BartlikAnales/1644

De WikiPía
Saltar a: navegación, buscar

1643
Tema anterior

BartlikAnales/1644
Índice

1645
Siguiente tema


Año 1644 de Cristo. 47º de las Escuelas Pías. Último de Urbano VIII.

Muerte del Cardenal Protector y del Pontífice Urbano
El año presente fue fatal para el Sumo Pontífice Urbano VIII, lo mismo que para el Emmo. Cardenal Cesarini, protector nuestro. Este cayó enfermo al comienzo del año nuevo con un dolor extremado, y ya no se recuperó, sino que, llamándolo Dios, pasó a mejor vida el 25 de enero. Aquel, después de pasar en el solio de Pedro 21 años menos ocho días, murió piadosamente el 29 de julio, a los 77 años de edad. Este hubiera merecido que su memoria perenne entre nosotros se grabara en piedra por los muchos favores que hizo a la Orden. Pero como más tarde suspendió sin ningún motivo a nuestro fundador de su cargo de General, que él mismo le había conferido con carácter perpetuo, y despidió ignominiosamente[Notas 1] a sus asistentes por el mismo motivo con desprestigio de la Orden, él mismo suprimió todo buen recuerdo suyo entre nosotros y quienes nos sigan. También desmereció el cardenal Cesarini, pues fue él quien dio ocasión de la vergonzosa conducción del P. General al tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, y después de la suspensión de su cargo, fue negligente para propugnar su inocencia, y a partir de ese momento es como si ya no fuera protector de la Orden, quedándose mudo. La fama no tiene qué contar a los que vendrán.
Muerte de la Reina de Polonia
En ese mismo año también falleció la serenísima reina de Polonia, primera introductora de nuestra Orden en su reino junto con su esposo el Rey, del cual tendremos que hablar abundantemente dentro de poco.
Continuemos ahora con nuestros asuntos por orden. El presente año es fecundo en ellos, aunque produjeron más dolor que consuelo en el corazón de nuestro Fundador. Una vez terminada la visita, esperaba el fin de nuestras turbaciones, pero de hecho fuimos expuestos a peligros mayores y más intrincados. Pues el visitador procedió fraudulentamente con nosotros, como se va a mostrar, pues entregó a los cardenales una relación diferente de la que dio a la Orden. La que dio a la Orden la copiamos a continuación:
“La Orden de las Escuelas Pías tuvo su origen en algún momento bajo el pontificado de Clemente VIII; luego Paulo V la erigió en Congregación de votos simples. Más tarde Gregorio XV la erigió como Orden con votos solemnes, confirmando sus Constituciones propias mediante un breve propio especial, y comunicándole todos los privilegios de los religiosos mendicantes.
El ministerio de esta Orden consiste en enseñar a los niños desde los primeros elementos a leer, escribir, hacer cuentas, latín y principalmente la piedad y la doctrina cristiana, conforme al breve de Paulo V, y educar a la juventud según Gregorio XV, añadiendo también las humanidades, retórica y casos de conciencia. Quien dice que ello no está permitido a la Orden se equivoca, y es un gran ignorante de los privilegios de la Orden.
La Orden está extendida en varias provincias en Italia, y también en Germania y Polonia; en ella son unos 500 religiosos, de los cuales son sacerdotes 220; clérigos 110 y hermanos operarios 160. El número de casas pasa de cuarenta.
Enseñan gratis en las escuelas, y sin ningún estipendio por voto y ciertamente[Notas 2] por amor de Dios, y no admiten otros bienes estables que los que producen ciertos réditos para la fundaciones, y aceptan algo asignado a las comunidades a modo de limosna, sin tener derecho a promover pleitos. Del mismo modo pueden aceptar legados y herencias que les entreguen para venderlas y emplear el importe en construir colegios, iglesias y escuelas, y puesto que gozan de los privilegios de los mendicantes, se ayudan pidiendo limosna.
Observan la austeridad con un hábito rudo, con ropa interior de lana, van descalzos, duermen en colchón de paja, tienen ayunos semanales y frecuentes abstinencias, mortifican el cuerpo con disciplinas y acompañan a los discípulos de vuelta a casa con el calor y con el frío, cosas todas ellas que parecen ser ciertamente incompatibles con su instituto.
Con ocasión de algunos[Notas 3] problemas acerca de la observancia de las Reglas, como suele acontecer al principio en las nuevas órdenes, tuvo esta Orden varias veces la visita apostólica de algunos prelados, y últimamente por un breve apostólico particular de Su Santidad reinante con fecha 9 de mayo se me pidió que hiciera la visita, encargándome también el gobierno de toda la Orden, cosa que al principio ejercía con cuatro asistentes, y luego, también por un breve especial, sólo con uno, que es el P. Esteban de los Ángeles. Y de este modo indicado se gobierna esta Orden, cuyo P. General está suspendido del cargo del generalato, y sus asistentes están desautorizados por mandato de Su Santidad en la Congregación del Santo Oficio, cosa que ocurrió el 15 de enero del año pasado por causas conocidas de sus Eminencias.
Terminada esta visita, tanto a la cabeza como a los miembros, aquí en la ciudad, y habiendo recibido información de otros lugares por carta, entregué la relación a sus Eminencias, y expuse tres puntos particulares sobre los cuales había más dificultad en esta Orden. El primero es que hay algunos (y consta que son un número elevado) que quieren que se les diga que la profesión que emitieron es nula, incluso después de un quinquenio, tanto porque no se observaron las bulas pontificias en la admisión al noviciado, cuanto porque se omitieron las solemnidades prescritas por las Constituciones.
Algunos hermanos operarios pretenden ser promovido al clericato y al sacerdocio, pues emitieron la misma profesión.
También algunos pretenden el derecho y lugar de antigüedad.
Por lo demás, loado sea Dios, no aparece nada grave acerca de la inobservancia, o del orden público al que pudiera atribuirse el escándalo de los fieles; y no me llegó noticia de ningún caso en perjuicio de toda la Orden en lo referente a la inobservancia de los votos, en especial en relación con el voto de obediencia.
Pues se puso en ejecución aquel decreto que pedía a la provincia de Toscana que volviera a la obediencia de su provincial difunto, hablamos del P. Mario, a la cual se creía que era refractaria, y en particular la casa de Florencia, con la cual hasta ahora he tenido siempre buena relación. Incluso la casa de Pisa volvió al buen camino, según entiendo en la relación de los cortesanos del Gran Duque, y del Eminentísismo cardenal Médicis. Se suponía que iba a surgir alguna repugnancia para reconocer como superior al P. Esteban de los Ángeles, pero esto vino de las pasiones y antipatías de algunos; por lo demás vinieron cartas de todas las provincias anunciando que aceptaban y reconocían a dicho padre como superior en todas partes, el cual ha gobernado hasta ahora con tranquilidad y prudencia y a satisfacción de todos. La casa romana de S. Pantaleo está menos contenta con el P. Esteban, y también conmigo, de lo cual me vi obligado a avisar varias veces a sus Eminencias, pero como muchos de estos descontentos son enviado de la ciudad a otros sitios, se espera buena concordia y acomodo de todas las cosas. Como estos religiosos son deseados en varias partes del mundo, como en Polonia, Austria, Hungría y otras ciudades y repúblicas de Italia, en las cuales se ve este instituto como provechoso para el bien común, instruyendo no sólo a los niños, sino a toda la gente, suplican humildemente que se les permita aceptar novicios, pues es difícil progresar sin aumentar el número de sujetos, y dar satisfacción a tanta gente que se la pide.
También desean para consuelo común y honor de la Orden que se vuelva a la situación original del P. General con sus asistentes, con sus cargos, incluso si se creyese necesaria la presencia de un Vicario General; de la misma manera, se nombre uno en cada provincia que observe el estado y rigor de la religión, y que haga notar si ese rigor está de acuerdo con las tareas tan exigentes del instituto, puesto que muchos piensan que la descalcez, las camisas de lana y la suma pobreza no están de acuerdo con ese estado.
En mi opinión es necesario que se habiliten casas de estudio en cada provincia para preparar sujetos para el ministerio.
Pero reducir la Orden a enseñar sólo la gramática, y privarla del derecho de enseñar humanidades y retórica sería privar del consiguiente servicio a ayuntamientos y comunidades que quisieron que se fundara precisamente para ello.
Por otra parte, a algunos que se oponen porque si se enseña a los humildes en la escuela se impide el provecho de las artes mecánicas, les respondemos negativamente, pues más bien les apoyan, ya que saber leer, escribir y hacer cuentas ayuda mucho al progreso del comercio de la economía doméstica de cada cual, tanto a nivel privado como público. Reducir esta Orden de votos solemnes a Congregación de simples y ponerla bajo el derecho de los ordinarios del lugar sería destruirla, y empujarla del rigor a la relajación. No vemos ningún ejemplo de un caso similar que haya ocurrido en la Iglesia.
Acerca de los reclamantes de la nulidad de su profesión, ya se ha provisto por Su Santidad, quien declaró que sus profesiones eran válidas.
Lo mismo acerca de los hermanos operarios que desean el clericato y la antigüedad, se dice que ya se ha provisto, y de hecho se puede proveer por aquellos que han sido propuestos por sus eminencias para el gobierno de la Orden.
Silvestre Pietrasanta, visitador apostólico.”

Comparando esta relación con la que entregó el visitador a los cardenales acerca de la Orden, se puede ver lo fielmente que servía a la Orden. Pues aquel astuto zorro en su pecho corrompido temía que de ser descubierto, la Orden se atrevería a rebelarse contra él[Notas 4], e impugnar su astucia tanto de palabra como por escrito.

Y aunque intentó decir muchas cosas para justificar su persona, nunca fue creído, sino que sus escritos fueron rebatidos con otros escritos, como se verá más abajo. Si no desagrada oír su justificación, puede leerse a continuación.

En justificación del P. Pietrasanta.

