GinerMaestro/Cap20/05

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20.05. Enfermedades y curaciones

A pesar de su larguísima vida, no se puede decir que la salud del P. José de Calasanz fuera de hierro. Tres fueron las dolencias crónicas que arrastró por muchos años: la de sus piernas desde la famosa caída en Palacio Vestri, al arreglar la campana del patio;<ref group='Notas'>Cf. ib., ;p.77, n.13. </ref> la de hernia, desde 1623,<ref group='Notas'>Con fecha 7 de septiembre de 1624 escribe al P. Cananea: 'Io in sin dell’anno passato ero crepato di unà parte et da pochi giorni in qua di tutte due> (c.247). El 26 de diciembre de 1620 escribe al P. García: 'Per ritrovarmi un poco indisposto della e ho fatto scrivere frel Gio.> (c.568). </ref> y la de hígado, al menos desde 1626.<ref group='Notas'>El 14 de febrero de 1626 dice: 'sono nove di che sto in letto per occasione di una riscaldatione di fegato'; (c.392) y el 19 de febrero de 1626: 'Io non ho cominciato ancora ad uscire di casa . (c.396) Que este mal era ya viejo lo prueba el P. Ottonelti al escribir el 12 de febrero de 1626: 'il nostro Padre sta bene e non ha bisogno d’altro che di riposo e di rinfrescamento per ‘il solito’ suo calore di fegato. (EC IV, p. 198.. El 25 de julio de 1630 escribe el Santo: 'per non causarmi col peso e caldo la riscaldatione del fegato, come altri anni mi ha successo et sono stato infermo'. (c.1446). Para refresca esos ardores usaba unas placas de sal de montaña que aplicaba sobre el cuerpo, cinco de las cuales aún se conservan entre sus objetos personales, como también se ha conservado perfectamente su hígado, junto con el bazo, el corazón y la lengua, todos en precioso relicario. Es curioso que, entre otros, también sufrieron de mal de hígado y mal de piernas los Santos Fundadores lgnacio de Loyola y Camilo de Lellis (cf. R. GARCÍA VILLOSLADA, ‘San lgnacio de Loyola, BAC, p.369; A. PRONZATO, o.c., p.302). </ref>

Además de estas dolencias crónicas sufrió también otras enfermedades, más o menos diagnosticables, que le llevaron más de una vez al borde del sepulcro, con la natural consternación de sus religiosos, que a pesar de su avanzadísima edad -y quizá por ello mismo-estaban ya hechos a la idea de que no moriría nunca. Dos de esos momentos críticos ocurrieron uno antes y otro después de su viaje a Nápoles. De los dos nos habla con muchos detalles el P. Berro como testigo presencial. Veamos lo que escribe del primero:

Una vez entre otras, en 1626, en el mes de abril, si mal no recuerdo, habiendo ido a mendigar, llovió y se mojó particularmente los pies, y el que le acompañaba, pensando con sencillez hacerle un favor, le llenó las alforjas de pan para que se volviera a casa. Siendo yo portero y estando en la portería, vi llegar, a nuestro ‘Santo Viejo’<ref group='Notas'>Desde bastantes años antes de su muerte era ya común entre los escolapios llamar a su Fundador con cariño y veneración el ‘Santo Viejo’, corno lo llama aqut Berro, o expresiones similares. Vpanse algunos ejemplos: el P. Cipolletta al P. Cantalucci en carta del 17 de diciembre de 1647: ' concessomi dal nostro santo vecchio e-fondatore' (EC II, p.969); el P. Rapallo al P. Peri, el 5 de marzo de 1644: 'il Padre Nostro buon Vecchio; (EC V, p.2216) el P. Greyssing al P. Pietrasanta: ' Ne Sanctum Senem molestia aliqua afficiant'; (Ec III, p.1604); el P. Mazzei a Pedro della Valle, el 25 de agosto de 1648: 'obiit enim optimus senex noster, communis omnium Pater'. (EC IV, p.1848. El P. Mussesti escribió una Vida de Calasanz, que quedó inédita (cf, RegCal, n.84-86). Un ejemplar fue dado al papa Alejandro VII (cf; Bibl. Vat., Mss. Chisiana, G V. 135, ff.1-51), en cuya dedicatoria llama a Calasanz 'Venerando Vecchio', 'Buon Vecchio' (cf. EHI, p.1514-1515). También a San Ignacio de Loyola le llamaban algunos 'santo viejo', como su secretario P. Polanco (cf. J. I. TELLECHEA, ‘Ignacio de Loyola solo y a pie, p.18. </ref> con rostro inflamado y sudado, y mojado por la lluvia. Le quise quitar de la espalda las alforjas, pero no quiso y siguiéndole intenté de nuevo quitárselas a mitad de la escalera, pero se negó, queriendo llevarlas hasta el comedor. Se secó los pies, dijo Misa, y al enfriarse le vino un gran dolor de cabeza. Se echó sobre su cama y fue aumentando el dolor. Se llamó a los médicos que constataron una fiebre muy aguda, que creciendo cada vez más le dejaba en letargo, por lo que los médicos ordenaron que se le hablara para no dejarle dormir. Yo mismo iba con frecuencia alargando mucho la charla para tenerle despierto, sin que nuestro Santo Viejo y amadísimo Padre mostrara cansancio por mis palabras. Comprendió él mismo que la enfermedad era gravísima y se confesó, como solía hacerlo todas las mañanas. Pidió la comunión, que le administró el P. Juan Castilla, pero antes del Confiteor tuvo un coloquio con el Señor que tenía delante con tal espíritu y ardor de fe, que nos conmovió a todos los presentes. Y aunque no me acuerdo de todo, la substancia era resta, aunque las palabras muy inferiores: Ante todo pidió perdón a S. D. M. por todas sus faltas y pecados y de no haber servido ni correspondido a tantos favores recibidos, como era su obligación. Proclamó creer todo lo que cree y confiesa la Santa Iglesia Católica Romana. Dijo que sentía en el alma no poder postrarse en tierra para recibir a S. D. M. en especie sacramental. Dijo que, aunque reconocía que sus errores y pecados eran gravísimos, y por ello era indigno de recibirle, no obstante, confiando en su bondad infinita esperaba el perdón y el paraíso. Protestó que perdonaba a todos los que le habían ofendido a él o a la Religión con el mismo afecto con que deseaba que le perdonara el Señor sus pecados. Suplicó a S. D. M, que tuviera encomendada la Obra y Religión de las Escuelas Pías, como cosa propia y de la B. Virgen María su Madre, a quien estaba dedicada, pues él la había cuidado cómo algo que S. D. M. le había encomendado para ayuda de los pobres y a su mayor gloria. Suplicó igualmente que desde el cielo confirmase la bendición que él daba a todos los presentes y ausentes, dondequiera que estuviesen, porque a todos, a todos amaba y tenía en su corazón como hijos en el Señor .<ref group='Notas'>BERRO I, p.146-147. </ref>

Una escena profundamente emocionante, aun leída después de más de trescientos sesenta años. Por fortuna no llego el temido desenlace. Quedó como espléndido ensayo general de la definitiva escena de 1648. Lentamente se repuso. Y para ser exactos, cayó en cama, no en abril, como dice Berro, sino en marzo o en febrero, si está en lo cierto Scoma al asegurar que el P. Alacchi llegó a Roma el día 28 de febrero de 1626 y 'encontró muy enfermo a nuestro P. General'.<ref group='Notas'>SCOMA I, p.1 1 1. El ataque de hígado de que habló en la carta del 14 de febrero (c.392), había pasado ya el 19 del mismo mes, en que dice que todavía no sale de casa (c.396), Luego no se trata de esta enfermedad. Pero desde la carta del 19 hay otra el 23 y luego un largo silencio hasta el 16 de marzo, y siguen otras el 24, 29 y 31 (cf. c.396-401). Es claro indicio confirmativo de la enfermedad. </ref> Lo cierto es que el día primero de abril escribía aún convaleciente a Frascati: “si mañana me acuerdo, daré orden de que hagan seis candeleros para el altar de la Virgen, por cuya intercesión plugo a Dios bendito usar conmigo de misericordia. He empezado a levantarme de la cama y espero encontrarme cada vez mejor.<ref group='Notas'>C.402. </ref> Aunque no se hable de un claro milagro de la Virgen, es indudable que el Santo le atribuye cierta intervención en la curación de esta enfermedad y en agradecimiento ofrece un juego de candeleros para su santuario tusculano.

