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[601-648]

601.- Llegados a Roma, llevé la Citación al Cardenal Ginetti, quien se dio cuenta de que toda la carta iba contra nosotros, por lo que juzgó que no era conveniente que llevara las respuestas a Monseñor Altieri, ni la respuesta de la Congregación. La abrimos y encontramos que había hecho una relación contra nosotros; decía que la Ciudad no nos quería de ninguna manera, sino que prefería a los Monjes Silvestrinos, “llamados por la Ciudad”; que la fundación que éstos habían hecho era válida, y, por consiguiente, nosotros habíamos construido contra la voluntad de la Ciudad; que, con la ayuda de Camilo Tomasetti, habíamos, incluso, encarcelado a una señora; y que por eso no fueron entregadas las cartas para consulta del Cardenal.

602.- Pasados algunos días, fuimos citados a la Fábrica de San Pedro ante Monseñor Dondini, Ecónomo y Secretario de la Congregación, y nos obligó a escribir e informar a toda la Congregación. Pero Carlos Oria y Senaroli hicieron un escrito, diciendo que no estaba bien que los Decretos hechos en una Congregación fueran destruidos por otra; por eso Dondini dijo que no llevaría la Causa a la Congregación, sino que sólo hablaría con el Papa, para que él lo arreglara. Fue un miércoles a la audiencia, hizo la relación al Papa, quien dijo que daría ejecución a los Decretos de la Congregación de Obispos y Regulares. Y así, por esta parte, quedamos apoyados. Cogí como Ponente al Cardenal Imperiali, para dar ejecución a los Decretos del Cardenal Franciotti –que ya había muerto-. Lo cité, a fin de que, ante la duda, elevara otro Recurso, para que se revisara de nuevo la Causa; él se enfadó mucho. Mientras tanto disfrutamos del legado, cobrando los interesas de los lotes de Montes, que yo iba juntando, para tener más dinero para la fundación.

Comencé a comprar muebles y libros para la nueva Casa que íbamos a fundar, pero surgieron nuevos frentes.

603.-Se alzó en contra Francisco Fabrizzio, Procurador de la Fábrica de San Pedro. Pretendía que, por no haber cumplido del todo la voluntad des Testador, habíamos perdido el derecho del legado, y, por consiguiente, había que incorporarlo a la Fábrica. Ordenó confiscar los lotes de los Montes, y, además, pretendía los intereses, que ya se habían gastado en la Casa de San Pantaleón.

Monseñor Dondini me instó, varias veces, a que aceptáramos la mitad de los lotes de Montes, si el Papa Alejandro VII quería servirse de ellos para las Obras del Teatro, que estaba levantando para la Fábrica de San Pedro; pero siempre le respondí que nosotros no estábamos apegados al dinero, que el Papa era Dueño; que queríamos todo o nada; que, en conciencia, no lo podíamos hacer, ni la Fábrica podía meter la mano en ello; que, si nosotros no quisiéramos cumplir la obligación, era la Ciudad la legalizada para hacerlo. Hablé de ello con los Cardenales Franciotti y Savelli, y los dos me dijeron que nunca lo consintiera, aunque algunos de nuestros Padres lo condenaran; que nosotros éramos pocos, y no teníamos una persona apta para hacer una nueva fundación; y, por eso, se inclinaban a coger la mitad, y dejar de lado muchos otros apartados

604.- El Cardenal Savelli me dijo que no tuviera miedo, que él hablaría con Monseñor Dondini -y con quien hiciera falta-; que a toda costa quería que se hiciera la fundación; que me mantuviera fuerte; “reconsidérelo, que no han tenido ninguna herencia más cuantiosa”.

Ginetti y Franciotti me dijeron que me mantuviera en mi idea, y no diera oídos a aquello, porque la Congregación de Obispos y Regulares lo vería mal, y sería contraria en todo. Así que me encontraba en un mar de turbulencias, y no sabía qué hacer para salir de ellas.

Monseñor Dondini me llamó de nuevo, y me dijo que el Papa había ordenado que nos pudiéramos de acuerdo; de lo contrario, se quedaba con todo. Que procurara acordarlo, porque era mejor evitar estos problemas, y no continuar más con ellos, por la …. [borrado].

605.- Me decidí a darle una respuesta picante, ´que los de Bolonia prometen mucho y dan poco´. Ante esta respuesta se enfadó tanto, que me respondió diciendo que no conseguiría ni lo uno ni lo otro; y nos obligaría a pagar todo lo que se había gastado. –“Hágalo usted, si le parece, si quiere ascender ante el Papa con dinero de otro, que Dios se vengará. Porque Dios es justo y no lo permitirá”. Esta discusión duró un rato. Luego, pensando que había cometido un gran despropósito, hablando de esta manera, fui adonde la Señora Leonora Baroni -a quien confiesa el P. Pedro [Mussesti] de la Anunciación-, que era siempre partidaria del Cardenal Ghigi, Nepote del Papa, y le conté el hecho, para que me hiciera el favor de rectificar el error que yo reconocía haber cometido, y le pediría perdón.

606.- Me respondió que no tuviera miedo, que se lo diría a un Prelado amigo suyo, que le haría ese favor con mucho gusto. Mientras estábamos conversando, llegó Monseñor Casali, Secretario de la Congregación de Ritos; la Sra. Leonora, muy amiga suya, le pidió la gracia de que le hiciera el favor de hablar a Monseñor Dondini, que se tranquilizara y no hiciera este daño a los Padres de las Escuelas Pías; que si el P. Juan Carlos [Caputi] había hablado en aquellos términos, no había sido por mala voluntad, sino por el afecto que sentía por la Casa; y, si no lo hubiera hecho, habría hablado él, tanto al Cardenal Chiggi como a D. Mario.

Monseñor Casali quiso que yo le contara minuciosamente lo que había pasado; y, cuando oyó que lo había llamado boloñés, ´hombre de doble cara´, me respondió que era una gran injuria; que, si se la hubiera dicho a él, no sé cómo le habría respondido; que entonces mismo iría a hablar con él. -“Mañana nos veremos aquí, y le diré la respuesta”.

Fue enseguida Monseñor Casali adonde Dondini, y yo me volví a Casa muy triste, pensando en tantas fatigas hechas, para, después, hacer un gran daño a la Casa; pues si tuviéramos que pagar lo que había gastado, que eran más de 600 escudos, ¿cómo podría evitar la ira de aquellos pocos amigos míos?, que era lo que más sentía.

607.- Por la mañana, todo desconsolado, fui donde la Sra. Leonora; al verme tan abatido, comenzó a reírse, diciendo que era un pusilánime; que ya había recibido la respuesta de Monseñor Dondini; que había respondido a Monseñor Casali que no era tanto como yo pensaba; que fuera a hablar con él, hablarían juntos, y encontraría algún término medio para que lo desobligara el Papa, con el que había hecho la asignación del dinero. –“Vaya, pues, y no tenga ningún miedo, que, aunque hubiera habido más, correría de su parte arreglar lo que hiciera falta”. Y que le llevara la respuesta.