“Reverendos padres en Cristo,
Aunque frente a algunos juicios particulares siniestros formados acerca de mi persona podría oponer como causa suficiente de justificación la misma autoridad de la Congregación de 5 cardenales y dos prelados, quienes han visto cuánto de bueno se ha hecho por el bien de la Orden de las Escuelas Pías (cuyo cuidado me encargó Su Santidad en el presente estado de necesidad) y por la persona del P. General y Fundador de la misma, suplicando tanto el arreglo de las disputas en la Orden cuanto la reintegración a su estado prístino del citado P. General, deseando que fuese absuelto de la suspensión de su oficio. Y si la autoridad de la Sagrada Congregación no fuera suficiente, me podría bastar el testimonio de mi conciencia, que para mí vale como mil testimonios. Sin embargo, como han llegado por medio de letras, de ausentes y de presentes, lamentos y quejas con respecto a mi sincera intención en la declaración, quiero expresarla claramente, para que la verdad ilumine a todos.
Di comienzo a mi visita apostólica en S. Pantaleo con un discurso cuyo fin no era otro que cumplir los dos encargos hechos al profeta: primero, para que disipes y destruyas; después, para que edifiques y plantes. Queriendo centrarme especialmente en la segunda parte, la de la construcción, escribí a todos los que querían ser oídos que, como no podía ir personalmente a todos los lugares, me enviaran por escrito su opinión acerca de un cuestionario que les había enviado yo, cuyas respuestas juradas yo comuniqué fielmente a la sagrada Congregación, y para conseguir un efecto más pleno, también constituí visitadores de ciertas casas, para que pudieran hacerme ver más de cerca las actas de la vista a las casas de los profesos y el noviciado de Génova, las casas de Savona, Cárcare la de Cagliari en Cerdeña, la de Pisa en Etruria, la de Chieti de la provincia de Nápoles, y de la misma manera se hizo para visita las casas de Campi y Bisignano. Después de haber hecho todo eso, considerando estar suficientemente enterado, me dediqué a hacer una relación sobre el estado en que se encuentra la misma Orden, y puse por escrito todo lo que pensaba que se podía poner, y creo que no omití nada de lo que se esperaba de mi trabajo; en todas las cosas, sin embargo, siempre intenté conservar el honor de la Orden.
En lo que concierne al gobierno de la Orden, hay que distinguir los momentos, para que se vea lo que se ha hecho en cada uno de ellos. En cada uno de ellos, sin embargo, si no merezco la alabanza, al menos merezco las disculpas de quien me mire con justicia y no con antipatía.
El primer momento comprende todas las determinaciones que tomé con los nuevos padres asistentes, que fueron los cambios de los oficios mayores de procurador general, provinciales y superiores locales. Vean las actas, y todos se darán cuenta de que estas decisiones se tomaron por votación secreta, sin ningún voto discrepante, o como mucho uno. Por lo tanto si de estas decisiones no vino el orden pretendido y deseado, yo no tengo la culpa, pues no conocía tanto a los sujetos como los padres asistentes, y además debe evitarse completamente la sospecha de que actué guiado por la pasión o movido por el afecto, pues los 4[Notas 5] votos de los padres asistentes podían superar a mi único voto.
Un segundo momento es cuando tres de los padres asistentes renunciaron a su cargo, y a partir de entonces me tuve que encargar del gobierno con uno solo, el P. Mario (que duró pocos meses, y en su lugar el sustituyó el P. Esteban de los Ángeles), pero durante este segundo se han dado tan pocas órdenes, que ni siquiera merece excusarse. Desearía, pues, saber en qué se ha deteriorado la Orden hasta aquí, o qué daño le ha venido, del cual yo sea el culpable principal. Me gustaría escuchar en particular a alguno de los que urden los lamentos y quejas contra mí.
Llegaron cartas, algunas con firma y otras sin ella; algunas a mí y otras al P. General de la Compañía de Jesús, al cual debo respeto como superior mío en todo aquello a lo que le estoy sometido, pero no en las cosas que conciernen al gobierno de las Escuelas Pías: en su gobierno él no tiene ninguna autoridad; yo la tengo porque la Sede Apostólica me dio el cargo de visitador. Por lo tanto no valía la pena enviarle quejas y lamentos a él. Debían escribirme a mí o a la sagrada Congregación constituida para estos asuntos, o incluso a Su Santidad el Papa. De hecho han aparecido de pronto falsas suposiciones, como que yo busco la destrucción de la Orden; que impido la restauración del P. General a su situación original; que procuro que el P. Esteban sea nombrado vicario General; estas son las tres principales quejas. Pero, ¿qué hay de cierto en lo que concierne a la primera? Sus eminencias conocen muy bien cómo yo les supliqué todo lo que pude en contra. Les supliqué para que se dignaran tomar en consideración que no es costumbre de la Iglesia destruir órdenes, a no ser las que están completamente relajadas, tanto en la cabeza como en los miembros, y probé que ese no es el caso de esta Orden. En la cabeza, porque el P. General es un varón óptimo, y un óptimo religioso, de intención santísima u de costumbres dignas de toda alabanza. Y lo mismo en los miembros, pues no faltan hombres honrados y de vida ejemplar, que pueden contribuir a volver a poner en buen orden la religión. Ahora bien, ya que estamos en esta materia, no puedo disimular, sino que me veo en verdad obligado a decir que se hizo una gran injuria a la nuestra Compañía por parte de aquellos que esparcieron y escribieron que la Compañía de Jesús, por medio mío, buscaba la destrucción de vuestra Orden; más bien nuestra manera de ver las cosas, como debe ser nuestra política, es que nos inclinemos a favor de conservar y no a destruir a aquellos que se dedican[Notas 6] con nosotros a enseñar el amor de Dios. Conocemos el consejo: no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti.
En lo que se refiere al parecido del ministerio entre nosotros y vosotros, más bien se debe tender a la unión y el amor, y no a obstaculizar vuestras actividades, pues tenemos un ministerio común. De hecho vuestro Padre General y uno de los antiguos asistentes saben lo que respondí cuando me pidieran que discerniera por mi oficio apostólico si sería fácil a vuestra Orden aceptar fundaciones en aquellos lugares en que hay colegios nuestros, o declararla subordinada a nuestro instituto, de modo que sólo enseñe en aquellos lugares donde normalmente se han fundado[Notas 7] nuestros colegios para que estudie la juventud. Respondí que no debía esperarse tal decreto de mí, ni de nadie de la Compañía; vosotros sois libres (con la bendición de Dios) todo lo que nosotros enseñamos en nuestros gimnasios, con tal que no se hiera la mutua caridad, para mayor gloria de Dios y utilidad del prójimo. Esto mismo dije a sus Eminencias, como sus Eminencias pueden confirmar.
En cuanto a lo segundo, que no quiero la restauración del P. General a su grado, no veo cómo puede ser considerado cierto por parte de quienes no están ni medianamente enterados de mis acciones. Por el contrario, es una de las cosas en las más insistí para lograrla ante la Congregación de la S. Inquisición, y lo mismo ante los cardenales. Sobre ellos se hizo un memorial, que quise que fuera firmado también por los 4 nuevos asistentes, cuando vi que era, y es, el único deseo de todo el instituto, y de muchas otras personas de fuera.
En cuanto a lo tercero, que procuré que el P. Esteban fuera hecho vicario general por un breve apostólico: es falsísimo, y apelo para que den testimonio a los eminentísimos cardenales diputados. Pues hasta aquí no se había tratado nada sobre ello, pues yo más bien me esforzaba para que, restaurado en su oficio el P. General, según aparece en sus Constituciones, él se elija a alguien que le ayude, ya que él a causa de la edad ya no puede hacer tanto trabajo. Lo mismo hizo el P. Esteban, sin ningún interés personal, como puedo mostrar para confusión de los que actúan contra él, en un folio escrito mucho antes de que se enviara un memorial contra él a la S. Congregación de cardenales delegados. Memorial conseguido de manera indebida, al parecer con la firma de algunos que desconocían su contenido, si iba a favor o en contra del padre Esteban. Y de algunos que firmaron por el respeto que tienen hacia el P. General, cuyo nombre veían escrito delante; y después de algunos que dicen que el nombre del P. General fue puesto sin saberlo él mismo. De todos ellos tengo cartas escritas por su propia[Notas 8] mano para presentarlas ante la S. Congregación.
Y razonablemente se puede decir que quienes indujeron al P. General a firmar tal documento debilitaron mucho su autoridad, pues hubiera bastado poner otros en lugar suyo, principalmente de lugares, y de oficiales inferiores. Lo dicho más arriba en modo alguno[Notas 9] parece que se pueda admitir en diversos puntos.
1.Lo primero, que dicho memorial fue obtenido por personas ambiciosas o apasionadas.
2.Porque el contenido se basa sobre un supuesto falso: supone que se ha tratado de sublimar al P. Esteban como vicario general.
3.Porque expresa una contumacia formal, pues se califica al P. Esteban como procurador general, y no se le reconoce como superior de toda la Orden, cuando fue publicado con este título en la casa de S. Pantaleo, y luego en las demás provincias y casas por carta, por las que fue anunciado y escrito.
4.Porque consideran al P. Esteban indigno, sin ningún respeto hacia los eminentísimos, que lo consideraron dignísimo.
5.Porque fue firmado por personas de tal calidad que en realidad no son de la Orden: ¡habría que castigar a esos falsarios!
En cuanto a las querellas y quejas contra mí por reducir el instituto, ¿acaso[Notas 10] se alegará el rigor de los preceptos publicados con respecto a los puntos anteriores? No seré reprendido por los eminentísimos, al contrario esperaré ser justificado, pues hasta ahora a ellos mismos les parecí menos rigurosos en ejecutar lo que ellos mismo habían ordenado; pues debí proceder usando reprimendas más graves, y aplicando sentencias y censuras de penas, concretamente de privaciones y encarcelamientos, de las cuales yo, a pesar de seguir las leyes del instituto del que procedo, me abstuve, queriendo arreglar todo con un espíritu de dulzura.
Por todas estas cosas, previendo al principio lo que iba a ocurrir, espontáneamente no acepté de buena gana la carga de la presente visita; y una vez presentada la relación de lo hecho, supliqué al Rvmo. y Eminentísimo Cardinal Barberini, y también a los cardenales delegados que me eximieran después de presentarla, y no cesaré de insistir pues me parece que todo esto ocasiona mi descrédito y la infidelidad de muchos. Quise explicar todas estas cosas y ponerlas sobre el papel, para que brille la verdad, y para refutar a los que inventan cosas sobre acerca de todo lo explicado, y se imaginan cosas vanas.
Por lo demás yo no sé, y si lo supiera, no veo que sea yo quien tenga que comunicar lo que va a resolver esta sagrada Congregación de cardenales delegados. Me prestaré fielmente a hacer lo que se me ordene. Mientras tanto presento a la disposición de la citada Congregación y de la santa Sede Apostólica todo lo que he expuesto hasta ahora, y me inclino profundamente, deseando encomendarme a las santas oraciones de sus reverencias. 7 de febrero de 1644. Humildísimo siervo en Cristo de VV. RR., Silvestre Pietrasanta, visitador.”

Esto es lo que aducía como disculpa y justificación, lo cual aunque repetido no era cierto, pues más tarde las palabras y los hechos mostraron que las cosas eran de otro modo.

Para que se pueda comprobar mejor lo anterior, parece conveniente no dejar de lado lo que directa o indirectamente cita en su escrito. Lo primero de todo es el memorial enviado a la S. Congregación de los delegados, considerado indigno por admisión del mismo visitador.

Archivum Scholarum Piarum 2 (1977, 145-180)

Súplica contra el P. Esteban

“Eminentísimos y reverendísimos Señores,
Sabiendo los PP. De las Escuelas Pías de la ciudad que Vuestras Eminencias quieren terminar en breve los asuntos concernientes a dicho instituto con el nombramiento del superior mayor, suplican humildemente que se dignen optar por la paz y unión en dicho instituto, y que sus eminencias no den su voto al P. Esteban, actual procurador general, o a otro propuesto por él mismo, antes de que se reciba información jurada sobre su vida y costumbres; ellos están dispuestos a confirmar con juramento que dicho P. Esteban es indigno de ese cargo. Del mismo modo suplican que no se pida su testimonio, ni se reciban las deposiciones de sus partidarios, pues se deja ver en diversos detalles que son enemigos de su instituto, y no respetan la observancia regular. Para dar más fe de lo anterior firman los padres siguientes:
José de la Madre de Dios, superior general
Pedro de la Natividad, asistente antiguo
Francisco de la Purificación, asistente antiguo
Juan de Jesús María, asistente antiguo
Juan Esteban de la Madre de Dios, asistente nuevo
Juan Francisco de la Asunción, asistente nuevo
Onofre del Smo. Sacramento, Provincial de Germania
Francisco de la Anunciación, V. superior
Jerónimo del Smo. Sacramento y otros 35 de la ciudad.”

