CaputiNoticias02/401-450

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[401-450]

  • 401.- Llevé como acompañante al H. Salvador [Signorini] de los Santos Juan y Pablo, de Brescia. Fuimos al Colegio Nazareno, que entonces estaba en el Borgo, en una casa cerca de las Vaschette; ordené que llamaran al P. Esteban, le dije que el P. General lo saludaba, y me había enviado, porque había ido adonde él Sr. Juan Manelfi a reclamar 50 escudos, más los intereses del resto del dinero prestado a Ancona; que el Padre General se lo había dado a él en una letra de cambio de 250 escudos, y él Sr. Juan dice que sólo ha recibido 200; que haga el favor de prestarle los recibos; que en cuanto haga las Cuentas y vea lo que hay que darle, yo mismo se las devolvería con toda fidelidad.
  • Me respondió que el Padre no se acordaba porque era viejo y se trataba de cosas viejas; que no lo recordaba porque no tenía mente; y que sus recibos le hacían falta a él.
  • Se lo repetí por segunda y tercera vez, pidiéndole que me los diera, y no causara un disgusto al Padre, que había sentido mucho lo ocurrido.
  • Me replicó que él no tenía nada pendiente con nadie; que estaba dedicado a sus cosas, sin molestar a ninguno; y que yo había ido a fiscalizarlo.
  • 402.- Ante aquello, comencé a gritar, diciéndole: -“¿Este es el respeto que tiene a nuestro Padre? Esto demuestra verdaderamente por qué ha destrozado tanto a la Orden, y nos ha avergonzado por todo el Mundo, que a la pobre Orden la ha convertido en una fábula, sin haber tenido vergüenza de deshonrarnos, pues nadie puede vernos ni oír hablar de nosotros; nos ha hecho perder la fama por todas partes, y ahora no quiere dar un consuelo al Pobre Viejo, Padre suyo y nuestro, que con tantas fatigas y sudores ha fundado la Orden, y con sus ambiciones la ha destruido; pero lo que no hace de buena voluntad, tendrá que hacerlo a la fuerza, a despecho suyo.
  • 403.- Ante estas lamentaciones, acudieron, a ver qué pasaba, el P. Camilo [Scassellati] de San Jerónimo, Rector del Colegio, y el P. Jorge [Chervino] de San Francisco, Vicerrector.
  • El P. Camilo me preguntó qué sucedía. Le conté el caso de los recibos, que nuestro Padre me había enviado aposta, para que me los prestara, y que, después de ver con Juan Manelfi las cuentas de lo que le debíamos, se los devolvería enseguida. “Y este Padre -le añadí- me está diciendo, con intencionado poco respeto, que nuestro Padre es viejo, que se olvida, que se trata de cosas vejas, que él no tiene nada, que los recibos le hacen falta a él, que no quiere dar nada a nadie, y que no me complacerá. He perdido la Paciencia y he comenzado echarle una reprimenda; y, aunque no le he dicho ni la centésima parte, aún tiene cara de hablar así. Y, como él empezaba de nuevo a repetir lo mismo, el P. Rector, con grandísima prudencia, me dijo que me tranquilizara, y no siguiera“.
  • 404.- El P. Rector dijo al P. Esteban que no había nada malo en prestar los recibos, sobre todo sabiendo a quién se daban; y si tenía dificultad entregárselos al P. Juan Calos; le diría que le hiciera un recibo, por lo que pudiera suceder; o que se los entregara al P. Jorge, quien, una vez vistos, se los devolvería a él mismo; que qué dificultad había, por tanto, para no querer dejárselos.
  • Respondió que desconocía dónde estaban, porque era tanta la cantidad de escrituras, que no sabía dónde buscar; que le dieran tiempo para poder encontrarlos. - “Sí -dijo el P. Camilo- el P. Carlos esperará lo que haga falta, y, si es necesario le ayudaré yo a buscarlos”. El P. Jorge, con su habitual amabilidad, comenzó a decir que el P. Esteban estaba enfrascado en otros negocios, que él, con mucho gusto, atendería al P. General como era debido.
  • 405.- De esta manera, el P. Esteban se animó a decir que iba a ver si los podía encontrar. Salió un poco, y volvió con dos libros y un montón de escrituras. Al encontrar la partida de cuándo se habían pagado los 200 escudos, yo quería ver si constaba el ingreso que se había hecho; pero él ponía dificultad en hacerlo, y comenzamos de nuevo a alzar la voz. al no querer dejarme ver que había recibido 250 escudos. Entonces el P. Camilo le dijo: -“Por favor, veamos todo, para poder hacer las cuentas, pues aquí están todas las partidas; no tendremos tantas dificultades como si no existieran, de forma que todo se puede hacer en paz”.
  • Comenzó a ver las entradas, y encontró que [el P. Esteban] había recibido 250 escudos en la letra de cambio, que sólo había pagado 200,y los otros 50 habían ido a parar a gastos de casa, y que había pagado todos los intereses hasta aquel día.
  • -“Veamos ahora si todos los recibos están conformes con el libro, para que se pueda comprobar y ver si coinciden”-le dije-; y que sólo quería los recibos de esta cuenta, y no sobre las demás. Se resistió un poco, pero al final me los dio. Luego quería seguir hablando para justificarse. “Sé, decía, todo lo ocurrido con el problema de la Orden“. Y es que yo le había echado en cara que él había sido el causante de todo este aquel problema.
  • 406.- Le respondí que se hacía tarde; que, cuando le devolviera las escrituras, hablaríamos de ello largo y tendido; y así me despedí, con paz y tranquilidad.
  • Volví a Casa con los recibos, y el P. General quiso saber qué había pasado, si me los había dado voluntariamente. Le dije que había visto en el libro anotada la letra de cambio de 250 escudos, y los otros 50 se los había gastado en las cosas de la Casa, y en los pleitos de la Orden.
  • Revisó el Padre los recibos, y encontró que el Sr. Jorge Manelfi tenía razón; se le debían 50 escudos, más nueve de intereses; por eso, me dijo que anotara el día, y se los pagaría a los quince días; que haría oración para que Dios proveyera con su ayuda, mediante alguna limosna, pues no dudaba de su misericordia; y mandaría hacerla a alumnos pequeñines, y ellos, con su inocencia, obtendrían de Dios y de la Santísima Virgen lo que le pidieran.
  • 407.- Por la mañana fue el P. Jorge adonde el P. General, para informarle de lo que ocurría con el [P. Esteban], sobre el dinero recibido por el Sr. Jorge Manelfi, al que había dado 200 escudos y los intereses hasta aquel día, según él mismo había visto en las escrituras; que había ido aposta a pedírselas, por lo que no era necesario molestar al P. Juan Carlos para que fuera a devolvérselas.
