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[501-550]

501.- El año 1636 el P. Fundador se preparaba para hacer el Capítulo General en Roma, y tenía necesidad de un Visitador General de la Orden. Como no encontraba un individuo a propósito para tal cargo, escribió al P. Melchor. Le dijo que, en abril, y cuanto antes, fuera a Roma, porque no tenía a nadie preparado que le ayudara en el gobierno, ya que el P. Castilla no lo estaba; que sólo tenía al P. Andrés [Golumi] de la Pasión, genovés, y los Asistentes no daban abasto a hacer la visita de toda la Orden. Esto se lee en el libro de las cartas del V. P. Fundador.

El P. Melchor partió de Palermo, y en su lugar quedó el P. Onofre [Conti], con el H. Marco Antonio [Corcioni] de la Cruz. El P. Fundador le ordenó hacer la visita de las dos Casas de Nápoles, y que después se fuera a Narni, donde lo nombraba Presidente del Capítulo Provincial, en lugar suyo.

502.- El año 1637 se reunió el Capítulo General en la Casa de San Pantaleón de Roma. Allí el P. Melchor fue acusado de lo que, imprudentemente, había hecho en el viaje a las Indias; de que le habían robado varias veces en España, cuando iba camino de Santiago, en Galicia; de lo que había hecho en Venecia, y en Sicilia; de que tenía dinero debajo del hábito, y de que no cuadraban las cuentas de Palermo. Fue llamado de improviso al Capítulo, para que dijera si era verdad, o les demostrara que los acusadores decían mentira, y debían ser castigados, por falsos y calumniadores. Lo que más afligía al P. Melchor, era que la mayor parte de quienes lo acusaban, habían Novicios suyos.

Terminado Capítulo General de 1637, que fue el primer Capítulo jurídico, el P. Melchor, viéndose tan acosado, pidió al P. Fundador que le diera obediencia, que quería ir a España, a hacer una fundación en su Patria; y esperaba hacerlo muy bien, como lo había hecho en Palermo y en Mesina; que con ello quería dejar por mentirosos a los que lo criticaban, sin querer ver el bien que hacía a la Orden, y que aún se acordaban de cuando los mortificaba. –“Hágame este favor, que haré esta obra buena, con la ayuda de Dios, y nada sin que usted lo sepa”.

503.- El Fundador tenía ganas de ver a la Orden en España, y por eso condescendió. Le dio obediencia, con el consentimiento de los Asistentes, y le asignó por Compañero a un Clérigo llamado Alberto de San Plácido, de Mesina. Le daba los buenos consejos que solía dar, y le advertía de que los aragoneses son hombres sinceros y puntuales, y no quieren grandes palabras, sino grandes hechos; que fuera tranquilo; que no gritara nunca a nadie, ni dejara nunca de hacer las oraciones acostumbradas; que él le ayudaría lo que pudiera, y pediría al señor y a la Santísima Virgen que lo acompañaran. Le dio muchas devociones y cartas de hermandad para repartirlas donde le pareciera conveniente. Y con la santa bendición partió el P. Melchor, con su Compañero. Era el mes de noviembre de 1637.

Al llegar a Aragón, escribió al P. Fundador, hacia el mes de mayo de 1638, y después le escribió otras desde Guisona, donde le informaba que ya había hecho la fundación de Guisona, y había comenzado las obras de la Casa. El P. Fundador le respondió el 4 de julio de 1638, tal como se ve en el libro de las cartas del Padre. Le decía que había recibido alguna Instancias, Instrumentos, y otras escrituras, en favor de las obras; que creía que aquella fundación era conveniente; que, como había dado tan buen principio, esperaba también un magnífico final; y, aunque no tenía noticias del P. Sebastián [Montagnani], escribiría al Padre (ilegible) Maestro de Novicios, para que fuera cuanto antes a Guisona a ayudarle; que el P. Pedro [Casani], Asistente había salido para Germania con el P. Onofre [Conti] del Smo. Sacramento, el P Juan Francisco [Bafici] de la Asunción, y un Clérigo.

505.- (Aquí, por desgracia, el texto está tan deteriorado, que es ilegible, y se pierden tres líneas). el Obispo de Urgel no deja de ayudar en todo lo que hace falta. Y el P. Fundador le exhortaba siempre a que dijera a Su Excelencia, y a aquellos Señores, que continuamente hacía oración por ellos. Había pasado casi un año, y el Clérigo Alberto, su Compañero, cogió algunos doblones que había para las obras, y se volvió a Italia, diciendo al P. Fundador que se había ido porque el P. Melchor era extravagante, y le obligaba a acarrear un par de bueyes. Pero era una excusa fútil; la verdad era que aquel joven vivía muy libre, y no quería someterse a corrección, como luego se vio con el fin que tuvo en Italia, pues murió en Mesina el año 1650, cuando la Orden estaba sometida a los Ordinarios de los lugares.

505.- El P. Melchor insistía mucho al P. Fundador en que le enviara individuos, porque quería abrir un Noviciado, como ya lo había intentado varias veces. Pero le decía que aquel no eran momento oportuno, porque el P. Ambrosio [Ambrosi] y el P. Agustín [Pucci], que se habían hecho cabecillas de los Hermanos, y habían declarado un pleito contra los Clérigos y Sacerdotes, pretendían que sus votos eran nulos; esperaba que, con la ayuda del Cardenal Cesarini, nuestro Protector, todo se arreglaría pronto, y entonces podría mandar individuos a propósito; y que había pensado enviar en octubre al H. Agapito [Sciviglietto], de Palermo, para que tuviera un Compañero, mientras llegaba desde Zafra el P. Sebastián, que ya le había escrito (ilegible) con lo que prometió. El P. Melchor andaba retrasándose, para adelantar las obras. Pero en Cataluña estaba entonces la guerra contra los franceses, y todo iba de mal en peor. Esto comenzó a desanimar al P. Melchor, que viéndose así de solo y enfermo, escribió al P. Fundador que no podía reponerse. El P. Fundador le respondió desde Roma, en una carta dirigida a Barcelona, y fechada el 5 de octubre de 1641. El P. Melchor estuvo, pues, en España desde el año 1638 al 1641.

507.- He aquí la Carta del P. Fundador:

Al P. Melchor de Todos los Santos. Barcelona.