De la misma forma firmaron la súplica presentada 30 padres de Nápoles; 8 de Pieve di Cento; 12 de Ancona; 7 de Narni; 4 de Poli; 8 de Nursia; 3 de Frascati; 18 de Génova; 12 de Florencia; 2 de Moricone; 3 de Cárcare y 9 de Fanano.

Todos los que firmaron la súplica fueron 181.

Llegó también una súplica de la nación española, que dice como sigue.

Súplica de la Asociación Española

“Eminentísimos y Rvmos. Sres. Cardenales,
La asociación de la nación española, cuyo objetivo es proteger y ayudar a sus patricios en casos que surjan, ha oído que el Rev. P. José de la Madre de Dios, General y Fundador de las Escuelas Pías, después de prestar sus servicios a la Santa Sede apostólica en la ciudad y en otras partes del mundo mediante su instituto, ha sido suspendido ignominiosamente de su cargo, sin que se le haya escuchado a él, lo cual no puede sino redundar en grave desprecio contra nuestra nación.
Suplica humildemente a vuestras eminencias que, teniendo ya noticias de la santidad de dicho varón, y de la ejemplaridad de vida, se dignen hacer lo necesario para que sea devuelto a su honor original, sin que obste alguna inhabilidad, dado que según lo prescrito en las Constituciones tiene la libertad por derecho propio para elegir un Vicario General que le ayude a ejercer debidamente su oficio. Si se permite que su inocencia sea injustamente oprimida, por esa razón toda nuestra nación española no puede concluir sino que se ha suprimido la estima y ya no tiene ninguna ante Vuestras Eminencias. Esperando sin embargo lo mejor, se consagra toda al servicio de Vuestras Eminencias.”

Hasta aquí la nación española a favor del instituto. Y es el primer punto que puede referirse a la justificación previa del P. Pietrasanta.

Otro punto que se trataba allí es la firma de los nuevos asistentes, a los que el P. Visitador ya no reconoció como tales ya antes de que renunciaran a su cargo. ¿Por qué motivo? ¿Qué había ocurrido? No es un cualquiera quien lo explica, sino ellos mismos lo explican en el escrito siguiente, dado a conocer a la gente, y que dice como sigue.

Manifiesto de los PP. Asistentes acerca de su renuncia al cargo.

“Nosotros los infrascritos Asistentes de los Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías especialmente nombrados por Breve apostólico de SS. N. S. Urbano VIII para este cargo para el gobierno de nuestra Orden con voto decisivo junto con el Rmo. P. Pietrasanta visitador apostólico, estando en este momento ausente el P. Santino de S. Leonardo y el P. Mario de S. Francisco ya difunto, declaramos por el presente escrito y hacemos juramento sobre lo que decimos, sobre lo que ocurrió después de que asumimos nuestro cargo. Ejerciendo nuestro oficio en el modo indicado, durante un mes no parecía sino que el P. Mario se echaba todo al hombro, que tendía totalmente a tomar disposiciones en detrimento de la Orden, gracias al favor, en el que confiaba demasiado, del Rvmo. Mons. Albizzi, asesor del S. Oficio de la Inquisición, oponiéndose a todas las cosas que nos parecían mejores y más sanas, pues amenazándonos, ponía obstáculo a todas las proposiciones por el bien de la Orden. Resolvimos renunciar a nuestro cargo, y se lo tomó a mal el Rvmo. Mons. Asesor, haciéndonos saber en presencia del P. Mario y contra él de que tenía una causa justísima para no querer aceptar nuestra renuncia al asistentazgo, por lo que poco después, deseándolo él e invitados a ello, lo volvimos a sumir, y durante todo un mes lo ejercimos según lo requerían los asuntos y con voto, celebrando reuniones, firmando patentes y llevando a cabo otros actos que se esperan de nuestro oficio. Pero ocurrió mientras tanto que una vez el P. Mario, sin consultar a ninguno de nosotros, se atrevió a nombrar a uno como provincial romano, y a otro como superior de S. Pantaleo. Reunidos después de esto en Congregación, el P. Santino medio en broma dejó caer la pregunta de con qué potestad, sin consultar a los demás que tenían autoridad, y sin saberlo ellos, se atrevía a nombrar para este tipo de cargos, y no otros. El P. Pietrasanta en cuanto escuchó esta pregunta inmediatamente reaccionó con enorme furia tanto contra el P. Santino, como contra nosotros, inocentes y callados, tratándonos de rebeldes, y que el Santo Oficio de la Inquisición nos trataría de refractarios, añadiendo que no intervendría más en nuestras reuniones, lo cual realmente hizo, no viniendo nunca más a ninguna reunión de Congregación, ni queriendo tener parte en ninguna de nuestras cosas. Por el contrario, algo que era más bien afrentoso y que nos producía estupor es que se excusaba enviando un papelito escrito, desentendiéndose de tratar cualquier tema de nuestra Orden. En todo lo cual condescendimos, de mala gana, por bien de la paz y el amor. Después de lo cual nos convertimos en sujetos del superior local de la casa, al que, como de costumbre, teníamos que pedir permiso y la bendición antes de salir fuera. Y como nos veíamos aborrecidos en la ciudad, pedimos permiso para ir a otro lugar pero no nos lo permitieron, porque no estaba permitido a los asistentes vivir fuera de la ciudad, por lo que apenas nos atrevimos a irnos a Frascati y a Poli. Del mismo modo, mientras estuvimos quisimos ocupar nuestro lugar de profesión al sentarnos en la mesa, ya que no nos convenía el de asistentes, pero nos lo prohibieron.
Una vez fallecido el P. Mario, al cuidado del cual había quedado el gobierno de todo el instituto, el P. Pietrasanta cooperó, y en su lugar y cargo puso sin comunicárnoslo ni contar con nuestro cargo al P. Esteban de los Ángeles, a pesar de que había tantas y tantas reclamaciones contra él. Él entonces nos sometió despóticamente a los superiores locales, y nos obligó en virtud de santa obediencia y bajo pena de suspensión a divinis a ponernos a su disposición, no habiendo aparecido entre tanto ningún nuevo Breve en relación con nosotros, y sin tener noticia sobre si nuestra renuncia había sido aceptada, por lo que hasta ahora debe ser necesariamente nula, pues nos vimos movidos a hacerla violentamente; sin observar ninguna circunstancia ni solemnidad, ni tan siquiera firmarla (de todo lo cual no nos arrepentimos ahora).
Después de todo eso, sin embargo, ejercimos nuestro cargo, como dicho más arriba, y ya no presentamos ninguna otra renuncia.
En fe de lo cual, no porque queramos tener el cargo, sino para que la verdad sea conocida por todo el mundo, firmamos con juramento este documento. En Roma, a 11 de febrero de 1644. Juan Esteban de la Madre de Dios, lo firmo con mi propia mano. Juan Francisco de la Asunción, confirmo todo lo anterior.”
Esto es lo que dijeron, para contar la verdad. Y ahora copiamos también una carta del Rmo. P. General de la Compañía de Jesús a algunos de los nuestros, que le escribieron con algunas quejas:
“RR. PP. De toda mi consideración.
Por la carta que vuestras reverencias me escribieron el 20 del mes pasado entiendo que vuestra Orden ha sido sometida por Dios bendito a una gran aflicción, y pueden creer que les compadezco de todo corazón, y no dejaré de rogar al Altísimo para que después de esta tribulación tanto mayor sea la consolación. Lo mismo piensa el P. Pietrasanta. Por lo cual no crean vuestras reverencias las cosas que se cuentan; tengan más bien por seguro que si puede prestar algún auxilio, nunca dejará de prestarlo tan pronto como pueda, con la caridad que suele ser ejercida entre los siervos de Dios. Ruego a su Divina Majestad la asistencia y protección con estas pocas palabras. En Roma, 5 de marzo de 1644.
Afectuosísimo siervo en Cristo de VV. RR., Mucio Vitelleschi.”

¿Qué se podía esperar de una carta así?[Notas 11] Es evidente. Las palabras son buenas, pero el efecto se vio que era lo contrario.

Ruptura del archivo

Aproximadamente por este tiempo, es decir, a principios del mes de marzo, fue despojado nuestro archivo de la casa profesa de Florencia, con ruptura violenta del mismo: no se ve otro motivo que el de tomar de allí algunas cartas escritas por el P. Juan Esteban de la Madre de Dios, uno de los nuevos asistentes, al Superior de la casa. Habiendo informado a nuestra curia romana de la visita apostólica sobre el asunto, ¡qué alboroto! El P. Esteban de los Ángeles se llenó de indignación, haciendo publicar el rayo de la excomunión contra los que supieran y no dijeran, y además obligó con un precepto formal al Superior para que instruyera un proceso sobre este acontecimiento, obligándoles a resolverlo incluso con una sentencia definitiva con fecha 12 de marzo. El P. Visitador tuvo la confirmación del asunto pronto en una carta con fecha del 16 del mismo mes, y luego recibió de un seglar las cartas robadas, y las leyó y releyó. Sin embargo no se encontró a nadie sobre el que cayera el rayo fulminante, por lo que después de informar sobre el asunto, se cerró y concluyó por parte de la Inquisición.

Y estas son las cosas que ocurrían en Italia al principio de este año. Ahora pasemos a Germania y Polonia.

Razón por la que no se publicó el nombramiento del P. Esteban como superior en Nikolsburg

Deteniéndonos primero en Nikolsburg, ocurrió algo notable, y es que el P. Esteban de los Ángeles, después de un año de la promulgación de su cargo, exigió con insistencia que se enviara respuesta sobre la aceptación de su nombramiento, sabiendo que los nuestros de esa provincia estaban inclinados en su ánimo contra él. Pero ocurrió para desgracias de dicho padre que el P. Ambrosio de Sta. María, a quien se había confiado toda la provincia cuando salió[Notas 12] el P. Onofre, enfermó de la vista; por lo cual, no queriendo que las cosas secretas de Roma se publicaran de forma abierta (pues el P. General no le escribió nada al respecto), juzgó que lo mejor sería no hacer público el nuevo superior, sino más bien disimular durante algún tiempo hasta que le llegara alguna información del P. General. Como esta no llegaba, y el P. Esteban llevaba esperando respuesta desde hacía casi dos meses, este lo consideró como un signo de irreverencia y una prueba formal de que no le prestaban homenaje. Así que el dicho P. Esteban, con la autoridad mendigada del P. visitador, se anunció de nuevo a sí mismo como superior, y exigió que se le enviara una carta de reconocimiento con amenazas de castigo. Por fin la recibió con mucha expectación, llenas en su expresión de términos generosos, cosa que él no esperaba. Así dice.