Durante esta grave enfermedad vino de Fanano el P. Jacobo Graziani, a quien dicen que nombró Vicario General en caso de que él muriese.<ref group='Notas'>Cf BERRO I, p.147. </ref> Es verosímil, pues el P. Casani, el más indicado, había partido para Mesina el 19 de marzo con dos compañeros para rector de aquella casa.<ref group='Notas'>Cf. SCOMA I, p.111. </ref> Hasta entonces había estado en el noviciado como Maestro, desde que partió Alacchi para Nápoles. Al dejar ahora el noviciado, el enfermo General le hizo suplir por Graziani, como ya tenía planeado desde mediados de febrero.<ref group='Notas'>Ct: c.396 y BERRO I, p.148. </ref>

Desde que llegó el P. Melchor de Mesina, quedó en San Panraleón, donde asumió las funciones de rector de la casa. Berro, que hacía de portero, nos cuenta una de esas candorosas anécdotas en que no se sabe hasta dónde llega la casualidad y dónde empieza el prodigio. Ocurrió el domingo de Ramos, día 5 de abril de 1626, todavía convaleciente el Santo Viejo de la recordada enfermedad. Era costumbre organizar la procesión con todos los alumnos llevando sus ramos. Se salía por la puerta de la iglesia que daba a ‘Piazza dei Massimi’, y por el hoy ‘Vícolo de la Cucagna’ se llegaba a la plaza de San Pantaleón, dándole la vuelta entera. Los religiosos se distribuían entre las filas para mantener el orden. El P. Alacchi dio órdenes de que acudieran todos los de casa y que haría lista de los presentes para darla luego al P. General. La lista fue larguísima: cerca de treinta. Berro la llevó al P. General, que estaba en cama, y quiso que se la leyera, y Berro empezó con el título, puesto por el P. Melchor, que decía: 'Nombres de los que han ido a la procesión esta mañana y han entrado en Jerusalén en compañía del Señor'. Al final, el Santo Viejo hizo este comentario: “Me alegro de la bella procesión. Dígale al P. Melchor que lo siento por los que no han ido, pues de todos los que han entrado en la Santa Jerusalén con el Señor no morirá ninguno este año”. El mensaje fue comunicado en público, y los “agraciados” cantaron luego un Te Deum, convencidos de que se cumpliría la palabra del Fundador.

Y se cumplió. Estaban todos tan seguros de la promesa que cuando alguno se ponía en cama, se preguntaba en seguida si había estado en la procesión de ramos de aquel año.<ref group='Notas'>Cf. BERRO I, p.172-173. </ref> El caso es que en el libro de difuntos comprobamos que en 1626 murieron seis religiosos, de los cuales dos en San Pantaleón, pero antes del domingo de Ramos, mientras en 1625 murieron en total 15 y de ellos nada menos que 10 en San Pantaleón.<ref group='Notas'>Cf. ‘Defunctorum Memoriae, p.6-8 (RegRel, 36). </ref> Habría que deducir que en aquella famosa procesión llevó también su palma el venerando anciano de luengas barbas blancas, Gaspar Dragonetti, que todavía esperó hasta 1628 para morirse de puro viejo, a sus casi ciento veinte años<ref group='Notas'>Cf. ib., p.12 donde se dice que el 7 de diciembre de 1628 murió el P. Gaspar 'anno 119 circiter' de su edad. </ref>

Y al fin le tocó el turno al P. Alacchi. Una vez restablecido el P. General, nombró al P. Melchor el 2 de mayo Visitador de los tres colegios de Moricone, Narni y Nursia.<ref group='Notas'>Cf. el texto del nombramiento en SCOMA I, p.114. </ref> Pero el 28 del mismo mes estaba de nuevo en Roma muy enfermo y con fiebre; 'lo peor –como lamentaba el P. General-es que no quiere hacer caso a los médicos'.<ref group='Notas'>C.432, fecha de 28 de mayo de 1626. </ref>

Testigo presencial, de nuevo, el P. Berro, portero de ocasión, que asegura que el enfermo llegó a tal extremo que 'todo el mundo tenía por cierto, aun los mismos médicos, que en breve se moriría'. Recibió los últimos sacramentos y se le asistía ya como moribundo.

