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El viaje del P. General

Antes de pasar a otro tema “serio”, el problema polaco, presentaremos el desarrollo del viaje del P. General en su visita a las Provincias Ultramontanas, magníficamente narrado por el P. Antonio del Monte, su Secretario. Recomendamos su lectura completa; aquí nos limitaremos a dar algunos datos y detalles más relevantes.

Para quienes estamos acostumbrados a viajar en nuestros días con los medios rápidos de locomoción de que disponemos, nos puede resultar instructivo conocer cómo se viajaba hace tres siglos y medio. Téngase en cuenta que a los primeros escolapios que fueron de Roma a Nikolsburg el viaje (por mar y por tierra) les costó dos meses. Mucho más rápido, después de años de experiencia, fue el viaje del P. Foci a de Roma a Viena en 1695, sólo por tierra: poco más de un mes, haciendo muy pocas veces dos noches seguidas en el mismo lugar.

Fijémonos primero en las personas de los viajeros: eran tres, el P. General (45 años de edad), su Secretario el P. Antonio del Monte (28 años) y su Compañero, el H. Francisco María Gambini (también de 28 años de edad), que había sido maestro encuadernador en el Hospicio de S. Miguel ad Ripam, hombre sencillo y fiel elegido por el P. General para ser, en cierto modo, su sirviente durante el viaje. El P. General escogió dos compañeros jóvenes y más sanos que él, pues preveía que las dificultades físicas del viaje iban a ser muchas. En efecto, el P. Antonio estuvo enfermo con fiebre durante varios días (semanas) en el viaje de ida, y el P. General también, varias veces, más adelante.

Para viajar, normalmente usaban un coche alquilado, que solía ser de cuatro caballos, y que les podía llevar en trayectos más o menos largos, según la conveniencia. En Padua se ajustaron con un cochero de Trento que conocía los caminos y las lenguas de los países a atravesar para que los llevara hasta Viena, con su coche de tres caballos, por 33 florines. Una vez en “territorio escolapio”, se ponía a disposición del P. General el coche del P. Provincial, o el de alguna casa, pues todas tenían al menos un coche y varios caballos. En ocasiones, sobre todo en terrenos montañosos (como al atravesar los Apeninos o los Alpes) las cosas se ponían difíciles, y así, por ejemplo, al final de la tercera etapa del camino hacia Florencia, como los caballos estaban ya fatigados, “El P. General mandó alquilar, a medio precio, cuatro caballos para la subida del monte en coche, lo que supuso un gasto de nueve julios. Conducidos los caballos con gran habilidad, y avanzando nosotros rápidamente en el coche, sin tener que bajarnos más que dos veces en los pasos más peligrosos, llegamos a la cumbre del monte”. En una ocasión tienen que alquilar un par de bueyes para ayudar a los caballos. Puede imaginarse la velocidad.

El cansancio de los caballos era algo a tener en cuenta. Escribe el cronista, en la etapa siguiente: “Caminando a pie gran parte del camino bajo un sol de justicia a causa del cansancio de los caballos, llegamos, no sin sudor, a Torre Nera”. Y lo mismo que hoy se pinchan las ruedas, en aquel tiempo también “se pinchaban” los caballos: “Uno de nuestros caballos perdió una herradura; pero he aquí que apareció el cochero de un coche con dos jesuitas que volvían de China, uno de los cuales llevaba una barba más larga que un capuchino, que para nosotros fue una providencia divina, y nos ofreció generosamente otra herradura, mientras estábamos buscando la que se había perdido; y, aunque era poco hábil, gracias a las instrucciones y ayuda del H. Francisco Mª, el cochero le puso la herradura”.

