General29/Las Escuelas Pías americanas

De WikiPía
Revisión a fecha de 16:31 24 ene 2020; Ricardo.cerveron (Discusión | contribuciones)

(dif) ← Revisión anterior | Revisión actual (dif) | Revisión siguiente → (dif)
Saltar a: navegación, buscar

Provincias españolas
Tema anterior

General29/Las Escuelas Pías americanas
Índice

Su experiencia como General
Siguiente tema


Las Escuelas Pías americanas

Un asunto espinoso (y sin embargo glorioso) en el generalato del P. Calasanz Casanovas fue el de la fundación de las Escuelas Pías Americanas, obra del P. Ramón Cabeza. El P. General recibía más noticias malas que buenas desde todos los horizontes de la Orden: de Italia, de España, de Europa Central. Se comprende que soñara con llevar la Orden a América, sobre todo a raíz de la llegada a Roma de obispos americanos con ocasión del Concilio Vaticano I en 1869, que fueron a solicitarle fundaciones. Su primera intención había sido fundar un noviciado internacional en Roma, para enviar luego escolapios a naciones de aquellas regiones, pero la situación política de Roma en aquellas fechas, y las posteriores, no le permitieron llevar a cabo su plan. Y entonces le llegó la propuesta del P. Ramón Cabeza, que armonizaba perfectamente con sus deseos. Pero había un inconveniente: el P. Cabeza pertenecía a la Provincia de Castilla, y como tal estaba fuera de su jurisdicción. El P. General era muy respetuoso con respecto a los Superiores Mayores, y no quería hacer nada sin contar con ellos. Y el Provincial de Castilla fue siempre opuesto a la fundación de América por el P. Cabeza. El P. Casanovas tuvo que hacer un doble juego, apoyándose en la Sagrada Congregación de Regulares para poder enviar al P. Cabeza con su bendición, y al mismo tiempo intentando no ofender a los superiores de España. Por otro lado, el P. Cabeza, impulsivo, no siempre actuaba con las cartas boca arriba, y cometía imprudencias, por lo que el P. General acabó retirándole su confianza, con gran dolor por su parte. Y así la gran aventura de las Escuelas Pías Americanas terminó dejando un sabor agridulce: aparentemente fue un fracaso, aunque a la larga supuso la base para el establecimiento definitivo de las Escuelas Pías en Argentina. Digamos unas palabras sobre el P. Ramón Cabeza, y veamos algunos hitos de este proceso.

El P. Ramón Cabeza había nacido en Madrid en 1828; después de un tiempo como aprendiz en una imprenta, ingresó en las Escuelas Pías en 1845. En 1853 fue ordenado sacerdote, y en 1858, con dispensa de edad por parte del Nuncio, fue nombrado Maestro de Novicios. Le encargaron además la imprenta escolar de la Provincia de Castilla, que él llevó a una producción máxima, aunque nunca fue capaz de poner en claro las cuentas (este fue un defecto que le acompañó toda su vida); por ello y quizás por la poca colaboración de quienes debían haber usado los libros producidos, acabó en fracaso, con una fuerte deuda para la Provincia. Durante años como formador impulsó ideas renovadoras en Castilla, y muchos escolapios jóvenes le seguían. Por este motivo se fue abriendo una brecha entre él y los superiores escolapios de España, y más aún cuando estalló la revolución “Gloriosa” en septiembre de 1868, a causa de la cual Isabel II tuvo que salir del país. Un par de meses antes el P. Calasanz Casanovas, Asistente General en España por Cataluña, había partido a Roma, nombrado General de la Orden por Pío IX. Una parte de escolapios jóvenes en las tres provincias españolas (entre los cuales el P. Cabeza aparecía como un líder) creyeron que había llegado el momento de llevar a cabo una serie de cambios; la mayor parte de los superiores, asustados por la revolución, reaccionaron en sentido contrario: había que atar las cosas, por el bien de la Orden (dos años antes las Escuelas Pías italianas habían sido suprimidas por el nuevo gobierno unificador del país). Ramón Cabeza se convirtió en una oveja negra, a la que había que doblegar a toda costa.

Él por su parte, vio en la elección como General de Calasanz Casanovas (a quien había tratado alguna vez en Madrid) una oportunidad para salir de una situación incómoda y al mismo tiempo llevar a cabo un sueño personal, que había contagiado a otros escolapios jóvenes: fundar las Escuelas Pías en América del Sur. Ya otros escolapios, huidos de España tras los ataques liberales a la Orden en 1834, se habían refugiado en el continente y, como particulares, habían fundado un colegio en Montevideo en 1836, que perduró hasta la muerte del último de ellos, en 1875. Aunque no fue nunca considerado como colegio escolapio, sí puede llamarse la primera obra establecida por escolapios en el continente sudamericano. Más al norte, tras algunos efímeros intentos después de la primera supresión de la Orden en España en tiempos de la invasión de España por las tropas de Napoleón a principios del siglo, la primera fundación firme y oficial fue la de Guanabacoa en Cuba, en 1857. Cuba formaba parte aún de España, o de su (muy disminuido) Imperio.