Enseguida fui adonde Monseñor Dondini, que aún no se había levantado. El Camarero le pasó el aviso, me mandó entrar, le pedí perdón, y la primera cosa que me preguntó, fue cómo tenía amistad con la Sra. Eleonora; le respondí que se confesaba con un Padre nuestro, y era Patrona mía. –“Y, visto el error que cometí, respondiendo a Su Ilustrísima de aquella manera, he buscado esta forma de comunicárselo a usted”. Vio, por casualidad, que llegaba Monseñor Casali, y le pidió el favor de ir a asegurar a Su Señoría Ilma. que no había tenido mala intención al hablar de aquella manera.

608.- Monseñor Dondini me respondió que no había podido encontrar mejor medio para solucionar este problema, “porque cuando la Señora quiere una cosa, hay que hacerla al instante. Hagamos lo siguiente: Escriba un Memorial completo, y diga que quiere ir a la Congregación plenaria; el Papa me lo remitirá a mí, y, entonces, me desentenderé de lo que ya había planeado. Pero procure no contárselo a nadie, pues, si se descubre, sería mi ruina; y lo demás, déjelo de mi cuenta”.

Fui al Abogado Carlos Orilia, le dije que había pensado hiciera un Memorial completo para el Papa, acerca de toda la Causa de Piscina, para que pudiéramos, al menos, redimir el secuestro, pues fácilmente el Papa lo remitiría a la Congregación plenaria. –“Haga la instancia, que, después, con su favor, Monseñor Dondini, nos prestará alguna ayuda”.

Hicimos el Memorial, e inmediatamente me fui a Montecavallo, donde encontré al Papa, que salía en aquel momento. Me arrodillé, y le supliqué, diciendo que, como Monseñor había ordenado secuestrar el legado que tantas veces había aprobado Su Santidad, le encomendara en la Congregación plenaria de la Fábrica de San Pedro, “para que vea la verdad del caso; y, mientras tanto, nosotros seguiremos pidiendo por la confirmación de su salud”-porque había estado muy enfermo. Le besé de nuevo los Pies, y me bendijo, diciéndome: -“Hágalo, que lo necesito”.

609.- Monseñor Nini, Secretario, cogió el Memorial, y, por la mañana, se lo envió a Monseñor Dondini, quien me dijo que escribiera e informara a toda la Congregación. Entre tanto, el Cardenal Savelli fue a hablar con Dondini, y le recomendó la Causa, diciéndole que ésta era una Causa propia suya; que se trataba de fundar un Convento en su Estado, en beneficio de sus Pueblos. Le prometí que todo lo que se pudiera hacer para servirle, lo haría.

El Abogado Orilia hizo la escritura, y se la enseñó a Senaroli, quien mandó añadir alguna cosa pequeña. Informada la Congregación, encontré a los Cardenales muy bien dispuestos; pero algunos dijeron:

-“Hay que dar algo a la Fábrica de San Pedro, para que se tranquilice del todo”. Yo me conformaba con que se llevara cincuenta escudos, para verme libre del Sr. Tiberio Battestini, fiscal de la Fábrica.

610.- Mientras iba adonde los Cardenales, reunidos en Congregación, les encomendé la causa, en particular al Cardenal Francisco Barberini, Prefecto de la Congregación, diciéndole que le recomendara nuestra Causa, “pues la razón que da la Fábrica es que el legado no basta para fundar un Convento; pero no es así, porque nosotros podemos ir pidiendo limosnas, y eso nos basta, pues me han ofrecido 500 escudos, para finalizar todo”.

Me respondió que oiría la opinión de otros, porque no quería que se desmembrara el legado; y que, si no bastaba el legado para hacer la fundación, tampoco bastaría añadir 500 escudos.

Entraron en Congregación, y redactaron el Decreto, por el que quedaba eliminado el secuestro, y entero y libre el legado. Tal como lo había propuesto Barberini, que, cuando salió fuera, me lo contó todo.

Me acerqué a Monseñor Dondini, y me dijo: -“Han ganado la Causa. Mañana iré a la audiencia del Papa, y haré la relación, para la aprobación del Decreto”. Y así lo hizo. De esta manera pasé este duro escollo, gracias a la Señora Eleonora, y a Savelli, más otros Cardenales de la Congregación, el Ecónomo y el Secretario.

611.- Llegó el acontecimiento de la muerte del Papa Alejandro VII, y fue nombrado Gobernador de Macerata Monseñor Dondini, a quien sucedió como Ecónomo Monseñor Giannucci, que comenzó a tener Congregación con los Procuradores y Jueces de la Fábrica, para buscar dinero y saldar las deudas que había contraído Dondini, en el enlosado de la Plaza de San Pedro. Francisco Fabricio, Procurador, expuso que los Padres de las Escuelas Pías gozaban de diez mil escudos de los lotes de Montes, del legado de Lelio Tomasetti, recibían los intereses, y no querían cumplir la voluntad del Testador; y que, hasta ahora, habían cobrado más de mil escudos. Se ordenó que se los citara ante el Juez “ob non adimplementum”, porque no procuraban hacer la fundación; y, mientras tanto, se les confiscaran los lotes de Montes. –“Y veremos qué responden”.

612.- Llegó la citación; fui a la audiencia de Juan Carlos Giustiniani, Juez del Tribunal, y respondí que nosotros no habíamos continuado la fundación, porque aún no habíamos recibido el legado entero; que los Sres. Tomasetti no querían darnos el Palacio asignado por el Testador. Y, en cuanto a los intereses cobrados, todos se han gastado en comprar los muebles y libros de la nueva Casa, y en las provisiones hechas para las obras del edificio, “como se verá en las certificaciones que aportaré”.

Se hizo un Decreto, y se puso término “ad probandum, et interim sequestrentur loca Montium”. Con esto, comenzó de nuevo el pleito. Pero, como el ecónomo y el juez son parte, me dijo muchas veces que sería necesario llegar a algún acuerdo con la Fábrica, “para que puedan actuar a su manera, y quedar libres de todo; porque las certificaciones que aportan no sirven de nada, y el fiscal las impugnará todas, alargando la Causa, y habrá que acudir a Congregación plenaria; con lo que entre esperas y enfados todo será la misma cosa. Piénsenlo y decidan pronto, ahora que tienen ocasión”. Mandé al Abogado Orilia que escribiera e informara a Monseñor, pero lo único que se pudo obtener fue que hiciéramos un Memorial y llegáramos a un Acuerdo. Se hizo el Memorial; fue presentado en Congregación plenaria, e hicieron en ella un Decreto para que se lograra. Pero fue necesario pagar más de 400 escudos, para levantar el secreto.