El hecho de ir de viaje no dispensaba a nuestros padres de sus prácticas piadosas: el coche y el albergue se convertían por un breve tiempo en capilla para la pequeña comunidad que formaban ellos tres: “Nos refugiamos en el Hostal de la Fortuna, donde tuvimos una lectura espiritual, que también, durante el día, el P. General nos había dicho que hiciéramos frecuentemente por el camino, a manera de oración matinal; lo mismo que cumplimos, religiosamente, apenas terminamos el descanso nocturno. La oración de la tarde, en cambio, un poco antes de llegar al lugar de pernoctación; a mediodía, la Corona de la Santísima Virgen María, el Oficio Divino, y la tercera parte del Rosario, según la posibilidad de lugar y tiempo, intercambiando coloquios religiosos y útiles, en cuanto cada uno podía consagrar el día entero en obsequio a Dios”. Cuando no rezaban, el P. General se dedicaba, en el coche o en el albergue, a trabajar en una Sinopsis de las Constituciones que estaba preparando y que efectivamente terminó en Polonia. “El P. General, de ordinario, se daba largas caminatas a pie; y cuando iba en el coche dedicaba el tiempo a preparar exhortaciones para los Religiosos”.

En el camino se encontraban a menudo con el inconveniente de la lluvia y el barro. Y no hay que pensar en las carreteras actuales llenas de indicadores: “Al romper el día salimos de Noale, e, inmediatamente, fuimos errando durante dos millas, con tal cantidad de lluvia, que apenas pudimos encontrar a nadie que nos indicara el camino a Treviso cuando llegábamos a cruces de caminos dobles, triples y cuádruples, ante los que nos sentíamos perdidos, al desconocer aquellas regiones. Cuando llegábamos a un cruce, y no sabíamos adonde dirigir nuestros pasos, pedíamos ayuda a la Divina Providencia, y siempre encontramos viandantes que nos indicaban nuestro camino”.

Otro inconveniente era el frío. No habían salido aún de Italia, era sólo octubre y ya lo encontraron en todo su rigor: “Por la mañana, apenas habíamos salido de Rauscedo, vimos los montes próximos cubiertos de nieve, y pródigos en frío, que de verdad, fue rabioso hasta el mediodía, de tal forma que, hasta en el coche temblábamos”. ¡Todavía les quedaba llegar a Polonia y viajar en los meses más fríos! En ocasiones, cuenta el P. Antonio, bajaban del coche e iban andando un rato para entrar en calor. Un dato sobre el frío es la anécdota contada por el P. Antonio cuando ya estaban en Varsovia, el 31 de diciembre: “Hacía tanto frío, que el vino del cáliz para la misa del P. General se congelaba, por lo cual, aunque contra su costumbre, tuvo que celebrar más rápido, para evitar esta incomodidad”.

Y no había que excluir los accidentes, a pesar de la poca velocidad: “También sufrimos algunos peligros al volcar el coche, mientras el P. General y yo dormíamos. Sin embargo, gracias a Dios, y a la intercesión de San Venancio, y los restantes abogados nuestros, guías y salvaguardia en nuestro camino, no sufrimos ningún daño”. Curiosamente fue ya casi al final del viaje, llegando a Florencia, cuando corrieron el peligro más grave: “No quiero omitir que en todo este camino, casi de un año completo, el único peligro digno de ser contado lo evitamos, gracias a Dios, un poco antes de llegar a Florencia. Y es que, al dormirse el cochero, los caballos giraron a la izquierda y la rueda de aquel lado del carro ya miraba al precipicio. El primero en advertirlo fue el P. General, y luego yo, que comenzamos a dar voces. Los caballos se detuvieron, y el cochero se despertó; con lo cual, gracias a Dios, por medio de la poderosa intercesión de la Virgen, y las súplicas de los Santos Abogados y de los Ángeles de la Guarda, nos salvamos”.

En el camino había que cruzar ríos, lo que no siempre era empresa fácil. Los puentes, de madera, solían ser muy peligrosos; los barqueros, muy vivos: “Al salir de Treviso, en la mitad del camino, pasamos el río, llamado Piave, montados en una barca cuatrirreme. Y no sin la sagacidad de los tripulantes, pues, aunque no nos exigieron nada por la primera parte del trayecto, al dejarnos ante el segundo, en una especie de isla, nos exigieron una suma no pequeña, si queríamos atravesarlo. Para el tercero, nos pidieron alguna propina. El cuarto lo cruzamos sin barca, y contratamos un guía, para hacer el trayecto más seguro”.