  • El P. General le respondió que, como se las había dado a él, debía ser él mismo quien se las devolviera, para que no se perdiera ninguna, y luego se pudiera quejar de no haberlas recibido. -“Llame al P. Juan Carlos a ver lo que dice”. Me llamó y me dijo que el P. Esteban había mandado a buscar los recibos; que si me parecía bien que se los diera al P. Jorge. - “No, Padre, le dije- las escrituras me las ha entregado a mí, bajo palabra del P. Camilo, Rector, y yo se las quiero entregar en presencia del P. Rector y del P. Jorge, según la palabra que le he dado, pero no como quiere el P. Esteban. Quizá es que tiene miedo que le eche una segunda reprensión, pues quiso entonces aclararme sus intenciones, pero, como era tarde, le dije que, cuando le devolviera las escrituras hablaríamos más detenidamente. Dígale que hoy estaré con él, y le devolveré las escrituras con toda puntualidad; que las tengo en la habitación, pero no quiero devolverla más que a él”.
  • 408.- El Padre quiso saber lo que había ocurrido entre mí y el P. Esteban. [El P. Jorge] le contó todo: que no quería dar las escrituras, que, gracias a las razones que le dio el P. Rector, al final se las dio, pero que no quería decirle el resto. El Padre le preguntó si habíamos gritado. Le respondió que habíamos hecho mucho ruido; que nos habíamos embrollado, pero no sabía qué había pasado después. El Padre respondió: -“Dios le ayude y le dé Espíritu, porque siempre está buscando novedades; dígale que se dedique a su Alma, que se encuentre preparado para cuando llegue la muerte, que el tiempo pasa, y no sabemos cuándo Dios nos llamará a la otra vida, y debemos estar preparado a morir; cada uno vigilante, sin andar a su Capricho”.
  • 409.- Después de comer fui al Colegio a llevar los recibos al P. Esteban; le di las gracias; sólo me dijo que tenía que irse enseguida; no le dije más, y me quedé hablando con el P. Rector.
  • Pasados los quince día, me llamó el Padre. Estaba contando el dinero; pero veía mal, y me dijo que lo contara yo, y le dijera cuánto había. Le respondí que no conocía la moneda romana, y me contestó que la moneda más grande era el testone[Notas 1], y la más pequeña, el julio; y tres julios hacían un testone. Estuvimos contando más de una hora, y nunca nos daba justo; pero no quería que lo supiera nadie. Le dije que llamáramos al P. Castilla, y él a mí que no lo comprobaríamos ni en dos días, porque tampoco él lo sabía contar. Finalmente llamó al P. Buenaventura, y le dijo que revisara si aquello equivalía a los cincuenta escudos de los que Dios le había provisto para pagar al Sr. Juan Manelfi. Al terminar de contar, me mandó que fuera con el P. Buenaventura a llevar el dinero al Sr. Juan. Que llevara aquello, por ahora, porque no tenía más. Que, en cuanto a los nueve escudos que quedaban por pagarle, esperara un poco, hasta que Dios proveyera; y, si quería hacerle alguna caridad, pediría a Dios por él y por su Casa; que les hiciera un recibo.
  • 410.- Fuimos adonde el Sr. Juan, le contamos el dinero, y después le dije que el Padre no había conseguido más que aquello, que le hiciera el favor de esperar un poco, o le diera alguna limosna, y Dios pediría por él y por su Casa.
  • El Sr. Juan llamó enseguida a la mujer, le dio el dinero y le dijo: -“El P. General no tiene más, hagamos la caridad del resto, sé que Dios la aceptará, pues es un gran siervo de Dios, y pedirá por nosotros, como nos ha prometido. No parecía que la mujer estuviera muy de acuerdo. Entraron en la habitación, estuvieron allí un poco, volvieron, y me dijeron que dijera al P. General que celebrara él mismo tres Misas, una de la Virgen, otra del Espíritu Santo, y otra por los difuntos, y que pidiera a Dios por ellos. Cuando, al volver, pedimos al Padre la bendición, lo encontramos tan contento, que no cabía en sí. Me dijo: -“¿Qué les ha dicho el Sr. Juan?” -“Se ha conformado con los 50 escudos”. -“Bendito sea él, que me ha liberado de una gran preocupación, porque estos días no he podido estar tranquilo. Dios ha provisto con su misericordia; y es que no abandona nunca a los que confían en él”.
  • 411.- Le respondí que se había conformado; y había dicho que, por los intereses, le dijera tres misas a su intención; una, de la Virgen; la segunda, del Espíritu Santo, y la tercera, de los difuntos; y pidiera a Dios por él, por la mujer y por toda su Casa. “Y éste es el recibo de la cuenta final“.
  • Quedó tan contento como si hubiera recibido una gran noticia, y, dando gracias a Dios, nos despidió, diciendo: -“Dios les pague también a ustedes, como agentes”.
  • Era muy curioso, y quería saber quién le había dado aquella limosna. Insistiendo yo sobre ello muchas veces al H. Agapito [Stiso], su acompañante, para que me dijera quién le había dado aquel dinero, siempre me respondió que nunca había visto a nadie traerle el dinero; lo que sí había oído era que todas las noches el Padre pedía a Dios intensamente que le consiguiera 50 escudos, “aunque nunca he sabido de qué 50 escudos se trataba“. A pesar de oír esto, nunca quise peguntarle más al Hermano, para que nada dijera al Padre sobre que yo estaba investigando sus acciones, pues siempre he creído que era cosa milagrosa.
  • 412.- El año 1653, si no me equivoco el 5 de junio de 1653, fue Monseñor Pappacoda a Campi a hacer la visita a nuestro Convento de Campi, en el que entonces era Superior el P. Francisco [Leucci] de San Carlos, de la Ciudad de Oria. Monseñor lo avisó de que tuviera preparadas todas las cosas necesarias; que quería ir a hacer la Visita de la Iglesia, después, del convento, y, finalmente, a las personas, a los Padres y a los Hermanos; y quería ser recibido como lo recibían los Curas Seculares, con Cruz, incienso y Agua bendita, como de costumbre; que lo tuviera preparado para la mañana siguiente; y cuando sonaran las campanas de la Catedral, sonara también él las Campanas.
  • El P. Francisco respondió al Maestro de Ceremonias que Monseñor era Dueño de hacer la Visita, pero no éramos Curas Seculares, para hacer estas Ceremonias, ni estábamos obligados; y le significaba que renunciábamos a nuestro Privilegios; y que nunca consentiría hacer tal cosa, si antes no lo declaraba la Sagrada Congregación. Que fuera, pues, pero que él no se pondría nunca el roquete para darle el agua bendita, ni permitiría que se sonaran las campanas, ni hacer otras funciones, aunque supiera que le costaba vida, porque no estaba obligado, ni lo mandaba el Breve del Papa; “escribiríamos a Roma, y haremos lo que determine la Sagrada Congregación“.
  • 413.- Monseñor de Ceremonias volvió a buscar la respuesta; pero, cuando oyó esto, llamó a D. Nicolás de Masi, Arcipreste de Campi, y le dijo que fuera a las Escuelas Pías y exhortara al P. Francisco a hacer lo que había mandado hacer el Maestro de Ceremonias, de lo contrario lo castigaría duramente, porque esto suponía quitarle la jurisdicción que poseía, y que lo mismo habían hecho los demás Superiores.
  • El Sr. D. Nicolás, Arcipreste, fue y le dijo que Monseñor había montado en cólera, porque había dicho al Maestro de Ceremonias que no quería salir diez pasos fuera de la Iglesia, ni darle a besar la Cruz ni, después, asperjarlo, ni tocar las campanas como de costumbre; y “ya sabe quién es Monseñor, que no perdona a nadie, ni se deja convencer con ninguna razón“.
