GinerMaestro/Cap17/03

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17.03. Carisma y espiritualidad peculiar

Por lo que acabamos de ver, es evidente que para Calasanz su obra hundía sus raíces en el Evangelio. Y esto era algo más que un matiz sacralizante de su ministerio. 'La riqueza del Evangelio… hace posible la existencia de diversos estilos de vida dentro de la espiritualidad cristiana… Es el mismo Evangelio el que desde ángulos diferentes puede ganar el corazón de los hombres… Ahí está comprendido cada uno de los fundadores y, por tanto, José de Calasanz. De por sí, ¿qué es un fundador? Un hombre que ha sabido leer de una manera determinada el Evangelio, que ha sabido descubrir una forma diferente de encarnar el rostro de Jesús para los hombres de acuerdo con las necesidades del tiempo en que se ha encontrado. Es una persona carismática en quien bulle de una forma privilegiada el Espíritu'.<ref group='Notas'>M. A. ASIAIN, ‘Espiritualidad de la Orden, en Escuelas Pías. Ser e Historia’, p.355.</ref>

Esa lectura determinada del Evangelio es la que caracteriza la obra de un fundador. 'Quien indaga en la vida religiosa y trata de llegar a su realidad primaria se encuentra con el seguimiento de Jesús… El seguimiento del Maestro constituye, por tanto, la sustancia de la vida religiosa'.<ref group='Notas'>ID., ‘La experiencia religiosa de Calasanz’, p.43.</ref> Pero ese seguimiento del Señor, común a toda vida consagrada, adquiere su peculiaridad en la diferente manera de leer el Evangelio o de encarnar alguna de las múltiples facetas con que se presenta Jesús en el Evangelio. Más exactamente, tratándose de un fenómeno sobrenatural para el que se requiere una inspiración especial del Espíritu Santo, no es el fundador simplemente quien leyendo el Evangelio concibe la nueva idea de su obra, sino que es Dios mismo quien se la inspira. Y en eso consiste el ‘carisma fundacional’: “es el llamamiento que Dios hace a cada uno [de los fundadores] para un determinado servicio en la comunidad y que le hace apto para dicho servicio”<ref group='Notas'>H. KÜNG, ‘La estructura carismática de la Iglesia’: Concilium 4 (1965) 62-63.</ref> En otras palabras, el “carisma de fundación” brota, por impulso o invitación del Espíritu, “de la constatación de una necesidad a la que se debe hacer frente o del descubrimiento de un vacío que nadie se ha preocupado de llenar.<ref group='Notas'>J. M. R. TILLARD, ‘El dinamismo de las fundaciones’: Vida Religiosa 52 (1982) 166.</ref>

En páginas anteriores hemos constatado la angustiosa preocupación de Calasanz por encontrar a quienes se comprometieran a instruir y educar gratuitamente a los niños pobres desde las primeras letras, pero todos sus intentos fracasaron. Y finalmente se decidió a 'llenar ese vacío' por sí mismo. También tuvo que teorizar sobre la singularidad y novedad de su institución, insistiendo en que “su carisma” era totalmente diferente de todos los demás, para conseguir un puesto entre las diversas Ordenes religiosas. Y lo consiguió.