Pax Christi

Respondo a la carta de V. R. del 25 de agosto, escrita en Barcelona, y le digo que siento, lo más que se pueda decir, su enfermedad y las dificultades que encuentra para curarla. Como en ninguna parte hay médicos que sepan curar esa clase de enfermedades, ni de otra, por grave que sea, como los hay aquí en Roma, le aconsejo todo lo que puedo que, en la primera ocasión, se venga a estas tierras, donde encontrará remedios corporales y espirituales, como en ninguna parte, y quizá mejores. Puedo decir que, si las cosas de ese País logran arreglarse, yo no dejaré de enviar a algunos Padres, para proseguir la obra comenzada. Es cuanto me ocurre con la presente. Dios nos bendiga. Roma, a 5 de octubre de 1641. Servidor en el Señor, José de la Madre de Dios.

Esta fue la última carta escrita por N. V. P. Fundador a España al P. Melchor, quien, nada más recibirla, se embarcó, y se fue a Roma. Era el año 1642, cuando comenzaron los mayores disturbios de la Orden.

508.- Dios permitió, en su justo juicio, que cuando iba a entrar a caballo en Roma, por la Puerta de San Pablo, el Caballo tropezó, y le cayó encima, rompiéndole una pierna. Cuando llegó a San Pantaleón llamaron a un médico y a cirujanos, y todos dijeron que aquella enfermedad era imposible de curar; pero, a pesar de todo, harían todo por lograrlo. Estuvo así varios meses; y no pudiendo probar los medicamentos, pidió al P. Fundador le hiciera el favor de darle obediencia, y dos Compañeros, porque deseaba ir a morir a Palermo, donde sería cuidado por sus hijos, pues seguir en Roma suponía una gran carga para la Casa de San Pantaleón, y para él una grandísima pena, al ver que no podía ayudarlo, en medio de aquellas grandes conspiraciones que el P. Mario de San Francisco [Sozzi] andaba urdiendo contra él y la Orden, porque ya habían comenzado los sucesos de Florencia con nuestros Padres, a causa de la Faustina. La salida del P. Melchor le disgustó mucho al P. Fundador por varias razones; pero, como se había puesto en manos de la Voluntad de Divina, se iba conformando a su Divino Querer.

509.- El P. Fundador mandó que le hicieran una silla de reposo, de cuero de Flandes, para que pudiera ir dentro de una chalupa con cierta comodidad. Le dio dos Acompañantes para que lo atendieran, y, ordenando que le facilitaran todas las provisiones necesarias, lo llevaron en la silla a Ripa[Notas 1] , donde estaba preparada una chalupa napolitana, elegida a posta. El P. Fundador quiso verlo embarcar, no sin antes darle muchas y buenas instrucciones; como que supiera conformarse con la Voluntad Divina, y fuera alegre, que Dios le daría el premio de sus fatigas. El P. Melchor, llorando, le suplicó la bendición, pidiéndole que se acordara de él en sus oraciones, sabiendo cuán fiel le había sido. El Padre lo bendijo, y, junto con la bendición, le dio la patente de Provincial, aunque le dijo que aquélla le servía sólo para que los Padres y los Hermanos de Palermo le tuvieran más respeto. Y luego escribió al P. Vicente [Berro] de la Concepción, de Savona, que entonces era Superior de la Casa de Palermo, que tratara bien al P. Melchor, como si fuera su persona, sabiendo cuántos servicios había hecho a la Orden; y que sólo iba a Palermo para prepararse a la muerte.

510.- Al llegar el P. Melchor a Palermo, fue recibido con grandísima Caridad. Cuando se recuperó de los sufrimientos del viaje, comenzó a rehabilitarse un poco. Hizo la Confesión General con el P. Vicente, para prepararse a morir, y el mismo P. Vicente ordenó que lo asistiera siempre un sacerdote y un Hermano, para que le hicieran la recomendación del alma. Viendo P. Melchor cómo lloraban y sufrían sus hijos, les dijo que se fueran todos a descansar, y le dieran sólo una campanilla, con la que, cuando llegara la hora de pasar a la otra vida, pudiera la señal y la hora, y entonces podían ir a hacer su oficio.

Hacia las cuatro de la noche, oyeron sonar la campanilla. Fueron enseguida a ver si necesitaba algo, y les dijo que sonaran ya la Campanita de Comunidad, que había llegado la hora de su partida; y que llamaran al P. Vicente, el Superior, porque quería reconciliarse, y recibir la bendición. Llegó el P. Vicente, se reconcilió, entró en agonía, y, terminada la recomendación del Alma, expiró, después expresar estos sentimientos de verdadero Religioso. Era hacia finales de octubre de 1642.

511.- Todo esto me lo contó muchas veces el P. Vicente de la Concepción, cuando volvió desde Palermo a Nápoles. Para que no fuera a Roma, el P. Mario y el P. Pietrasanta le obligaron a quedarse en Nápoles, y lo hicieron Maestro de Novicios. Fue un artificio para que no fuera a Roma, y el P. Fundador no tuviera un confidente que le pudiera ayudar.

He querido escribir los hechos del P. Melchor, para ver que, a pesar de ser tan inquieto, era, sin embargo, querido por el P. Fundador, por haberse dedicado a hacer tantas fatigas por la Orden. Y, si no hubiera tenido la desgracia de la rotura de la pierna, de seguro que sus perseguidores no se habrían puesto a perseguir al P. Fundador, porque el P. Melchor era una persona que tenía arranque para echar una mano en cualquier cosa.

512.- El año 1634 el P. Fundador había enviado a Palermo al H. Marco Antonio [Corcioni] de la Cruz, de Lauro, en el Reino de Nápoles, donde era tenido en mucha consideración por ser muy celoso de la observancia. Había dicho al P. Melchor que no hiciera nada sin consultarle, y así lo hacía. Tenía cuidado de los Novicios y jóvenes, con los que estaba siempre hablando de las virtudes del P. Fundador. Un día, mientras estaban en la recreación, le preguntaron si, cuando muriera el Fundador, sería sustituido en el Generalato por el P. Pedro de la Natividad, por ser el más antiguo. Le respondió que hacía dos años el Cardenal Torres preguntó al P. Fundador quién debía sucederle de General de la Orden después de su muerte, si sería el P. Pedro, Asistente, como más antiguo.

