BerroAnotaciones/Tomo1/Libro2/Cap29
CAPÍTULO 29 Favor hecho por Dios a un enfermo Por intercesión De Nuestro Venerable Abad Landriani [1629]
El ya conocido Sr. Gabriel Squarciafichi estaba enfermo gravísimo, de una enfermedad de la que pasó (esperamos) a mejor vida, y fue sepultado en San Andrés della Valle; me parece que fue en 1629, o poco antes.
Mientras este Señor estaba con esta enfermedad, fue a visitarlo muchas veces N. V. P. Fundador y General, por ser un amigo tan extraordinario y benefactor. Llamado por él, en una de aquellas visitas le llevó el propio Corazón de Nuestro Abad Glicerio Landriani de Cristo, -del que aquel Señor era muy devoto- para implorar de su Divina Majestad, para dicho Señor Gabriel, la salud del cuerpo -si así era conveniente para la salvación eterna- por mediación de su siervo, nuestro Abad Landriani.
Pues bien; entonces estaba yo también gravemente enfermo, reducido a tal estado y tan flaco, que no me podía mover, ni ser movido, si no era con las sábanas, con mucho sufrimiento y fatiga, y un poco cada vez; porque ya habían pasado algunos días que no podía tragar más que cosas líquidas, que, como el estómago estaba ya resentido, no las retenía. Así que estaba gravísimo, y ya había recibido la comunión.
Estando, pues, en tan mal estado de salud corporal, al volver N. V. P. Fundador y General a Casa con el Corazón de Nuestro Abad Landriani, vino a visitarme a la celda (como había hecho muchas veces). Después de preguntarme cómo estaba, y tomarme el pulso, me preguntó si había conocido de vista al P. Abad Landriani, y si había hablado con él. Le respondí que nunca lo había visto ni conversado con él, porque ya había muerto cuando yo tomé el hábito, pero que había oído muchas veces hablar de sus mortificaciones y virtudes. -Así que –replicó N. V. P. Fundador-, ¿no cree usted que le puede conseguir la salud de parte de Dios, si es para bien de su alma? Añadí que lo creía y lo esperaba. –“Aquí tiene, pues, -dijo N. V. P.- el Corazón del Abad; si tiene fe obtendrá la gracia; encomiéndese a él”. Tomé la vasija donde estaba el Corazón, y besándolo con todo cariño, me encomendé a él, diciendo Tres Padrenuestros y Avemarías. Después me lo quitó. N. V. P. Fundador se fue poco a poco, dándome ánimos.
Al cabo de dos horas, sentí una gran excitación, o necesidad de ir al escusado; muchas veces llamé a alguien que me ayudara, porque no me podía mover, ni siquiera una pierna, sin servirme de mucha maña. Pero, como todos estaban en la escuela, aunque yo llamaba en voz alta, no pasó nadie que me pudiera ayudar.
Estando, pues, en esta situación en la que nadie podía ayudarme, oí como a una persona, que hablando conmigo, me decía: -¡Cómo! ¿No crees que el P. Abad Landriani haya podido obtenerte de Dios la gracia? Y, como respondiéndome, replicaba:
-Levántate, y confía en la intercesión del Abad.
Me animé después de esta reprensión y, avergonzado de tener tan poca fe, intenté moverme, y, en efecto, me sentí con fuerzas; tanto que me levanté de la cama con toda facilidad, fui al escusado, y me volví a la cama, haciéndolo todo yo solo. Luego, por mí mismo día gracias a Dios, diciendo el Te deum laudamus, etc., y también al Abad Landriani, con algunos Padrenuestros y Avemarías. Al cabo de una media hora o poco más, sentí otra vez interiormente que alguien me decía: -¡Ánimo!, que el P. Abad viene a visitarle. Y al mismo tiempo sentí como un soplo de viento suave, que parecía bajar desde la cabeza y corría por el pecho abajo con mayor vehemencia; tanto que me produjo un gran estremecimiento por todo el cuerpo. Así que me tapé la cabeza con la sábana y la manta. Pero sentía cada más una viva esperanza en el corazón, que era como de la réplica de aquella voz, que me decía que el Abad Landriani había venido a visitarme.
Poco después, llegó uno de los nuestros, a quien le pedí me pusiera más ropa encima. Y viendo que temblaba tanto, avisó al enfermero, pero, casi enseguida vino N. V. P. General y Fundador, quien me dijo: -Padre Vicente ¿cómo está? Le respondí:
-Benedicite, estoy bien, Padre; ha venido el P. Abad a visitarme. Él me destapó un poco la cabeza, y viendo que sudaba, volvió a taparme, diciéndome me estuviera quieto para no interrumpir el sudor. Mientras tanto puso en orden la camisa para mudarme, y al brasero para secarla.
Cuando le pareció a N. V. P. que había sudado bastante, me mudaron; y viendo que hasta los calzoncillos y las sábanas estaban mojados, me cambiaron todo, calentándolo antes. En este momento me sentí curado, y, efectivamente, encontraron que no había fiebre; y ya no vino más.
Me trajeron la cena y comí con ganas, sin embustes. Sujeté la comida, que hacía ya muchos días no había podido aguantar, ni siquiera las medicinas. Y, por mí, me hubiera levantado de la cama la mañana siguiente, pues estaba seguro de que había recibido la salud de mano de Su Divina Majestad, por mediación de nuestro P. Abad Glicerio Landriani de Cristo, a quien suplicó su y mi V. P. José, Fundador y General de las Escuelas Pías.
Vicente [Berro] de la Concepción