  • 414.- El P. Francisco le respondió: - “Si Monseñor quiere venir a hacer la Visita, es Dueño; pero que yo haga alguna función, y salga de la Iglesia, no lo haré nunca; ni quiero darle el incienso, ni la Cruz, ni el Agua bendita, porque no estoy obligado; no lo quiero hacer, porque no quiero perjudicar a mi Orden; el Cardenal Ginetti, cuando hace la Visita a la Casa de San Pantaleón de Roma, no hace estas cosas, no quiere tantas solemnidades y ceremonias; y yo tengo que hacer lo que hacen en Roma; por lo demás, haga lo que quiera, que yo no cambiaré nunca de opinión; que lea el Breve, y, si lo manda, obedeceré, de lo contrario, no estoy dispuesto a obedecer más que lo que dice el Breve. Veamos si dice que lo reciba fuera con estrado y cojines, que lo haré. Esto significa el Breve y esto debo obedecer; que venga y haga lo que quiera, que nunca cambiaré de mi Propósito; como es Prelado, lo recibiré como súbdito, pero no estoy obligado a hacer estas demostraciones, ni las voy hacer, porque no quiero perjudicar a mi hábito”.
  • Fue imposible convencerlo con ninguna razón ni doctrina que dijera el Arcipreste, aduciendo que el Obispo en la Visita representaba la figura del Papa, como mandan todos los Concilios”. Y no quiso hacerlo.
  • 415.-Volvió el Arcipreste adonde Monseñor, y le dijo que las razones que daba el P. Francisco estaban fundadas en el Breve del Papa Inocencio X, el cual sólo dice que estamos sujetos a los Ordinarios de los lugares, no como Curas Seculares, sino como Religiosos; y que cuando hace la visita el Cardenal Ginetti, no quiere estas preeminencias, y va sencillamente, sin tales demostraciones, que hay que tener esto en consideración, pues no quiere perjudicar a su Orden.
  • Monseñor le respondió: -“¿Es posible que un fraile quiera retar a Monseñor Pappacoda al hacer la visita? ¡Vayamos con todo el Clero, y veamos qué es capaz de hacer, pues los Concilios lo mandan, el Papa los hace súbditos míos, y yo quiero ser obedecido”. Y dio orden que lo siguiera todo el Capítulo y su Corte, más los esbirros, para, si no quería obedecer, meterlo en la cárcel.
  • Llegados cerca de la iglesia, que estaba abierta, viendo que el P. Francisco no aparecía, fueron los Padres a llamarlo, diciéndole que había llegado Monseñor, que bajara. Bajó a la sacristía con manteo, y dijo al P. José de San Jerónimo, de Curbo, que fuera él y le diera agua bendita, que él no quería perjudicarse en nada.
  • 416.- El P. José, salió fuera de la iglesia y le dio el agua bendita. Monseñor visitó la Iglesia, y después entró en la Sacristía, donde encontró al P. Francisco, y le dijo que cómo no quería obedecer a la visita, que representaba al Papa, “al que está sometido, como todos los Curas”. - “Yo estoy sujeto, pero como Religioso, no como Cura Secular; le debo obedecer en lo que ordena el Breve, igual que se acostumbra hacer en Roma, a la que apelo y ante la que reclamo“.
  • - “Vamos a su celda, que quiero visitarla, y castigarlo como merece, pues a los Superiores no se los trata de esta forma”.
  • Fueron a la Celda, y después de hacer las diligencias usuales, no encontró más que un Crucifijo colgado en la cabecera de la cama, la Disciplina, un Cilicio, una cadenita de hierro para ceñírsela, algunas cartas, del Cardenal Ginetti, de otros Cardenales, y de nuestro Venerable Fundador, el Bastón, si Breviario, y unos pocos libritos espirituales, de todo lo cual quedó muy edificado. Mandó escribirlo todo, y después ordenó que lo suspendía de decir Misa, y de seguir siendo Superior; que no saliera de la celda sin orden expresa suya, y que quería enviarlo maniatado a prisión, a Lecce.
  • 417.- Le respondió el Padre: -“Vuestra Señoría Ilma. es Dueño y Patrón, haga lo que quiera. Yo estaré en la celda, quedaré suspendido, iré a la cárcel donde y como mande, pero de todo daré información a Roma al Cardenal Ginetti, nuestro Protector, como estoy obligado, y V. S. Ilma. hará lo que determinen“.
  • El P. Francisco permaneció en la Celda, y Monseñor siguió la Visita por toda la casa y dependencias; después se volvió al Castillo, lamentándose con el Arcipreste de que no le había podido convencer en nada; que quería maniatarlo y enviarlo a la cárcel de Lecce; “y, después, que escriba a Roma lo que quiera”. El Arcipreste quería suavizar el problema lo que podía, y dijo a Monseñor que le hablaría de nuevo, para que se sometiera y pidiera perdón.
  • Parece que Monseñor se avino a esto. Volvió adonde el P. Francisco, pero, llamando a su puerta, no quiso responderle, diciendo que estaba excomulgado y suspendido, y no estaba bien que hablara a nadie. Tanto hicieron los Padres, que abrió la puerta y entró el Arcipreste. Le dijo que se sometiera a Monseñor, para que no ocurriera algo peor, porque estaba malhumorado y quería enviarlo a Lecce a la cárcel; que le pidiera perdón e hiciera lo que mandaba.
  • 418.- Respondió que ya había hecho la Visita, que él ya no era Superior, “que me mande adonde quiera y haga lo que quiera; estoy en sus manos, hasta que Dios provea“, y no voy a hacer otra cosa“.
  • El Arcipreste volvió con esta respuesta, y Monseñor mandó a algunos Clérigos que fueran al Convento a llevar al P. Francisco al Castillo donde él moraba. Fueron los Clérigos a llamarlo, y enseguida bajó. Le dijeron que fuera con ellos, que así lo ordenaba Monseñor, quien quería hablarle. El P. Francisco fue, acompañado de quince Clérigos o más. Al llegar al Palacio, lo encerraron en una celda, y le dijeron que iban a llevarlo a una prisión a Lecce.
  • Monseñor tenía este propósito de mandarlo a Lecce, pero lo disuadieron el Arcipreste y el Vicario, porque les parecía excesivo el castigo, y todo el mundo se extrañaría, ya que el P. Francisco era un hombre muy querido y conceptuado por todo el Pueblo de Campi; y se produciría también algún escrúpulo, pues las gentes pensarían que había hecho alguna cosa grave, con lo que perdería, no sólo la buena opinión, sino el buen nombre; que, bien considerada la razón, no había para tanto. Los Canónigos de Lecce que Monseñor había llevado a la Visita, visto el caso, consideraron que, verdaderamente, Monseñor tenía razón para manifestar este enfado, “pero lo que dice el Padre no lo dice por su Persona, sino por el perjuicio de la Orden, y porque esto es una cosa que en Roma no se usa; y no estaría bien que aparezcan estas reclamaciones en la Congregación. El Breve dice que los someta a los Ordinarios de los lugares, pero no los declara como Curas. Seculares. Él es Profeso y es Regular, por lo que podría escribir que se le a tratado con violencia; tanto más, cuanto que hemos visto las Cartas del Cardenal Ginetti, y con cuánta familiaridad le escribe. A pesar de todo, haga V. S. Ilma. lo que le parezca más conveniente, pero sería necesario buscar información sobre si no consta que haya delito, y de si ha habido protestas antes del proceso; y, aunque éstas no estén escritas, él buscaría certificaciones y las mandaría a Roma, donde las verían, y Vuestra Señoría Ilma. aparecería implicado”.