513.- El P. Fundador respondió al Cardenal que el que debía ser General de la Orden aún no había nacido. Así que, en cuanto a esta respuesta, que no pensara más en esto; y en cuanto al P. Pedro, que no sería General. Y ya no se pensó más en esta respuesta, que yo mismo oí contar en Roma el año 1636, cuando era Novicio. Ni, en aquel tiempo, se podía pensar en los incidentes que iban a suceder en la Orden. Pero, considerándolo todo después, fue una Profecía. Porque, muerto el P. Fundador, que fue General de la Orden, ésta fue reducida a Congregación, sometida a los Ordinarios, sin que una Casa pudiera comunicarse con otra. Pero, al llegar el Papa Alejandro VII, éste hizo el Breve que declaró que las Escuelas Pías eran Congregación de Curas Seculares, y General de la Congregación al P. Juan [García del Castillo] de Jesús María, llamado P. Castilla, con cuatro Asistentes.

Muerto después el P. Castilla, se convoco un Capítulo General, en el que fue elegido General el P. Camilo [Scassellati] de San Jerónimo, es decir, de la Congregación, según el Breve de Alejandro VII. Acabado el sexenio del P. Camilo, hubo Capítulo General, y fe elegido el P. Cosme [Chiara] de Jesús María, siciliano, en dicha Congregación.

514.- El año 1669, el 23 de octubre, el Papa Clemente IX reintegró la Orden, siendo General de la Congregación el P. Cosme. Y éste fue el primer General de la Orden, después de la muerte del P. Fundador.

Fue, pues, verdad que no había nacido aún el que debía ser General de la Orden, tal como dijo el Padre al Cardenal, en el año 1632[Notas 2], cuando el P. Cosme no había nacido aún, ni la Orden, porque el P. Cosme vistió el hábito en Palermo el año 1636. Así que se ve claramente que aquella profecía fue ya pronosticada por el P. Fundador desde el año 1632. Esta consideración se deduce del cómputo de los años y de las cartas, como se encuentran en el libro.

Cuando se tuvo esta conversación en Palermo el H. Marco Antonio [Corcioni] de la Cruz, estaba presente el P. Vicente [Chiave] de San Francisco, que también era Novicio en aquel tiempo, y lo oyó todo de los labios de dicho H. Marco Antonio, y él mismo me lo ha contado muchas veces, con ocasión de conversaciones sobre las cosas de la Orden.

515.- El día 20 de agosto de 1632, el P. Fundador escribió una carta a Venecia al P. Melchor de Todos los Santos, y, entre otras cosas sobre este punto, dice algo que, quien no lo sabe, no lo puede interpretar. Dice así:

-“En cuanto a ese pelado bisojo, no dice la verdad, cuando dice que él nunca ha enseñado a nuestros Novicios, ni recuerdo tal hombre. El Señor lo haga santo. En cambio, en Milán sí hay otro vagabundo que ha andado por diversas partes, bajo el nombre de los Padres de las Escuelas Pías, y ha recogido buenas limosnas, y luego se las ha apropiado. Ha estado en Germania, en Paría, en Madrid, siempre con el nombre de las Escuelas Pías, y nunca ha sido nuestro. Si hacemos las cosas como debemos hacer, el Señor no nos abandonará. Me disgusta mucho lo que me dice de la derrota del ejército del Emperador. Quiera el Señor que no sea verdad, pues sería mucho mal para la fe católica. Pero por aquí, por Roma, no se ha corrido esta voz, ni en carta privada, ni en el correo de Venecia que llegó ayer por la mañana. Saludo a Pablo [Mussesti], que sea diligente; y pido por la salud del P. Juan [Mussesti], y por los ojos del H. Pedro [de San Matías]. El Señor nos bendiga siempre a todos. De Roma, a 20 de agosto de 1632. Servidor en el señor, José de la Madre de Dios.

516.- En cuanto a lo que dice en el punto donde dice: “En cuanto a ese pelado bisojo, no dice la verdad cuando dice que él nunca ha enseñado a nuestros Novicios, ni recuerdo tal hombre. El Señor lo haga santo, etc.

Ese era un Romano de la Casa Massimi, que había sido jesuita, y andaba por el mundo diciendo que era de las Escuelas Pías, y había enseñado a los Novicios, y había ido a Venecia a encontrarse con el P. Melchor, porque quizá lo necesitaba; él escribe al P. Fundador, quien le responde que no lo conoce, ni sabe quién es, ni dice la verdad, porque ha enseñado a nuestros Novicios.

517.- En cuanto al segundo punto, donde dice: “En Milán hay otro vagabundo que dice es de las Escuelas Pías, y ha caminado por muchas partes; ha estado en Germania, Francia y Madrid, etc. Éste era uno a quien llamaban Valmerano, que había sido jesuita y fue expulsado, que andaba, sí, vagabundo. Un día fue a nuestro Noviciado, habló con el P. Pedro [Casani] (como quien busca a una persona conocida), y le dio a entender que era un personaje que quería fundar un Convento, pero antes quería ver nuestras Constituciones, para ver cómo se debía hacer la fundación, y saber en qué consiste el Instituto

El inocente Padre se lo creyó, y le dio las Constituciones; e, informado de lo que hacían los Padres de las Escuelas Pías, se fue a Germania, habló al Emperador y a muchos otros Príncipes del Imperio, y les decía que él era un Padre de las Escuelas Pías, que había fundado en Roma una Orden; y les enseñaba las Constituciones para hacerles creer que era verdad, y luego les pedía alguna limosna, para poder hacer el Convento en Roma, pues por la pobreza no tenían dónde estar, y le había mandado aposta el P. José de la Madre de Dios, Fundador de las Escuelas Pías a ver el País, para que, en su día pudiera fundar la Orden, y hacer bien a toda Germania. Les mostraba sus Patentes falsas, para demostrarlo. Y cuando recogió las limosnas que le daban, se pasó a la Corte de París; contó al Rey de Francia mil mentiras, él se lo creyó y, cuando tuvo buena suma de dinero, se fue hacia España.

518.- Desde la Corte de Francia, el Cardenal Richelieu escribió al Embajador de Francia en Roma, diciendo que había aparecido por allí un Padre de las Escuelas Pías, que había visto un lugar donde fundar un Convento en París, pero que, después de recibir no sé qué limosna del Rey, se había marchado sin despedirse. También había tratado esto con el Cardenal Mazzarino, quien conocía al Fundador, y sabía cuál era el Instituto; pero después se había marchado. Y le pedía que le informara si era verdad.

