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[301-350]

301.- El mismo Caballero Eroli llevó al P. Juan Esteban al Monasterio. Después de decir la mesa fue al locutorio, habló con la Abadesa mucho rato, encomendándole todas sus necesidades, y que Monseñor Obispo pensaba pasarlas al Monasterio de San Juan, y todas estaban resueltas a morir dentro de aquella Clausura, si no, a volver a sus casas; que querían que el Obispo las visitara cuento antes con ayuda suya, y que, como experimentado tanto en Religiosas como en Monjas, las compadeciera y les remediara las cosas que necesitaban de remedio.

El P. Juan Esteban comenzó a consolarla, diciéndole aquel dicho de San Felipe Neri: “No dudéis, que, con la ayuda de Dios, a todo se puede poner fácil y óptimo remedio”; que él hablaría con Monseñor, y él le daría satisfacción completa. Y, con esto, se despidió.

302.- La Abadesa mandó enseguida llamar al P. Félix Cardoli, pariente cercano suyo, le comunicó lo que habían hablado, y que ayudara al P. Juan Esteban Spinola, a quien tanto quería por la bondad de su vida, y con quien consultaba todas sus cosas espirituales. Él le prometió que lo haría y le ayudaría. Bastaría con que le avisara, que haría lo que quisieran las monjas; pero que se pusieran también en manos del P. Juan Esteban, que estaba seguro les arreglaría todo el Monasterio, no sólo en lo espiritual, sino también en el gobierno de lo temporal; y si se ganaba un poco de afecto, no le faltaría nada de dinero, para pagar cualquier deuda; porque, como era un hombre trabajador y tenía el padre y la madre riquísimos, le podrían prestar dinero, que le devolvería le restituiría.

Con esto, la Madre se animó y animó a las Monjas a estar alegres, porque todo iría bien; que hicieran oración a Dios, para que él proveyera en aquella necesidad tan urgente de ellas; porque si tuvieran que pasar a otro Monasterio sería una vergüenza más que otra cosa; nunca ya tendrían paz con aquellas Monjas, que muy pronto se lo echarían en cara; -“Si vosotras erais buenas hasta ahora, volved a vuestra Casa”. Por eso, es conveniente que ninguna lo consienta; que quizá este Padre será es remedio oportuno que Dios ha mandado, para que las ayude y alivie en esta necesidad suya.

303.- El Sr. Félix Cardoli fue enseguida a los Priores de la Ciudad, y les pidió que todos juntos fueran al P. Spinola y le pidieran recomendara el Monasterio de San Bernardo; porque Monseñor Obispo le había encomendado a él que fuera a convencerlas, p<ara que dieran el consentimiento, y fueran al Monasterio de San Juan, porque esto sería una grandísima vergüenza para la Ciudad, como si no pudiera mantener a un Monasterio, y una gran preocupación para todas las Monjas, porque ya nunca tendrían paz, y vivirían siempre en medio de grandísimos disgustos. Así que Monseñor estaba absolutamente a lo que informara el P. Juan Esteban y ellas pueden hacer mucho, porque los Padres de las Escuelas Pías dependen absolutamente de la Ciudad, que les paga cada año 300 escudos.

304.- Los Priores consultaron entre ellos, y decidieron ir todos juntos a hablar con el P. Juan Esteban, y, en pocas palabras, le dijeron que se alegraban de su venida a Narni, y que le encomendaban el Monasterio de San Bernardo, que estaba bajo la protección de la Ciudad, dado que todas las Monjas eran nobles.

Fueron todos a hablar con el P. Juan Esteban, y, después de las congratulaciones por su venida a Narni, le encomendaron el Monasterio de San Bernardo, para que no fuera sacado de allí, lo que sería una grandísima vergüenza de la Ciudad, y que ellos ayudarían allí donde pudieran.

Se lo agradeció el Padre, y les prometió hacer lo que mandaban; que serían atendidas, pero que necesitaban una pequeña reforma, más que de otra cosa, y que el resto se lo dejaran hacer a él, que pondría todo el interés en ayudarlas. Y con esto, todos se despidieron satisfechos.

305.- El P. Esteban comenzó su función de ser Confesor extraordinario, y cada día les daba una charla espiritual; las redujo a vivir en Comunidad, de lo que antes no había oído una palabra; pidieron dinero prestado, para tener un salón donde poder trabajar, unas encajes, otras a hilar, otras a coser, y a hacer otros trabajos manuales, y que, de los que ganaban, pudieran recibir la tercera parte, y gastar el dinero según sus necesidades; suprimió muchos gastos superfluos; y, como Capellán ordinario, las atendí él sin estipendio ninguno; obligó a estrechar las celosías. Respecto a esto último, tuvo grandísimas dificultades, no de las monjas, sino de los Pariente. Ordenó tener una provisión de medicinas, haciendo que pusieran toda clase de especias; las obligó a aprender el modo de hacer conservas y pasteles de uno de fuera, a quien llamó aposta; hizo que cultivaran todas las fincas que estaban rústicas. Y en pocos años, quitaron muchas deudas que antes habían contraído. Procuró que tomaran el hábito otras Monjas que fueron de Roma, una en particular, de grandísimo espíritu, a la que él había enseñado en Nursia, que era Monja de Casa; se llamaba Sor Marta, importante en Nursia, llevó una dote buenísima; pero llevó, sobre todo, abundancia de espíritu para infundirlo en aquellas Madres, para todas las cuales fue ejemplo de todas las virtudes.

306.- El Cardenal Sacchinetti, después del año 1669, obtuvo para esta Monja un Breve del Papa Clemente IX, para que pasara a un Monasterio de Espoleto, donde él era Obispo, para que con su ejemplo lo reformara, con lo que las Monjas de San Bernardo se vieron privadas de ella, y desconsoladas. Todas estas obras hizo en Narni el P. Pedro Esteban, con la autoridad absoluta que le había dado Monseñor Obispo. Hoy es el mejor Monasterio, no sólo de la Ciudad de Narni, sino quizá de toda Umbría.

307.- El P. Juan Esteban [Spinola] estuvo al gobierno de aquel Monasterio desde el año 1646 al año 1654, cuando lo llamó el Cardenal Ginetti, por haber sido elegido Asistente General por el Pala Alejandro VII, cuando puso en pie la Orden, restituyéndola en su conjunto, porque todas las Casas estaban sujetas a los Ordinarios de los lugares, y las puso bajo la autoridad del General, con cuatro Asistentes, que fueron el P. Juan [García del Castillo] de Jesús María, llamado P. Castilla; el P. Francisco [Castelli] de la Purificación; P. Juan Esteban [Spinola] de la Madre de Dios; Y EL P. José [Fedele] de la Visitación.