613.- Todo esto provino de que el P. Cosme [Chiara] de Jesús Mª, General, nunca había querido oír lo que yo le insinuaba, es decir, que enviara a alguno a Piscina, al menos a hacer acto de presencia, y alguna otra cosa. Pero no paró aquí todo, pues al cabo de un año de no haberlo cumplido, nos citaron de nuevo para los intereses caducados, y de nuevo nos los confiscaron, apropiándose la Fábrica 300 escudos. Así que, viendo que esto no terminaba nunca, nos pusimos de acuerdo con el Abad Juan Pedro Tomasetti en que, de nuestras pretensiones, nos dieran 400 escudos, en asignación de cuatro años, y en materiales de cal y piedra para el nuevo edificio, ya que no habíamos podido ponernos del acuerdo, por vía del compromiso, hecho a los Cardenales Ginetti y Savelli, que duró dos años, sin hacer nada. Lo intentaron después Monseñor Juan Francisco Ginetti y Monseñor José Palermo, pero tampoco se concluyó nada. Se llegó a esta transacción, y se estipuló el Instrumento el mes de abril de 1670, mediante un Oficio del Sr. Notario del Vicario, y de Miguel Ángel, Notario Capitolino.

614.- El P. Pedro [Barzani] de la Santísima Trinidad, de Boglia, Estado de Lucca, fue llamado a Roma y enviado a Piscina, para ver y considerar el lugar, mientras volvía el P. Ángel [Morelli] de Santo Domingo, Primer Asistente, que había sido el primero que había ido allí, cuando murió Lelio Tomasetti, quien dio comienzo a la obra el año 1642.

Cuando el P. Ángel volvió a Piscina, y vio que el lugar, llamado Luce, donde habían comenzado el edificio, el año 1650, en tiempo de Monseñor Cavia, no parecía a propósito, determinó con Monseñor Petra, entonces Obispo de Piscina, con los Sres. Tomasetti, y los principales de la Ciudad, volver al primer lugar, que era del Sr. Andrés Ruggiero y del abanderado Carlos Capati, y comprar lo que pareciera conveniente a los dos amigos comunes. El Sr. Camilo Tomasetti compró el aquel primer sitio, a nombre de los Padres de las Escuelas Pías; y, tras el pago del precio de 100 ducados, se hicieron las escrituras.

615.- Este lugar era de gente noble, sujeto a la Corte Baronal, donde cada vez que mueren los Dueños sin herederos varones, todas las herencias recaen en la Corte Baronal; por eso, se necesitaba el consentimiento del Cardenal Savelli, Patrón de Piscina. Pero, como primero no teníamos su favor, ni el consentimiento del Cardenal Peretti, de feliz memoria, Conde de Celano, Monseñor Petra no quiso hacer el Decreto de la fundación del Convento, si no había el beneplácito y el consentimiento del Cardenal Savelli, Patrón, porque, en el futuro podría revertir a la Cámara Baronal, e incluso podría ir en contra del vendedor. Por eso, el P. Ángel me escribió que lo tratara con el Cardenal Savelli, para que diera este Consentimiento, igual que lo había concedido el Cardenal Peretti, su tío, del que él había recibido el Estado de Celano.

Mientras tanto, comenzaron a hacer el plano del edificio, y a llevar piedra y cal en cantidad, ordenando demoler un peñasco grandísimo. No faltaron los contrarios, que levantaban muchas calumnias, como que no era bueno se hiciera allí el Convento, porque está cerca del río, donde, con el tiempo, podía hacer un molino, con notable daño de la Ciudad; y andaban enturbiando la fundación los amigos de los Monjes Silvestrinos, después de haber perdido todas las esperanzas; a pesar de todo, y, en particular, de una nueva mentira.


616.- Como los Cardenales estaban en el Cónclave, por la muerte de Clemente IX, dieron un Memorial al Cardenal Chiggi, su Protector, para que viera, con los Principales de la Orden, cómo hacían un mandato a los Padres de las Escuelas Pías, a fin de que en el legado de Lelio Tomasetti, de Piscina, no cambiaran nada, dado ha había un rescripto del Papa Clemente IX, para que se revisara la Causa, y este Memorial lo tenía el Cardenal Imperiali.

Ya habían pasado dos años, y el Cardenal Chiggi fue a encontrarse con el Cardenal Imperial. Le pidió que, por favor, enviara a buscar dicho memorial, para ver si era verdadero, y no se viera obligado a trabajar inútilmente, dado que sabía quién era Pelagalli. Imperiali ordenó enseguida llamar a Don Félix, su Maestro de Casa, y le mandó que viera, dentro de los Memoriales del Papa, si estaba éste, y lo llevara al Cónclave, porque querían verlo los Superiores de la Orden.

617.- D. Félix encontró el Memorial; lo llevó al Cardenal Imperiali, quien se lo dio al Cardenal Chiggi, y éste lo enseñó a los Superiores de la Orden. Después se hizo el Rescripto a Monseñor de Vecchi, Secretario de la Congregación de Obispos y Regulares, que ordenaba a los Padres de las Escuelas Pías que no innovaran nada en la fundación de Piscina, hasta la nueva elección del Pontífice. Transmitieron los Decretos y el Memorial al Secretario, y a mí me hicieron una intimación de que era necesario comunicar a Piscina que lo sobreseyeran todo. Yo viví con esta convulsión hasta que fue elegido Papa el Cardenal Altieri, que se llamó Clemente X. Esto, para mí, supuso una grandísima alegría, y ya no tenía miedo, pues él estaba informado de la Causa, por haber sido Secretario de la Congregación de Obispos y Regulares.

618.- Por la otra parte, los Monjes Silvestrinos estaban más seguros, porque uno de ellos era Confesor del nuevo Pontífice, y andaban jactándose de haber ganado el pleito, y de que, con el favor del Cardenal Chiggi, su Protector, del Confesor, tendrían lo que quisieran.

Enseguida mandé preparar un Memorial, y se lo llevé a Monseñor Piccolomini, confirmado secretario de Memoriales por el Papa Clemente X, a quien con dificultad pude hablar, porque estaba en el Palacio del Cardenal Chiggi. Finalmente, me dio audiencia, y le conté el hecho. Como también él estaba informado de la Causa, me respondió que no tuviera ningún miedo, que Nuestro Señor hacía justicia. A la mañana siguiente fui por la respuesta, e hizo un Rescripto a la Congregación de Obispos y Regulares “para que ella provea”.

Cayó el Memorial en manos de Monseñor De Vecchi; me dijo que se lo remitiera al Cardenal Imperiali, Ponente, y en la Primera Congregación se resolvería. Me dio el Memorial, y me dijo que los Monjes andaban espabilados, pero se habían encontrado con uno que descubría y aclaraba sus fábulas, y creían que era uno de los suyos, confesor del Papa; pero se equivocaban, porque no lo había querido, y se confesaba con Monseñor Sacristán. –“Hable con el Cardenal Imperiali, que él le dirá lo que tiene que hacer”.