Ramón Cabeza se puso inmediatamente en contacto con Calasanz Casanovas. Tras unas primeras cartas breves de saludo, felicitación, etc., pasó directamente a exponer su proyecto. Lo vemos en la primera carta que transcribimos parcialmente[Notas 1].

Si no hubiera temido distraer a V.P. de sus muchas ocupaciones, sin duda le hubiera escrito, mas al presente lo hago con doble motivo, ante todo para felicitarle anticipadamente los días y además manifestarle con toda reserva un deseo que otros tres escolapios y mi persona quisiéramos realizar con la debida cooperación de V.P.; este deseo, una vez reducido a práctica, además de la gloria que puede resultar a Dios y a nuestro S.P., tiene la circunstancia de prestarse a nuestro carácter emprendedor y activo en la propagación del Instituto.

Tal vez no ignore V.P. que hace unos pocos años pidieron de Chile fundación de un colegio y se respondió, como siempre, que no era posible por entonces. Pues bien, los cuatro escolapios citados más arriba quisiéramos obtener de V.P. mandato o permiso, o lo que convenga, para realizar dicha fundación, pero quisiéramos fuera dependiente de un modo exclusivo del General Romano, y no sólo este primer colegio, sino cuantos en aquellos estados de la América del Sur se fundasen, andando el tiempo, pues claro es que teniendo facultades para admitir y educar novicios etc., se podrían multiplicar las casas en aquellos países y no dudo que Su Santidad prestaría gozoso su bendición y apoyo espiritual a los que voluntariamente se ofrecen a dar principio a semejante obra en tan remotas tierras, abandonando su patria y su familia.

Los fines que nos proponemos son: 1º la propagación del Instituto por aquellos países que hablan castellano; 2º suministrar recursos al General Romano para sus muchas necesidades que le ocurren relativas a toda la Orden. Por nuestra parte no pedimos recursos para el viaje; sólo deseamos autorización y demás facultades para poder obrar allí lealmente y con la dependencia directa de Roma. Por lo que antecede fácilmente podrá V.P. inferir que no podemos significarnos con el P. Vic. General español, pues o nos negaría el permiso, o en otro caso lo otorgaría quedando bajo su jurisdicción aquellas fundaciones, lo cual es contra nuestros deseos. Y pues nos hemos convenido cuatro castellanos, sacerdotes todos con bastantes años de enseñanza y espontaneidad completa para sufrir los trabajos que se presenten, creo que V.P. no puede dejar de ayudarnos en tan santa empresa, acudiendo si fuere necesario, al Sumo Pontífice a pedirle su bendición, escribiendo después al P. Vicario General, diciendo nos necesita para una fundación o para cualquier cosa, y después confiándonos la ejecución del pensamiento cuyo éxito con la ayuda de Dios no dejará de ser próspero, atendida la homogeneidad de caracteres y la espontaneidad del ofrecimiento. Excuso repetir a V.P. la conveniencia de que cuanto antes nos conteste para no dar lugar a principiar el curso y hacer los cuadros de profesores.

No dudo que el pensamiento lo hallará V.P. muy en armonía con mi carácter de estar siempre haciendo algo y no avenirme con la apatía e indiferencia que reina en Castilla (…)

Al mismo tiempo le envía las Bases que él propone para el establecimiento del Instituto en los Estados de América del Sur[Notas 2]:

1.Fundadores: cuatro religiosos de la Provincia de Castilla, sacerdotes, quienes de común acuerdo se hallan unánimemente decididos a abandonar sus familias y su patria para plantar y propagar el Instituto Calasancio en aquellos remotos países con exclusiva dependencia del Rvmo. P. General Romano.
2.Convienen dichos fundadores en la observancia de las Reglas de S. José de Calasanz en toda su pureza, según el texto del mismo, educando por tanto a la nueva juventud teórica y prácticamente al tenor de lo dicho.
3.En su consecuencia suplican a la Sagrada Congregación tenga a bien dispensar el cumplimiento de la última Bula sobre votos simples, y que profesen desde luego solemnemente los novicios según la Regla del Santo Padre hasta que esté arraigado allí el Instituto o la experiencia exija lo contrario.
4.Se establecerá vida común completa en cada casa (con abolición del peculio) y uniformidad absoluta en todas.
5.Se creará un fondo común del sobrante anual de cada casa con triple objeto: para atender a las necesidades de las casas que cuenten con menos recursos y se conserve la debida igualdad; para proveer a la educación de la juventud y propagación del Instituto, y por último para poder remitir algunos fondos al P. General de Roma con los que atienda a las necesidades ordinarias de la Orden.
6.Creación inmediata de un noviciado central en Buenos Aires (por su buen clima) en las inmediaciones de la población, con terreno desahogado y cómodo, donde residirán los fundadores.
7.Ninguna retribución se exigirá a los novicios en su ingreso. Se comunicará a los Sres. Obispos la instalación del Instituto, a fin de que puedan notificarlo a los jóvenes que conozcan dispuestos y con inclinación al estado religioso. Se les manifestará asimismo que se admitirán donativos ya únicos, ya periódicos, para atender al sustento y educación de los juniores y de sus maestros, y poder propagar prontamente las Escuelas Pías en sus respectivas diócesis, en lo que serán preferidos los que con más recursos contribuyan.
8.En conformidad con la mente del Fundador, no se admitirán seminarios de internos, que tanto disipan el espíritu religioso, y tanto personal absorben, asemejando nuestros colegios a empresas especulativas.
9.Esto no obstante, y pare evitar el reparo de asistir a las clases confundidos los ricos con los pobres, habrá clases en local separado para los unos y los otros.
10.En este concepto cada escuela de instrucción primaria tendrá dos locales, uno para niños pobres y otro para niños de familias pudientes, pero las materias y el orden de la enseñanza serán iguales y gratuitamente para ambas clases, y sin admitir los profesores jamás los obsequios de los niños.
11.No sólo se enseñará gratuitamente, sino que se proveerá de libros, papel & a los niños pobres, si los recursos lo permiten.
12.Para admitir a estos, además de los requisitos exigidos por nuestras Reglas, se exigirá papeleta del Municipio presentada al Secretario de las Escuelas Pías.
13.Los Municipios proveerán de locales, mobiliario & para la enseñanza primaria, cómodamente distribuidos por la ciudad, a donde puedan acudir los maestros y los niños a las horas señaladas.
14.Hasta que un plantel de jóvenes haya terminado su carrera, sólo se enseñará la instrucción primaria completamente, y toda fundación empezará siempre por ella.
15.Para admitir a un niño de familia acomodada basta con que acuda al secretario, y se inscriba en el registro.
16.Se admitirán los donativos que las familias de estos niños hicieren para el sostenimiento de los profesores, los cuales sólo serán recibidos por el secretario, quien llevará nota para la aplicación de los sufragios por los bienhechores.
17.Las fundaciones serán completamente libres, es decir, no se hará escritura con nadie, pues la experiencia acredita que los municipios prometen y no cumplen, y no habiendo de tener internos es preferible de lo que dice el Santo Padre “ex elemosyniis sponte oblatis”, recibiendo en calidad de donativos las cantidades que quieran mandarnos las familias de niños acomodados, las personas afectas al instituto, las autoridades (aunque sin escritura ni convenio), como igualmente los legados que a nuestro favor se hagan.
18.Las escuelas de instrucción primaria se multiplicarán en cada ciudad tanto como permita el número de profesores, el de locales y el de niños.
19.Las clases llamadas de 2ª enseñanza sólo las habrá en la casa residencia de los Escolapios, a donde habrán de concurrir los alumnos.
20.Se circulará profusamente un programa comprensivo de nuestro plan general de estudios para los niños desde seis años hasta carrera mayor y cuyo planteamiento en cada fundación será paulatino.

El P. General se puso en contacto con el Vicario General Balaguer, informando y pidiendo su opinión sobre los planes del P. Cabeza. Tanto el Vicario General, como sobre todo el Provincial de Castilla Julián Viñas, se opusieron totalmente. El Provincial decía oponerse porque la gestión de la imprenta en los últimos años había dejado una importante deuda, y quería que el P. Cabeza respondiera ante la justicia, aunque la verdadera razón era que no se fiaba de su manera de ser y de pensar, y temía que, si le permitía llevar a cabo sus planes, otros muchos escolapios jóvenes seguirían sus pasos, comprometiendo el futuro de la Provincia. De hecho, hubo escolapios que pidieron ser enviados a Buenos Aires atraídos por el sueño del P. Cabeza de “vivir según la norma primitiva de Calasanz”, y entre ellos el mismo P. Faustino Míguez. En Italia seguía con interés las noticias de Buenos Aires el P. Wenceslao Profilo, que había sido Asistente General por Nápoles, y otros padres no sólo italianos, sino también en las provincias centroeuropeas. No conociendo el trasfondo “castellano” de la aventura del P. Cabeza, estaban naturalmente ilusionados con el desarrollo de la Orden en América.