Su carisma, pues, quedaba claramente especificado en su propia y definitiva dedicación -como persona y como Orden- a la instrucción y educación cristiana de toda clase de niños, pero principalmente los pobres, mediante la escuela gratuita desde las primeras letras.<ref group='Notas'>Cf. ‘Declarationes et Decreta Cap. Gen. Spec.’, IV: Declaratio de Charismate Calasanctiano, p.22-78; M. A. ASIAIN, ‘El carisma de José de Calasanz’: AnCal 50 (1983) 419-483; S. GUINER, ‘El carisma de San José de Calasanz según los testigos del Proceso de Beatificación’: AnCal 39 (1978) 183-212.</ref> Por primera vez en la Historia de la Iglesia nacía una Orden dedicada a ese servicio o ministerio específico, avalado además con un cuarto voto. Para atender a ese ministerio quiso el Fundador que los miembros de su institución fueran a la vez maestros, religiosos y sacerdotes. Pero sólo después de muchos años de experiencias llegó a esa conclusión. En un principio se preocupó sólo de encontrar 'maestros', y aceptó a sacerdotes y seglares. En un segundo período, o sea, desde la creación de la Congregación Paulina, prescinde de los seglares y exige que sean religiosos. Las escuelas son atendidas efectivamente por sus religiosos, tanto sacerdotes como legos. El hecho de que su Orden perteneciera al grupo de Clérigos Regulares exigía que la mayor parte de sus miembros fueran sacerdotes. Y es innegable, por otra parte, la trascendencia que daba a la labor sacerdotal en la concepción pedagógico-educativa de sus escuelas, particularmente en algunos niveles. Pero, no obstante las contrariedades y tribulaciones que se originaron por la presencia de Hermanos en la labor escolar, nunca desistió de su idea de mantenerles en el ministerio de la enseñanza, a pesar de tendencias extremistas que pretendían excluirles. Más todavía, no fue tampoco rígido en mantener cerradas las puertas de sus escuelas a maestros no religiosos, pues siempre hubo en ellas algún seglar, como Sarafellini, o algún sacerdote o clérigo que no pertenecía ala Orden, como Andrés Bayano y Gaspar Dragonetti.<ref group='Notas'>Véase desarrollada la evolución de estos elementos constitutivos de la vocación escolapia en nuestro escrito: ‘La vocación escolapia, en Escuelas Pías. Ser e Historia’, p.301-335.</ref>

El aspecto religioso-espiritual de las Escuelas Pías, que estamos examinando en este apartado, quedará definido por los matices que se desprenden de los elementos constitutivos de su propio ministerio específico y de los caracteres de la vocación de sus miembros. Y es obvio que muchos de esos matices son comunes a todas las Ordenes y Congregaciones, como son los que brotan de los votos, del concepto de consagración y de todos aquellos aspectos esenciales o prácticas tradicionales en toda vida religiosa. Incluso hay elementos propios de toda espiritualidad cristiana que no pueden faltar, por consiguiente, en la piedad de los claustros.

En consecuencia, no parece adecuado que pueda caracterizarse la espiritualidad de Calas anz y de su Orden con notas tan comunes y universales en toda la piedad cristiana como la f'e, la esperanza, Ia caridad, la devoción trinitaria, cristocéntrica y -de modo especial- la mariana; como tampoco puede diferenciarse de otros Institutos por la observancia de los votos de pobreza, castidad y obediencia, o por la práctica de la oración o el espíritu de servicio a la Iglesia. Todas estas notas, así como las referencias al sacerdocio y algunas más, son elementos que no pueden faltar en la configuración de la espiritualidad calasancia.<ref group='Notas'>Cf. ‘Declaratio de spiritualitate calasanctiana, en Declarationes et Decreta…’, n.334-358; M. A. ASIAIN, ‘La espiritualidad de San José de Calasanz’: AnCal 50 (1983) 485-544.</ref> Sin embargo, no pueden buscarse características fuera de ese marco de virtudes, prácticas y actitudes de la piedad cristiana y religiosa.Y serán los matices especiales de alguno de esos elementos los que distingan la espiritualidad específica de las Escuelas Pías y de su Fundador.

Esos matices surgen precisamente del ministerio propio por el que la Orden se distingue de las demás: 'ese ministerio constituye el propio apostolado y el medio peculiar de santificación y también el fin específico por el que toda su espiritualidad se configura y se nutre, se determina y se desarrolla maravillosamente'.<ref group='Notas'>‘Declaratio de spiritualitate calasanctiana’, n.353. No hay, por ejemplo, Instituto religioso que no se gloríe de su profunda piedad mariana. Por ello, no puede ser nota determinante de ninguno en particular, sino común a todos. Cabe, sin embargó, fijarse en matices. Es indudable la preferencia de Calasanz por el título de 'Madre de Dios', que además de las resonancias de su lengua materna y de su infancia (Mare de Deu), podría adivinarse como el más adecuado a su Instituto por ser el concepto de ‘maternidad’ el más apropiado a los niños. Igualmente, en la ‘Corona de las doce estrellas’ se alaba al Hijo de Dios 'que quiso ser educado por ella en su infancia'. No obstante no hay ninguna otra referencia explícita ni de Calasanz ni de su posteridad a esta preciosa prerrogativa mariana de María ‘Maestra o Educadora del Hijo de Dios’, tan sugestiva para las Escuelas Piás, que sepamos, hasta el Capítulo General Especial (1967-69), que la llama 'omnium Matrem et Magistram' (‘Declaratio de spiritualitate calasanctiana’, en ‘Declarationes et Decreta’, n.349), título que ha quedado todavía hoy como preciosa perla escondida.</ref> Y he aquí unos párrafos elocuentes de un memorial de 1644, en que de modo espontáneo se nos brinda algo de lo que venimos buscando:

… nuestra Religión está fundada con suma pobreza y con suma humildad en proporción al Instituto y obra que hace de enseñar a los niños pequeños pobres y pobrísimos, los cuales tienen más que los otros necesidad de quienes les partan el pan y les enseñen los primeros elementos… Y este bajo ejercicio de humildad de enseñar a los pobres, ajeno a los demás religiosos, no se podrá conservar entre nosotros, sí no hubiere suma pobreza'.<ref group='Notas'>RegCal 14, 64.</ref>

Calasanz es un verdadero enamorado de ‘la pobreza’. Bastaría recordar sus visiones de ‘Madonna Povertà’ a finales del siglo, cuando rezumaba su vida los fervores franciscanos en Asís o en la Cofradía de las Llagas de San Francisco. El capítulo sobre la pobreza en sus Constituciones empieza con este párrafo emotivo: 'La venerable pobreza, madre de la preciosa humildad y de las demás virtudes, debe ser amada por los religiosos como la más firme defensa de la Orden…'.<ref group='Notas'>CC, n.137.</ref> Pero además del franciscanismo que manifiesta en esta predilección por la pobreza, hay que ver en ella sobre todo su directa relación con el propio ministerio, como recuerda la Declaración Oficial de la Orden, que hemos citado: “Abrazó con alegría la suma pobreza para que los niños más pobres pudieran frecuentar sin rubor sus escuelas”.<ref group='Notas'>‘Declaratio…’, n.355. Cf. M. A. ASIAIN, ‘La experiencia religiosa de Calasanz’, P.63-90.</ref>

Apenas si habrá una virtud o actitud en la que tanto insista Calasanz, hasta la saciedad, como ‘la humildad’.<ref group='Notas'>Véase una larguísima serie de citas de sus cartas en D. CUEVA, ‘Calasanz. Mensaje espiritual y pedagógico’, n.1005-1058; A. M. ASIAIN, ‘La humildad en los escritos de Calasanz’: PanEs 53 (1975) 115-121.</ref> Y ello porque, del mismo modo que la suma pobreza, viene exigida por el propio ministerio. Hoy día no supone humillación ni exige humildad el oficio de maestros de escuelas populares, pero otra cosa era en tiempo de Calasanz, particularmente por su preferencia por los niños pobres. El gran pedagogo Cardenal Silvio Antoniano, que visitó con Baronio las escuelas de Calasanz, escribía en 1584, mucho antes de esa visita, que los maestros de las escuelas municipales de Roma eran con harta frecuencia 'personas vagabundas e inestables… habiendo resultado por ello, aunque sin razón, ejercicio vil y despreciable el enseñar a los niños', de modo que “dos hombres honrados y los ciudadanos ancianos tenían a menos el enseñar”.<ref group='Notas'>SILVIO ANTONIANO, ‘Tre libri dell'educatíone chrístiana dei figliuoli’ (Verona 1584) lib. III, c.28 y c.29. Y J. L. Vives, el gran humanista valenciano, escribía a Erasmo: 'Me tenet tantum scholarum taedium ut quidvis facturus sim citius quam ad has redire sordes et inter pueros versari' (ALLEN, ‘Opus epist. Des. Erasmi’, V, 113). San Ignacio de Loyola escribe a Felipe II por medio del P. Ribadeneyra: 'Tutto il bene delle Cristianità e di tutto il mondo dipende dalla buona istituzione della gioventù, la quale essendo nei primi anni molle come cera-, si lascia più facilmente modellare… (perció) la Compagnia… si ‘è abbassata’ a prendere questa-parte di minor gloria ma non di minore utilità dell'istituzione de'ragazzi e dei fanciulli…' (MI, Epp X, 705s) (A. PIGNATELLI, ‘Il CollegIo della Compagnia di Gesü e I'educazione in esso incentrata, én Esperienze di pedagogía cristiana nella Storia’, vol. I: Sec. IV-XVII, Las [Roma 1981] p.106). Y nótese que los Colegios de jesuitas ni eran para los pobres (aunque eran gratuitos) ni eran fara la enseñanza primaria.</ref> Y Calasanz lo reconoce y por ello exige humildad: “que aprendan a humillarse cuanto puedan interiormente a fin que sean aptos para una tarea tan alta como es el enseñar a los niños y que al mundo, nuestro enemigo, parece tan baja y vil…”; “espero que no falte en nuestra Religión quien tenga por gran beneficio humillarse, no sólo a enseñar caligrafía o aritmética, sino incluso a enseñar a leer a los pequeñines…”; “estamos obligados a dar mejor ejemplo que los demás religiosos, sea porque somos los últimos aprobados, sea porque tenemos el ministerio más bajo de todos y por consiguiente de mayor humildad que los otros”.<ref group='Notas'>C.1160, 4276, 678.</ref>