  • Éstas y otras razones fueron propuestas en el Consejo, por lo que Monseñor quedó algo temeroso, y dijo que quería pensarlo mejor, para no cometer error.
  • 420.-El P. Francisco estuvo encerrado hasta las tres de la noche, sin llevarle, al menos, un poco de Agua. Dijeron a Monseñor que el Padre de las Escuelas Pías no había comido, y si quería que enviaran alguno al Convento, a decir que le llevaran de comer, “lo que no se le puede negar”. Monseñor no sabía que no había comido, pero dijo que lo acompañaran al Convento y le ordenaran que tuviera la Celda como cárcel, hasta nueva orden suya.
  • El Padre Francisco fe conducido al Convento, y le dieron la orden de que no saliera de la habitación, bajo pena de excomunión, y otras penas reservadas al arbitrio de Monseñor. A todo esto, él solamente respondió: -“Haga lo que quiera, que yo no he hecho nada que merezca estos castigos, y todo lo remito a las Santísimas Llagas de Jesucristo”.
  • 421.- El P. Francisco escribió enseguida una larga carta al Cardenal Ginetti, contándole el caso; que hiciera el favor de escribir a Monseñor Pappacoda sobre cómo se hace en Roma, y que no maltratara de esta manera a los Padres mientras estuvieran bajo su protección. Envió aposta a un Hermano a Oria, para que entregara la carta al Cartero que va a Ostuni, y que la carta no se retuviera. Mientras tanto, se mantuvo en la Celda, sin ninguna otra razón. Durante este tiempo, Obispo estaba esperando que le hablara. El Arcipreste iba con frecuencia, y le decía que escribiera a Monseñor, y se sometiera a su parecer; pero siempre le respondía que él no tenía nada que decir; que hiciera lo que quisiera; que estaba siempre dispuesto a cualquier castigo.
  • Llegó desde Roma la respuesta del Cardenal Ginetti al P. Francisco, carta que le envió desde Oria, por un correo aposta, D. Francisco Guffredi, su sobrino, el cual le decía que había llevado la adjunta a Monseñor Pappacoda, que le había recibido con toda cortesía, y le escribía incluso una carta, aparte, con sus sentimientos; y que le diera parte de lo que sucedía, y que siempre le tendría dispuesto en cualquier circunstancia.
  • 422.- Recibidas las cartas, el P. Francisco no quiso ir en persona a llevar la carta a Monseñor, sino que se la mandó por un Hermano Operario, a quien dijo que se la llevara a Monseñor, y le dijera que la había recibido de Roma, sin decirle más. Después llamó al Arcipreste y le leyó su carta, de la que quedó muy satisfecho, por una parte; aunque, por otra, muy extrañado por enviarle la carta del Cardenal por un Hermano Laico, sin haberle escrito al menos dos palabras a Monseñor, quien se lo había tomado a mal. El P. Francisco le respondió: - “No puede tomar a mal una noticia que no es ninguna ofensa; el ofendido he sido yo. Si me llama, iré enseguida a hacer lo que ordene, con tal de que no sea en perjuicio de mi Orden; ya ha hecho la Visita y me ha castigado, cuando no era gran cosa esperar la respuesta de Roma; tampoco sé lo que le ha escrito el Cardenal; veremos lo que responde”.
  • Aquella misma tarde volvió el Hermano desde Lecce con una carta al P. Francisco, en la que le decía que a la mañana siguiente fuera a Lecce; y otra para el Arcipreste, que dijera al P. Francisco que fuera, que no tuviera escrúpulo ninguno, porque ya lo había reincorporado en todo; que podía celebrar, y ser Superior; que, juntos, hablarían de todo.
  • 423.- El Arcipreste quedó maravillado de este cambio de Monseñor, que no era fácil al cambio; exhortó al P. Francisco a que fuera, aunque le respondió: - “En cuanto a ir a Lecce, lo haré; pero ¿quién me devuelve el honor por tantos perjuicios que me ha causado sin culpa mía?; y, además, en público, sin tener respeto al hábito, no a mí, que eso no me importa”.
  • A la mañana, el P. Francisco fue a Lecce, y encontró a Monseñor, que se preparaba para salir. Enseguida se le acercó, y le preguntó si había dicho la Misa. Le respondió que estaba suspendido para decirla, y no podía celebrar; que sólo había ido a recibir sus órdenes, por la carta que le había escrito, diciéndole que fuera.
  • Monseñor replicó al Padre que ya había escrito al Arcipreste, diciéndole que lo había reincorporado, quitándole la suspensión; que siguiera siendo Superior, y lo que le escribía el Sr. Cardenal Ginetti; “porque, en la mía, me escribe su portador que el P. Francisco -Vuestra Reverencia- la ha enviado por tercera persona, sin escribir nada, ni preocuparse de venir, porque aún sigue obstinado”.
  • 424.- El Padre le respondió que el investigado no va nunca al juez, para no incurrir en pena mayor, ni tampoco el tenía ganas de ir, por otras buenas razones. -“Si V. S. Ilma. me manda algo [dígamelo]; no quiero aburrirlo, pues está para salir, y yo también quiero ir a comer a Campi. -“Vaya, pues, le dijo, que ya nos veremos luego. Haga su Oficio como antes, hasta nueva orden mía, y esté contento”.
  • El P. Francisco se despidió y se volvió. Había muchos Gentiles hombres en compañía de Monseñor, y le vieron hacer una cosa insólita, porque no acostumbraba acompañar a nadie, y ahora acompañaba al P. Francisco hasta la escalera; por lo que quedaron muy maravillados. Cuando le preguntaron a Monseñor quién era aquel Padre, respondió que nunca había visto a un hombre más testarudo que él, que había querido vencerlo en todo, “y, para tranquilizarlo, tendré que ir a visitarlo hasta Campi”.
  • 425.- A los pocos días, Monseñor Pappacoda fue a Campi; mandó llamar al P. Francisco, conversaron juntos un rato, y le dijo que siguiera en su gobierno con la misma puntualidad con que lo había hecho en el pasado; que siempre le ayudaría y asistiría; y viera si tenía necesidad de algo, que no le faltaría; pero con los súbditos no fuera tan áspero y tenaz; les diera las satisfacciones lícitas, pues comparten las mismas Constituciones, y algunos se habían lamentado.