Carta de los padres de Germania al Visitador

“Muy Rvdo. Padre,
Si hay una nación que vela por su inocencia, es Germania, principalmente porque nunca dio ocasión de que se sospechara de ella siniestramente. Disculpe vuestra muy reverenda paternidad. Cuando leímos su carta en público comprendimos en relación con su invectiva contra nosotros en primer lugar que era muy inconveniente; en segundo lugar, muy ajena al estilo de vuestra muy Rvda. Paternidad. Aunque no parece bien decirle a alguien qué hacer, o cómo hacerlo (lo recibimos como persona doctísima, y veneramos el trabajo que desarrolla de hombre sapientísimo), sin embargo nos pareció que seríamos excusados por la humanidad de vuestra muy Rvda. Paternidad que todos conocen y predican, y por ello nos decidimos, un poco más libres, a escribir lo que sentimos en la carta presente, y ya que en nuestra conciencia encontramos la excusa de nuestra inocencia, queremos mostrarla ahora.
En primer lugar, quien a la sombra de vuestra muy Rvda. Paternidad tejió la carta se engaña mucho con respecto a nuestra Provincia, llamándonos pertinaces. Pues pertinaz es quien es imprudentemente tenaz en sus propósitos, y esto en los casos se interpreta muchas veces como algo negativo. De donde el pertinaz siempre peca a causa del exceso de medios, y a nosotros en esta Provincia (en la cual se funda todo el honor de la Orden) se nos achaca esto inmerecidamente, pues nunca hemos resistido pertinazmente a nuestros superiores cuando sabemos que han sido elegidos legítimamente. Fuimos obligados bajo amenazas en virtud de santa obediencia, con la amenaza de la suspensión a divinis a prestar obediencia y sumisión al P. Esteban de los Ángeles, pero nunca nos apartamos de ella, según lo expresamos por medio de dos cartas, que escribió no el P. Superior, pues estaba impedido de una enfermedad de la vista, sino otro sacerdote por mandato suyo, con toda reverencia; y si tal vez esas cartas no llegaron a Roma, o no fueron leídas, ¿qué culpa tenemos nosotros?
Estamos sufriendo las penosas calamidades de la guerra. El transilvano está cerca de nosotros, el sueco[Notas 13] ocupa la provincia, y además oímos que los nuestros en Italia sufren perturbaciones intestinas. Y encima nos tratan de obstinados, contumaces, desobedientes. Y ahora nos lanzan excomuniones; ¿quién no ve que en un tiempo de tantos males apenas podemos llevar sobre nuestro cuello un peso más pesado?
Téngase en cuenta (así lo rogamos) nuestra tranquilidad doméstica en Germania, en la cual nos esforzamos por servir a Dios, y téngase en cuenta el servicio; no actuaremos según nuestro juicio, sino que, como buenos religiosos, someteremos libremente nuestros cuellos para hacer lo que veamos hacer a los mayores. Nuestro Provincial está en Italia; a él le correspondía indicar a sus súbditos que prestaran obediencia, y a quién había que prestarla. El 7 de marzo de 1644, en las Escuelas Pías de Nikolsburg.
Siervos en Cristo de vuestra muy reverenda paternidad,
Ambrosio de Sta. María, superior; José de Jesús María; Francisco de Jesús María; Juan de Sta. María Magdalena; Miguel de Sta. María; Antonio de S. Juan; Juan Esteban de San Cirilo, por orden suya.”

Así escribieron al P. visitador. ¿Le fue grata la carta? Lo explica la siguiente, enviada al P. Alejandro a Litomysl.

Carta al P. Alejandro

“Muy Reverendo Padre en Cristo,
He leído la prolija carta que me han escrito los padres de esa comunidad de la cual V.R. es superior. Quisiera ser breve, pero debo tratar del tema de la obediencia religiosa. No es propio de obedientes discutir, ni tampoco condenar las órdenes recibidas, sino simplemente acogerlas con obediencia ciega y reverencia. Se aseguran muchas cosas para insinuar que la amenaza de las censuras no era necesaria o conveniente, y mientras tanto no muestran su respeto a aquel que la Sag. Cong. de los eminentísimos cardenales nombró superior de la Orden a beneplácito mientras dure la suspensión del P. General. Por el contrario, en la carta que escriben al mismo P. Esteban de los Ángeles no le dan ningún título de superior en el encabezamiento, y lo ponen al final, quizás para calmarlo, en caso de que haya sido nombrado legítimamente. Todo esto me convence de que fue útil usar el miedo de las censuras, para pedir y obtener la obediencia, aunque sin embargo no obtuve exactamente lo que pedía. Le aseguro que he vivido diez años en Germania, y ni Germania ni ningún otro lugar del mundo es el país de la inocencia, y aunque concediese a los padres de las Escuelas Pías que están en Germania el ser ángeles, no se debería echarme la culpa a mí si yo les hice tener miedo por la culpa, ya que incluso Dios encontró maldad en sus ángeles, como dice la Santa Escritura. A muchos les ha causado admiración el hecho de que todas las demás provincias y sus comunidades han admitido como superior al P. Esteban de los Ángeles, y que sólo se ha hecho de rogar para prestar obediencia la provincia de Germania. Y tampoco los eminentísimos cardenales se alegraron en absoluto al ver que se respetan tan poco los supremos tribunales de la Iglesia, en los cuales se desprecia la autoridad del Vicario de Cristo y su autoridad. Le exhorto, pues, a que omitiendo las excusas (que pueden entenderse por lo demás como acusaciones manifiestas) se expresen y reconozcan al P. Esteban como Superior. Por lo demás ya me excusarán por la necesaria severidad de la Orden y de los castigos, a la cual me invitaron por no haber escrito una carta en la hubieran podido dar muestra de su obediencia. Podrá V. R. notificarme esto a mí, y escribirme inmediatamente, para que yo pueda informar a la S. Congregación cuando comiencen a deliberar sobre estos asuntos. Sobre todo lo cual ruego a Dios que le bendiga con muchas gracias del cielo.
Roma, 2 de abril de 1644. Afectísimo siervo suyo en Cristo, Silvestre Pietrasanta, visitador apostólico.”

Por esta carta se puede ver que en Roma pensaban promover al P. Alejandro como Vicario Provincial de Germania. Puesto que la carta fue escrita a él, y habla de los sujetos de su comunidad, es creíble que o bien ya le habían enviado antes otra, o iba unida a otra en la que se le promovía al cargo de viceprovincial. En todo caso la patente con este cargo le fue entregada el primero de junio.

Por lo demás, ¿qué se pretendía con esta carta? La cosa era conocida de todo el mundo. Se pudo ver también en ella, cosa admirable, que el P. visitador pretendía que todas, incluso las más remotas provincias, habían entontecido prestando obediencia al P. Esteban, mientras el Emmo. cardenal Roma, presidente de la Congregación creada para nuestros asuntos, le dijo en una carta al P. Jacinto de S. Gregorio, en Varsovia, el 4 de junio, que no se preocupara por esas órdenes, que se habían dado sin contar en absoluto con ellos, que formaban el cuerpo de la Congregación y la representaban.

Por lo demás el P. Alejandro, después de recibir el cargo de viceprovincial, tenía no poco que hacer, y con mucho peligro; se fue a Nikolsburg e hizo publicar la patente de su cargo con las palabras que siguen.

Patente de Viceprovincial

“Silvestre Pietrasanta, visitador apostólico, y Esteban de los Ángeles, Superior y procurador general de los clérigos regulares pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías.
A ti, querido P. Alejandro de S. Bernardo, sacerdote de nuestra Orden.
Como es tarea nuestra, puesto que así nos fue encargado por el Papa Urbano VIII con el gobierno de toda la Orden, el nombrar superiores idóneos que puedan gobernar rectamente todas las cosas no sólo en las casas particulares, sino también en las provincias; como no parece conveniente enviar al P. Provincial desde la ciudad, enfermo a causa de los calores, confiando mucho en el Señor en fidelidad, honradez y mucho celo por la santa reforma, a tenor de las presentes te elegimos y nombramos nuestro vicario para las casas en la provincia de Germania y Polonia, hasta que vaya nuestro provincial. Y te pedimos que procures imitar en el gobierno la mansedumbre y bondad el Redentor y que te esfuerces en el Señor con toda vigilancia para lograr la perfección en los súbditos más con el ejemplo que con las palabras. Pedimos en virtud de santa obediencia a todos y cada uno de los superiores locales de cada provincia y a todos los hermanos que residen ahora en ellas que te reciban humildemente en el Señor, para que, unidos en el Señor, todos intenten y lleven a cabo para bien del prójimo la obra del Señor, de quien podéis esperar el premio de la gloria eterna. En Roma, 1 de junio de 1644.”

Parece que esto se hizo así porque, a causa de las exigencias de los tiempos que parecían necesarias, el P. Ambrosio había ido a Austria, concretamente a Horn, destinado a una fundación de las Escuelas Pías. En relación con ello el Ilmo. y Excmo Sr. Conde Fernando Kurz había escrito al P. Ambrosio la carta que sigue:

“Muy Rvdo. Padre,
Desde el tiempo en que dos padres (hace de esto dos años) vinieron aquí para visitar los locales que tenía intención de ofrecer para habitación de los padres, no he recibido más noticias de V. Paternidad. ¿Ha escrito al P. General de la Orden? ¿Ha respondido algo últimamente? Me gustaría saber dónde están las cosas. Insisto en que vuestras paternidades tendrán aquí unas instalaciones iguales, y quizás mejores, que las que tengan en otros lugares, no se preocupen. Al mismo tiempo me encomiendo a las oraciones de vuestra paternidad, esperando su respuesta. En Horn, el 22 de mayo de 1644.
Al servicio de vuestra paternidad, Fernando, conde de Kurz.”

Al recibir esta carta, el P. Alejandro, como hemos dicho, fue a Horn y trato con el Ilmo. Fundador acerca de esta fundación, y aunque no pudo concluir el asunto en esta ocasión a causa de nuestros asuntos sin resolver en Roma, al menos pudo expresar nuestra intención favorable al Ilmo. Sr. Fundador, y pareció oportuno satisfacer su deseo con nuestra promesa. El cual se cumplió después de siete años, como diremos, si Dios quiere.