Quizá la expresión más clara de lo que significa el propio ministerio, como fuente de profunda espiritualidad, sea este párrafo, escrito en su castellano italianizado:

A mí me desplaze mucho que V. R. tenga tantos dessasosiegos y turbaciones como me significa por su última carta los quales no proceden de humildad, que si la tuviera conosciera que la strada [camino] o vía más breve y más fácil para ser essaltado al-propio conoscimento y desde a los attributos de la misericordia, prudencia e infinita patiencia y bondad de Dios es el abaxarse dar luz a los niños y en particular a los que son como desamparados de todos, que por ser officio a los ojos del mundo tan baxo y vil, pocos quieren abaxarse a él..'.<ref group='Notas'>C.1236. En un memorial de 1644 se lee: 'Quam sit inglorium apud homines, quam vile et abjectum prima litterarum elementa puéros docere eosque pei vias civitatis publice circumducere et, ut uno verbo dicam, obscuri cuiusdam, sordidique pedagoguli vices implere… Denique in eo nihil gloriosum, nihil magnum, nihil eorum qui suscepere honoris… cuncta plena periculis, distractionibus, laboribus immensis, abiectione et, pene dixerim, ignominis et opprobio' (PosCas, p.I265).</ref>

Hubo incluso alguien -Jano Nicio Eritreo (1577-1647), famoso humanista romano de la época- que llegó a calificar las Escuelas Pías de Roma como una especie de ‘cloaca’, pues a ella confluían las heces, lo más bajo y despreciable de los niños de la Urbe para aprender letras.<ref group='Notas'>Hablando del humanista Bayano, escribe que 'postremo vitae suae tempore hanc eandem Grammaticae artem professus est apud eos, ad quos puerorum Urbis faex atque quisquiliae, tamquam in cloacam aliquam confluunt, ut literulis imbuantur' (I N. ERYTHRAEUS, ‘Pinacotheca imaginum illustrium virorum’, I, n.144). Cit. en EC IV, p.1808.</ref> ¡Qué lejos estaban todos estos dicterios contra las escuelas de los pobres del pueblo de aquella sonora catarata de elogios que había fluido de la pluma de Calasanz en su Memorial al cardenal Tonti! Hay que reconocer, sin embargo, que toda aquella letanía de superlativos elogiosos no quitaban un ápice a la cruda realidad: ¡era una tarea humillante!

Para tratar con niños ‘pobres, pobrísimos’, hacía falta suma pobreza y suma humildad. Pero para tratar simplemente con ‘niños’ pobres o ricos, nobles o plebeyos, hacía falta también ‘suma sencillez’. Y es también una de las virtudes en que insiste mucho Calasanz para sus religiosos: 'Oh, cuánto me gustaría que todos los nuestros caminasen con una santa sencillez…', escribía a un Maestro de novicios.<ref group='Notas'>C.1392.</ref> Y más explícito y con resonancias evangélicas muy apropiadas, escribía en otra ocasión:

Y quien llegue a esta práctica de considerarse como un pequeñito de dos años que sin-guía se cae muchas veces, desconfiará siempre de sí mismo e invocará siempre la ayuda de Dios. Y esto quiere decir aquella sentencia, tan poco entendida y aún menos practicada: “si no os hacéis como este niño, no entraréis en el reino de los cielos' (Mt 18, 3); aprenda esta práctica y procure llegar a esta gran sencillez, pues entonces encontraréis la verdad de aquella sentencia que dice: “la conversación suya [del Señor] es con los sencillos”“ (Prov 3,32).<ref group='Notas'>C.912.</ref>