Al viajar se descubren cosas nuevas, que llaman la atención a los italianos: “Aquí [al llegar a los Alpes] vimos las primeras habitaciones calientes en un albergue; y, al ver una especie de torre (que llaman estufa) construida en el ángulo de la habitación, nos preguntábamos qué sería; se las ve con frecuencia entre los germanos y entre los otros ultramontanos”. La dieta también es diferente: “Por aquel tiempo, y por todas partes, se veían, por Carintia y por Estiria, huertos de coles que, ácidas y condimentadas, sirven paya hacer el “chucrut”, esto es coles al “chucrut”. Duran todo el invierno, con sus olores a vinagre y sal; están conservadas en tinajas, cortadas en lonchas; su gusto, como alimento, no es desagradable, por el sabor a vinagre, pero el olor sí lo y es mucho, por su procedencia de las coles, que hieden al corromperse, y son muy indigestas para el estómago”. En Polonia también tuvieron ocasión de hacer un notable descubrimiento: “El Excmo. Príncipe, Gran Canciller de Lituania, Radziwill, envió al P. General como regalo un alce de unos seis años. A nosotros, extranjeros italianos, se nos ofreció la posibilidad de ver, por primera vez, esta gran bestia, traída de Lituania. De la familia del caballo, el macho tiene cuernos parecidos a los ciervos, sin cola, con orejas largas, color gris itálico, cerdas largas y fuertes, pezuñas hendidas, que, según opinión del P. General, se podría disecar, por su rareza, para exportarlo a Italia”.

Observaciones etnográficas: “En Austria pudimos observar alguna diversidad en los vestidos de sus habitantes, sobre todo entre los rústicos. Las mujeres campesinas generalmente caminan con la cabeza cubierta con un pañuelo, sin que se vea ningún mechón. Se las ve cargando a la espalda un cesto, que fabrican los mismos aldeanos; las mujeres, un cesto mayor, los hombres, uno menor. Las mujeres en Austria llevan los vestidos hasta media pierna; en Carintia y Estiria, apenas más abajo de la rodilla; de tal manera que, como llevan vestidos cortos, y tienen vello, algunas veces no se las distingue de los hombres por el vestido. Su modestia es única; y el respeto a los Religiosos no es menor. Los hombres que han llegado a la virilidad, van con barba, casi barbudos”.

Observaciones económicas, en relación con las piscifactorías o piscinas desconocidas en Italia, pero muy comunes tanto en Germania como en Polonia: “A veces encontrábamos lagos con peces, y aldeas y ciudades. Conviene decir que por todas partes existe este tipo de lagos, tan abundantes, que algunos de ellos producen quince, veinte y hasta treinta mil florines cada año. En ellos se crían muchos y muy pingües peces, gracias a las aguas de aluvión de las montañas vecinas; además, su saber aumenta la riqueza. Pues si, por alguna razón, se acaban los peces en los lagos, secan los lagos; y convierten su fondo en suelo apto para sembrar trigo, centeno, o legumbres, y cultivan los sembrados, que cosechan cuando llega a la sazón. También dejan en el fondo del lago plantas y raíces de la mies; luego lo llenan con nuevas aguas, y meten de nuevo en ellos pececitos criados y alimentados en viveros, como una especie de simiente de peces. Éstos crecen rápidamente de forma maravillosa, en uno o dos años, para preparar una nueva pesca, y llevan vivos los peces a las ciudades próximas en cubos con agua, colocados sobre carros, para la venta. En Germania se considera perjudicial comer o vender peces muertos. Los viveros se desaguan fácilmente; tienen también diques de tierra colocados entre pequeñas llanuras y montes; y, en las presas ramas sujetas, en forma de redes, para vaciar el agua, y manteniendo los peces. Estas aguas se pueden vaciar, para regar los valles cercanos. Estos viveros no son naturales, sino artificiales; son construidos para capricho de los Magnates de los lugares. De aquí proviene que en Germania sea admirable la cantidad de peces por todas partes”.

