BerroAnotaciones/Tomo2/Libro1/Cap10

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CAPÍTULO 10 De cómo el P. Mario volvió a Roma Y lo que allí hizo

Como las amistades de Roma no pudieron franquear las órdenes de expulsión de sus Estados dadas al P. Mario por Serenísimas Altezas de Toscana y Módena, escribieron al P. Mario que se volviera a Roma.

Llegó cargado de tanta rabia, veneno y odio, guisado sólo en su soberbia, quimeras y pasiones, -además de con cartas sobre su talento, que le había dado el Revmo. P. Muzzarelli- que no palabras, sino saetas salían de su boca, cuando quería contar las cosas que le habían sucedido con quien fuera.

Fue adonde Monseñor Asesor de la santa Inquisición; presentó las cartas del Revmo. Padre Inquisidor de Florencia, y después, vomitando el veneno que había guardado en su cabeza y almacenado a su corazón, explicó cuanto le habían ordenado las susodichas Altezas Serenísimas, con sus particulares razones. Y echó, digo, la culpa de las ofensas recibidas por el, a Nuestro -y no a su- Padre General y Fundador, diciendo que aquellas Altezas Serenísima había actuado movido por las cartas de dicho P. General nuestro, y que las afrentas recibidas eran debidas a una orden suya.

Se pudo demostrar, ante el sagrado Tribunal y ante Monseñor Ilmo. y Revmo. Asesor, que era todo lo contrario a lo que contaba el P. Mario; y que, sobre este caso, habían llegado cartas testimoniales de que Sus Altezas Serenísimas no habían actuado por cartas ni súplicas que les hubiera escrito nadie, sino por los malos comportamientos y costumbres del P. Mario.

El P. Mario andaba por Roma con toda libertad, a la sombra del Santo Tribunal, diciendo siempre: -“Así me lo ha ordenado; así me lo manda; así lo quiere Monseñor Ilmo. Asesor”. Salía de casa y volvía cuando le parecía; hacía y decía lo que le venían en gana; maltrataba a N. V. P. Fundador y General y a sus Venerables Padres Asistentes, como suele hacer un cruel tirano con sus más viles esclavos. Hasta le injuriaba en público, llamándole soberbio, hipócrita, mentiroso, y otras injurias semejantes, ante las que había que tener paciencia, para no disgustar a Monseñor Ilmo. Asesor [Albizzi], que, engañado por las cartas del Revmo. Muzzarelli, Inquisidor de Florencia, a las que daba todo crédito y favor, por el honor de haber descubierto en Florencia los errores de Faustina y del Canónigo Ricasoli.

El P. Mario tenía también con él, en Roma, una cuadrilla de Religiosos nuestros, disolutos; entre ellos, el primero y principal era el P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles, de Nursia; el P. Antonio, boloñés; el P. José, médico calabrés; los PP. Juan Carlos y Pedro Pablo Gavotti o Zanari, y Nicolás María [Gavotti] del Rosario, los tres de Savona; y un cierto H. Antonio de San José, del Estado de Módena. Y otros muchos, que se dejaron arrastrar por él, unos por la gula, otros por sus libertades, como más adelante se dirá. Pero los primeros y principales que servían al P. Mario con ojos y corazón, eran los dos primeros, el de Nursia y el de Bolonia; uno por la política maquiavélica que tenía, y el otro por la maliciosa retórica que empleaba.

El Emmo. Príncipe Cardenal Cesarini, nuestro Protector,

--viendo en el P. Mario y sus secuaces tanta libertad, audacia y relajación, y que tanto maltrataban a N. V. P. Fundador y General- para oponerse a tantas ofensas como cometían contra la Divina Majestad, dando escándalo al prójimo y deshonor a nuestra pobre Orden, y que nuestro V. P. General Fundador no podía remediarlo por sí solo, por el gran apoyo que el P. Mario tenía ante Monseñor Asesor [Albizzi] del Santo Oficio-- pensó solucionarlo, incoando jurídicamente un proceso sobre sus actuaciones, nada religiosas. Y, de hecho, fue muy fecundo, porque se hizo en general, y en él se encontraron materias de mucha consideración, sobre todo contra los santos votos, y en especial contra la propiedad.

Este proceso debería haberse hecho en Roma, en nuestra Secretaría, en el Archivo, si, en los últimos años, no hubiera mandado quemarlo, con las escrituras -no sé con qué finalidad- el P. Glicerio [Cerutti] de la Natividad del Señor, de Frascati, con autorización del P. Camilo [Scassellatti] de San Jerónimo, nuestro General, en el 2º año de su Generalato.

Terminado el proceso, yo, verdaderamente, no sé qué más hicieron; por eso, aquí me paro.

Notas