BerroAnotaciones/Tomo1/Libro2/Cap15

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CAPÍTULO 15 De una misión de los nuestros A Nápoles y a Sicilia [1625]

En el mismo mes y año, el 4 de octubre de 1625, salió para Roma de nuestro noviciado de San José, en Monte Cavallo, el P. Melchor Alacchi de Todos los Santos, Maestro de Novicios, para una misión. Llevó consigo a doce de los nuestros, entre Profesos y novicios, con poderes amplísimos dados por N. V. P. Fundador y General, y salieron hacia Nápoles por tierra, a donde llegaron con buena salud, gracias a Dios. Tuvieron grata acogida del Ilmo. Marqués Tapia, uno de los Regentes del Reino. Su Señoría Ilma. Habló con el P. Melchor sobre nuestro Instituto y sobre Nuestro Venerable Padre Fundador, y quedó favorablemente informado. Los tuvo en su casa muchos días, pagándoles los gastos. El primer día quiso que comieran en su mesa, pero después, para probar su paciencia y mortificación los colocó en un salón donde dormir, con poca paja y menos mantas; y apenas les daba a probar comida.

Los nuestros, sin embargo, soportado todo con gran alegría, dieron sensación de tan religiosa perfección, que Su Señoría Ilma. Hablaba de ellos como de santos, en todas las reuniones; lo mismo que el Virrey, y los demás. De aquí nació en todos aquellos Señores el deseo grande de recibirlos, para el bien público de aquella ciudad y Reino.

Estando en Nápoles se escapó un novicio, y fue despojado del hábito. Después de algunos días, el P. Melchor y sus Compañeros salieron de Nápoles, para dirigirse hacia Sicilia por tierra, con mucho apoyo de todos los amigos. Pasó por Basilicata y Calabria, deteniéndose algunos días en Reggio, frente a Mesina, donde luego fueron recibidos, con gran satisfacción del pueblo y de la nobleza, por los Ilmos. Jurados de aquella mobilísima ciudad. Entre otros Ilmos. Jurados, estaban los Señores D. Francisco Ozze, D. Marcelo Girini y el Sr. D. Vicente Patti, quienes muy gustosos aceptaron el ofrecimiento, lo mismo que hizo también el Senado.

Pero como, según las Bulas Pontificias, en las fundaciones de las nuevas casas de religiosos se requería el consentimiento del Prelado y de los Regulares, éste fue impedido por los Padres de la Compañía de Jesús, que nunca lo aceptaron; ni para dar gusto a la ciudad, ni apremiados por una carta que les envió su Revmo. P. General, Mucio Vitelleschi; aunque, para no echar sobre ellos la responsabilidad, se afanaban para que el Prelado se opusiera. Cuando supo esto N. V. P. Fundador, les escribió para que se marcharan y se volvieran, agradeciéndole a la ciudad su conducta. Así lo hicieron, y se dirigieron a Nápoles, aunque la ciudad no quería que se fueran, pues esperaba la orden del Rey de España -como, en efecto, llegó, y muy generosa- a favor de nuestra pobre Orden.

Antes de partir, uno de nuestros hermanos, que se llamaba Francisco del Santo Ángel Custodio, genovés, mientras los Padres solicitaban licencia del Arzobispo, dijo: “Monseñor Ilmo., vos expulsáis de Mesina a los pobres de la Madre de Dios; pronto seréis expulsado vos también”. A sí sucedió, en efecto, pocos días después, verificando el Señor las palabras que con simplicidad había dicho aquel pobre hermano.

Después que la ciudad obtuvo de España su deseo, ésta suplicó nuevamente a N. V. P. Fundador que enviara a los Padres; pero él, para no molestar a los jesuitas, no quiso mandarlos sino muchos años más tarde, cuando, por así decirlo, fue apremiado por el Duque de Alcalá, Virrey de Nápoles y Capitán General de aquella Isla, cuando también se fuimos aceptados en Palermo, con gusto y satisfacción de las dos Ciudades regias.

Mientas tanto, dicho Ilmo. Marqués de Tapia, y los demás colegas suyos, hicieron gran instancia a N. V. P. Fundador, para que enviara a dos de los nuestros, como garantía de la fundación. Uno de aquéllos fue el P. Juan Pedro [Cananea] de la Virgen de los Ángeles; del compañero no recuerdo el nombre. Fueron recibidos con todo cariño por dicho Señor Marqués, en cual, sin embargo, los probó durante muchos días en la comida y en el dormir; pues durmieron sobre simples tablas. Pasados unos de quince días después de su llegada, los invitó ya a sentarse siempre a su mesa, dándoles camas, conforme a nuestras Constituciones. Quedó siempre muy edificado de sus comportamientos religiosos; y mucho más cuando en la primavera llegó el P. Pedro [Casani] de la Natividad, enviado allí por N. V. P. Fundador. Era hombre de muchos méritos, y religioso de admirable santidad, por lo que, no sólo el Sr. Marqués de Tapia, y el Ilmo. Marqués Juan Enríquez, Regente Supletorio, sino también el Virrey, Ilmo. y Excmo. Duque de Alcalá, estuvieron siempre, hasta su muerte, amabilísimos, todo lo que se pueda decir, para con nuestro Santo Instituto, y con N. V. P. Fundador. Concedieron a los Padres un lugar como residencia, vecino a la Vicaría y a la iglesia de San Clemente, que pocos meses después se amplió, como se dirá más adelante.

Notas