la llamada de V. P., que quería hablar al H. Lorenzo [Ferrari], su Acompañante, al decir yo que lo llamaba el P. General, comenzó a decir: ´¡El General se llama P. José, y ya no es General, que le ha quitado el Papa!, no pude soportar esas palabras, y por eso lo cogí en peso y lo eché de la Recreación, sin hacerle más. Si, después, otros lo insultaron, le dieron puñetazos o lo apalearon, yo no lo hice”. En fin, se vio que le había dado no sé qué golpes; pero el mismo P. General lo absolvió secretamente, pidiéndole que no se hablara de ello, como así sucedió.

274.- Los reconcilió a todos juntos; sólo uno de aquéllos dijo al P. Nicolás María que no fuera más a la Recreación, para evitar la ocasión. Ya no se habló más de estos temas tan odiosos; pero e tema seguía vivo. El P. Nicolás María lo observó, y durante casi dos años nunca más apareció en las Recreaciones. Yo mismo vi, durante más de año y medio, que nunca iba con los demás; en cuanto comía, enseguida se retiraba a su Celda.

Respecto del P. Esteban [Cherubini], éste oyó la elección del P. Juan Esteban [Spinola], se alegró mucho, y envió a saludarlo, diciéndole que hubiera querido ir en persona a cumplir con tal obligación, pero no se había arriesgado, para no tener un enfrentamiento con algún insolente de los que había en Casa; pero que, con el tiempo, lo haría personalmente, pues sabía cuánto le apreciaba desde cuando eran jovencitos, casi contemporáneos; y que no hiciera caso a los rumores de nadie, porque fácilmente le dificultarían el gobierno.

275.- El P. Juan Esteban agradeció mucho la visita, y pensando que con la moderación se podría arreglar alguna cosa, le dijo le agradecía la embajada, y que él mismo quería ir a verlo, pero que no lo hacía para no dar desazón a nadie; que le gustaría mucho tener alguna noticia de los intereses de Casa, porque no se encontraba ningún libro de Cuentas, y cada día se descubrían deudas nuevas; todos se veían desprovistos de todo, y no sabía de dónde echar mano para remediar las necesidades de la Comunidad; que al menos le mandara alguna noticia para saber cómo se podía arreglar. Con esto, despachó al enviado, que se volvió muy contento.

Se alegró el P. Esteban de la respuesta que le dio el P. Juan Esteban, y andaba buscando la ocasión para poderle hablar; pero no se decidía, porque siempre oía barbotar que no fuera a San Pantaleón, que seguro lo arrojarían por las ventanas los que no tenían nada que perder.

276.- La primera cosa que hizo el P. Juan Esteban para poner en pie la Casa, fue pagar las deudas. Convocó primero una Congregación secreta con el P. General, el P. Pedro [Casani], el P. [Juan García del Castillo, llamado P. Castilla, ahora Asistentes privados, y les propuso qué se podía hacer para empezar a tener dinero, de forma que se pudiera hacer algo factible, y seguro para siempre, porque había visto la lista de deudas, pero las limosnas no llegaban, por haber perdido el Crédito ante los Bienhechores, y los limosneros encontraban fuera siempre disgustos, y algunos les decían: -“¿Habéis sido destruidos por el Papa, y aún pedís limosna?”. –“Esta es la pena que más me desanima, decía él, tanto más, cuanto que ni siquiera hay Limosneros a propósito, y sabe Dios si son fieles. He pensado hacer Tiendas donde están las clases nuevas que dan al Vicolo della Cucagna, que se alquilarían a buen precio; y meter las clases en Casa, como estaban antes, y se podría conseguir un ingreso de 400 escudos al año, para ir quitando alguna deuda, y poner la Casa con decoro. Pero hará falta hacer un gasto de 300 escudos”. Que esto era lo que se podría hacer, pero viendo cómo encontrar este dinero; que todas las demás cosas se irían arreglando poco a poco; y que la asistencia del P. Pedro y del P. Castilla a los confesionarios y a la Iglesia, podrían dar mucha ayuda.