El P. General tuvo que explicarse frente al P. Balaguer, y ante el P. Viñas. En una larga carta les explicaba su postura ante el P. Cabeza y sus planes, desmontando toda una serie de argumentos que el P. Provincial de Castilla había esgrimido en una carta enviada al P. Vicario para justificar su oposición a la marcha de Castilla del P. Cabeza. El argumento principal era que tenía que responder de las deudas de la imprenta, pero el P. General le responde que eso lo tenían que haber resuelto años antes, y que además el P. Cabeza había recibido facultades del Provincial anterior Inocente Palacios para pedir préstamos. Entre otras cosas decía el P. General[Notas 3]:

Dice que “por las necesidades de la Provincia no accedió en principio a la salida del P. Cabeza”, y yo creí ser una necesidad para la Provincia que el P. Cabeza saliera con los tres que se le unían; el tiempo ha empezado ya a manifestar las ventajas que de tales individuos podía esperarse.

Las consideraciones sobre si el P. Cabeza reúne o no las condiciones de fundador son improcedentes, pues ninguna responsabilidad había de alcanzar a la Escuela Pía de España, ni yo le pedía un fundador: sólo le preguntaba si había inconveniente en dejar salir de la Península al P. Cabeza.

“El P. Cabeza se halla cerca del P. General con el estigma del apóstata; lo que debe hacerse marcado está en nuestras Constituciones, etc. etc.” Agradezco la indicación del P. Provincial, y le aseguro que así en este asunto como en todo lo demás no me he apartado ni pienso apartarme nunca, con el favor de Dios, del cumplimiento de mis deberes, ajustando siempre mi conducta a nuestras Reglas y Constituciones (…).

No pudiendo continuar, digo tan solo que como he respondido a algunas, podría responder a otras de las observaciones del P. Provincial. Espera que no me dejaré engañar, pero teme que acabaré por aprobar la conducta del P. Cabeza en lo relativo a imprenta y en su proyecto reformista de la Corporación. No concibo tan poca formalidad: ni el P. Cabeza me ha hablado de reformar la Corporación, ni a mí me ha pasado por la cabeza, ni creo que nuestra Corporación de España necesite reforma, ni escogiera al P. Cabeza para realizarla en caso que conviniera. Me tiene un poco aburrido esto de suponer cosas que no he dicho, ni siquiera pensado. En cuanto a dejarme engañar, lo considero muy fácil si se tratara de cosas mías, pero las de la religión las consulto con Dios y con personas que puedan aconsejarme. Entre mis consejeros no ha entrado nunca el P. Cabeza, ni siquiera le he hablado del impreso que yo he llamado “Balance presentado al Capítulo”. Cuando escribí, no lo tenía a la vista, aunque obra en mi poder desde que estuve en Madrid; va firmado por el P. Provincial, lleva la fecha 30 junio del 65, y estaba en la idea de que había sido presentado manuscrito al Capítulo y entregado impreso a los PP. Capitulares. Esta discordancia no da ni quita fuerza al documento. En España no he podido jamás aprobar el tal Balance o Movimiento del caudal de la Caja provincialicia ni administración de la imprenta, llevada de un modo anormal, inconveniente, ruinoso, como desde el principio de su instalación se lo escribí varias veces al P. Provincial de Castilla siendo yo secretario del de Cataluña; menos lo podría aprobar ahora en Roma no presentándoseme documentos que la justifiquen. Pero ¿de quién es la responsabilidad? No basta decir que la Escuela Pía de Castilla no lo sabía; obligación tenía y medios de saberlo, y por eso le decía en mi última al P. Provincial “pecado grande de omisión habéis pecado, haga Dios que podáis pagar con ligera penitencia”.

A última hora la Sagrada Congregación de OO y RR me remite una solicitud del P. Cabeza según la que “Deseando vivir según la Regla Primitiva con otros tres religiosos de su mismo sentir, pide permiso para erigir bajo la obediencia inmediata del P. Prepósito General de Roma una casa en de las Escuelas Pías en tierras Americanas, y en primer lugar en la ciudad llamada Buenos Aires, y una vez fundada y provista de todo lo necesario, permiso para aceptar novicios. Roma, 22 de julio de 1870”. La S. Congregación me pide información y voto, y yo antes de contestar a la S. Congregación pido también a V.R. informes y parecer. Aunque V.R. y el P. Provincial de Castilla me tienen ya comunicadas noticias suficientes para formular un voto contrario, no obstante, porque aquellas noticias eran contemporáneas, las pido ahora oficialmente para que se puedan unir al expediente que deberé yo formar y al que forma la S. Congregación.

Hoy ha muerto el Arzobispo de Buenos Aires, después de solos dos días de enfermedad.