El P. Juan Esteban, después de un año, renunció al cargo de Asistente, y se retiró a Nursia para vivir más tranquilo, pero no se le dejó tranquilo, porque fue nombrado Provincial de la Provincia de Génova; y muchos Caballeros Principales le presionaron, para que, con licencia de la Sagrada Congregación, gobernara otro Monasterio de Damas principales del Piamonte, que se encuentra en los confines entre Genoveses y Savoyanos, llamado Millesimo. Los que se lo pidieron fueron los Condes Carretti, que eran, uno Mayordomo de la Infanta María de Savoya y el otro era Agente del mismo Duque de Savoya.

308.- Este Padre vive aún, y está en el mismo Monasterio, en edad tan decadente, que la Sagrada Congregación nunca le ha concedido permiso para poder retirarse a Carcare, donde hay un Convento de las Escuelas Pías, a sólo tres millas de distancia de aquel Monasterio.

Este Padres ha sido tres veces Asistente General, Provincial en Germania, en Génova, y en Roma maestro de Novicios, donde abrió un Estudio público, en el tiempo en que los Barberini nos quitaron el Noviciado del año 1639; reparó el Noviciado en la Casa del Borgo. Luego renunció por disgustos, por no poder ejercitar su oficio como debía, pues en él metía las manos el P. Santiago [Bandoni] de Santa María Magdalena.

Todo lo que se ha dicho arriba, todo me lo ha contado el mismo P. Juan Esteban y el P. Glicerio [Cerutti] de la Natividad; y yo mismo lo he visto en la práctica, por haber sido mi Maestro de Novicios.

309.- El P. Castilla llevó el escrito al Cardenal Ginetti[Notas 1], Vicario del Papa, quien se extrañó de cómo el P. Juan Esteban había salido tan pronto, por lo que dijo al P. Castilla que pensara en la casa y le tratara con benevolencia, para que no se disgustara, porque estaba seguro de que el P. Juan Esteban se había ido por algún disgusto, “paciencia que se verá estando al lado de aquél con quien se debe tener”.

Comenzó el P. Castilla con su bondad, y el P. Esteban se animó, porque sabía que se las iba a ver con un hombre de gran bondad, tímido, por otra parte, pero, cuando comenzó a decir no, no era tan fácil convencerlo, ni hacía nada sin hablarlo con el P. General y con el P. Pedro; así, las cosas iban perfectamente bien y con paz.

310.- Se iba acercando la fiestas de San Pantaleón, y el P. Esteban se sirvió de una buena estratagema para poder cantar la Misa e introducirse en Casa; mandó un aviso al P. General, para que le dijera cómo podía cantar la Misa en la fiesta de San Pantaleón, porque, de lo contrario, sería lo mismo que echarlo de Roma, tanto él como el P. Pedro de la Natividad, el P. Castilla, el P. Francisco de la Anunciación y el P. José de la Visitación, todos los cuales se oponían a que pudiera ir a San Pantaleón, porque los demás poco o nada lo apreciaban; y que esperaba la respuesta por el mismo que llevaba la embajada; que, de lo contrario, a la mañana siguiente iría Monseñor Asesor a la audiencia del Papa, y obtendría la licencia, para que los cinco fueran expulsados de Roma. En esta conversación estaba presente el P. Castilla, más para asustarlo y meterle miedo y se lo dijera a otros, para conseguir el intento con más facilidad; maquinaba una treta con algunos otros de Casa, amigos suyos.

311.- Cuando el P. General oyó esta propuesta, no habló nada; sólo alzó los ojos al Cielo y dijo: -“Señor, defended Vos vuestra Causa, y hágase lo que Vuestra Divina Majestad permita”. Esta fue la respuesta. Entonces el P. Castilla comenzó a decir: -“Padre, nosotros somos viejos”; y el P. Pedro: -“¿Adónde vamos a ir?” A lo que el Padre respondió:-“Dejemos obrar a Dios, y encomendémosle todo, que él encontrará la solución”. Estaba allí presente el P. Gabriel [Bianchi] de la Anunciación, Secretario del P. General, que fue quien propaló por la Casa esta respuesta. Con lo cual, comenzó un nuevo tumulto, que tuvo que serenar el mismo P. General, diciendo nuevamente: -“Dejemos obrar a Dios”, –ésta fue siempre su manera de actuar en todo momento, cuando sucedían estas cosas. Yo mismo se lo he oído miles de veces-.

312.- Fue maravilloso el caso sucedido aquella misma noche. Llevó el emisario la respuesta, y el P. Esteban dijo: -“Dejadme hacer a mí”. Este emisario era el P. Vicente Mª [Gavotti] de la Pasión, que estaba con él en el Colegio, pues ya había salido para Turi el P. Juan Antonio [Andolfi] con otros compañeros suyos, como se dirá bien pronto.

A la mañana siguiente, cayó en manos del P. Gabriel [Bianchi] de la Anunciación un papel de un Colegial, que enviaba a una monja, tía suya. Lo leyó, y vio que le contaba lo que le había pasado durante la noche con el P. Esteban. En el papel decía fuera a buscarlo, porque no quería seguir más en el Colegio, de ninguna manera; y que, si no hubiera sido por el H. Horacio [Rinaldi], que los cuidaba, habría sucedido algo grave.

313.- Al leer esto el P. Gabriel, llamó a un Compañero, se fue con él adonde Monseñor Ghislieri, Vicedecano de la Rota, y le comunicó lo que pasaba, y que pusiera remedio, no fuera que sucediera algún caso peor. Monseñor Ghislieri vio el escrito, y le dijo no se disgustara más, que todo se arreglaría.

Monseñor mandó enseguida un escrito a otros cuatro Auditores de la Rota, diciéndoles lo que pasaba. Éstos eran: Monseñor Corradi, Monseñor Ottoboni, Monseñor Decano, y Monseñor Cerri; y que fueran al Colegio Nazareno, donde debían hacer un servicio de mucha importancia; que no faltaran, que fueran cuanto antes.

Fueron los Prelados al Palacio de Rusticucci, donde estaba temporalmente el Colegio. Entraron en el salón, e inmediatamente los acogió el P. Esteban, sin pensar lo que se le iba a venir encima, y les preguntó qué atenciones eran aquéllas. Les dijo que iban de paso hacia Rota, y estaban esperando a Monseñor Sotto, el Decano, que aún no había llegado, y querían detenerse un poco allí.