277.- Le gustaron mucho al P. General y a los otros dos Padres estas propuestas. En cuanto a conseguir 300 escudos, el P. Pedro dijo que se los pediría al Sr. Esteban Pallavicino, Penitente suyo, y tenía esperanza de que se los diera. Se concluyó diciendo que el P. Juan Esteban convocara una Congregación con todos los de la Casa, para que lo supieran todo, y no se quejaran de que se hacían las cosas sin contar con ellos. Y que tanto el P. General como el P. Pedro y el P. Castilla acatarían su parecer; y, de esta forma, los otros también estarían de cuerdo. Después, el P. Pedro hablaría con el Sr. Esteban Pallavicino, para obtener los 300 escudos.

278.- A la mañana siguiente fue el Sr. Esteban a confesarse, como hacía cada mañana, y el P. Pedro [Casani] le solicitó el dinero en préstamo por un año, que se lo devolvería en cuanto lo tuviera, porque querían hacer las tiendas en el Vicolo.

El Sr. Esteban prometió el dinero, pero siempre andaba dejándolo para el día siguiente, y nunca se veía el final, por lo que se abandonó esta esperanza.

Por entonces, salió de Nápoles para Roma una Sra. llamada Lucía Saliga, que había sido Madre de leche y Nutriz del Cardenal Boncompagni, de feliz memoria, Arzobispo de Nápoles, muerto pocos años antes. Estaba endemoniada, y en Nápoles había sido Penitente del P. Pedro; había ido a Roma a encontrarse con él, pues nunca había encontrado a una persona capaz de consolarla, ni que conociera su mal, como el P. Pedro, que en estas cosas de endemoniados tenía un don de Dios, según sabe todo el mundo, y en particular la Ciudad de Nápoles. Esta mujer andaba vestida con el hábito de San Francisco, y era una gran Sierva de Dios. Yo lo he comprobado durante más de quince años en [la Casa de] el Espíritu Santo; hacía oración de continuo, pero los espíritus le daban fastidio de vez en cuando, aunque no la atormentaban cuando se confesaba y Comulgaba, lo que hacía al menos tres veces a la semana.

279.-Ella me reveló una vez que el Cardenal Boncompagni había hecho diligencias grandísimas para curarla, y recibió la respuesta de que Dios se quería servir de aquella Criatura para mayor gloria suya; pero que el mal espíritu dejó ya de atormentarla, cuando con una mínima señal obedecía al P. Pedro.

Cuando esta Señora, es decir, Lucía Saliga, llegó a Roma, enseguida, de mañanita, fue a San Pantaleón; mandó llamar al P. Pedro de la Natividad de la Virgen, y éste bajó. Cuando ella lo vio, se alegró muchísimo, diciendo: -“Padre mío, he venido aposta desde Nápoles a encontrarle, para vivir y morir bajo su obediencia. En este momento no tengo necesidad de nada, porque el Sr. Cardenal me ha dejado mucho para poder vivir como quiera, con una sierva y un servidor; pero si tuviera un Rincón cerca de vuestra Iglesia viviría feliz durante este poco tiempo que me queda de vida; lo que tengo, todo es vuestro. Aquí, en Roma, tengo terrenos de Montes, y en Nápoles 200 escudos, de que puedo disponer.

280.-Fue larga la conversación; y aún añadió más, es decir, que en el Testamento del Cardenal se ordena al Duque de Sora, hermano suyo, que se le dé la comida y lo que necesite durante su vida. Que, por eso, había vivido después de la muerte del Cardenal con la misma comodidad, con la que verdaderamente la había tratado siempre; y sólo por cuidarse de su Alma lo había dejado todo, y había ido a vivir a su sombra.

El P. Pedro, en pocas palabras, dijo sentirse contento de haberla visto; en cuanto a querer vivir bajo su obediencia, lo haría muy gustoso, y en cuanto a la Casa, lo trataría con los Padres de Casa, a ver si les parecía bien dejarle la que estaba junto a la Iglesia, donde había dos habitaciones arriba, con un desván, y un trastero para poner las cosas; y abajo, una Bodega; y que volviera al día siguiente para conocer la respuesta.

El P. Pedro fue enseguida al P. General, quien llamando al P. Juan Esteban, le dijo que Dios ya había proporcionado el dinero necesario para arreglar las clases, y hacer las tiendas, como habían determinado; que había venido una Señora de Nápoles, llamada Lucía Sora, antigua penitente suya, Señora de su tiempo, que tenía dinero, y lo ofrecía, a condición de que se le diera habitación; que había pensado que las dos estancias que había cerca del coro era a propósito; que viera lo que era más conveniente, para darle la solución; que volvería al día siguiente; y que sería bueno que el P. General lo hablara con el P. Juan Esteban, antes de comunicar este asunto con loe demás de Casa.