519.- El Embajador de España mandó pedir información al P. José de la Madre de Dios, Fundador de las Escuelas Pías, sobre quién era aquel Padre que había enviado a Francia con las Constituciones, para hacer una fundación. Y como descubrió que no sabía nada, la cosa pasó en silencio, y no se habló más de ella, para no parecer que había burlado al Rey, al Cardenal Richelieu y al Cardenal Mazzarino, quien, como italiano, lo había introducido, y conocía muy bien al Fundador y al Instituto de las Escuelas Pías, porque el P. Fundador hablaba con frecuencia con él en el Palacio de los Sres. Colonnesi, y había oído hablar de sus virtudes, y sabía también la notoriedad pública, y la estima del P. José de la Madre de Dios, Fundador de las Escuelas Pías. Así que el Cardenal Mazzarino sirvió de enlace, para que el P. Valmerano pudiera tener audiencia con el Rey, y con el Cardenal Richelieu.

520.- Estaba también en París en aquel tiempo el Cardenal Antonio Barberini, a quien el Papa Urbano VIII había enviado como Legado ad latere ante el Rey de Francia, para que tratara la paz entre las dos Coronas de Francia y España. El Cardenal Barberini había ido a Madrid con el mismo asunto. Preguntaron allí al Cardenal acerca del el Instituto, y respondió que hacía grandísimo fruto y utilidad en la Iglesia de Dios, y era solicitado al Papa por muchos Príncipes; pero como la planta era aún tierna, no podía extenderse por todas partes; y que le parecía imposible que el Fundador hubiera enviado a alguien a pedir limosnas a Príncipes, pues había renunciado en Roma a muchas riquezas y herencias.

521.- El P. Valmerano llegó después a España. Habló con el Rey, y obtuvo una importante limosna, tanto del Rey como de la Reina, del Conde-Duque y de otros Grandes que residían en la Corte de Madrid. Le dijo al Rey que lo había mandado el P. José de la Madre de Dios, de la Casa Calasanz, natural de Peralta de la Sal, del Reino de Aragón; que le había mandado aposta, para ver dónde podía hacer la fundación, pues ésta era una Orden solicitada por el Emperador, por el Rey de Francia, y por otros Poderosos. Pero, como el Fundador era aragonés, quería primero introducirla en su Patria, para que se viera el fruto que estaba haciendo un nativo español en la Iglesia de Dios. Y que, como esta Orden era desinteresada, no quería ingresos, como hacen los Padres jesuitas, “que cogen todo lo que pueden”. Les mostraba las Constituciones y sus Patentes falsas, y les decía que bastaba hablar una sola vez con uno, y enseguida se hacía hermano carnal.

El que lo introdujo con el Conde-Duque fue el Marqués de Aitona, Patrón de Peralta de la Sal, al que dijo tantas cosas, que se las creyó. Cuando consiguió un grueso peculio se fue de Madrid, y se juntó con la familia del Cardenal Francisco Barberini, que iba a Barcelona a embarcarse para Italia. El Cardenal Barberini estaba en Madrid para intentar firmar la paz entre Francia y España.

522.- Cuando llegó a Barcelona, el P. Valmerano se embarcó sobre las galeras Pontificias, que habían ido a recoger al Cardenal Barberini. Mientras estaba hablando con el General de las Galeras, para que le diera el embarque, lo vio el Cardenal, y le preguntó quién era. Le respondió que era un Padre de las Escuelas Pías, envido por el P. Fundador a la Corte de España para algunos asuntos de la Orden que ya había gestionado, y ahora quería volver a Italia, y había suplicado al General de las Galeras que le hiciera el favor de darle embarque. –“Y como los Padres de las Escuelas Pías son Pobres”, decía, pedía a Su Eminencia ser recibido, pues no tenía allí quien lo conociera. Mostró las al Cardenal las patentes falsa, quien ordenó se le diera embarque en la misma Galera donde iba el Cardenal, y que fuera bien gratado y regalado.

523.- Una vez embarcado, el P. Valmerano se sentaba a la mesa con el Cardenal, y de vez en cuando aquellos Señores le obsequiaban con los mejores manjares que ellos comían. Él les daba conferencias espirituales, y, a veces, el mismo Cardenal, a escondidas, iba a escucharlo con gusto y gran satisfacción, por lo que no tenía de él otro concepto distinto del que percibía por su doctrina y sabiduría, pues mostraba un gran espíritu de devoción, parecido al mismo carácter del Cardenal Francisco Barberini, muy dado a las devociones. Cuando la galera llegó a Civittavecchia ya estaban preparadas las carrozas para recoger al Cardenal Barberini, esperado por muchos Cardenales y Prelados; se subió a la carroza, como también la familia, y se dirigieron a Roma. El P. Valmerano descendió de la galera y no se le volvió a ver más, a pesar de que todos aquellos Señores lo buscaban a ver si quería ir con ellos.

524.- Al cabo de algunos días, el P. Fundador fue a visitar al Cardenal. Le dio la bienvenida, y se alegraba con él por las buenas esperanzas que había desatado acerca de la paz. En la conversación que tuvieron, el Cardenal le dijo que el Padre que había venido de España le parecía una buena persona, muy docto y espiritual, y quería saber por qué asuntos lo había enviado a la Corte de España, que se había conseguido había avanzado mucho con aquellos Señores de la Corte, y había tenido dos veces audiencia con el Rey, que había ordenado asignarle no sé cuantas limosnas.

525.- El P. Fundador se quedó muy triste, y, respondiéndole, le dijo que no era cierto que fuera uno de las Escuelas Pías, sino un vagabundo, que, bajo nombre de nuestro hábito había estado en Germania y Francia, y ahora en España; se había hecho con unas patentes falsas, y llevaba con él las Constituciones de la Orden, obtenidas en el Noviciado en ocasión de una conversación espiritual que intentó mantener con el P. Pedro, a quien le habló de no sé qué fundación; “y de esta forma va de vagabundo entre los Príncipes, y vituperando nuestro hábito”; que había sido jesuita, y expulsado de la Compañía hacía tiempo, “según dicen; y también dicen que es muy vivo; pero nunca ha sido de los nuestros. Pido a Su Excelencia dé orden de encontrarlo, aunque sólo sea para quitarle las Constituciones y las patentes falsas que lleva consigo, diciendo que las he hecho yo, que nunca he soñado con este hombre”. El Cardenal quedó maravillado de que también le hubiera estafado a él, y respondió al P. Fundador que intentaría encarcelarlo, y le daría satisfacción en lo que le pedía.