314.-Cuando llegó Monseñor Chislieri Sotto, el Decano, dijo al P. Esteban que querían ver en el Dormitorio de los Colegiales, ya que entonces estaban juntos. Y, acompañándole al salón, ordenó al P. Esteban que le enviara a los Colegiales, que querían verlos; y al P. Vicente María, que los llamara. Entraron en una sala, y los iban llamando a todos, uno por uno, anotando el nombre de cada uno. Al llegar el que había escrito el papelito, le preguntó Monseñor Ghislieri si aquella era mano suya y si él había escrito aquel papel. Cuando el Alumno lo cogió, mandó salir a todos fuera, se cerraron en la sala, y le preguntó cuál era la causa por la que había escrito el papel a la monja, su tía, diciendo que fuera a buscarlo, que no quería estar más en el Colegio, ´de ninguna manera´. Avergonzado, el joven le dijo que ordenara llamar al H. Horacio, el que los cuidaba por la noche, que él había visto y oído todo, y le diría lo que había pasado.

315.- Llamó al H. Horacio, el Guardarropero, y comenzó a interrogarle. Le dijo claramente lo que había sucedido, y que el P. Vicente María le había castigado, porque había llamado a los otros Padres que vinieran en su ayuda, y que no sabía quién era el Colegial que la noche anterior gritaba que lo dejaran tranquilo.

Llamó a los otros que estaban más cercanos a él en la Camarilla, y dijeron lo mismo. Y con prudencia lo excusaron todo. Dijeron al joven que no se fuera, que había sido algún sueño o alguna ilusión del demonio. Lo tranquilizaron, y les dio palabra de no hablar más de ello; y ellos, que estuviera tranquilo, como hizo. Y no se fue; estuvo allí otros dos años.

316.- Después de esto, llamaron a todos los Colegiales; les dijeron que procuraran estudiar y fueran buenos chicos, que pronto vendían a visitarlos y a traerles lo que necesitaran; que estuvieran alegres, Y los despidieron. Mientras bajaban la escalera los acompañaba el P. Esteban con los demás Padres. Los Auditores se retiraron al Patio; hablaron un poco entre ellos, y se despidieron, quedando sólo Monseñor Ghislieri. Conversó un poco con el P. Esteban, y también se fue; pero derecho a San Pantaleón a hablar con el P. General. Entró en su habitación, se sentaron un rato, y hablaron entre ellos. Al final le preguntó quién le parecía bueno para ser Rector del Colegio, porque aquellos Señores Prelados no querían ya al P. Esteban.

317.- El P. General le respondió que, según su parecer, sería bueno el P. Camilo [Scassellati] de San Jerónimo, Superior de las Escuelas Pías del Borgo, hombre íntegro, docto, que se cuidaría no sólo de las escuelas, sino también del gobierno de la casa. Y en eso quedaron. Mandó llamarlo y que fuera adonde él, que quería hablarle. De esa manera, fue puesto como Rector del Colegio, en lugar del P. Esteban. Y, por haberse portado como se esperaba, aún continúa, y seguirá mientras viva, pues se eligió más tarde aquella Casa, cuando terminó su Generalato. Y aunque esté con sus conocidas indisposiciones, sigue dando clase, o, al menos, toma las lecciones a aquellos Colegialitos.

Cuando se fue el Auditor de la Rota, el P. Esteban cogió su herreruelo y su sombrero y se marchó a Frascati, donde estuvo hasta el día 8 de mayo de 1647. Y no volvió más; aunque pidió a algunos Auditores de la Rota si podía ir durante algunos días al Colegio, porque tenía que tratar algunos asuntos en Roma. Ellos lo que dejaron en manos del Rector, a quien le pareció bien que lo hiciera; y esto, porque ya había cambiado Monseñor Ghislieri, a quien el Papa Inocencio X había sacado de la Rota, y lo había hecho Obispo de Terracina. En su lugar, fue nombrado Auditor de la Rota Monseñor Albergati, hermano del Cardenal Ludovisi, que hoy es Decano de la Rota.

318.- El resultado de todo, fue que el P. Esteban, que quería expulsar de Casa al P. José [Calasanz], a sus Compañeros, y a otros dos, –a quienes el mismo P. José decía “dejad obrar a Dios”- él mismo consiguió que aquél fuera expulsado de Roma, con poco buena reputación, y a mayor gloria de los Siervos de Dios.

Este ejemplo es digno de escribir en letras de oro; pero a algunos les sabría mal, ya que descubriría sus faltas ocultas. Aunque fue tan público, que lo conoció, no sólo toda la Rota Romana, sino toda la Corte.

Todo esto me lo contó el P. Gabriel de la Anunciación cuando estaba en Roma; y después, todos los que estaban en la Casa de San Pantaleón, pues, en la conversación, a veces se hablaba de ello, y contaban este hecho admirable.

319.- Viendo desesperada su situación, el P. Juan Antonio [Ridolfi] de Santa María, y no sabiendo qué hacer, solicitó el Breve; pero, como no tenía Patrimonio, y cuando se encontraba mal visto por todos, casualmente, se encontró en Roma a Monseñor Bonsi, Obispo de Conversano, que había oído lo de nuestro desgraciado Breve. Éste fue a visitar al P. General, y le dijo que en su Diócesis había un convento de Escuelas Pías, en el lugar llamado Turi, donde había pocos Padres, y le gustaría que fueran algunos, pues la casa era cómoda, y podían estar 20 personas, a quienes él ayudaría.

320.- El Padre respondió que él no podía hacer nada, pues la Orden se encontraba en aquella situación que la había puesto el Papa Inocencio.

Cuando el P. Juan Antonio de Santa María lo supo, se fue con el P. Juan Carlos [Gavotti], de Savona, adonde Monseñor Obispo, y le dijo que, si quería que aumentara la Comunidad de Turi, él estaba dispuesto a ir, con otros cuatro Padres y dos Hermanos. Monseñor le respondió que le parecía bien. Tomó sus nombres, y les dijo esperaran su carta, que escribiría a su Vicario para que los recibiera, mientras estuvieran bajo su jurisdicción. Cuando recibió la carta, salió de Roma en compañía de dicho P. Juan Carlos Gavotti de la Concepción, de Savona, y del H. Antonio, ´el de la harina´, para formar, como él decía, un triunvirato; dado que en Turi estaba el P. José [Politi] de San Francisco de Paula, aquel que había sido médico, al que gobernó el P. Mario. Este era el triunvirato que él pensaba debían formar, durante sus años de Poli, para vivir alegremente allí.