281.- La respuesta agradó al P. General y al P. Juan Esteban, pero el P. Castilla ponía alguna dificultad a tener mujeres cerca, e adosadas a nuestra Casa; pero superó la dificultas con razones evidentes. Concluyeron que, cuando volviera Sor Lucía por la mañana, hablaran con ella los cuatro juntos, y lo decidieran todo.

A la mañana siguiente Sor Lucía mandó llamar al P. Pedro, que, a su vez, llamó a los demás Padres, y les dijo los avisaría después de hablar con Sor Lucía -que ya había venido- sobre lo que se debía decidir.

Cuando Lucía vio al P. Pedro, le dijo: -“Padre mío, esta noche estos benditos espíritus no me han dejado reposar, echándome en cara que los he llevado ante su peor Enemigo; y mi Sierva me ha dicho las cosas malas que decían de Usted; que procuráramos volver a Nápoles, donde estaríamos bien, y no necesitaríamos el mendrugo de los frailes, que nos harán sufrir.

Pero lo que me he propuesto, está decidido. Quiero vivir y morir en esta Casa, aunque supiera que no tendré para comer. Estos espíritus me han metido muchas veces en la cabeza que me fuera de Nápoles, porque me ayudaba mucho el P. Roberto de Robertis (S.J.), hombre verdaderamente santo; y ahora que he encontrado a V. P. no quieren que esté en Roma; pero ya lo he decidido, y aquí quiero morir, si así lo quiere Dios, que me ha conducido adonde yo deseo”.

282.- El P. Pedro la consoló lo que pudo; y, cuando llegó el momento de negociar para precisarlo todo, le dijo que hablara con el P. General y con el Superior de la Casa, para solucionarlo pronto.

Al oírlo, se impresionó un poco Sor Lucía; pero, viendo el P. Pedro su preocupación, mandó a los espíritus que no perturbaran a la Criatura, pus así lo ordenaba Dios, a quien conocían muy bien.

Obedecieron los espíritus, y, llamando al P. General y a otros Padres, la misma Señora se pudo de rodillas, pidiéndoles que no la echaran, y aceptaran lo que había propuesto al P. Pedro, su antiguo Padre espiritual.

283.- Comenzaron a hablar y, después de ponerle muchas dificultades el P. General, para ver si estaba sólida en las propuestas, ella respondía siempre:

-“Yo tengo con qué vivir cómodamente, y para mi sirvienta; pero para estar más segura, quiero estar en esta Casa, llorar mis pecados, tener quien me aconseje en mis tribulaciones, y comer el mendrugo que les sobre a los Padres, porque todo lo que tengo, es todo vuestro. Haremos una escritura pública, y desde este momento renuncio a todo; esta es mi voluntad”.

Cuando la vio tan decidida, el P. General le respondió que él no quería las Cosas de nadie; y, en cuanto a la Casa, le daría de comer y beber lo que tienen los Padres; siempre estaría con la servidora, también en Casa, tanto por la mañana como por la noche; que diera sólo 300 escudos, necesarios para arreglar algunas cosas de la Casa; de lo demás, no quería nada. Le respondió Sor Lucía:

-“Padre, hay 200 escudos contantes en Nápoles; los tiene en custodia D. Roberto de Rubertis; otros 100 escudos contantes los tengo yo, y también 12 lotes de Montes, que se pueden vender, y servirse del dinero, pues yo no quiero nada más”.

284.- Le respondió que los lotes de Montes los dejara para ella, para cualquier necesidad; que le bastaban los 300 escudos; y que dentro de cuatro días comenzaría el arreglo de la Casa, el tapiado de la pared que da al coro, y abierta la puerta que da a la calle. De esta forma. Así, de acuerdo. Sin hacer otra escritura, se ajustó todo, y ella quedó contenta con lo que había dicho el P. General y los demás Padres.