No habían pasado muchos días, cuando el P. Valmerano fue encarcelado y llevado al Santo Oficio. Le encontraron las Constituciones, las falsas patentes y el sello de la Orden de las Escuelas Pías, más otras muchas escrituras concernientes al Instituto de las Escuelas Pías.

526.- Cuando nuestro P. José, Fundador, fue avisado, pidió al Sr. Cardenal que le fueran restituidas las escrituras y el sello, y que le hiciera el favor de liberarlo, que era ya suficiente aquella mortificación.

Así que, restituidas las Constituciones, las patentes falsas y el sello de la Orden, fue juzgado, y, gracias a nuestro P Fundador, sólo se le aplicó el bando del estado eclesiástico.

Esta es la aclaración de la carta de la que muchas veces he oído hablar al mismo Fundador, cuando en ocasiones se hablaba de los incidentes sucedidos en la Orden.

527.- Ahora, me tomo la licencia de escribir alguna cosa del P. Pedro [Mussesti], de Brescia,-lo mismo que he hecho de otros- a quien yo conocí desde el año 1656[Notas 3], hasta el año 1668. De él, como he dicho antes, he conocido su Conciencia, durante casi todos estos años.

El Sr. Juan Mussesti vino a Roma por devoción, después de la muerte de su mujer, sobre el año 1628; trajo consigo a dos hijos, uno llamado Pedro, y el otro Pablo; el primero tenía 16 años y el otro de 10; también eran devotos, como su padre y su madre. Juan, como forastero, buscó la ocasión de poder dar enseñanza a sus dos hijos, y educarlos, tanto en las ciencias como en las buenas costumbres. Al ver que los Padres de las Escuelas Pías acompañaban a los alumnos con tanta devoción y modestia, quiso que fueran admitidos como alumnos de las Escuelas Pías, y se lo pidió al P. Fundador. Cuando se dio cuenta del provecho que sacaban sus hijos, tanto en las letras como en el espíritu, decidió dejar también el mundo y abrazar la mortificación de la Orden. Enamorado del Instituto, comunicó su pensamiento con el P. Fundador, y él mismo le dio el hábito, lo mismo que a Pedro, su hijo. Le quedaba sólo una dificultad, solucionar la situación de Pablo, que no tenía la edad para poder tomar el hábito, también él, y hacerse Religioso como ellos.

528.- Viendo el P. Fundador la devoción y modestia, tanto de Juan como de Pedro y Pablo, y la buena índole y disposición para el estudio de los dos hijos, los llamaba él mismo, y les enseñaba con toda facilidad y claridad, “como suele hacer”. Luego dijo a Juan Mussesti que había pensado que, si él se decidía a recibir el hábito de la Santísima Virgen, y lo mismo Pedro, su primer hijo, aceptaba que Pablo estuviera con ellos en San Pantaleón para seguir estudiando; que no le faltaría nada, ni la alimentación y el vestido, hasta que tuviera la edad, y decidiera aquello a lo que Dios lo llamara.

Después de esta conversación, en la que Juan vio la óptima voluntad del P. Fundador, se decidió a vestir el hábito, junto con Pedro; y Pablo se quedó en la Casa en hábito de Acólito, y a veces le mandaba servir en las misas y en la sacristía.

Juan Mussesti se llamó Juan de Santa María Magdalena, Pedro se llamó H. Pedro de la Anunciación; y los dos recibieron el hábito para Clérigos.

Dejaremos al P. Juan y a Pablo, y escribiremos algo de las buenísimas costumbres del P. Pedro [Mussesti] de la Anunciación.

529.- Pedro nació en un castillo cerca de Brescia, que está bajo el dominio véneto. Su padre se llamaba Juan Mussesti, y la madre no sé, por ahora, cómo se llamaba. Ambos eran personas muy dadas a las obras pías y a los ejercicios santos.

Tuvieron dos hijos, por lo que sabemos; el primero llamado Pedro, y el otro Pablo. El padre y sus dos hijos recibieron el hábito de nuestra Orden, aunque Pablo, que era el menor, lo dejó, para poder ser el heredero de los bienes paternos.

De unos padres tan buenos nació, pues, nuestro Pedro (sólo de él hablamos aquí). Era muy entregado a todo ejercicio de virtud que se practicara, pero, sobre todo, a la obediencia, la humildad y la castidad virginal. Aunque él mismo, como humildísimo que era, quiso cubrir, con el seguro manto de esta virtud, toda la verdad en sus discursos, pues ponía y lo contaba todo en tercera persona, sin embargo, después de su muerte he querido yo, su Confesor, descubrir muy bien todo lo él quería ocultar, y lo he manifestado, para su mayor gloria y la de Dios Nuestro Señor.

530.- Pedro, en nuestra Orden Pedro de la Anunciación, desde los primeros años manifestó ser un elegido del Señor, para su gloria; un servidor fiel imitador de los que siguen las sagradas huellas del Cordero Inmaculado, Cristo Jesús. Su mente era tan proclive a aprender los buenos consejos y las exhortaciones, que parece imposible de creer.

Cuando un día oyó que la virginidad era tan aceptada por Dios, que el Señor tiene su morada entre los vírgenes, como entre lirios, y que, por el contrario, le desagrada tanto la impureza y la proclividad hacia las cosas del sentido, le quedó tan impreso en su mente y corazón, que nunca se olvidó de ponerlo en práctica, dejando de lado y repudiando cualquier cosa carnal.

531.-Se decidió felizmente a obrar bien y decorosamente, pues enardecía, sobre todo a los hijos, el ejemplo que habían visto en sus buenos Padres, quienes, como temerosos de Dios, se retiraban de vez en cuando a un lugar de la Casa, y se entregaban con mayor exclusividad a diversos ejercicios devotos, como recitar Rosarios a la Virgen, rezar oraciones vocales y otras, de no poco fruto y ejemplo para sus hijos. Además, el padre era celoso de que ninguno faltara a aquéllos sin necesidad.