Ayer hubo necesidad de sangrar el P. Ramón Cabeza, enfermo de gravedad, amenazado de un golpe apoplético o congestión cerebral. Hoy el médico le ha hallado menos grave. Hace días que sufría su sistema nervioso, principalmente la cabeza, a causa tal vez de las contrariedades que encuentra y de la poca probabilidad de llevar a cabo sus proyectos cual desea. Cualquiera que sea el resultado, si Vs. no convienen en su salida, ni entran en tratativas con el Sr. Aguado [el acreedor de la imprenta], tengo motivos para pensar que está resuelto a pasar por todo menos regresar a España. Dios nos asista con su santa bendición.

Mientras tanto el P. Cabeza tomó por su parte una serie de iniciativas arriesgadas y rayanas con la desobediencia. Partió a Roma en junio de 1870, expuso sus planes al P. General, fue por su cuenta a pedir autorizaciones a la Congregación de Obispos y Religiosos, aceptó reconvertir su primer plan de ir a fundar a Chile para seguir el deseo del P. Casanovas, que quería atender una petición del arzobispo de Buenos Aires (con lo cual el P. General quedó comprometido en la fundación), y al final parte para Argentina, en septiembre del mismo año. Lleva consigo el nombramiento de Provincial de las Escuelas Pías Americanas, el permiso para abrir noviciado, y la bendición del P. General, quien sin duda se sentía dividido en sus sentimientos en aquel momento: sabía que no podría ayudar más al P. Cabeza sin el consentimiento de los Superiores de España (que nunca llegó), y deseando el éxito de la empresa, no podía decir oficialmente que la apoyaba. Por otra parte, tampoco se fiaba mucho del P. Cabeza: sabía que su genialidad lo mismo podía llevarle al éxito que al fracaso.

Nada más llegar a Buenos Aires, el P. Ramón Cabeza escribe al P. General, informándole sobre su viaje y sus primeros pasos. Le decía lo siguiente[Notas 4].

Mi venerado P. General: Llega por fin el día en que sale el correo y lo aprovecho con sumo gusto para dar cuenta de mi persona y suplicar a V.P. me manifieste si alguna cosa le ha ocurrido ya personal, ya a la Escuela Pía Romana, lo cual me temo en vista de los acontecimientos que se han seguido a poco de mi salida[Notas 5].

El 15 de set. escribí a V.P. desde Marsella diciéndole que no había recibido la carta prometida, ni al llegar aquí me he hallado con ella, lo que atribuyo o a extravío o a las circunstancias de Roma por demás azarosas, que no lo han permitido, y aun tal vez haya sucedido lo propio con las cartas, que se encargó V.P. de mandar al correo de España para el P. Vicario General, Rector de Yecla y P. Manuel Pérez.

El 15 set. a las 10 de la mañana salí de Marsella en un vapor de 100 metros de largo que llevaba más de 800 pasajeros, y la bendición formal que V.P. me dio al salir del colegio me ha acompañado, gracias a Dios, durante todo el viaje y aun aquí los días que llevo, esperando del Señor que en todos mis pasos siguiera por el recto fin que me he propuesto, y la constancia con que en medio de tantas contradicciones he esperado el consentimiento de V.P. y de Monseñor Secretario de la Congregación de Obispos y Regulares, aunque sólo haya sido verbal, pero lo suficiente para obrar “tutta conscientia”. No tocamos en Barcelona, pero sí en Tarragona el 16 a las 3 de la tarde y el 18 en Gibraltar. El 26 en S. Vicente (Islas de Cabo Verde), y el 9 de octubre en Río Janeiro, en donde tuvimos que parar 14 días a componer la hélice del vapor. Me hospedé en el convento de Capuchinos, cuyo P. Comisario Fr. Cayetano y demás religiosos me obsequiaron de un modo especial, siquiera por ser escolapio y español. También el Sr. Nuncio y su Secretario, discípulo este de Florencia, estuvieron finísimos; y el Sr. Obispo de Siara, hospedado en el palacio del Prelado de Río Janeiro, el que examinó de Matemáticas a los alumnos del Colegio Nazareno, me invitó a comer, alegrándose todos de mi misión. Por fin el 22 a las 4 salimos de Río Janeiro llegando el 29 a Montevideo, y el 29 a la una de la tarde aquí; como desde Río Janeiro había escrito mi próxima llegada, me aguardaba en el muelle el P. Fermín Molina. Me significó su decisión firme por llevar adelante la fundación según la primitiva Regla, y haber escrito varias veces al P. Provincial en el mismo sentido, aunque sin tener respuesta alguna, por lo que aguardaba mi llegada con ansia para poder realizar nuestro común pensamiento.