619.- Por el camino me encontré con el P. Pelagalli, y me preguntó si aún seguía yo obstinado, y si quería que nos pusiéramos de acuerdo en lo que ofrecía, seis mil escudos, si abandonábamos la fundación, y también los intereses de los lotes de Montes, producidos durante estos dos meses; y que, si quería más, más me equivocaría, pues no querían perder una Abadía, la mejor que tenían, y él tenía dos votos más en el Capítulo General.

Le respondí que no quería rehusar el ofrecimiento, pero antes quería hablar al General, para ver cómo se podía hacer, y terminar de una vez: -“Sobre todo, porque tenéis al Confesor del Papa que os dará el espaldarazo; mientras que yo, pobre hombre, he sido abandonado por todos. Paciencia. Le daré la respuesta dentro de dos días”. Y con tan buen sabor de boca, el Padre Pelagalli se fue todo contento, diciéndome que lo acordáramos de alguna manera, “que para eso le he hecho estas ofertas”.

620.- Se fue adonde Monseñor De Vecchi a darle la noticia de que nos habíamos puesto de acuerdo, y terminarían todos los pleitos. Monseñor Secretario se extrañó mucho. –“¿Cómo es el acuerdo?”, le preguntó. –“Ayer el Padre Confesor del Papa habló de esta Causa, y Nuestro Señor le respondió que lo acordáramos de alguna forma. Por eso ha venido, y está aquí abajo el P. Juan Carlos [Caputi]; hemos conversado un rato, me ha dicho que no podía rehusar la oferta, que quiera hablar de ello con el General. Dentro de dos días me dará la respuesta; y yo, mientras tanto, haré las minutas.

Al oír esto Monseñor, dijo: -“¿Y no le ha dicho más?” –“No me ha dicho más que esto” –respondió. Monseñor quiso saber la oferta y le dijo: -“¿Verdaderamente, esto es lo mejor para los Padres de las Escuelas Pías? Pues yo me alegraré si hacen la fundación; y quiera Dios que así sea”.

621.- Fui adonde el Cardenal Imperiali, le llevé el Memorial, y me dijo que procurara continuar las obras del edificio, que él hablaría en Congregación, y al el Papa; que ya no había nada más que hablar sobre este asunto. –“Yo mismo diré a Monseñor de Vecchi, que no dé ya más oídos a esta Causa”. Le conté lo que me había sucedido con el P. Pelagalli, y se echó a reír, diciéndome: -“Verdaderamente, esta es una buena jugada. Si viene aquí, haré que se lo crea, que esté seguro. ¿No puede hacer que venga hoy a hablar conmigo?”. Y así sucedió, pues el P. Pelagalli fue adonde el Cardenal, para felicitarle porque había salido del Cónclave con buena salud; y le dio la noticia de que estaban a punto de hacer un acuerdo en la Causa de los Padres de las Escuelas Pías. El Cardenal comenzó a darle pasto y seguridad; le decía -de verdad- que me aconsejaría hacer el arreglo. Así que el P. Pelagalli, todo contento, convocó el Capítulo, dio a los Monjes esta noticia; determinaron así que se hiciera, y se escribiera a los Monjes a Piscina, para que se pusieran contentos, porque el acuerdo ya se estaba a punto; y se iba a ordenar hacer las minutas, para estipular el Instrumento.

Cuando llegué a Casa, mandé un correo a Piscina, diciendo que continuaran las provisiones para las obras, que pronto irían los Maestros Canteros desde Milán; y que no dieran oídos a charlatanerías de Monjes, que no faltarían.

Tuvo lugar la Congregación de Obispos y Regulares, y, después de unas palabras del Cardenal Imperiali, se hizo el Decreto de “non amplius proponatur”, sin que nosotros informáramos.

622.- Cuando el P. Pelagalli vio el Decreto, se fue adonde el Secretario, a preguntarle cómo es que había propuesto la Causa, sin haber sido citados; que aquel Decreto era nulo, y quería recurrir al Papa. Monseñor le respondió que no se había propuesto la Causa, sino los Rescriptos del Papa; que había sido necesario hacerlo, para no seguir irresolutos. –“Si es que se ha puesto de acuerdo con la otra parte, ¿por qué viene ahora a molestar? El Cardenal Imperial dice que usted le ha dicho que el acuerdo estaba a punto. ¿Quiere usted hacer una Causa eterna? La Congregación la ha concluido para siempre, y el Papa ya la ha aprobado. Vaya a ver el Apunte, donde lo encontrará todo; sería una vergüenza dar más fastidio a la Congregación; gastarían su propio dinero, y estoy seguro de que tirarían, como hacen en esta Causa”.

¡Pobre Pelagalli! Fue a ver los escritos, y quedó avergonzado; así que no habló más; tenía miedo de que yo lo citara, como hice. Y de nuevo fue condenado a pagar los gastos, los mandatos y las patentes de los lotes de Monte; y todo quedó postergado por diversos incidentes ocurridos en la Orden.

623.- Llevé el Memorial al Cardenal Savelli, y también le conté el favor que nos había hecho el Cardenal Montalto Peretti; y me prometió hacer lo que le pedía. Pero, cuando volví por el rescripto, mandó decirme que estaba enfermo, que lo hablara con el Sr. Vicente Raulini, que lo que él hiciera bien hecho estaba; que le informara de cómo era el lugar, y de cuánto podía valer. Respondí al Caballero Cicolini, su Maestro de Cámara, que todo estaba expresado en el Memorial que había entregado a Su Eminencia.

Fui donde Raulini y comenzó a hablarme en auténtica Retórica Cortesana y hermosas palabras; pero nunca se aclaraba, ni podía entender lo que quería. Me presentó unas cuatro propuestas, o más, de hoy a mañana, pero yo no sabía qué hacer.

Un día le pedí que, al menos me devolviera el favor que nos había hecho el Cardenal Montalto Peretti, “para que no se pierda”, porque lo había obtenido del Proceso de la Congregación de Obispos, que Monseñor De Vecchi, Secretario, me había dado en Confianza; tanto se lo repetí, que ya me avergonzaba aparecer delante de él. Recibido el memorial, y le pedí que, al menos, me dijera si el Cardenal quería darnos el Consentimiento o no, “porque, de lo contrario, tomaré otro camino”. Me respondió que el Cardenal quería un servicio, que le diera palabra de hacerlo, y enseguida daría el permiso, como yo quería.

624.- Le respondí que todo lo que pudiera hacer por Su Eminencia, lo haría con gusto, “con tal de que dependa de mí”.

-“Debe haber recibido –me dijo- cinco mil escudos del Sr. Tomasetti, por el alquiler de la sede de Celano; quiere que le preste ese dinero, que después se lo restituirá para las obras del edificio. Hágale este favor, y después deje actuar al Cardenal. Le respondí que si fueran 500 escudos, se los pediría prestados a los Señores Romasetti, “para que me los devuelvan en Piscina, que es lo único que tengo en el Banco del Espíritu Santo, los demás son terrenos inmovilizados de terrenos de Montes, que no se pueden coger, pues sirven para el mantenimiento de los Padres de Piscina, de los que yo no puedo hacer uso, ni tampoco el General. Me Pareció que lo había calmado con esta respuesta, pero me dijo que había ofrecido una miseria, por lo que el Cardenal no querría hacer nada. Le respondí: -“Usted es Dueño, yo no puedo hacer más”.