321.- Cuando llegaron a Nápoles, no fueron a nuestras Casas, porque sabían que no eran bien vistos; se fueron a la casa de Posilipo, donde llamó al P. Juan [Raineri], de San Antonio, llamado Juan de Cairo, y comenzó a tentarlo para que fuera con él a Turi; que estarían bien y alegres, pues era una casa cómoda, y donde no tendrían ningún disturbio.

El P. Juan le estaba agradecido, porque, cuando era Hermano operario había conseguido que llegara a ser sacerdote; así que decidieron ir juntos, para dar la clase de escritura.

Lo mismo hizo al P. Pedro [Bagnoli], de Sassuolo, al que, de simple Hermano, había logrado hacer sacerdote. Y así partieron de Nápoles con intención de hacer cosas grandes; pero no le salió como pensaban, porque el triunvirato se rompió pronto, por permisión Divina.

322.- Nada más llegar a Turi, el P. Juan Antonio comenzó a hacerse el Dueño, difundiendo que era amigo de Monseñor Obispo de Conversano, quien le encomendó los intereses de la Casa, en la que hacía y deshacía a su gusto.

Una tarde, mientras estaban en la recreación hablando sobre las cosas de la Orden, el P. Juan Antonio comenzó a hablar mal del P. General. El P. Juan de Cairo le respondió, y le desmintió. Le dijo que el Padre era un santo; que le habían engañado; que la Orden había llegado a aquella situación por culpa de caprichosos. Comenzaron a distanciarse de tal manera, que estuvieron a punto de llegar a las manos; y de no haber sido separados, hubiera ocurrido algún desorden.

Por la noche, el P. Juan agarró una estaca, se fue a la habitación del P. Juan Antonio, y le dio una somanta de palos, diciéndole que aprendiera a hablar bien del P. General. Los otros, que oyeron el ruido, ninguno se atrevió a rechistar. Inmediatamente cogió sus cosas, se fue a Nápoles, y así se rompió el triunvirato.

323.- Cuando el P. Juan de Cairo llegó a Nápoles, no fue a ninguna de nuestras Casas, sino a casa de un paisano suyo, pues estaba avergonzado. Encontró a dos de nuestros Padres, les contó la razón por la que había ido de Turi, y que aquella unión no podía durar, ya que el P. Juan Antonio quería hacerse el Dueño absoluto.

No había pasado un año de mi estancia en Roma, cuando llegó el P. José [Politi] de San Francisco de Paula, llamado el médico, y me contó que no podido aguantar más allí, porque el P. Juan Antonio estaba unido al Monseñor Obispo de Conversano, y le había propuesto hacer un Seminario que él dirigiría, donde se formarían hombres, y su Diócesis se enriquecería con las Ciencias.

324.- Se fue también, disgustado, el P. Juan Carlos [Gavotti], de Savona, y se quedó con el P. Pedro [Bagnoli], de Sassuolo, y el [H.] ´de la harina´, con otros dos Hermanos. Disgustado Antonio, ´el de la harina´, se fue a su pueblo, y dejó el hábito, sirviéndose del Breve. Así que el P. Juan Antonio [Ridolfi] se quedó Dueño absoluto de la Casa, sin que nadie pudiera molestarlo.

Monseñor Obispo de Conversano comenzó a decir que quería para su servicio a un Hermano nuestro, para que hiciera la cocina; se lo dijo al P. Juan Antonio, y le respondió que él no tenía más que uno para dejarle; pero, como cada día lo enviaba a buscar, hoy los bueyes, mañana la carreta o los asnos, y lo que le pareciera. Tanto se molestó con esto el P. Juan Antonio, que escribió muchas cartas al P. Esteban, diciéndole que, a toda costa, lograra fueran publicadas las nuevas Constituciones que había hecho, junto con el P. Pietrasanta, y que había mandado examinar a un Padre de la Chisa Nuova, -y que él ya sabía lo que contenían- para que se supiera la jurisdicción que tenían los Ordinarios sobre las Casas de las Escuelas Pías; y, si no podía hacer otra cosa, enviara un memorial al Cardenal Roma, Jefe de la Congregación, diciendo que no podía aguantar más a Monseñor Obispo.

325.- Todo esto decía, antes de enviar las cartas, por medio del P. Pedro, de Sassuolo. Pero, por otra parte, el P. Pedro escribía todo, secretamente, al P. General, diciéndole que lo maltrataba; que todo iba cada vez peor; y que el P. Esteban le había respondido que ya estaba al a punto de enviar un memorial al Papa, porque el Cardenal Roma le había dicho que recurriera al Papa. De esa manera, el P. Pedro sabía todo lo que escribía y decía el P. Juan Antonio, que luego transmitía a Roma al P. General. Entre otras cosas, le escribió que el P. Juan Antonio tenía el Breve; que se lo había visto él; que algún día podría vender los animales y llevarse el dinero; que procurara remediarlo; y que ninguno de los otros Padres que allí había se atrevía a hablar, porque era carne y uña con Monseñor Obispo.

326.- Una mañana me llamó el P. General, y me dijo que me informara de cómo se podía hacer, para que el P. Juan Antonio fuera expoliado, por la fuerza, de lo que tenía, y para que no hiciera tanto ruido, y para que no salieran las nuevas Constituciones, pues con ellas la Orden quedaría absolutamente deshecha, y desaparecerían las Escuelas Pías; y para que viera qué remedio se podría encontrar.

Fui a ´I Banchi´, donde encontré al Doctor Juan Bautista Lupo, de Chieti, que era Auditor del Cardenal Cueva; le informé del tema, y enseguida me dijo que exigían nueve julios para la expedición de una inhibición por el Auditor de la Cámara; que deje el hábito de la Orden durante un breve tiempo, o comparezca en Roma durante unos días prefijados, para exponer sus razones; “y con esto os quitaréis de encima esta peste”.

327.- Le respondí que el dinero estaba pronto; que empezara a actuar; que esperaría mientras se hacía. Fuimos al despacho del Sr. Simoncelli, Notario del Auditor de la Cámara, y en menos de dos horas hizo la inhibición. La llevé a Casa, y la leyó el P. General, que se quedó extrañado de haber agilizado el asunto en tan poco tiempo. Llamó al P. Gabriel [Bianchi] de la Anunciación, su Secretario, y le dije que hiciera una copia, y el original lo enviara al P. Pedro a Turi, bajo el nombre “Sr. Próspero del Core – Bari”; que él lo llevaría a Turi en propia mano del P. Pedro, que ellos estaban de acuerdo. Copiaron la inhibición, y yo mismo la llevé a la posta, sin que lo supiera nadie, excepto el P. General, el P. Gabriel, que la había copiado, y el P. Castilla, que estuvo presente cuando se leyó. El Notario hizo una diligencia, para precisarle cuántos días se requerían entre Turi y Roma. Como nadie sabía decirlo, dejó en blanco el espacio de los días, y me dijo que me informara por algún práctico de aquel pueblo, y luego lo añadiera yo, que puse “quinque dies”.