  • El P. Francisco le agradeció los ofrecimientos; en cuanto al gobierno de la Casa, le haría un gran favor si lo liberaba de él, porque quería atender a su alma y a la escuela; y, en cuanto a que algunos se lamentaban de su rigidez, “V. S. Ilma. sabe que a los que son fríos en el servicio de Dios hay que calentarlos con la mortificación, y nuestra Orden tiene por costumbre mortificar el propio juicio, lo que siempre me recuerda nuestro P. General; y yo, que tengo que dar cuenta del alma de los súbditos, debo cumplir con mi oficio, para que un día no me sea demandado, ni es ésta ni en la otra vida.
  • Monseñor quedó satisfecho, y le replicó: -“Atiéndalo, pues, y responda al Cardenal Ginetti, que ha obtenido las satisfacciones que él me pide en la suya”. Y así se despidió el P. Francisco.
  • 426.- Al día siguiente, Monseñor fue a visitar al P. Francisco. Todos quedaban admirados de que Monseñor Pappacoda, tan terco, había ido a encontrarse con otro más testarudo que él. De aquí que en Lecce y en Campi quedara el proverbio de que “a un Monseñor Pappacoda le hace falta un P. Francisco de San Carlos”. El mismo Obispo, en algunas ocasiones, lo ponía como ejemplo ante los otros, y les decía: -“Eres más testarudo que el P. Francisco de San Carlos, que con su flema es capaz de vencerlo todo”.

Después salió el Breve de Alejandro VII, que quitó la jurisdicción a los Ordinarios de los lugares. El P. Francisco avisó de ello en una carta a Monseñor Pappacoda, el cual le respondió que se alegraba, y ya no tenía más que hacer con él; que, en lo que pudiera ayudarle le ayudaría en todas las ocasiones.

Todos estos sufrimientos hubo que padecer en aquel tiempo, y aún peores, cuando la Orden estaba sujeta a la jurisdicción de los Ordinarios. Sin embargo en Roma, nunca éramos inquiridos por el Cardenal Ginetti ni por el Vicegerente en nada; hasta el punto de que los mismos Padres iban a molestarlo por fines particulares.

427.- El mes de junio de 1647 llegó una intimación de D. Francisco Baldi, Párroco de Santa María del Trastevere, contra los Padres de las Escuelas Pías de San Pantaleón, para que pagaran veintidós escudos y cuarenta bayocos -si no me equivoco- ante Monseñor Baranzoni, lugarteniente de Monseñor Auditor de la Cámara, a la que no se respondió, porque la Casa de San Pantaleón nunca había recibido ningún crédito de este Párroco; no le prestaron atención y los Padres hasta se burlaron de ella. Pero, como él era persona poderosa, Vice-Limosnero del Papa en los barrios del Trastevere, y vestía terciopelo, mandaba en los Notarios todo lo que quería Como Nuestros Padres ni comparecían ya a las intimaciones, les hizo, finalmente, una protesta de oficio, diciendo que la Casa de San Pantaleón no pagaba el préstamo a D. Francisco Baldi, ni siquiera sabían quién era. La intimación llegó Por la mañana. Decía que incoaba el mandato, y se apropiaría, como ejecución, del burro con el que se iba a la cuestación de la leña.

Llevaron esta intimación al P. General, para que viera lo que se podía hacer. Vio que era un mandato de 22 bayocos, y dijo que se fuera a la oficina, a ver qué había sucedido, no fuera que recibiéramos alguna afrenta, y pagáramos los gastos antes de ser escuchados.

428.- Me llamó a mí, para que fuera al la oficina de Simoncelli, Notario de la A. C., y viera qué era lo que había aducido Francisco Baldi contra los Padres, y le trajera pronto la respuesta, para remediarlo, y que no acarreara algún inconveniente al Limosnero de la leña, que había sido amenazado por el mismo Francisco Baldi con que iba a quitarle el borriquillo, para venderlo, y cobrarse el tanto de la cantidad principal, más los gastos que andaba haciendo.

Fui al Banco, pero, como no estaba aún práctico en estas materias, no sabía adónde acudir. Encontré a un joven que había sido alumno nuestro, llamado Francisco María Panicola, y le conté qué era lo que andaba buscando. Le enseñé la intimación, y me dijo que era un mandato contra los Padres de las Escuelas Pías, por una deuda que tenían con Francisco Baldi. Habló al Notario de la Causa, quien le dijo que la parte había ordenado ya el mandato contra los Padres, porque, ni se habían preocupado de pagar, ni habían comparecido en la audiencia ante Monseñor Baranzoni.

  • 429.- Aquel joven preguntó quién comparecía en el juicio de la audiencia por parte de Francisco Baldi, para poder hablar con él, y que esperara al menos dos o tres días, y no tuvieran que hacer este gasto los Pobres Padres, que tenían tantas desgracias, y fuera superfluo hacer esto . El Notario le respondió que no sabía quién era el Procurador, pero el mandato lo había ordenado el P. Esteban, y él a quien se solicitaba esta Causa; y la razón del demandante es que prestó al P. Esteban 22 escudos y 40 bayocos para las necesidades de la Casa de San Pantaleón, y le hizo el recibo. Pedí al Notario que no expidiera el mandato hasta tanto que yo hablara con Monseñor, y le llevaría la respuesta por la tarde.
  • 430.- Volví a Casa, dije al P. General lo que ocurría, y me respondió que hablara con los Padres y oyera su parecer.
  • Fui por la mañana a la recreación, y empezamos a reflexionar sobre esta Causa. Comenzaron todos a gritar: - “¿Cómo es que aparecen ahora estas deudas nuevas, después de tantos meses que el P. Esteban ya no es nada? Y ahora puede hacer lo mismo, hacer recibos con fechas adelantadas. Vuestra Reverencia no pague nada, más aún, impugne este recibo como ficticio. Esta es la conclusión. Porque, si no, cada día veremos tales recibos, a su gusto, gastando lo que hay en Casa. Que se averigüe toda la verdad; a fin de cuentas él es un Párroco, y no tiene tanto dinero como para prestarlo a crédito. Ponga todo el interés por saber la verdad”. Ante estos clamores, fue el P. General, y quiso saber por qué gritaban.
  • 431.- Le respondieron que el P. Esteban andaba haciendo recibos con fecha anticipada, y no era justo que la Casa quedara gravada con estas cargas; que cada día podría hacer lo mismo, si nosotros pagábamos este recibo hecho por el P. Esteban a este Párroco. El Padre les respondió: - “Dejemos hacer al P. Juan Carlos, que él lo arreglará todo. Por amor de Dios, no se inquieten por esto, que todo se arreglará con la ayuda de Dios; y tengamos paciencia, que la ayuda de Dios está cerca”.
  • Después, el Padre me dijo a mí que fuera adonde Monseñor Baranzoni, y le pidiera, de su parte, que no publicara el mandato, y encontrara algún remedio para que Francisco Baldi, Causante de este pleito no nos causara este daño y este gasto; y, mientras tanto, se hablaría con él
  • Fui adonde Monseñor Baranzoni, le dije que D. Francisco Baldi, Párroco del Trastevere, había publicado un mandato contra la Casa de San Pantaleón, por el que pretendía 22 escudos y 22 bayocos, a cambio de una póliza hecha por el P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles, que nosotros no queríamos pagar; “en primer lugar, porque no sabemos cuándo se ha hecho, y después, porque él no podía contraer esta deuda en nombre de la Casa, sin el Capítulo de todos los Padres“.