Después de comer, llamaron a los Padres y Hermanos y les comunicaron lo que se había tratado. Todos se pusieron contentos, sin que nadie replicara una palabra. Sor Lucía dio los 300 escudos, e inmediatamente dieron comienzo las obras: A preparar las Tiendas, la despensa, la bodega, pequeños tabiques, de donde se sacaron dos estancias, más la cocina y otras comodidades para los mercantes que las debían suministrar. De esta manera, tan pronto como quedó preparada la casa, inmediatamente fueron alquiladas y acomodadas las clases que se necesitaban para los alumnos, y se comenzó a respirar.

285.- Se designó a un Hermano que, tanto por la mañana como por la tarde llevara la comida a Sor Lucía; fue el H. Francisco, el cocinero. Se le dijo que la tratara con toda caridad, y por la noche le llevara su parte, antes de Ave María. Después, Sor Lucía ordenó escribir una carta al Sr…. a Nápoles, para que enviara una letra de cambio de doscientos escudos a Roma, al P. Juan Carlos [Caputi] de Santa Bárbara de las Escuelas Pías. Pero, como la carta no llegó a tiempo, el P. General escribió al P. Juan Carlos, con fecha 23 de junio de 1646, del tenor que sigue:

286.- “Al P. Juan Carlos de Santa Bárbara, en las Escuelas Pías. Nápoles. Pax Christi. Me alegra saber que V. R. ha sido elegido Procurador de la Casa, porque ejercerá el cargo con toda diligencia y fidelidad, sobre todo teniendo por compañero al Sr. Palma, práctico es estas cosas. Me gustaría saber cómo se porta con nuestros Padres el Sr. Cardenal y su Vicario, siendo así que entre los nuestros hay tantos pareceres, y algunos muestran poco afecto al Instituto, solicitando Breves para volverse al siglo. Quiero que entre todos los nuestros haya muchos tan amantes del Instituto, que mantengan las escuelas y la observancia, para utilidad los alumnos. Respóndame V. R. a ésta, en conformidad con la verdad de la relación que me envíe.

En cuanto a los 200 escudos, se enviarán cuanto antes, en cuanto estén preparados. Aquí no hay ninguna novedad de la que pueda hablarle. El Señor nos bendiga a todos. Amén. Roma, a 23 de junio de 1646. Servidor en el Señor. José de la Madre de Dios”.

287.- Hizo la letra de cambio, y enseguida la mandó el mismísimo D. Roberto de Rubertis a la misma Sor Lucía, con la que, mientras vivieron se intercambiaban cartas de Temas Espirituales. La Bondad de este siervo de Dios la conoció toda la Ciudad de Nápoles; de médico excelente, se convirtió en anacoreta voluntario, y vivió muchos años con ejemplo admirable, tanto que muchos hombres de la Ciudad iban a pedirle consejos.

En cuanto Sor Lucía recibió la letra, la entregó al P. Pedro. Gracias a ella pudieron terminarse las obras, y quedó fijado el ingreso de unos 400 escudos para la Casa de San Pantaleón.

Sor Lucía seguía entregándose a Dios con el espíritu que él le comunicaba; y, terminadas sus oraciones habituales, que no dejaba nunca, se dedicaba a trabajar y haciendo un surtido de paños para la Sacristía.

288.- Muchas Señoras iban a nuestra Iglesia de San Pantaleón, donde yo estaba de Sacristán mayor, buscando en ella alguna correspondencia espiritual, al verla tan devota; le preguntaban si tenía necesidad de alguna cosa, pero ella respondía que no necesitaba nada, pues los Padres le proveían de lo que necesitaba; que, si querían hacer algún favor, lo hicieran a la Sacristía, en extrema necesidad, pues carecía ropa blanca. De esa manera, unos llevaban hilo, otros, telas; y así me iban abasteciendo de lo que yo les pedía; con lo que en pocos años suministraron lo suficiente y necesario.

Un día la vi muy a mi lado, y era que deseaba redactar su testamento, y dejar lo que le me dictara. Le dije que yo no sabía qué decir, que hiciera lo que le pareciera, que yo escribiría lo que me indicara. Al final, tanto me lo pidió, que, como era tan devota del Santísimo Sacramento, le dije diera para el aceite de la lámpara, que de continuo está encendida ante el Señor; que esto causaría mucho alivio a la Iglesia, y grandísimo mérito ante Su Divina Majestad; y las demás cosas se las dejara a la sirviente, y a quien quisiera.