328.- Las cartas le llegaron al P. Juan Antonio a Turi. Por la tarde ya se vistió de Cura, y a la mañana siguiente salió para Conversano, diciendo al P. Pedro que se despojaba del hábito y le dejaba la Casa en sus manos. El P. Pedro, atónito por la noticia, le preguntó la Causa. Él le respondió que lo sabría pronto, que a toda costa quería decírselo a Monseñor. También lo supieron los demás Padres, que, para darle campo libre, disimulaban saberlo.

Cuando se fueron los Padres Juan [Raineri], de Cairo; José [Politi], médico, y Juan Carlos [Gavotti], llegó a Turi el P. Tomás [Simone] de San Agustín. Éste escribió a Chieti que fuera el P. Juan Evangelista [Epifani] de San Elías, que fue destinado a la 1ª clase.

Con eso, después de salir él, quedaron en la Casa de Turi: El P. Tomás de San Agustín; el P. Juan Evangelista: [el H.] Antonio ´el de la harina´; el H. Marco Antonio [Corcioni] de la Cruz: el H. José [Menna] de Santa Úrsula, y los otros dos Hermanos. Así que, aunque salió Juan [Raineri], la Casa no quedaba desprovista de individuos; y, sobre todo, que casi todos eran del país, con lo que se resolvió la salida de Juan Antonio.

329.- El P. Juan se fue a Conversano, donde puso escuela, con intención de hablar con Monseñor Obispo sobre hacer un Seminario en la Casa de Turi, y hacerse él con la dirección; pero no pudo conseguirlo, porque la Casa estaba ya abastecida de individuos.

Llegó a Turi desde Florencia un clérigo muy preparado, que había llevado allí la clase de Nobles, que había dejado el P. Juan Francisco [Apa] de Jesús, al salir para Nápoles. El clérigo se llamaba H. José [Scalamonti] de la Madre de Dios, de Campi, exactamente de un pueblo llamado S. Pietro Vernotico. Cuando este joven llegó a Turi, a los Padres les pareció bien que fuera a recibir la bendición de Monseñor Obispo de Conversano, pues estaba sujeto al Ordinario. Al llegar adonde él, el Obispo le preguntó qué era lo que sabía, y qué había estudiado. Le dijo que había dado clase en Florencia, pero, por enfermedad, se había retirado cerca de su pueblo. Y, Monseñor, que era florentino, comenzó a preguntarle quiénes daban dado clase en Florencia; nombró algunos, que Monseñor conocía, lo que le alegró mucho. En esta conversación estaba presente el P. Juan Antonio [Ridolfi], que se reía de lo que decía el joven; hasta decir a Monseñor que, antes de que diera clase, era conveniente, como ordena el Breve, examinarlo, porque así mandaba ese Breve del Papa Inocencio X, que daba la potestad absoluta a los Ordinarios del lugar; Monseñor le ordenó que lo examinara él.

330.- Comenzó a examinarlo; y le respondió con tanta franqueza, que Juan Antonio quedó humillado, cuando el joven le puso una adivinanza que no supo responder; con lo cual, fue examinado el examinador. Esto fue el año 1648. Era el año en que murió el Venerable P. José de la Madre de Dios, Fundador. Y aquel joven, llamado precisamente H. José de la Madre de Dios, murió poco después en Turi, en manos del P. Tomás [Simone] de San Agustín, como él mismo me ha contado aquí en Nápoles, hoy, día 17 de octubre de 1672.

Estuvo el ya D. José Antonio dando clase dos años en Conversano; pero como no veía cumplirse su deseo, se fue a Bolonia, donde decía que había entrado en un Colegio para dar clase, pues los suyos no tenían ni con qué darle de comer, ´por ser hijo de un quiensabe´.

Después se fueron de Turi el P. Pedro, de Sassuolo, y el P. Antonio ´el de la harina´; los dos ya sacerdotes, gracias al P. Esteban [Cherubini] y a la ayuda del P. Juan Antonio. Se fueron a sus pueblos, aún viven, y son Párrocos.

331.-Para continuar la historia de los tres memoriales enviados al Papa por Esteban [Cherubini, a instancia del P. Juan Antonio [Ridolfi], es necesario decir antes lo que pasó; porque aún no ha llegado el momento de describir mi salida de Nápoles para Roma, que fue el día 4 de noviembre de 1646, como pronto diré más extensamente, para conocer los incidentes de forma más detallada, y lo que Dios permitió en sus ocultos juicios.

Por las cartas escritas por el P. Pedro [Bagnoli], de Sassuolo al P. General se supo que el P. Esteban ya había enviado tres memoriales al Papa Inocencio X, para que salieran las nuevas Constituciones; para quitar del todo el hábito en las Escuelas, y suprimir lo que había hecho nuestro Venerable Padre Fundador, con tantos trabajos y persecuciones.

332.- Una mañana me dijo el P. General si tenía ánimo para hacerle un servicio de muchísima importancia, porque no se podía fiar de ningún otro en aquel asunto.

Le respondí que con toda fidelidad haría lo que me mandara, y añadió: “Vaya a Palacio, mande llamar a un doméstico secreto de limpieza, y dígale que llame allí a Monseñor Pedro Lucci -que es el que viste y desviste al Papa- y dígale que me haga el favor de, cuando pueda escapar, se venga aquí, que le quiero comunicar un asunto de mucha importancia; y tenga cuidado de que no lo oiga nadie”.

Le dije que si podía llevar un Acompañante, porque no estaba práctico en Roma; que había llegado allí hacía pocos días y no conocía a nadie; pero, si tenía quien me guiara, lo haría todo.

Quedó pensativo, y me dijo que, de su parte, llamara al H. Juan Bautista [Viglioni] de San Andrés, llamado el Moro, que conocía a Monseñor Pedro Lucci, y no diría nada a nadie.

Llegó el H. Juan Bautista, y le dijo que fuéramos juntos a Palacio; que el P. Juan Carlos [Gavotti] le comunicaría por el camino lo que había que hacer; y así nos pusimos en camino.

333.- Por el camino, le dije que teníamos que hablar con Monseñor Pedro Lucci, para que fuera adonde el P. General a un asunto importante.