  • 432.- Me respondió que, -como el P. Esteban era Procurador General, y tenía autoridad de mando, no sólo en la Casa de San Pantaleón, sino en toda la Orden, aunque él no era fiel a este oficio que le han dado de Administrador de la Orden, el segundo después del P. General, como en las demás Órdenes, a quien el Papa ha nombrado por la elección del P. Mario [Sozzi]- la cosa era peor. - “Yo -siguió diciéndome- tengo que hacer justicia, y no puedo detener el mandato, si la otra parte no lo pide; y me parece que tienen razón, porque en la audiencia el Notario me dijo que siempre ha ido a solicitar el dinero el mismo P. Esteban; por lo que hay cierta sospecha de que pueda haber alguna colusión. Haremos lo siguiente: - “Que venga adonde mí, que le quiero hablar, para que, trayéndome el mandato sin que el lo vea, no lo suscriba. En aquel momento llegó el Notario con el mandato, y le dijo que no quería firmar aquel mandato contra los Padres de San Pantaleón, y que dijera a la otra parte que, si querían ponerlo en lista, quizá fuera el mismo P. Esteban fuera a hablar, y de lo que dijera se podría sacar alguna claridad.
  • 433.- Aquella misma tarde llegó la citación “ad videndum exequi mandatum”. Volví por la mañana a hablar con Monseñor; le pedí la citación, y me respondió que, en justicia, no la podía detener; que hiciera una Citación ante la Signatura de Justicia; que después le tocaba a él hablar en Signatura, y allí se podía aclarar la verdad. Le respondí: - “Monseñor, nosotros no tenemos Procurador a propósito que nos presente la citación, haga V. S. Ilma. el favor de hacérmela usted mismo, pues no sé qué hacer”.
  • Monseñor, al oír esta ingenuidad, se echó a reír, y me preguntó cuánto tiempo hacía que estaba en Roma, de qué país era, y si había hecho alguna vez de Procurador. Le respondí que hacía pocos meses que estaba en Roma, que era del Reino de Nápoles, donde había hecho de Procurador un montón de años, que no conocía la forma como se hacía en Roma, que no teníamos Procurador, que en Nápoles el Procurador lo hacía todo él, bastaba solicitarlo, y él lo gestionaba todo; y que no sabía qué era la Signatura.
  • 434.- Me respondió que la Signatura era el mismo Papa, y estaba compuesta por doce Prelados votados y un Cardenal Prefecto, y lo que decretaban ellos era Decreto del Papa. Me dio explicó tantas cosas, que no entendía lo que me decía. Al final cogió un trozo de papel, hizo la Citación, y me dijo que la intimara, que la otra parte vendría enseguida a ponerse de acuerdo, o declararía su intención. Y que si el P. Esteban iba adonde él, le hablaría de tal manera, que descubriría la verdad. No sé cómo aquel Prelado tuvo tanta paciencia para escuchar lo que yo le decía, pero, como era vecino nuestro, y cada mañana venía a decir Misa en nuestra Iglesia, igual que hacía el Abad Baranzoni, su tío, y nos tenía tantísimo afecto, por eso intentaba hacernos cualquier favor.
  • 435.- Cuando Francisco Baldi se vio citado en Signatura, enseguida envió la Citación al P. Esteban, quien la sobreseyó hasta el mes de julio, porque comenzaban las vacaciones y no se podía hacer nada, ya que estaban cerrados los Tribunales, y la Signatura se reunía raras veces. Pero, informándome de nuevo de D. Francisco María Panicola, y de cómo podía hacer para quitarnos de delante esta Causa, hice otra citación “ad videndum proponi Causa ad proximam Signaturam per D. Ponentem de Totis”; pero que, por amor de Dios, no se supiera que dicha Citación la había hecho él, porque era amigo del P. Esteban, y no quería disgustarlo, por serias razones.
  • 436.- A la Mañana siguiente vino el P. Camilo [Scassellati] de San Jerónimo adonde el P. General, tal como se lo había pedido el P. Esteban, y le suplicó que, habiendo prestado Francisco Balde 22 escudos y algunos bayocos de la Casa de San Pantaleón al P. Esteban, y , habiendo sido citada la Casa ante Monseñor Baranzoni, cuando él ya había dejado el gobierno, y habiendo sido llamados los Padre a la Signatura, se hablaría necesariamente mal de nuestro hábito ante el Cardenal Sacchetti, Prefecto, allí adonde acuden todos los Prelados de la Corte Romana el Cardenal Sacchetti, Prefecto, y nuestro hábito quedaría vilipendiado, al quedar al descubierto el P. Esteban, como un desvergonzado; que no estaba bien que se supieran estas cosas, pues se diría que aún perduran las disensiones, pues aún no andábamos de acuerdo con el Breve del Papa Inocencio X; que encomendara a los Padres Buenaventura de Santa María y Juan Carlos que lo sobreseyeran, no fueran a la Signatura, vieran si se podía llegar a algún acuerdo, y Francisco Balde esperara todavía un poco. Así le parecía más conveniente, para mayor tranquilidad de todos; y el P. Esteban diría a Baldi que esperara, que iría recibiendo el dinero poco a poco. Dijo tantas razones al P. General, que éste le respondió: - “Cuando vuelva de fuera el P. Buenaventura con el P. Carlos, háblele, y dígale el medio más conveniente y oportuno que encuentre, pero ahora la Casa no tiene dinero, ni puede pagar nada, porque hay muchas deudas dejadas por el P. Esteban, que iremos pagando lo mejor que podemos. Ayer mismo por la tarde vino un librero que nos pedía cuatro escudos pedidos por el P. Esteban, que eran cuatro Oficios de la Virgen, y otros libritos espirituales, enviados por este librero a la Posta a otros bienhechores, todo lo cual no se sabe en Casa todavía; yo le he respondido que hablaré con el Procurador, para que vaya pagándolos; y no quiero que cada día aparezcan tales pólizas, y ahoguen esta Casa; pues el recibo del librero es parecido al del Sr. Francisco Baldi. Así que procuraré dar respuesta dentro de dos días”.
  • 437.- Cuando volví de fuera con el P. Buenaventura, fuimos a recibir la bendición del Padre. Nos mandó sentar, nos contó lo que había hablado con el P. Camilo, Rector del Colegio Nazareno, dio a leer al P. Buenaventura el recibo del P. Esteban, y le dijo que era necesario pagarlo, porque el P. Esteban había dado cosas en nombre de la Casa.
  • 438.- Es imposible imaginar el enfado que cogió el P. Buenaventura cuando vio el recibo hecho por el P. Esteban al librero. Le dijo al Padre que, si se pagaba aquél, cada día llegarían recibos nuevos; que de ninguna manera estaba bien pagarlo; que le dejara hacer a él; que, si de verdad había que pagarlo, lo pagaríamos, ¡y un poco más!; pero antes quería hablar con el librero. “Ahora iremos a ver si es verdad, pues si no es cierto no está bien pagarlo”.