A los viajeros les impresiona especialmente la miseria de la gente de los Alpes (en territorio véneto): “Como nos salían al paso bandas de pobres, les ayudaba a menudo; por eso, la bolsita especial que el P. General había preparado para los pobres se quedó vacía. Ciertamente entre aquellas montañas se veían enormes miserias. Por todas partes, caseríos sin apenas tierra ni árboles; apenas tienen tierra para cultivar nabos, que comen en lugar de pan. Parecían anacoretas, que salían de sus antros, y corrían para recibir alguna moneda; tal era la demacración de los rostros y de los vestidos que llevaban. Al pasar veíamos muchos gibosos, mudos, ciegos, escrofulosos; se cree que estas enfermedades se contraen por el rigor de los aires y con la bebida de las aguas ferrosas y gélidas”. La misma pobreza la encuentran al cruzar la frontera austriaca: “Pero, ¡oh dolor! Hay por doquiera mudos, carrasposos, gibosos, con todos los miembros torcidos, dementes, hombres inválidos para todo. Los habitantes de estos lugares lo atribuyen a que beben aguas residuales de las minas de hierro, pues el vino lo prohíben, tanto la región, como la pobreza”.

Los viajeros vieron también cómo se construían nuestras casas. Concretamente, en Kremsier “Pudo ver una gran cantidad de hombres y mujeres que ayudaban en la construcción del edificio, y le contaron cuán grande era la cantidad de personal rústico de servicio en Germania; pues durante tres días a la semana están obligados a trabajar gratis para sus Señores, según su voluntad. Así eran los que trabajaban en nuestro edificio, venidos de las aldeas episcopales”.

El paisaje que atraviesan es hermoso, pero no todo era hermoso de ver: ya cerca de Viena, “No lejos de aquella ciudad imperial, hacia la derecha, vimos un patíbulo cuadrangular, del que colgaban muchos condenados a muerte, por crímenes; y, a la izquierda, un suplicio de ruedas, del que, igualmente, pendían cadáveres, ajusticiados, para provocar terror a los viandantes”.

Por otra parte, a veces descubren señales de un ecumenismo que probablemente no podían imaginar en Roma: “En estas regiones están mezclados los católicos con los luteranos, que, a veces van a las iglesias de los católicos, y toleran sus imágenes; crean obligaciones de misas o fundaciones y recitan del Oficio de la Virgen María. Más aún; a veces llaman a los sacerdotes católicos, para que celebren dichas obligaciones”.

Al llegar a Polonia descubren nuevos rituales de cortesía…y que hay que tener un buen estómago para resistir el alcohol: “La forma o rito de invitación de los polacos en los convites es que, al principio, el Señor que invita, brinda por el invitado principal. Después, cuando todos los convidados han bebido la primera cerveza, y nunca saludan con ella, ni la ofrecen, con un vaso de vino, el Señor afirma que bebe a la salud del invitado. Cuando lo ha bebido, enseguida ordena llenar el mismo vaso, y se lo entrega al invitado principal, bien ofreciéndoselo con la mano derecha por el pie de cristal, o sobre un platito. Y no es de buena educación si aquel a quien se brinda deja el vino en la mano del que se lo ofrece. Luego que el invitado recibe el vaso, tras una brevísima acción de gracias y una inclinación, pone sobre la mesa el vaso; a continuación lo acerca a los labios y lo cata. Y, si esperar mucho, directamente saluda al que le ha invitado, y bebe. Por fin, libremente, se lo ofrecen unos a otros, brindando mutuamente, uno a la salud de otro, presentándole el vaso lleno, como se ha dicho; y nadie bebe sin que se lo ofrezcan. Con lo cual en las invitaciones polacas se produce un proceso al infinito, a no ser que alguno corte con tanta generosidad, evitando la inoportunidad. Esto, entre los Nobles, se hace de una manera discreta; y más discreta entre los Prelados, sobre todo con los italianos. Así que, en los convites, hay que tener cuidado de los hombres mediocres. Al final del todo, se suele brindar por el Rey, de pie, como se debe estar cuando se hace el ofrecimiento a los invitados principales; por lo menos al comenzar a brindar, para luego terminar sentados”.