Él comenzó enseguida a fantasear qué podría ser, pero seguro de que no podía tratarse de otra cosa más que de las Constituciones nuevas. “Ese traidor del P. Esteban nos obligará a recortar el hábito a media pierna, como van los Hermanos de la Chiesa Nuova, pues este es un punto principal de sus Constituciones; pero, si Dios quiere, creo que no verá ese día”. Después de esto comenzó a intuir algo de lo que contenían aquellas Constituciones, porque el mismo H. Juan Bautista ya había visto el esbozo; ésta era la causa mayor, por la que no podían oír hablar del P. Esteban.

334.- Cuando llegaron a Monte Cavallo, mandó llamar a un doméstico secreto de limpieza, llamado Capodigallo, a quien él conocía; salió enseguida, y el H. Juan Bautista me dijo: -“Habla con éste, que llamará a Monseñor Pedro Lucci”. Hablé con él y le pedí dijera a Monseñor Lucci que dos Padres de las Escuelas Pías querían decirle una palabra.

Enseguida salió Monseñor Pedro Lucci; preguntó qué quería, y le expuse la misiva del P. General. Mientras hablaba, lo miraba la Señora Olimpia, Cuñada del Papa, que estaba en el umbral de una puerta, cogiendo de la mano a una niña, que fue la Princesa de Palestrina.

Cuando Pedro Pucci vio a Dña. Olimpia, me dijo: “La Señora nos ha visto, paciencia. Decid al P. General que mañana de mañanita me tendrá allí, y será servido”. Con esto, volvimos a Casa, y el Padre pidió se lo contáramos todo.

Al día siguiente, muy de mañana, fui a la portería, y al poco tiempo llegó Monseñor Lucci. Lo acompañé a la habitación del P. General, y hablamos juntos un buen rato. Al salir, le dije al Padre que me enviara a la mañana siguiente, y, con esto, se despidió.

335.- Por la tarde, mientras estaba en la recreación conversando con el P. General, me dijo que mañana debía ir a Palacio, y llamar a D. Pedro Lucci, que me daría algunos memoriales; que los cogiera y se los trajera a él, sin que los viera nadie, pues era cosa secreta. Fui a la mañana siguiente, dije que llamaran a D. Lucci -que vino enseguida-, y me entregó tres memoriales; me dijo que los había encontrado sobre la mesita del Papa, que estaban aparte, y no había encontrado más; y que si encontraba alguna otra cosa, avisaría al P. General; que se los llevara yo; que se pusiera contento; que cogería todos los que llegaran, y se los pondría en su propia mano. Pero que no se descubriera, pues podría causar su ruina.

336.- Llevé los tres memoriales al P. General, quien, después de ordenarme que se los leyera, los metió una pequeña Credencia, y no se volvieron a ver más, hasta después de su muerte, cuando el P. Castilla me preguntó qué contenían. Le comuniqué el secreto, e inmediatamente los quemó, con lo que nunca se supo nada.

El P. Esteban [Cherubini] fue varias veces al Cardenal Cherubini, Auditor del Papa, y Secretario de Memoriales, para saber la resolución, y siempre decía que no los había visto; que mientras no se vieran, era señal de que Nuestro Señor el Papa no quería hacer nada; porque, antes de leer él los memoriales, el Papa se los daba a leer a algún Camarero Secreto; en cambio, los que quería expedir se los daba a él, para que hiciera el rescripto; y los que no quería responder ordenaba romperlos. Con esto se aquietó por un tiempo, y no hizo más.

337.- Cuando vio el P. Juan Francisco [Salazar Maldonado] de la Madre de Dios, napolitano, -fundador de las Escuelas Pías en la Ciudad de Cagliari, en Cerdeña, y que había mandado expresamente a Roma al P. Antonio [Boscarelli] de San Miguel, para conseguir que los que habían tomado el hábito, pudieran hacer la Profesión- nunca le respondía, sino sólo le había informado de que se había publicado el Breve de la destrucción de la Orden, él mismo se puso inmediatamente en viaje, para saberlo; y no sólo el contenido del Breve, porque no podía saber la verdad del hecho, sino también lo que pasaba.

Cuando llegó a Roma encontró en la escalera al H. Lucifer [Escatino] – al que el P. Antonio había llevado de Acompañante-; tenía el bonete de clérigo en la cabeza, de lo que se extrañó mucho; pero, disimulando, comenzaron a reflexionar sobre las cosas de Cagliari. Para saber algo de su patria, el Hermano le preguntó sobre las cosas sucedidas en aquella Ciudad. Se animaron poco a poco, y enseguida le confesó que había sido el P. Antonio quien había obtenido el Breve, publicado por Monseñor Asesor [Albizzi], y cartas para Monseñor Arzobispo de Cagliari, para que publicara el Breve, y tomara posesión de nuestra Casa, como Ordinario al que estaba sometida, igual que todos los Padres, pues así lo ordenaba el Breve; y que dentro de pocos días, si había buen tiempo, volvía a Cagliari; que ya había pagado el flete a una chalupa que partía para Nápoles, desde donde se embarcaría a Cerdeña. Que, en efecto, todo aquello lo había conseguido el P. Antonio, y el P. Esteban, ante Monseñor Asesor [Albizzi].

Finalmente, le dijo qué importante era lo que había obtenido, por las cartas que llevaba; y que si el tiempo no fuera adverso, ya habría llegado a Cagliari, porque había recibido orden de salir cuanto antes, para que no sufriera más aquella Casa, que necesitaba su presencia, pues llevaba ya las Constituciones del P. Visitador y del P. Esteban.

338.- Cuando el P. Pedro Francisco oyó esta exposición, casi se muere del susto, pues no sabía qué partido tomar; sólo le dijo que le esperara, que dentro de cuatro o cinco días terminaría, y saldrían juntos; que tenía todas la provisiones necesarias, y no cargaría el gasto a aquella Casa. Le respondió que el P. Antonio ya le había provisto de todo lo necesario, pero que él que no pensaba volver a Cagliari, que ya daba clase en San Pantaleón. Con esto, aún se afligió más el P. Pedro Francisco.

No hubiera dejado al Hermano, para sacarle aún alguna otra cosa de la boca, pero avisaron al P. General de que había llegado el P. Pedro Francisco, y mandó llamarlo. Y el H. Lucifer avisó también la llegada el P. Pedro Francisco, pero sólo al P. Antonio, y que estaba en la Habitación del P. General.

El P. Antonio fue enseguida a encontrarse con él, y, hablando un rato con el P. General, se retiraron a su Habitación. Fingiendo el P. Pedro Francisco que no sabía nada, le dijo que se extrañaba mucho de no haber recibido nunca ninguna resolución sobre el tema, por lo que había tenido ir, con tanto gasto, por no haberle avisado nada; que, más tarde, por los seglares, había sabido que había salido no sé qué Breve del Papa, pero no conocía su contenido; que por eso se había decidido a venir personalmente, para saber la verdad.