Fundación ofrecida en Feldkirch

Además de Horn, también en Feldkirch de Retia fuimos invitado a fundar las Escuelas Pías en aquel tiempo, una población nada despreciable. Se encuentra dicho lugar junto al río Lutz en el territorio de los serenísimos archiduques de Austria, gozando de los derechos del Tirol. El promotor era el muy ilustre Duque Filiberto de Puch, capellán de la sagrada majestad imperial, noble de ese lugar. Pero la ocasión la dio la misma comunidad del lugar, que por medio del Consejo se dirigió a pedir que abrieran escuelas al capellán imperial, pidiéndole consejo, y él les recomendó nuestro instituto, y les convenció de que fundaran, aunque por nuestra parte no tuvo ningún efecto. Pues la provincia sufría la carencia de individuos; no enviaban ninguno de Italia; nos prohibían vestir… ¿cómo podía la Provincia aceptar más lugares?
En medio de esta tempestad bastante era mantener unidas las casas de Moravia, Bohemia y Polonia, y continuar la práctica de nuestro instituto a satisfacción de las obligaciones adquiridas respectivamente en las fundaciones aceptadas antes, principalmente en Litomysl, donde la Ilma. Fundadora este año entregó el instrumento de su fundación, y lo hizo firmar al P. viceprovincial. El cual he insertado porque me parece digno de ser leído. Y que dice como sigue.
Instrumento de fundación de Litomysl
“Para perpetua memoria, y para confesión e incremento de la religión ortodoxa hago saber por las presentes:
En la medida de mis fuerzas quiero dar gracias a la Gran Madre y a su Hijo unigénito y querido, de cuyas manos generosísimas he recibido muchos beneficios, y quiere que yo me esfuerce en promover la piedad germana y el amor fiel, para que los hombres les honren dándoles culto y honor. Puesto que hasta ahora he vivido protegida por la piedad de uno y otra, y confieso sinceramente que yo, indigna, siempre me vi inundada por los muchos favores de la Madre piadosa y el Hijo, y por citar alguno entre la multitud de ellos, diré que el Hijo me mostró en medio de mis angustias a la Estrella de la Mar, así llamada la Madre benignísima, según la cual debía yo dirigir el curso de mi vida en la oscura noche de este mundo, la cual fue para mí el único consuelo; y cuando yo me consideraba huérfana y abandonada, frente a mí la Madre me mostró a su Hijo, que sufrió la amarga ignominia de la muerte para engendrarme a mí, arrancada de las fauces de la muerte, como querida hija del Padre Eterno. Protegida bajo su patrocinio hasta este día, yo, Febronia, último vástago de la familia Pernstein, quiero dar testimonio de los favores divinos, que recibí en gran cantidad desde la infancia, con intención de ofrecer un sencillo testimonio eterno de gratitud. Para no separarme nunca de la grandeza de mis antepasados, la cual adornó con su magnificencia este ínclito[Notas 14] reino de Bohemia con magníficos monumentos y edificios, y diversas provincias con grandes construcciones, como si fueran su propia ciudad, yo, sin ambicionar nada terreno, ni movida por nada transitorio, he introducido en nuestra ciudad hereditaria de Litomysl la familia religiosa de la Reina de cielo y tierra y amantísima patrona mía, gobernadora de mis bienes tanto espirituales como temporales; le he construido una casa, he añadido el ajuar necesario, y la he dotado con una cierta limosna anual; todo lo cual quiero que sea rato, firme y valido, ahora y que aparezca como tal en el futuro. Para satisfacer mi intención, he introducido un instituto, habiendo conocido de cuánto mérito es colaborar con Cristo en la salvación de las almas. Sabiendo que en los confines de mi dominio hay muchos niños que piden pan y no hay quien se lo parta, quise que vinieran a mí cooperadores que fueran idóneos para cooperar conmigo en tales labores, que educaran a todos los niños que fueran a ellos en la piedad y en las buenas costumbres, y les instruyeran en las letras, según sus piadosas y laudables Constituciones aprobadas por los sumos pontífices, y que además se dedicaran al servicio del culto divino y particularmente a la devoción de la Gran Madre, de modo que esta ciudad, al igual que una viña, una vez arrancadas con sus obras las malas hierbas de la perfidia herética y plantados los nuevos brotes de letras y buenas costumbres en los jóvenes que crecen, dé frutos abundantes de fe y de piedad, y que erradicada desde los cimientos de este modo la impiedad, Dios, tres veces óptimo y máximo sea honrado y reciba eterno culto de todos, en una sola fe, con la verdadera religión y con un único culto. Y para que nunca en ningún tiempo desaparezca el ejercicio del culto divino, y los cantos y devociones a la Santísima Virgen, y para que nos sean apartados los RR. Padres a los que yo llamé, me refiero a los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, quise[Notas 15] que ellos fueran los ejecutores de mi voluntad, pues militan bajo el misma estandarte de mi Gran Madre, y se esfuerzan con singular empeño y habilidad en incrementar su honor y su culto.
Por lo cual he provisto a los mismos con la citada casa religiosa, la iglesia y una huerta, con unas escuelas construidas, y con el ajuar necesario tanto para la casa como para la Iglesia, según la suma pobreza prescrita en sus Constituciones, y por amor de nuestro Sr. Jesucristo y su santísima Madre[Notas 16] la Virgen María, y por la redención de mi alma, espontánea y libremente, con todo el afecto de mi corazón, lo entregué, lo doné y lo asigné todo del mejor modo posible para ahora y para el futuro. Y para que ellos puedan continuar con mayor paz de espíritu e inclinación a promover el honor de Dios y de su Madre, continuando con su ministerio de educar a la juventud, yo, espontáneamente y no rogada, quiero y establezco que a mero y puro título de limosna se les entreguen a los mismos cada año mil florines renanos, de mis rentas tanto pecuniarias como de otro tipo. Esta limosna, como los citados RR.PP. según sus Constituciones no quieren ni pueden tener el derecho de exigir en un juicio, ni de otro modo normal, sino tan sólo pedirla y aceptarla de la caridad, yo no quiero que ellos, preocupados por la falta de lo necesario para comer y vestir tengan que abandonar sus ejercicios eclesiásticos y escolares, frustrando así mi deseo. Por lo cual quiero que se les suministre la citada limosna prontamente y sin ninguna tergiversación según lo escrito más arriba cada vez que la pidan. A todo lo cual yo, con mis herederos y sucesores cualesquiera, a tenor de las presentes y de la mejor manera que lo permita el derecho, me obligo y comprometo firme y eficazmente con recto y decidido ánimo, renunciando a todas y cada una de las razones que fueran en contra, o subterfugios que obsten general y especialmente. Y pidiendo y rogando a Dios vengador que los fulmine con la maldición perpetua a todos los que intentaran impugnar esta santa intención mía.
Y para que nadie descuide el cumplir esta voluntad mía y quiera incurrir en la perpetua indignación de Dios Omnipotente, y sufrir su venganza, rogamos y suplicamos por las entrañas de nuestro Dios que todo se cumpla al pie de la letra, de manera espontánea mejor que por la fuerza. Y puesto que los citados padres no pueden ni quieren pedir ni exigir nada por derecho de la limosna asignada, según sus Constituciones (como se ha dicho), para que en el futuro mis sucesores no dejen de cumplir mi voluntad, ni la intenten reducir a nada, ruego y suplico al Invicto Emperador de los Romanos Fernando III, potentísimo rey de nuestro ínclito reino de Bohemia, o en caso de una larga ausencia suya, o al Camarlengo del reino de Bohemia, o al Subcamarlengo, que quiera acoger clementemente esta mi humilde petición para conservar nuestra fundación, erección y voluntad, y no sólo aprobarla y confirmarla, y suplir cualquier tipo de defecto, sino también proteger, mantener y apoyar dicha fundación con su patrocinio y autoridad real, y el de la Reina, y el de sus sucesores en el Reino de Bohemia; de modo que cada vez que se enteren que después de tres avisos se descuida o no se da la citada limosna, automáticamente puedan y quieran expropiar todos mis bienes en Litomysl (a los cuales obligo e hipoteco a entregar esta limosna), y forzar a mis sucesores a entregar las cantidades debidas, hasta que las satisfagan todas. En fe de lo cual, y para dar valor eterno a esta carta, la firmamos con nuestra mano y le ponemos nuestro sello, en el año de la redención de 1644. Yo, Febronia de Pernstein, Señora de Litomysl lo confirmé.”

Ahí tenemos el instrumento de nuestra fundación en Litomysl. Como el Magistrado de Litomysl quiso imitar el ejemplo de su señora clementísima, él mismo del erario de la comunidad decidió añadir generosamente a nuestra fundación 200 florines renanos, y 100 cargas de leña cada año, y escribió un documento que dice como sigue.

Otro instrumento

“Nosotros, el cónsul y toda la comunidad de la ciudad de Litomysl, tanto presente como futura, queremos hacer saber por las presentes para futura y eterna memoria, ante todos aquellos cuyo interés o necesidad lo pidiera. Que de la misma manera que la Ilma. Hérula Febronia de Pernstein, señora hereditaria de Litomysl y Polnitz, señora nuestra clementísima, se dignó por su benignidad erigir a sus expensas una obra gloriosa y santa, en primer gloria para honor y gloria suyos, y luego para beneficio nuestro y de nuestros hijos[Notas 17] presentes y futuros, una escuela o gimnasio en esta ciudad nuestra de Litomysl, cerca de su residencia, para los PP. de las Escuelas Pías, por lo cual debemos estar agradecidos y recordarla, nosotros y nuestros descendientes; también nosotros, movidos y animados por el ejemplo tan insigne y eximio de nuestra señora clementísima, para cooperar con alguna ayuda temporal a una obra tan útil para nuestros hijos y descendientes, con conocimiento y acuerdo de nuestra Ilma. Sra. Hérula Febronia, y tras consultar con el senado de la comunidad, concedemos a la escuela que se va a erigir aquel lugar que se encuentra junto a la puerta pequeña en la zona de la fortaleza, en el cual se reunía nuestra corte, y que está rodeado por unos viejos muros de tierra, junto con el foso de la ciudad, para huerto suyo. Además, para mayor comodidad de dichos religiosos, y un aprovisionamiento más fácil por toda nuestra comunidad, en lugar de los alimentos que les dábamos hasta ahora (y que queremos que sean abolidos) nos comprometemos a pagar cada año la cantidad de 200 florines renanos, a 60 crucíferos cada florín, a partir de este año, entregando 100 florines en la fiesta de San Gal, y en la fiesta de San Jorge el año próximo otros 100, es decir a ser pagados en dos plazos sin ninguna excusa. E inclinados los de nuestro señorío, bueno y sencillo, por el afecto hacia estos religiosos, nos prometemos y obligamos además, en nombre nuestro y de nuestros sucesores, a entregar 100 cargas de leña y 30 ristras de ajos alargados para la cocina al colegio cada año, con una condición: que nuestra comunidad continúe en el futuro en posesión de sus privilegios, libertades, gracias y bienes inmuebles, de manera inviolable y estable, como hasta ahora los ha poseído de nuestros graciosísimos señores, al igual que bajo el feliz gobierno y mando de la Ilma. Hérula Febronia (que viva y gobierne durante mucho tiempo) los conserva felizmente. En memoria de lo cual, con conocimiento y acuerdo de toda la comunidad los firmamos, y ponemos el sello acostumbrado de la ciudad, en pleno consejo del Senado, en nuestra corte de Litomysl, el 16 de octubre de 1644.
Juan Kunik, juez de la Ilma. Hérula de Pernstein. Zacarías Teófilo, primer secretario. Pablo Hausenka. Wenceslao Stembersky. Wenceslao Matthai con otros 45 ciudadanos, cuyos nombres están en el libro de vivos.”