Y él sabía mucho de esas palabras interiores del Señor: 'Yo conozco a una persona -dijo de sí mismo en anónimo, como San Pablo-, que con una sola palabra que Dios le dijo al corazón sufrió con gran alegría durante quince años las grandes tribulaciones que le vinieron'.<ref group='Notas'>Cf. BERRO I, p.79.</ref>

La humildad y la sencillez son, al fin y al cabo, un modo peculiar de imitar al Divino Maestro, que en pocas ocasiones se pone a sí mismo expresamente como modelo que imitar, cuando dijo: 'Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón' (Mt 11,29). “Que el camino interior de José [Calasanz] fue un imitar la sencillez de Jesús es evidente para quien se adentra un poco en su vida. Si algo resplandece como conjunto en el Fundador, es la sencillez, la humildad que aparece en su persona… Es decir, que el aspecto bajo el cual el Fundador ve al Señor es el de la humildad o sencillez”.<ref group='Notas'>M. A. ASIAIN, ‘El camino de José de Calasanz’, p.207-208.</ref> En otras palabras, (se hizo niño con los niños con gran sencillez y humildad”.<ref group='Notas'>‘Declaración sobre la espiritualidad calasancia. Notas’ (Roma 1969) p.7 y notas correspondientes.</ref> Y así quiso que fueran sus seguidores.

Junto a la humildad y sencillez inculca frecuentemente el Fundador ‘la paciencia’, en la que él mismo tanto sobresalió que mereció ser comparado justamente con Job.<ref group='Notas'>Véanse algunos de los llamados 'votos' de quienes reconocieron la heroicidad de sus virtudes en S. GINER, ‘El proceso de Beatificdción…’, p.340-341.</ref> 'Le invito -escribe- a caminar con sencillez y a procurar hacer una buena cosecha de méritos mediante una gran paciencia'; “emplee toda diligencia en ser paciente y humilde”; “no me decido a pedir al señor que le quite la tribulación, sino más bien que le dé paciencia para soportarla y amor grande para no sentirlo”; “es necesario pedir al Señor paciencia y más y más paciencia”; “procure exhortar a todos a la paciencia”.<ref group='Notas'>Cf. D. CUEVA, o.c., n.1135-1160.</ref>

Es también digna de ponerse de relieve su constante invitación a ‘la alegría’, y no podía ser menos en un hombre que envejeció entre niños. Por ello quizá se haya cometido con él una injusticia al presentarle siempre como un hombre serio, adusto, incapaz de esbozar una sonrisa de alegría. Y mal podía aconsejarla a otros si no la hubiera manifestado él con frecuencia. He aquí algunas expresiones suyas: 'Si quiere hacer algo agradable y darme un gran consuelo, procure vivir con alegría y atender con empeño a la escuela'; “continúe adelante alegremente…”; “procure vivir alegremente, que si junto a la paciencia hace acopio de alegría, hará obras muy meritorias”; “trabaje alegremente”; “permanezca alegre en el Señor y si le ocurre alguna cosa, dígamelo, que le consolaré”. Y como colofón, léase este espléndido párrafo, expresamente relacionado con el servicio a los pobres y con las promesas de la palabra de Dios:

No admita pensamientos melancólicos, que suelen apretar el corazón y turbar la mente, sino piense en cosas que le puedan causar alegría por ejemplo, el premio que tiene Dios aparejado para los que ayudan a los pobres, principalmente en las cosas espirituales y santo temor de Dios, habiendo dicho el Sabio “los que enseñan a muchos brillarán como estrellas por toda la eternidad' (Dan 12,3). Se debe hacer, pues, este ejercicio con alegría, como nos exhorta S. Pablo: “Dios ama al que da con alegría”“ (2 Cor 9,7).<ref group='Notas'>Ib., n.1172-1185.</ref>

Parece, pues, indudable que entre las virtudes que quiso inculcar Calasanz a sus religiosos, como necesarias y más exigidas por su propio ministerio, sobresalen estas cinco: pobreza, humildad, sencillez, paciencia y alegría.

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