Y nuestro Pedro, más fervoroso, aunque era muy parvulito, añadía a las oraciones el ayuno, para mortificar su tierna carne, y que en el porvenir no exigiera contra del espíritu inocente y fervoroso. Cogía en la colación un trozo de pan, y se lo enseñaba a su madre, para no engañarse, diciéndole si era demasiado; a lo que la madre, riendo, respondía: -“No, hijo, cómelo todo, que no es demasiado, eso no rompe el ayuno”. Y no lo hacía esto porque estuviera obligado a ayunar, sino para poder ejercitarse en obediencia y abstinencia.

532.- De estos buenos principios, le provenía también la náusea grandísima que le producían los que hablaban de cosas poco decentes, y rehuía su conversación como a las larvas infernales. El Señor le había dado una continencia singularísima, y no podía soportar la vista de cosas indecentes, ni siquiera las apariencias.

El demonio entonces, temiendo que aquellos buenos principios fueran presagios de santidad cristiana y religiosa, le tendió muchos lazos y obstáculos, para hacerle tropezar y caer en ellos; aunque Dios lo asistió con su santa gracia, acudiendo a las buenas cualidades de nuestro Pedro, tanto en el estado de seglar, como en el Religioso.

Siendo ya un poco mayorcito, los padres quisieron dedicarlo al estudio, y se lo encomendaron a un Cura secular, Maestro de Escuela, para que se cuidara de él. Pero este Cura, bien por los negocios, o por otras cosas, con mucha frecuencia dejaba la escuela, sin que nadie le sustituyera en el oficio, algo necesario para bien de los jóvenes escolares, quienes, inclinados e inclinados hacia el mal, se entregaban libremente a picardías viciosas.

533.- Actos, a veces descarados y sin ninguna vergüenza; porque, al no tener a nadie que los reprendiera o castigara, hacían, o arreglaban entre ellos, matrimonios indecorosos y nefandos, simulando que uno era la mujer y otro el hombre o marido, como suelen decir; y, después de muchas ceremonias, terminaban en actos asquerosos y vergonzosos, retirados en lugares escondidos de la misma escuela, lo que duró por espacio de algunos meses, por no decir más.

334.- Al encontrarse en semejantes circunstancias, nuestro Pedro, incitado por el demonio, para que también él se entrometiera (roto, ilegible) solo, en medio de pruebas tan peligrosas (roto, ilegible) él mismo hubiera caído en aquellos actos deshonestos. Si el Señor no hubiera estado, además, solícito con el remedio, nuestro Pedro hubiera caído ante tal turbulencia. Pero Dios lo ayudó y lo preservó milagrosamente, porque al mostrar en su rostro no poco sonrojo de angélica modestia, ninguno de aquellos diablos escolares se atrevió a provocarlo a semejante malignidad; al contrario, más bien lo despreciaban.

Hablando para sí mismo, Pedro se decía: -“Si hago lo mismo, tengo que confesarme, y, al confesarme, el Padre no me tendrá aquella estima que primero me tenía. ¿Y, por tan poco, voy a perder mi integridad? No será cierto”. Con estas y otras reflexiones, que le inspiraba Dios Nuestro Señor en la mente, terminaba el tiempo de la escuela, y retornaba a casa ejemplar y alegre, por no haber consentido en tal desvergüenza.

Estas cosas las ha escrito él mismo sobre papel, hablando de su Juventud en el mundo. ¿Qué sería si se supiera todo? Hacia los 16 años se decidió a hacerse Religioso de las Escuelas Pías, cuando aún vivía nuestro Venerable P. Fundador.

535.- Con tantas ganas de perfección se lo pidió a nuestro Venerable Padre, y tan vehementes fueron sus plegarias, que lo aceptó entre el número de nuestros Padres. Quiso ir para clérigo, y el mismo Fundador le dio el Hábito. Pedro cambió entonces su apellido Mussesti por el de la Anunciación. Cuando Pedro se vio Religioso, abordó con mayor determinación todos aquellos santos ejercicios que se requieren en un buen Religioso, temeroso de Dios; tanto más, cuanto que tenía el ejemplo de nuestro P. Fundador, y del V. P. Pedro [Casani] de la Natividad de la Virgen, su Maestro de Novicios. De esta forma y a su debido tiempo, hizo la Profesión solemne en manos del mismo V. P. Fundador.

Igual que Pedro anhelaba siempre la mayor perfección, tampoco descuidaba ninguna práctica, aunque pareciera despreciable, que supiera ser un medio de conseguir una victoria triunfante contra su infernal enemigo, que continuamente azuzaba la carne del virginal Religioso, para que se rebelara contra el espíritu, inventando e interponiéndole artificiosos peligros, con los que precipitarlo en horrendas suciedades. Pero el Señor estuvo siempre favorable con él en la lucha.

536.- Cuando llegó el tiempo en que nuestro Venerable Padre juzgó prudente servirse de su obra y talento, envió a nuestro Pedro, aún Clérigo, a Venecia, donde, por obra del P. Melchor [Alacchi] de Todos los Santos, se había abierto Casa e Iglesia.

Pedro salió inmediatamente para Venecia, junto con su padre -el P. Juan [Mussesti] de santa María Magdalena, también de los nuestros- y su hermano Pablo, que se hizo de los nuestros en Venecia, donde, precisamente nuestro buen humanista Pedro (así lo llama EL P. Fundador, escribiendo a Venecia al P. Melchor, Superior de la Casa; y en otro lugar lo llama joven y gran siervo de Dios) abrió la escuela con grandísimo aplauso.

537.- Pedro se entregó, pues, con todo fervor a la escuela, a la que acudían muchos alumnos nobles, cuyos padres se maravillaban de la doctrina y modestia de nuestro Padre, y él se animaba más, a gloria de Dios, en el ejercicio de ella. Escribía “de proprio marte”[Notas 4] composiciones, tanto epigramas como poemas, elegías, y otras cosas semejantes, en honor del Cardenal Cornari, Patriarca de la República, o de cosas que sucedían cada día. Con lo cual, aquellos Clarísimos pudieron conocer que nuestro Instituto no andaba escaso de buenos individuos, aunque fueran Pobres en bienes temporales. Y en esto insistió él mismo, sobre todo cuando supo que nuestro P. Fundador había escrito al P. Melchor que hicieran buena demostración de talento que Dios les había dado, para que aquellos Clarísimos Señores se aficionaran al Instituto.