Hasta aquí lo referente a la fundación de Litomysl, y de su instrumento, que aunque se prepararon entre tumultos y muertes a causa de los enemigos suecos, no fueron arruinados; por el contrario, se consolidaron, pues se ve que duran hasta nuestros tiempos, y ganaron vigor por el crecimiento que siguió.

Habría que registrar aquí también los deseos repetidos de que fuéramos a una casa preparada en Krumlov o Liechtenstein, pero no pudieron satisfacerse a causa de que el ejército sueco infestaba muy a menudo la vecina Brno; en otro momento volveremos a hablar de este lugar. Volvamos ahora nuestra pluma para contar las noticias de nuestras cosas en Polonia.

Sucesos de Polonia

En Varsovia este año nuestras cosas sufrieron no poca demora en su avance. En primer lugar a causa de la llorada muerte de la serenísima Reina, cuyas condolencias nuestros padres presentaron, junto con los demás. En segundo lugar, por tantas y tantas noticias siniestras que se esparcían por aquí sobre nuestros instituto, pues no fue bastante que las esparciese[Notas 18] un cierto dominico de Cracovia, que dañó totalmente a nuestra Orden, sino que además el P. Fundador dejó el hábito de las Escuelas Pías y se hizo capuchino. ¿Qué se podía esperar con tales noticias propagándose? Ciertamente por esta causa el palatino de Cracovia, Duque Lubomirsky, pronto dejó de promover la construcción, y retiró la limosna trimestral para alimentación de los nuestros que había sido concedida.

En Varsovia, aunque se había preparado los materiales, para no hacer gastos inútiles, no comenzaban los trabajos para edificar la casa. Se empleaban todos los recursos para ayudarnos en la curia romana, pero ninguno era nunca eficaz para conseguir el fin esperado. El mismo Rey, escribiendo al abad romano Orti, su embajador, quiso siempre que nuestra Orden fuera recomendada de su parte a los cardenales encargados de nuestros asuntos. El supremo canciller del reino, príncipe Ossolinsky, envió súplicas a favor de los nuestros a Barberini y Pamphili; el príncipe Dietrichstein solicitó al cardenal Roma que se resolvieran nuestras cosas. Pero nunca se obtuvo ningún efecto de tantas instancias y solicitudes. Luego no sé cuál de los cardenales informó al Rey de que nuestra Orden no iba a ser destruida, y entonces primero el Rey, y luego Lubomirsky volvieron a tener buena opinión con respecto a nuestro instituto, que ya casi habían perdido; y de este modo la obra de Podolín comenzó por orden del príncipe, y en Varsovia, quizás hacia mediados de septiembre, la ágil mano del rey se movió mediante un decreto para que se pusieran los cimientos. Y así en medio de las dificultades de los tiempos, como las murallas de Jerusalén, una y otra obra se levantaron. Faltaba para el total consuelo la dispensa de aquella suspensión ya tan larga para admitir novicios, pero aunque todas las provincias insistieron, no pudo conseguirse. Tan sólo se mamaban las palabras del P. visitador, y de aquel nuevo superior intruso, Esteban: como a las palabras no correspondían los efectos, se sospechaba de ambos que intentaban la ruina más que la conservación de la Orden. El hecho es que aquí algunas plumas de la provincia se agriaron contra Pietrasanta, y escribieron un comentario en estilo grave al manifiesto que había enviado para justificarse a la provincia. Copio de buena gana los dos escritos que siguen, porque creo que es bueno que sean conocidos para los que vendrán, y comienzo por el de Germania. Así responden al P. Pietrasanta.

Carta de Germania a Pietrasanta

“Reverendísimo Padre,
Las sobreabundantes calamidades y miserias de toda nuestra Orden nos han impedido hasta ahora cumplir la obligación de responder por amor a la verdad a la carta de vuestra paternidad a toda la Orden, enviada hace unos pocos meses. Pues hoy día decir la verdad es irritar a los coléricos, y ofender a aquellos que nos gobiernan. El pretexto era que nos oponíamos a los decretos y órdenes de los Superiores Mayores, es decir la S. Congregación del S. Oficio de la Inquisición. Sin embargo, quizás para no ser culpados todos, y para que nos consideremos dignos de reprensión, juzgamos que vale más satisfacer nuestra obligación tarde que nunca, protestando ante Dios, los hombres y vuestra paternidad de que no tenemos otra finalidad (pues no esperamos ningún remedio, ya que hasta ahora hemos trabajado en vano) sino satisfacer nuestra obligación.
En primer lugar, con respecto a la justificación de la persona de vuestra paternidad, que nos envió muy pronto en un primer momento, no tenemos nada que oponer calificando y juzgando su actitud, sino la experiencia, que nos enseña otra cosa, y de lo que hablaremos más abundantemente.
Pues, en primer lugar, no negamos que sea cierto que vuestra paternidad quisiera oír personalmente para conocer más claramente nuestras cosas a todos los que quisieran ser oídos bajo juramento; pero nos quejamos mucho de que muchos no fueron oídos, principalmente nuestro mismo P. fundador, y sus compañeros en la fundación de la Orden, que no son novicios sino veteranos, y que conocen bien, como expertos, las cosas del instituto. Lo mismo ocurre con los nuevos asistentes que fueron asignados por Breve apostólico para el gobierno del instituto junto con vuestra paternidad. Seguramente todos estos no debían haberse dejado de lado para tratar de todas las cosas (como puede verse por el interrogatorio preparado).
¿En que ayuda al bien común el oír a los inferiores, que nos se preocupaban mucho de lo que respondían, o que decían lo que querían los padres que las dictaban y registraba el secretario?
En cuanto a lo que dice que se enviaron visitadores a Génova, Cárcare, Savona, Pisa y Cerdeña, y otros lugares, desearíamos que se reflexionara sobre las personas y méritos de las personas a las que dieron testimonio. Nos atrevemos a dudar modestamente, a pesar de que la presente irá seguramente a parar también a manos de los eminentísimos diputados, ante los cuales se gloría su paternidad, si se hizo una justa y fiel relación de nuestras cosas. Lo cierto es que más bien concluimos lo contrario, pues estamos experimentando que nos encontramos en un estado peor que nunca antes.
Analicemos aquellos dos momentos de gobierno. No tenemos otra razón para quejarnos del primero sino que nos dolemos que fuera de duración tan breve. Pues si hubiera durado hasta hoy, podemos pensar razonablemente que no conoceríamos tantos y tan graves males, a causa de las cualidades del P. Santino, el P. Juan Esteban y del P. Juan Francisco, y también del que fue en otro tiempo P. Mario, a cuyo juicio se ajustaba vuestra paternidad como Hércules a Teseo, pues vuestra paternidad no hizo justicia, ya que seguía lo que Mario juzgaba que debía hacerse, sin oír los consejos de los tres más sanos, y si alguna vez actuó de manera contraria, bajo la amenaza del Santo Oficio, lo anuló o lo cambió.
En cuanto al segundo momento de gobierno, podemos sospechar que es ilegítimo, no sabiendo con qué autoridad los citados 3 padres asistentes no fueron readmitidos al gobierno, puesto que no consta que se aceptara su renuncia al cargo, ni se cree que hayan sido revocados por un nuevo Breve. Sabemos en verdad que se quejaron cuando vuestra paternidad, no sin indignación, expresó que no quería intervenir más en las reuniones. El deterioro del presente gobierno es fácil de demostrar. En primer lugar por la desunión de los hermanos; hubiera sido más amable dirigirlos a la manera de su legítimo superior, acercando las partes para el bien común; pero si los superiores se dividen en bandos contrarios, ¿qué clase de buen presagio[Notas 19] puede ser para el instituto?
2. En cuanto a la pobreza relajada, que hasta ahora ha resplandecido en la vida común según su forma normal, ahora todas las cosas se invierten de arriba abajo[Notas 20], y muchos viven como quieren y pueden, de modo que se procuran a escondidas de sus familiares vestidos, alimentos, medicinas y otras cosas menos necesarias, para su gusto y fasto. Todo esto sólo debe achacarse a los superiores, a vuestra paternidad y a otro superior mayor que se nos ha impuesto, promovidos como superiores nuestros, cuyo interés principal es pastorearse a sí mismos, y no a las ovejas de la casa de Israel.
3. Se dan dimisorias para las sagrados órdenes a personas indignas de esa dignidad, mientras a otros más dignos se les pospone.
4. En la orden de los mandatos que pedían que se rompieran los archivos y cajas de los superiores, para poder apoderarse de escritos que serán enviados por los legítimos superiores a las casas, para eliminarlas y hacer desaparecer cualquier cosa contra el presente gobierno. No inventamos esto; es un testimonio evidente la ruptura florentina.
5. Intercepciones, retenciones y apertura de cartas dirigidas al mismo P. Fundador, y lo que es peor, falsificaciones, y uso a continuación a favor suyo de lo que había sido destinado para uso del fundador, ciertamente conducen hacia el deterioro del instituto.
Callemos las prohibiciones de acceso al P. General y sus asistentes, y esto bajo pena de exilio y envío a otra casa fuera de la ciudad; no hablemos de los que hasta ahora han despreciado al P. Fundador, un hombre venerable por la edad, y a sus asistentes, a quienes debiera haber reprendido en razón de su oficio, ni de los defectos de las casas que hace ya tres meses inspeccionó vuestra paternidad sin ofrecer un remedio conveniente, y en vez de ello van a peor. ¿Cómo explicar que algunos religiosos insignes y de méritos conocidos, hayan cambiado nuestro hábito de las Escuelas Pías por la cogulla de los capuchinos? Sin duda este gobierno tan jactado y alabado a plena voz[Notas 21] llevó a cabo un gobierno tal que si lo llevase a cabo vuestro instituto, ilustre y célebre en todo el mundo, durante dos años, no sé razonablemente qué olor respiraría en todas las regiones y reinos en los que está difundido.
Si nos dirigimos al P. General de la Compañía con una queja a causa del peso que teníamos que sobrellevar, no fue con la intención de que vuestra paternidad debía reconocer a su superior, sino para que él, tocado por la compasión por nuestros gravámenes, ofreciera una oportunidad a su paternidad desde su cargo, y le recomendara que obrara con justicia, pero este recurso no nos sirvió para nada, como no fuera para cargar mayores males sobre nuestras cabezas. Ni había que esperar otra cosa cuando recurrimos a los superiores mayores (como se nos señaló que convenía[Notas 22] hacer): puesto que habían confiado todo nuestro estado a la dirección de vuestra paternidad, también le transmitieron esta preocupación, en lo cual se equivocaron no poco, pues en lugar de hacernos justicia, nos entregó a su arbitrio, para ser más oprimidos y agraviados. Sin embargo no hay nadie que no sepa que vuestra paternidad hasta ahora está por la destrucción de la Orden. Pues, conociendo la bondad en nuestro venerado Padre, su celo por la santa obediencia, y la habilidad de otros de nuestros religiosos, con cuyo trabajo se podría recomponer al detalle el instituto, y componer y redactar lo necesario según el deseo de la Santa Sede, ¿por qué no coopera, sino más bien se opone a que se le restituya a su grado y honor, para consuelo y decoro de todo el instituto, y de acuerdo con los deseos de todos nosotros? ¿Con qué fin no quiso recibir las declaraciones tanto del P. General como de otros? ¿Creerá alguien, según esto, que vuestra paternidad ama nuestro instituto? Más bien se dirá que lo ataca, como nosotros no podemos menos que decir y proclamar, según muestra la experiencia. Dirá quizás que ese no es su oficio: por el contrario, su oficio propiamente debería ser presentar la cosa tal como es, y defender más la parte más justa que la más inicua, pues si aquella no es oída, ¿qué esperanza puede tener de triunfar?
Lo que también nos duele por encima de lo demás es que vuestra paternidad suprimiera en el memorial la parte en la que imploraba a la sagrada Congregación la restitución del padre general en su honor, y acusara a los suplicantes de rebeldes y refractarios a la sagrada Congregación, y después aconsejara diferir la solución durante un tiempo, hasta que el P. General sucumba totalmente, pues a causa de la edad ya está vecino a la muerte. Sobre esto estamos informados por escrito y oralmente, y también sobre cómo el P. Esteban ascendió a su superiorato, pero nos ahorramos muchas cosas.
Aún habría que tomar otras cosas de la carta de vuestra paternidad que se podrían distinguir, declarar e interpretar para su mejor comprensión. Esperando sin embargo que estas en su momento serán claras para todo el mundo, consideramos que bastan para mostrar los sentimientos de nuestro corazón, por lo cual cerrando la presente, en signo de la debida reverencia besamos su mano, y permanecemos en Nikolsburg, a 22 de agosto de 1644, devotísimo siervos de vuestra paternidad, los Padres de las Escuelas Pías.”