289.- Llevó esta carta escrita al P. Diana, teatino, quien le dijo que no podía hacer cosa mejor; y veía que los Padres de las Escuelas Pías no eran interesados. Con esta consulta me mostró tal afecto, que no hacía nada sin comunicármelo.

El 18 de octubre de 1647 murió el P. Pedro [Casani], su Confesor. Esto le traspasó el Alma, pues no sabía a quién acudir, que dirigiera su alma, porque el P. General era muy viejo, y el P. Castilla andaba muy ocupado en las confesiones, y no podía darle la satisfacción que quería. Otros Padres andaban a su alrededor, pero no eran según su gusto, ni quería verlos. Al final consultó con el P. Castilla, Superior, sobre quién podía ella elegir de Confesor, que no estuviera tan ocupado. Le dijo que cogiera al P. Arcángel [Pérez] de la Madre de Dios, Sacerdote de gran bondad, que le daría toda satisfacción. Aceptó a éste, y él la dirigió espiritualmente mientras vivió. Murió esta Sierva de Dios el mes de mayo de 1659, cuando se estaba desarrollando el Capítulo General, en el que fue elegido el P. Camilo [Scassellati] como General.

290.- Hizo de nuevo su testamento, y dejó ocho o diez lotes de Montes para la Enfermería, toda la ropa blanca de Sacristía, casas, cuadros, baúles, y otros utensilios de Casa, más un legado de cincuenta escudos a su Procurador, y otros 25 escudos a su sirvienta, e incluso su cama, vestidos, y otra ropa de Señora, con todas las cosas que sirvieran para su uso. Fue una mujer ejemplarísima, modelo para muchas Señoras conocidas suyas, que solicitaron cosas de ella para su devoción. Fue sepultada en la Iglesia de San Pantaleón, en la Capilla del Crucifijo, al lado de la epístola.

291.-El P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles no dejó de decir al P. Juan Esteban [Spinola], el Superior, que quería hablar con él de cosas importantes, pero sólo para insinuar que quería ir a la Casa de San Pantaleón, que nunca podía visitar. Al final, vencido el P. Juan Esteban por las peticiones, mandó decirle que fuera por la mañana, y le esperara dentro del Patio del Palacio del Marqués de Torres, que allí se juntarían, y le atendería. Llegada la hora de la cita, fue antes el P. Juan Esteban adonde el P. General, a decirle que el P. Esteban había pedido, muchas, muchas veces, por amor de Dios, que quería hablarle, y que lo estaba esperando allí cerca. Le respondió el Padre que fuera, y viera si podía arreglar con él alguna cosa en beneficio de la Orden. Porque, aunque él había perdido el crédito, sin embargó, podía mucho ante Monseñor Asesor [Albizzi]. Y, viendo lo que decía, poder conseguir algo, al menos, para que no se salieran tantos individuos; lo que sería cosa buena.

El P. Juan Esteban prometió hacer lo que pudiera, y, según sus propuestas, vería lo que se podía conseguir.

292.- Fue el P. Juan Esteban con su Acompañante; encontró al P. Esteban solo, y comenzaron a conversar sobre cómo iba el Breve. Decía el P. Esteban que nunca hubiera salido, pero por la imprudencia del H. Lucas [Viglioni], yendo al Papa con tantas personas, había producido aquel daño; que, incluso si se había leído la minuta del Breve, no se hubiera publicado; y que, por eso, se estaba dejando pasar el tiempo, esperando el momento oportuno. Pero tanto se había insistido, imprudentemente, por parte de todos los que querían el Breve, para ver cómo quedarían ellos, que se decidió darle salida, e imprimirlo; que, por ahora era necesario tener paciencia; y, después, poco a poco, se vería lo que había que hacer.

Pero, como se aproximaba la fiesta de San Pantaleón, lo que quería el P. Esteban era ir a la fiesta, para que no pareciera que estaba totalmente exiliado de aquella Casa.

293.- El P. Juan Esteban comprendió enseguida el deseo del P. Esteban, y le respondió que su nombre era odioso a todos y no le parecía conveniente, por ahora, que se les propusiera, que esperara un tiempo más oportuno, para que se fueran mitigando las pasiones, que él lo iría dulcificando con toda suavidad; y así, se despidió.