Juntos desde ese día, visitamos el 30 al Sr. Espinosa, le entregué la carta y borrador que V.P. sabe, y enterado de su contenido, dijo que el Sr. Obispo Aneiros era Vicario Capitular ahora, y siéndolo le estaba prohibido admitir Órdenes Religiosas, y por tanto mucho más solicitarlas, además de que no tenía sentido el que pidiera el Vicario General una Institución Religiosa, siendo así que el Sr. Arzobispo difunto la tenía ya admitida, pasado a la Congregación su beneplácito por escrito y mandado a su entonces Vicario General sus órdenes terminantes para cuando llegaran los fundadores con instrucciones oportunas al efecto & &. Insistió en que la fundación estaba admitida y hecha por el difunto Arzobispo, y prueba de ello sería la conducta que notaríamos observaba con nosotros el Sr. Aneiros, al cual nos presentó enseguida. Efectivamente, apenas nos vio y supo éramos los Escolapios que, de acuerdo con el Sr. Escalada, su Prelado, iban a fundar, en el acto dijo “desde este instante tienen Vs. mis facultades para celebrar, predicar, confesar personas de ambos sexos, y por lo que hace a la fundación estoy dispuesto a hacer cuanto pueda y Vs. me indiquen”. Le preguntamos si era preciso llenar algún requisito para abrir nuestras escuelas, a lo que replicó que ninguno; como en país libre podíamos hacer “ad libitum”.

Acto seguido supimos que el Sr. Cura Párroco de La Concepción, condiscípulo del Sr. Aneiros y discípulo de los Escolapios de Montevideo en 1836, deseaba en su vasta feligresía una escuela de sacerdotes. Hice que supiera nuestra llegada, a fin de seguir los pasos del Santo P. en Sta. Dorotea, y el 31 por la tarde tuvimos una conferencia en presencia del Sr. Provisor del Obispo, en la cual dijo el Sr. Cura que no hiciéramos nosotros nada, que él lo haría todo, y nos avisaría luego que encontrara edificio cerca de su iglesia, y entonces el Provisor añadió que a ciegas siguiéramos los consejos del Sr. Cura, que nos lo proporcionaría todo muy bien. Y el Sr. Obispo en visita posterior nos ha repetido lo mismo, que el Cura de La Concepción nos dirigirá en todo, sin perjuicio de que él esté dispuesto a cuanto le indiquemos. Pero gracias a Dios, hasta ahora nada hemos pedido.

El día 9 a las 8 de la mañana mandó el Sr. Cura un carruaje a buscarnos con el fin de entregarnos la llave de una casa ajustada y regateada por él mismo, construida el año 1865 y que ha servido ya para colegio, medianera con la pared de la iglesia por el altar mayor, y que permite abrir puerta interior a la misma para nuestra comodidad y la de los niños, y aun aprovechar para jardín un terreno perteneciente a dicha iglesia cedido por el Sr. Cura. El 10 nos hemos trasladado a ella, y mañana se abre la matrícula para el ingreso, y luego que reunamos cierto número, empezaremos las clases. Hacen falta los otros dos compañeros de España, advirtiendo que Escolapios sin carrera no pueden venir a Buenos Aires, pues serían muy mal recibidos y mirados de peor modo, tal es el refinamiento del país.

En vista, pues, de lo mucho que tenemos que agradecer al Señor, a la Virgen y al Santo Padre, y también a la favorable acogida que hemos tenido del Ilmo. Sr. D. Federico Aneiros, Obispo de Aulon, de D. José Gabriel García de Zúñiga, Cura Párroco de la Inmaculada Concepción, y del Doctor D. Antonio Espinosa, agradecería infinito de V.P. me mandase para dichos Sres. Bienhechores la Carta de Hermandad, por cuyo medio continuarán sin duda su benevolencia para con nosotros y ganará no poco el Instituto en estos países. Instalado ya el Instituto en Buenos Aires por unos medios que transparentan claramente la protección visible de María Santísima, sólo resta que la Sagrada Congregación otorgue permiso para abrir Noviciado cuanto antes, pues ya tiene en su poder la aceptación del Sr. Escalada, y V.P. remita dicho Breve para realizarlo inmediatamente, pues no falta algún pretendiente que está esperando.

Me encomiendo a las oraciones del Emmo. Cardenal Moreno, Obispo de Cuenca, Oviedo & &. P. Carbó, los PP. de la Congreg. General y demás religiosos de S. Pantaleón, de S. Lorenzo y del Nazareno, y demás personas amantes de las Escuelas Pías Americanas. El P. Fermín pide igualmente a V.P. la bendición, y les saluda con todo respeto mientras se repite de V.P. afmo. y humilde hijo en J.C., q.b.s.m. Ramón Cabeza de los Dolores. El sobre a mi nombre: Escuelas Pías Americanas. Calle de Tacuarí nº 247, Buenos Aires.