El viaje les pone al corriente de los tópicos de todos los tiempos: “En todas partes se usan tópicos al hablar; en Polonia hay cuatro más comunes: el puente polaco, la fidelidad húngara, y el ayuno germano, a los cuales los polacos añaden un cuarto, inmerecido, que es la devoción italiana. El Puente polaco es pésimo; la fidelidad húngara, inconstante; el ayuno alemán, demasiado relajado, y la devoción itálica la consideran exigua, y que dura poco”.

Al llegar a Polonia descubren que las comodidades para los viajeros son mínimas. Resulta muy difícil encontrar comida (se la tenían que procurar ellos mismos antes de salir de viaje, para toda la duración del mismo); “los albergues, de ordinario, son establos. Y las tabernas, son los hebreos quienes las administran”. “La región está muy escasa de leña en estos lugares, que distan mucho de los montes; la habitación caliente la caldean con heno y paja, lo que en un diciembre polaco, a un italiano le parece insuficiente. Los alimentos casi no los pueden aderezar, por falta de leña”. “El P. General, que esta noche tenía mucha sed, no pudo conseguir nada de agua, por lo que tomó cerveza, y así concilió el sueño”.

En los albergues pasan muchas noches malas: “Transcurrida penosamente la noche en el albergue, entre la turba, los gritos y las disputas de los campesinos y de los huéspedes indiscretos, a la aurora fuimos a celebrar en la Iglesia más próxima”. “Hay albergues más dignos, con tablas en el pavimento; los más míseros, que son muchísimos, tienen el suelo desnudo, sobre el que duermen sobre paja, o heno, o rastrojos. Si uno no lleva mantas, en los albergues no las ponen”. “Así que nos vimos obligados a hospedarnos en el angosto albergue de dicho pueblo, donde se habían juntado tantos viajeros, que, en su estrecho espacio, dormían casi treinta personas; unas sentadas, otras recostadas. Y, apenas se pudo conseguir, a base de pedirlo repetidas veces, que los seglares se moderaran en el hablar y se comportasen bien. Nos ofrecieron paja húmeda y hedionda. Tras pedirla, nos trajeron también seca, pero había tan poca que el P. General evitó usarla, para que a los demás no les faltara; por una noche, se conformó sólo con lo que llevaba. El P. Miguel durmió en el carro”. “Había una gran dificultad para poder encontrar hospedaje. Al final lo encontramos, pero tan desangelado, maloliente y frío, que los mismos Padres polacos prefirieron dormir en un establo, sobre los carros, antes que en el albergue”. “Para encontrar una posada, cuando ya era de noche, tuvimos que dar muchas vueltas; hasta que, finalmente, fuimos recibidos por un campesino, y colocados entre caballos, aurigas y carros. Aquello era todo al mismo tiempo: vivienda, establo y taller; de todo un poco, por así decir. Y, además de todas estas estrecheces, acogía a seis terneros, a seis de los nuestros, a toda la familia del campesino, y a otros viajeros. Tomamos una cena ligera, como de costumbre, sobre heno extendido en el suelo, y no estaba tan mal. Y como los huéspedes eran de sexos distintos, se hizo una tienda con vestidos y colgaduras bajo la cual se metieron el P. General y los compañeros; los demás se tendieron alrededor de sus cosillas para dormir. Así que se convirtió en una sala tripartita, para nosotros, para las mujeres, y para los becerros”.

Un último ejemplo: “En algunos albergues, se encuentran bandas de borrachos, sobre todo rústicos, con quienes los viajeros tienen que andar con mucha cautela en ese tiempo. Para no ser molestados, pues la fuerza de Baco actúa movida por la cerveza, es preferible meterse por la noche en algún tugurio ordinario, en vez de ir a una posada, entre los delirios de los bebedores. Además, estos mesones públicos constan, a lo más, de un salón, y los que pasan la noche en ellos, o tienen que soportar los peligros de los que se tambalean, o pasar la noche sin dormir”. Sin duda los viajeros echaban de menos la relativa comodidad de los albergues italianos o austriacos.