Por casualidad pasaron por allí dos de los nuestros, y vieron al P. Juan Esteban hablando con el P. Esteban; volvieron a Casa y difundieron que el P. Juan Esteban se hablaba con aquel traidor del P. Esteban, que así lo llamaban.

294.- Cuando el P. Juan Esteban volvió a Casa, encontró al H. Lucas de San Bernardo y al H. Juan Bautista de San Andrés, y, al saludarlos le respondieron en forma descortés, diciéndole que hablaba con ´aquel traidor del P. Esteban´, y que toda la Casa murmuraba de él, por lo que no querían que nadie le hablara.

El P. Juan Esteban les respondió, con prudencia, que subieran a la Celda a informarles, para no dar ningún escándalo a los alumnos; pero lo estropeó más; porque, cuando subieron, comenzaron a decirle disparates; que lo habían hecho a él Superior con mucho agrado de todos, y ahora los traicionaba, teniendo conversación con sus enemigos. El P. Juan Esteban no replicó, sino los despidió pacientemente con buenas palabras y promesas; que nunca más le hablaría, ni recibiría de él ninguna delegación, y cumpliría con lo que les decía; que se tranquilizaran, por amor de Dios, y no se dejaran vencer por las pasiones, porque todo se arreglaría. Y con esto, se los quitó de encima, no fuera que ocurriera algo peor.

295.- Ellos no se conformaron con esto, sino fueron al P. General a decirle que el P. Juan Estaban los traicionaba, teniendo trato con el P. Esteban, y lo que no había podido hacerle aquél, quizá piensa hacerlo él, buscando su consejo; que los ha visto juntos más de tres horas conversando en el Patio del Palacio del Marqués de Torres.

El P. General le respondió que estuvieran en tranquilos, que se calmaran, porque estaban haciendo un juicio temerario; que no pasaba nada; que el P. Juan Esteban lo había llamado para un fin bueno, no para otra cosa. –“Por amor de Dios, tranquilícense y no den escándalo”. Y con esto, los despidió.

El P. General mandó al P. Castilla a hablar con el P. Juan Esteban; que tuviera paciencia y no hiciera caso de las pasiones exaltadas de aquellos Hermanos.

Le respondió el P. Juan Esteban que pidiera al P. General que le ayudara con oración a Su Divina Majestad, para sacar de todo aquello su mayor gloria; y a él, al P. Castilla, que hiciera lo mismo; y que luego iría a hablar con el P. General.

296.- Un día el P. Juan Esteban fue al P. General y le dijo lo que había hablado con el P. Esteban [Cherubini]; que sólo había podido sacarle de la boca que quería ir a la fiesta de San Pantaleón, y le había respondido que no dependía sólo de él, sino de todos; que éstos estaban tan enfadados, que no podían oír hablar de él; para terminar diciéndole: -“Yo pienso retirarme un poco a hacer los ejercicios Espirituales en Moricone. Mientras tanto, haga oración por mí. En ese tiempo me suplirá el P. Castilla”

El Padre le respondió: -“Por amor de Dios, no lo haga; tenga un poco de paciencia, porque Dios se quiere servir de usted, ya que él ha querido volver a Casa; no tenga en consideración los despropósitos de esos Hermanos, que se han dejado tentar por nuestro común enemigo, que siempre ha intentado inquietarnos”. Con esto, el P. Juan Esteban se retiró a la Celda, y se puso a hacer un escrito al Sr. Cardenal Ginetti, diciéndole que quería ir a hacer los ejercicios Espirituales en una casa cercana, y que dejaba en su lugar al P. Castilla. Por la mañana temprano dijo la misa, entregó el escrito al P. Castilla, sin decirle otra cosa, sino que entregara secretamente el escrito al Cardenal; que, si se lo llevaba él mismo sería mejor, porque era asunto importante, y no se podía fiar de nadie, pues fácilmente sospecharían algo, por lo sucedido el día anterior.

297.- Al P. Castilla Cogió el escrito, y prometió llevarlo él mismo.