Llegó entonces Mons. Juan Andrés Castellani en carroza y preguntó a Berro cómo estaba el P. Melchor. 'Muy mal' -le respondió-, añadiendo que precisamente estaba con él su hermano, el Dr. Castellani, que como médico podría informar mejor. Y subió Berro a preguntar, entablándose el siguiente pseudodiálogo: “Dígale a Monseñor -dijo el médico-que está muy mal”. Pero el General intervino diciendo: No, no, dígale que esperamos en Dios que se pondrá bien en seguida”. El médico replicó de nuevo: “Dígale que está malísimo y que humanamente no hay ninguna esperanza”. Y el General: “Dígale que está mejor, y esperamos que Dios nos lo deje”. El médico se encaró con el P. General y le dijo: “Padre General, os digo que el P. Melchor está en las últimas y le queda poco de vida”. Y dirigiéndose al P. Berro le insistió: “Diga a Monseñor que el P. Melchor está muriendo”. Conmovido por la noticia, se iba Berro llorando, pero el P. General todavía añadió: “Dígale a Monseñor que el P. Melchor se ha curado; el Señor nos lo ha dejado por su misericordia”. El médico cedió: “Las oraciones del Padre pueden mucho”. Bajó Berro y refirió a Monseñor lo que había pasado y el prelado concluyó: “Será como dice el P. General; dígale que me alegro”. Y se fue

Pasada media hora, volvió Berro a llevar un recado al P. General, y al pasar junto a la habitación del P. Melchor vio que sacaban cosa y pensó que había muerto. Y preguntó: '¿Ha muerto el P. Melchor' Y le respondieron: “Se ha curado”. Incrédulo, insistió: “¿Dónde lo habéis puesto?” Le llevaron a la cama del P. Melchor y se lo encontró sano y muy contento. “Vicente, me he curado” -le dijo-. Y le contó: “Me parecía estar sobre un monte altísimo y a punto de precipitarme hacia abajo, En esa sensación de espanto vi al P. General, que de la tierra llegaba al cielo y me tendía los brazos para que no cayera, y volviendo en mí mismo me he encontrado sanado”. A los pocos días -acaba la narración de Berro-iba ya por casa y todavía vivió quince años.<ref group='Notas'>Cf. BEDRRO I, p.149-151; SCOMA I, p.114-116, que cita a Berro, Bartlik, Cinnachi; G. SANTHA, o.c., p.27. El 6 de junio escribe Calasanz: 'Quanto alli soggetti per aiutar coteste scuole [de Narni], come il P. Melchior stia bene, vi si provederá, il medico dice che sta alquanto meglio, sebene ancora non è sicuro'. (c.442). Y el 10 decía: 'Il P. Melchior sono tre o quattro di che sta senza febre ma molto debole'. (c.446) El 7 de julio escribía el Marqués de Belmonte al P. Alacchi y le decía: 'Ho ricevuta grandissim consolazione con la lettera di V. P. delli l7 giugno, per vederla, grazie al Signore, libera della lunga e pericolosa infermitá, che ha avuto' (cf. SCOMA I, p.116). Cabría concluir que hubo algo de anormal e insólito en esta curación de Alacchi, que roza con lo prodigioso, pero quizá la narración de Berro, testigo y protagonista, sea demasiado viva y exagerada en cuanto a la rapidez de la curación, si se piensa que la escribió unos 35 años despups de los hechos. Las cartas del Fundador suponen una ‘lenta mejorta’, sin excluir lo que pudo haber de prodigioso, gracias a sus ‘oraciones’ (‘or.ni’, en el original, que Tosti transcribe ‘ordini’ en vez de ‘orazioni’ que nos parece más acertado). </ref> . Al Santo Viejo le quedaban todavía veintidós. Y en tan larga vida hay tantos casos y cosas, que forzosamente hay que omitir muchos por no pecar de prolijidad, como en este tema de curaciones prodigiosas o anécdotas relacionadas con enfermos. Pero no renunciamos a recordar la siguiente.

Notas