GinerMaestro/Cap12/09

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12.09. La tullida andariega

Hay cosas que no se olvidan nunca. Y Calasanz tenía muchas. En su ancianidad le tiraban de la lengua sus religiosos, sobre todo algunos, como Berro y Caputi, que se convirtieron en los primeros historiadores, o más bien recolectores de memorias, más escueto y veraz Berro, más prolijo y a veces novelesco Caputi. Respecto a las visitas a las siete iglesias ambos recogieron un relato del anciano Fundador, y cada uno lo contó a su modo. Al final nos quedamos sin saber cuál de las dos versiones es la verdadera. Pero cada una tiene su encanto. He aquí la concisa versión de Berro:

A los pobres no sólo les proveía del sustento corporal, sino también del espiritual, enseñándoles a soportar con paciencia y mérito la enfermedad y la pobreza, haciéndoles exhortaciones caritativas, y a quien consideraba capaz le enseñaba a hacer la oración mental y actos muy grandes de virtud. Hubo entre tantas una pobre tullida, hija de un cantero, en la que vio mucha presencia de Dios, y le enseñó a visitar cada día mentalmente las Siete Iglesias, la Scala Santa y otras estaciones de Roma y con la gracia del Señor llegó a tan alto grado de oración mental y a tan gran amor de Dios que no teniendo libre ningún otro sentido más que la lengua por estar tullida en todo lo demás, le pidió poder afligir todavía más su cuerpo con cilicios y cadenillas de hierro. Nuestro D. José se las concedió y notó muy pronto gran mejoría en todo el cuerpo, de modo que al verlo otras enfermas le pedían cilicios y cadenillas, y la tullida se convirtió en Maestra de perfección'[Notas 1].

El largo relato de Caputi, aligerado por la traducción libre de Bau y todavía abreviado por nosotros, dice:

Hallándome un día, precisamente el 31 de diciembre del año 1646, con el P. General [Calasanz], hablábamos de diversas materias. Mas como yo tenía siempre deseo de oírle hablar de sus cosas para saber detalles de su vida, le iba haciendo preguntas de tiempos pasados, hasta que para enseñarme a proceder en todo con santa simplicidad empezó el relato siguiente...
Era el año 1600. Iba el venerable Padre recorriendo los tugurios de Roma para dejar las limosnas de la Cofradía de los Doce Apóstoles. Al pasar por la Via dei Chiavari, le salió una pobre mujer de detrás de la iglesia de San Carlos ai Catinari, invitándole a pasar a su mísera vivienda para que viese a su hija enferma y se moviese a dejarle alguna limosna. Pasó Calasanz, bondadoso, y se encontró su avizor espíritu con un espectáculo corriente de enfermedad y miseria, pero que en su parte psicológica era una maravilla imponente... Era una pobre joven, baldada y casi paralítica, que llevaba, no obstante, una vida interior de abrumadora riqueza. Quince años ya soportaba paciente su desgracia, complejo de múltiples enfermedades que la habían conducido a la quietud absoluta de su esquelético cuerpo, pero que no habían logrado quitarle la paz, la agilidad y aun la alegría del alma. Vestía como podía todas las mañanas la madre a su hija Victoria y la depositaba en un viejo sillón de enfermos. Lo demás corría a de cuenta de la propia paciente, cerraba los ojos, se santiguaba y comenzaba invariablemente su itinerario espiritual. Iba mentalmente a S. Pedro y a la puerta se humillaba con el acto de contrición; hacía luego la visita de los siete altares y terminaba postrándose ante la Confesión, hacía el acto de fe y se despedía del Príncipe de los Apóstoles. Emprendía luego la marcha hacia S. Pablo y rezaba durante el camino el Smo. Rosario. Cumplía sus devociones en aquella Basílica y peregrinaba luego con la imaginación hacia Santa María Mayor rezando efectivamente más misterios del Rosario. En una de las paradas estacionales oía misa devotamente y a la comunión del sacerdote se acercaba al comulgatorio y practicaba la comunión espiritual con su normal acción de gracias. Terminaba la vuelta de las iglesias predilectas y, por fin, abría los ojos a la mísera y triste realidad circundante...
El Visitador había entrado en la estancia y se había sentado a la vera de la enferma. Inició algunas preguntas para ver cómo estaba de Doctrina Cristiana, con ánimo de infundirle alguna noción fundamental. Cuál no sería su maravilla al oír de labios de la propia doncella el relato minucioso de cómo empleaba su tiempo y cómo se valía de la imaginación para arraigarse en la práctica de la virtud. A las visitas siguientes la joven, ansiosa de más sufrimiento, llegó a pedirle un cilicio para su mortificación... recibió del P. José el cilicio y con él lentamente recuperó el movimiento y la salud...'[Notas 2]

¿Encontró Calasanz a esta muchacha maravillosa, émula ya de sus asiduos recorridos por las siete iglesias, como quiere Caputi? ¿O fue más bien él, Maestro incomparable de almas sencillas, quien le enseñé ese ejercicio original de piedad romana?

Notas

  1. BERRO I, p.70 (completado con otra versión inédita).
  2. BAU, BC, p.236-237. Las palabras subrayadas son retoques nuestros. Cf. texto original de Caputi, Frammenti di Notizie Historiche (RegCal 82, p.26).