625.- Hablé a D. Carlos, su Maestro de Casa, hombre piadoso y fidedigno, fingiendo que Raulini no me había dicho nada de los cinco mil escudos, y le enseñé el Decreto de la Congregación de Obispos y Regulares, donde constaba el favor hecho por el Cardenal Montalto; que me hiciera el favor de enseñárselo a Su Eminencia, para que viera la verdad del hecho, “porque Raulini ha tenido casi un año con palabras, y nunca veo fruto, ni se puede hablar al Cardenal para descubrir que hay de verdad”.

Me respondió que le dejara hacer a él, que lo haría gustoso. Y cuando le hice ver el Decreto, me dijo que esperara, que ahora volvía, que, verdaderamente, el Cardenal no podía dar audiencia, porque estaba enfermo. –“Veré si está de humor, y le haré el servicio”.

626.- Estuvo una media hora; volvió a la sala donde yo esperaba, más muerto que vivo, y me dijo que el Cardenal había roto en cien pedazos el Decreto; que estaba muy enfadado, que tuviera paciencia, que todo se obtendría, que habría que hacer otro Decreto. Al verme vi rechazado por dos partes, no sabía qué hacer. Casualmente, y por otros motivos, me encontré con Cardenal Ottobono, quien preguntó que hacíamos en Piscina.

Le respondí que estaba desesperado porque se necesitaba el consentimiento del Cardenal Savelli, que me lo había prometido, “y me ha remitido a su Auditor; ha pasado ya un año, me cansa de palabras, pero no quiere atenderme; con lo cual, en Piscina se está perdiendo el tiempo, cuando ya están allí todos los Maestros Canteros de Milán. Me respondió: -“Hágame un Memorial, que yo tengo que ir allí esta tarde a visitarlo, y le hablaré”.

A la mañana siguiente me mandó llamar, y me dijo que el Cardenal le había respondido que, como ya estaba mejor, lo haría él mismo, ya que Raulini no había sabido encontrar la forma de hacerlo. La manera sí la había encontrado, porque antes me había dicho que, como el lugar era Noble, el Cardenal quería la Tarifa, al uso de Roma, y yo le había dicho que no quería, de ninguna manera, cargarme con tal gravamen para los Padres. Después quería ya que pagara los cinco mil escudos que recibiría de los Tomasetti, que luego ya se los devolvería.

627.-El Señor Abad Juan Andrés Tomasetti me pidió que le hiciera el favor de pagar a dicho Cardenal 500 escudos al año, que luego ya se los pagaría al P. Pedro [Barzani] de la Santísima Trinidad, que tenía el pensamiento de levantar el edificio en Piscina, porque el Cardenal le forzaba. –“A ver si con esto se tranquiliza”.

Me pareció conveniente aceptar, y di una orden para el Banco del Espíritu Santo, que se los pagó enseguida al Sr. Carlos, Maestro de Casa del Cardenal. Entonces me dijo que el Cardenal ya comenzaba a salir, y que a la mañana siguiente iría al Consistorio. Fui a Montecavallo, hablé de nuevo con el Cardenal Ottobono, para que me hiciera el favor; y, ya que había comenzado la obra, pudiera terminarla; y, aprovechando que Savelli iba al Consistorio, hablara con él.

628.- Me prometió hacerlo con todo interés, como hizo. Fue, en efecto, el Cardenal; yo me alegré mucho de la recuperación de su salud, y le dije que, por amor de Dios, me hiciera el favor de agilizar nuestro negocio. Llegó Ottobono, y le dijo también: -“Consuele Su Eminencia, por favor, al P. Juan Carlos [Caputi]”. Y me prometió que lo haría cuanto antes. Y se reía.

Llegó al día siguiente a San Pantaleón el Sr. Abad Juan Andrés Tomasetti, y me preguntó qué quería pagar por conseguir el favor del Cardenal, que se había prodigado con el Maestro de Casa, que parece que lo quería hacer. Le dije que no podía darle más de 100 escudos. Si quería hacerlo, se los daría a ojos ciegas, “pero que no lo sepa nadie”. Al cabo de una hora volvió con la respuesta, y decía que había hecho el acuerdo, y sin ninguna carga, libre, sin ninguna inscripción; que cuánto estaba dispuesto a pagar. –“Ya le he ofrecido 100 escudos, y no puedo darle más”.

629.- Me respondió: -“Deme 60 escudos, que enseguida le traeré el favor, firmado; y luego, algún regalo para el Maestro de Casa, y para el Secretario. Se los entregué en moneda, y me dio el Memorial aprobado; pero que no dijera a nadie que había dado dinero, sino que lo había hecho en atención al Cardenal Ottobono; y que fuera a darles las gracias, tanto a uno como a otro.

Fui donde Ottobono; enseguida le di las gracias, y me preguntó qué le había dado, pues sabía cómo era Savelli.

Le respondí: -“Sólo las gracias, a Su Eminencia; no le he dado nada, y hasta casa me ha enviado el Memorial. Y se extrañó, diciendo que se lo agradecería.

Fui adonde Savelli con el P. General, y se lo agradecimos; a mí me dijo le dispensara, por me había hecho esperar; que la culpa había sido de la enfermedad; que quedábamos tan amigos, y los Padres serían Dueños de lo que necesitaran en Piscina; y que quería castigar a todos los ciudadanos que se habían opuesto a la Fundación, como había hecho a Juan Bautista Tomasetti, que le había cortado el agua que iba a su huerto; aunque luego se la había devuelto, con grandísima dificultad. Nos ofrecimos por servidores suyos, y así terminó aquel asunto tan espinoso.

630.- Se comenzaron las obras, a pesar de alguna dificultad por parte de unos pocos amigos; porque la prudencia de Monseñor Petra, Obispo, lo superó todo. El Obispo puso la primera piedra, en presencia de todo el Capítulo y de otros ciudadanos. Y hoy día se sigue haciendo todo.

El P. Alejo [Armini] de la Concepción, Asistente General, me escribe desde Roma, con fecha de 20 de noviembre de 1672, que el edificio está ya muy adelantado; se han terminado ocho celdas, para poderlas alquilar; y se está haciendo la Iglesia, habiéndose gastado ya cuatro mil escudos romanos.

El Sr. Carlos, Maestro de Casa, no quiere recibir ninguna propina; pero he ordenado hacerle un Retrato de nuestro Venerable Padre Fundador, y le he dado la Carta de Hermandad de la Orden. El Secretario recibió sus derechos, y no di nada más a nadie.