339.- El P. Antonio comenzó a excusarse, diciendo que, como veía que las cosas andaban mal, no había podido informarse acerca de la resolución de la Congregación [sobre la validez de las Profesiones; pero que ya había salido el Breve. Se sacó uno de la bolsa y se lo dio a leer. Luego le dijo que estarían mejor así, pues la Casa de Cagliari no tendría necesidad de hacer tantos viajes para ir a Roma, pues se podía gobernar ya por sí misma, bajo la supervisión de Monseñor Arzobispo, a quien iba dirigido dicho Decreto, que le enviaba Monseñor Asesor, junto con sus cartas.

340.- El P. Pedro Francisco disimuló no haber atendido a lo que le había dicho el P. Antonio -pues ya lo sabía todo por boca del H. Lucifer- y le preguntó si tenía intención de volver a Cagliari, para no causar tantos gastos duplicados e inútiles, habiendo contraído ya tantas deudas, tanto por el viaje que habían hecho el P. Antonio y Lucifer, como también los que había hecho él mismo en pocos meses, yendo a Roma dos veces, y ´esto sólo para enterarse de las resoluciones, porque los nuestros nunca habían podido saber ninguna noticia, sino sólo de esperanzas, mediante cartas de seglares.

Le respondió que él no pensaba ya volver a Cagliari, estando las cosas de la manera que estaban; pero que ya había dado dinero al H. Lucifer para viajar a Cagliari, y había dejado en Nápoles cuarenta escudos al P. Francisco [Trabucco] de Santa Catalina, que tenía en depósito, para cuando volviera a Nápoles de camino a Cagliari. Acordadas las cantidades, quedaron también de acuerdo en hablar con más tiempo de las restantes cosas.

341.- El P. Antonio [Boscarelli] llamó enseguida al H. Lucifer, y le dijo que procurara salir cuanto antes, para llegar a Cagliari antes del P. Pedro Francisco, y que, cuando volviera él, el Arzobispo hubiera tomado ya posesión de la Casa, y elegido al nuevo Superior, con lo cual, el P. Pedro Francisco [Salazar Maldonado] no seguiría como Dueño, que los tenía como esclavos; y si el tiempo no mejoraba, el sábado se fuera por tierra a Nápoles; que no le faltaría tiempo, pues el P. Pedro Francisco se entretendría bastante en Roma, con lo cual él, entre tanto, ya habría hecho la limpieza; que no dejara de escribirle de cuanto pasara, y le enviara las respuestas de Monseñor Arzobispo a Monseñor Asesor, para que aquella Casa tuviera siempre protector, él en particular.

A los tres días partió el H. Lucifer en una chalupa para Nápoles, sin decir nada al P. Pedro Francisco. Pero el portero, que sí lo vio, y le avisó de que el H. Lucifer ya había salido para Nápoles; le dijo que no dijera nada, que sólo le había avisado para ver si el P. Antonio decía algo; pero nunca le dijo nada.

342.- Al cabo de tres días, el P. Pedro Francisco dijo al P. Antonio que ya no veía al H. Lucifer, que si sabía cuándo partía, porque él estaba ya preparado para salir hacia Livorno, donde había dejado la sus cosas. Le respondió que no sabía si había salido, porque le había dicho que quería quedarse en el Colegio [Nazareno] o en el Noviciado, mientras mejoraba el tiempo, pues el P. Juan Esteban [Spinola] no quería tanto forasteros en Casa; hablando así, descubrió claramente su doblez, y todos comenzaron a desconfiar de él, tanto más cuanto que se sabía que formaba uña y carne con el P. Esteban [Cherubini] y el P. Nicolás María [Gavotti], que era el que le había hecho tantos favores en Cagliari, mientras fue Visitador.

343.-Llegó el H. Lucifer a Nápoles, a la Casa de la Duchesca, y al primero que vio fue a mí. Me preguntó dónde estaba el P. José Valuta, que no estaba en Casa. Al verle yo con el bonete en la mano, uno de aquellos grandes, a la española, y, detrás, con un equipaje en la espalda, lleno de cosas dentro, pensaba que era algún Padre importante. Lo llevé a la habitación con sus cosas, mientras venía el P. Superior, para que lo alojara, y el P. José Valuta, que lo conocía de Cagliari. Comenzamos a charlar, y, creyendo que era sacerdote, le traté varias veces de V. P., lo que entre nosotros no suele concederse más que a los Provinciales, a los Asistentes, y al P. General. Me respondió que no era sacerdote, sino clérigo, y que volvía a Cagliari con patente del P. Esteban, de Monseñor Asesor y del P. Visitador, para poderse ordenar. Cuando oí esto sentí casi una nausea; luego comencé a preguntarle qué pasaba en Roma, quién se había salido, quién había llegado, y cuántos eran. Me respondió que en San Pantaleón no habían acabado de tranquilizarse; habían elegido Superior al P. Spinola, que lo hacía con satisfacción; habían salido muchos que no conocía, por haber estado en el Colegio con el P. Esteban; y había oído que el P. Fernando [Pérez], el Superior anterior, había obtenido el Breve, había vendido el hábito, el manteo y las sandalias a los hebreos, y se había ido; y que había llegado a Roma desde Cagliari el P. Pedro Francisco [Salazar Maldonado}, que dentro de pocos día saldría para Livorno, para volver a Cagliari; y que el P. General ya no era nada, pero se encontraba bien. Mientras estaban hablando, llegó el P. José Valuta, y comenzaron a hablar sardo entre ellos, con lo cual yo no entendía lo que decían. Me dio tal repugnancia, que salimos fuera, y ellos se encaminaron a la habitación del P. José, adonde les insinué que llevaran las cosas ´del forastero Lucifer´.

344.- Pregunté al P. José quién era aquél que así venía, y me respondió que el Cocinero de Cagliari -que había acompañado a Roma al P. Antonio [Boscarelli], “y ahora lo ve con el bonete; me dice que se lo ha concedido el P. Esteban. ¡Ya ve cómo van nuestras cosas! Nunca ha habido tales pretensiones, de que los Hermanos pretendan llevar bonete. ¡De aquí ha vendo la ruina de la Orden! ”. Le pedí varias veces que llevara a su habitación las cosas de Lucifer, y me dijo que por aquella noche las dejara tranquilas, que no sabía adónde meterlas.