A pesar de todo, el P. Melchor, al ser expulsado de Venecia por envidia de algunos que no lo querían de Superior, se llevó también con él a todos los Padres, con lo que se abandonó Venecia.

538.- No recuerdo en qué casa sucedió, pero nuestro Pedro se dio del todo a la humildad, como se lee en sus escritos. Barría la Casa y las Escuelas; y, cuando hacía falta, también los servicios comunes, la vajilla de la cocina, los platos, vasos y otros enseres, tanto de los Padres como de los alumnos, lo que quiso hacer durante muchos meses, pues en aquella casa no había lugares necesarios para Padres y alumnos. Lo que sí sé es que de Venecia fue a Ancona, donde lo hacía el P. Santino [Lunardi] de San Leonardo, de Lucca.

Bien sabía Pedro que la humildad era enemiga mortal de la impureza, por lo que no dejaba de practicarla todo lo posible.

539.- Pero el demonio no podía soportarlo. Por eso buscó la ocasión de arruinarlo, haciéndole tropezar y chocar contra un infame escollo de impureza, por no decir de vicio nefasto. Sucedió esto porque nuestro Pedro tenía que tratar con un jovencito noble y de buen aspecto, al que Pedro no podía por menos de darle audiencia. La cosa comenzó primero bajo forma de familiaridad, yendo aquel joven donde él diariamente al terminar la escuela. Bien pronto descubrió el engaño del enemigo, pues se inflamó de tan mal deseo hacia dicho Pedro, que, si Dios no lo hubiera socorrido, se habría revolcado en el fango de la inmundicia.

Pedro estaba alerta, y veía muy bien que el demonio le estaba tendiendo ocasiones propicias para encadenarlo a su gusto. Pero no podía despedir al alumno, pues el Superior lo halagaba, al ser el joven una persona cualificada, quizá de los principales.

540.- ¿Qué hará, pues, nuestro Pedro? ¿Caerá en la red, o se librará de ella? A veces pensaba descubrir su tentación al Superior, para remediarlo, pero, he aquí que, enseguida, le asaltaba la vergüenza, por artimaña del mismo demonio, que le sugería no estaba bien manifestarla al Superior, pues perdería su buen concepto ante él. Finalmente se hizo fuerte, y resolvió descubrírsela. Fue donde el Superior y le manifestó su tentación, diciéndole que lo sacara de aquella Casa, o procurara cambiarlo. El Superior le aconsejaba tener paciencia y no dejarse vencer por el enemigo. Le decía también que aquella furia se le pasaría, por haberse humillado al Superior; pero que, si no cesaba, obtendría, con cautela, el cambio deseado.

541.- Entonces, nuestro Pedro, todo contento, se despidió del Superior, consolado por las cordiales palabras, sin sentirse tan molestado de cara al futuro, pensando que podía atender en aquella Casa al servicio de Dios, e incluso en aquella misma escuela. Antes de descubrir la tentación, hacía muchas penitencias, como disciplinas, oraciones, Confesiones y otras cosas buenas, y ninguno de aquellos remedios le valió tanto como humillarse al Superior, el lugarteniente de Dios.

Pero, como nuestro Pedro no era ni un San Bernardo, ni un Santo Tomás de Aquino, a quienes, con el tiempo les desapareció la tentación al pecado, adondequiera que él iba la llevaba consigo en su carne, aunque para mayor mérito y corona. Después de mucho tiempo, les pareció bien a los Superiores servirse del talento de Pedro en otra Casa, adonde él, como verdadero obediente (roto, ilegible) porque la obediencia le era indiferente.

542.- Cuando vio Dios que sus luchas comprometidas estaban superadas, y alejadas del mismo Religioso, no dejó de darle consuelos en el nuevo lugar, entre otros, no me parece pequeño aquél del que habla él mismo en los mismos escritos. Consistió en que, al ser trasladado por obediencia a otra Casa, después de haber aguantado una demora, fue a visitar el oratorio del lugar, donde estaba expuesto el Santísimo Sacramento; se puso de rodillas, y, con fervientes oraciones, más mentales que vocales, al contemplar los misterios ocultísimos e inefables de este Divinísimo Sacramento, vio con los ojos de la mente un Rayo o Destello de fuego que irradiaba de la santísima hostia, a guisa de agua cristalina, el cual, proyectándose, hirió con gran contento la mente de nuestro buen Religioso; y lo colmó de tanta suavidad y alegría del Paraíso, que poco le faltó para no licuarse por el gozo. Nuestro Pedro se mantuvo firme, y, considerando el don y el donante, no se podía mover de la tierra, pareciéndole haber llegado ya al colmo de las delicias celestiales, cual otro Pedro Apóstol, por haber visto, en el Tabor, transfigurado al Señor, hablando con Dios. “Faciamus hic tria tabernacula…”.

543.- El Compañero, cansado de estar arrodillado, ser hora de irse a Casa a hacer sus deberes, comenzó a tirar del manteo del P. Pedro y a decirle que ya era tarde, que se diera prisa. Pedro, con profunda reverencia, se levantó sin resistirse al Hermano; con ojos bajos y fijos en el consuelo recibido, se dirigió a casa. Por el camino no dijo ni una palabra, ni se giraba a ver alguna curiosidad. Al entrar en Casa, pidió la bendición al Superior, dio las gracias al Hermano, y se encerró en su celda, donde, de rodillas otra vez, dio gracias al Señor con todas sus fuerzas; toda aquella luz divina, cada vez más resplandeciente y suave, se reflejaba en su siervo. Pedro, que no se levanto de tierra hasta que no lo llamó la Campanita de la Escuelas.

544.- No por eso terminó aquella suavidad en el Siervo de Dios Padre; al contrario, se dejó sentir durante muchos días, con grandísimo contento suyo. Por eso, fortalecido, y con mayor ímpetu, confió poder luchar más fácilmente, en el futuro, con su enemigo el demonio.