631.- El año 1667, ordené citar al Cardenal Pallotta ante Monseñor Bulgarino Bulgarini, Lugarteniente del Auditor de la Cámara, para que pagara todo el dinero que nos debía por la celebración de las Misas celebradas, para pagar las obras de la Iglesia, y también las del ala del Convento, como ordenaba Monseñor Juan Andrés Castelli en la donación hecha a la Compañía de la Madonna de Loreto. Como era Protector de la Compañía, había ordenado hacer los pagos al Maestro de Casa, y éste no anotó la celebración de las Misas; en cambio, en nuestros libros, se anotaba todo el dinero recibido, y también consta la donación hecha por Monseñor Castellani, para el oficio de Melquíades Petrucci, Notario del Auditor de la Cámara, y del sustituto Juan Bautista Cavia –llamado el Gallo- quien, a pesar de ser de la Marca, fue siempre fiel, y nos ayudó mucho.

Cogí a Monseñor Bulgarino, como hombre justo, que por defender la justicia no temía a nadie, y no había peligro de que el Cardenal Pallotta lo comprara con retóricas y favores. Lo cogí también porque era vecino nuestro, se confesaba conmigo, y, siempre que quería podía ir a consultar con él a mi gusto. Consulté con él, primero la materia, para emprender todos los pasos, según su consulta, y me dijo que buscara los mejores Abogados, para rebatir a la parte contraria con razonamientos más eficaces que los de la parte, y después le dejé hacer a él el resto; que hiciera justicia, porque ya había estudiado los sumarios.

632.- Le dije a Monseñor que cogería por Abogados a Senaroli, Orilia y al Conde Caprara; que me apoyaría el P. Martini, General de la Minerva, que por ser Abogados Consistoriales darían más reputación a la Causa, y por Procurador al Sr. Pablo de Barberis, nuestro Procurador ordinario, si éstos le parecían a propósito.

Me respondió que éstos eran excelentes, y se enfrentarían a cualquiera; que hiciera la citación de nuevo, que en la primera citación sacaría el Decreto; que fuera a la Audiencia el Sr. Pablo. Y no mandó más.

Fue citado el Cardenal [Pallotta]; apareció Carlos, Procurador de la Compañía, que no había hecho ninguna protesta a la primera citación, “ad dicendum contra Jura producta et repetita”; pero Monseñor hizo el Decreto “nisi infractor alias relaxari mandatum cum Intimatione”.

Cuando el Cardenal se enteró del Decreto levantó un gran escándalo; montó en la carroza, y fue a hablar con Monseñor Bulgarino.

633.- Al llegar donde Monseñor Bulgarino, le avisaron de que el Cardenal Pallotta estaba abajo y deseaba decirle una palabra, si le resultaba cómodo.

Monseñor bajó enseguida al Patio; le pidió por favor no descender de la carroza, y dijera en qué podía servirle, que cumpliría prontísimo lo que le mandara; que no dejaría de cumplir con su obligación, dado que su persona era conocida por todo el mundo; y que bastaba con que hubiera enviado a un Palafrenero, y hubiera ido a recibir sus órdenes.

Quiso a toda costa descender, e ir a las estancias de la audiencia, para desahogar sus pasiones de lo que tenía en mente. Dijo que había recibido Citaciones para una Causa de una donación hecha por Monseñor Juan Andrés Castellani a la Santa Casa de Loreto, de La Marca, a instancia de los Padres de las Escuelas Pías, por ciertas pretensiones en dicha donación, que después fue revocada por Testamento; que se sentía disgustado por haberle citado él, como Procurador; que estaba el Procurador de la Compañía, y debía haberlo citado a él y no al Cardenal, lo que no es costumbre, si no es en causas propias; y que había hecho un Decreto injusto, sin oír primero a las partes en la información, como era costumbre hacer.

634.- Bulgarino le respondió que, en cuanto a haber citado a Su Eminencia como Protector, esto no es agravio, pues quizá no sabían que era Procurador, pero ahora que ha aparecido quién es, en la Causa citarán a aquél; en cuanto al Decreto, “es justísimo”, porque no ha habido ninguna protesta por parte de la Compañía, que podría haber presentado la cautela que quisiera, porque en las Citaciones citaban a la Compañía y no a Su Eminencia; así que, por esto, no se debe enfadar, ni he pretendido molestarlo.

Le pidió suspendiera el Decreto, hasta que los Abogados pudieran escribir, porque él quería gastar lo que tenía por esta Causa, en la que jugaba su reputación, y quería aclarar al P. Juan Carlos [Caputi] que se vengaba de una Causa anterior.

Monseñor le respondió que ordenara a los Abogados escribir, que no era tan urgente, como pensaba, hacer los Decretos, para hacer la justicia pronto.

635.- Se despidió el Cardenal con estas promesas, pero con poca satisfacción, sabiendo quién era Monseñor Bulgarino.

Por la tarde me llamó, y me dijo lo que había pasado; que avisara al Procurador y a los Abogados, y escribieran con toda precisión, haciendo las copias de las escrituras, para que la parte lo pudiera ver, y no se lamentara.

Rápidamente fui al P. Marini, General de la Minerva, y le pedí que me hiciera un escrito para el Sr. Conde Caprara, Abogado Consistorial, a fin de que escribiera en nuestra Causa, contra la Compañía de los de La Marca, que el Cardenal Pallotta se había enfadado por haber sido citado, como me había prometido.

El P. Marini me hizo enseguida una pliego para el Conde Caprara, para que no sólo escribiera a favor de los Padres de las Escuelas Pías, sino que le informara, y tuviera en cuenta que él había pagado todo.

636.- Llevé el pliego, y me respondió que le llevara el hecho a tiempo, que escribiría e informaría contra quien fuera. Llevé también el hecho a los otros dos Abogados, Senaroli y Carlos Orilia; lo escribieron, e inmediatamente cité al Procurador “ad informandum”, aunque le correspondía a la parte.

Comparecieron el Procurador y tres Abogados Principales por el Cardenal, que fueron Juan Bautista Pallotta, Domingo Stanghellini, y el Abogado Bottini, Abogado Consistorial, y ahora Auditor del Papa Clemente X; y por nosotros, el Abogado Carlos Orilia, el Abogado Senaroli, y el Conde Caprara, los dos Abogados Consistoriales, y dos solicitantes, uno por cada parte. Así que, para ver la la información, éramos doce entre las dos partes, más Monseñor con otros seis que venían en práctica, para aprender, todos los cuales fueron luego óptimos Prelados, y tuvieron el éxito del Maestro.

Comenzada la información del primer número, duró toda la mañana, y todos los Abogados y Procuradores escuchaban, no sólo las opiniones que daban, sino también las palabras picantes que, de vez en cuando, se decían. No se hizo Decreto, y se dijo “ad aliam”, para que se impusieran mejor en la Causa, y no se llegara a ningún tipo de envidia.