Durante los años que siguieron el P. Cabeza escribió puntualmente cada mes una carta al P. General, informándole sobre el progreso de la fundación y pidiéndole su bendición y sus consejos. Sin embargo, el P. Calasanz no le respondió una palabra, al menos durante los primeros tres años. No quería verse envuelto en una aventura que cada vez era más contestada desde España. Cuando al fin escribe, lo hace mostrando una cierta desconfianza, más que enviándole palabras de apoyo. Los PP. Cabeza y Molina mientras tanto iban dando pasos: después de tener en funcionamiento una primera escuela en Buenos Aires en un local alquilado, admitieron algunos novicios, compraron una gran extensión de terreno a las afueras de la ciudad, en San Martín, y allí iniciaron la construcción de un gran colegio. El P. Cabeza se arriesgó mucho, contrayendo deudas con bancos y particulares que luego esperaba ir pagando. Pero la situación económica y política cambió en Argentina en 1873, y comenzaron a surgir las dificultades. El año 1882 fue fatídico: el obispo retiró todo su apoyo a los escolapios, y los acreedores embargaron en febrero el colegio de San Martín. Los escolapios se retiraron al otro colegio de Buenos Aires, intentando pagar al menos las deudas contraídas con los empleados de las escuelas. Un año después falleció el P. Cabeza, como leemos en la carta escrita por su compañero el P. Fermín Molina[Notas 6].

Tengo el profundo sentimiento de anunciar a V.P. la muerte del R.P. Ramón Cabeza de la V. de los Dolores, Superior Provincial de estas Escuelas Pías, ocurrida el 8 del corriente a las 5.30 a.m. Desde nuestra instalación en esta casa a mediados de marzo del año pasado, después del doloroso despojo (esta es la palabra) del Colegio de S. Martín por parte del Gobierno de la Provincia y por manejos de la masonería, el P. Ramón, que sufrió tan rudo golpe con una resignación propia de un santo, quiso, por decirlo así, eclipsarse por completo, descargando sobre mi humilde persona el peso que durante tantos años había con tanta paciencia sostenido sobre sus hombros. No se cuidó más ni un momento de la parte económica administrativa del Colegio, y atento solamente a la educación de los niños y la formación de los novicios, en cuyo ejercicio hallaba todas sus delicias, apareció bien pronto como transformado en otro hombre. Su físico agradeció el relevo de la carga, y pudieron verle cuantos le trataban lleno de vida y robustez como nunca. Así se ha conservado durante quince meses, trabajando infatigable como un joven, comunicando a todos la alegría que irradiaba su semblante, dando a todos aliento, si bien ocultando en el fondo de su corazón las amarguras de su espíritu. ¡Y qué amarguras! Sólo Dios y yo, que he tenido siempre en mis manos su conciencia, las sabemos. ¡Cuántas virtudes ocultas! ¡Cuántos méritos desconocidos! ¡Qué perla tan preciosa menospreciada!... Hacía ya algún tiempo que por indicación mía había elegido como director espiritual al M.R.P. Fray Jesús Estévez, hoy Prior de Sto. Domingo (habló en Roma con V.P.) sin que por eso dejara de confesarse también conmigo. El día 6 fue a dicho convento; confesó y conferenció largamente con el Padre y volvió contento como siempre a las 8, hora del desayuno. El día 7 jueves estuve yo gran parte de la tarde ocupado en gestiones para adquirir en propiedad para las Escuelas Pías el edificio que ocupamos. Mi Sr. tío estuvo conferenciando con el Padre toda la tarde. Volví; hablamos largamente sobre lo que debía hacer después, y nuestra conversación duró hasta las 11.30 de la noche, hora en que me dijo estas palabras: “¡Bueno, Padre! Ya sabe todo lo que tiene que hacer. Ahora vámonos a descansar”. Nos despedimos.

Su habitación, separada por un sencillo tabique de la que yo ocupo, comunica con esta por una puerta que nunca se cerraba. Acostóse el P. inmediatamente y yo permanecí aún leyendo hasta las doce y media, suelo acostarme siempre a las 12. El P. roncaba perfectamente como de costumbre. A las 4 de la mañana sonó el despertador que tengo en la habitación; el P. dormía y roncaba como siempre. Dormité aún hasta las 5; me levanté, encendí la luz y púseme a rezar. El P. no roncaba ya, por lo que creí que estaría ya despierto. Rezaban horas ya los novicios, y siendo ya la hora de la oración, el H. Operario entró para tomar el vino para las misas, que el P. guardaba en su habitación, y diciéndome que creía que el P. había salido ya (no se veía nada a esa hora), entré, toqué la puerta que daba salida al patio, que hallé sin estar echada la llave y al volver a mi habitación mirando a su cama le dije al Hermano: “¡Pero si está aquí!...” Me acerco… le pregunto si no se levantaba… si se hallaba enfermo… Corro a tomar la luz… ¡Padre mío! ¡Estaba muerto!...