  • Enseguida fuimos adonde D. Antonio, el librero. Le preguntamos cuándo había recibido del P. Estaban aquel recibo, y a esta sugestiva pregunta, respondió hacía dos días había pasado por allí el P. Esteban; me pidió el dinero que quería, pero le dijo que ya no le correspondía a él pagar, sino que fuera al P. General, quien le pagaría todo, “y por eso he venido a pedírselo a él; de lo demás nada le he dicho, y él ha prometido pagarme“. Le preguntó de nuevo cuándo le había hecho el recibo ante dos testigos, y le respondió que hacía dos días Volvió a preguntarle:
  • -“¿Cuánto dinero se le debe, y de qué manera lo quiere recibir?”.
  • 439.- Respondió: -“¿Hace tres años que le di esos Oficios de la Virgen y otros libritos espirituales, se lo he recordado día tres día, y es ahora cuando me ha hecho el recibo con fecha de entonces, por qué me hace estas preguntas?”.
  • Entonces el P. Buenaventura dijo: -“Sois testigos de que ha hecho este recibo hace dos días, con fecha de hace tres años; ahora quiero llevárselo al Notario, y decirle que busque diligentemente información, y lo castigue con el castigo que merecido”.
  • El pobre librero tenía miedo, y le pidió, por amor de Dios, que le devolviera el recibo, que exigiría el pago al P. Esteban, y no volvería más adonde el P. General, sabiendo que perdía el dinero; que él se encargaría de que le pagara el P. Esteban. Yo le dije también que se lo devolvería, y que les dejábamos rompérsela cabeza entre ellos, que nosotros ya teníamos bastantes testigos. Y, si aún seguían molestándonos, abriríamos una causa criminal contra los dos. Le restituí su recibo, se cerró la puerta, y no se presentaran más recibos; nunca apareció ya nadie con ellos.
  • 440.- Volvimos a Casa, le contamos al Padre lo que había pasado, y nos respondió: - “Dios quiera que el Pobre hombre no pierda su dinero, pues le habéis metido tanto miedo, que él, para evitar todo peligro, no hablará más. Ya veremos”. No se volvió a hablar de los 22 escudos y de los bayocos hasta el 18 de diciembre de 1647. Aquel día fue el P. Camilo de San Jerónimo, Rector del Colegio Nazareno, y dijo al P. General, que, bajo su palabra, había dicho a D. Francisco Baldi que esperara un poco, que lo daríamos poco a poco.
  • -“Han pasado tres años y no ha recibido nada, procure darle, al menos, ocho escudos, para mantenerle la palabra“.
  • El P. mandó llamarme, y ordenó que le diera seis escudos, que se los pidiera al P. Buenaventura, “que servían para pagar cierto asunto“. El P. Buenaventura me dio enseguida los seis escudos. Yo se los llevé al Padre, que se los dio al P. Camilo, y el P. Camilo al. Esteban, para éste se los diera Francisco Baldi, como pago de su préstamo; que pensaba era cierto lo que tantas veces le había asegurado, que se lo creía de seguro, que pensaba era verdad.
  • 441.- Cuando el P. Esteban recibió el dinero, llamó desde Fanano al H. Francisco María de Santa María Magdalena, de Módena, y le dijo: - “Tome estos seis escudos, con ellos haremos una recreación el día de San Esteban, e invitaremos a algunos amigos. Usted haga la menestra acostumbrada y la pitanza habitual que da el Colegio, pero que todo esté bien hecho; con estos seis escudos compre pichones, pasta, fruta y alguna otra cosa que le parezca bien, porque habrá tres o cuatro seculares; y al final brindaremos por quien nos los ha dado.
  • El H. Francisco Mª cogió el dinero y lo preparó todo con grandísimo cuidado para el día de San Esteban. Mientras tanto, el P. Esteban fue invitar al Sr. Pablo de Barberiis, al Sr. Bernardo Mauro, y al Sr. Francisco María Panicola, más otro Cura, que había sido de los nuestros, y entre nosotros se llamaba P. Carlos [Bruneri] de Santa Cecilia, para que fueran a comer con él, la mañana de S. Esteban, que quería hacer una pequeña Recreación; llegaran a la hora acostumbrada, y no faltaran, porque todo estaba ya preparado.
  • 442.- La mañana de San Esteban fueron los cuatro al Colegio, y encontraron al P. Esteban, que los estaba esperando con grandísima alegría. Había mandado esparcir verdor por todo el refectorio. Al sonido de la campanilla, hicieron el examen de conciencia, como nosotros acostumbramos, y fueron a lavarse las manos. Mientras se las lavaban, de repente cayó por tierra el P. Esteban; mientras lo llevaban a la cama a reposar, aquellos Señores se fueron a la mesa a comer, en medio de mucha alegría.
  • Los invitados visitaron luego al enfermo. Él les dijo que lo dejaran descansar, que ya se sentía un poco mejor. Durante aquella mañana no quiso comer, pues se sentía muy pesado de estómago. Dijo que esperaba no empeorar; pero, si tuviera otra incidencia, que llamaran al Sr. Juan María Castellani, para que fuera a visitarlo, sin decir nada a nadie de fuera sobre el accidente que había sufrido, pues se sentía bastante aligerado con aquel pequeño reposo.
  • 443.- Por la noche ya no pudo conciliar el sueño; estuvo continuamente en vela. A la mañana siguiente, día 27, que era el día de San Juan Evangelista, llamaron al Sr. Juan María Castellani, para que fuera a visitar al P. Esteban al Colegio Nazareno, que se encontraba mal. Cuando terminó de hacer la visita a los enfermos del Espíritu Santo, fue el Sr. Juan María. Preguntó cuál era el mal, y le contaron el suceso; y que no había podido descansar durante toda la noche; que sentía malestar de estómago, y no podía tranquilizarse para descansar algo; y procuraran dale algún remedio que le refrescara, porque sentía ardor en el estómago.
  • El médico le respondió que seguiría observando el mal, y por la tarde le visitaría de nuevo; o, quizá, nada más comer, antes de la visita a los enfermos del Espíritu Santo; que procurara descansar, que intentaría curarlo. Y se despidió.
  • 444.- Al salir, el médico dijo al P. Rector que la enfermedad era grave; que tanto ardor en el vientre era señal del mal que había dentro. - “Y no tiene fiebre, que es lo que más me preocupa. No obstante seguiremos observándolo hoy”.
  • El P. Camilo, Rector, pidió al P. Carlos [Bruneri] de Santa Cecilia, el que había sido de los nuestros, que le lo asistiera, pues no tenía a nadie práctico en cuidar enfermos, y, además, el P. Esteban se fiaba mucho de él. Le ayudó mucho; le pedía lo que quería, y no quiso abandonarlo nunca.
  • Nada más comer, volvió el médico, y lo encontró bastante peor; continuaba lamentándose de que le ardía el estómago y no podía descansar. Le observó la fiebre, y era poquísima; pero le dio una medicina a ver si le producía algún buen efecto. Le dijo que estuviera contento, que, después de la medicina, si se calmaba, volvería a verlo.
  • Pero, cuando salió fuera, dijo del enfermo que se trataba de un mal interno que le causaba mucho dolor, y temía que tuviera las vísceras infectadas, que, a pesar de todo, seguiría observando los efectos de las medicinas, y que al día siguiente volvería.