637.- Al miércoles siguiente, muy de mañana, con el nº 4, se comenzó “ad informare”. Tocaba primero a Stanghelli, y después al Procurador de la parte contraria. Citó un capítulo de la Auténtica, y Carlos Orilia le respondió que no entendía lo que quería decir la Auténtica, por lo que le tildó de ignorante, lo que provocó confusión, y creó conflicto, que hubo que serenar. Los escuchaban todos los Abogados y Procuradores de la Corte, y duró hasta las 20 horas, sin solucionar nada. Se sintió tan ofendida la parte contraria, que no sabía qué responder, y suplicaron escucharlos otra vez.

Les respondió: -“No una, sino cuantas veces quieran, que yo también aprendo”. Nuestro Procurador y Abogados se animaron tanto, que les parecía mil años tener que volver el miércoles para hacer nuevas escrituras e informar. Duró esta información seis meses. Al final, no fue a ella ya Stanghetti, dominado por Orilia en cada punto; Bottini, Abogado Consistorial, y el Conde Caprara dimitieron los dos, y no quisieron volver a la información. Así que quedó Juan Bautista Pallotta; pero ¿qué podía hacer el Pobre Viejo contra cuatro leones, que eso parecían en su argumentación?

638.- Finalmente, Monseñor dictó la sentencia: Que la donación hecha por Monseñor Castellani era válida; la había aceptado por quirógrafo el Cardenal con juramento y la obligación Camaral de que no se pudiera interpretar ni cambiar; declaró que lo que había dejado, era a los Padres de las Escuelas Pías, y no a la Orden, pes todas eran donaciones; y como cargas, estaban obligados a pagar todos los gastos, y a que les sacara el mandato.

Cuando Pallotta oyó la sentencia, dio en extravagancias contra Bulgarino; cogió las escrituras hechas por sus Abogados, y se las enseñó a para que las viera, aunque ellos mismos la habían producido con los argumentos que había aportado. Luego se tranquilizó, y fue a la Signatura [Apostólica][Notas 1], para intentar revocarla.

639.-Tomó como Ponente a Monseñor Bernini, hijo del Caballero Bernini, Arquitecto de la Fábrica de San Pedro, todo de Pallotta. El Prelado era de poca experiencia, pero informadísimo. Toda la Signatura y los Doce, concluyeron que la sentencia era buena, y no debía ir a la Rota, porque los dos lugares legados eran píos, y el gasto sería absorbido en los gastos la Causa, que no terminaría nunca.

Informaron al Ponente, que respondió: -“Teníamos razón al vender”; pero la Signatura hizo la relación al contrario, y no quedó nada determinado. Mientras tanto, Pallotta actuaba con muchas intrigas, para ver si podíamos hacer un acuerdo, pero siempre se le respondió: -“Que pague el dinero de las Misas, que en conciencia no lo debe retener”; porque y él pretendía que se lo dejaran.

Se comenzó de nuevo a citar en Signatura, y tomó como Ponente a Monseñor Tomasi, piamontés, que era vecino nuestro, y cada mañana venía a decir la misa en nuestra Iglesia; eligió a este Prelado, porque Monseñor Bernini renunció a la Causa.

640.-Confiados en la bondad y vecindad de Monseñor Tomasi, fuimos a informarle, y comenzó a convencerme de que llegáramos a un acuerdo. Yo le respondí siempre de la misma manera, es decir, que nosotros no podíamos regalar los trabajos de los Padres, ni queríamos incurrir en las Censuras de las Bulas Pontificias, ni actuar contra los Cánones.

Viendo que no podía hacer nada, me dijo que el Cardenal se quejaba de mí; que había hablado de él, contra su persona; que no estaba bien traspasar los límites contra el Cardenal Pallotta; y que teníamos el peligro de perder esta Causa.

Le respondí que el juez nunca puede ser parte, ni yo había hablado contra el Cardenal Pallotta, sino con su Procurador. –“Y busco la justicia; a ver si me la hacen, que, si no, buscaremos el remedio ante Nuestro Señor, que es justo juez, y no se deja maniatar con favores; es una mala cosa tratar con quien lo pretende en la Corte. Su Ilustrísima, que me exhorta a llegar a un acuerdo, sabe que tenemos razón; debe hacer justicia, y no aceptar los favores mendigados por el Cardenal Pallotta, que ahora ha sido aquí su Auditor, y, cuando me vio que venía, se escondió detrás del Portón. ¿Le parece tan inocente no conocer la verdad, a causa de las palabras y artificios? ¿Que hagamos un acuerdo, cuando ha oído de viva voz nuestras claras razones-? Todo se lo contaré a Nuestro Señor, para que a todo ponga remedio oportuno. No piense que, dando ejecución al mandato me tranquilice, que soy capaz para resistir, por la verdad y la justicia, cualquier sacrificio; y con mis Religiosos pediremos a Dios que ilumine a todos; y, si no, ¡tome su venganza!”

641.- En medio de esta conversación, entró el Procurador a informarme, y me tuvo tres horas. Se veía claramente que defendía los intereses del Cardenal, que quería ocultar su parcialidad. Concluyó con que conocía la verdad, pero la andaba endulzando, para que los Padres llegaran al acuerdo. Decía que había oído que íbamos a ir a la Signatura; y que habíamos dicho: -“Si no obtenemos el Decreto de ejecución de la sentencia, acudiremos a la benevolencia del Papa, donde se descubre la verdad”. –Y que ya había dado orden de que se hiciera la Comisión.

642.- Ante esta propuesta, parece que tenía miedo, y se adhirió a lo que decía el Procurador; pero siempre lanzaba alguna puya; y que se intentara buscar la forma de arreglarlo; pero siempre se le dio también la misma respuesta. Se determinó ir a la Signatura, lo que tuvo lugar dos días después de este discurso. Al salir encontramos al Auditor del Cardenal, que iba adonde Monseñor, quizá para tener la respuesta.

Fuimos a la Signatura y, propuesta la Causa, habló siempre, y muchas veces, Monseñor Tomasi. Los doce Prelados se miraban uno a otro; y el Cardenal Chiggi, Prefecto, que veía la dificultad de no saber resolver lo que tenían que hacer, pronunció aquello de “ad aliam Signaturam”.

Mientras tanto, Monseñor Tomasi, elegido por el Duque de Savoya, fue nombrado Obispo de Asti, en Piamonte. Con ello dejó la Causa sin terminar, y, como yo estaba ocupado en la Causa de la Beatificación de nuestro Venerable Padre José de la Madre de Dios, y pretendía la Comisión del Papa. Así que no se hizo nada más, y todo quedó sin terminar.

Murió también el Cardenal Pallotta, y entró de Prefecto de la Santa Casa de Loreto el Cardenal Azzolini, que fue nombrado Secretario de Estado por el Papa Clemente IX, de santa memoria; y, ocupando ya aquel puesto, no pareció conveniente moverlo más, siendo él Dueño del Pontificado.