345.- Por la mañana, cuando iba a salir para mis negocios, llegó el P. Pedro Francisco de Roma. Cuando vio al H. Lucifer en la escalera con el bonete, me dijo en lengua española: “¡El Padre Lucifer ha recibido el bonete! ¡Vea qué Padrazo ha gana Cagliari! ¡El Cocinero lleva bonete de sacerdote! ¿Quién se lo ha concedido? No quiero permitir de ninguna manera que lo lleve en Cagliari, porque estos Padres y Clérigos le apedrearán”. Le respondió que se lo habían concedido el P. Esteban y Monseñor Asesor, los que tenían poder para dárselo.

346.- Ante esto, el P. Pedro Francisco se calló. Fuimos a la Habitación, comenzamos a hablar. Me preguntó qué cosas eran aquellas que tenía en la Habitación. Le respondí que eran del H. Lucifer, que las dejó la tarde anterior cuando vino, y aún no las había llevado. Me pidió, por amor de Dios, que les dejara, porque entre ellas estaba el Breve con las cartas que había mandado hacer el P. Esteban a Monseñor Asesor para el Arzobispo de Cagliari, y, si se las llevaba, sería la ruina de aquella Casa, porque muchos de los que eran inocentes de la cosas pedirían el Breve y saldrían de la Orden; que procuráramos abrir el equipaje, y viéramos qué contenía, cogiéramos sólo las cartas y el Breve, y dejáramos lo demás; que sería un gran servicio a la Orden; y que él había cogido una chalupa expresamente para venir pronto, e impedirlo; que habían ordenado sacarlas de Roma, sin su conocimiento, el P. Esteban [Cherubini], el P. Antonio [Boscarelli] y el P. Nicolás María [Gavotti]; que viéramos, por favor, si podíamos abrirlo; que quizá servía la llave de mi baúl.

347.- No me pareció conveniente hacerlo a aquella hora, sino, mejor, de noche, en la habitación del P. José Valuta, adonde quería llevarlo el mismo H. Lucifer. Que procurara cogerlo por las buenas, no por las malas, como había hecho en el primer impulso, cuando las vio. Y en esto quedamos, porque fuimos interrumpidos por otros Padres que vinieron a verlo.

Llamé enseguida al H. Lucifer, le ordené coger el equipaje, y lo llevó adonde el P. José Valuta, diciéndole que le hiciera el favor de guardarlo, y no se lo diera a nadie, sino a sólo a él mismo, porque había allí algunas cosas que iban para muchos Señores, que habían ordenado en Roma entregárselas. El P. José lo echó debajo de la cama, diciéndole que estaba seguro, y no se lo daría a nadie más que a él mismo. Las demás cosas quedaron en mi Habitación; no las cogía para no molestar al P. Pedro Francisco y a los demás Padres.

348.- El H. Lucifer no abandonaba en ningún momento al P. Pedro Francisco, para atraérselo, y él le daba también buenas palabras, diciéndole que estaba cansado, que fuera a la Aduana a recoger sus cosas, para que no sufrieran, y viera lo que iba a gastar, que todo se lo pagaría, cuando le llegara el dinero de comerciante a quien llevaba la remesa. Y sacando una Letra de la valija, le dijo que aquélla era la Letra de cambio de cien escudos que servirían para el viaje, y si tenía necesidad de comprar alguna otra cosa le daría lo que quisiera. Le decía todo esto para alejarlo de Casa, para poder coger las escrituras de su equipaje. El H. Lucifer creyó que aquel papelucho era una Letra de cambio, y le dijo que cuánto le parecía a él tendría que gastar para sacar las cosas de la Aduana, porque, como no estaba práctico, no quería ser tacaño. Le respondió que hacían falta quince ducados por el flete de la Chalupa, quince carlines para la Aduana. Le dejó un Acompañante, se fue a coger sus cosas y pagó al Patrón de la chalupa, dándole 20 ducados; así que poco más dinero le quedaba para el viaje, cuando tuviera que partir para Cerdeña.

349.- Cuando se fue Lucifer, fuimos con el P. Pedro Francisco a la habitación del P. José Valuta; le dijo cómo dentro del equipaje de Lucifer estaba el Breve, con la carpeta que llevaba al Arzobispo de Cagliari, que si cayera en sus manos sería la ruina de la casa de Cagliari, y nos veríamos avergonzados, porque con los altercados y las disputas que él había tenido, es decir, el P. Valuta, con los Padres jesuitas, éstos serían contrarios, sería necesario que él no volviera a Cagliari, y los que allí hubiera, sabe Dios qué sería de ellos, pues todos eran jóvenes; que le hiciera este favor, que abriéramos la valija, sólo para ver si allí estaban tales documentos. Consintió en ello el P. José; se intentó abrirlo varias veces con la llave, y no fue posible; incluso después de hacer otros intentos, no hubo forma de abrirlo.

Mientras tanto, nos avisó uno que habíamos puesto de guardia, para que cuando volviera ´el Hermano de Cerdeña´ nos avisara. Vino y dijo que venían cargados con dos bultitos. El P. Pedro Francisco bajó inmediatamente, llevaron las cosas a la Habitación del P. Mario [Sozzi], y el P. José se quedó solo en la Habitación. Se dio cuenta de que el equipaje se podía abrir por debajo, sin que se viera, pero se requería tiempo, después, para recomponerlo, y dejó esta operación para la noche.

El P. José nos lo comunicó, salió de Casa, y no volvió hasta tarde, a las dos de la noche, para que Lucifer no tuviera intención de coger el baúl. Ya había pagado todo el H. Lucifer, y al darle la lista del gasto, el P. Pedro Francisco le dijo que mañana estaría con el comerciante, y cuando le diera el dinero, le pagaría lo que había gastado. Ante tan buenas palabras, el pobre Lucifer se colmaba de esperanzas; y casi sin dinero, no pensaba lo que le iba a pasar.

350.- Por la tarde volvió el P. José, cuando el P. Pedro Francisco había ido ya a la cama, pues había dicho al H. Lucifer que estaba muy cansado y con sueño, porque no había podido dormir en la Chalupa. Todo se lo creyó el simplón, y se fue él también a descansar. Hacia las cinco de la noche vino el P. Pedro Francisco, me llamó, y fuimos juntos adonde el P. José Valuta. Cogimos el equipaje, y el Padre lo abrió por debajo. Encontramos tres gruesas carpetas; una iba para Monseñor Arzobispo, en el que había cuatro Breves Auténticos, con las instrucciones de cómo se debía comportar para hacer la elección del Superior, y que la hiciera pronto, antes de que llegara el P. Pedro Francisco. Había mandado a aquel Hermano aposta, además, con otras advertencias, para que saliera bien lo que habían tramado en Roma.

Notas

  1. Ver número 296.