Yo no puedo explicar el golpe terrible que sufrió mi corazón a la vista de aquel cadáver que llené de besos y de lágrimas. Queda a la consideración de V.P. el vacío que su muerte deja en mi corazón, y cuánto deberá costarme en mucho tiempo el poder habituarme a pasar sin su compañía después de haber vivido con él identificado con su existencia durante veinticinco años. Quieran el Señor y nuestro Santo Padre consolar mi espíritu en tan grave tribulación, ya que por su gracia resuelto estoy a sacrificarme por las Escuelas Pías a las que he consagrado los días de mi vida. (…)

Tras su muerte, el P. General escribe una carta al Arzobispo de Buenos Aires (que sigue rechazando a los escolapios) explicando la situación del P. Cabezas, y alabándolo sinceramente[Notas 7]:

Sabía el venerable antecesor de V.E., Sr. Escalada, que el P. Ramón Cabeza andaba a la América de su propia y única cuenta; ni los Superiores de la Orden le enviaban, ni la Sagrada Congregación de OO. y RR. hacía otra cosa que regularizar su posición, creyendo unos y otros que del tentativo podría resultar un gran bien, nunca un daño a la Ciudad y Diócesis. La conducta personal del P. Cabeza había sido siempre intachable, y no se desmintió jamás: su adhesión a las doctrinas de la Iglesia y su celo por la instrucción de la juventud eran de todos conocidos. Si ha sido atrevido en la empresa o si le han fallado los elementos con que creía poder contar, esto sólo puede saberse en Buenos Aires, que ha sido testigo de sus hechos.

En mi concepto el mismo P. Cabeza ha sido una víctima que se ha sacrificado por un ideal que se proponía solamente proporcionar ventajas al público. Los que fueron sus compañeros si no merecen la protección de V.E., podrían tal vez ser considerados acreedores a la indulgencia de V.E. misma, en atención a los años y fatigas que llevan empleados en esa ciudad, para considerarlos al menos como meros particulares y maestros privados, cuando no se quiera considerarlos como religiosos. Yo no he hablado en particular de ninguno, porque de ninguno tengo para qué hablar; V.E., a quien la Sagrada Congregación dio jurisdicción sobre ellos, sabrá combinar, como lo ha hecho hasta aquí, los deberes de su autoridad con los de la caridad de Jesucristo.

Pero el Arzobispo no quiso saber nada. Insiste en que el P. Molina debe despedir a los novicios, y ser considerado como un simple sacerdote[Notas 8]. No pudiendo continuar en Buenos Aires a causa de la oposición del Arzobispo, el P. Molina aceptó la invitación del Vicario de Tucumán, y partió hacia allí con los novicios para fundar un colegio escolapio. Que comenzó a funcionar en 1884, y que fue prosperando incorporado a la provincia Romana hasta que, en 1888, por decisión del P. General Mauro Ricci, pasó a depender de la Vicaría General Española. El P. Vicario Manuel Pérez, que había enviado dos años antes otros escolapios a fundar a Chile (Concepción y Yumbel) envió refuerzos a Tucumán, nombrando rector del colegio a un hombre brillante, impulsivo e intransigente, el P. Pedro Díaz, que, en menos de dos meses, por desacuerdos con el Vicario y con los bienhechores que lo mantenían, lo mandó abandonar. Luego se las arreglaría el mismo P. Pedro Díaz con sus imprudentes ataques antiliberales en la prensa para hacer fracasar el colegio escolapio de Concepción, el gran sueño de los escolapios de Chile, pero esa es otra historia. El P. Molina, disgustado por la manera como había sido tratado por sus superiores, pasó al clero secular en Tucumán. La Providencia quiso que cuando ya estaban para embarcarse en Buenos Aires de vuelta a España los demás escolapios, apareció otro sacerdote, ofreciéndoles una nueva fundación en Buenos Aires. Y esta vez sí, fue la buena.

Notas

  1. Reg. Gen, 242 B, m 1, 32. Fecha: 28 julio 1869.
  2. Reg. Prov. 63 B, 525. Fecha: 15 junio 1869.
  3. Reg. Prov. 63 B, 503 b. Fecha: 29.7.70
  4. Reg. Prov. 63 B, 530. Fecha: 15 noviembre 1870.
  5. Las tropas italianas entraron en Roma el 12 de septiembre de 1870, justo después de la salida del P. Cabeza.
  6. Reg. Prov. 63 B, 583. Fecha: 18 junio 1883.
  7. Reg. Gen. 141 B 13, 75. Fecha: 10 octubre 1883.
  8. Reg. Prov. 63 B, 585. Fecha: 6 septiembre 1883.