643.- Más tarde, Cardenal Azzolini envió al Sr. Ricciardi, su Auditor, a tratar con el P. General Cosme [Chiara] de Jesús María, pues quería hacer una fundación de nuestros Padres en Fermo; y quedaron en que el P. General tratara este asunto. Entonces pensé yo que ésta sería una buena fundación, para comenzar a entablar relaciones con el Cardenal. Comenzamos estudiar el modo como se podía hacer, y determinamos que no se hablara de ello, si antes no se precisaba lo que el Cardenal proponía.

Fui en compañía del P. General, hablamos durante un rato con el Cardenal; y, como no podíamos por menos de darle alguna satisfacción, le propuso enviar a Fermo a algún Religioso, a ver lo que se podía hacer para servirlo, y mandó al P. Alejo [Armini] de la Concepción. Aprovechando la ocasión de que tenía que ir a Ancona, su Patria, le dijo que, al retorno, se desviara a la Ciudad de Fermo, y viera lo que ofrecía la Ciudad; observara el lugar que nos querían dar, y lo que sería necesario para hacer aquella fundación, y, mientras tanto iríamos también informándonos por personas conocedoras del País. Se pudo detectar así que la Ciudad quería hacer la fundación a despecho de los Padres jesuitas, por algunas discrepancias de intereses que tenían. De aquí se concluyó que, de momento, se fuera alargando el asunto, esperado hacerlo sin disgustar a los Padres jesuitas, ni enemistarnos con ellos por esta fundación; además, la Ciudad era pequeña y cada día sería necesario contender con ellos, como nos ha sucedido en cada ciudad donde estaban ellos.

644. Partió el P. Alejo, Asistente; fue a Ancona, y de Ancona se trasladó a Fermo. Vio el lugar y lo que le prometían, le hicieron muchos homenajes, y se volvió a Roma. Esto fue el 15 de octubre de 1669; y entonces mismo hizo al P. General la relación de por qué no era a propósito; que se hablara al Cardenal de la necesidad considerar con tiempo lo que se podía hacer. Así iba alargando, intentando encontrar la ocasión oportuna pasa saludarlo. Y siempre le iban creciendo las esperanzas de que, a su tiempo, se conseguiría todo.

645.- Llegó aquel momento en el que se andaba preparando el Breve de la Reintegración de la Orden, y supliqué al Cardenal que nos ayudara ante Monseñor Ilmo., el Secretario de Breves, para que pusiera en el Breve una palabra que no estaba en el Decreto. Enseguida mandó a su Auditor, que obtuvo lo que se deseaba. Salió el Breve el 23 de octubre de 1669, que fue la última cosa importante que firmó el Papa Clemente IX, porque después murió; salió este Cardenal del Oficio de Secretario de Estado, y no se volvió a hablar más de esta fundación.

Ascendido al Pontificado el Papa Clemente X, hablé con el Cardenal Azzolini, diciéndole que quería me ayudara en los intereses que teníamos en la Santa Casa de Loreto, de La Marca, porque era cosa justa que recibiéramos lo que nos había dejado Monseñor Juan Andrés Castellani.

646.- La conversación fue muy larga. Me quería coger por la palabra, a ver si lográbamos pactarlo, y qué podíamos hacer, porque él ya había tenido una Congregación aposta con Tarquinio Urbani, Juan Domingo Corradi, y otros Abogados de la Compañía, y habían concluido que llegáramos a un acuerdo; me dijo que fuera a ver el Palacio donde antes estaba la Iglesia de la Madonna de Loreto, con Patios a calle Ripetta, con un valor de quince mil escudos, porque deseaba fuera para nosotros, si se llegaba a un acuerdo.

Hablé esto con el P. Cosme, General; fuimos a verlo, y nos pareció conveniente llegar a algún acuerdo. Pero, dado que a algunos Asistentes no les gustaba el acuerdo, no se siguió adelante, porque se acercaba el Capítulo General y estaban ocupados en otros asuntos. Así se perdió la ocasión, y no se volvió a hablar más de ello. Esto fue en abril del año 1670. No sé lo que hizo después el P. General, porque yo salí de Roma el 1 de enero de 1671.

He escrito esta Serie tan larga, para hacer ver los grandes daños que ocasionó a la Orden el Breve de Inocencio X, pero gran culpa de lo ello la tuvieron nuestros mismos Padres, como se ha visto en esta 2ª Parte, que ahora termino.

Con la ayuda de Dios daré comienzo a la 3ª el día de Año Nuevo de 1673.

647.- Aunque en la 1ª y 2ª parte hay cosas que van unidas, no están puestas en el orden que se debe, y yo hubiera querido. Sin embargo, si Dios quiere y me conserva la vida, las ordenará, y de una manera mejor –dado que yo soy ignorante en estas materias- algún otro que tenga más doctrina y espíritu.

Yo sólo quería decir la verdad de los hechos, como espero hacer en el futuro, porque pensaba finalizar ahora todo, pero hay tanta materia que me van suministrando, y a medida que voy recordando, que se requerirá tiempo, oración, espíritu y salud. Pero es conveniente y útil, para que se sepa lo que ha pasado en la Orden –materias que yo nunca había pensado poner por escrito.

648.- Dios iluminó al M. R. P. Fray Egidio de Marigliano, Teólogo y Religioso de los Menores de la Observancia, que ha tenido cargos de Provincial, y cuyo nombre, por su Extraordinaria Ciencia, no es oscuro en esta fidelísima Ciudad de Nápoles, ni en su Reino.

Porque es este Padre quien me animó a coger la pluma y a cargar con este peso. En efecto, cayó en sus manos un librito de elogios [al P. José Calasanz de la Madre de Dios], publicado en Roma el año 1664, dedicado al Papa Alejandro VII, de Santa Memoria, y compuesto por el P. Francisco [Chalygowski] de Jesús María de la Orden de las Escuelas Pías, cuyos elogios demuestran sus heroicas virtudes, ejemplares acciones, y caritativos hechos, en todo el curso de la vida; se enamoró de las acciones de Nuestro Venerable Padre Fundador, y con grandísimo entusiasmo, hizo investigaciones para cerciorarse de la verdad del los hechos de nuestra Orden.

Conversó también muchas veces con el P. Mauro Caravita, somasco, que fue Secretario del P. Ubaldini en la Visita Apostólica de nuestra Orden, el cual le informó de muchas particularidades. Y, no contento con esto, quiso recibirlas de nuestros Religiosos, en particular de Sebastián [Mazzanti] de San Francisco, Rector y Maestro de Novicios de Porta Reale.

Pero, como no se pudo informar completamente por él, el P. Provincial, me envió a mí -que había convivido 25 años con él en Roma- a hablar a dicho Padre. De él escuché muchas cosas admirables; y él me pidió y me convenció de no permitir se perdiera la memoria de los incidentes ocurridos en nuestra Orden. Es lo que he hecho, en efecto, tal como me lo han permitido mis débiles fuerzas.

Espero que con la pluma del P. Egidio queden más esclarecidas.

Nápoles, a 31 de diciembre de 1672.

Juan Carlos [Caputi] de Santa Bárbara.

Notas

  1. Tribunal Supremo de la Santa Sede.