Hasta ahí los padres de Germania, a los cuales se asociaron los padres romanos contra el mismo padre visitador, escribiendo a su manera un manifiesto a toda la Comunidad Religiosa de las Escuelas Pías de la forma que sigue.

Manifiesto de los padres romanos.

“Hay un tiempo para callar y un tiempo para hablar, según dice el Espíritu Santo en los Proverbios. Por ello si yo me atrevo a responder algo tarde, adrede, a cierta carta de nuestro padre visitador apostólico, deseo que todos me excusen por el tiempo que dejé pasar, pues hasta ahora no sabía si nos gobernaba en perjuicio de la religión siguiendo la recta razón, o más bien movido por la pasión. No sólo ya quitada la espuma con paciencia sino superadas las olas de duda en que me encontraba, me dispongo a cumplir el propósito que corresponde a este tiempo, cosa que hasta ahora había dejado de hacer. No quisiera sin embargo ser mal recibido, pues lo que en esta carta expondré de manera un tanto extensa lo presento reunido con el permiso y testimonio de personas muy dignas.
En primer lugar me dedicaré a considerar todas las cosas que el P. Visitador apostólico presenta como testimonio de mayor autoridad en justificación suya con respecto a la información sobre nuestro instituto de las Escuelas Pías fielmente presentada a los cinco cardenales de la S. R. Iglesia y los dos prelados encargados de nuestros asuntos por la Sede Apostólica, y que cualquiera que ame su instituto no puede sino sospechar que lo hizo como enemigo. Esto mismo sabemos con toda seguridad que fue dicho abiertamente por uno de los eminentísimos: ‘el visitador apostólico no ha hecho nada por el bien de la Orden, sino más bien por su destrucción y exterminio’, hasta el punto de sacarle un breve al eminentísimo Barberini, que ni siquiera consta si fue publicado, ni tampoco es cierto que haya sido cancelado o revocado.
¡Esto es seguramente lo que merecía la cabeza de nuestro instituto, venerada tanto por la canicie como por la santidad, no sólo en la ciudad romana sino en casi todo el mundo por sus muchas virtudes, y conocidísima de sus miembros por su ánimo probadísimo!
Algunos miembros podridos, y nocivos para todo el cuerpo, que él fomenta y subleva contra el gobierno del cuerpo sano, lo merecían, no lo niego; sin embargo me pregunto lleno de admiración, ¿por qué tan insigne varón (pues quiso ser consultado con respecto a la Orden) no encontró un remedio con su prudencia? De modo que separados los miembros podridos la cabeza se conserve con los miembros sanos; pero puesto que el remedio, más bien que no buscado, se ha dejado de lado, ha dado razones de sobra para sospechar que no tenía otra intención que lograr infectar todo el cuerpo con una cabeza viciosa y en parte consumida, para que poco a poco se gastara y agotara, y se volviera inepto e incapaz de ejercer un instituto tan necesario y útil para toda la Iglesia.
A todo esto pone su conciencia como testigo. Hay que recordar que en la Iglesia no se juzga lo oculto. Pero el escrutador de los corazones mostrará la verdad a su tiempo, como parece que ha castigado con no pequeña pena ya en la vida presente a Mario, el autor de todas estas perturbaciones, como es conocido de todos.
Me referiré ahora a la visita, de la que se gloría, con una explicación sincera, puntual y detallada. Y comenzando por el principio del discurso que nos dirigió a nosotros, reunidos en el oratorio, no se podía esperar sino que saldría algo bueno, que era esencialmente lo que todos esperábamos para consuelo nuestro; pero como vivía[Notas 23] Mario, al que sostenían los favores del Monseñor Asesor, la página se volvió al revés. Dándose cuenta de que el curso de las cosas iba en dirección contraria, y que no parecía que podría inclinar al visitador según su intención, como también había hecho con Ubaldini, se dirigió al visitador y le amenazó ruidosamente con hacerle perder el oficio, como se jactaba que había hecho con el citado Ubaldini. Por lo cual, amedrentado como una liebre, Pietrasanta, lleno de terror pánico hacia él, hizo de buena gana lo que quiso Mario, de modo que nadie podía acceder al visitador si no había sido instruido por el maestro Mario. Cada cual fue examinado según la instrucción recibida, y todas las deposiciones fueron depositadas de este modo: las favorables a Mario eran dictadas por el secretario, y nunca se citaban las que iban en contra de la opinión de Mario; más bien al contrario, las que podían decir mucho a favor de la Orden, especialmente de fuera de la ciudad, eran ignoradas. Y aunque el visitador diga la verdad cuando afirma que intentó también recibir la opinión de todas las casas y provincias, sin que fuera un obstáculo la distancia, lo cierto es que las cartas llegadas a Roma en relación con la visita eran expurgadas por Mario, quien no tenía en cuenta lo que se decía a favor de la Orden.
Puesto que el P. Visitador se consideró suficientemente instruido con tal conocimiento y teniendo consigo las informaciones favorables a Mario, para informar a la Sagrada Congregación de cardenales encargados de nuestros asuntos, ¿quién se sorprenderá de que, puesto que no había oído a los primeros religiosos nuestros (lo que en justicia tenía que haber hecho), buscara la destrucción de la Orden?
Ciertamente las deposiciones según el cuestionario ya mostrado en otro lugar y dadas a conocer a los eminentísimos, ¿qué pretendían? No hay nadie que no lo vea. Pues ¿en qué correspondía al visitador saber o preguntar si la Orden estaba bien fundada? ¿O si podía ser fundada? ¿O si en el breve apostólico para la erección del instituto aparecían todas las cláusulas según derecho? ¿Y de las cosas principales en ella, el motu proprio, y el asenso de los cardenales? ¿Y si era necesaria en el mundo? Por sus acciones se ve que él la juzgaba superflua. ¿Y si son válidos los votos emitidos en la profesión? ¿y, más tarde, si se pueden recibir algunos al hábito? ¿Y que no se pueda aceptar ninguna fundación en el futuro?
Considerando razonable y prudentemente cada una de estas cosas se puede argumentar que el P. visitador no buscaba la promoción de la Orden, sino que más bien quería su destrucción. A favor de lo cual es también un argumento sólido el hecho de haber llevado de manera subrepticia al gobierno al P. Esteba de los Ángeles, en otro tiempo fidelísimo consultor de Mario, sin la presencia simultánea de los otros tres nombrados por la sede apostólica, de los cuales se creía, según testimonia uno de los eminentísimos testigos de nuestras dificultades, que estaban en el gobierno. ¡Y sin embargo para justificarse el P. Visitador desea saber en qué se ha deteriorado hasta ahora nuestra pobre Orden! Debería estar más ciego que un topo para no ver lo que pregunta. Incluso se puede decir que a lo Orden le viene principalmente el deterioro del hecho de que a la resolución hecha por la S. Congregación de que se restituya el gobierno a quien antes lo tuvo, bajo el cual ciertamente creció, floreció y se fortaleció, sin embargo no se sigue ningún efecto porque el P. Visitador está agregado al gobierno del P. Esteban, aunque sobre si ha colaborado con él o cuanto, no se jacta el P. Visitador en la carta de justificación que nos envió.
No puedo sino compadecerte, o pobre religión de las Escuelas Pías, pues siendo famosa para los reyes, aceptada por los príncipes y solicitada en muchas regiones del mundo, por obra sólo del P. Visitador Pietrasanta te has convertido en objeto de burla, pues te guía a su arbitrio mediante la imposición por medio de engaño de una cabeza ilegítima. Pues si lo consiguió con algún engaño, se puede considerar como una injusticia el que lo lograra. En verdad, ¿quién no lo llamaría injusticia? Pues apenas seis horas después de fallecido Mario, mostró a algunos seguidores suyos y de Mario un Breve apostólico nombrando a Esteban Superior, y no lo enseñó al fundador y aquellos que solían representar la Orden, y lo que es más grave, a la sagrada Congregación, que dijo claramente que no sabía[Notas 24] que hubiera salido ningún breve, y que además no se atreve a abrir la boca sobre ello, quizás para que no aparezcan las maquinaciones del P. Esteban, con las cuales y mediante su parentela se ha procurado el cargo citado mediante un Breve apostólico. Pero si los escritos a favor del P. Esteban son de los Cherubinis, la bolsa es más bien de los pobres de las Escuelas Pías, pues la tiene él, y con su liberalidad hacia los cortesanos barberinis y pontificios se han pagado los regalos cuya obra es la compra del Breve de su cargo, si es que se ha comprado. Nosotros tenemos tanta fe en él, cuanta él dice tener en nuestros memoriales firmados por mano propia por tantos religiosos a favor del fundador.
Me alargaría demasiado si tuviera que referirme a cada cosa; como hablo a gente que sabe, no les será fácil concluir qué prudentemente han procedido los actuales gobernadores con la Orden, a los cuales ruego que todos nosotros encomendemos a la Divina Majestad en nuestras oraciones cotidianas. Roma, 18 de agosto de 1644.”

Así decía uno de los nuestros, anónimo, movido por el celo por el bien y dirigido a sus correligionarios, queriendo manifestar lo que se preparaba bajo el pretexto de una visita apostólica. Por lo demás, que no se hacía injusticia al P. visitador en ninguna de las dos cartas anteriores, puede verse por la evidencia de los hechos en la carta escrita al P. Provincial de Nápoles con fecha 13 de diciembre y que copiamos a continuación.