545.- Esto se puede deducir de lo que sucedió en tiempo de Inocencio X, cuando, si bien tuvo libertad de poderse marchar al mundo, dado que el mismo Pontífice había desmembrado la Orden, quitando al General, a los Provinciales y a los demás Superiores, reduciéndolos a la potestad de los Ordinarios de los lugares, sin embargo, él, firmísimo en las tempestades de las persecuciones, permaneció en la misma Orden, a la que consideraba su Madre y respetaba como hijo, sin querer nunca abandonarla, a pesar de que el demonio insistía en su pensamiento, con idea de que sería mejor para él volverse al siglo; porque, quedándose en ella, tendría siempre un peligro continuo de ser tentado, teniendo que tratar con los niños.

Se horrorizó porque el demonio pudiera prepararle aún otro tropiezo, para hacerle caer, y con la mayor infamia. Le sucedió que, siendo sacerdote, y teniendo un cuidado especial de los enfermos, fue solicitado por alguno, para ejercitar esta tarea con una señora enferma, no sé si por fiebre espiritual o infernal.

546.- Acudió nuestro buen sacerdote adonde ella, y, retirándose aparte su Compañero, comenzó a exhortarla a la paciencia, a la confianza en Dios, al abandono de las cosas terrenas; a que sólo pensara en la muerte, y se encomendara al Señor, y recibiera su espíritu en paz. La mujer se mostraba siempre hipócritamente devota, pues frecuentaba la confesión, la comunión y otras cosas buenas, junto con otras buenas señoras, pero siempre como un Judas entre los Apóstoles.

Escuchaba las exhortaciones de nuestro Sacerdote, cuando, un día, acercándose el Padre para confesarla, le dijo tantas y tan afectuosas palabras, para arrastrar a su nefando querer a nuestro casto Sacerdote, que a él le pareció mil años y mil infiernos tener que aguantarla más. La despachó rápidamente, sin resistir la violencia, como en otro tiempo San Bernardino de Siena, el cual, con un buen cilicio que dio a otra infeliz señora, erradicó su lascivia del corazón, y la ganó para Cristo. Pedro, en cambio, victorioso de este otro tropiezo que le preparó el demonio, prefirió escapar, antes que intentar otra conversión.

547.- Queda, pues, demostrado el valor de nuestro Pedro, su gran humildad, insigne obediencia y celestial castidad. Aunque, si se conociera bien su devota vida (como espero se sepa con el tiempo) no bastaría un volumen entero para celebrar sus elogios.

Fue queridísimo de los Príncipes y Purpurados de la Iglesia, sobre todo del Gran Duque de Toscana, el anterior y el actual, en cuyas alabanzas hizo muchísimas composiciones, tanto en prosa como en verso. Tampoco nuestra Orden se quedó corta en tributarle honores; lo nombró Asistente General, Superior de Florencia y Pisa, y, después, Rector de la Casa principal, la de San Pantaleón de Roma, donde murió, ejerciendo su cargo, el mes de junio del año del Señor de 1668. Fue sepultado en la Capilla del Pesebre, en la misma Iglesia de San Pantaleón, en opinión de gran santidad, y llorado por todos sus hijos espirituales.

548.- Escribió y compuso, como trabajos personales: Compendio de la Vida y Hechos admirables de nuestro Venerable P. José de la Madre de Dios, Fundador. Este Compendio le fue entregado al Papa, Alejandro VII, por el P. Cosme [Chiara] de Jesús María en Castel Gandolfo, cuando los cuatro Padres Asistentes fueron a besar sus pies, al terminar el Capítulo General. El Papa regaló al Cardenal Fabio Chigi, su Nepote, este compendio, que hoy se conserva en la famosa Biblioteca, como lo puede ver D. Tomás de Juliis, quien, cuando nuestros Padres van a visitar dicha Biblioteca, enseguida les enseña el compendio de la Vida del Venerable Fundador, compuesto por el P. Pedro [Mussesti] de la Anunciación.

549.- Escribió y compuso también la Vida Grande del mismo V. P. Fundador, aunque ésta no la pudo terminar; escribió dos libros, y había comenzado el tercero, donde se puede ver que se trata del mismo V. P. Fundador y de sus milagros, con muchos ejemplos de muchos Padres y Hermanos, sobre todo de muchas cosas singulares del mismo P. Pedro de la Anunciación, que él mismo describe en tercera persona, para no descubrirse a sí mismo.

Se encontró, escrito también por el mismo P. Pedro de la Anunciación, otro caso de muchísima consideración, en el que quería hacer ver la pureza virginal del Venerable P. Fundador; también en él habla en tercera persona, según hemos dicho más arriba; yo estoy seguro de que es él mismo, y por eso lo trascribo todo completo, como lo escribe él mismo, de la siguiente manera.

Después de haber escrito las acciones maravillosas sobre la Castidad de un Hermano nuestro, llamado Juanito, muerto en la Casa de Florencia, pasa a describir otro caso, no menos admirable; se trata de un Sacerdote, que -como se dice arriba- es él mismo, sin duda.

Dice, pues, de esta manera:

550.-“Si, con ocasión de tratar de la Castidad del P. Fundador, he hecho una digresión, contando los ejemplos anteriores de la bien custodiada integridad de los buenos hijos y verdaderos imitadores de dicho Padre, me tomo ahora la libertad de alargar un poco más la digresión, añadiendo otro caso de castidad conservada en uno de nuestros sacerdotes, que, por vivir aún, no puedo nombrar. A mí me lo contó de viva voz, como cosa verdadera; no para yo lo fuera a divulgar, sino porque él tuvo siempre la confianza de manifestarme el estado de su Alma durante todo el curso de su vida.

Por otra parte, yo no encuentro razonable dejar sepultado en el silencio aquello que, al hacerlo público, puede ampliar la ocasión de glorificar a Dios en las maravillas que obra en sus Criaturas, y mostrar a los mundanos que la Castidad es cosa aconsejable en todo lugar, edad, y sexo; no menos en nuestros tiempos, que como se lee en las historias de los siglos pasados.

Notas

  1. La marina del Tíber.
  2. Nota al margen del folio: “Cuando aún no se había abierto la Casa de Palermo, y el P. Melchor se encontraba en Venecia, como se ha visto por las cartas”.
  3. Una nota al margen dice: “1658, cuando fue nombrado Asistente General, en tiempo del P. Castilla”.
  4. De forma enteramente original.