  • 445.- El P. Rector envió a informar de la enfermedad al Sr. Flavio Cherubini, hermano del P. Esteban, y que viniera a verlo. El Sr. Flavio llegó enseguida, y comenzó a preguntarle cómo se sentía. Le respondió que se sentía muy bien, pero le ardía el estómago, y no le dejaba dormir. -“Por lo demás, aunque no tengo mucha fiebre, me siento un poco alterado. Espero que la medicina que tengo que tomar mañana me libere del todo“.
  • La mañana del 28, día de los Inocentes, vestía el hábito de San Benito un sobrino de Monseñor Bernardino Panicola, Obispo de Ravello y Scala, que había sido discípulo del Colegio Nazareno y educado en nuestras Escuelas; se llamaba D. Constantino Panicola, de Roma, y el Sr. Francisco María, su hermano. Nos invitó aquella mañana, y fuimos a San Pablo a ver la ceremonia de la vestición, porque eran amigos nuestros y teníamos mucho que agradecer a Monseñor su tío. Fui en compañía del P. Vicente [Berro] de la concepción, y fueron también todos los Padres del Colegio Nazareno, en particular el P. Camilo, Rector, y el P. Pedro, de Leonesa, Maestro del Colegio. Este Padre fue con el P. Vicente y conmigo, y nos contó lo que le había pasado al P. Esteban, porque en San Pantaleón no habíamos sabido nada de que estuviera mal; más aún, añadió que el Sr. Juan María, el Médico, había dicho que le daba poca esperanza de vida, y que cuidaba de él el P. Carlos de Santa Cecilia, y no quería a ningún otro alrededor.
  • 446.- Terminada la función volvimos a Casa y le conté todo al P. General, que quiso saber al detalle todo lo que el P. Pedro me había contado. Luego me dijo: -“Pidamos a Dios que lo ayude. Me extraña que el P. Camilo no haya enviado a nadie a decirme algo; quizá no ha podido hacerlo por la función del sobrino de Monseñor Panicola. Veremos lo que Dios quiere, y hagamos oración, para que el Padre obtenga el mayor fruto para su Gloria, y para el bien de su Alma.
  • 447.- El P. Esteban tomó la medicina, y esperaba dormir mucho; pero no podía descansar tranquilo, pues de vez en cuando le dada algún mal síntoma, por lo que el médico dedujo que el mal era irremediable, que no curaría, tanto más, cuanto que ya tenía una fiebre considerable. Dijo que sería bueno tener un Consejo de médicos, par ver lo que se podía hacer, que no quería verse solo en el tratamiento, no fuera que le pasara algo, y se quejara de él. Por eso, el P. Rector avisó al Sr. Flavio, que viera lo que quería hacer, porque el médico Sr. Castellani tenía mala impresión, y había dicho que convenía tener un Consejo; que viera a quién quería llamar, que él volvería, pero tenía que ir al Espíritu Santo, y no se oponía a que fuera otro.
  • 448.- Llegó el Sr. Flavio, y se determinó tener el Consejo el día 30, tal como se hizo. Los médicos fueron de varios pareceres, pero el Sr. Juan María se mantuvo siempre en el mismo convencimiento, que el mal estaba dentro y no se conocía; que estaba en las vísceras, y el no tener fiebre, que detectara el mal, era la peor señal; que la orina era encendida, de lo que deducía que le quedaba poco de vida. Ordenaron que se le aplicaran resortes para fortalecer las vísceras, y poco a poco se iría viendo lo que se podía hacer. Después que el Sr. Flavio se informó de todo, llamó al P. Rector y le dijo que él pensaba informar al P. General, porque tenía fe en que él lo sanaría; que le permitiera ir a hablarle y pedirle que fuera a verlo, y, al verlo, el P. Esteban se reconciliaría con él, “pues, según me parece, es un castigo de Dios; pero no sé si el P. General querrá, por los agravios recibidos en la Orden, dado que todos los Prelados afirman que han sido ocasionados por el P. Esteban.
  • El P. Camilo, Rector, respondió que fuera libremente y hablara al P. General, “y seguro que vendrá”. No pareció bien decir nada de esto al P. Esteban, por no molestarlo. Llamaron al P. Juan Bautista [Andolfi] del Carmen, que, a causa de las revueltas, se encontraba en Roma, para que fuera con él adonde el P. General, y le dijeran si quería ir a visitar al P. Esteban. Cogieron una carroza y se fueron a San Pantaleón. Quedó en la carroza el S. Flavio, para oír la respuesta, y dijo si quería que fuera en compañía de los dos, porque a él le daba vergüenza ir solo, pues no sabía cómo lo aceptaría, a causa de las cosas pasadas.
  • 449.- El P. Camilo y el P. Juan Bautista subieron adonde el General y le dijeron que el P. Esteban estaba mal, que hiciera el favor de ir a visitarlo; y que estaba abajo, esperando en la carroza, el Sr. Flavio, su hermano, que no había subido, para no molestarlo. -“Dígnese V. P. ir consolarlo, porque está muy grave.”
  • El Padre le respondió: - “Cómo es que el P. Esteban está tan mal, y no me han dicho nada, pues habría ido inmediatamente? Sí había oído que tenía no sé qué mal, pero que no era cosa grave. Vamos a verlo, y encomendémoslo a Dios. Que él haga lo que sea mejor para su gloria, y la salud del cuerpo y del alma del P. Esteban. ¡Vamos!
  • 450.- Bajaron el P. General, el P. Camilo, el P. Juan Bautista del Carmen [Andolfi] y el P. Ángel [Morelli] de Santo Domingo; salió enseguida de la carroza el Sr. Flavio, y comenzó a excusarse de que hacía tanto tiempo que no lo había visto, y ,si había ido, era para pedirle el favor de que se dignara ir a visitar al P. Esteban, desahuciado ya por los médicos, y procurara consolarlo, pues tenía fe de que, con su presencia y oraciones, se alegraría y recuperaría la salud.
  • -“Excúseme de la molestia que le causo; y de no haber tenido valor par venir solo, debido a los disgustos pasados de la Orden, que usted ha tenido con el P. Esteban.
  • El P. Le respondió que sentía mucho la enfermedad del P. Esteban; que no sabía que estuviera tan mal; que hubiera ido a verlo sin que hubieran ido a llamarlo; que sólo había sabido que estaba indispuesto. - “Mandaré hacer oración por él. Luego, remitámoslo todo a la voluntad divina, de la que depende todo nuestro bien, y de todo sabe recibir su mayor gloria, ya que nosotros estropeamos lo que tocamos. Después, en cuanto a los disgustos pasados de la Orden, de los que me habla, es necesario dejarlo todo en manos de Dios, del quien me he informado de lo que ha hecho el Sumo Pontífice; y estoy convencido de que es cosa de Dios; por eso tampoco he perdido la esperanza de que Dios y su Madre Santísima seguirá protegiendo el Instituto, pues es cosa suya, que yo no he puesto nada de mi parte; he sido un simple instrumento, que ha hecho lo que ha podido por la Orden”.

Notas

  1. Moneda de plata, de tamaño grande, equivalente a ¼ de escudo.