Carta a Nápoles

“La paz de Cristo. Con gran disgusto mío me he enterado de lo que se ha hecho en esa provincia contra la persona del P. Esteban, Superior General. De ello surgió un gran daño para toda la religión, que parece irremediable; pues lo que se pretendía como bueno y útil para el Rmo. P. General (es decir, la restitución a su cargo), ha desaparecido, y no hay modo de que podamos esperarlo por más tiempo. Yo creía que había más prudencia y espíritu religioso tanto en vuestra reverencia como en algunos otros, y suponía que me consultarían con confianza antes de precipitarse al mal acerca de aquella firma perjudicial (¡ojalá mintiera!) para la religión. Sea como sea, por las presentes, en virtud de santa obediencia, y bajo pena de suspensión en la que caerían ipso facto, le ordeno y mando que me envíe aquella carta en la se les animaba a cometer tal exceso, y que si se encuentra en otra mano, V. R. con su autoridad haga todo lo posible por recuperarla y enviármela. Y si no la pudiera encontrar, envíeme al menos un resumen, con la especificación de todos los que firmaron dicho memorial; y en lo sucesiva no permita que se produzcan tales sublevaciones en la provincia, de otro modo tendré que tomar resoluciones a las cuales mi natural manso y plácido siempre fue contrario. En Roma, 13 de febrero de 1644. Humildísimo siervo en Cristo, Silvestre Pietrasanta, visitador apostólico.”

Aquí cualquiera puede ver fácilmente qué favorable era al P. Esteban, y qué contrario a nuestro P. General. Pero esto es sólo un poco; veremos más adelante más signos de su pasión bajo el nuevo pontífice, a referir la elección del cual pasamos ahora.

Elección del nuevo Pontífice

Después del fallecimiento del Sumo Pontífice Urbano VIII, que tuvo lugar el 29 de julio, como vimos más arriba, después de celebrar las ceremonias de los 9 días la vigilia de San Lorenzo, los 56 eminentísimos cardenales que habían entrado al conclave eligieron el 14 de septiembre con todos los votos menos cinco como futuro pontífice al cardenal Juan B. Pamphili, esperado de toda la municipalidad romana, que se dio a sí mismo el digno nombre de Inocencio X, con aplauso de todos en Roma, y luego el 4 de octubre fue coronado con la tiara pontificia.

Mientras tanto, durante el conclave, o en los días anteriores, el P. Francisco de la Anunciación envió a las provincias una carta que decía como sigue:
“Puesto que ha fallecido el Pontífice bajo cuyo reinado nuestra Orden no sólo desesperó de poder propagarse, sino que más bien parecía que iba hacia su total exterminio, deseando nosotros mostrar a la luz cómo han ido nuestras cosas para que se vean claramente, ¿fueron fieles vuestra reverencia con los padres y hermanos de su provincia que firmaron un memorial a favor de nuestro padre general? Pues nosotros deseamos liberarnos del yugo de esta visita procurada por aquellos que no intentan otra cosa sino la destrucción y la muerte de la religión. Por lo que si les afecta el celo por el honor divino, la gloria de Dios y su santísima Madre, el bien de la religión y la reintegración de nuestro padre fundador, conviene que todos nos pongamos a orar, para que el Altísimo nos dé un Pontífice que sepa compadecerse de nuestras tribulaciones, y al mismo tiempo escuche nuestras razones y que desprecie todas las contrarias a la justicia. Roma, 7 de agosto. Siervo en Cristo de Vuestras Reverencias, Francisco de la Anunciación.”

Dos procuradores de la Orden

Fue precisamente este padre, con otro llamado Felipe de S. Francisco, delegado por el mismo P. Visitador para los asuntos de la Orden que fueran surgiendo, para referírselos a él o a la sagrada Congregación. Puesto que él recordaba las cosas a las que había que dar piadosa luz, como más arriba se ha escrito, se puede concluir que él es aquel romano que escribió con su propio ingenio aquel Manifiesto anónimo contra el P. Visitador que hemos copiado más arriba, con fecha 22 de agosto.

Vaticinio

Veamos ahora las cosas que sucedieron después de la inauguración del nuevo pontificado.

Para empezar por el principio, ha de saberse que nuestro P. General predijo el pontificado de Inocencio X, pues dijo no sólo al P. Pedro Lucas de S. Miguel sino a muchos otros, que la paloma sucedería a las abejas. Así lo narra el Sumario proceso de su vida, fol. 317, pár. 58. Por lo demás, aprovechando la ocasión de subir al palacio vaticano para felicitar a Su Santidad por el ascenso de honor en la Iglesia de Dios, oyó a este eminentísimo que le decía: “no tenemos nada contra vosotros”. Lo cual no sólo lo escribe el P. Vicente de la Concepción, sino que también el mismo P. General lo cita en algunas cartas como testimonio de inocencia contra sus adversarios. Por lo cual si no hubieran continuado importunando el P. Pietrasanta con su seguidor, se habría podido lograr el final deseado de tantas controversias y visita a la Orden. Pues se esperaba que bajo el nuevo Pontífice se nombraría una nueva Congregación, formada además para que sus miembros tomaran una decisión sobre nuestras cosas, lo cual se esparcía en todas partes para consuelo nuestro. Lo cierto es que los adversarios, atentos a lograr su propósito, elevaron súplicas para que permaneciera la misma Congregación. La súplica que hicieron es la siguiente.

Súplica del P. Pietrasanta

“Silvestre Pietrasanta y Esteban de los Ángeles, superior y procurador general de los clérigos regulares pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, exponen a Su Santidad cómo el 15 de enero del año 1643 fue suspendido del oficio de General de dicha religión el fundador José de la Madre de Dios, y sus asistentes fueron igualmente depuestos, quedando todo el gobierno en manos del P. Mario de S. Francisco con un visitador apostólico superintendente, el P. Pietrasanta. Muerto el P. Mario, fue elegido por la Congregación de los cardenales delegados para arreglar los disturbios de esta religión para este cargo el citado P. Esteban de los Ángeles, y él mismo fue confirmado por especial breve con fecha 11 de noviembre del año pasado bajo la dependencia del citado P. Pietrasanta en cuanto visitador apostólico. Y puesto que los asuntos de los que se ocupa esta visita se espera que se resuelvan felizmente por medio de esta Congregación de eminentísimos delegados, para que no tengamos que volver a comenzar desde el principio si se cambian los sujetos, que ya están informados de muchas cosas, suplican a Su Santidad que los negocios de esta religión se concluyan por los mismos cardenales y prelados.”

Así dice la súplica enviada. No hay ninguna duda de que el efecto siguió según el deseo de los suplicantes. Dice el P. Vicente de la Concepción que hubo algunos cambios de cardenales, pero no cita ningún nombre, ni dice quién sucedió en lugar del Sumo Pontífice, el cual había sido uno de los delegados.

El P. Esteban…

A todo esto, el P. Esteban, aprovechando la magnífica ocasión de que el Ilmo. Auditor de Su Santidad (pues era de su familia) promovía sus negocios, le enviaba muchas veces con el limosnero como obsequios particulares el regalo de postres napolitanos, y como para comprarlos no bastaba la caja romana, tomó de la bolsa de la Duchesca 100 ducados de moneda napolitana, y otra cierta suma del noviciado, y se gloriaba ante los superiores de esas casas de se había comenzado a poner de acuerdo con el padre general con respecto a algunas condiciones para arreglar las cosas, con lo cual podía persuadirles más fácilmente a satisfacer su petición. Conviene ver lo que escribió el P. General al P. Vicente con respecto a lo anterior. Estas son sus propias palabras.

Carta del P. General

“La paz de Cristo. Nuestros asuntos estarían ya arreglados si yo hubiera aceptado las condiciones que proponía D. Lucio de parte del P. Esteban. Las cuales eran tales como hacer nuevas Constituciones y Reglas, lo cual no le corresponde ni a él ni a otro, sino sólo al Sumo Pontífice.” Así dice el P. Fundador con fecha 5 de noviembre, dando a entender[Notas 25] lo que también se puede deducir en la carta que escribió al mismo P. Vicente con fecha 12 de diciembre, con estas palabras: “No crea Vuestra Reverencia las mentiras que se escriben, pues yo nunca he consentido que el Instituto se reduzca solamente a leer, escribir y el ábaco, ni tampoco que se convierta en una Congregación de votos simples.”[Notas 26] Así dice él.

Y como poco después el P. Esteban escribiendo a Florencia se quejaba amargamente de no haber conseguido esta aceptación, y al mismo tiempo acusaba al mismo P. General de ser un obstáculo para que se arreglaran nuestros disturbios, el P. General con este motivo escribió con fecha 24 de diciembre al P. Juan Francisco de Jesús, superior de Florencia, con estas palabras: “No crea de ninguna manera que por culpa mía deje de hacerse el arreglo de nuestras cosas; a su tiempo se verá quién tiene la culpa”. Termina la carta de la manera siguiente: “Si Dios quiere, pasadas las próximas fiestas se espera que se tendrá una Congregación de los eminentísimos delegados, y le informaré lo que resuelvan. Mientras tanto rueguen todos al Señor, para que todo ocurra para mayor gloria suya y bien del prójimo.” Con estas palabras terminaban también las anteriores enviadas al P. Vicente. Deseosos de conocerlas, ¿qué nos traerá el año nuevo? Ponemos fin aquí al terminado y comenzamos el siguiente. Así sea.

Notas

  1. En el original: exauctoraverit. En ASP se añade (?).
  2. Original: nimirum. ASP añade (?)
  3. Original: aliquorum. ASP dice aliquot.
  4. Original: eum. ASP: …
  5. Original: 4. ASP: 5.
  6. Original: simbolizet. Uso extraño.
  7. Original: inchoare. ASP: incohare.
  8. Original: propriae. ASP: proriae.
  9. Original: nequaquam. ASP: nequaquqm.
  10. Original: si. ASP su.
  11. Original: Prae missis. ASP: promissis.
  12. Original: abitu. ASP: obitu.
  13. Oiriginal: sveticus. ASP: suevius (?)
  14. Original: Inclytum. ASP: Institutum.
  15. Original: volui. ASP: volunt.
  16. Original: Matris. Falta en ASP.
  17. Original: liberis. ASP: literis.
  18. Original: sparsisse. ASP: sparsi…
  19. Original: ominis. ASP: …
  20. Original: susque deque. ASP: …
  21. Original: plenis buccis. ASP: plenum curis.
  22. Original: oportuisse. ASP: oportune.
  23. En el original hay una tachadura delante de esta palabra, que ASP interpreta como non.
  24. Original: scire. ASP: scrire.
  25. Original: subticendo. ASP: subiicendo.
  26. Queremos señalar que a veces hay alguna discordancia en las citas de Bartlik. Por ejemplo, dice que esta carta está fechada el 12 de diciembre, cuando en otros lugares la fecha que aparece es el 10 del mismo mes. El texto mismo (traducido del italiano al latín por el autor) está también modificado en algunos casos, como este. Como no pretendemos hacer un trabajo crítico, sino de simple traducción, respetamos siempre el texto original de Bartlik, incluidos sus posibles errores.