El P. Juan Esteban, en cambio, buscó a un Compañero que lo acompañara al Corso. Subió a una Carroza con idea de ir a la Madonna de Loreto, y de allí retirarse a Génova, a terminar la vida en su patria, pues el Sr. Francisco María Spinola, hermano suyo, le había dicho que fuera a toda costa, porque la Sra. Blanca María, su hermana, estaba mal, y su padre estaba muy mal; y que quería verlo antes de de morir (yo lo vi antes de morir). Por eso hizo este viaje sin pensárselo, sin comunicárselo a nadie.

Cuando llegó a Narni, a la mañana siguiente, dijo la misa en nuestra Casa. Al verlo los Padres, extrañados por la novedad, él les dijo que había salido de Roma, pensaba ir a la Madonna de Loreto, y, de allí, pasar a Génova, porque su hermana estaba mal, y lo había llamado antes de morir, para poder verlo; que ésta era la razón de su viaje; y que, en cuanto dijera la misa, si les parecía bien, quería proseguir su camino.

Mientras decían la misa el P. Carlos [Casani] de Santo Domingo, Superior de la Casa, y el P. Glicerio [Cerutti], los otros pagaron a cochero, diciéndole que se fuera, porque el Padre no podía continuar ya el viaje, que se quedaba con ellos en Narni. Partió la carroza sin que el P. Juan Esteban supiera nada. Cuando acabó la misa, buscaba la carroza, pero no la veía. Entonces los Padres le dijeron que ya había salido, que le habían pagado el viaje, y querían, a toda costa, que se quedara algunos día con ellos, los consolara, les informara sobre el estado de la Orden, y de cómo estaban en S. Pantaleón; pues, a pesar de estar cerca de Roma, nunca habían podido saber la verdad, ya que los que habían pasado por allí, de diversas partes, nadie les decía la verdad, y ellos estaban en suspense.

298.- Tanto le convencieron aquellos Padres, que se continuó en Narni unos pocos días. Los Padres fueron enseguida al Obispo, le pidieron que llamara al P. Juan Esteban y le pidiera siguiera allí, pues era una persona de espíritu, de letras y de buena vida. El Obispo fue él mismo enseguida a visitarlo, y le pidió el favor de confesar a las monjas del Monasterio de San Bernardo; un monasterio que quería suprimir, y unir a aquellas monjas con las del Monasterio de San Benito, porque no podían vivir con tantas; y procurara convencerlas, para que consintieran en ir al otro Monasterio; que ya se lo había escrito a la Sede Apostólica, pidiendo la autorización; que esta era una gran obra de Caridad, y que se interesara en ella.

Aceptó el P. Juan Esteban ir adonde las monjas de S. Bernardo a visitarlas; pero que le diera por escrito lo que quería hiciera; que en poco día terminaría aquella empresa, y que el Señor le diera buen éxito.

299.-Cuando volvió a Casa, Monseñor Obispo quiso premiar al Padre, y mandó a su Vicario General a las monjas de San Bernardo, a decir a la Abadesa que el P. Spinola, de las Escuelas Pías, había vuelto muy contento de ellas, y había pensado ponerlo como Confesor extraordinario de ellas, para que las confortara y ayudara en las cosas espirituales, de lo que tenían mucha necesidad.

La Madre Abadesa se alegró con esta noticia, diciéndole que ésta era la mayor gracia que Monseñor les podía conceder, pues conocían la bondad y el espíritu del Padre; que fuera, que lo esperaban cuanto antes, pero que no intentara de que pasaran en otro Monasterio, que querían morir allí, o ir nuevamente a sus Casas; que estaban resueltas a hacerlo

El Vicario les dijo que estuvieran tranquilas, que la prudencia de este Padre pondría remedio a todo; que le abrieran el corazón, y procuraran dejar tantas conversaciones en el locutorio; y que todo se arreglaría bien, porque este Padre era muy delicado en la observancia.

300.- La Madre Abadesa llamó a Capítulo a las Monjas y, al contarles todo lo que le había dicho el Vicario, quedaron todas muy contentas y satisfechas. Llamó al Caballero Eroli, hermano de la Abadesa, que fuera de su parte a visitar al P. Spinola, y le dijera que todas las Monjas lo saludaban, y le esperaban a la mañana siguiente a decirles la Misa, pues ya tenían licencia de Monseñor Obispo; y que no dejara de ir a consolarlas.

Notas