A los viajeros les impresiona la piedad de los polacos: durante la misa, “cuando el celebrante llega al momento de la Consagración, todos a una caen de rodillas; a las genuflexiones del sacerdote, unos besan el suelo, otros se echan por tierra, otros se golpean la frente, los ojos, la nariz, los oídos, la boca, las manos y el pecho; y alzan también la voz, recitando oraciones polacas. Finalmente, se observa mucha devoción por todas partes entre la gente”.

Naturalmente, las muchas penalidades del viaje quedan compensadas con el gozo de llegar a cada casa donde los hermanos les hacen una acogida lo más honrosa posible, y les tratan con todo cariño. Y no es que la estancia en las casas sea tiempo de descanso, pues tienen que realizar la visita, y tienen que enfrentarse a problemas a veces muy complejos, pero siempre se está mejor en casa que viajando. Cuando llegan a Nikolsburg, la primera casa escolapia, después de mes y medio de duro viaje, “el P. General tenía la intención de que, durante algunos días, nos tomáramos algún descanso después de las ingentes incomodidades del viaje de los días pasados, y allí ir conociendo poco a poco no sólo las aptitudes de los nuestros, sino, en cuanto fuera posible, la disciplina regular y la actividad del Instituto. Pero, al llegar cartas de Italia y de Polonia, que le hablaban de los polacos que se oponían, incluso con apoyos de fuera de casa, al nombramiento del nuevo Provincial, el P. Juan [Mudran] de Jesús María, lo cual había sido el principal motivo de la iniciación de la presente Visita a las Provincias ultramontanas, el P. General, ante semejante escándalo, inaudito desde la fundación de la Orden, dejó de lado su descanso y el de sus compañeros, y además el Secretario había recuperado la prístina salud después de la ictericia, y determinó salir inmediatamente para Polonia”.

Daremos algunos datos numéricos en relación con el viaje, dividiéndolo en etapas, y calculando, aproximadamente, los Km. recorridos.

  • Primera etapa: Roma – frontera con Austria; 22 septiembre – 13 octubre; 16 días de viaje y 7 de reposo-visitas en ciudades. Unos 800 Km.
  • Segunda etapa: frontera con Italia – Viena; 14 – 24 octubre; 11 etapas; 400 Km.
  • Tercera etapa: Viena – frontera polaca; 24 octubre – 18 noviembre; 10 días en Viena; 8 días de viaje; 8 días en casas escolapias; 400 Km.
  • Cuarta etapa: frontera morava – Varsovia; 19 noviembre – 8 diciembre; 11 días de viaje; 11 días en Cracovia; 500 Km.
  • En Varsovia se queda desde el 8 de diciembre de 1695 hasta el 8 de febrero de 1696. Dos meses completos.
  • Quinta etapa: Varsovia – Podolín; 8 febrero – 2 abril; 11 días de viaje, más visita a tres casas: Gora (14 días); Radom (5 días); Rzeszów (25 días); 500 Km.
  • Sexta etapa: Hungría; 2 abril – 4 junio; 7 días de viaje, y los demás visitando las casas: Podolín (39 días: es Semana Santa; está enfermo el P. General); Brezno (9 días); Prievidza (8 días); San Jorge (6 días); 350 Km.
  • Séptima etapa: San Jorge – Viena; 4 junio – 8 agosto; 13 días de viaje; visita a las casas escolapias: Nikolsburg (15 días); Straznice (5 días); Kremsier (9 días); Lipnik (7 días); Horn (8 días), en Viena se queda 8 días. 500 Km.
  • Octava etapa: Viena – frontera italiana; 8 – 18 agosto; 10 días de marcha; 400 Km.
  • Novena etapa: Frontera austriaca – Roma; 18 agosto – 6 octubre; 18 días de viaje; se detiene en Florencia (25 días); 850 Km.

En total el viaje duró 380 días, de los que estuvieron viajando 108. Recorrieron unos 4.700 Km.

Notas